sábado, 20 de septiembre de 2025

Cine y Pediatría (819) “Sorda”, la maternidad desde el silencio

 

Desde Cine y Pediatría ya son varias las películas alrededor de la hipoacusia: historias reales como El milagro de Ana Sullivan (Arthur Penn, 1962) y La historia de Marie Heurtin (Jean-Pierre Améries, 2014); historias ficticias en tono de comedia como la película francesa La familia Bélier (Eric Lartigeau, 2014) y su remake estadounidense CODA: Los sonidos del silencio (Siân Heder, 2021), o historias ficticias en todo de drama como la película portuguesa Listen (Ana Rocha, 2020); también alguna película documental como la argentina Escuela de sordos (Ada Frontini, 2013). Y a todas estas se suma hoy la película española Sorda (Eva Libertad, 2025), una nueva ópera prima de esa gran escuela de directoras de cine en nuestro país y que procede de un corto previo de éxito.      

Ese paso del corto al largometraje en nuestro país ya lo hemos visto en la película Madre (Rodrigo Sorogoyen, 2019), Cerdita (Carlota Pereda, 2022) y La mitad de Ana (Marta Nieto, 2024). Y también lo vemos en nuestra película de hoy: primero llegó el cortometraje del año 2021 de 18 minutos de duración, y ahora llega el largometraje de 99 minutos. En ambos se cuenta la relación entre una joven sorda Ángela (Miriam Garlo en ambas películas) y su pareja oyente, por nombre Darío (Pepe Galera) en el corto y Héctor (Álvaro Cervantes) en el largo, enfrentados a llegada de su primer hijo en común. Cabe referir que Miriam Garlo es una actriz sorda y hermana de la directora; y que recordamos a Álvaro Cervantes en su papel en una de las historias de Adú (Salvador Calvo, 2020), pero especialmente por encargar al rey Carlos I de España y emperador Carlos V en la serie Carlos, Rey Emperador. Y ambos se dejan la piel en su interpretación.     

Es Sorda una de las agradables sorpresas del cine español de este año, este retrato tierno y realista de cómo una mujer sorda y su pareja oyente se enfrentan al nacimiento de su primer hijo en una sociedad hecha por y para los que oyen. Una película grabada en Molina de Segura, pueblo de nacimiento de la directora, y en distintos enclaves de la huerta de Murcia. Premio del Público en la sección Panorama del Festival de Berlín de 2025 y gran triunfadora en el de Málaga del mismo año (mejor película, actriz, actor, ópera prima y Premio del Público). 

La película comienza sin sonido, todo un guiño que se repetirá de forma más contundente al final de la historia. Nuestra pareja protagonista se baña en la poza de un río y en su conversación buscan el nombre para su hijo o hija que nacerá en breve. Vamos conociendo a Ángela, de quien sabemos que nació oyente, pero se quedó sorda años después (y también son sordos en su familia la abuela paterna y una tía), trabaja como alfarera en una fábrica, le gusta reunirse con sus amigos sordomudos para festejar (y ahora celebran su embarazo). Cuando acude a la revisión ginecológica les informan que hay probabilidad de que su descendencia sea sorda y esa preocupación se extiende en toda la familia (quizás más en el padre y abuelos maternos, todos oyentes). En la espera, Ángela observa con pesar como los hijos oyentes de sus amigas sordas se avergüenzan de que sus madres sigan signando. Compartimos con ella en la espera algunas de sus dudas… 

Cuando Ángela rompe aguas, la directora nos hace partícipe paso a paso de todo el proceso. Aunque ella quiere dar a luz en casa, le convencen de acudir al hospital: matrona, monitorización, epidural, contracciones, bradicardias en el monitor, aviso al ginecólogo, ventosa, aviso al pediatra, expulsión en tiempo real, llanto del bebé, es una niña. Todo ha llegado a buen puerto, pero en el camino Ángela ha tenido que apoyarse en las órdenes sanitarias que le transmitía Héctor, no exento de algún momento de tensión. Y ella no oye el llanto de su hija. 

Durante la estancia en Maternidad, el pediatra realiza el cribado universal de hipoacusia con las otoemisiones acústicas y llega la frase no esperada (pero tan habitual): “Bueno, la prueba no es concluyente. No nos dice si la niña oye o no… A veces, queda líquido amniótico, líquido del vientre de la madre, en los conductos del oído y el aparato no detecta bien… Tenemos que hacer otra prueba en un par de meses”. Y llega la tremenda espera para saber si Ona, el nombre que han puesto a la niña, es oyente o no. 

Durante esas interminables semanas de espera, comienzan las dudas. El padre le hace a escondidas pruebas a su hija chasqueando los oídos, la madre lo ve y piensa. Ya buscan guardería, pero la madre comenta: “Todavía no sabemos si es sorda u oyente. Pero si es sorda, no podrá ir ahí, tendrá que ir a la asociación… Mejor esperamos a ver qué pasa”. Y llega la nueva visita médica con la realización de los potenciales evocados auditivos y el diagnóstico final: “Pues la prueba sale normal. Oye perfectamente de los dos oídos”. Es uno de los momentos clave de la película, allí donde cada uno contiene su sentir: la alegría del padre, la duda de la madre de su capacidad de criar a una hija oyente. 

Porque somos partícipes de esa maternidad/paternidad y crianza entre lo sonoro y el silencio, entre la palaba y la signación… donde Ángela no se siente a gusto. Basta con recordar esas escenas diferentes de contar un cuento a la hija: el padre con la voz, la madre con los signos. Ángela no acepta ponerse los audífonos, pero si intenta ponerle cascos a su hija para estimularle que aprenda a signar. Es tal la extraña vivencia que están pasando como pareja por el modelo de crianza, que hasta Héctor tiene que contener su alegría cuando Ona dice su primera palabra. La confusión de la madre es tal que llega a decir a su pareja: “Tu sigue siendo el padre perfecto y disfruta de tu hija. Yo qué hago aquí… Antes era la sora que daba un toque mágico a tu hija. Pero ahora, desde que ha llegado Ona, ¿yo qué soy? Un estorbo, una carga”. A lo que Héctor replica: “¿Sabes lo que te pasa? Que tu quieres una pareja soda y una hija sorda. Pero me has elegido a mí y yo soy oyente. Y tu hija es oyente. Y el mundo es oyente”. 

Por ello Ángela tiene que volver a sentir y demostrar que es capaz y exclama: “¡Ser sorda es una mierda, una puta mierda!”. Y a partir de ahí la película da un brutal cambio a escenas sin sonido, para poner al espectador en la piel (y el oído) de Ángela, como ella lo vive en esa crisis de pareja. Unos 15 minutos finales sin sonido o con el ruido distorsionado que le proporcionan los audífonos. Y así llegamos a esa fiesta de celebración del primer cumpleaños de Ona en la guardería, en un final tan sencillo como contundente. 

Y el sonido reaparece con los títulos de crédito finales y la canción “Neskaren Kanta” de Verde Prato, nombre artístico de la artista multidisciplinar Ana Arsuaga. Y con esa canción analizamos las muchas emociones y reflexiones que nos ha dejado esta historia: la “violencia social” que experimentan las personas sordas antes las barreras de comunicación; la exploración de la maternidad desde una perspectiva única y no normativa, donde Ángela debe afirmarse como madre y mujer en sus propios términos; la representación inclusiva y no ejemplarizante, porque Ángela no es una heroína perfecta ni una víctima, sino un personaje complejo con sus virtudes y defectos; y ese juego entre el sonido y el silencio para sumergir al espectador en la experiencia sensorial de la protagonista. 

La maternidad desde el silencio con la honestidad de Sorda, gracias a dos hermanas, Eva Libertad, la directora oyente, y Miriam Garlo, la actriz con hipoacusia grave.

 

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