sábado, 16 de junio de 2018

Cine y Pediatría (440). “The Florida Project” y ese otro Disneyland


En el año 2009, el británico Danny Boyle nos regaló la película Slumdog Millionaire, en lo que fue un pequeño milagro, pues pocas películas han sido capaces de contar tantas desgracias alrededor de la infancia (pobreza, marginación, delincuencia y prostitución juvenil, maltrato y mafias de niños, etc.) y simular un cuento de hadas en las calles de Mumbai, con un final feliz que despierta una sonrisa y energía positiva. Y en el año 2017, el estadounidense Sean Baker nos sorprende con la película The Florida Project, una nueva joya del indie americano, una obra visualmente única y sencilla, un retrato irónico sobre un barrio chabolista, la residencia de protección oficial The Magic Castle, colindante con el mayor imperio vacacional de Estados Unidos: Disneyland. La pequeña historia veraniega de tres niños que viven rodeados de pobreza, malnutrición, drogas y prostitución – por obra y gracias de sus progenitores -, pero que el director pinta de color toda esta miseria para amortiguar el golpe en el espectador y transmitir algo de alegría de esa infancia maltratada, aunque ellos no lo saben. 

En la primera escena dos niños y una niña de entre 6 y 7 años se dedican a escupir en un coche y a insultar a los adultos en lo que parece un motel barato lleno de colores a las afueras de Orlando (Florida)… Edificios con colores vivos, pero nada habituales: morado, rosa, naranja, amarillo, verde… El lugar recibe el nombre de Magic Castle Hotel y enseguida comprobamos que no es un castillo y tiene poca magia las familias que allí viven. 

Los tres niños son Moonee (espontánea Brooklynn Prince) y Scooty, quienes le hacen un tour guiado por el motel donde viven a su nueva vecina Jancey: "Nadie coge el ascensor porque huele a pis. Aquí vive una que se cree que está casada con Jesús. A este hombre le viene a buscar la policía todo el rato". Y todo ocurre en esos días de verano repleto de juegos, helados y travesuras. Porque cualquier cosa sirve para la travesura, alguna de ellas subida de tono (como quemar unos viejos apartamentos), en estos chicos que viven con poco control familiar en sus familias unifamiliares: en el caso de Moonee vive con una joven y bella madre tatuada, Hally (Bria Vinaite, a quien el director encontró a través de las redes sociales), sin trabajo y que alterna la prostitución ocasional con intentar vender a los turistas perfumes baratos comprados en un supermercado o simplemente con pedirles dinero; en el caso de Scooty su madre trabaja de camarera y Jancey fue acogida por su abuela cuando su madre dio a luz a los 15 años y se quiso deshacer de ella. Mujeres sin demasiada educación, familias sin orden ni concierto, donde no es difícil entender que a sus hijos les acompañe un lenguaje soez y su falta de normas y límites. Todas estas mujeres luchan ante la adversidad mientras crían a sus hijos solas. 

Y así avanza el verano. Y alrededor de sus juegos se intuye en los adultos que les rodean la prostitución, se intuye la pederastia, se intuye algo que no es bueno alrededor de la infancia. Y se intuye de forma sutil, pero agonizante, hasta que llegan a actuar los Servicios Sociales. Porque vemos como Moonee se alimenta de "fast food", golosinas y comida basura, como su madre, convive con el humo de su tabaco y sus porros, y se cuela para desayunar en los hoteles de la zona. Porque Moonee sueña con ir a Disneylandia, pero lo más cerca que ha estado es en este motel barato de colores, y porque lo más parecido que Moonee tiene a un padre es Bobby (contenido Willem Dafoe, nominado al Oscar a Mejor Actor Secundario), el gerente-conserje del motel, un hombre cauto y diligente que está en todo y para todos dentro de un vecindario muy peculiar, tan peculiar como el color de las paredes de sus viviendas. 

Prometía ser un verano inolvidable, donde los niños ríen, se entretienen con lo poco que tienen y dicen tacos más grandes que sus diminutos cuerpos. Son maleducados, deslenguados y adorables granujas que sacan de quicio y revitalizan con su energía a cada inquilino del motel. Porque The Florida Project no es una película coral pese a los muchos personajes que intervienen, sino un relato con dos puntos de vista: el de Moonee, sus travesuras y la relación con su madre, y el de Bobby, el ángel guardián de tan peculiar lugar. 

Y al final, las palabras de Moonee a los agentes de los Servicios Sociales: “¿Por qué dice que me voy con otra familia?... ¿Esos polis se van a llevar a mi mamá?”. Y por ello se escapa en busca de Jancey, a quien dice: “Eres mi mejor amiga y esta puede ser la última vez que te vea”. Y al final las dos niñas, cogidas de la mano, y en un largo travelling que las sigue de espaldas, llegan a Disneyland y cuando vemos el castillo de Cenicienta llega el fundido en negro… y el final. Como si estas niñas huyeran hacia una infancia diferente… 

Sencillamente porque muchas infancias no son como Disneyland. Quizás porque no siempre sus familias son una bella atracción.

 

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