sábado, 2 de diciembre de 2017

Cine y Pediatría (412). "Rara",... pero no tan rara


Un largo travelling en plano secuencia que sigue por detrás a una adolescente caminando en las instalaciones de un centro escolar hacia un destino incierto... y al final la palabra que da título a la película: Rara. Con dicho arranque, esta película chilena del año 2016, debut en el largometraje de Pepa San Martín, tras varios cortometrajes, nos sumerge en una historia inspirada en el caso de una jueza chilena a quien le quitaron la custodia de sus hijas por ser lesbiana, y que está contada desde el punto de vista de esa niña que camina, Sara, la hija mayor que está a punto de cumplir 13 años. 

Sara se siente rara en su cuerpo que no para de cambiar, como buen estado anormal del cuerpo y el alma que es la adolescencia. Y a eso se suma su nueva familia que ahora incluye a su madre, a la novia de su madre, a su padre y a la nueva mujer de su padre, y lo vive codo a codo con su hermana pequeña, Catalina. En esa situación se nos presenta a la nueva pareja de sus dos madres, Paula y Lía, y mediante escenas cotidianas, observamos un clima familiar envidiable, en donde está presente el diálogo, actitudes vitales enérgicas y, sobre todo, mucho amor. No parece que exista mayor tensión entre la expareja y los momentos en que deben repartirse la compañía de las menores: la custodia la mantiene la madre y el régimen de visitas parece cumplirse sin inconveniente alguno y con amplitud de miras. Pero las cosas se salen de control - y se hacen más raras para Sara - cuando su padre pide la custodia legal de ella y su hermana. 

Y cuando vemos la película Rara, sentimos que funciona como una extraña simbiosis entre dos películas ya de la familia de Cine y Pediatría, película con familias diferentes, como fueron las películas estadounidenses, Los chicos están bien (Lisa Chodolenko, 2010) y ¿Qué hacemos con Maisie? (Scott McGehee y David Siegel, 2012) Porque las hermanas, Sara, nuestra protagonista interpretada con maestría por Julia Lubbert, y la pequeña Catalina, intentarán entender y hacer frente a los problemas familiares, además de afrontar la actitud que sus compañeros y amigos del colegio adoptan ante la idea de que ahora tienen dos mamás. 

Porque la película transcurre en Chile, y nos centramos en una familia formada por una pareja lesbiana, que vive su situación con normalidad, sin esconder nada porque nada tiene que ocultar. Pero también estamos en una sociedad que no ha terminado de evolucionar para admitir al diferente o a la minoría: cabe recordar que fue en el año 2015 cuando en Chile se consiguió aprobar una llamada Unión Civil de personas del mismo sexo, aunque todavía no se ha llegado a permitir el matrimonio igualitario. Pese a la parcial apertura, la normalidad no ha aterrizado en la sociedad en su conjunto, y el largometraje de Pepa San Martín sabe erigirse en buen reflejo de ello. Y para ello hace pivotar el conflicto y sus consecuencias alrededor de una adolescente, una adolescente que se siente rara en su turbadora adolescencia. Por ello, una figura de estilo se repetirá de manera insistente en el curso de este relato: Sara siempre ocupa un lugar preeminente en el encuadre, mientras, a fondo de plano, fuera de foco en ocasiones, se distinguen las figuras de adultos que discuten. Sara está ingresando en la adolescencia, etapa de permanente inestabilidad que propicia todo tipo de cuestionamientos: tiempo de primeros amores, de afirmación de una singularidad, pero, también, momento en que emerge una nueva mirada sobre la figura de los padres. En la mirada del adolescente se funden la atracción centrífuga de quien quiere empezar a vivir, sentir y experimentar fuera del ámbito doméstico y el moralismo centrípeto de quien desea que lo íntimo se rija por las mismas normas que, en el más amplio contexto de lo social, definen lo que la mayoría, siempre de modo arbitrario, entiende por normalidad. 

Y por ello Sara se enfrenta a distintos comentarios, que tiene que digerir para saber si la "rareza" de su familia entra dentro de lo normal o no. Así, un profesor le dice, intentando ayudarla: "¿Te han molestado en el curso por la opción sexual de tu mamá?...Quiero que sepas que no tienes por qué tener vergüenza y que estás en todo tu derecho para poder cambiarte para vivir en un ambiente más normal como el de todos tus compañeros". O la respuesta que tiene que ofrecer cuando su mejor amiga le pregunta sobre quién cree que va a ganar el juicio por su custodia: "No sé, en verdad ya me da lo mismo. Lo único que quiero es no tener que ir a declarar a ningún juicio y que todo vuelva a ser como antes". 

Y así es Rara, una interesante obra, atractiva, de ritmo ágil, apoyada por abundantes diálogos que surgen con naturalidad, incluso entre las dos hermanas, destacables por encima del resto. Y además de la escena inicial descrita, cabe destacar la imagen de las dos madres y las dos hijas en la cama (que se constituye en la carátula de la película) y el final, con ese corte desolador, que todavía merodea por nuestra mente. 

Y en Rara se nos cuenta una historia real (de una jueza chilena que se separó de su marido, empezó una relación amorosa con otra mujer y perdió la custodia de sus dos hijas a causa de la homofobia judicial y social) de forma sutil, donde lo relevante sucede en segundo término, pero resuena en el interior de esa Sara que es alma y foco del discurso, quien se enfrenta a sus propios cambios adolescentes mientras intenta entender los conflictos que la rodean. Porque nuestra adolescente puede sentirse rara... pero nada de lo que le ocurre es tan raro. Porque lo raro que ocurra a una persona o a una sociedad nunca puede proceder de lo que se hace por amor. 

 

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