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sábado, 19 de octubre de 2024

Cine y Pediatría (771) La complejidad alrededor del “Instinto maternal”


Se define instinto como un complejo de reacciones exteriores, determinadas, hereditarias, colectivas, comunes a todos los individuos de la misma especie y adaptadas a un fin, en la que el sujeto que obra generalmente no tiene conciencia. No se basa en una experiencia previa (es decir, en ausencia de aprendizaje) y, por tanto, es una expresión de factores biológicos innatos. Y entre los distintos instintos humanos uno es el conocido como instinto maternal, que es cuando una madre desarrolla una relación con un hijo para procurar su bienestar, y donde la oxitocina materna es la principal hormona responsable de predisponer a las mujeres a mostrar conductas de vinculación y apego. El instinto maternal no es exclusivo del ser humano y es ese conjunto de pautas de reacción que contribuyen a la conservación de la vida del individuo y de la especie. 

La relación de una madre con su hijo o hija tiene muchas aristas y así ya lo hemos abordado en algunas películas en Cine y Pediatría, y sirvan de ejemplo títulos como la canadiense Mommy (Xavier Dolan, 2014), la mexicana Las hijas de Abril (Michel Franco, 2017), la israelí Asia (Ruthy Pribar, 2020), la británica Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay, 2011), la francesa Petite maman (Céline Sciamma, 2021), la española Cinco lobitos (Alauda Ruiz de Azúa, 2022), o las estadounidenses La flor del mal (Peter Kosminsky, 2002), Tallulah (Siân Heder, 2016) y Mamá te quiere (Aneesh Chaganty, 2020), por citar algunas.          

Y hoy comentamos otras tres más, desde otras nacionalidades y con otras aristas. Lo que habla de la complejidad alrededor de este término… Y comenzamos con una película belga que lleva ese título en España, Instinto maternal 

- Instinto maternal (Olivier Masset-Depasse, 2019) Bélgica 

Es un exuberante thriller psicológico al más puro estilo Hitchcock donde la verdad y la mentira intercambian sus máscaras. Una historia de amistad en la década de los 60 en Bruselas entre dos vecinas, Alice (Veerle Baetens, vista en la contundente película Alabama Monroe) y Céline (Anne Coesens), cuyos maridos e hijos únicos hacen una piña, y viven tan cerca que solo un seto separa sus viviendas, y hasta el propio seto tiene un agujero por el que se cuelan los pequeños de unos 9 años, que se han criado casi como hermanos. Pero todo se vuelve del revés por un inesperado hecho cuando Maxime, el hijo de Céline, se precipita por una ventana, lo que afecta a todos, también a Theo, el hijo de Alice. 

Porque a partir de ahí se ciñe entre ambas madres un extraño ambiente al conservar Alice a su hijo y no Céline, con dudas, sospechas y hasta ideas paranoicas cuando Theo sufre una reacción anafiláctica por comer una galletas con cacahuetes en casa de Céline. Y logran llegar a reconciliarse y se dicen: “Hemos reaccionado como hemos podido”. Pero nada es como parece y a partir de ahí se suceden unos hechos que mezclan el instinto maternal y el duelo (de hecho, el título original de la película es Duelles). Y en la escena final Céline le dice a Theo en la playa, tras un proceso de adopción muy particular que no cabe descubrir: “Sé cómo te sientes. Siente un gran vacío en tu interior. No puedo reemplazar a tu madre. Al igual que tú no puedes reemplazar a Maxime. Pero tenemos que estar unidos. Tenemos que querernos el uno al otro. Y, quizás algún día, ese vacío desaparecerá”

Muy contundente, de forma que esta historia ha visto su remake americano en la película Vidas perfectas (Benoit Delhomme, 2024), y por título original Mothers' Instinct, donde el papel de Alice es para Jessica Chastain y Céline lo interpreta Anne Hathaway, dos rutilantes estrellas de Hollywood para repetir esa combinación de culpa, sospecha y paranoia que destruye el vínculo entre esas vecinas y amigas dando lugar a una dura batalla psicológica cuando los instintos maternales de ambas revelen su lado oscuro para defender a los suyos.  

Pero con el mismo título en español de Instinto maternal podemos enunciar otras tres películas estadounidenses, bajo diferentes títulos originales. Instinto maternal / Losing Isaiah (Stephen Gyllenhaal, 1995), la más conocida por su elenco actoral, drama alrededor de la adopción con la lucha de la madre adoptiva (Jessica Lange) frente a la madre biológica (Halle Berry) que reaparece tiempo después con la ayuda de un combativo abogado (Samuel L. Jackson). Las otras dos de baja calidad: Instinto maternal / Breaking at the Edge (Predrag Antonijevic, 2013), thriller en el que una entidad sobrenatural hostiga a una mujer embarazada, que teme por la vida del hijo que lleva en su vientre; e Instinto maternal / Born and Missing (Michael Feifer, 2017), telefilm que narra el transcurrir del embarazo de dos amigas, uno real y el otro ficticio (tras la experiencia previa de haber perdido un hijo en el parto). ´

- En la sombra (Fatih Akin, 2017) Alemania 

Contundente drama judicial alrededor del terrorismo nazi en la Alemania del siglo XXI, contado con un epílogo (la boda en la cárcel de nuestros protagonistas, Katja y Nuri) y tres partes muy definidas: el atentado y el dolor de la pérdida, el juicio y la venganza (aunque en la película define dos partes muy asiméticas: I. La familia y II. El mar), Y con una actuación espectacular de Diane Kruger, premiada como mejor actriz en Cannes, en esta película que también fue ganadora del Globo de Oro a la mejor película extranjera. Posiblemente su mejor y más contundente interpretación, mucho más que una cara bonita como la vimos en Troya (Wolfgang Petersen, 2004), La búsqueda (Jon Turteltaub, 2004), Malditos bastardos (Quentin Tarantino, 2009), Sin identidad (Jaume Collet-Serra, 2011) o Adiós a la reina (Benoît Jacquot, 2012). 

La vida de Katja (Diane Kruger) se derrumba cuando su marido Nuri, de origen kurdo, y su hijo Rocco, de 6 años, mueren en un atentado con una bomba casera. La policía detiene enseguida a dos jóvenes relacionados con el movimiento neonazi y Katja se ve inmersa en un complicado proceso judicial. Intenta mitigar el dolor por la pérdida y algunas escenas hablan de su labor interpretativa como las escenas en el hogar o el desgarro interior al oír a la forense relatar las lesiones de la explosión de su hijo y su marido, y su pregunta:“¿Crees que sufrieron?”

Un juicio brutal que finaliza con la decisión del tribunal de que los acusados queden libres, no porque el tribunal crea que sean inocentes, sino porque las pruebas no demuestran definitivamente su culpabilidad y basado en el principio de “in dubio pro reo”. Y aparece el instinto de Katja, el instinto de justicia como esposa y madre. Y que nos lleva a un final más aterrador de lo esperado. Y con este mensaje final: “Entre 2000 y 2007 en Alemania el Movimiento Clandestino Nacionalista (NSU) mató a ocho inmigrantes y a una policía y cometió numerosos atentados con bomba dirigidos a personas cuyo origen no fuera alemán”

- El último verano (Catherine Breillat, 2023) Francia 

Remake de la película danesa Reina de corazones (May el-Toukhy, 2019), que no llega a la calidad del original. Dirigida por la siempre provocativa Catherine Breillat, quien destaca por una filmografía amparada por la polémica en la que explora la sexualidad y los problemas de género, y que pone su toque en esta compleja y autodestructiva pasión de un menor de edad y su madrastra, aquí con un instinto maternal complicado por el incesto

Anne (Léa Ducker, vista en la compleja película Custodia compartida) es una brillante abogada que vive con su marido Pierre y sus dos pequeñas hijas adoptadas de origen oriental, cuya vida da un giro radical cuando Theo, el adolescente y problemático hijo de un matrimonio anterior de Pierre, se traslada a vivir con ellos. Y en este contexto se configura un incómodo drama psicológico donde resuenan las palabras de Anne a Theo, ocultando la verdad incómoda a cualquier precio: “Es tu palabra contra la mía y te aseguro que no te lo pondré fácil. No tienes pruebas… Nadie te hará caso. Alguien como tú no tiene credibilidad. Sería más fácil que le dijeras a tu padre que te lo has inventado”. Y con un final lleno de incógnitas bajo la canción “Vingt ans” de Léo Ferré.  

Tres ejemplos más de la complejidad del instinto maternal, también con sus sombras, sea en el último verano o en cualquier estación. Hemos hablado de una película belga que dio lugar a un remake estadounidense, de una película francesa que es remake de una película danesa, y también de una contundente película alemana. Y donde Alice, Céline, Katja y Anne sacan a relucir su instinto maternal en distintas circunstancias para defender o vengar a su fratria y a ellas mismas. Porque no hay un amor como el de una madre…

 

sábado, 6 de julio de 2024

Cine y Pediatría (756) “Anita” espera que la aguja del reloj esté arriba…

 

Continuamos reivindicando que la vida no va de cromosomas, sino de amor, convivencia, respeto comprensión, integración… y tantos otros valores positivos para intentar un mundo mejor. La semana pasada nos lo recordaba la película brasileña Colegas (Marcelo Galvao, 2012), y hoy lo hacemos con la película argentina Anita (Marco Carnevale, 2009). Pero esta película va más allá, porque con la experiencia de esta joven con síndrome de Down recordamos uno de los días más duros en la historia de la ciudad de Buenos Aires.  

Se nos presenta la bendita rutina de aquel domingo del 17 de julio de 1994 con Dora (Norma Aleandro) y su hija Anita (Alejandra Manzo), una joven con síndrome de Down: levantarse, desayunar, ir al cementerio (a poner piedras en la tumba de su padre), ayudar a su madre en la cocina y esperar a su hermano Ariel y su esposa a comer, bañarse (paso a paso cada parte del cuerpo) y acostarse cantando una canción mientras se dan la mano madre e hija. La simbiosis entre ambas es total y se tratan con un afecto envolvente, que protege a Anita de cualquier temor y cubre su enorme necesidad de afecto. Anita y Ariel también tienen gran complicidad, pero ese día no cumple el hermano con su palabra de llevarla al zoológico, pues prefiere ver la final del Mundial de Fútbol, donde Brasil ganó en los penaltis a Italia en tierras estadounidenses. 

Y al día siguiente llega aquel 18 de julio de 1994 grabado en la memoria de los argentinos. Dora y Anita abren su librería debajo de casa para comenzar a trabajar, pero la madre tiene que acercarse a la mutual AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) para cobrar la ayuda social, pues es una de las muchas labores que ejerce esta institución desde hace más de un siglo, dado que su fin es promover el bienestar y el desarrollo de la comunidad judía argentina, y mantener vivas las tradiciones y los valores de dicha comunidad. Y Dora le dice a Anita: “Cuando la aguja larga del reloj esté arriba, mami vuelve”. Pero una explosión lo cambia todo. El reloj de la librería marcaba la trágica hora: 9,53. 

Cabe recordar que el atentado a la AMIA fue un ataque terrorista con coche bomba con un saldo de 85 personas asesinadas y 300 heridas, considerado como el mayor atentado terrorista de la historia argentina y también el mayor ataque contra objetivos judíos ubicados fuera de Israel desde la Segunda Guerra Mundial (cabe recordar que la comunidad judeoargentina con casi 300.000 personas, de las cuales más del 80 % vive en la Ciudad de Buenos Aires, es la sexta mayor del mundo). Tras 12 años de investigación se acusó al gobierno de Irán de planificar el atentado y al partido Hezbolá del Líbano, de ejecutarlo. Un proceso con más sombras que luces y con demasiadas preguntas por responder aún ahora que se cumplen los 30 años de aquel triste evento. 

Anita, aturdida por la explosión, sale de la librería y comienza a vagar por la ciudad en lo que será una larga odisea para todos. Para la ciudad de Buenos Aires que no sale de la conmoción, mientras aumenta la lista de víctimas; para Ariel que busca el paradero de su madre y hermana; y para Anita, que no puede dar referencias para volver a su hogar, pues no conoce la calle donde vive, el teléfono de sus familiares y que cuando le preguntan por el nombre de su madre, ella responde que es Mami. Y el único referente que le queda, y que repite con frecuencia es la última frase de su inseparable madre: “Cuando la aguja larga del reloj esté arriba, mami vuelve”. 

En su vagar, perdida por la ciudad, en su particular “road movie” sin auto, Anita se encuentra con la buena (o no tan buena) voluntad de distintas personas con las que se cruza: con el fotógrafo periodista con problemas familiares que decide no asumir otra carga, con la familia china, cuya madre gritona, regenta un bazar, y con la enfermera que vive en los suburbios, quien la cura y la cuida como una hija. Cuando los noticieros exponen las fotos de los desaparecidos, Ariel puede reencontrar a Anita unos días después. Y esta tiene que entender ahora lo ocurrido, y por ello pregunta a su hermano algo que aún sigue en el aire: “¿Por qué explotó la bomba?”. Y entonces Anita coloca la aguja larga del reloj arriba. Y con el fundido en negro final, se nos regala este pensamiento anónimo: “A veces quisiera preguntarle a Dios por qué permite que hay tanto odio, violencia e injusticia en el mundo cuando podría hacer algo al respecto… pero sé que Él me haría la misma pregunta”. 

Salvando el trágico hecho histórico que centra esta historia, la bondad y forma de aceptar la vida de la película Anita bien puede rememorarnos a la película belga El octavo día (Jaco Van Dormael, 1996), como esa crónica del encuentro entre dos mundos antagónicos y que nos enfrenta al choque entre la aparente capacidad y la aparente discapacidad de las personas. Porque nuestra Anita representa la inocencia de un personaje bondadoso, tierno, sin maldad... contraponiéndolo con el contexto más violento de todos, el de una sociedad epigenéticamente enferma. 

 

sábado, 25 de diciembre de 2021

Cine y Pediatría (624) Lo que realmente importa en “Mi vida con Amanda”

 

Hoy hablamos de una película modesta, sin reparto rutilante, con un director no especialmente conocido y un tema más o menos reconocible. A priori, una película no muy apetecible, lo que cambia cuando descubrimos que es una película francesa (ya conocéis el idilio de Cine y Pediatría con el cine en francés). Y al visionarla nos sorprenden varios aspectos: la facilidad con la que los hechos dramáticos están contados, su desnudez narrativa y la capacidad que tiene para otorgar emoción a una historia sencilla. Es una película pequeña, pero que se agranda en la forma de contar la compleja relación entres los personajes, un elogio a la sencillez. Su título es Mi vida con Amanda (Mikhaël Hers, 2018). 

Una emotiva película que pone en evidencia la necesidad de lo que realmente importa. En el primer tercio de metraje se nos presenta a los personajes y, a partir de ese momento, algo cambia los hechos en la ciudad de París. David (Vincent Lacoste) es un joven de 24 años que vive de multitareas, desde podador de árboles a gestionar alquileres de apartamentos en una empresa. Ayuda a su hermana soltera Sandrine, profesora de inglés, en el cuidado de su sobrina Amanda (Isaure Multrier), de 7 años. Y en un escena, la vivaz Amanda baila con su madre al son de Elvis Presley y pregunta por la famosa frase "Elvis has left the building!", frase que a menudo era usada por los locutores después de los conciertos del cantante, con el fin de disuadir a la gente que esperaba poder llegar a tener algún tipo de encuentro con él. 

Mientras ese suave y dulce devenir fluye con el majestuoso fondo de la ciudad de París, entre paseos en bicicleta por calles, plazas y parques, un atentado terrorista - que nos recuerda el de Bataclán del año 2015 - perturba la paz de la ciudad. Y una de las víctimas de la masacre es precisamente Sandrine, y ahora la pequeña Amanda solo tiene a su tío para salir adelante. Todo narrado de forma contenida, hasta las lágrimas y el devenir de los hechos. Y así intenta David explicarle a su sobrina: “Anoche pasó algo muy grave donde estaba mamá y nuestros amigos. Llegaron unos hombres que llevaban armas y dispararon a mucha gente, y a mamá también… No podemos volver a verla, está muerta”. 

A partir de ahí las dudas y llanto de David ante su responsabilidad con Amanda, sin madurarlo, sin quererlo, y donde le deviene hasta la idea de dejarla en un centro infantil. El llanto y la tristeza de Amanda al tener que comprender la muerte y el abandono, y su pregunta: “Ya estoy harta, ¿con quién voy a vivir?”. Porque solo tres personas pueden cuidar de Amanda: David, una tía abuela y su abuela, a la que no conoce y que se fue a Londres hace dos décadas, rompiendo cualquier relación con Sandrine y David. El mayor apoyo que recibe David es con la joven Lena (Stacy Martin, alejadísima ya de la polémica Nymphomaniac de Lars Von Trier), a la que conoció al alquilarle un apartamento, pero ella también se ve afectada por el atentado terrorista y decide volver con su familia fuera de París. 

Y la relación entre tío y sobrina se va consolidando día a día. “Amanda te necesita” le dicen a David; y él contesta: “A veces soy yo el que piensa que la necesita a ella”. Porque nada en Mi vida con Amanda está exagerado y, sobre todo, nada sobra, cada escena es importante. “¿Hasta cuándo estarás conmigo”, le pregunta Amanda. “Hasta los 18 años”, le responde David. “Todos los días”, dice ella, y su respuesta “Sí, ¿tú crees que nos soportaremos?" Finalmente, en un viaje a Londres para ver el torneo de Wimbledon, se encuentra con su abuela, y esta es la fría presentación de David: “Es Allyson, la madre que te comenté. La madre de tu mamá”; pero la pregunta de la inteligente Amanda no se hace esperar: “Si Allyson es la mama de mamá, ¿también es tu mamá, o tienes otra?”. Todo muy educado, sin aspavientos, ni para el amor ni para el dolor ni para el rencor. Una tragedia sin tragedia

Y mientras ve un partido de tenis, repite Amanda entre lágrimas lo que su madre le enseñó: "Elvis has left the building!", pero en la remontada del jugador recupera la sonrisa entre lágrimas. Un final tan amable como toda la película… Queda todo por cerrar en la vida de Amanda y David, pero ese primer plano de la niña, entre sonrisa y lágrimas, nos da la respuesta. Porque la respuesta ante la vida es nuestra. 

Y es así, como en esta entrañable época de Navidad en que nos encontramos, películas como Mi vida con Amanda son todo un homenaje al hecho de vivir, de salir adelante y al amor y compromiso como únicos garantes de un mundo mejor. Y para ello, la película se recrea en su propia sencillez y naturalidad y su poder de convicción descansa en las magníficas interpretaciones de sus dos personajes principales, a cargo de Vincent Lacoste y de Isaure Multrier. La niña se estrena en la gran pantalla, y llena de luz y ternura intrínseca su interpretación; pero a Vicent Lacoste ya le conocemos en Cine y Pediatría, pues es uno de los actores galos más prometedores y ha sido un actor fetiche del director Thomas Lilti, este peculiar cineasta francés que se ha propuesto acercar su vocación sanitaria al cine y que le ha convertido en personaje principal de sus películas Hipócrates (2014), sobre las vicisitudes de un residente médico en formación, y Mentes brillantes (2018), una crítica al sistema educativo excesivamente competitivo en las Facultades de medicina.  

Mi vida con Amanda es una película que busca mostrar los sentimientos tan difíciles en las personas cercanas a víctimas del terrorismo. Y que nos brinda respuestas sencillas a ese sinsentido del terrorismo y lo hace a través de la belleza cotidiana, los gestos de humanidad, el descubrimiento de que siempre se puede seguir adelante e incluso remontar (como en el deporte, como en ese partido de tenis en Wimbledon). Se ha escrito, y estoy de acuerdo, que es un film conmovedor, lleno de calidez, mesura, respeto y admiración por el ser humano. Ideal como antídoto de las malas noticias que a menudo nos abruman y del pesimismo sobre nuestra especie… Y de todo esto, este pandémico año 2021 que termina ha tenido para dar y tomar. Así que bienvenido sea el buen cine, el que nos recuerda lo que de realmente importa.