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sábado, 23 de agosto de 2025

Cine y Pediatría (815) “Una niña” contra la transfobia

 

La semana pasada tratamos una película sobre la transexualidad procedente de Bélgica, todo un icono ya en la historia del cine: Mi vida en rosa (Alain Berliner, 1997). Y hablamos de la especial sensibilidad del cine en francés. Y buena muestra es nuestra obra de hoy, procedente de Francia, la película documental Una niña (Sébastien Lifshitz, 2020), que con un cuarto siglo de diferencia aborda el mismo tema. Aquella lo hacía desde la ficción y nos presentaba a Ludovic, Ludo, y su familia; esta lo hace desde la realidad y nos presenta a Sasha y su familia. Ambas son dos niñas trans de 7 años que han nacido en un sexo con el que no están cómodas, ambas viven en un familia estructurada con varios hermanos, ambas se parecen físicamente y en sus anhelos. 

Conocimos en Cine y Pediatría al director Sébastien Lifshitz con otra película documental y que denominé como el “boyhood” de los “coming-of-age”: Adolescente (2019), donde se embarca en la aventura cinematográfica de acompañar durante 5 años a las amigas Emma y Anaïs, desde los 13 años hasta que cumplen 18 y en los tres entornos habituales (familia, centro escolar y amigos). Y es que su cine se caracteriza por una profunda sensibilidad y un enfoque humanista, explorando principalmente temas relacionados con la identidad, la sexualidad y la resiliencia humana, alternando tanto en el género de la ficción como en el documental, pero donde la comunidad LGTQ+ no le es ajena.  

Shasa es una niña en el cuerpo de un niño. Y así lo confiesa su madre, Karine, a un médico: “Sasha odia su colita. Sasha odia no poder tener un bebé algún día”. Y cuando tenía 4 años ya comentaba: “Mamá, cuando sea grande seré una niña”. Esto es algo con lo que Sasha lleva soñando desde su niñez. Ahora nos refleja el transcurrir de los hechos a sus 7 años de edad, con la lucha de su familia para que su identidad de género sea reconocida y aceptada. Una batalla incansable de su madre (también del padre y la implicación de sus otros tres hermanos) contra las instituciones, especialmente la escuela en una pequeña comunidad rural de Francia, que se niegan a tratar a Sasha como una niña. Karine aprecia ese rechazo entre sus compañeros, pero también  en algunos profesores y muchos padres de sus compañeros: “Es agotador tener que ir al colegio a luchar con ellos. Hay niños que la aceptan sin problemas. Me gustaría que los adultos hicieran lo mismo”. 

A través de un seguimiento íntimo, el documental muestra los momentos más tiernos y vulnerables de Sasha en su hogar, donde es plenamente aceptada, así como la frustración y la pena que experimenta cuando se enfrenta al rechazo en el mundo exterior. La cámara de Lifshitz documenta las visitas de la familia a una psiquiatra especializada, quien explica la disforia de género (hoy preferimos hablar de incongruencia de género, por dos motivos: porque despatologiza la identidad de género y porque se enfoca en la persona, no en el sufrimiento) y el proceso que Sasha necesita para florecer. Estas escenas son arrolladoras por la realidad que emanan y el buen proceder de la psiquiatra en la formación e información que proporciona: toda una lección. Destacar la buena explicación de los pasos que supone la transición a tan corta edad. 

Y en cada escena esa preciosidad de niña llamada Sasha llena la pantalla de buenos sentimientos pese a tanto sufrimiento. Una lección de resiliencia a tan temprana edad, a veces superior a la de sus padres que caen con frecuencia ante el dolor de ver que a su hija se le está pasando la infancia sin poder hacer o tener lo que desea. Escenas que nos rompen el corazón, lágrimas de Sasha que nos empapan el alma. Porque le encantan vestirse con trajes de niña y espera poder llevarlos algún día al colegio o a la actividad extraescolar de ballet. La psiquiatra y la madre convocan a una reunión para hablar de la incongruencia de género, pero no acude casi nadie, ni padres ni profesores del colegio. Más adelante visitan a la endocrinóloga, otra reunión médico-paciente espectacular al explicar cuándo y cómo detener la pubertad. Y ante tanta información, la pregunta de los padres por todo lo que se les viene encima: “¿Cómo hago que sufra lo menos posible?”. 

Pasa el tiempo y el verano, y Sasha coge más confianza. Ya ha cambiado el vestuario de su armario y ha decidido con qué ropas quedarse. Ya se ha atrevido a enseñar su habitación a su mejor amiga. La madre sigue a su lado, sabe que es la lucha de su vida, aunque es consciente de que no haga el caso que demandan el resto de hermanos. 

Tras el inicio del nuevo curso, vuelta a la ropa de chico. Hasta que, en una reunión del consejo escolar, aceptan que acuda vestida como una niña, como lo que siente. A partir de ahí, la emoción se nos desborda a todos, a los personajes y a los espectadores. Y esta reflexión final de la madre: “Estoy convencida de que todos tenemos un papel en la vida. Y creo que Sasha ha venido para cambiar la mentalidad de la gente. Y yo estoy aquí para ayudarle”. 

Porque Una niña es un retrato del amor incondicional de una familia que lucha por la felicidad de su hija. Y ello a través de un enfoque humanista y cercano, siguiendo la línea de su filmografía, en lo que es una llamada a la visibilidad y comprensión de la incongruencia de género. La película nos destaca la claridad de Sasha sobre su propia identidad frente a la incomprensión de muchos adultos: mientras ella simplemente quiere ser y vestir como se siente, los adultos complican la situación con normas y burocracia. Este contraste subraya la inocencia de la niñez y la dureza del mundo exterior, resaltando que el apoyo familiar es crucial para alcanzar la felicidad en ese camino de transición.

 

miércoles, 29 de junio de 2022

La “farsa” del Mundial de Qatar sobre los derechos humanos frente al Orgullo

 

Ayer, 28 de junio, se ha conmemorado el Día Internacional del Orgullo, fecha que conmemora los disturbios de Stonewall (Nueva York) de 1969 y que marcaron el inicio del movimiento de liberación homosexual… y luego extendido a toda la diversidad sexual, con un juego de siglas que llega de LGBT a LGBTQIA+ y hasta LGBTTTQQIAAPP. Hace unos años, en la conmemoración a las bodas de oro de esta fecha, comentábamos en este blog algunos aspectos lingüísticos alrededor de este día que empezó llamándose Orgullo Gay, pasó luego a Orgullo LGBT y finalmente parece haberse quedado en Orgullo a secas.  

Hoy regresa esta fecha con este título que mezcla diversidad sexual, política y fútbol. Un título paradójico que parte de las supuestas declaraciones de un portavoz del Mundial de Fútbol en Qatar que se ha viralizado en redes sociales y en las que se decía que “quien luzca la bandera LGBTI en la copa del mundo de fútbol será arrestado por siete u 11 años…  Estamos en un país islámico, se debe respetar nuestra religión, creencias y cultura”. Según Maldita.es, web especializada en desmentir información falsa, se recoge que no hay rastro de declaraciones recientes al respecto.  

Sea como sea, cuando el río suena, agua lleva. Porque este Mundial en Qatar lleva la polémica en la mochila desde el inicio, pues todo ha estado rodeado de polémica, desde la muerte de miles de personas migrantes en la construcción de los estadios,  hasta el trato degradante que sufren las mujeres y el colectivo LGTBI en el país, o la vulneración de los derechos de expresión y reunión. Y toda esta información lleva denunciándose desde hace mucho tiempo en Amnistía Internacional. No es nuevo. Y es bien conocido. Otra cosa es que prefiramos mirar para otra lado, quitándonos las briznas de nuestros ojos (hasta quedarnos ciegos) sin hacer caso a la viga ajena (bien contrario al refrán, pero bien real). 

El fútbol ha cometido de nuevo un error, uno más en este deporte sobrevalorado y mimado. Todos recordamos las declaraciones de Xavi Hernández en septiembre de 2019, en plena crisis de España con la comunidad autónoma de Cataluña por aquella declaración unilateral de independencia; este jugador de fútbol, ahora entrenador del F.C. Barcelona (o Barça), pero entonces entrenador en Qatar, dijo: «Qatar no es una democracia, pero funciona mejor que España».  O también su "Muchos tienen una idea sobre la cultura árabe, pero cuando vienes a Qatar es completamente diferente", frase que se entiende mejor con los petrodólares que se metía en el bolsillo, aunque nuevamente Amnistía Internacional le contestó con este artículo titulado “Seis cosas que pasan en Qatar (diga lo que diga Xavi Hernández)” y que conviene leer en toda su extensión.  

El sistema judicial catarí se basa en la sharía o ley islámica, que considera la homosexualidad como falta grave. Y el Código Penal en ese país sigue tipificando las relaciones homosexuales entre hombres como un delito punible con hasta siete años de prisión. Su artículo 296 especificaba los delitos de “conducir, instigar o seducir a un varón de cualquier manera para que cometa sodomía o disipación” e “inducir o seducir a un varón o a una mujer de cualquier manera para que cometa acciones ilegales o inmorales”. 

La homofobia está a la orden del día. Y la sinrazón también, pues estas declaraciones de hace tan solo una semana si son ciertas. Una de ellas proceden de Nasser Al-Khater, presidente del comité de organización del Mundial 2022, quien confirma que «la homosexualidad no está autorizada» en Qatar, pero promete que los aficionados LGTBI tendrán derecho a viajar y ver los partidos, con una condición: «sin muestras de afecto en público». Y también recuerda las penas de hasta siete años por tener sexo fuera del matrimonio con motivo del Mundial de Fútbol.  

Algunos países y algunos clubes ya están tomando cartas en el asunto. La FIFA también debería hacerlo y con ello subsanar el error de elegir este país para un Mundial, y que acogerá muchos países donde los derechos humanos no pueden ser cuestionables. Pero poderoso caballero es don dinero. Parece que los derechos humanos ante ello quedan en segundo plano. Y esta es la farsa de Qatar sobre los derechos humanos en su Mundial de Fútbol. Y ante esta farsa queda el orgullo, el orgullo LGTBI y el de cualquier persona que no comulgue con ruedas de molino… 

Orgullo que es la suma de amor, visibilidad y resiliencia. Ya lo dijo A. Jodorovsky: “Los pájaros que nacen encerrados creen que volar es una enfermedad”

(Nota a pie de página. El dinero qatarí hace años que va a parar a financiar el deporte fuera de sus fronteras. Los casos más paradigmáticos están en el fútbol y concretamente en dos clubes: el PSG, ese equipo-estado cuyo capital principal proviene de Qatar, y el F.C. Barcelona, durante muchos años financiado por Qatar Sport Investment y que lucía en su camiseta la publicidad de Qatar Foundation y más tarde la de Qatar Airways (durante los 6 años de patrocinio le valió al club un total de 177 millones de euros). Y el diario Sport – hoja parroquial del F.C. Barcelona - se presentó en su momento como “el primer diario deportivo de Qatar” tras anunciar la creación de una nueva versión del diario en inglés para ser distribuida en aquel país. Por eso la “farsa” va en comillas…que suena como Farça, tan falso como la Xavineta que prometió este entrenador y que pinchó a medio camino).

sábado, 26 de octubre de 2019

Cine y Pediatría (511). “Boys Don't Cry”, pero todos lloramos por la transfobia


Las películas se montan a partir de guiones originales y de guiones adaptados. Los guiones adaptados pueden proceder de la propia literatura o de la propia realidad. Estos últimos son los “basados en hechos reales” y, de antemano, ya nos preparan para un plus de emoción en muchas ocasiones. Nuestra película de hoy se basa en un hecho real acaecido en el año 1993 en Nebraska, entre las ciudades de Lincoln y Falls City. Brando Teena (nacido como Teena Brandon) fue un hombre transgénero que fue golpeado, violado y asesinado brutalmente a los 21 años de edad por dos exconvictos, John Lotter y Marvin Thoman Nissen, por motivo de transfobia, en uno de los crímenes de odio que más conmocionaron a la opinión pública de Estados Unidos en la década de los 90. Porque ese es un país de contrastes, capaz de ofrecer la versión más abierta e integradora del ser humano y, al mismo tiempo, la más cruenta y terrible de la América profunda, la que vive ajena al progreso propio de la sociedad. Y no es mucho desvelar que una de las partes más visibles de la sociedad estadounidense, sus presidentes, son reflejos de esa dualidad, tan paradójica como poco positiva. 

Un hecho así pronto vio la luz como un documental, The Brandon Teena Story (Susan Muska, 1998) y, posteriormente, como la película Boys Don´t Cry (Kimberly Peirce, 1999) protagonizada por una excelsa Hilary Swank en el papel principal, merecedora del Oscar a Mejor actriz y un buen número de otros galardones. Hillary Swank es una actriz todoterreno que en Cine y Pediatría ya hemos conocido en películas como Diarios de la calle (Richard LaGravenese, 2007) y Mary & Martha (Phillip Noyce, 2013), y quien ya antes nos dejó su segundo Oscar a Mejor actriz con Million Dollar Baby (Clint Eastwood, 2004). La cineasta y fotógrafa Kimberly Peirce se embarcó, para su ópera prima, en este proyecto investigando a fondo los acontecimientos reales y elaborando un guión que se centra principalmente en la historia de amor entre Brandon y Lana, una adolescente fascinada por el misterioso chico a la que no le importan los secretos que pueda ocultar. El resultado es un filme estremecedor, de gran dureza, que se erige como manifiesto de denuncia contra el fanatismo, la violencia y la humillación que se ejerce en el llamado primer mundo contra aquellos que se atreven a vivir su diferencia. Y Kimberly Peirce, pese a este buen comienzo, no se ha prodigado en la dirección: solo tres películas en su haber, y la última también ha formado parte de Cine y Pediatría, como fue el remake de Carrie que dirigió en 2013.

Y en esta película, como espectadores, asistimos a las dudas de Brandon, sus tormentos, sus ilusiones, sus deseos y a todo lo que mueve su vida. Un chico que intentaba reasignar su identidad sexual, que no buscó hacer daño a nadie y que terminó por sufrir los daños de la ignorancia de una sociedad bárbara que no tolera las diferencias.

Boys Don´t Cry fue rodada con un bajo presupuesto, propio del cine independiente, pero se convirtió rápidamente en una de las películas clave dentro del cine LGTBI. La enorme cantidad de premios que fue acumulando desde su mismo estreno le han valido entrar también entre las películas más a tener en cuenta de las últimas décadas y ahora que se cumplen 20 años de su estreno su visionado sigue impresionando, especialmente su devastador final, auténtico mazazo para cualquier espectador con sentido común y una mente abierta.

Teena Brandon siempre ha deseado ser un chico. Así que un día decide cortarse el pelo, ocultar sus pechos bajo un vendaje apretado, vestirse como un chico y cambiar el orden de su nombre, pasándose a llamar Brandon Teena. Entonces decide marchar de su natal Lincoln, donde vive atrapada en un mundo que no la acepta, e inicia un viaje en busca de la felicidad, en busca de ese cambio tan ansiado, en busca de oportunidades nuevas. Tratando de escapar de todo lo que su pueblo representa llega a la cercana Falls City, también en el estado de Nebraska, donde podrá quizás dar rienda suelta a sus sueños. Brandon es un joven sensible que no tarda en meterse en el bolsillo a la pequeña población rural, y allí conoce a Lana Tisdel (Chloë Sevigny, una de las musas del cine indie), una bella rubia veinteañera y a su especial familia y amigos.

Brandon vive atrapado en un cuerpo que no acepta y en un mundo que no le acepta, y por ello busca en el amor la manera de redimirse de todo cuanto odia. Y encuentra en Lana ese amor, que comienza con dudas pero se hace incondicional pese a acabar confesándole su secreto mejor guardado: “Soy hermafrodita… Una persona que a la vez es mujer y hombre”. Y por ello la emoción nos desborda cuando Lana visita a Brandon en la cárcel y le dice: "Aunque seas medio hombre o medio mono, voy a sacarte de aquí", mientras suena la canción de The Cure con título homónimo a la película. Porque Lana acaba amando sin importarle que sea Teena o Brandon, porque quiere a esa persona independientemente de su sexo. Pero ese amor incondicional no lo tiene la madre de Lana, quien le espeta “Yo te invito a mi casas y tú expones a mi hija a tu enfermedad”. Ni tampoco lo tiene la policía, quien le pregunta maliciosamente a Brendan, tras ser violado: “¿Por qué andas con chicos si eres una chica?, ¿por qué vas por ahí besando a las chicas?”.

Y aunque la película nos remarca en su título que los chicos no lloran, nosotros seguimos llorando por la transfobia, por no hacer el esfuerzo de entender a esas personas que no solo no encuentran su lugar en el mundo, sino que desean sentirse queridas, por una vez aceptadas y a la vez aceptarse a sí mismas. Y tres mujeres, su directora y sus dos jóvenes actrices, se ponen al frente de esta película independiente de bajo presupuesto para recordarnos que los chicos no lloran. Y este recuerdo permanece - y debe permanecer – con su visionado, por ser una de las películas denuncia emblemáticas para luchar frente a la transfobia.

La transfobia es el miedo, el odio, la falta de aceptación o la incomodidad frente a las personas transgénero, consideradas transgénero o cuya expresión de género no se ajusta a los roles de género tradicionales. La transfobia puede impedir que las personas transgénero y de género no conforme tengan vidas plenas a salvo de daños. Porque la transfobia puede adoptar diferentes formas, incluidas las siguientes: creencias y actitudes negativas, aversión y prejuicios contra las personas transgénero, miedo irracional y malentendidos, falta de aceptación o descarte de los pronombres o la identidad de género preferidos, insultos y lenguaje despectivo, intimidación, abuso y hasta violencia.

La transfobia puede generar formas tanto sutiles como manifiestas de discriminación. Por ejemplo, es posible que a las personas transgénero (o, incluso, que se cree que lo son) se les niegue trabajo, vivienda o cuidado de la salud solo por el hecho de ser transgénero. Algunas personas son transfóbicas por contar con información errónea (o por no tener ninguna información) sobre las identidades trans, incluso es posible que no sepan de los problemas de las personas transgénero, o que no conozcan a una persona trans. Y el resultado de la transfobia es que puede ser muy dañino a las personas que lo sufren, incluyendo depresión, miedo, aislamiento, sentimientos de desesperanza o suicidio.

¿Y qué podemos hacer para ayudar a detener la transfobia? Porque nadie tiene derecho a discriminar ni a herir a una persona física o emocionalmente. Hay varias cosas que puedes hacer para ayudar a detener la transfobia, como por ejemplo: no usar comentarios infamantes contra las personas transgénero, no hacer preguntas personales sobre los genitales, las cirugías ni la vida sexual de una persona transgénero, no crear estereotipos ni tampoco hacer suposiciones sobre ellas, respetar los nombres y pronombres que las personas trans eligen, etc. Actitudes positivas e integradoras que se soportan en la formación e información adecuada, en el respeto y amor a las personas, sin etiquetas.

No permitamos que nuestro comportamiento haga llorar a nadie…