Los malos hábitos son comportamientos repetitivos y perjudiciales que se integran en nuestras rutinas diarias, a menudo de forma inconsciente, y que tienen consecuencias negativas para nuestra salud física, mental y emocional. En esencia, un mal hábito es una respuesta automática a una señal o desencadenante específico que proporciona una recompensa inmediata, aunque sea perjudicial a largo plazo. Este ciclo de señal, rutina y recompensa es lo que afianza el hábito en nuestro cerebro, convirtiéndolo en una acción casi instintiva. Los malos hábitos pueden manifestarse en todas las áreas de nuestra vida. Algunos de los más comunes son la mala alimentación , el sedentarismo, la falta de sueño, un exceso de uso de pantallas, el tabaquismo, el consumo excesivo de alcohol o la procrastinación.
Desde una perspectiva psicológica, la formación de hábitos, tanto buenos como malos, está estrechamente ligada al funcionamiento de los ganglios basales, una zona del cerebro responsable del aprendizaje y de las acciones automáticas. El proceso se puede desglosar en tres componentes clave: la señal o desencadenante (es el estímulo que inicia el comportamiento), la rutina (la acción que realizamos de forma automática) y la recompensa (el beneficio inmediato que obtenemos de la rutina y que refuerza el hábito). Por ejemplo, sentir estrés (señal) puede llevar a comer comida basura (rutina), lo que proporciona una sensación temporal de consuelo (recompensa); con cada repetición, esta conexión neurológica se fortalece, haciendo que el hábito sea más difícil de romper.
Superar un mal hábito no es una tarea fácil, pero es posible con conciencia, esfuerzo y una estrategia adecuada. Los pasos clave para el cambio incluyen identificar el desencadenante, reemplazar la rutina, establecer metas realistas y buscar apoyo. En definitiva, los malos hábitos son patrones de comportamiento aprendidos que, aunque perjudiciales, pueden ser desaprendidos y reemplazados, lo que es una inversión fundamental en nuestra salud y bienestar a largo plazo.
Y bajo ese mismo título se presenta una película mexicana: Malos hábitos (Simón Bross, 2007), un drama psicológico que explora las obsesiones humanas con el cuerpo, la comida y la fe, a través de tres historias entrelazadas que giran en torno a los trastornos alimenticios y la represión. Historia cruzadas con una estética muy particular, bajo los acordes musicales de Daniele Luppi, y donde dos imágenes son omnipresentes: la comida y el agua. Esa comida que a todos obsesiona, a la madre anoréxica, a la hija obesa, a la tía monja, al padre que se lía con un alumna que disfruta de la comida, esa comida en el hogar, en el convento o en el nido de amor. Y esa agua que suena y cae continuamente en los cristales, esa lluvia que asola el país; también esa agua del mar, de las piscinas, de los acuarios o las duchas. La película retrata a una familia en que distintos integrantes sufren trastornos alimenticios. Tres historias cruzadas alrededor de tres líneas narrativas principales.
Matilde (Ximena Ayala), quien, tras graduarse en Medicina, decide ingresar de novicia en un convento. Una joven monja que realiza secretamente un ayuno místico para terminar con lo que considera un segundo diluvio, pues cree que el ayuno extremo la acercará a Dios. Matilde interpreta las lluvias incesantes como una señal divina y cree que debe sacrificarse por la salvación del mundo, mientras prepara a su prima Linda para la primera comunión.
Elena (Elena de Haro) y su única hija, Linda (Elisa Vicedo), donde Elena es una mujer obsesiva y delgada hasta la exageración (sus hábitos son de anorexia nerviosa, también su peso de 40 Kg), quien se avergüenza de que su hija sea gordita, y hace hasta lo imposible por adelgazarla. Elena lleva a su hija al pediatra para que le ponga a dieta y pueda adelgazar en dos meses, antes de la comunión. ”Doctora, ¿cuánto peso puede perder en una semana?”, pregunta la madre, mientras Linda se junta con otro chico obeso para comer a escondidas… Como no consigue perder peso, luego acuden a una dietista, más tarde a acupuntura china… Todos fracasan y, pese a las palabras de un médico “Salga a la calle. Hay gordos por todas partes”, la madre exhorta a su hija: “Cuando seas grande, querrás casarte y tener un novio guapo que te quiera mucho, y una casa linda. Échale ganas”; pero Linda piensa: “Soy gorda y fea”.
Gustavo (Marco Antonio Treviño) es el padre de Linda y esposo de Elena, un arquitecto y profesor universitario que también lidia con la obsesión de su mujer por el peso y la comida, y quien acaba enamorándose de una alumna de origen peruano y amante de la buena comida (Milagros Vidal), con la que tiene encuentros furtivos en un hotel y donde disfrutan de la cama y la comida como un ritual. Una chica alegre y positiva, que le acaba diciendo: “Si el problema no tiene solución, para qué te preocupas. Y si tiene solución, para qué te preocupas”.
Las tres historias avanzan en paralelo hasta llegar a un punto de quiebra. Matilde colapsa en el convento y es hospitalizada en estado grave. Durante la ceremonia de la Primera Comunión, Linda desobedece a su madre y come pastel en público, provocando la indignación de Elena; luego la niña intenta suicidarse (con lo que era un placebo). Gustavo se distancia de ambas y continúa su relación con su alumna, a quien deja embarazada. Y Elena fallece. La película finaliza con los personajes enfrentando las consecuencias de sus decisiones, sin ofrecer resoluciones claras…Y donde la lluvia continúa.
Porque el título de Malos hábitos mezcla el doble sentido de esos malos hábitos alimenticios con los esos hábitos religiosos de uno de sus personajes, también una crítica al deformado pensamiento religioso, quien convierte en pecado el placer de la comida. Un juego de palabras para centrar su historia entre la fe por detener el caos y la convicción recalcitrante por evitar la obesidad. Y ello en una película que nos permite abordar temas como los trastornos alimenticios y cómo el cuerpo se convierte en un campo de batalla (ya sea por el rechazo a la comida o por la necesidad de adelgazar para cumplir expectativas sociales), la crítica a los estándares sociales de belleza, y esa alienación emocional donde los personajes viven desconectados emocionalmente, presos de sus propias obsesiones.
Malos hábitos es una crítica dura pero sensible a los mecanismos sociales, religiosos y familiares que distorsionan la relación del ser humano con su cuerpo y su espiritualidad. Su mensaje es claro: los extremos —ya sean nutricionales, religiosos, estéticos o emocionales— terminan por enfermarnos, esos malos hábitos que cabe corregir. Allí donde Simón Bross no se limitó a la dirección y guion, pues también se dio a la tarea de crearle una campaña publicitaria y donde acuñó la frase “Uno deja de comer porque está muy lleno o muy vacío”, slogan perturbador que complementa la imagen del cartel, que alude de forma directa al símbolo más importante de la religión católica (la cruz) y que es creado a partir de cubiertos, estando abajo las tres mujeres protagonistas principales, tres familiares de tres edades diferentes: la madre adulta, Elena; la hija niña, Linda; y la joven tía, Matilde. Historias circulares desde México que rememoran a las que ya nos dejaron algunas películas de Alejandro González Iñárritu.
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