sábado, 27 de mayo de 2017

Cine y Pediatría (385). La conciencia del Tercer Reich en "El tambor de hojalata"


"Empieza mi historia mucho antes de mí mismo, cuando a mi pobre mamá le llegó la hora de ser concebida. Mi abuela, Anna Bronski, una mujer joven e ignorante estaba sentada dentro de sus cuatro faldas al borde de un campo de patatas. Era el año 1899 y estaba sentada en el corazón de Kaschubei..." Así empieza una película especial basada en una novela esencial de la literatura alemana, europea y mundial. Dos iconos, en el cine y en la literatura bajo un mismo título: El tambor de hojalata. 

Una película dirigida por Volker Schöndorff en el año 1979 y que fue la ganadora de la Palma de Oro en Cannes (junto a la bien conocida obra de Francis Ford Coppola, Apocalypse Now) y del Oscar a Mejor película de habla no inglesa, una de las obras más reconocidas del conocido como Nuevo cine alemán. Una película construida a partir de la novela del Premio Nobel de Literatura, Günter Grass, aparecida en Alemania en 1959, pero que estuvo prohibida en España hasta 1978. En realidad, "El tambor de hojalata" es un libro de aventuras maravillosamente escrito y, en algunos pasajes, roza anticipadamente lo que hoy se calificaría de realismo mágico: la historia de Oskar Matzerath, el niño que en un momento dado decide dejar de crecer, un enano, un loco sexualmente obseso, un criminal, una especie de conciencia del Tercer Reich que, con sus redobles, destruye todo orden marcial. Grass reconoce que se inspira en la novela picaresca española y, más de cerca, en el "Simplicius Simplicissimus" alemán, inspirado a su vez en ella. Y esta obra forma parte de la llamada “trilogía de Danzig”, junto a otras dos novelas posteriores: "El gato y el ratón" (1961) y "Años de perro" (1963). 

Cuando se analiza una adaptación literaria es inevitable hablar de lo obra en cuestión, y es inevitable hablar de ambos, autor literario y director cinematográfico. El libro narra de manera autobiográfica muchos de las correrías de su autor en su juventud, haciendo fiel retrato histórico de los hechos sucedidos en su natal Dazing, aquella ciudad que, tras el Tratado de Versalles, dejó de ser parte de Alemania y forma parte de una región polaca en la que vivían alemanes, polacos, judíos y casubios/cachubas (minoría de origen eslavo). El propio Günter Grass ha confesado que en su juventud perteneció a las SS, por lo que nos devuelve experiencias de primera mano. Y, por otro lado, dentro del movimiento del Nuevo Cine Alemán, Volker Schlöndorff destacó por ser el adaptador literario más reputado, aquel que llevó a la gran pantalla obras literarias de escritores como Robert Musil y El joven Törlees (1966), Heinrich Böll y El honor perdido de Katharina Blum (1975), Marcel Proust y El amor de Swann (1983) o Arthur Miller y Muerte de un viajante (1985). Y quien, por tanto, convirtió el papel en escenarios reales y personajes de carne y hueso. 

La ciudad libre de Dánzig ve nacer al pequeño Oskar Matzerath (David Bennent, hijo del actor Heinz Bennet y elegido por padecer un trastorno de crecimiento, con una facies muy especial a la que contribuía su particular exoftalmos) en 1924, época en que la agresiva política nazi iniciaba su influencia al este de Alemania y así lo describe la sempiterna voz en off de nuestro protagonista: "El sol estaba bajo el signo de Virgo. Neptuno entraba en la X mansión celeste y Oskar nació marcado por el portento y el engaño". Pero desde el momento en que Oskar sale del vientre materno experimenta un terrible deseo de volver dentro, deseo truncado por el corte del cordón umbilical que le vinculaba a su madre, quien le promete un regalo en la cuna de nacimiento: "El día que nuestro Oskar cumpla tres años le compraremos un tambor de hojalata". Y él pensó: "Solo la promesa del tambor de hojalata me impidió expresar con más fuerza el deseo de volver de nuevo a mi posición cefálica embrionaria. Por otra parte, la matrona me había cortado el cordón umbilical, así que ya no había nada que hacer. Solo me quedaba dominar mi impaciencia y esperar la llegada de mi tercer cumpleaños". Una vez conseguido su tambor, Oskar decidirá poner fin a su crecimiento a esa edad, como rechazo a las reacciones de los adultos en su familia: "Aquel día medité sobre el mundo de los adultos y sobre mi propio futuro, y decidí poner punto final. Desde ahora, no crecería ni un dedo más. Sería para siempre un niño de tres años, un gnomo". 

La época por la que discurre la historia contempla el panorama polaco-alemán desde 1899 hasta 1945. Un periodo de tiempo en el que los cuadros de Beethoven son sustituidos por los de Hitler, los jugueteros judíos piensan en emigrar o en la que Alemania se convirtió en la enemiga del mundo, según el propio pensamiento de nuestro Oskar: “Había una vez un pueblo crédulo que creía en Papá Noel, pero Papá Noel en realidad era un ogro”. 

La obra goza de tal número de símbolos, metáforas y alegorías que son necesarios más de un visionado para poder comprender del todo la magnitud intelectual que atesora. Oskar se niega a pertenecer a un mundo donde imperan las mentiras y las apariencias, comenzando por su familia: su madre ama a un judío polaco, pero se casa con un oficial alemán. El tambor como símbolo de la juventud que no quiere perder y también junto a su grito vitricida, arma que denuncia todo cuanto se le pone en el camino: "Así descubrí que mi voz al gritar alcanzaba un tono tan alto que ya nadie se atrevería a quitarme mi tambor... Cuando me quitaban el tambor yo gritaba. Y cuando gritaba se rompían las cosas más valiosas". 
Y en la Noche de los Cristales Rotos, ardiendo casas y sinagogas judías, Oskar entra en la tienda destrozada del judío Markus, allí donde compraba sus tambores, y mientras relata este pensamiento: "Había una vez un vendedor de juguetes que se llamaba Sigismund Markus que vendía tambores pintados de blanco y rojo. Había una vez un tamborilero, se llamaba Oskar. Había una vez un vendedor de juguetes, se llamaba Markus y se llevó consigo todos los juguetes de este mundo". El grito que rompe los cristales podría hacer referencia a la Noche de los Cristales Rotos y el primer cristal que se rompe es el de un reloj, claro símbolo del tiempo. Y otras alegorías es la presencia de enanos de feria disfrazados de soldados alemanes y una enana italiana como representantes de los fascismos europeos. 

La utilización del niño Oskar como protagonista narrador y observador de la historia es paradójica, ya que normalmente se utiliza la infancia como símbolo de pureza y esperanza, sin embargo nuestro personaje es un niño grotesco que asemeja la psicosis enfermiza de aquel tiempo. Y sin dudar con la experimentación o vanguardia, caminando por las casi dos horas y media de metraje con la voz en off de Oskar como compañía, Schlöndorff consiguió ser el más comercial de todos los representantes del Nuevo Cine Alemán, pero conservando las señas de identidad del cine europeo más puntero como la Nouvelle Vague francesa, el Neorrealismo italiano o las del propio Buñuel. 

Lo dicho, El tambor de hojalata son dos iconos, en el cine y en la literatura, bajo un mismo título y con 20 años de separación como cábala en la numerología: en 1959 Günter Grass escribió la novela, en 1979 Volker Schlöndorff dirigió la película, y en 1999 le fue otorgado a Grass el Premio Nobel de Literatura. Y quedan muchos recuerdos de esta historia cruel de realismo mágico: 
- Sus personajes: Oskar Matzerath principalmente, pero también su abuela Anna Bronski, sus padres Agnes y Alfred, el tío amante Jan Bronski, el juguetero judío Sigismund Markus - interpretado por Charles Aznavour -, su prima María, los enanos de circo Bebra y Roswhita, el hijo Kurt, de padre no aclarado. 
- Sus escenas, posiblemente todas, pero algunas con eco mayor: el vals tras la parada militar; la cabeza del caballo encontrada al borde del mar con las anguilas dentro; la escena del vestuario de la playa entre Oskar y María; algunas escenas sexuales (que provocaron el escándalo en su tiempo); y ese principio y final en un campo de patatas, relato cíclico que nos advierte sobre la necesidad de estar atentos, porque es posible que la historia se repita. Y así lo explica la abuela Ana: "A los tres años se cayó por una escalera y dejó de crecer. Ahora se ha caído en una tumba y otra vez vuelve a crecer". 
- Su música, ese tercer personaje invisible, gracias a la banda sonora del compositor Maurice Jarre (quien fuera el padre del bien conocido artista de música electrónica, Jean-Michel Jarre). Una notable banda sonora ambiental y dramática, en la que el compositor aplica música de época y temas aplicados para enfatizar un tono moderadamente amargo. 
- Sus mensajes por y para la historia alrededor de la ciudad de Danzing: "El noticiario semanal rodó aquella escena para pasarla luego en todos los cines. En la Oficina de Correos polaca Oskar había vivido los momentos que pasarían a la historia como el inicio de la Segunda Guerra Mundial" o "Porque los kaschubas nunca se van a ninguna parte... Nosotros no somos ni del todo polacos ni del todo alemanes". 

Y después de su largo metraje y su densa historia, resuena el tambor de hojalata en nuestras conciencias. Porque no queremos que la conciencia del Tercer Reich se repita. Y cualquier nacionalismo es un golpe de tambor...

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