Es un camino no excepcional el que muchos actores y actrices den el salto a la dirección con el paso del tiempo. Y hay ejemplos dentro y fuera de nuestro país, como podemos ver en este recordatorio de aquellas óperas primas ya comentadas en Cine y Pediatría. Algunos ejemplos son Vittorio De Sica con Ladrón de bicicletas (1948), Charles Laughton con La noche del cazador (1955), Jodi Foster con El pequeño Tate (1991), Sofia Coppola con Las vírgenes suicidas (1999), Benn Afleck con Adiós pequeña, adiós (2007), Diego Luna con Abel (2014), Ewan McGregror con American Pastoral (2016), o Greta Gerwing con Lady Bird (2017). Y en España cabe reseñar el debut en la dirección de Antonio Banderas con Locos en Alabama (1999), Achero Mañas con El bola (2000), Daniel Guzmán con A cambio de nada (2015), o Paz Vega con Rita (2024). Y hoy llega la ópera prima en la dirección de Marta Nieto con La mitad de Ana (2024), con la peculiaridad que también es guionista y protagonista, y que es la adaptación del cortometraje Son, que ella misma dirigió dos años antes. Una historia que retrata la tolerancia y la aceptación del otro en una historia que habla sobre la identidad de género en la infancia, la maternidad y el autodescubrimiento, y donde los personajes son Son, una niña que se siente niño, y su madre Ana.
En el cortometraje Son, el papel de Ana lo interpreta la actriz Patricia-López Arnáiz y el papel de Son, de 6 años, Ale Colilla. En la película La mitad de Ana, el papel de Ana es para Marta Nieto y el papel de Son, el niño trans, aquí con 7 años, Noa Álvarez. Y es curioso que pasar la misma historia de un corto a un largometraje bien lo sabe de primera mano nuestra directora, pues participó como actriz en el multipremiado corto Madre (2017) y que se transformaría en la película Madre (2019), ambos dirigidos por Rodrigo Sorogoyen, a la postre pareja sentimental de Marta Nieto. Y para cerrar más el círculo, cabe decir que Patricia López-Arnáiz ha participado también como madre de otra niña trans en la reciente y conmovedora historia de 20.000 especies de abeja (Estibaliz Urresola Solaguren, 2023).
Pero dejemos los círculos y pasemos a dibujar la mejor línea recta de la historia que nos cuenta La mitad de Ana y que se centra en la transformación de esta madre separada, que vive cómo su hija Sonia elige ser llamado Son. Una historia que transcurre entre Madrid, donde su madre, aunque licenciada en Bellas Artes, se gana la vida como vigilante del Museo Reina Sofía, y Villajoyosa, donde vive el padre con otra pareja. El proceso de Sonia a Son es complicado para ambos padres, pero la madre lo tiene que pasar sola y debe digerir esta situación, como la pregunta de esa madre de otro hijo trans ya adulto: “Me han dicho que tu hijo está transicionando desde hace poco“. Y en el camino Son repite con frecuencia “Me duele mucho la tripa”, pues ella siente esa lucha de sus padres por su custodia, aunque los dos quieren lo mejor para Son. Y sirva de ejemplo las palabras de su madre: “Todos tenemos algo de nuestro cuerpo que no nos gustan. Pero otras que sí. Pon de tu parte y podrás ser quien quieras ser”.
En la historia se usan dos simbologías recurrentes: el caballito de mar y el cuadro “Un mundo” de Ángeles Santos. Porque el caballito de mar es conocido por sus características biológicas únicas, que desafían las nociones tradicionales de los roles de género: es el macho quien gesta y da a luz a las crías, invirtiendo los papeles reproductivos convencionales. Esta particularidad lo convierte en un símbolo perfecto para representar la fluidez y la diversidad de la identidad de género, alejándose del binarismo. La elección de este animal subraya la idea de que en la naturaleza, y por extensión en la experiencia humana, existen múltiples formas de ser y sentir. Y eso da sentido a ese arranque de la película con la escena en la que Ana y Son liberan a un caballito de mar que se encontraba atrapado; y este acto de liberación se convierte en el reflejo premonitorio del propio proceso que Son está a punto de iniciar: el de liberarse de una identidad de género que no le corresponde para poder vivir de acuerdo con su verdadero yo. Y también el cuadro “Un mundo” aparece de forma recurrente, una de las obras del Museo Reina Sofía donde trabaja Ana y con el que la protagonista interacciona, porque este cuadro, con sus figuras cubistas y caras ocultas, sirve como una metáfora visual del conflicto interno de Ana, quien también se siente fragmentada. La obra de arte, con sus múltiples capas y facetas, refleja la dificultad de Ana para entender su propia identidad, la transición de su hija y su relación con la maternidad. Cabe decir que esta pintura, realizada con solo 17 años por Ángeles Santos, la convirtió en la pintora española surrealista que conquistó el mundo a tan temprana edad y luego quedó casi en el olvido.
Y cuando los alumnos de la clase de Son visitan el Reina Sofía, el profesor les cuenta el realismo mágico que atesora “Un mundo”. Y Ana, cuidadora de la sala, les pregunta: “¿Qué pensáis que hay en las otras tres caras que no se ven?” Y cada niño da su respuesta, pero Son y su madre ven las figuras moverse. Luego transcurre un lapso de tiempo, en el que alguien pregunta a Ana que cómo les va este año, a lo que ella responde: “Pues iremos viendo. Sin prisa”. Fin.
Porque esa película no se centra en la "lucha" de Son, cuya identidad es clara y firme; no hay trauma interno en el niño; solo la necesidad de ser nombrado y reconocido. El conflicto es externo: la incomprensión del padre, las dudas del colegio, y sobre todo, el desconcierto inicial de Ana. Por tanto, el verdadero viaje es el de Ana, donde la certeza de su hijo ilumina la profunda incertidumbre de ella. Se da cuenta de que su identidad se ha disuelto en su rol de madre, que es solo "la mitad" de sí misma, una mitad definida por y para los demás. A partir de aquí, la película se convierte en un fascinante espejo de identidades: mientras Son busca afirmar quién es, Ana se ve forzada a descubrir quién ha dejado de ser. Y por ello La mitad de Ana es una de las exploraciones más honestas y valientes sobre la maternidad en el cine reciente, donde se desmitifica la idea del sacrificio materno como una entrega abnegada y feliz, para mostrar su lado más oscuro: la anulación personal. Ana quiere a su hijo por encima de todo, pero el viaje que emprende es el de entender que para ser una buena madre para Son, primero debe volver a ser una persona completa para sí misma. Su amor incondicional no se mide por cuánto renuncia, sino por su capacidad de transformarse junto a su hijo.
No es La mitad de Ana una película redonda, pero si es un viaje íntimo y transformador que nos enseña que para encontrar la mitad que nos falta, a veces, primero debemos tener el coraje de perdernos por completo.
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