El término incesto proviene del latín incestus, que significa “no casto”, y consiste en las relaciones o encuentros sexuales entre individuos cuya línea de consanguineidad es muy cercana, tal como las relaciones entre madres o padres con sus hijos, encuentros íntimos entre hermanos, y otras. Por lo general, la mayoría de los grupos sociales, a nivel histórico y cultural, han prohibido las relaciones incestuosas y han incentivado a las personas a formar relaciones con otras personas que no pertenezcan al mismo núcleo familiar. Sin embargo, ningún tema escapa de las pantallas del cine, y este tema tampoco lo ha sido, y recordamos algunas películas que ya hemos tratado en Cine y Pediatría: Lolita (Stanley Kubrick, 1962), La luna (Bernardo Bertolucci, 1979), La zona oscura (Tim Roth, 1999), Inocencia interrumpida (James Mangold, 1999), Soñadores (Bernardo Bertolucci, 2003), Precious (Lee Daniels, 2009), Canino (Yorgos Lanthimos, 2009), No tengas miedo (Montxo Armendáriz, 2011) o Reina de corazones (May el-Toukhy, 2019). Y dado que la semana pasada hablamos de Louis Malle, hoy regresamos con una obra emblemática suya y parcialmente autobiográfica: El soplo al corazón (1971), una concesión a sus recuerdos de adolescencia, donde una parte de la trama nos aboca a una relación incestuosa, consciente y aceptada de madre e hijo, pero en una película que es mucho más (aunque este fuera el punto más controvertido en aquel tiempo para esta obra).
El título de la película se entiende a mitad de metraje, cuando un doctor amigo de la familia realiza el siguiente diagnóstico al adolescente Laurent (Benoît Ferreux), de 14 años: “Solo puedo confirmar su diagnóstico: insuficiencia aórtica reumática provocada por un comienzo de escarlatina, con hipertrofia y dilatación del ventrículo izquierdo. Es lo que vulgarmente se conoce como un soplo al corazón”. Y es lo que científicamente definimos como fiebre reumática, diagnóstico tan habitual a mitad del siglo XX, cuando ocurre la historia y también aquel tratamiento encomendado a base de reposo, bolsas de hielo en el corazón y salicilatos. Y a partir de ahí, Laurent vive como un rey en su cama, agasajado por todos, pero especialmente con su madre, con quien acaba pasando un tiempo en un balneario para acelerar su mejoría.
Pero antes de ese diagnóstico, hay un interesante prolegómeno que nos permite situar la historia en la primavera de 1954, en la ciudad francesa de Dijon. En esa primera mitad de metraje se nos adentra en la familia de Laurent (un padre ginecólogo distante, dos hermanos mayores y Clara – Lea Massari -, esa madre joven y bella de origen italiano, amorosa con todos, pero especialmente con el benjamín de la familia, al que llaman Renzino, y bien rodeados de personal de servicio), en su colegio (un colegio de bien regentado por una orden religiosa, donde se atisba el difícil equilibrio entre la educación, la religión y algún conato de pederastia que tanta huella deja) y en sus amigos y aficiones de adolescente (los primeros escarceos con el tabaco, el alcohol o el sexo). Y aunque el padre dice de Laurent aquello de “Este niño es tonto. No sé a quién habrá salido”, lo cierto es que es un chico con inquietudes, desde el hacer de monaguillo en el colegio, a sus lecturas (“Le Mythe de Sisyphe” de Albert Camus, “El principito” de Antoine de Saint-Exupéry, “J'irai cracher sur vos tombes” de Boris Vian, pero también obras de Marcel Proust o cuentos de Tintín) o inquietudes musicales (especialmente su amor por el jazz, con Charlie Parker y Dizzie Gillespie a la cabeza, siendo su música parte esencial de la B.S.O.de la película, como ya utilizara la música Miles Davis en su ópera prima del año 1957, Ascensor para el cadalso).
Una historia donde aquel año de 1954 queda perfectamente contextualizado en detalles, como el conflicto de la Guerra de Indochina (ese año daba comienzo el proceso de independencia de los países de esa región, Camboya, Laos y Vietnam) que supuso una herida para la moral francesa, el estreno de La condesa descalza (Joseph L. Mankiewicz, 1954) con el brillo de Ava Gardner, la publicación por Pauline Réage (seudónimo de Dominique Aury) de la controvertida obra “Histoire d´O” o el primer Premio de la montaña para Federico Martin Bahamontes en el Tour de Francia.
Y con esta profunda contextualización del hijo/Laurent y su madre/Clara, se nos traslada a la segunda parte de la historia, aquella que transcurre en el balneario, donde su vida cambia de lugar y contexto, donde tienen todo el tiempo para ellos, y donde Clara sigue cuidando y queriendo a Laurent. Y donde aquella noche de la fiesta nacional francesa, un 14 de julio, ocurre algo (tratado con pudor de cámara) que será el secreto de ambos. Una relación ambigua, pero no enfermiza, sino dotada de indudable ternura: ese adolescente está enamorado de su madre - Edipo a la carga -, de la primera mujer que lo vio y lo consintió. Y resuenan las palabras de Clara: “No lo repetiremos nunca más, pero no te avergüences de ello cuando lo recuerdes. Recuérdalo con ternura”.
Porque como nos confiesa el propio director, El soplo al corazón fue escrito como en trance en una semana. Como le pasara en su película Adiós, muchachos (1987), aquí también el material toma prestado parte de su vida – la mencionada dolencia cardíaca y su recuperación en unas termales, su pasión por el jazz, su afición por el Tour de Francia, la situación económica privilegiada, la fascinación con el suicidio como tema de estudio, la tendencia alcohólica de su hermano mayor, la broma familiar con un cuadro falso de Corot, la iniciación sexual promovida por sus hermanos –, pero obviamente en el aspecto más polémico de este filme, el de la situación incestuosa, Malle tomó las licencias artísticas que quiso para describir y extremar la relación materno-filial. Por supuesto que El soplo al corazón despertó gran curiosidad y polémica tanto en Europa como en América. Hubo voces en contra suya (en España fue prohibida), pero buena parte de las opiniones estuvieron a favor de la mirada, desprovista de morbo y patología, de Malle. Fue incluso nominada al premio Óscar a mejor guion original.
Porque, aunque lo de Laurent al fin de cuentas fueron unas extrasístoles de adolescente que amaba el jazz, nada más, pero en la historia del cine ha quedado como un viaje de la fiebre reumática a la fiebre del incesto.
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