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sábado, 30 de agosto de 2014

Cine y Pediatría (242). “Efectos secundarios”, primum non nocere a ritmo de thriller


Hace 3 años comentamos en “Cine y Pediatría” una película de Steven Soderbergh no típicamente pediátrica, pero si de un problema médico general: Contagio (2011), con la polémica sobre las epidemias y pandemias de trasfondo y con el poco buen recuerdo de la pandemia de la gripe A del año 2009. 
Como si la casualidad no existiera, ahora que vivimos el brote del virus del Ébola, volvemos a comentar otra película del mismo director estadounidense, también sobre un tema de interés médico general (y que tiene su clara repercusión sobre la infancia y adolescencia): Efectos secundarios (2013) y que nos sirve para recordar un tema fundamental como es el de la seguridad de los pacientes. 

Porque debemos aprender a desarrollar un modelo de medicina cercana, científica y humana. Una medicina que intente ofrecer la máxima calidad con la mínima cantidad (de intervenciones) y en el lugar más cercano al paciente. Si esto es importante en general, consideramos vital en Pediatría. Y en este sentido, cabe no olvidar la conocida sentencia: "Hay algunos pacientes a los que podemos ayudar, pero no hay ninguno al que no podamos dañar". ¿Cómo hacer de este tema tan general un thriller de interés? No era tarea fácil, pero Soderbergh es un realizador de talento y prestigio, uno de los pocos que puede presumir de haber ganado una Palma de Oro (en el año 1990 por Sexo, mentiras y cintas de vídeo) y un Oscar (en el año 2000 por Traffic). Estos premios son precisamente la prueba de su calidad y también de su capacidad para la mutación, dependiendo del proyecto que tenga entre manos. Y con Efectos secundarios, muestra, desde diferentes puntos de vista, el mundo de los fármacos y cómo éstos afectan en ocasiones de manera inesperada. Para sorpresa de ese Hollywood que le ha mimado durante veinte años, al presentar la película en el Festival de Berlín 2013, Soderbergh anunció que éste es su último trabajo cinematográfico y que a los 50 años se retira de una industria que le ha premiado y pagado bien, porque ya no entiende su trabajo y le parece que ha perdido toda relevancia cultural. El tiempo lo dirá… 

Emily (Rooney Mara) es una joven que, tras perder repentinamente su vida de ensueño, comienza a tener problemas de ansiedad. Para combatir la enfermedad acude a la doctora Dr. Victoria Siebert (Catherine Zeta Jones) que, con el tiempo, le ayudará a recuperarse. Pero tras la salida de la cárcel de su marido (Channing Tatum), donde ha permanecido varios años por problemas con el fisco, la joven recae de nuevo, hasta el punto de intentar suicidarse estrellando su vehículo contra la pared de un garaje. En el hospital le atiende el psiquiatra Jonathan Banks (Jude Law), quien le suministra un tratamiento antidepresivo. Pero éste parece no dar resultado, por lo que Emily visita al doctor de nuevo para que le recete otro medicamento, uno nuevo en el mercado y sobre el que el psiquiatra participa en un ensayo clínico en marcha. Lo que menos se podía esperar eran los efectos que iba a generar en ella este fármaco experimental: sonambulismo y pérdida transitoria de la percepción de la realidad. Con ello, la enferma se verá envuelta en un asesinato que inevitablemente salpicará a los doctores Sieberg y Banks, siendo difícil determinar quién es el verdadero culpable del atroz suceso, ¿la medicina, los médicos, o la paciente?. Y en la película se citan por sus nombres algunos de estos fármacos como Zoloft, Prozac, Wellbutrin o Effexor… y la promoción de un nuevo antidepresivo denominado Ablixa (alipazone). 

Un buen guión firmado por Scott Z. Burns, colaborador habitual del cineasta, nos adentra en abundantes y sugerentes conflictos bioéticos, profesionales y morales derivados de las prácticas médicas en concomitancia con la industria farmacéutica, unas relaciones siempre complicadas en las que conviene mantener la integridad ética y estética. Porque lo que aparenta como un drama sobre la relación entre médico (un psiquiatra con intereses profesionales y algún conflicto de interés económico) y paciente (con la enfermedad psiquiátrica de trasfondo, una enfermedad especialmente proclive a temas como la prevención cuaternaria y el "diseases mongering" o promoción de enfermedades), pasa a convertirse en un intrincado y fascinante thriller donde las apariencias engañan y todas las piezas expuestas comienzan a encajar de un modo imprevisto. 
Un casi clásico thriller freudiano con sus dosis de chantaje, asesinato, negocios sucios, que pretende ser a la vez, como lo definió el diario The Independent, un poco de drama médico, drama judicial, drama carcelario y un misterioso asesinato, en el sentido de que se conoce al asesino pero se ignoran sus motivos, y que plantea claramente la relación de dependencia existente entre el ser humano y los medicamentos, un fenómeno nada sorprendente en un mundo volcado ansiosamente en la búsqueda del éxito y ausencia de enfermedad, donde todo va cada vez más rápido y donde siempre parece existir un medicamento para la mayoría de los males físicos y psicológicos, reales o ficticios (la medicalización de nuestra sociedad). 

Hay otras películas sobre las complicadas relaciones del triángulo paciente-médico-industria farmacéutica. Películas que van del documental tipo Sicko (Michael Moore, 2007), denuncia del sistema sanitario norteamericano y las estafas de las aseguradoras, a películas de tipo Dallas Buyers Club (Jean-Marc Vallée, 2013) con un Matthew McConaughey de Oscar al protagonizar la vida real de Ron Woodroof, un cowboy de rodeo texano, drogadicto y mujeriego, al que en 1986 le diagnosticaron SIDA y le pronosticaron un mes de vida, y su lucha por sobrevivir con el único medicamento disponible en aquella época para luchar contra tan terrible enfermedad: el AZT (y el recuerdo de Philadelphia de Jonathan Demme, filmada 20 años antes). Películas que han pasado casi desapercibidas como Duplicity (Tony Gilroy, 2009) sobre el espionaje en las industrias farmacéuticas a películas que son un icono, como El jardinero fiel (Fernando Meirelles, 2005), basada en la novela homónima de John Le Carré y que nos adentra en los ensayos ilegales llevados a cabo en niños nigerianos por empresas farmacéuticas en 1996. Y cabe no confundir esta película con la que los afectados por la talidomida de España hace tiempo difundieron, una película que muestra el pasado nazi del laboratorio Grünenthal, su fabricante, bajo el título de Side Effects

Y hay otras películas que hablan de medicamentos de cine que prometen mucho, pero que acaban quitando más de lo que dan (y que nos recuerdan que siempre hay que leer bien el prospecto de cualquier fármaco): 
- El Kalocin prescrito en La amenaza de Andrómeda (Robert Wise, 1971), denominado “el antibiótico universal”, capaz de curar cualquier infección e incluso enfermedades de otro origen, como el cáncer; pero el problema surge es cuando se deja de tomar y fracasa el sistema inmunológico. 
- El Efemerol de Scanners (David Cronenbergh, 1981), recetado durante los 60 a mujeres embarazadas para aliviar las molestias de su gestación y que no provoca malformaciones en los hijos (a diferencia del medicamento real en el cual está inspirado, la talidomida), sino niños con poderes telepáticos y estados maníacos. 
- El Dypraxa de El jardinero fiel (Fernando Meirelles, 2005), anunciado como el tratamiento definitivo contra la tuberculosis, aunque aún en fase experimental, y cuya experimentación más cruel muestra que la compañía usa cobayas humanas en el centro de África, con un problema añadido: dicha práctica fraudulenta podría llevar a una epidemia global de tuberculosis, puesto que el bacilo de Koch está haciéndose resistente a la droga. 
- El Quietus suministrado gratuitamente por el gobierno británico en Hijos de los hombres (Alfonso Cuarón, 2006), el antidepresivo más eficaz que se conoce, porque tiene efectos drásticos sobre el cuerpo y la mente del consumidor, hasta tal punto que el cuerpo y la mente dejan de funcionar tras la ingestión de la droga y se convierte en un método de suicidio esponsorizado por las autoridades. 
- La Fórmula de Krippen de Soy leyenda (Francis Lawrence, 2007), desarrollada a partir del virus de la parotiditis, sustancia que se anuncia como la cura definitiva contra el cáncer. Pero el problema esencial es que no sólo cura la enfermedad oncológica, sino que convierte a sus pacientes en zombies mutantes que contagian su condición al 10% de la población humana. 
- El ALZ-113 de El origen del planeta de los simios (Rupert Wyatt, 2011), un paso adelante sobre el ALZ-112, que se mostró incapaz de curar el mal de Alzheimer, y cuya capacidad para estimular la actividad neuronal no se limita sólo a los humanos. Los efectos terapéuticos ocurren en los simios (hasta convertirles en la nueva especie dominante de la Tierra), pero en los humanos acaecen los efectos adversos. 
- El NZT-84 recetado en Sin límites (Neil Burger, 2011), una droga sintética para triunfadores, y que permiten expandir la capacidad intelectual hasta el infinito, con unos pequeños problemas: crea adicción y su consumo de forma muy habitual puede resultar incompatible con la vida.

Lo dicho, un tema de rigurosa actualidad en sanidad es de la seguridad del paciente, sobre el que debemos plantear las siguientes reflexiones:
-Conocer las causas de los eventos adversos en la asistencia sanitaria nos ayudará a promover las unidades de gestión de riesgos. Y a no olvidar el principio hipocrático: "Primun non nocere".
- La gestión de calidad total pone especial hincapié en el siglo XXI en la cultura de la seguridad del paciente. Y promueve la responsabilidad sanitaria de notificación de eventos adversos.
- El liderazgo en la cultura de seguridad de industria farmacéutica, profesionales sanitarios y pacientes permitirá cambiar la cultura de la "culpa" por la cultura del "conocimiento".
- Y una clave: que más allá de la prevención primaria, secundaria y terciaria..., nos encontramos con la prevención cuaternaria, porque es fundamental prevenir el "exceso de diagnóstico, tratamiento y prevención sanitaria".

Porque en la seguridad del paciente hace falta cultura y liderazgo. Y, por qué no, películas de cine adecuadas que nos permitan afrontar con ciencia, conciencia y responsabilidad este gran problema de la sanidad: los efectos secundarios o efectos adversos.

 

jueves, 24 de enero de 2013

NICE publica una guía sobre manejo y tratamiento de la esquizofrenia infantojuvenil


La medicalización excesiva e injustificada de la población pediátrica es para mí un hecho. Lo tengo comprobado desde mi puesto de pediatra de atención primaria...

...  Y me causa una preocupación mayor, muy particularmente, el fenómeno de "etiquetado" con diagnósticos psiquiátricos que muchos niños sufren (injustificadamente en no pocas ocasiones)... y me causa horror la prescripción de psicofármacos a niños que no los necesitan.

En el cammpo de la psiquiatría infantil es necesario poner orden. La influencia de Estados Unidos, con sus prevalencias infladas de TDAH  y de  trastorno bipolar infantil entre otras enfermedades, unido al incremento exponencial del uso de antipsicóticos en población pediátrica, hace necesario poner un poco de orden en medio de semejante panorama.

Y es en este terreno donde las guías de práctica clínica (GPC) tienen mucho que decir. La agenncia británica NICE acaba de publicar con su rigor habitual, una GPC de manejo y tratamiento de los trastornos psicóticos y de la esquizofrenia en niños y adolescentes.

El pdf completa de la GPC podéis descargarlo desde este enlace. Y si tenéis prisa, poddéis aceder a las recomendaciones de NICe desde aquí.

Si la reducción de la variabilidad injustificada en la práctica clínica ha de ser un objetivo capital de todos los sistemas nacionales de salud, esta reducción es esencial en el campo de la psiquiatría, especialidad donde no existen marcadores biológicos diagnósticos y donde la opinión subjetiva y la variabilidad inter (e incluso intra) profesional es enorme.


Y... una última ccuestión: ¿Se está haciendo el esfuerzo necesario para implementar las recomendaciones de estas GPC? Mi impresión es que no... Las administraciones sanitarias, central y autonómicas, deberían hacer el esfuerzo de promover la implementación de las recomendaciones de estas GPC Esfuerzo que yo no veo en la actualidad.

martes, 4 de septiembre de 2012

Consumo pediátrico de antipsicóticos y "psiquiatrización" de la vida cotidiana


La "psiquiatrización" de los avatares y hechos vitales varios está a la orden del día. El fenómeno del "mongering disease" o promoción de enfermedades no es modo alguno ajeno a este hecho. A la timidez se le llama ahora "fobia social", y recuerdo perfectamente que cuando se acuñó este nuevo término, con una prevalencia - hablo de memoria - de hasta un 5%, existía ya - oh, milagro - "el tratamiento· para la misma: la paroxetina, un ISRS que existía ya antes del "descubrimiento" de este nuevo trastorno.

Otras situaciones de la vida cotidiana, como puede ser el duelo, resultan intolerables en nuestra sociedad y es necesario "tratarlas". Incluso se está hablando ya de "medicamentos para olvidar recuerdos traumáticos". Sin comentarios.

Los niños y adolescentes, lamentablemente, no se escapan a esta progresiva patologización de los estados de ánimo. Este verano podíamos leer en la prensa una noticia con el siguiente titular: "Aumenta uso de antipsicóticos en jóvenes estadounidenses".

La situación en Estados Unidos es preocupante, y me hago eco de ella porque ya se sabe lo susceptibles que somos en Europa al "efecto contagio" a todo lo que viene de aquel país. La noticia de prensa reseñada se basa en un artículo publicado en "Archives of General Psychiatry" el pasado mes de agosto. Algunos datos numéricos que pueden consultarse en su resumen son profundamente alarmantes:
  • Entre 1993-1998 y 2005-2009, las visitas con una prescripción de medicamentos antipsicóticos por cada 100 personas aumentó de 0,24 a 1,83 para los niños y de 0,78 a 3,76 para los adolescentes.
  • De 2005 a 2009, los antipsicóticos se incluyeron en el 28,8% de las visitas psiquiátricas de adultos y en el 31,1% de las visitas psiquiátricas de adolescentes. 
  • El tratamiento antipsicótico se ha incrementado rápidamente, especialmente entre los jóvenes, y, recientemente, los antipsicóticos se han prescrito en aproximadamente la misma proporción en las visitas al psiquiatra de jóvenes y adultos.
Parece que en Estados Unidos, según el mismo artículo, el incremento del consumo de antipsicóticos en niños se atribuye gran parte a que los médicos indican los fármacos para tratar conductas disruptivas, como el trastorno de déficit de atención con hiperactividad (TDAH), aunque la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) de Estados Unidos no aprobó ninguna terapia para esos desórdenes en la población pediátrica.

¿Por qué considero todo esto preocupante? Porque ese temido "efecto contagio" del que hablaba al inicio de esta entrada ya ha está teniendo lugar, aunque tímidamente. Ya he tenido noticia de niños diagnosticados de TDAH que toman risperidona (¿?). Una indicación sin justificación científica alguna y que puede ser fuente de efectos indeseables diversos sobre el cerebro en formación y sobre el metabolismo, con incremento del peso y de muchas condiciones asociadas al mismo (diabetes, hipertensión, etc).

El "Mongering disease" en psiquiatría goza de una preocupante buena salud. Podíamos leer en la prensa recientemente otra noticia preocupante: en junio de este año podíamos leer que "Una de cada dos personas con trastorno bipolar no está diagnosticada". Un "esfuerzo" más por aumentar el abanico de personas sanas susceptibles de poder ser medicadas, con el beneficio que eso conlleva para la industria farmacéutica correspondiente.

¿Se avecina una "epidemia de trastorno bipolar en niños"? Los pediatras tenemos que estar alerta ante esta posibilidad. Los actuales estudios de prevalencia cifran la misma en un 1,8% (IC 95%: 1,1 a 3%). Se trata de prevalencias muy elevadas y que, al menos en mi práctica clínica diaria, (evidencia no extrapolable más que a mí mismo, por supuesto) creo que no se corresponden a la realidad.

La situación comienza a ser preocupante y, retomando el tema del consumo de antipsicóticos en niños,  es recomendable para todos la lectura de un artículo publicado en la revista "Evidencia. Actualización en la práctica ambulatoria" titulado 

 "Basadas en un cuerpo de evidencia mucho mayor, aunque de mala calidad y proveniente de adultos, las notas terapéuticas anteriores sobre olanzapine y quetiapine concluyeron que se requiere más y mejor evidencia para demostrar la efectividad y la seguridad a largo plazo de los nuevos antipsicóticos y que la efectividad y la seguridad a largo plazo todavía no ha sido determinada. Es evidente que estas conclusiones se aplican aún más a los niños. En ellos, el desarrollo temprano de obesidad o diabetes tipo 2 puede ser irreversible. Los médicos y los padres deben ser especialmente prudentes y cuidadosos al considerar el uso de estos medicamentos en los niños".

La polémica está servida. Y los pediatras, abogados de nuestros niños, debemos estar muy atentos para impedir "estigmatizaciones" en forma de falsos diagnósticos que acompañarán al niño durante todo su periplo vital y para no admitir la prescripción de tratamientos que pueden interferir de forma grave sobre su salud.