sábado, 16 de agosto de 2025

Cine y Pediatría (814) “Mi vida en rosa”, el póker de los cromosomas X e Y

 

El cine en francés casi nunca deja indiferente al tratar los temas de la infancia, adolescencia y familia, que son la base de nuestro proyecto Cine y Pediatría. Y, dentro del cine en francés, el que procede de Bélgica es especialmente contundente. Basta revisar algunos de los títulos ya vistos, comenzando por aquellos directores belgas de especial calado, como el cine sociológico de los hermanos Dardenne (Rosetta, 1999; El hijo, 2002; El niño, 2005; El niño de la bicicleta, 2011; El joven Ahmed, 2019; Tori y Lokita, 2022) y el peculiar cine de Jaco Van Dormael (Totó el héroe, 1991; El octavo día, 1996; El nuevo Nuevo Testamento, 2015). A estos nombres se han sumado otros, con temas siempre candentes: Ben X (Nic Balthazar, 2007) sobre el trastorno del espectro autista; Blue Bird (Gust Van Berghe, 2011), travesía visual alrededor del realismo mágico infantil en África; Color de piel: miel (Laurent Boileau, Jung Henin, 2012) sobre la adopción infantil; Melody (Bernard Bellefroid, 201$) sobre la maternidad subrogada y los vientres de alquiler; 9 meses (Keeper) (Guillaume Senez, 2015), alrededor de la maternidad y paternidad en adolescentes; Aves de paso (Olivier Ringe, 2015) sobre la discapacidad infantil y la amistad; Una oportunidad para ellos (Thierry Michel, Pascal Colson, 2017) y Pequeña escuela (Lydie Wisshaypt-Claudel, 2022), ambas sobre la educación infantil; Instinto maternal (Olivier Masset-Depasse, 2018) alrededor de la pérdida de un hijo; Un pequeño mundo (Laura Wandel, 2021) sobre el acoso escolar; Dalva (Emmanuelle Nicot, 2022) sobre la pederastia; o Close (Lukas Dhont, 2022), alrededor de las aristas de la amistad infantil.                   

Curiosamente Lukas Dhont es otro joven director al que hay que tener en cuenta y que en el año 2018 nos dejó la película Girl, basada en la historia real de Nora Monsecour, quien quería ser bailarina y se enfrentaba al problema de haber nacido en un cuerpo masculino. Al año siguiente el tema de la transexualidad también estuvo presente en Lola (Laurent Mitcheli, 2019), esa especial road movie de un padre y su hija trans por los caminos belgas (franceses y flamencos) hacia la reasignación de sexo de nuestra protagonista. Pues bien, un tema tan delicado como la transexualidad ya se fue abordado por el cine belga hace tres décadas y lo hizo con el sentido y la sensibilidad de la película que hoy nos convoca: Mi vida en rosa (Alain Berliner, 1997), un película multipremiada en su momento, incluyendo el Globo de Oro a mejor película extranjera.  

Conocemos a la familia Fabre, quienes se acaban de mudar a una nueva urbanización y han preparado una fiesta para sus vecinos. El padre, Pierre (Jean-Philippe Écoffey), la madre, Hanna (Michéle Laroque, a quien ya conocimos en su espectacular papel de repartidora de pizzas en la onírica y necesaria película Cartas a Dios, escrita y dirigida en el año 2009 por Éric-Emmanuel Schmitt) y sus cuatro hijos preparan las mejores galas de bienvenida. Y allí conocemos a nuestro personaje, el tercer hijo, por nombre Ludovic (George Du Fresne), quien aparece vestido con ropas de mujer para sorpresa de todos, propios y extraños, entre los que se encuentra el jefe de Pierre y su familia. “Tienes 7 años, Ludo. A los 7 años ya no se viste de niña aunque te parezca muy divertido”, le dice amorosamente la madre.  

Se nos muestra que el sueño de Ludovic es ser una niña (por ello lleva el pelo largo y no quiere que se lo corten), parecerse a la muñeca Pam y poder casarse con el muñeco Ben, en este caso su vecino y compañero de clase Jérôme, a la postre el hijo del jefe de su padre. Y así se lo espeta a su madre: “Nos vamos a casar cuando ya no sea un varón”. Las alertas se van disparando en la familia y, ante la insistencia, Hanna le reprende: “¡Eres un varón y serás un varón toda la vida!”. Finalmente desde el colegio le recomiendan que consulte a un psicólogo, pues su actitud está incomodando a muchos. Ludovic hace lo que puede para comportarse (torpemente) como un chico y le pregunta a su hermana mayor: “¿Qué soy, niño o niña?”; y ella le explica, como puede y con un libro: “En Biología aprendimos por qué eres un niño o una niña. XY, eres niño. XX, eres niña. Es como jugar al póker, ¿entiendes o no?”. A partir de ahí se devienen escenas divertidas para llegar a su propio conclusión de que “es un niño-niña” y que Dios le enviará pronto una X y se podrá casar con Jérôme. 

La fiesta de teatro escolar lo empeora todo, al suplantar el papel de Blancanieves, por lo que llega al director del colegio la petición de los demás padres de la clase: “Lo siento mucho, pero la conducta y los gestos de Ludovic son demasiado excéntricos para esta escuela”. Tiene que cambiar de colegio, pero las cosas no van mucho mejor, pues ahora sufre acoso escolar. Como los padres no saben cómo actuar, al final deciden que quizás permitiendo lo prohibido, esto pierda interés, por lo que le dejan acudir con faldas a la fiesta de una vecina, lo que desencadena la repulsión de los demás: el padre es despedido del trabajo, les acosan con pintadas “¡Fuera los maricas!” y la madre le acusa de ser el culpable de todo lo que está ocurriendo. Al final la madre le corta el pelo, mientras sendas lágrimas recorren la mejilla de madre e hijo. Finalmente Ludovic decide irse a vivir con la abuela materna, la única que le comprende. 

Cuando el padre consigue otro trabajo, deciden trasladarse a otra ciudad. “Esta mejor desde que nos hemos mudado. Tal vez se le haya pasado”, piensa ingenuamente Pierre. En su nueva ubicación conoce a la niña tomboy Christine, y en una fiesta y por decisión de la niña, cambiarán de disfraces: ella se pone el traje de mosquetero y él tiene que vestirse con el de princesa… A partir de ahí deviene una experiencia onírica que reconcilia a madre e hijo, dejándonos el guiño de la muñeca Pam. 

Es Mi vida en rosa una película valiente, vista ahora cuando fue estrenada, pues aborda el tema de la transexualidad con tino, sin subrayados y con dosis de inteligente humor, pues, en muchas ocasiones, los temas serios es mejor abordarlos así. Y baste recordar las palabras que la profesora de Ludovic pronuncia a su clase: “Bien, niños, escúchenme un minuto. Me gustaría hablarles de algo. Entre sus compañeros hay algunos que son diferentes a ustedes. De todos modos, todos son diferentes. Deben aprender a aceptar a todos tal y como son y a respetar a sus compañeros. A su edad todos están buscando todavía su identidad y les pido que hagan un esfuerzo”

Y todos debemos seguir haciendo un esfuerzo para entender la incongruencia de género. Porque la vida puede ser en rosa, en azul o en muchos colores del espectro de la luz. Una luz que va mucho más allá del póker de los cromosomas X e Y. Porque la vida no va de cromosomas, ya lo hemos dicho muchas veces, va de respeto, de amor, de compresión, de apoyo, de felicidad,…

 

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