sábado, 1 de junio de 2024

Cine y Pediatría (752). Documentales educativos de cine (1): “Pequeña escuela” y “El lápiz, la nieve y la hierba”

 

La docencia y el séptimo arte se han convertido en un tema recurrente en Cine y Pediatría. Decenas de películas de todas las filmografías con la escuela como escenario, y alumnos y profesores como protagonista, algunas ya icónicas y otras menos conocidas. Y entre ellas algunas con carácter de película documental como las francesas Ser y tener (Nicolas Philibert, 2002), La clase (Laurent Cantet, 2008), Sólo es el principio (Jean-Pierre Pozzi y Pierre Barougier, 2010), Camino a la escuela (Pascal Plisson, 2013) y El gran día (Pascal Plisson, 2015); la estadounidense Esperando a Superman (Davis Guggenheim, 2010); la argentina La educación prohibida (German Doin, 2012); la española Entre maestros (Pablo Usón, 2012); la neerlandesa Los niños de la señorita Kiet (Peter Lataster y Petra Lataster-Czisch, 2016); y la alemana El profesor Bachmann y su clase (Maria Speth, 2021). 

Y a estas queremos sumar algunas películas documentales más en las próximas cuatro entradas de Cine y Pediatría, donde infancia, educación y séptimo arte se funden para reflexionar sobra los métodos educativos, con sus luces y sus sombras. Y hoy comenzamos con dos películas con mensajes tan poéticos y necesarios como sus propios títulos: la película belga, Pequeña escuela (Lydie Wisshaypt-Claudel, 2022), y la película española, El lápiz, la nieve y la hierba (Arturo Méndiz, 2017). 

- Pequeña escuela (Lydie Wisshaypt-Claudel, 2022) nos invita a cuestionar el sistema educativo escolar convencional en un alumnado de niños exiliados en Bruselas, a través de un experimento educativo llevado a cabo por las maestras Marie y Juliette, tal como indican en un cartel a la entrada del pequeño local: “La Petite École acoge a niños de 6 a 15 años que nunca han ido a la escuela”. 

Abdelaziz, Ahmad, Aziza, Birgal, Janoa, Khaled, Khoder, Mohamed, Nouredinne, Rokhaya, Youssef, Zained son el nombre de esos alumnos, que denota su origen. Niños y niñas emigrantes, un buen número procedentes de Siria, y que viven con sus familias bajo asilo y con el recuerdo de lo vivido (y sufrido) en la guerra. Y en la Petite Ecole estas dos maestras les ofrecen espacio y tiempo de forma individualizada, fuera de los procesos formales de aprendizaje académico, para volver a ser niños, antes de enfrentarse a la institución escolar que esperar de ellos que sean alumnos. Aquí lo importante no es leer y escribir, sino ofrecerles un entorno amable que les prepare para “la gran escuela” al curso siguiente. Y así lo reflexionan, entre ellas mismas, pero también ante diferentes comunidades educativas, para evitar que su proyecto se considere una “falsa” escuela: “Tenemos bastantes niños que tienen problemas con la escuela en sí. Deben haber vivido cosas terribles. Algunos niños se ponen a llorar, tienen pataletas, se revuelven por el suelo, porque no entienden cómo funciona la escuela”

Porque el objetivo de esta Petite École, según nos explican Marie y Juliette, es reducir esos comportamientos negativos (especialmente llamativos en Ahmad y Khaled), proporcionar un espacio seguro previo a la escuela en el que puedan mitigar todo tipo de miedos y ansiedad, y ganarse la confianza de los niños y sus familias para evitar el fracaso escolar o la educación especial en el futuro. Y ello porque el estado postraumático de lo vivido por esa infancia refugiada les impide afrontar la escolarización. Y de esta forma la película nos exige cuestionar la escuela como un lugar que perpetúa, quizás, la opresión para todos nosotros. 

- El lápiz, la nieve y la hierba (Arturo Méndiz, 2017) es un canto a las escuelas unitarias, tal como sigue ocurriendo en algunos pueblos del Pirineo oscense: un aula, un maestro y un puñado de niños y niñas de todas las edades en pueblos pequeños, donde aprenden y juegan juntos. Y así nos sitúa en el principio del propio film: “Esta película tiene lugar entre Chistén, muy cerca de la frontera de Francia, y una serie de pueblos esparcidos en 30 Km río abajo en los valles de Cinca y Cinqueta”. 

Carlos, Israel, Naza, Iván… son algunos de los profesores que nos cuentan su experiencia. Y se desgranan los pueblos y las vivencias: Chistén (140 habitantes, 8 niños en la escuela), Saravillo (94 habitantes, 8 niños en la escuela), Tella (21 habitantes, sin escuela), Bielsa (331 habitantes, 39 niños en la escuela), Plan (186 habitantes, 12 niños en la escuela), Laspuña (248 habitantes, 7 niños en la escuela), San Juan de Plan (147 habitantes, 14 niños en la escuela) y Parzán (63 habitantes, sin escuela). Pueblos donde el paisaje es tan hermoso como dura es la vida. Y la experiencia de estos profesores titulares y profesores itinerantes en este CRA (Centro de Recuperación Agraria) y su agrupación de colegios, donde uno de ellos nos explica algo no difícil de entender: “Cerrar una escuela es como matar a ese pueblo”. 

Y al final se nos muestra el destino de alguno de los alumnos y profesores, y una dedicatoria: “A mis padres. A todos los que hace posible la escuela rural”. Y todo este documento cinematográfico con el fondo musical de la guitarra omnipresente de Joaquín Pardinilla, que le da más emoción al mensaje. Pero, por desgracia, una película con tan poca difusión que no es posible ni encontrar el tráiler en Youtube. Para reflexionar sobre lo que es este negocio quizás mal llamado séptimo arte… lo digo por lo de arte (y conciencia).

Porque la educción es clave en el desarrollo de los seres humanos. Y nuestras películas de hoy (y las que vendrán en las siguientes publicaciones) nos permiten reflexionar sobre ello. Vale la pena...

 

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