sábado, 4 de mayo de 2024

Cine y Pediatría (748). “Con los pies en la tierra” en los barrios marginales europeos


“Esto fue exactamente lo que pasó. O puede que no”. Con este aviso comienza esta película alemana ambientada en uno de los barrios conflictivos de la ciudad de Berlín, Neukölln, y alrededor de cuatro adolescentes que intentan sobrevivir entre batallas de pandillas, drogas, música rap y reguetón, sexo, violencia, aburrimiento y familias desestructuradas: Con los pies en la tierra (David Wnendt, 2023). Historia basada en la exitosa novela autobiográfica del comediante y joven escritor Felix Lobrecht, “Sonne und Beton”, que es el título original de la película. Puro sol y hormigón en un barrio marginal de Berlín para esta película que fue merecedora de cuatro nominaciones en los Deutscher Filmpreis 2023, premios del cine alemán conocidos popularmente como Premios Lola, aunque en esa edición los principales galardones fueron para Sala de profesores (Ilker Çatak, 2023) y Sin novedad en el frente (Edward Berger, 2022). 

Porque en la ciudad de Berlín los barrios más inseguros y conflictivos son Kreuzberg, Wedding y Neukölln. Y como en toda megaurbe europea, los barrios conflictivos sigue un patrón bastante similar, combinación de inmigración, paro, pobreza, delincuencia, drogas… En concreto, Neukölln, barrio berlinés situado en el sur de la ciudad, atesora una de las tasas más altas de inmigración: el 40% de sus habitantes son inmigrantes, la mayoría turcos, kurdos y árabes. Y aquí conocemos a nuestro cuatro adolescentes protagonistas, todos producto de familias disfuncionales: Lukas (Ley Rico Arcos), huérfano de madre, vive con su padre, un hermano mayor metido en negocios sucios y un hermano menor al que le dedica este piropo: “Eres el típico pringado alemán: enclenque, rubio y con pelo de pijo”; Julius (Vincent Wiemer), el matón y más violento, vive en un cuarto sin muebles y en un piso con su hermano mayor y otros colegas; Gino (Rafael Luis Klein-Heßling), quien mal convive con un padre alcohólico y maltratador, quien no tiene reparo en pegar a su esposa y a su hijo; y Sánchez (Aaron Maldonado-Morales), el chico cubano que acaba de llegar con su madre al barrio y al instituto. 

Y en esta combinación de familias desestructuradas, barrios inseguros y marginales con la pobreza como bandera, y centros escolares conflictivos e ingobernables, donde impera la misma violencia que viven en su entorno, se nos retratan siete días en la vida de nuestros protagonistas. Un entorno que es el cóctel perfecto para criar jóvenes delincuentes. Allí donde pese a la dura existencia, la amistad intenta salir a flote, entre colmenas de pisos, institutos y piscinas con guardias de seguridad, entre el robo de ordenadores en el instituto y las peleas entre bandas, con una violencia explícita que se incrementa por el particular uso de la cámara. De hecho, Lukas se nos muestra en la mitad del metraje con una cara “como un Picasso”, como le dicen sus amigos, tras una pelea de bandas. 

Una película desgarradora como la vida misma. Donde todo lo que puede empeorar, empeora. Y el descenso particular a los infiernos de cada adolescente continúa… pese al abrazo final de los cuatro amigos que sobreviven con los pies en la tierra en un barrio marginal de una gran ciudad europea. Y no es infrecuente que el cine desarrolle “coming of age” que no son un sueño, sino una pesadilla. Y baste recordar nuestra película de la semana pasada, la islandesa Beautiful Beings (Guðmundur Arnar Guðmundsson. 2022), también con otros cuatro amigos adolescentes.  

Sirva esta última película para conocer a su director, David Wnendt, quien no pasa desapercibido con los temas a los que nos enfrenta. Ya en la película Ha vuelto (2015) se atrevió a resucitar a Hitler siete décadas después de su suicidio, y donde aquel comienza a reinterpretar la Alemania que ve en pleno siglo XXI desde su perspectiva nazi. Pero que no nos dejó indiferentes tampoco con sus dos primeros largometrajes, donde dos chicas adolescentes eran protagonistas. En su ópera prima, Guerrera (Sangre y honor) (2011), compartimos las vivencias de Marisa (Alina Levshin), una chica neonazi agresiva, quien odia a los extranjeros, los políticos, el capitalismo y la policía, y a todos ataca y les culpabiliza de que su novio esté en la cárcel y que todo lo que la rodea se desmorone. Y luego llegó quizás la más trasgresora, Wetlands (Zonas húmedas) (2013), donde la persistente voz en off de Helen (Carla Juri) nos hace conocer a esta adolescente sexualmente desinhibida que está en plena fase de autodescubrimiento y que piensa que la higiene corporal está completamente sobrevalorada, con reflexiones con este calado: “Mi madre me enseñó lo difícil que es mantener el coño limpio. Los coños enferman con más facilidad que los penes”. Una película que comienza con esta reflexión: “Este libro no debiera ser leído ni adaptado para una película. No es más que un espejo de nuestra triste sociedad. La vida tiene mucho más que ofrecer que la desagradable perversidad del corazón humano. Necesitamos a Dios”. Y a buen seguro, que esta reflexión es válida para toda la filmografía de David Wnendt y, sin duda, para nuestra película e hoy, Con los pies en la tierra.

 

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