sábado, 29 de diciembre de 2018

Cine y Pediatría (468). “El pequeño Tate” y el gran dilema de los niños con altas capacidades


Alicia Christian Foster, más conocida como Jodie Foster, es una de las actrices más relevantes de su generación, quien también ha sabido dar el salto como directora de cine. En el plano actoral son icónicas sus interpretaciones como Iris Steensma, la prostituta de 13 años de películas Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), su primer papel principal en el largometraje, tras numeroso papeles de niña en la televisión; y también como la detective Clarice Sterling en El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991), papel por el que consiguió el Oscar a Mejor actriz, el segundo de su carrera pues unos años antes lo había recibido como Mejor actriz secundaria en Acusados (Jonathan Kaplan, 1988). Pero es que en el año 1991, y con tan solo 29 años, dirigió su primera película, El pequeño Tate. Más tarde realizó A casa por vacaciones (1995), El castor (2011) y Money Monster (2016). 

Y hoy precisamente viene a este espacio de Cine y Pediatría y como última película del año 2018, El pequeño Tate, una aproximación a la fortaleza y la fragilidad de los niños superdotados. Porque no es fácil la situación de los niños con este don, y Jodie Foster conocía bien este mundo porque en su momento ella también fue una niña prodigio, y reconoce que colocó en el filme varios elementos autobiográficos.

“Es curioso porque casi puedo acordarme de cuando nací…”.  Es la primera voz en off con la que se nos presenta a Fred (el debut para Adam Hann-Byrd, quien más tarde apareció en películas como Jumanji y Diabólicas), un niño de 7 años que escribe poesía, pinta, toca el piano y que su don no es tanto lo que sabe, sino lo que comprende: “El primer curso ya era muy evidente que no era como todos los demás”. Fred vive con Dede (Jodie Foster), su madre soltera, quien se busca la vida en diferentes trabajos (camarera, bailarina, etc.) para sacar adelante la familia y donde Fred es hijo y casi marido: “La gente me pregunta quién es mi papá. Dicen que soy como la Inmaculada Concepción. Eso es una gran responsabilidad para mí”

Fred se informa sobre lo que son los jóvenes superdotados y sus problemas de relación con los demás y sus dilemas de la mente. De hecho no quiere celebrar su fiesta de cumpleaños, pues sabe que nadie vendrá y aunque intenta invitar a los vecinos del barrio, nadie acude a su casa con todo preparado. Al principio, su madre se opone a que Fred vaya a un colegio especial, pero finalmente piensa qué quizás sea lo mejor para él, pues ella no le puede dar lo que necesita. Así que, al final, accede y acude al proceso de selección de niños superdotados “Odissey of the Mind”, donde la psicóloga directora de este centro especial para alumnos de alta capacidad, Jane (Diane Wiest), les dice a los seleccionados: “Se dice que el genio aprende sin estudiar y sabe sin aprender. Que es elocuente sin preparación, exacto sin cálculo y profundo sin reflexión”. Y allí se confirma que Fred es un prodigio de las matemáticas y de la música con una sensibilidad especial, y Jane le dice: “Tu inteligencia no es nada que debas ocultar”

Porque el gran dilema que nos plantea la película – y la vida de estos niños superdotados – es seguir siendo niños o caminar como superdotados, trabajar su potencial o respetar su felicidad. Un gran dilema… Porque nadie es ajeno a la somatización ante las dificultades, como nuestro protagonista que acude a la universidad bajo la custodia de Jane (y allí le ofrecen una dieta macrobiótica para curar su úlcera), pero finalmente regresa a los brazos de su madre. Y por ella Fred nos comenta: “Cuando cumplí 8 años tuve mi mejor fiesta de cumpleaños. Así es como la recuerdo”. Y por ello su reflexión final: “Una vez me tocó una galleta de la fortuna que decía: solo cuando todos los que te rodean sean diferentes, te sentirás a gusto. Y allí todos éramos diferentes”. Porque esa es la importancia de ser feliz. 

Porque Fred cumple las tres características para definir a un individuo como superdotado: creatividad, habilidad superior y dedicación al trabajo. Y también nuestro pequeño Tate cumple con los dilemas personales, familiares y académicos de estos pequeños con altas capacidades. 

Y este es el debut como directora de Jodie Foster, una actriz que no es ajena en Cine y Pediatría, pues ya ha participado en algunas películas ya citadas, bien como madre coraje en La habitación del pánico (David Fincher, 2002) y en Plan de vuelo: desaparecida (Robert Schwentke, 2005), o como una versión peculiar de los niños salvajes en Nell (Michel Apted, 1994), donde interpreta a una joven que se ha criado en las montañas de Carolina del Norte con la única compañía de su madre, sin relación con el resto de la sociedad y que ha creado una lengua propia e indescifrable. 

Y hoy llega El pequeño Tate y su gran dilema. Pues no es la primera vez que hemos hablado de niños superdotados en Cine y Pediatría: y también recordamos hoy El extraordinario viaje de T.S. Spivet (Jean Pierre Jeunet, 2013) o Un don excepcional (Marc Webb, 2017). El don y el viaje de los niños con altas capacidades y con ellos, el dilema de sus familias, de sus profesores y de la propia sociedad.

 

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