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sábado, 20 de marzo de 2021

Cine y Pediatría (584). “En busca de Bobby Fischer”, jaque mate a la inocencia


Un libro, una miniserie y una actriz nos han enrocado de nuevo en ese milenario juego que es el ajedrez. La novela de Walter Tevis del año 1983, “The Queen´s Gambit”, ha servido de guión para la serie de la que todo el mundo habla, Gambito de Dama, la miniserie más famosa (y premiada) del año 2020 en la plataforma Netflix (galardones compartidos con la serie The Crown). Y ello para honra de Anya Taylor-Joy, esta joven actriz de sangre británica, argentina, española y zimbabuense , quien se come la pantalla con su camaleónica belleza, sus dotes interpretativas y una personalidad que invita al misterio en el papel la genial ajedrecista Beth Harmon, un personaje ficticio que parece muy real. 

Se dice que el poema épico persa Shahnameh (“Libro de los reyes”) es la primera mención conocida del origen del ajedrez, a través de una historia o leyenda del poeta indio Fedrousí, y que tiene su origen en el juego denominado como chaturanga, cuyo nombre significa “cuatro divisiones” en referencia a las cuatro piezas que simbolizan las unidades del ejército indio. Estas son las más antiguas del juego y corresponden a los actuales peones (para la infantería), caballos (caballería), alfiles (elefantes) y torres (carros) de la versión moderna del juego. Pero lo cierto es que el ajedrez es solo el integrante más internacional de una vasta familia de juegos similares entre los que se incluyen el shogi japonés, el xiangqi chino o el makruk tailandés. La razón de esta gran diversidad se puede atribuir en parte a las grandes rutas comerciales euroasiáticas (principalmente la Ruta de la Seda) y en parte a los imperios musulmanes de la Edad Media. 

Los registros históricos demuestran que el ajedrez era ya un pasatiempo internacional a mediados de la Edad Media. Es a finales del siglo XV cuando el ajedrez se volvió especialmente popular en Europa y cabe trasladarse al año 1834 para tener conocimiento del primer campeonato internacional conocido entre el británico Alexander McDonnel y el francés Louis-Charles de la Bourdonnais, que se erigió en el primer campeón del mundo de ajedrez, aunque fuera todavía un título no oficial. Le sucedió el británico Howard Staunton, que tuvo un papel muy importante a la hora de estandarizar las piezas y reglas del juego y promocionar el ajedrez a nivel internacional. Todo ello ayudó a homogeneizar el juego y a dar un carácter oficial los campeonatos y federaciones de ajedrez en la segunda mitad del siglo XIX. 

La llegada de las dos guerras mundiales y posteriormente de la Guerra Fría dio otra vuelta de tuerca al juego y lo convirtió no solo en un deporte intelectual, sino en una batalla política. Las décadas de los años 50 y 60 vieron un dominio absoluto de los jugadores de la URSS: entre 1951 y 1969, todos los campeones mundiales fueron ciudadanos soviéticos y se llegaron a organizar dos torneos cuyo nombre era “La Unión Soviética contra el resto del mundo”, en las que esta se enfrentó a un equipo de jugadores internacionales y ganó en ambas ocasiones. 

Y es así como en los 7 capítulos de Gambito de Dama acompañamos a Beth Harmon al recuerdo de los grandes campeones, como José Raúl Capablanca (apodado “el Mozart del ajedrez” desde su Cuba natal), Mijail Tal, Tigran Petrosian, Anatoli Karpov (y sus duelos emblemáticos con Garri Casparov), Bobby Fischer (quien llegara a vencer en el “encuentro del siglo” a Boris Spassky), o los más recientes, como el búlgaro Vaselin Topalov, el indio Viswanathan Anand o el actual, el noruego Magnus Carlsen. 

Pero antes de esta mítica serie, hubo una película que reflejó la historia real de del neoyorquino Joshua Waitzkin, niño prodigio del ajedrez (y luego de las artes marciales) que padeció lo que es criarse con un don extraordinario. Porque el destino del niño prodigio asusta y más si este niño tímido quería remedar a su ídolo – y el de tantos americanos – que no era otro que Bobby Fischer. La película es conocida como En busca de Bobby Fischer (Steven Zaillin, 1993) y está basada en el libro “Searching for Bobby Fischer”, libro escrito por su padre, Fred Waitzkin

La película comienza con la voz de nuestro niño protagonista remedando la pasada historia de su ídolo: “… Si ganaba, sería el primer campeón del mundo estadounidense. Si perdía, sería un desgraciado más de Brooklyn. En la jugada número 40 de la vigésimo primera partida, contraatacó el alfil al rey 6 de Spassky con un peón a torre 4. Y lo derrotó. A su vuelta era un héroe estadounidense. Presumió ante el mundo de que derrotaría a los rusos, y lo logró. Ahora podría exigir tanto dinero como los mejores boxeadores. Fue invitado a cenar con jefes de estado y con reyes. Después, Bobby Fischer hizo la jugada más original e inesperada de todas. Desapareció”. 

De niño, aprendió de los ajedrecistas de Washington Square, especialistas callejeros, sin otra formación que la picaresca ni más recursos que su inteligencia natural. Al descubrir el don del pequeño Josh Waitzkin (primer papel de Max Pomeranc), se plantea el temprano debate entre su padre Fred (Joe Mantegna), quien le estimula su talento y le busca la mejor formación posible, y su madre Bonnie (Joan Allen) que desea que tenga un niñez normal, y sus consejos hablan por ella: “Tienes un gran corazón. Y es lo más importante de este mundo”. 

El encuentro con el profesor y entrenador Bruce Pandolfini (Ben Kingsley) y sus peculiares métodos de enseñanza, marcan un antes y un después para todos: “Pretender que un niño quiera ganar y no prepararlo bien, es un error”. Y el padre viaja con su hijo por el país de campeonato en campeonato: “Mi hijo tiene un don”. Pero los problemas comienzan a aparecer, tanto en el colegio (donde los profesores se preocupan de que el ajedrez roba espacio al estudio) como en el propio Josh, quien a los 7 años ya vive inmerso en una responsabilidad que no corresponde, y en el miedo de decepcionar a su padre, a quien llega a decir: “Quizás sea mejor no ser el mejor. Así puedes perder y no pasa nada”. 

Porque el daño está asegurado cuando un niño es sometido a un exceso de responsabilidad y competitividad. Y es la madre la que percibe mejor todo esto y acaba enfrentándose tanto al entrenador como a su marido, a quien le dice: “Josh no tiene miedo a perder. Tiene miedo a perder tu cariño… Sé que te ha decepcionado. Sabe que lo consideras débil. Pero no lo es. Es noble. Y si tú o Bruce o cualquier otro trata de echárselo a la cara, juro por Dios que me lo llevaré”. Y porque, como bien reflexiona el entrenador de otro niño ajedrecista: “Sabes que por más cosas que le enseñes a un niño, al final son lo que son”. Y así es, son niños. Y ese es su gran valor. 

Y el valor aumenta cuando es una historia real. Y eso lo confirmamos con el colofón de la película, estrenada cuando él tenía 17 años: “Joshua Waitzkin todavía juega al ajedrez. Hoy es el jugador menor de 18 años con mayor puntuación en los Estados Unidos. También juega al béisbol, baloncesto, fútbol y fútbol americano, y en verano sale a pescar. En septiembre de 1992, Bobby Fischer salió de su reclusión para desafiar a su rival, Boris Spassky. Después de ganarle, volvió a desaparecer”. 

No es la primera vez que en Cine y Pediatría tratamos la polémica que surge alrededor de los niños prodigio, y la polémica de respetar su infancia y cultivar su don extraordinario. Y el ajedrez es un claro ejemplo, y sirvan algunos ejemplos de jugadores que se convirtieron en Grandes Maestros antes de que cumplieran 15 años: el ucraniano Serguéi Kariakin (quien ostenta el récord al conseguirlo a los 12 años y 7 meses), el indio Rameshbabu Praggnanandhaa, el noruego Magnus Carlsen, el chino Wei Yi, el estadounidense Samuel Sevian, el húngaro Richard Rapport, el filipino Wesley So, el francés Etienne Bacrot o el peruano Jorge Cori, entre otros muchos. Es importante que en este camino no se dé jaque mate a la inocencia de sus infancias. 

Y para cerrar el círculo cabe comentar que la actriz Anya Taylor-Joy nunca había jugado al ajedrez; tuvo que pasar muchas horas practicando la manera profesional de mover las piezas con el excampeón del mundo Gari Kaspárov y el afamado entrenador estadounidense Bruce Pandolfini, contratados para asesorar en el rodaje de la película. Y así es como ficción y realidad se entrecruzan en el tablero de ajedrez.

 

sábado, 5 de enero de 2019

Cine y Pediatría (469). “El libro secreto de Henry” y la complicidad del silencio


“La mayoría de la gente es buena. Y digo la mayoría, porque siempre sabemos que hay algún imbécil suelto. La gente buena sabe muy bien como relacionarse: te respetan e, incluso a veces, te sonríen. Aunque otras no es así”.  Con esta voz en off nos adentramos a una historia llena de matices, de emociones y reflexiones, de vivencias y experiencias, de enseñanza y aprendizajes para no olvidar. Una película especial para comenzar bien el 2019 desde el punto de vista cinematográfico: El libro secreto de Henry (Colin Trevorrow, 2017). 

Una película con un resumen tan sencillo como complejos los mensajes, en la que conocemos a Susan Carpenter (Naomi Watts), una madre soltera con dos hijos: Peter (Jacob Tremblay), de 8 años, y Henry (Jaeden Lieberher), un niño superdotado de 12 años que se encarga de gestionar el hogar mientras trata de salvar a su vecina y amiga Christina (Maddie Ziegler) de los presuntos abusos de su padrastro, un jefe de policía de la ciudad. 

Y con ello conocemos a los cinco nombres que hace de este film una película argumental en Cine en Pediatría: 
- En primer lugar, el director estadounidense Colin Trevorrow, quien, después de dirigir y escribir  dos años antes Jurassic World, cambia radicalmente de registro y se atreve a abordar este profundo y conmovedor drama con tintes de suspense, gracias al primer guión para la gran pantalla del autor de novelas criminales Gregg Hurwitz, capaz de mezclar tramas de familias disfuncionales, pederastia, dramas médicos, historias de pérdidas y de encuentros, así como algunos inesperados giros. 
- Naomi Watts, la actriz que sigue paseando su belleza en películas del estilo de Mulholland Drive (David Lynch, 2001), 21 gramos (Alejandro González Iñárritu, 2003), King Kong (Peter Jackson, 2005) o Lo imposible (Juan Antonio Bayona, 2012),  y que aquí interpreta a Susan, una madre que escribe cuentos para niños y trabaja de camarera, una madre algo inmadura y que consulta todas sus decisiones con su inteligentísimo hijo. Una Naomi Watts que no es ajena a Cine y Pediatría, pues ya ha estado presente en tres películas: Madres e hijas (Rodrigo García, 2009), Dos madres perfectas (Anne Fontaine, 2013) y St. Vincent (Theodore Melfi, 2014) y que en esta película se atreve incluso a cantar el tema principal, la canción “Your Hand I Will Never Let It Go” de Steve Nicks. 
- Y tres jóvenes actores en apogeo, dos chicos y una chica. Los chicos ya han estado presentes también en Cine y Pediatría: Jaeden Lieberher hizo tándem con Naomi Watts en St Vincent y Jacob Tremblay ha sido el protagonista de dos películas icónicas, como La habitación (Lenny Abrahamson, 2015) y Wonder (Stephen Chbosky, 2017). Y la chica es una joven bailarina, gimnasta y modelo estadounidense, Maddie Ziegler, quien debuta en el cine con esta película, pero que reconocemos como la musa de la cantante australiana Sia en la mayoría de su videoclips de mayor éxito: “Chandelier”, “Elastic Heart”, “Big Girls Cry”, “Cheap Thrills” o “The Greatest” y siempre con sus icónicas pelucas. 

Henry es un niño extremadamente ingenioso y maduro que vive de acuerdo a una sencilla y firme premisa: "si alguien le hace daño a otra persona, entonces sí es asunto nuestro". Con esta premisa intenta defender a su vecina, quien sufre cada noche los actos de pederastia de su padrastro, y Henry lo denuncia a la directora del colegio, a los teléfonos de ayuda al maltrato, y a su propia madre, pero no encuentra apoyo ni comprensión. Porque el silencio es cómplice y más en un tema como el de los abusos infantiles y el maltrato a la mujer, dos circunstancias que vive nuestro protagonista y contra las que se rebela. 

Y así describe Henry su legado en el colegio: “Podría seguir hablando de cómo dejar huella, pero ¿no acaba siendo una tirita para nuestra crisis existencial?...Pero nuestro legado no queda reflejado en nuestro curriculum ni en nuestra cuenta corriente. Es con quien tenemos suerte de compartir nuestras vidas y qué podemos dejarles. Lo único que hoy sabemos es que hoy estamos aquí. Hagámoslo lo mejor posible estando en este lado. Y eso es lo que pienso de mi legado”. Y parece premonitorio en su vida, pues a mitad de metraje nuestro protagonista presenta un status epiléptico y se le descubre una masa cerebral, que resulta sorprende como él interroga al propio neurocirujano sobre las posibilidades diagnósticas, un ependimoma o un glioblastoma, ya extendido y sin curación. Y con su muerte deja una gran tristeza (pocos dolores son comparables para un hijo adolescente que conoce su fin y para una madre), pero también un gran legado en forma de su libro rojo, su libro secreto y sus secretos. 

Y el tercio final de la película adquiere el formato de thriller de suspense, con la combinación de la escenas de Susan cumpliendo la misión que le dejó grabada Henry con las escenas de la representación de Got Talent del colegio, allí donde Christina/Maggie Ziegler realiza uno de sus habituales danzas. Y Susan consigue vencer el silencio, y se enfrenta al padrastro: “Visitas a urgencias, ausencias en la escuela, moratones, llamadas a servicios sociales borradas por tu hermano. Henry lo registró todo. Y nunca supiste que te estaba observando… Me aseguraré de que nunca más le vuelvas a poner la mano encima a esa niña. Y te haré pagar por lo que has hecho. ¡ Mírame ¡, quiero que veas a quién te enfrentas ahora”. 

Y un colofón tan duro como esperanzador, con la grabación final de Henry: “A veces una buena historia te recordará quién quieres ser. A lo mejor por eso hay tantas. Historias sobre el bien y el mal. Historias sobre el triunfo del espíritu humano. Historias sobre la vida y la muerte y cómo hay que seguir con una a pesar de la otra. Esta historia es sobre tú y yo, sobre mi hermano y la chica que vivía al lado. Pero ya no es mi historia. Es la tuya”. Y yo añado, es la nuestra. 

Es El libro secreto de Henry una película con posiciones extremas de los críticos de cine. No me voy a poner de lado de ninguno, ni de los que hablan de sus defectos ante un guión imposible y poco creíble, ni del lado de los que ven en ella una película valiente con el recuerdo del buen cine de los años 80. Lo que si puedo decir es que es una buena película para ver en familia, una maravillosa carta de amor a los buenos sentimientos, y que transita del drama al thriller dejándonos continuas emociones y reflexiones sobre diferentes temas. 

Y el mensaje principal es claro: no debemos ser cómplices de las injusticias con nuestro silencio.

 

sábado, 29 de diciembre de 2018

Cine y Pediatría (468). “El pequeño Tate” y el gran dilema de los niños con altas capacidades


Alicia Christian Foster, más conocida como Jodie Foster, es una de las actrices más relevantes de su generación, quien también ha sabido dar el salto como directora de cine. En el plano actoral son icónicas sus interpretaciones como Iris Steensma, la prostituta de 13 años de películas Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), su primer papel principal en el largometraje, tras numeroso papeles de niña en la televisión; y también como la detective Clarice Sterling en El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991), papel por el que consiguió el Oscar a Mejor actriz, el segundo de su carrera pues unos años antes lo había recibido como Mejor actriz secundaria en Acusados (Jonathan Kaplan, 1988). Pero es que en el año 1991, y con tan solo 29 años, dirigió su primera película, El pequeño Tate. Más tarde realizó A casa por vacaciones (1995), El castor (2011) y Money Monster (2016). 

Y hoy precisamente viene a este espacio de Cine y Pediatría y como última película del año 2018, El pequeño Tate, una aproximación a la fortaleza y la fragilidad de los niños superdotados. Porque no es fácil la situación de los niños con este don, y Jodie Foster conocía bien este mundo porque en su momento ella también fue una niña prodigio, y reconoce que colocó en el filme varios elementos autobiográficos.

“Es curioso porque casi puedo acordarme de cuando nací…”.  Es la primera voz en off con la que se nos presenta a Fred (el debut para Adam Hann-Byrd, quien más tarde apareció en películas como Jumanji y Diabólicas), un niño de 7 años que escribe poesía, pinta, toca el piano y que su don no es tanto lo que sabe, sino lo que comprende: “El primer curso ya era muy evidente que no era como todos los demás”. Fred vive con Dede (Jodie Foster), su madre soltera, quien se busca la vida en diferentes trabajos (camarera, bailarina, etc.) para sacar adelante la familia y donde Fred es hijo y casi marido: “La gente me pregunta quién es mi papá. Dicen que soy como la Inmaculada Concepción. Eso es una gran responsabilidad para mí”

Fred se informa sobre lo que son los jóvenes superdotados y sus problemas de relación con los demás y sus dilemas de la mente. De hecho no quiere celebrar su fiesta de cumpleaños, pues sabe que nadie vendrá y aunque intenta invitar a los vecinos del barrio, nadie acude a su casa con todo preparado. Al principio, su madre se opone a que Fred vaya a un colegio especial, pero finalmente piensa qué quizás sea lo mejor para él, pues ella no le puede dar lo que necesita. Así que, al final, accede y acude al proceso de selección de niños superdotados “Odissey of the Mind”, donde la psicóloga directora de este centro especial para alumnos de alta capacidad, Jane (Diane Wiest), les dice a los seleccionados: “Se dice que el genio aprende sin estudiar y sabe sin aprender. Que es elocuente sin preparación, exacto sin cálculo y profundo sin reflexión”. Y allí se confirma que Fred es un prodigio de las matemáticas y de la música con una sensibilidad especial, y Jane le dice: “Tu inteligencia no es nada que debas ocultar”

Porque el gran dilema que nos plantea la película – y la vida de estos niños superdotados – es seguir siendo niños o caminar como superdotados, trabajar su potencial o respetar su felicidad. Un gran dilema… Porque nadie es ajeno a la somatización ante las dificultades, como nuestro protagonista que acude a la universidad bajo la custodia de Jane (y allí le ofrecen una dieta macrobiótica para curar su úlcera), pero finalmente regresa a los brazos de su madre. Y por ella Fred nos comenta: “Cuando cumplí 8 años tuve mi mejor fiesta de cumpleaños. Así es como la recuerdo”. Y por ello su reflexión final: “Una vez me tocó una galleta de la fortuna que decía: solo cuando todos los que te rodean sean diferentes, te sentirás a gusto. Y allí todos éramos diferentes”. Porque esa es la importancia de ser feliz. 

Porque Fred cumple las tres características para definir a un individuo como superdotado: creatividad, habilidad superior y dedicación al trabajo. Y también nuestro pequeño Tate cumple con los dilemas personales, familiares y académicos de estos pequeños con altas capacidades. 

Y este es el debut como directora de Jodie Foster, una actriz que no es ajena en Cine y Pediatría, pues ya ha participado en algunas películas ya citadas, bien como madre coraje en La habitación del pánico (David Fincher, 2002) y en Plan de vuelo: desaparecida (Robert Schwentke, 2005), o como una versión peculiar de los niños salvajes en Nell (Michel Apted, 1994), donde interpreta a una joven que se ha criado en las montañas de Carolina del Norte con la única compañía de su madre, sin relación con el resto de la sociedad y que ha creado una lengua propia e indescifrable. 

Y hoy llega El pequeño Tate y su gran dilema. Pues no es la primera vez que hemos hablado de niños superdotados en Cine y Pediatría: y también recordamos hoy El extraordinario viaje de T.S. Spivet (Jean Pierre Jeunet, 2013) o Un don excepcional (Marc Webb, 2017). El don y el viaje de los niños con altas capacidades y con ellos, el dilema de sus familias, de sus profesores y de la propia sociedad.

 

sábado, 10 de junio de 2017

Cine y Pediatría (387). El cine de Marisol, prototipo de la "Tómbola" de los niños prodigios en el cine


Cuando se hace una clasificación de niños y niñas prodigio de cine español, la preferida por el público siempre lo encabeza Marisol, bastante por delante de nombres tan conocidos como Ana Belén, Joselito, Pablito Calvo, Juan José Ballesta, Jorge Sanz, Ana Torrent, Lolo García o Ivana Baquero. El camino posterior de cada uno ha sido muy diferente: algunos no superaron el peso de la fama, pero otros han logrado transitar a la edad adulta sin mácula. Sea como sea, para ello no queda el mejor recuerdo de aquellos momentos y baste el ejemplo de los pequeños actores de los años 50 y 60, que fueron el auge del cine "de niños", básicamente fundamentado en amables comedias musicales, con niñas que cantan en el autobús escolar y niños huérfanos con voz de ruiseñor. Ellos popularizaron un cine infantil que encandiló a todos, pero especialmente a los adultos. 

Ese cine con niños de los años 50 y 60 se acota en el terreno de la españolada y del cine popular, que brotó con fuerza con Pablito Calvo a raíz de Marcelino, pan y vino (Ladislao Vajda, 1954) y con Joselito en El pequeño ruiseñor (Antonio del Amo, 1956). Pero donde aparecieron otros tantos niños que intentaron emular el éxito de estos dos púberes, entre estos se encuentran: Pepito Moratalla (Noche de Reyes, 1948), Miguelito Gil (Recluta con niño, 1955), Miguel Ángel Rodríguez (El tigre de Chamberí, 1957), Estrellita (Han robado una estrella, 1963), Maleni Castro (¿Chico o chica?, 1962) o las hermanas Pili y Mili (Como dos gotas de agua, 1963). De entre todos los realizadores españoles fue Luis Lucía el que más empeño puso en el trabajo con niños, y de sus manos salieron: Pepito Moratalla, Jaime Blanch, Rocío Durcal, Ana Belén, Nino y, especialmente, Marisol. 

De todos los niños prodigio que surgieron en la postguerra sobresale Marisol, la que fuera la novia de media España, aquella que destacaba tanto por su trabajo delante de la cámara como por las circunstancias personales que rodearon en su última etapa como personaje público. Una niña que representaba en sus películas la belleza celestial de la infancia, el gracejo andaluz y la pureza de corazón, para convertirla en un personaje entrañable y casi un icono de alegría e ilusión en los espectadores. La carrera cinematográfica de Marisol (nombre real Josefa Flores González) se divide en tres grandes épocas: 1) La época infantil, compuesta por tres películas, las tres dirigidas por el veterano Luis Lucía: Un rayo de luz (1960), Ha llegado un ángel (1961) y Tómbola (1962); 2) La época adolescente que va desde Marisol rumbo a Río (Fernando Palacio, 1963) a Carola de día, Carola de noche (Jaime de Armiñán, 1969) y entre ellas otras como La nueva Cenicienta (George Sherman, 1964) o Cabriola (Mel Ferrer, 1965); 3) La época adulta que va desde La corrupción de Chris Miller (Juan Antonio Bardem, 1972) hasta Caso Cerrado (Juan Caño, 1985), y en el que incluye otras películas como sus dos colaboraciones con Carlos Saura en Bodas de sangre (1981) y Carmen (1983). 

Una vida que han sido al menos dos vidas: la de Marisol, la niña y adolescente actriz prodigio, la joven comunista revolucionaria que no tuvo problemas en formar parte del destape que la Transición imponía, siempre en la cresta de la ola; y la de Pepa Flores, la persona, quien decidió retirarse poco a poco de todo tras su última película, lo que conllevó la separación de Antonio Gades, la desvinculación política y su retirada de la vida pública. Actualmente, con 69 años, Pepa Flores vive tranquilamente en Málaga natal y junto a su familia. 

De toda su filmografía se suele escoger la película Tómbola como prototipo, pues la película marcó época y forjó el mito de la pequeña actriz, una película carismática también por su canción. Tómbola también conocida como Los líos de Marisol, escenifica el cuento de Pedro y el lobo. Marisol, una niña de origen humilde que vive en casa de sus tíos que ejercen de tutores, tiene dos características que son la clave de la historia: por un lado es muy pizpireta y, por otro, tiene una gran inventiva. Marisol es una niña despierta, alegre y vivaracha que trae de cabeza a sus profesores y compañeras de colegio porque siempre anda inventando historias fantasiosas. Un día, Marisol presencia el robo de una obra de arte en la visita al museo que realiza con el colegio, y cuando acude a confesarlo nadie le cree. Cuando la pequeña amenaza con delatar a los ladrones en televisión, la banda la secuestra. 

Lo cierto es que es una de esas historias sin mucho pie ni mucha cabeza, de las que incluso puede dar un poco de rubor mirada con las perspectiva del tiempo, pero que en su momento se realizó para encumbrar al personaje principal hasta los altares a través de sus personajes secundarios. Y así nos encontramos con algunos ejemplos al respecto: cuando una chica de su clave le dice a Marisol en la clase de gimnasia: “Lo bonito de tus locuras es que siempre te da por ayudar a alguien"; tras cantar la canción icónica de la película, con título homónimo, la misma compañera de clase afirma: "Nos tendrían que cobrar más por ser compañeras de Marisol"; o cuando María Belén, la compañera de color, le dice: “Estoy empezando a pensar en que sería estupendo ser tan rubia como tú y tener los ojos azules como los tuyos". Ahí queda eso... 

Pero lo que quizás más se recuerda son las canciones de esta película, en una época en que la música pop se abría paso entre la música popular y la música ligera. El éxito de las canciones compuestas por Augusto Algueró y Antonio Guijarro fue tal que Discos Montilla, quien editó los discos de Marisol en aquella época, tuvo que publicar dos discos con canciones de la película. El primero llevaba las canciones "Tómbola" y "Con los ojos abiertos" en la cara A y "Una nueva melodía" y "Chiquitina" en la cara B. Fue tal el éxito que propició la salida de un segundo disco que las canciones "Lobo, Lobito", "Nadie lo sabe cantar" en la cara A y "Aquellos duros de Cádiz" y "Final de la Película" en la cara B. 

Porque hubo un tiempo en el cine español en donde la intención casi exclusiva era entretener al público de la España del momento, un tipo de películas de las denominadas populares con niño/niña y donde transcienden algunas características de la sociedad del momento, como la importancia del ejército, la iglesia y la policía como instituciones vertebradoras del estado, la separación de sexos en la educación, los valores de la familia tradicional, y tantos otros. Sea como sea, la vida es una tómbola... , al menos lo fue para estos niños y niñas llamados prodigio del cine español, al menos lo fue para Marisol (ahora Pepa Flores): algunas veces sale bien, pero otras muchas no. 

sábado, 19 de julio de 2014

Cine y Pediatría (236). El extraordinario viaje a la mente de un niño prodigio


“The Selected Works of T.S. Spivet” es la primera novela del estadounidense Reif Larsen, publicada en 2009, un bonito libro repleto de ilustraciones, mapas y gráficos. Narra el viaje de Tecumseh Sparrow Spivet (T.S. Spivet), un niño prodigio de 12 años, desde el rancho de su familia en Montana hasta el Instituto Smithsoniano en Washington D. C. (un centro de educación e investigación que posee además un complejo de museos asociado, financiado por el gobierno de los Estados Unidos y en donde la mayoría de sus instalaciones están localizadas en Washington, D.C., pero otros situados en Nueva York, Virginia o Panamá). Porque T.S. publica, sin el conocimiento de sus padres, varios trabajos en revistas científicas. Y un día recibe una llamada del Instituto Smithsoniano, que cree que es un adulto, comunicándole que le conceden un premio por su trabajo y lo invitan a que lo recoja durante una ceremonia en dicha institución. Así pues, T.S. se escapa de su casa e inicia ese extraordinario road movie transformado en un viaje en tren a través de Estados Unidos, un viaje que lo es también a varios destinos personales y a la mente de un niño prodigio. 

Esta novela ha sido llevado a la pantalla en el año 2013 bajo el título de El extraordinario viaje de T.S. Spivet por alguien que es propietario de una imaginación prodigiosa, capaz de configurar un mundo visual enteramente propio en un empeño de hacer tangible en imágenes un intangible como es la imaginación y la capacidad de soñar: hablamos del francés Jean-Pierre Jeunet y de su ideario visual, con ese excéntrico mundo interior y exterior de sus personajes. Él nos ha dejado su sello personal en películas de la talla de Delicatessen (1991), La ciudad de los niños perdidos (1995), Alien resurrección (1997) y, principalmente, su obra maestra Amélie (Premio BAFTA, César y Goya a la mejor Película Europea en 2002, además de 5 nominaciones a los Oscar), gracias a su peculiar estilo narrativo y visual donde recrean su particular universo onírico y fantástico. 

T.S. Spivet (Kyle Catlett), es un genio precoz, amante de la cartografía y con varios trabajos ya publicados en revistas especializadas y que recibe un premio por su invento de una máquina de movimiento perpetuo. Reside en una granja de Montana, en donde vive con un padre ranchero de carácter distante (Callum Keith Rennie), una madre entomóloga (Helena Bonham Carter), sumergida en su trabajo, principalmente la clasificación de escarabajos, y su hermana mayor Grace (Niamh Wilson), una adolescente obsesionada con su imagen y que aspira llegar a ser Miss América. Y también vive con el recuerdo de sus hermano gemelo Layton (Jakob Davies), quien falleció de un accidente por el disparo de un fusil. Y esa tragedia marca a toda la familia, pero especialmente a T.S., quien cree que es responsable de lo ocurrido y con el que tenía una relación muy especial: “Mi gemelo dicigótico... Él se llevó la altura y yo me llevé las neuronas” (el sentimiento de culpa flotando en segundo plano). Elenco de autores al que hay que añadir el nombre de Dominique Pinon , presente en casi toda la filmografía de Jeunet. 

Película rodada en 3 D, cabe destacar la fotografía (acreedora del César a la Mejor Fotografía en 2013), la banda sonora y el colorido diseño de producción, todo lo anterior especialmente sorprendente en el primer tercio de la película. Porque este viaje físico y emocional de un niño prodigio empieza bien, pero es posible que no logre que el final sea un final que nos lleve al buen destino que deseamos y esperábamos de un obra que quisiera tener puntos en común con Amélie. Pero he aquí su presentación: “La familia Spivet todos somos peculiares a nuestra manera. Mi padre tiene el alma y la mentalidad de un vaquero. Y mi madre se tiene por una gran naturalista. Cómo se enamoraron es un misterio, son como el día y la noche. Yo, T.S., soy un niño prodigio de espíritu científico. Mañana me voy a Washington D.C…” 

T.S. es un niño brillante, superdotado, talentoso, de alto rendimiento, de altas capacidades,… un niño prodigio: pero la reflexión que cabe considerar es si eso puede ser una suerte o un inconveniente, tanto para la familia como, sobre todo, para el individuo. La Sociedad Española para el Estudio de la Superdotación dispone de unos cuestionarios para ayudar al diagnóstico según la edad del niño a distintas edades. Las características comunes de estos niños prodigio son: tienen un alto nivel de expresión y comprensión verbal; emplean un amplio vocabulario muy rico en terminología; tienen facilidad para relacionar conceptos y seguir instrucciones complejas; aprenden a leer de forma precoz y, en muchos casos, sin ayuda; sorprenden por su capacidad para resolver problemas por caminos diferentes a los habituales; son creativos e imaginativos y les divierten los juegos complicados; son muy observadores y perceptivos y se orientan con mucha facilidad; son muy perfeccionistas y críticos consigo mismos y con los demás; tienen una gran capacidad de concentración y son muy perseverantes cuando realizan algo; son muy sensibles y necesitan apoyo emocional; se caracterizan por su gran sentido del humor; se interesan por temas y cuestiones que hacen referencia al sentido de la vida y la muerte, el bien y el mal, la justicia y la injusticia; prefieren la compañía de personas mayores; son enérgicos y activos y se muestran impacientes con la lentitud; cuando no alcanzan las metas u objetivos que se han propuesto, suelen frustrarse y sentir gran desasosiego y ello puede conducirles a rehusar o abandonar la tarea antes que a rebajar el objetivo que se han impuesto.

Viajar a la mente y a las emociones de un niño brillante, superdotado, talentoso, de alto rendimiento, de altas capacidades,… un niño prodigio… es un viaje extraordinario, que no debemos dejar de recorrer para ayudarles. Hoy lo hacemos con T.S. Spivet. 

sábado, 5 de enero de 2013

Cine y Pediatría (156). “Spellbound”, cuando uno duda de si las infancias tienen que ser al pie de la letra


El Scripps National Spelling Bee (o Concurso Nacional de Deletreo, conocido popularmente como “Bee”) es un concurso anual de deletreo para niños menores de 16 años que se realiza en Estados Unidos y que tiene gran fama en ese país, especialmente desde que en el año 1996 la cadena de televisión ESPN retransmite las últimas rondas de este concurso. Sin duda, este concurso de niños es un entorno que da mucho de sí para la reflexión, para la literatura y para el cine

En el año 2000 se publicó “Bee Season”, la primera novela de Myla Goldberg y que se centra en un adolescente que pretende ganar este concurso y la repercusión de este suceso sobre ella y su familia. De esa novela surgió la película La huella del silencio (Scott McGehee y David Siegel, 2006), donde la joven Eliza Nauman (Flora Cross) entrena para la prueba final del Concurso Nacional de Deletreo en la ciudad de Washington y, a partir de este hecho, se nos realiza un retrato caleidoscópico de su familia, de su padre Saúl (Richard Gere), un profesor de estudios religiosos judío que ve en la habilidad de su hija un don casi sobrenatural, de su madre Miriam (Juliette Binoche) y de su hermano Aarón (Max Minghella). En realidad, la película no se centra en el concurso en sí, sino en el hecho de cómo al surgir una potencial estrella en la familia (así se ven a estos jóvenes prodigios que concursan) se produce un efecto desgarrador de la frágil unión que hasta el momento había mantenida unida a la familia. Un reflejo de cómo muchos padres, aún con las mejores intenciones, pueden llegar a ver en los éxitos de sus hijos los sueños que ellos nunca alcanzaron, sin darse cuenta del daño que eso puede causar al desarrollo emocional en la infancia. 

En el mismo año se proyecta otra película sobre el mismo tema: Akeelah contra todos (Dough Atchison, 2006). Narra la historia de Akeelah Anderson (Keke Palmer), una niña de 11 años con gran talento en la ortografía y a quien deciden presentar para el Concurso Nacional de Deletreo, a la vez que la película explora la educación en un barrio deprimido de la comunidad negra y la relación con su madre viuda (Angela Bassett) y su entrenador (Laurence Fisburne). Una película familiar y con valores, en la que el concurso servirá para que la niña encuentre reconocimiento por su inteligencia, nuevos amigos y, especialmente, una razón para conseguir cambios positivos en su familia, en su colegio y en su comunidad. 

Pero es la película documental Spellbound (Al pie de la letra) (Jeffrey Blitz, 2002) quien hace un retrato más veraz, fascinante y emotivo de este concurso, un retrato de cómo lo viven los niños y sus familias, pues nos muestra la parte trasera del concurso. Y lo hace a través de las historias de ocho jóvenes talentos que compiten por este título: Angela, Nupur, Ted, Emily, Ashley, Neil, April y Harry. Niños y adolescentes norteamericanos de distinta procedencia y origen, algunos de familias emigrantes en busca del “sueño americano”: indios, hispanos, afroamericanos. La cámara (y el público) entra en las vidas de estos estudiantes mientras practican o mientras compiten en el concurso, descubriendo no solo la personalidad de cada uno de ellos, sino también los obsesivos hábitos de estudio que sus padres les imponen y los sacrificios por entregarse al cien por cien a la preparación del concurso. Desde las áridas llanuras de Texas hasta los verdes paisajes de Connecticut, desde los campos de Ozark hasta las grandes urbes como Washington, Spellbound acompaña a ocho adolescentes en su lucha por un sueño: convertirse en el "Bee" número uno del país. 
Con estas palabras comienza la película Spellbound: “En el país 9 millones de niños compiten en Estados Unidos en escuelas y ciudades en el Concurso de Deletreo. Sólo se clasifican 249 para el campeonato nacional en Washington. Durante dos días, 248 se equivocarán y sólo uno será el campeón. Esta es la historia de 8 niños norteamericanos que una primavera se disponen a ganar el campeonato nacional”. Tras un primer tercio de la película en que conocemos a los 8 adolescentes, sus familias y sus motivaciones, se nos muestra el transcurrir de las distintas rondas del concurso tras los 249 concursantes del primer día: segunda ronda (187 concursantes), tercera (168), cuarta (104), quinta (48), sexta (17)… y así hasta la décima en que sólo resta 3 finalistas, para, finalmente, llegar a proclamarse Nupur Lala como campeona nacional de 1999. Curiosamente, desde el año 1999 y tras Nupur Lala, son ya diez chicos americanos de ascendencia india los que ganan el concurso, de forma consecutiva en los últimos 5 años. La última ha sido Snigha Nadipati, natural de San Diego, quien ganó la 85 edición celebrada del 27 al 31 de mayo de 2012 y con “guetapens” como palabra final que tuvo que deletrear. 

La idea para hacer Spellbound (Al pie de la letra) llegó de la mano de su director en mayo de 1997, cuando éste vio por primera vez la final del “Bee”. Y se le ocurrió que, aunque el concurso era en sí fascinante, el público no sabía nada de los concursantes, de sus familias, del lugar donde vivían o de sus sueños personales, ya que sólo los conocían en la recta final del concurso. Esto le inspiró para hacer un documental que contara la historia personal de algunos de estos jóvenes deletreadores, aunque la elección de protagonistas candidatos se convirtió en una especie de rompecabezas según iba intentando encontrar el equilibrio adecuado de los participantes para su documental. Y el camino no fue fácil, aunque cada joven elegido tenía una gran historia detrás: Angela Arenivar tenía unos padres que habían entrado en Estados Unidos de forma ilegal desde México hacía años y nunca consiguieron aprender a hablar inglés; así que para Ángela, controlar el inglés y ganar en el “Bee” representaba la asimilación y el logro del "sueño americano". Y, a partir de ahí, los cineastas viajaron a Missouri, Texas, Connecticut, California, Michigan, Indian, Illinois, Washington D.C., Florida, Pennsylvania y New Jersey. Al final de la producción habían conseguido doce historias que se utilizarían para las ocho historias finales. Y también contactaron con antiguos ganadores del concurso, quienes expresaron que “es una tradición americana que se ha extendido por el mundo” o que “haber ganado algo así era un importante lastre”. Y también el juez del concurso comenta que “en este país, el deletreo forma parte de un proceso de la comunidad”
Fue Spellbound (Al pie de la letra) candidata al Oscar al Mejor Documental en el año 2003 (aunque se llevó el premio Bowling for Columbine de Michael Moore) y se convierte en un documental con muchas aristas. Y, aunque el eje central es la celebración de la final del “Bee”, en realidad es sólo el dispositivo para contar muchas otras historias y para debatir sobre los niños prodigio y cómo se lo plantean sus padres, algunos de los cuales crean métodos de trabajo sacrificados y rigurosos. Así es como expresa un padre la preparación de su hijo: "Lo primero que hacemos es averiguar el significado de la palabra, ver el lenguaje de origen, ver su raíz, la decimos contextualizada en una frase, pronunciamos la palabra correctamente, interiorizamos su significado en la cabeza, la deletreamos mentalmente, pensamos en su sonido antes de pronunciarla, la leemos por última vez con la mente, y deletreamos despacio la palabra. Eso es lo que hacemos"

Al final, el debate común de estas tres películas que se centran sobre el Concurso Nacional de Deletreo es reflexionar sobre sus aspectos positivos (como aprender disciplina que podrán utilizar el resto de sus vidas, así como el amor por las palabras y los libros) y también negativos (la repercusión sobre su infancia, al no disponer estos niños prácticamente de tiempo para jugar ni para estar con amigos, y sobre sus familias). Y ese tema particular nos dirige a una reflexión ponderada de los niños prodigio, por el riesgo intrínseco de pasar de niños estrellas a jóvenes y adultos estrellados, por ese estrecho límite que va de la genialidad a ciertas formas de malos tratos en la infancia.

Quizás lo más importante de la infancia es dejar a los niños ser niños y que ese don dure el mayor tiempo posible. Por ello, estas películas nos aportan una interesante reflexión sobre si, en realidad, las infancias tienen que ser al pie de la letra.
Mientras lo pensamos, deletreemos estas palabras y que adquieran todo el sentido: "Feliz 2013 a todos".

sábado, 4 de junio de 2011

Cine y Pediatría (73). “Pequeña Miss Sunshine” y los niños prodigio: ¿estrellas o estrellados?


Pequeña Miss Sunshine es una transgresora comedia alternativa en forma de road movie con un ritmo sensacional y unos personajes míticos, película vital y con vitalismo contagioso. La ópera prima del matrimonio formado por Jonathan Dayton y Valerie Faris fue aclamada por la crítica, incluyendo dos Premios de la Academia, al mejor guión original (Michael Arndt, también responsable del guión de la maravillosa Toy Stoy 3, Lee Unkrich, 2010) y al mejor actor de reparto (Alan Arkin).

Pequeña Miss Sunshine se centra en la particular y conflictiva familia Hoover, compuesta por un abuelo moderno y drogadicto (Alan Arkin, ya nominado a los Oscar en sus inicios por ¡Qué vienen los rusos!, Norman Jewison, 1966), un padre que trabaja como motivador profesional y ha creado un curso sobre cómo tener éxito y no ser un fracasado (Greg Kinnear, candidato al Oscar a mejor actor de reparto en Mejor…imposible, James L Brooks, 1997), una madre que es el único eslabón a la coherencia (Toni Collete, candidata al Oscar a mejor actriz de reparto en El sexto sentido, M Night Shyamalan, 1999), un tío homosexual que se recupera de un intento de suicidio al ser abandonado por su novio (Steve Carell, carismático humorista en obras como Embrujada, Nora Ephron, 2005), un hijo adolescente cabreado con el mundo, con su familia y consigo mismo, que lee a Nietzsche y se niega a hablar hasta que no sea piloto de pruebas (Paul Dano, que ya adquirió la fama en sus comienzos por el rebelde adolescente de L.I.E, Michael Cuesta, 2001) y la hija pequeña Olive, gafotas y con barriguita, que quiere ser una joven belleza en un concurso (Abigail Breslin, una joven promesa cuyo debut fue a los 6 años en Señales, M Night Shyamalan, 2002 y que se consagró con La decisión de Anne, Nick Cassavetes, 2009). Un golpe de fortuna hace que Olive sea invitada a participar en el concurso de belleza y talento infantil denominado ‘Pequeña Miss Sunshine’ en California, para lo cual toda la familia Hoover, por diferentes razones, tendrán que acompañarla subidos a una destartalada furgoneta amarilla. Para el concurso se buscaron niñas que realmente concursan en este tipo de festivales, mostrando la estética y movimientos auténticos de las jóvenes participantes.

Pequeña Miss Sunshine es un alegre y divertido cuento sobre un grupo de inadaptados que focalizan sus esperanzas en el triunfo de una imposible niña prodigio, símbolo de una sociedad competitiva en la que el mundo se divide en triunfadores y fracasados. Pero también es una crítica a los famosos concursos de belleza infantiles de Estados Unidos (bajo el nombre de “Little Miss Perfect”): pequeñas muñecas de carne y hueso, sofisticados peinados, con uñas postizas, bronceado artificial, sonrisas ensayadas, lentillas de colores, tacones altos y relucientes vestidos, … el sueño de cualquier niña, pese a las elevadas probabilidades de que ese sueño acabe por convertirse en pesadilla. Los certámenes de belleza infantil se han convertido en las últimas décadas en todo un fenómeno de masas y sobre todo, en un lucrativo negocio para los que manejan sus hilos. Toda una red mediática y de lo más lucrativa que gira en torno a las pequeñas niñas, de unos cinco a doce años, que literalmente son lanzadas por sus padres a este mundo plastificado en donde todo se rige por puras apariencias y donde el daño está servido en la educación y desarrollo infantil. 

Porque cuando la competitividad se traslada al mundo infantil se atraviesa una difícil barrera que puede conllevar mucha infelicidad. Y, si esa competitividad concurre en niños con especial talento, superdotado o niño prodigio, acaba convirtiéndose en un verdadero dilema para la familia, incluso un problema ético. Un niño prodigio es alguien que a una edad temprana (generalmente antes de los 10 años) domina uno o más campos emprendidos generalmente por adultos. Algunos de los campos más comunes de los niños prodigios son las artes visuales (principalmente el cine), la música, el deporte, las matemáticas, el ajedrez, etc. Se han creado incluso listas de niños prodigio que han votado el público (la mayoría del mundo del cine y algunos del mundo de la música) o se han documentado los niños prodigio del siglo XX en su capacidad intelectual. Como vemos, es en el panorama cinematográfico donde más niños prodigio reconocemos. 

En la línea de la película que hoy comentamos, enumeraremos a 10 jóvenes promesas “made in Hollywood” que acabaron estrellándose alrededor de la adolescencia o juventud por no saber cómo controlar una situación que era superior a ellos: 

 - Judy Garland: una actriz con una voz prodigiosa, saltó al largometraje con 13 años con películas como Pigskin Parade (David Butler, 1936), pero la fama llego, por supuesto, con la dulce Dorothy que deseaba volver a casa en El Mago de Oz (Victor Fleming, 1939). Aunque la fama estuvo siempre de su lado, las drogas y el alcohol se apoderaron de ella, llevándola a la muerte en 1969, con sólo 47 años. 

- Brandon de Wilde: su primera aparición en pantalla fue con 10 años en The member of the wedding (Fred Zinemmann, 1952), pero su revelación fue un año después con Raíces profundas (George Stevens, 1953), por la que fue nominado al Oscar a mejor actor de reparto. No consiguió mantener el tipo, y murió en un accidente de tráfico a los 30 años en estado de embriaguez y para los que a muchos fue una especie de suicidio. 

- Linda Blair: su primera aparición en pantalla fue con 11 años en The way we live now (Barry Brown, 1970), pero su revelación vino como la niña que retuerce el cuello y vomita bilis en El exorcista (William Friedkin, 1973) y algunas secuelas posteriores. A los 14 años era adicta al alcohol y las drogas y su carrera posterior se hundió en los michelines, la serie B y el resentimiento a su profesión. 

- River Phoenix: debutó con 15 años en Exploradores (Joe Dante, 1985), pero saltó al estrellato con Un lugar a ninguna parte (Sidney Lumet, 1988), película por la que estuvo nominado a los Oscar. River murió a los 23 años de sobredosis por mezclar varias drogas y alcohol, y su figura ya queda en la memoria como el James Dean de finales del siglo XX. 

- Henry Thomas: debutó a los 11 años con su papel más reconocido, el amigo de E.T., el extraterrestre (Steven Spielberg, 1982). Su primer papel le marcó a fuego y, aunque ha realizado algunos papeles más como en Gangs of New York (Martin Scorsese, 2002), su trayectoria ha sido breve, escasa y en papeles secundarios. Escaso éxito en la vida, aunque sin llegar a los tropiezos de juventud que atesoró su hermana en la ficción en E.T., Drew Barrymore. 

- Drew Barrymore: su primera aparición fue espectacular como la niña de 7 años que cuidaba de E.T., pero no supo cuidar de sí misma y confesó que a los 9 años bebía alcohol, a los 10 fumaba marihuana y a los 12 era cocainómana. Por suerte, Drew ha sabido encauzar su vida y ahora está estupenda en Los Ángeles de Charlie (Joseph McGinty Nichol, 2000) y sus secuelas. 

- Chistina Ricci: su debut fue a los 10 años con Sirenas (Richard Benjamin, 1990), pero la fama le llegó con La familia Adams (Barry Sonnenfeld, 1991) y una prolífica filmografía, pese a que el divorcio de sus padres, cuando ella era una adolescente, le provocó problemas de anorexia y bulimia. 

- Macaulay Culkin: su primera aparición en cine fue con 7 años en Rocket Gibraltar (Daniel Petrie, 1987), pero alcanzó el éxito en la década de los noventa con Solo en casa (Chris Columbus, 1990) y sus secuelas. Con 10 años, se convirtió en el niño más famoso de la época, pero el divorcio de sus padres hizo que Macaulay cayera en el alcoholismo y la drogadicción, despilfarrando su fortuna. 

- Lindsay Lohan: ha pasado de ser una niña adorable de 12 años con la cara llena de pecas que debutó en el papel de ambas gemelas en Tú a Londres, yo a California (Nancy Meyers, 1998) a una adolescente de comedias como en Herbie: a tope (Angela Robinson, 2005) que poco a poco ha perdido el norte entre el alcohol, los calmantes y las drogas a ocupado páginas y páginas de las revistas de famoseo en los últimos años. Ahora en el currículum de Lindsay aparecen sus cinco accidentes de tráfico, sus fotos comprometidas y sus dos ingresos en clínicas de rehabilitación. 

- Haley Joel Osment: debutó a los 6 años como el hijo de Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994), pero la piedra angular de su carrera ha sido El sexto sentido (M Night Shyamalan, 1999). Pero Haley Joel no ha tenido tanto éxito en la vida real como en las películas: un accidente de tráfico hace unos años, mientras conducía bajo los efectos del alcohol y las drogas, le ocasionó la condena de ingresar en Alcohólicos Anónimos. 

Ejemplos de estrellas infantiles que acabaron estrelladas. Un ejemplo más de posible abuso en la infancia y de la infancia. Lo que en clave de comedia nos presenta la peculiar familia Hoover y nos recuerda en esta frase: "¿Sabes qué? A la mierda estos concursos. La vida es un puto concurso de belleza detrás de otro: el instituto, la universidad, luego el trabajo...". Porque los años de infancias son maravillosos para ser niños, no otra cosa. Os dejo con Olive y a la familia Hoover bailando el "Superfreak", canción y baile provocativo y una forma divertida de provocar la reflexión.