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sábado, 12 de diciembre de 2020

Cine y Pediatría (570). “Lo que arde con el fuego”… que no sea la familia

 

Es Richard Ford uno de los escritores estadounidenses que mejor ha retratado las turbulencias emocionales y sociales de sus conciudadanos en las últimas cuatro décadas, donde ha recreado a un ser humano en la evolución de su carrera continua en pos del sueño de su vida, llamado “sueño americano”. Lo recordamos bien cuando en el año 2016 le fue concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Y ahí recordamos a Frank Bascombe, el personaje literario contemporáneo inolvidable que ha creado, ese hombre que fracasó como escritor, triunfó como periodista deportivo, luego como agente inmobiliario y ahora vive su jubilación acompañado de tribulaciones. Alguien cuya vida transcurre en primera persona en las novelas "The Sportswriter" (1986), "Independence Day" (1995) y "The Lay of the Land” (2006), una trilogía que es un fresco literario que atestigua la vida social y moral de Estados Unidos desde la posguerra, y que, a diferencia de la de John Dos Passos, prefiere lo individual a lo coral, eligiendo primeros planos en menoscabo de panorámicas cenitales o travellings circulares. Y que culmina en 2015 en el libro de relatos "Let Me Be Frank With You". 

Ford es un escritor para quien su vida es también la literatura, como lector y como creador. Y según el jurado del Príncipe de Asturias, Ford ha creado el “mosaico de historias cruzadas que es la sociedad norteamericana”. Y un ejemplo también lo fue una novela escrita entre la trilogía previa: “Wildlife” (1990). Y la reseña de este libro es clara: “En 1960, cuando Joe tenía 16 años, su madre se enamoró. Hacía muy poco tiempo que se habían mudado a Great Falls, en Montana. Era la época del boom del petróleo y el padre de Joe, un golfista profesional que se ganaba escasamente la vida como instructor en clubs privados, había pensado que el gran dinero estaría allí, y que él recibiría una parte de la lluvia de oro que caería sobre la región. Pero nada resultó de acuerdo con lo esperado, y lo que comenzó a caer sobre las cabezas de los pobladores de Great Falls fue la lluvia de cenizas de los incontrolables incendios de los bosques cercanos, que llevaban ardiendo todo el verano sin que fuera posible extinguirlos. Los fuegos alteraron también la quieta superficie de la vida, liberando latentes complejidades en las relaciones entre los padres de Joe. El padre perdió su trabajo y, sumido en un profundo extrañamiento, se alistó en las brigadas que marchaban a los bosques a combatir el fuego. Sólo estuvo ausente tres días, pero duraron una eternidad y cambiaron para siempre la vida de Joe”

Y esta novela ha sido llevado al cine en el año 2018 con un título homónimo en inglés y que en España se ha traducido como Lo que arde con el fuego, posiblemente un título más apropiado para el argumento. El guión adaptado ha sido coescrito por una joven pareja en la vida real, dos jóvenes actores, Zoe Kazan (nieta de Elia Kazan) y Paul Dano, si bien este último actúa también como director en lo que es su ópera prima. Ya conocemos a Paul Dano en Cine y Pediatría, y lo hicimos con su primer papel protagonista en la película L.I.E. (Michael Cuesta, 2001), como ese adolescente perdido en las autopistas de la vida, o en Pequeña Miss Sunshine (Jonathan Dayton, Valerie Faris, 2006) en el papel de ese hermano adolescente de la protagonista que lee a Nietzsche y guarda un mutismo absoluto.   

Y Paul Dano consigue con esta película una de esas óperas primas que están a una gran altura, consiguiendo una obra contenida y absorbente que gana nuestro respeto desde la aparente simplicidad. Un debut en la dirección inteligente y sutilmente emotivo, y que nos traslada a los clásicos melodramas de los dorados años 50 de Hollywood, como el Douglas Sirk de Solo el cielo lo sabe (1955), Escrito sobre el viento (1956) o Imitación a la vida (1959), o el Richard Quine de Un extraño en mi vida (1960). Y a ello contribuye una bella fotografía de tonos pasteles con imágenes que pudieran recordarnos a algunos de los cuadros y escenas del pintor Edward Hopper. Y donde el escenario natural de Montana contribuye a ello, pues por algo este estado ha recibido apodos tan significativos como “Treasure State”, “Land of Shining Mountains”, "Big Sky Country”, estado al que se le aplica el lema "the last best place”. 

Pero donde creo que el mayor valor de esta película es la dirección de actores de su trío protagonista. De forma especial destaca Carey Mulligan (la que fuera madre adolescente de El mejor) en el papel de Jeanette, esa madre atrapada por la vida y que dejó de ser maestra por ser esposa y madre. Pero también Jake Gyllenhaal en el papel de Jerry, ese padre vencido por la vida y por los fracasos laborales, y Ed Oxenbould (uno de los dos niños de La visita), como Joe, el hijo único de 14 años (no 16 años como en la novela) y que se convierte en desafortunado espectador de la disolución del matrimonio de sus padres. Ellos tres son el ejemplo del fin del sueño americano y de los problemas que acechan a su familia: la crisis económica y la inestabilidad laboral, la adicción al alcohol del padre, la indiferencia en la pareja y los reproches. “No puedes salir corriendo siempre que algo te sale mal”, le dice la madre al padre cuando éste se alista durante meses para combatir el fuego en las montañas; y por ello también se pregunta: “¿Qué clase de hombre deja a su esposa e hijo en este solitario lugar?”

Cuando el padre pierde el trabajo y tiene que recurrir a apagar el fuego en los bosques de Montana, la madre se reintegra a su profesión de maestra – y encuentra un pretendiente adinerado mayor que ella - y el hijo decide ponerse a trabajar como aprendiz de un fotógrafo local. Y a medida que avanza la historia, Joe asiste a la descomposición de su familia, porque los padres no se saben valorar el uno al otro y se autodestruyen… y destruyen la adolescencia de su hijo. Y por eso les pregunta: “¿Y qué nos va a pasar a nosotros?”. Y de ahí el valor del final de la película, con esa simbólica foto retrato que Joe realiza de su familia y que sirve de carátula del film. 

Es Lo que arde con el fuego una brillante ópera prima de Paul Dano, en la línea de lo que otros actores o actrices devenidos en directores consiguieron en su puesta de largo en esta labor, y prototipos de ello fueron La noche del cazador (Charles Laughton, 1959) en el cine en blanco y negro o Las vírgenes suicidas (Sofia Coppola, 1999) en el cine en color. 

Y Lo que arde con el fuego se suma a las películas sobre las rupturas matrimoniales y su influencia sobre los hijos, cuyas películas paradigmáticas van de Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979) a Historias de un matrimonio (Noah Baumbach, 2019). Porque la presencia de hijos de por medio convierte a la ruptura matrimonial en un acto que cabe afrontar con la mayor responsabilidad, respeto y cariño posible para proteger a esos menores, velar por su interés y asegurarse de que la situación en la pareja no afectará negativamente a su crecimiento. Porque lo que arde con el fuego es evitar las cenizas de la familia, ese eterno derrumbe del sueño americano (y de cualquier origen).  

 

sábado, 9 de junio de 2018

Cine y Pediatría (439). “Custodia compartida”, los hijos como trinchera


Se denomina como custodia compartida a la situación legal mediante la cual, en caso de separación matrimonial o divorcio, ambos progenitores ejercen la custodia legal de sus menores de edad, en igualdad de condiciones y deberes sobre los mismos. A diferencia de la custodia monoparental, donde la guardia y custodia de los menores no emancipados se concede a uno solo de los progenitores, por costumbre la madre, la custodia compartida ofrece la oportunidad a los padres de custodiar a los hijos en igualdad de condiciones y con los mismo derechos y deberes, y garantizar a los hijos su educación, alimento, hogar, salud y cualquier otra circunstancia.  La custodia compartida puede ser conjunta o alterna (por periodos alternos de meses, semestres o incluso años) y siempre suele eliminarse el pago de la pensión alimenticia, puesto que se supone que cada progenitor se hace cargo de los gastos de sus hijos durante el periodo en que viven con ellos y el resto se soluciona a medias. 

Cuando en España se introdujo la custodia compartida en el Código Civil en el año 2005, solo un 2% de las familias se acogieron a esta opción, y actualmente ronda en el 30%, aunque muy desigual por Comunidades (40% en Cataluña frente al 8% en Extremadura). Y aunque la ley parece clara, existen aún dudas con la custodia compartida y situaciones en que no es conveniente para nadie, ya sea por motivos laborales, geográficos o por la existencia de conflictos muy graves, como en casos de violencia de género. 

Pero también nos referimos a con este término al título de una película francesa del año 2017, la ópera prima de su director, Xavier Legrand y por título, así: Custodia compartida, la inolvidable historia de una familia rota por la separación y donde un padre violento obtiene la custodia de su hijo. Una película denuncia en francés – y hablando de cine esto comienza a ser una garantía – que nos deja atados a la butaca y perplejos al enseñarnos una realidad tan a nuestro lado que nos olvidamos del horror que puede llegar a significar. 

Myriam (Léa Drucker) ha decidido dejar a Antoine (Denis Ménochel) y solicitar el divorcio para escapar de su comportamiento violento. Cuando pide la custodia de sus hijos para protegerlos de la ira de su marido, el juez del caso decide concederla compartida entre ambos cónyuges, lo que creará un conflicto de difícil solución. Consciente de que es víctima de un padre celoso y posesivo y de que debe proteger a su madre, el pequeño Julien (Thomas Gioria), de 11 años, vivirá una situación límite y hará todo lo que esté en su mano para que no ocurra lo peor. Y es así como Julien se ve forzado a compartir su vida con su padre por una decisión judicial, lo que no le ocurre a su hermana Joséphine (Mathilde Auveneux), a punto de cumplir los 18 años. 

Custodia compartida es una película escrita y dirigida por el debutante Xavier Legrand con la que logró el premio a mejor director y mejor ópera prima en el Festival de Venecia 2017, o también el premio Otra Mirada en el Festiva del San Sebastian, o también el premio a Mejor director y Mejor ópera prima en Cannes. Tras el cortometraje Antes de perderlo todo, por el que consiguió una nominación al Oscar, Legrand trata de nuevo un drama social sobre la violencia de género, en el que vemos a un hombre dispuesto a todo con tal de regresar con la mujer que le ha dejado por su comportamiento agresivo. Inspirándose en títulos como Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979), El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) y La noche del cazador (Charles Laughton, 1955), Legrand expresa la complejidad de una separación con hijos de por medio en un contexto donde la violencia doméstica aterroriza a personajes y espectadores (esto es clave, una violencia que tortura nuestra conciencia), testigos directos de las dudas que la actitud del padre siembra en el juez, la presión a la que está sometido el hijo pequeño y el terror de la esposa acosada. A través de las perspectivas de los hijos, la película aborda las consecuencias de vivir en un ambiente tan asfixiante, que provocan que el pequeño quiera proteger a su madre, mientras la hija adolescente espera a ser mayor de edad para huir del conflicto familiar. Porque como nos recuerda su director, en la violencia doméstica los niños son las víctimas olvidadas. 

Una película difícil de olvidar, con dos momentos clave, el principio y final de la película, cada una de ellas de unos 15 minutos de duración. Introducción y desenlace que dejan un nudo de 60 minutos en medio que no tiene desperdicio. 
- En la introducción asistimos a una larga y tensa escena de un juicio lleno de primeros planos de Myriam, Antoine, sus abogados y la jueza, quien llega a preguntarles: “¿Cuál miente más de los dos…?”. Y la justificación del padre: “Yo solo quiero tener noticias de mis hijos”
- Un nudo en el que Julien transita en su custodia compartida entre la nueva vivienda de alquiler con su madre y el tiempo con su padre (al que llaman “ese”), en el que somos testigo del sufrimiento que los hijos pagan por los errores de los padres, esa vulnerabilidad extrema (“No me extraña que tus hijos no quieren verte” le dice el abuelo paterno a su hijo Antoine) y esa inocencia de la infancia amenazada (“Te has vuelto tan mentiroso como tu madre… Soy tu padre y tengo derecho a saber dónde vives”). Una película que se ve con el corazón en un puño y que nos introduce en medio del conflicto familiar y que nos aterroriza con las palabras del chico: “No quiero que pegues a mamá”
- Y el desenlace se convierte en un retrato genial (que no bello) del desamparo y del horror en esa vivienda más cercana de lo que pensamos. Todo comienza con una insistente llamada en el timbre de los megáfonos a media noche… y a partir de ahí casi la tragedia. Y la voz a través de la puerta del baño de una policía: “Se acabó señora, pues salir”. Pero no es cierto, la tragedia permanece y no ha hecho más que comenzar. Y el daño en el corazón y la mente de los hijos se mantiene… 

El director Xavier Legrand había ensayado una similar historia de malos tratos en su corto previo, Antes que perderlo todo (2013), protagonizado por los mismos actores de Custodia compartida, Léa Drucker y Denis Ménochet. El largometraje expande con inteligencia y tacto, sin tremendismos pese a que algunas situaciones resulten muy virulentas, la visión certera de una historia de violencia de género. Porque esta película espléndida marca un antes y un después. Una visión implacable. 

Una película para no olvidar que los hijos no pueden ser la trinchera de nuestras guerras como adultos. Que en una separación familiar todos pierden… más o menos. Que el que sea frecuente y habitual no le quita ni importancia ni gravedad. Y que los adultos/padres podemos hablar por los niños/hijos, pero no sentir lo que ellos sienten.

 

martes, 15 de febrero de 2011

Separaciones matrimoniales: la necesidad de poner a los hijos a salvo


Es un hecho bien conocido que las separaciones matrimoniales están en alza. Muchas de esas parejas tienen hijos. Cada pareja es un mundo y cada situación es diferente. Muchas separaciones son inevitables. Sin embargo, en muchas ocasiones - demasiadas - el niño es víctima de estas situaciones. A veces, la víctima principal.

Noticias como las siguientes:"El padre de las mellizas suizas dejó escrito haberlas matado y anunció su suicidio"
", o esta otra "Detienen en Barcelona a una mujer acusada de matar a sus mellizos en Lituania (Los padres de los niños se habían divorciado hace un año y, al parecer, el padre reclamaba la custodia de los niños)" representan el grado extremo de hasta donde son capaces de llegar algunas personas: "si no pueden estar conmigo, mejor que no estén con nadie". El asesinato de niños en situaciones de separación matrimonial es afortunadamente infrecuente, pero tampoco es excepcional.

Ante toda situación de separación matrimonial, una prioridad debería ser "poner a los hijos a salvo". No podemos pasar por alto noticias como esta. Si no ponemos a los hijos a salvo, estos pueden convertirse en adultos con problemas.

La tarea no es fácil pero es imperativa. Artículos como el recientemente publicado en la revista FAMIPED son de obligada lectura para afrontar estas situaciones.
Os recomiendo el artículo y su bibliografía, especialmente "El divorcio y los hijos: guía de uso".