El almeriense, nacido en El Ejido, Manuel Martín Cuenca se ha consolidado con un cine de autor tras una trayectoria previa por el cortometraje y el documental. Su ópera prima de ficción fue La flaqueza del bolchevique (2003), un peculiar romance entre un adulto (Luís Tosar) y María, una adolescente de 15 años (María Valverde, quien obtuvo el Goya a Mejor actriz revelación), adaptación de la novela homónima de Lorenzo Silva. Luego llegaron Malas temporadas (2005), La mitad de Óscar (2010), Caníbal (2013), El autor (2017) y La hija (2021), un enfermizo thriller sobre otra forma de ver la maternidad subrogada a través de Irene (Irene Virgüez), una adolescente de15 años, una historia sobre la pesadilla que supone cumplir tus sueños.
Y ahora llega su última obra, El amor de Andrea (2023), un retrato sobrio y muy emotivo de una adolescente de 15 años (Lupe Mateo Barredo, enamora a la cámara) que pelea, casi en silencio, por recuperar el vínculo con un padre que la ha abandonado afectivamente. El filme emociona precisamente porque rehúye el melodrama fácil y trabaja con miradas, silencios y gestos mínimos que dejan al espectador espacio para pensar. Una película rodada en Cádiz, todo un tributo a la ciudad (con su Catedral, el Campo del Sur y Malecón, la Alameda de la Apodaca, el Parque Genovés y la mítica playa de la Caleta), y que cuenta de nuevo con la música del grupo Vetusta Morla (ya presentes en su película anterior).
Se nos presenta a Andrea, quien cuida de sus dos hermanos pequeños (Fidel y Tomás), los lleva y recoge del colegio, juega con ellos en la playa o en el parque, les ayuda con los deberes, les prepara la cena y les acuesta. Cuando llega la noche, regresa la madre a casa, cansada de trabajar, pues el padre ha rehecho su vida con otra familia y ha cortado prácticamente la relación con ellos, sin pasarles tampoco ninguna manutención. Y ya en ese primer día vemos a Andrea con un libro entre las manos, el icónico “Juan Salvador Gaviota” de Richard Bach que tanto nos inspiró a los adolescentes de la década de los 70 y 80. Un libro que no pasará desapercibido en la historia…
Toda la película se articula alrededor del empeño de Andrea por “recuperar el amor de su padre”, viaje que comparte con sus hermanos en una especie de odisea cotidiana por Cádiz, incluso tomando el barco que les lleva al Puerto de Santamaría, donde trabaja y vive ahora. Tantas obligaciones y ese pesar, hace que falte en ocasiones a clase, por lo que su tutor le dice: “Tengo mucha confianza en ti y no quiero que te pierdas en el camino”. Y en el colegio conocemos a Abel, un chico de su clase que se nota que está colado por ella, aunque ella está en otras luchas. Andrea intenta entender por qué sus padres se separaron: “Mamá, ¿qué pasó entre tú y papá?... ¿Pero tú le querías?”. Su madre sigue muy dolida y le dice: “Que tu padre no quiere verte. Que tienes que dejar de soñar…”. Aunque la joven lo tiene muy claro: “Vosotros os separasteis. Pero nosotros seguimos siendo los hijos, de los dos”.
La situación llega a una jueza, a quien le dice: “De mi padre quiero que me quiera. Bueno, que se ocupe de mí… Una respuesta suya y que me diga mirándome a la cara cuál es la situación, tanto si es buena como mala”. Finalmente el padre accede volverse a ver con sus hijos. Y en la comida que tiene padre e hija, esta le pregunta que por qué le regaló el libro de “Juan Salvador Gaviota”, pero el padre no lo recuerda… Es posible la escena que condensa algo muy duro para ella, pues se da cuenta que no puede tener el amor que busca. Pues ella se aferraba a ese libro lleno de mensajes y su padre ni lo recordaba.
Y con ello llegamos a esas dos escenas finales en la playa de la Caleta. Una con Andrea, con su padre y sus dos hermanos en un día gris y ventoso. La otra con Andrea, Abel y sus dos hermanos en un día soleado. Y ese final esperanzador con los dos amigos tumbados en la arena con las manos entrelazadas y mirando al cielo. Quizás entonces se da cuenta de que esa es su familia y quienes lo aman. Andrea aprende que también los adultos se equivocan y que el amor no es el que nos imaginamos, que el amor no se demanda, lo da quien lo tiene…
El valor de esta película es cómo nos presenta el abandono de estos hijos sin desbordamientos dramáticos. Hay una tristeza de fondo, una desilusión profunda ante unos progenitores ensimismados en su dolor, que priorizan sus rencores y nuevas vidas por encima del bienestar emocional de los hijos. Pero también hay mucha ternura, la que esta adolescente “adulta”, sometida a una madurez forzada, vuelca sobre sus hermanos. Y para reforzar esa sensación de cerco emocional, Manuel Martín Cuenca usa el formato 4:3, y también apuesta por actores no profesionales y una puesta en escena minimalista, casi transparente, que busca registrar la vida tal como ocurre, sin subrayados.
El amor de Andrea es una meditación sobre la paternidad, la maternidad y la “fides”: la lealtad y la responsabilidad hacia quienes dependen de ti. El film muestra cómo el divorcio mal gestionado puede convertirse en una guerra donde los hijos se vuelven rehenes emocionales, víctimas de chantajes, mentiras y silencios. Invita a pensar en el daño silencioso del abandono emocional y en la responsabilidad adulta frente al deseo muy simple de una hija: ser vista, escuchada y querida sin condiciones.
Y es posible que Andrea siga leyendo “Juan Salvador Gaviota” y reflexionando sobre algunos de esos mensajes inspiradores que otros adolescentes intentamos hacer nuestros: “Tienes la libertad de ser tú mismo y nada se puede poner en tu camino”, “Rompe las cadenas de tu pensamiento, y romperás también las cadenas de tu cuerpo”, “Nunca te es concedido un deseo sin que te sea concedida también la facultad de hacerlo realidad, pero es posible que tengas que luchar por él”, “Las cosas más simples son a menudo las más reales”, “Una etapa ha terminado, y ha llegado la hora de que empiece otra”,…
Y hoy hemos conocido un poco más el cine de Manuel Martin Cuenca, un director que contó con tres adolescentes de 15 años en tres películas clave de su filmografía: al principio fue María en La flaqueza del bolchevique, luego Inés en La hija, y ahora Andrea en El amor de Andrea. Y a esa edad yo también leí "Juan Salvador Gaviota" para aprender a volar...

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