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sábado, 11 de septiembre de 2021

Cine y Pediatría (609) “La profesora de parvulario” supera los límites entre docente y dicente

 

El techo de cristal de la mujer en la dirección cinematográfica también ha sido difícil de romper. He aquí una selección de películas dirigidas por mujeres que cabe tener presente, algunas ya presentes en Cine y Pediatría: El autoestopista (Ida Lupino, 1953), Cleo de 5 a 7 (Agnès Varda, 1962), Pasqualino: Siete bellezas (Lina Wertmuller, 1975), Daughters of the Dust (Julie Dash, 1991), El pequeño Tate (Jodie Foster, 1991),  El piano (Jane Campion, 1993), Boys Don´t Cry (Kimberly Peirce, 1999),  Buen trabajo (Claire Denis, 1999), Las vírgenes suicidas (Sofía Coppola, 1999),  Thirteen (Catherine Hardwicke, 2003),  Lost in traslation (Sofía Coppola, 2003), Buda explotó por vergüenza (Hana Makhmalbaf, 2007),  Lirios de agua (Céline Sciamma, 2007),  Siete mesas de billar francés (Gracia Querejeta, 2007), XXY (Lucía Puenzo, 2007),  Madre (Mabel Lozano, 2007),  LOL (Lisa Azuelos,2008), En tierra hostil (Kathryn Bigelow, 2008), Home, ¿dulce hogar? (Ursula Meier, 2008),  Fish Tank (Andre Arnold, 2009),  El último verano de la boyita (Julia Solomonoff, 2009),  Winter’s Bone (Debra Granik, 2010),  Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay, 2011),  Joven y alocada (Marialy Rivas, 2012),  La bicicleta verde (Haifaa Al Mansour, 2012),  Inch’Allah (Anaïs Barbeau-Lavalette, 2013),  Selma (Ava DuVernay, 2014), Un monstruo en mi puerta (July Jung, 2014),  Mustang (Deniz Gamze Ergüven, 2015),  Línea de meta (Paola García Costas, 2015),  Diario de una chica adolescente (Marielle Heller, 2015), Toni Erdmann (Maren Ade, 2016), Rara (Pepa San Martín, 2016),  Lady Bird (Greta Gerwig, 2017), El viaje de Nisha (Iram Haq, 2017),  Verano 1993 (Carla Simón, 2017),  Cafarnaúm (Nadine Labaki, 2018),  Carmen y Lola (Arantxa Etxebarría, 2018),  Conociendo a Astrid (Pernille Fischer Christensen, 2018),  Atlantique (Mati Diop, 2019), La inocencia (Lucía Alemany, 2019),  The Farewell (Lulu Wang, 2019), Retrato de una mujer en llamas (Céline Sciamma, 2019), Las niñas (Pilar Palomero, 2020),  Nunca, casi nunca, a veces, siempre (Eliza Hittman, 2020).

Pues bien, a ese listado (a buen seguro incompleto), se suma hoy la directora estadounidense Sara Colangelo y su atrevida película del año 2018, La profesora de parvulario, en realidad una adaptación de la película homónima israelí del año 2014 dirigida por Nadav Lapid. Curiosamente es un “remake” con pocos años de diferencia, pero lo cierto es que ambas obras están a la altura de este estudio psicológico de una maestra que llega demasiado lejos para proteger la rara sensibilidad poética de uno de sus pequeños alumnos, una obra que resulta perturbadora por la ambigüedad de la que envuelve a su protagonista, y por las preguntas que deja sin responder sobre los límites de la docencia y el potencial nocivo de superarlo. 

Lisa Spinelli (descomunal Maggie Gyllenhaal) es una maestra de parvulario de Staten Island, quien combina su pasión por la educación infantil con su alma de poeta, de forma que asiste a unas clases nocturnas de poesía con el profesor Simon (Gael García Bernal). Un día escucha a uno de sus alumnos de 5 años recitar un poema que llama su atención y comienza a interesarse por el inusual talento del pequeño prodigio. Este niño de origen indio se llama Jimmy Roy y conoce que sus padres están peleados por su custodia. Es así como Lisa se obsesiona por el poder creativo de Jimmy y arriesga su vida familiar, su libertad y hasta su profesión para intentar que el niño desarrolle su talento. Incluso le da al niño su teléfono para que le recite los poemas que surgen de su mente, poemas con los que Lisa triunfa en sus clases de poesía nocturna. 

La profesora le dice al padre de Jimmy: “Creo que tenemos a un pequeño Mozart. Tiene un don, señor Roy. El nivel de poesía que escribe está muy por encima de los normal a su edad”. Y el padre le contesta: “Quiero ayudar a mi hijo y, sobre todo, si disfruta con esto. Quiero que a mi hijo le vaya bien en la escuela, que sea listo, pero también que tenga una vida normal. Que gane dinero y que sea práctico”. Y a medida que avanza el metraje esa relación profesora y pequeño alumno se hace un poco más incómoda a cada paso. Y llega a convencer al padre de que se pueda hacer cargo de su hijo en los ratos que él no puede, logrando expulsar a su cuidadora habitual. Y en esos momentos acude con Jimmy a museos de arte moderno, al teatro, a recitales de poesía. Y más adelante Lisa también logra que expulsen a su ayudante de clase, y ello porque Jimmy le expresa afecto en un poema y crea su celotipia. Tal es la obsesión que vuelca hacia él, que casi ignora a sus hijos mayores. Y cuando Simon, el profesor de poesía, descubre lo que está ocurriendo le expresa algo que sentimos los propios espectadores: “Deberías dejar la clase, Lisa. Me incomoda que presentes obras que no son tuyas. Todos los artistas toman cosas de otros, pero lo que tú haces…, no sé, es otra cosa. Estás explotando a un niño. Dañaste la confianza de toda la clase, toda la ética. No entiendo qué pretendes. No, no está claro lo que haces”. 

Y esa búsqueda de Lisa por proteger el talento de su joven alumno de parvulario le llega a cometer actos cada vez más difíciles de entender. Incluso intenta secuestrarle, aunque confirmamos que no era su intención, sino protegerle para cuidar de su don para la poesía y que no pase desapercibido. 

Es así que La profesora de parvulario explora temas como la frustración vital, la crisis creativa, las contradicciones del sistema educativo y los delicados límites entre profesores y alumnos, entre docentes y dicentes. En el original bajo la dirección de un hombre, Nadav Lapid, quien obtuvo el premio a Mejor director en el Festival Internacional de Cine de Buenos Aires; en la copia bajo la dirección de una mujer, Sara Colangelo, quien obtuvo el premio a Mejor directora en el Festival de Sundance. Y en ambos casos (original y copia) poesía y prosa, realidad y psicología se dan cabida en esta especial historia alrededor de los dones y la felicidad de los niños superdotados y la dificultad de ser respetados por las personas que les rodean.

Y con La profesora de parvulario seguimos rompiendo el techo de cristal y algunos tabúes. 

  

sábado, 20 de marzo de 2021

Cine y Pediatría (584). “En busca de Bobby Fischer”, jaque mate a la inocencia


Un libro, una miniserie y una actriz nos han enrocado de nuevo en ese milenario juego que es el ajedrez. La novela de Walter Tevis del año 1983, “The Queen´s Gambit”, ha servido de guión para la serie de la que todo el mundo habla, Gambito de Dama, la miniserie más famosa (y premiada) del año 2020 en la plataforma Netflix (galardones compartidos con la serie The Crown). Y ello para honra de Anya Taylor-Joy, esta joven actriz de sangre británica, argentina, española y zimbabuense , quien se come la pantalla con su camaleónica belleza, sus dotes interpretativas y una personalidad que invita al misterio en el papel la genial ajedrecista Beth Harmon, un personaje ficticio que parece muy real. 

Se dice que el poema épico persa Shahnameh (“Libro de los reyes”) es la primera mención conocida del origen del ajedrez, a través de una historia o leyenda del poeta indio Fedrousí, y que tiene su origen en el juego denominado como chaturanga, cuyo nombre significa “cuatro divisiones” en referencia a las cuatro piezas que simbolizan las unidades del ejército indio. Estas son las más antiguas del juego y corresponden a los actuales peones (para la infantería), caballos (caballería), alfiles (elefantes) y torres (carros) de la versión moderna del juego. Pero lo cierto es que el ajedrez es solo el integrante más internacional de una vasta familia de juegos similares entre los que se incluyen el shogi japonés, el xiangqi chino o el makruk tailandés. La razón de esta gran diversidad se puede atribuir en parte a las grandes rutas comerciales euroasiáticas (principalmente la Ruta de la Seda) y en parte a los imperios musulmanes de la Edad Media. 

Los registros históricos demuestran que el ajedrez era ya un pasatiempo internacional a mediados de la Edad Media. Es a finales del siglo XV cuando el ajedrez se volvió especialmente popular en Europa y cabe trasladarse al año 1834 para tener conocimiento del primer campeonato internacional conocido entre el británico Alexander McDonnel y el francés Louis-Charles de la Bourdonnais, que se erigió en el primer campeón del mundo de ajedrez, aunque fuera todavía un título no oficial. Le sucedió el británico Howard Staunton, que tuvo un papel muy importante a la hora de estandarizar las piezas y reglas del juego y promocionar el ajedrez a nivel internacional. Todo ello ayudó a homogeneizar el juego y a dar un carácter oficial los campeonatos y federaciones de ajedrez en la segunda mitad del siglo XIX. 

La llegada de las dos guerras mundiales y posteriormente de la Guerra Fría dio otra vuelta de tuerca al juego y lo convirtió no solo en un deporte intelectual, sino en una batalla política. Las décadas de los años 50 y 60 vieron un dominio absoluto de los jugadores de la URSS: entre 1951 y 1969, todos los campeones mundiales fueron ciudadanos soviéticos y se llegaron a organizar dos torneos cuyo nombre era “La Unión Soviética contra el resto del mundo”, en las que esta se enfrentó a un equipo de jugadores internacionales y ganó en ambas ocasiones. 

Y es así como en los 7 capítulos de Gambito de Dama acompañamos a Beth Harmon al recuerdo de los grandes campeones, como José Raúl Capablanca (apodado “el Mozart del ajedrez” desde su Cuba natal), Mijail Tal, Tigran Petrosian, Anatoli Karpov (y sus duelos emblemáticos con Garri Casparov), Bobby Fischer (quien llegara a vencer en el “encuentro del siglo” a Boris Spassky), o los más recientes, como el búlgaro Vaselin Topalov, el indio Viswanathan Anand o el actual, el noruego Magnus Carlsen. 

Pero antes de esta mítica serie, hubo una película que reflejó la historia real de del neoyorquino Joshua Waitzkin, niño prodigio del ajedrez (y luego de las artes marciales) que padeció lo que es criarse con un don extraordinario. Porque el destino del niño prodigio asusta y más si este niño tímido quería remedar a su ídolo – y el de tantos americanos – que no era otro que Bobby Fischer. La película es conocida como En busca de Bobby Fischer (Steven Zaillin, 1993) y está basada en el libro “Searching for Bobby Fischer”, libro escrito por su padre, Fred Waitzkin

La película comienza con la voz de nuestro niño protagonista remedando la pasada historia de su ídolo: “… Si ganaba, sería el primer campeón del mundo estadounidense. Si perdía, sería un desgraciado más de Brooklyn. En la jugada número 40 de la vigésimo primera partida, contraatacó el alfil al rey 6 de Spassky con un peón a torre 4. Y lo derrotó. A su vuelta era un héroe estadounidense. Presumió ante el mundo de que derrotaría a los rusos, y lo logró. Ahora podría exigir tanto dinero como los mejores boxeadores. Fue invitado a cenar con jefes de estado y con reyes. Después, Bobby Fischer hizo la jugada más original e inesperada de todas. Desapareció”. 

De niño, aprendió de los ajedrecistas de Washington Square, especialistas callejeros, sin otra formación que la picaresca ni más recursos que su inteligencia natural. Al descubrir el don del pequeño Josh Waitzkin (primer papel de Max Pomeranc), se plantea el temprano debate entre su padre Fred (Joe Mantegna), quien le estimula su talento y le busca la mejor formación posible, y su madre Bonnie (Joan Allen) que desea que tenga un niñez normal, y sus consejos hablan por ella: “Tienes un gran corazón. Y es lo más importante de este mundo”. 

El encuentro con el profesor y entrenador Bruce Pandolfini (Ben Kingsley) y sus peculiares métodos de enseñanza, marcan un antes y un después para todos: “Pretender que un niño quiera ganar y no prepararlo bien, es un error”. Y el padre viaja con su hijo por el país de campeonato en campeonato: “Mi hijo tiene un don”. Pero los problemas comienzan a aparecer, tanto en el colegio (donde los profesores se preocupan de que el ajedrez roba espacio al estudio) como en el propio Josh, quien a los 7 años ya vive inmerso en una responsabilidad que no corresponde, y en el miedo de decepcionar a su padre, a quien llega a decir: “Quizás sea mejor no ser el mejor. Así puedes perder y no pasa nada”. 

Porque el daño está asegurado cuando un niño es sometido a un exceso de responsabilidad y competitividad. Y es la madre la que percibe mejor todo esto y acaba enfrentándose tanto al entrenador como a su marido, a quien le dice: “Josh no tiene miedo a perder. Tiene miedo a perder tu cariño… Sé que te ha decepcionado. Sabe que lo consideras débil. Pero no lo es. Es noble. Y si tú o Bruce o cualquier otro trata de echárselo a la cara, juro por Dios que me lo llevaré”. Y porque, como bien reflexiona el entrenador de otro niño ajedrecista: “Sabes que por más cosas que le enseñes a un niño, al final son lo que son”. Y así es, son niños. Y ese es su gran valor. 

Y el valor aumenta cuando es una historia real. Y eso lo confirmamos con el colofón de la película, estrenada cuando él tenía 17 años: “Joshua Waitzkin todavía juega al ajedrez. Hoy es el jugador menor de 18 años con mayor puntuación en los Estados Unidos. También juega al béisbol, baloncesto, fútbol y fútbol americano, y en verano sale a pescar. En septiembre de 1992, Bobby Fischer salió de su reclusión para desafiar a su rival, Boris Spassky. Después de ganarle, volvió a desaparecer”. 

No es la primera vez que en Cine y Pediatría tratamos la polémica que surge alrededor de los niños prodigio, y la polémica de respetar su infancia y cultivar su don extraordinario. Y el ajedrez es un claro ejemplo, y sirvan algunos ejemplos de jugadores que se convirtieron en Grandes Maestros antes de que cumplieran 15 años: el ucraniano Serguéi Kariakin (quien ostenta el récord al conseguirlo a los 12 años y 7 meses), el indio Rameshbabu Praggnanandhaa, el noruego Magnus Carlsen, el chino Wei Yi, el estadounidense Samuel Sevian, el húngaro Richard Rapport, el filipino Wesley So, el francés Etienne Bacrot o el peruano Jorge Cori, entre otros muchos. Es importante que en este camino no se dé jaque mate a la inocencia de sus infancias. 

Y para cerrar el círculo cabe comentar que la actriz Anya Taylor-Joy nunca había jugado al ajedrez; tuvo que pasar muchas horas practicando la manera profesional de mover las piezas con el excampeón del mundo Gari Kaspárov y el afamado entrenador estadounidense Bruce Pandolfini, contratados para asesorar en el rodaje de la película. Y así es como ficción y realidad se entrecruzan en el tablero de ajedrez.

 

sábado, 4 de julio de 2020

Cine y Pediatría (547). “El indomable Will Hunting”, redimido por el perdón y el amor




Cuatro nombres habituales en Cine y Pediatría se reunieron en el año 1997 para regalarnos una película icónica: el director Gus Van Sant y los actores Robin Williams, Matt Damon y Ben Affleck. Hablamos de una de esas películas que te enseñan a vivir y en las que permanecen sus diálogos y enseñanzas: El indomable Will Hunting

Gus Van Sant es uno de esos “enfants malades” del séptimo arte estadounidense, al que ya dedicamos hace mucho tiempo una entrada por su especial dedicación a la adolescencia en su cine:  desde Mi Idaho privado (1991), esa peculiar road movie en busca de la identidad (personal, sexual y familiar) de dos adolescentes hasta Paranoid Park (2007), pasando por El indomable Will Hunting (1997) y Descubriendo a Forrester (2000), con una hechura similar ambas, y la rompedora Elephant (2003), sobre la tragedia del instituto Columbine. Robin Williams ya es un habitual en Cine y Pediatría con icónicos personajes como el profesor John Keating en El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989), el crecidito Peter Pan de Hook (Steven Spielbert, 1991),  el famoso Dr. Hunter “Patch” Adams, promotor de la risoterapia, en Patch Adams (Tom Shadyac, 1998), o  el dickesiano Wizard de El triunfo de un sueño (Kirsten Sheridan, 2007).  Y también será en nuestra película de hoy Sean McGuire, ese profesor que le hizo cambiar la vida a nuestro protagonista de hoy (y posiblemente también a los espectadores). Y luego tenemos a la pareja de amigos conformada por Matt Damon y Ben Aflleck, quienes además de actores de esta película, son coguionistas (junto a William Goldman): Matt Damon ya fue el emprendedor Benjamin Mee de Un lugar para soñar (Cameron Crowe, 2011)  y Ben Affleck nos regaló su ópera prima en la dirección en el año 2007 con Adiós pequeña, adiós.  

En su momento, El increíble Will Hunting, obtuvo numerosos premios, entre ellos el Globo de Oro al mejor guión original, dos Oscar (guión original y actor secundario a Robin Williams) y Oso de Plata en el Festival de Berlín por la interpretación de Matt Damon. Y todo ello por una sencilla historia llena de sentido y sensibilidad, cuyos mensajes permanecen un cuarto de siglo después. Y varios son los motivos para revisar de nuevo esta película: 
- Por una historia que llega al alma desde el principio hasta el final, donde acompañaremos al joven Will Hunting (Matt Damon), de 20 años, durante una etapa de cambios en su vida, en la que tiene que luchar entre su rebeldía natural y su gran intelecto. 
- Por la relación entre sus personajes, todos aquellos con los que Will se encuentran en su camino, como su amigo Chukie (Ben Affleck), su novia Skylar (Minnie Driver), el profesor Gerard Lambeau (Stellan Skarsgard) y, especialmente, con el profesor Sean McGuire (Robin Williams). 
- Por las actuaciones totalmente creíbles, la de todos, pero especialmente el dúo Will/Matt Damon y Sean/Robin Williams, sendos ganadores de premios. 
- Por los profundos diálogos, de esos que te atrapan y que no puedes olvidar fácilmente, frases que se quedan en nuestra memoria y que nos llegan a algún lugar entre el cerebro y el corazón. 

Y destaco dos diálogos, tan largos como profundas. Frases inolvidables… 
- La conversación de Sean y Will en el parque: “Si te preguntara sobre arte, me darías una lista de libros. Miguel Angel, sabes mucho sobre él. Su trabajo, sus aspiraciones políticas, él y el Papa, sus preferencias sexuales, todo. Pero no puedes decirme a qué huele la Capilla Sixtina, nunca has estado ahí ni has visto ese hermoso techo, no lo has visto. Si te preguntara sobre mujeres me darías un compendio de tus favoritas. Quizá hasta te hayas acostado algunas veces, pero no puedes decirme lo que es despertar con una mujer y ser realmente feliz. Eres un chico rudo. Si preguntara sobre la guerra, me hablarías de Shakespeare "Una vez más a la brecha, queridos amigos..." Pero nunca has estado cerca de una, nunca has tenido la cabeza de tu mejor amigo en tu regazo agonizando y pidiéndote ayuda. Si te preguntara sobre el amor, citarías un soneto, pero nunca miraste a una mujer y te sentiste vulnerable. Ni has conocido a alguien que te absorbiera con los ojos. Como si Dios hubiera bajado un ángel sólo para ti, que pudiera rescatarte del infierno. Ni sabes qué se siente ser un ángel para ella. Tener ese amor por ella para siempre pasando por todo, pasando por el cáncer. No sabes qué es dormir en un hospital por dos meses sosteniendo su mano, y que los doctores sepan que no respetarás las horas de visita. No sabes lo que es una pérdida. Eso sólo pasa cuando amas algo más que a ti mismo. Dudo que hayas osado amar tanto a alguien. Te veo y no veo a un hombre inteligente y confiado. Veo a un chico arrogante y muerto de miedo. Pero eres un genio, Will; es indudable. Nadie podría entender tu complejidad. Pero crees saber todo sobre mí por ver mi pintura. Hiciste pedazos mi puta vida. Eres huérfano, ¿verdad? ¿Crees que sé lo dura que ha sido tu vida, cómo te sientes y quién eres, porque leí "Oliver Twist"? ¿Eso te define? Personalmente no, me importa una mierda, porque no hay nada que no pueda saber sobre ti que no pueda leer en un puto libro. A menos que quieras hablar sobre ti mismo sobre quién eres. Entonces estaré fascinado, lo aceptaré. Pero no quieres hacer eso, ¿verdad? Te aterra lo que puedas decir. Te toca, jefe”. 

- O la conversación de Will al rechazar el trabajo en la Agencia de Seguridad Nacional: "¿Por qué no debería trabajar para ustedes? Pregunta difícil, pero intentaré responderla... Imaginemos que empiezo a trabajar y me ponen un código sobre la mesa, uno con el que nadie puede. Yo intento descifrarlo y lo consigo, y me siento satisfecho porque he hecho bien mi trabajo, pero a lo mejor ese código era la situación de un ejército rebelde en el Norte de África y en cuanto han localizado su escondite bombardean el pueblo donde se esconden los rebeldes; mueren 500 personas a las que no conocía y con las que no tenía ningún problema. Luego los políticos dicen: "enviemos a los marines para asegurar el área", aunque les importa una mierda, no serán sus hijos los que vayan a morir, los suyos tienen recomendación y se pegan la vida padre en la Guardia Nacional. Será un chico de Southie al que le llenaran el culo de metralla, y cuando vuelva descubrirá que la planta en la que trabajaba ha sido trasladada al país del que acaba de volver, y el tipo que le llenó el culo de metralla le ha quitado el trabajo porque lo hará por 15 centavos al día y sin pausas para mear. Luego el chico comprende que el único motivo por el que le enviaron allí fue para instaurar un gobierno que nos vendería el petróleo a buen precio. Y las compañías petrolíferas han aprovechado el conflicto para disparar los precios de la gasolina, lo que supone un hermoso beneficio para ellas, de modo que a mi colega no le ha servido de nada, así que se toman su tiempo para traer el petróleo nuevo y se toman la libertad de contratar a un capitán mercante borracho al que les gusta darle al Martini y hacer eslalon entre icebergs. A medio camino choca con uno, derrama el petróleo y se carga la fauna del Atlántico Norte. Mi colega está en el paro, no puede pagar la gasolina, va andando a buscar empleo y eso le putea, porque la metralla del culo le ha provocado hemorroides y está muerto de hambre, porque cuando va a comer el único plato del día que sirven es pescado del Atlántico Norte al aceite de motor. ¿Que qué me parece? Creo que puedo montármelo mejor. Pienso, ¡qué coño!, ya puestos, ¿por qué no me cargo a mi colega? Le quito su trabajo, se lo doy a su enemigo, subo la gasolina, bombardeo un pueblo, mato a una foca a golpes, fumo maría y me apunto a la Guardia Nacional. Podría llegar a presidente...". 

Está claro que si has visto la película, recordarás estos momentos. Y está claro que si no la has visto, harás lo posible por buscarla y disfrutar de ella y sus enseñanzas. Porque esta es la historia de Will, un chico superdotado desadaptado a la sociedad. Un mago de las matemáticas, que conoce casi todos los datos de la historia, el derecho y el arte, pero que tiene la arrogancia indomable de quien comienza a vivir. Y se encuentra con otro genio, Sean, quien ya lo ha vivido (y sufrido) casi todo. Y este tour de forcé interpretativo de dos personajes inolvidables en el cine es lo que hace de El indomable Will Hunting una película para prescribir en la educación en valores a nuestro hijos, nuestros alumnos, nuestros pacientes. 

Porque Will, cuando descubren su talento por parte de los académicos, tendrá la aparente obligación de elegir entre seguir con su vida de siempre - un trabajo fácil, buenos amigos, muchas cervezas y alguna bronca - o aprovechar sus grandes cualidades intelectuales en alguna universidad de prestigio (Harvard, MIT). Y solo los consejos de un solitario y bohemio profesor lw ayudarán a decidirse, a superar su pasado (un chico huérfano que pasó por diversas casas de acogida y que fue maltratado por algún padre adoptivo) y que estudia (y sabe de todo) por diversión, sin fin para mejorar su status. Indomable y autodestructivo por su aparente libertad, quien le llega a confesar a Skylar: “No sé cómo te funciona la mente”

Indomable frente a su mentor, el profesor Gerald Lambeau, frente a su consejero, el profesor Sean McGuire,  su amiga y novia Skylar, y frente a su panda de amigos. Es su mecanismo de defensa contra todo y contra todos. Hasta que Sean le repite varias veces: “No es culpa tuya” y entonces Will logra llorar y abrazarle: “¡Dios mío, lo siento mucho! ¡Dios mío!”, francamente emotivo y sanador. Y la despedida de Sean: “Buena suerte, hijo”

Y ese final con Will en coche rumbo a esa carretera con rumbo a su corazón, al que ha logrado domar y con ello redirigir su vida a través de su perdón y el amor.


sábado, 5 de enero de 2019

Cine y Pediatría (469). “El libro secreto de Henry” y la complicidad del silencio


“La mayoría de la gente es buena. Y digo la mayoría, porque siempre sabemos que hay algún imbécil suelto. La gente buena sabe muy bien como relacionarse: te respetan e, incluso a veces, te sonríen. Aunque otras no es así”.  Con esta voz en off nos adentramos a una historia llena de matices, de emociones y reflexiones, de vivencias y experiencias, de enseñanza y aprendizajes para no olvidar. Una película especial para comenzar bien el 2019 desde el punto de vista cinematográfico: El libro secreto de Henry (Colin Trevorrow, 2017). 

Una película con un resumen tan sencillo como complejos los mensajes, en la que conocemos a Susan Carpenter (Naomi Watts), una madre soltera con dos hijos: Peter (Jacob Tremblay), de 8 años, y Henry (Jaeden Lieberher), un niño superdotado de 12 años que se encarga de gestionar el hogar mientras trata de salvar a su vecina y amiga Christina (Maddie Ziegler) de los presuntos abusos de su padrastro, un jefe de policía de la ciudad. 

Y con ello conocemos a los cinco nombres que hace de este film una película argumental en Cine en Pediatría: 
- En primer lugar, el director estadounidense Colin Trevorrow, quien, después de dirigir y escribir  dos años antes Jurassic World, cambia radicalmente de registro y se atreve a abordar este profundo y conmovedor drama con tintes de suspense, gracias al primer guión para la gran pantalla del autor de novelas criminales Gregg Hurwitz, capaz de mezclar tramas de familias disfuncionales, pederastia, dramas médicos, historias de pérdidas y de encuentros, así como algunos inesperados giros. 
- Naomi Watts, la actriz que sigue paseando su belleza en películas del estilo de Mulholland Drive (David Lynch, 2001), 21 gramos (Alejandro González Iñárritu, 2003), King Kong (Peter Jackson, 2005) o Lo imposible (Juan Antonio Bayona, 2012),  y que aquí interpreta a Susan, una madre que escribe cuentos para niños y trabaja de camarera, una madre algo inmadura y que consulta todas sus decisiones con su inteligentísimo hijo. Una Naomi Watts que no es ajena a Cine y Pediatría, pues ya ha estado presente en tres películas: Madres e hijas (Rodrigo García, 2009), Dos madres perfectas (Anne Fontaine, 2013) y St. Vincent (Theodore Melfi, 2014) y que en esta película se atreve incluso a cantar el tema principal, la canción “Your Hand I Will Never Let It Go” de Steve Nicks. 
- Y tres jóvenes actores en apogeo, dos chicos y una chica. Los chicos ya han estado presentes también en Cine y Pediatría: Jaeden Lieberher hizo tándem con Naomi Watts en St Vincent y Jacob Tremblay ha sido el protagonista de dos películas icónicas, como La habitación (Lenny Abrahamson, 2015) y Wonder (Stephen Chbosky, 2017). Y la chica es una joven bailarina, gimnasta y modelo estadounidense, Maddie Ziegler, quien debuta en el cine con esta película, pero que reconocemos como la musa de la cantante australiana Sia en la mayoría de su videoclips de mayor éxito: “Chandelier”, “Elastic Heart”, “Big Girls Cry”, “Cheap Thrills” o “The Greatest” y siempre con sus icónicas pelucas. 

Henry es un niño extremadamente ingenioso y maduro que vive de acuerdo a una sencilla y firme premisa: "si alguien le hace daño a otra persona, entonces sí es asunto nuestro". Con esta premisa intenta defender a su vecina, quien sufre cada noche los actos de pederastia de su padrastro, y Henry lo denuncia a la directora del colegio, a los teléfonos de ayuda al maltrato, y a su propia madre, pero no encuentra apoyo ni comprensión. Porque el silencio es cómplice y más en un tema como el de los abusos infantiles y el maltrato a la mujer, dos circunstancias que vive nuestro protagonista y contra las que se rebela. 

Y así describe Henry su legado en el colegio: “Podría seguir hablando de cómo dejar huella, pero ¿no acaba siendo una tirita para nuestra crisis existencial?...Pero nuestro legado no queda reflejado en nuestro curriculum ni en nuestra cuenta corriente. Es con quien tenemos suerte de compartir nuestras vidas y qué podemos dejarles. Lo único que hoy sabemos es que hoy estamos aquí. Hagámoslo lo mejor posible estando en este lado. Y eso es lo que pienso de mi legado”. Y parece premonitorio en su vida, pues a mitad de metraje nuestro protagonista presenta un status epiléptico y se le descubre una masa cerebral, que resulta sorprende como él interroga al propio neurocirujano sobre las posibilidades diagnósticas, un ependimoma o un glioblastoma, ya extendido y sin curación. Y con su muerte deja una gran tristeza (pocos dolores son comparables para un hijo adolescente que conoce su fin y para una madre), pero también un gran legado en forma de su libro rojo, su libro secreto y sus secretos. 

Y el tercio final de la película adquiere el formato de thriller de suspense, con la combinación de la escenas de Susan cumpliendo la misión que le dejó grabada Henry con las escenas de la representación de Got Talent del colegio, allí donde Christina/Maggie Ziegler realiza uno de sus habituales danzas. Y Susan consigue vencer el silencio, y se enfrenta al padrastro: “Visitas a urgencias, ausencias en la escuela, moratones, llamadas a servicios sociales borradas por tu hermano. Henry lo registró todo. Y nunca supiste que te estaba observando… Me aseguraré de que nunca más le vuelvas a poner la mano encima a esa niña. Y te haré pagar por lo que has hecho. ¡ Mírame ¡, quiero que veas a quién te enfrentas ahora”. 

Y un colofón tan duro como esperanzador, con la grabación final de Henry: “A veces una buena historia te recordará quién quieres ser. A lo mejor por eso hay tantas. Historias sobre el bien y el mal. Historias sobre el triunfo del espíritu humano. Historias sobre la vida y la muerte y cómo hay que seguir con una a pesar de la otra. Esta historia es sobre tú y yo, sobre mi hermano y la chica que vivía al lado. Pero ya no es mi historia. Es la tuya”. Y yo añado, es la nuestra. 

Es El libro secreto de Henry una película con posiciones extremas de los críticos de cine. No me voy a poner de lado de ninguno, ni de los que hablan de sus defectos ante un guión imposible y poco creíble, ni del lado de los que ven en ella una película valiente con el recuerdo del buen cine de los años 80. Lo que si puedo decir es que es una buena película para ver en familia, una maravillosa carta de amor a los buenos sentimientos, y que transita del drama al thriller dejándonos continuas emociones y reflexiones sobre diferentes temas. 

Y el mensaje principal es claro: no debemos ser cómplices de las injusticias con nuestro silencio.

 

sábado, 29 de diciembre de 2018

Cine y Pediatría (468). “El pequeño Tate” y el gran dilema de los niños con altas capacidades


Alicia Christian Foster, más conocida como Jodie Foster, es una de las actrices más relevantes de su generación, quien también ha sabido dar el salto como directora de cine. En el plano actoral son icónicas sus interpretaciones como Iris Steensma, la prostituta de 13 años de películas Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), su primer papel principal en el largometraje, tras numeroso papeles de niña en la televisión; y también como la detective Clarice Sterling en El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991), papel por el que consiguió el Oscar a Mejor actriz, el segundo de su carrera pues unos años antes lo había recibido como Mejor actriz secundaria en Acusados (Jonathan Kaplan, 1988). Pero es que en el año 1991, y con tan solo 29 años, dirigió su primera película, El pequeño Tate. Más tarde realizó A casa por vacaciones (1995), El castor (2011) y Money Monster (2016). 

Y hoy precisamente viene a este espacio de Cine y Pediatría y como última película del año 2018, El pequeño Tate, una aproximación a la fortaleza y la fragilidad de los niños superdotados. Porque no es fácil la situación de los niños con este don, y Jodie Foster conocía bien este mundo porque en su momento ella también fue una niña prodigio, y reconoce que colocó en el filme varios elementos autobiográficos.

“Es curioso porque casi puedo acordarme de cuando nací…”.  Es la primera voz en off con la que se nos presenta a Fred (el debut para Adam Hann-Byrd, quien más tarde apareció en películas como Jumanji y Diabólicas), un niño de 7 años que escribe poesía, pinta, toca el piano y que su don no es tanto lo que sabe, sino lo que comprende: “El primer curso ya era muy evidente que no era como todos los demás”. Fred vive con Dede (Jodie Foster), su madre soltera, quien se busca la vida en diferentes trabajos (camarera, bailarina, etc.) para sacar adelante la familia y donde Fred es hijo y casi marido: “La gente me pregunta quién es mi papá. Dicen que soy como la Inmaculada Concepción. Eso es una gran responsabilidad para mí”

Fred se informa sobre lo que son los jóvenes superdotados y sus problemas de relación con los demás y sus dilemas de la mente. De hecho no quiere celebrar su fiesta de cumpleaños, pues sabe que nadie vendrá y aunque intenta invitar a los vecinos del barrio, nadie acude a su casa con todo preparado. Al principio, su madre se opone a que Fred vaya a un colegio especial, pero finalmente piensa qué quizás sea lo mejor para él, pues ella no le puede dar lo que necesita. Así que, al final, accede y acude al proceso de selección de niños superdotados “Odissey of the Mind”, donde la psicóloga directora de este centro especial para alumnos de alta capacidad, Jane (Diane Wiest), les dice a los seleccionados: “Se dice que el genio aprende sin estudiar y sabe sin aprender. Que es elocuente sin preparación, exacto sin cálculo y profundo sin reflexión”. Y allí se confirma que Fred es un prodigio de las matemáticas y de la música con una sensibilidad especial, y Jane le dice: “Tu inteligencia no es nada que debas ocultar”

Porque el gran dilema que nos plantea la película – y la vida de estos niños superdotados – es seguir siendo niños o caminar como superdotados, trabajar su potencial o respetar su felicidad. Un gran dilema… Porque nadie es ajeno a la somatización ante las dificultades, como nuestro protagonista que acude a la universidad bajo la custodia de Jane (y allí le ofrecen una dieta macrobiótica para curar su úlcera), pero finalmente regresa a los brazos de su madre. Y por ella Fred nos comenta: “Cuando cumplí 8 años tuve mi mejor fiesta de cumpleaños. Así es como la recuerdo”. Y por ello su reflexión final: “Una vez me tocó una galleta de la fortuna que decía: solo cuando todos los que te rodean sean diferentes, te sentirás a gusto. Y allí todos éramos diferentes”. Porque esa es la importancia de ser feliz. 

Porque Fred cumple las tres características para definir a un individuo como superdotado: creatividad, habilidad superior y dedicación al trabajo. Y también nuestro pequeño Tate cumple con los dilemas personales, familiares y académicos de estos pequeños con altas capacidades. 

Y este es el debut como directora de Jodie Foster, una actriz que no es ajena en Cine y Pediatría, pues ya ha participado en algunas películas ya citadas, bien como madre coraje en La habitación del pánico (David Fincher, 2002) y en Plan de vuelo: desaparecida (Robert Schwentke, 2005), o como una versión peculiar de los niños salvajes en Nell (Michel Apted, 1994), donde interpreta a una joven que se ha criado en las montañas de Carolina del Norte con la única compañía de su madre, sin relación con el resto de la sociedad y que ha creado una lengua propia e indescifrable. 

Y hoy llega El pequeño Tate y su gran dilema. Pues no es la primera vez que hemos hablado de niños superdotados en Cine y Pediatría: y también recordamos hoy El extraordinario viaje de T.S. Spivet (Jean Pierre Jeunet, 2013) o Un don excepcional (Marc Webb, 2017). El don y el viaje de los niños con altas capacidades y con ellos, el dilema de sus familias, de sus profesores y de la propia sociedad.

 

sábado, 22 de julio de 2017

Cine y Pediatría (393). Cómo conseguir ser feliz en la infancia con "Un don excepcional"


Se denomina como niño prodigio a todo niño menor de 10 años que domina uno o más campos científicos o artísticos, siendo las matemáticas, el ajedrez y la música las áreas más habituales. También, de forma habitual, se utiliza ese término para las pequeñas estrellas musicales o del cine que alcanzan el éxito en la niñez, pero no llegan a la esencia de los primeros. 

La historia sitúa a Wolfgang Amadeus Mozart como el niño prodigio por antonomasia, pues se dice que con tan solo 5 años mostró una capacidad prodigiosa en el dominio de instrumentos de teclado y del violín y ya componía obras musicales, constatándose a los 8 años su primera sinfonía y a los 12 su primera ópera. A partir de ahí, otros niños extraordinarios más actuales, la mayoría de nombres poco conocidos. Por ejemplo, los estadounidenses William James Sidis alrededor de las matemáticas y lenguas, Jacob Barnett conocido como el Albert Einstein con autismo, y Gregory Smith en el mundo de las matemáticas; los indios Shakuntala Devi, conocida como la mujer computadora, y Akrit Jaswal, alrededor de la medicina y cirugía; el coreano Kim Ung-Yong en la física e ingeniería civil; etc. También Akiane Kramarik, joven artista que manifestó haber visitado el Cielo donde Jesús la ayudaría con un don para transmitir su mensaje a la humanidad, y que formaba parte de la historia de la película El cielo es real (Randall Wallace, 2014). 

Porque además de El cielo es real, otras películas de Cine y Pediatría han abordado este tema tan especial y sensible como son los niños prodigio: Spellbound, al pie de la letra (Jeffrey Blitz, 2002), Pequeña Miss Sunshine (Jonathan Dayton y Valerie Faris, 2007), El último bailarín de Mao (Bruce Beresford, 2009) o El extraordinario viaje de T.S. Spivet (Jean-Pierre Jeunet, 2013). U otras películas emblemáticas como El pequeño Tate (Jodi Foster, 1991), En busca de Bobby Fischer (Steven Zaillian, 1993) o Vitus (Fredi M. Murer, 2006). Todas ellas se plantean cómo educar a un niño superdotado para conseguir que sea feliz con su don, un don que en no pocas ocasiones se transforma en una desdicha. 

Y hoy revisamos una película en cartel, bajo el título de Un don excepcional (Marc Webb, 2017), toda una aventura emocional de un pequeña heroína con poderes extraordinarios. Y para ello la obra cuenta con dos nombres avezados en el mundo de los héroes con poderes: su director, Marc Webb, quien, tras su aplaudida ópera prima, (500) Días juntos (2009), ha firmado las últimas obras de la saga del hombre araña, The Amazing Spider-Man (2012) y The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro (2014); y su protagonista principal, Chris Evans, quien no solo ha sido la Antorcha Humana en Los 4 Fantásticos, sino también El Capitán América de Los Vengadores. Pero ahora se reúne para hablar de una superheroína especial, una niña con un don excepcional, una superdotada de las matemáticas y que le viene de familia. 

Frank Adler (Chris Evans) es un hombre soltero que está criando a su sobrina Mary (Mckenna Grace, extraordinaria en su papel), una niña de siete años con unas extraordinarias habilidades para las matemáticas. Algo que causa la admiración de sus profesoras ("Creo que su sobrina es superdotada") y quienes quieren dirigir la enseñanza de la niña en colegios especiales. Frank intenta que su sobrina lleve una vida normal, como cualquier niño de su edad, y que disfrute de su infancia, algo que no le ocurrió a su madre Diane, la hermana de Frank: "Le prometí a mi hermana que Mary tendría una vida normal. Estará mejor aquí".  Una niña desdentada que vive con un gato tuerto de nombre Fred, que oye los consejos de su tío ("Tú solo intenta ser una niña") mientras practica casi sin querer el método Trachtenberg de cálculo mental y combinarlo con lo que sería normal para su edad: "No veo la tele, pero me enganché a Bob Esponja".
Pero estos deseos del tío, no son los de la abuela Evelyn (Lindsay Duncan) quien tiene otros planes para la niña y pretende potenciar sus habilidades para conseguir lo que su hija, y madre de Mary, no llegó a lograr (o quizás sí): desvelar uno de los 7 Problemas del Milenio, concretamente la resolución del problema de Navier-Stokes. Como consecuencia, Frank y Evelyn luchan en los juzgados por su custodia, pero que en el fondo es una disputa por el futuro de la niña y la orientación de su vida, donde hay que decidir por integrarse o destacar, apostar por adaptarse a una vida normal (¿qué es "normal"?) o convivir con lo anormal de su don excepcional: "Fran dice que no debo corregir a los mayores. A nadie le gustan las empollonas...".

Un don excepcional se ve muy bien, y se recomienda mejor, con escenas divertidas y otras emotivas: muy aconsejable para pediatras - y para todos - la de la la sala de espera de un hospital en espera de la reacción de los familiares ante un nuevo recién nacido en la familia. Y, además, la película nos acerca al menos a dos temas a destacar: aborda los Problemas del Milenio, algo desconocido para la mayoría que no nos movemos en el fascinante mundo de las matemáticas; y vuelve a plantearnos la pregunta sobre cómo actuar ante un niño superdotado. 

Los Problemas del Milenio son siete problemas matemáticos considerados por los asesores del Clay Mathematics Institute (CMI) como los más decisivos de las matemáticas del siglo XX: P versus NP, la conjetura de Hodge, la conjetura de Poincaré, la hipótesis de Riemann, existencia de Yang-Mills y del salto de masa, las ecuaciones de Navier-Stokes y la conjetura de Birch y Swinnerton-Dyer. A principios de 2017, únicamente uno de estos problemas ha sido resuelto, la hipótesis de Poincaré y lo fue por el matemático ruso Grigori Perelmán. La resolución de la hipótesis de Poincaré hizo que se le concediera la Medalla Fields, considerada el mayor honor al que puede aspirar un matemático, premio que rechazó. Los Problemas del Milenio salieron a la luz de una manera espectacular y llamativa, pero la principal intención del CMI al proponer un premio de un millón de dólares a quien resolviera cada uno de los 7 problemas no era hacer de las matemáticas un espectáculo, sino elevar a la conciencia del público general el hecho de que en esta ciencia la frontera aun está abierta y llena de importantes problemas por resolver, problemas dignos de ser pensados por todos aquellos que aman el saber y la razón. 

Curiosamente en Un don excepcional se nos acerca a este tema y a la posible resolución del problema de Navier-Stokes, algo que resultaba vital para una abuela amante de las matemáticas que había tenido una hija y una nieta con ese don excepcional. Pero quizás el problema el milenio no sea ese, sino cómo manejar la educación y crianza de los niños superdotados, pues son personas a tener muy en cuenta y que merecen nuestra atención y cuidado respecto a su integración social, familiar y personal, respecto a su estima y su autoestima.  Y así lo resume Frank al final de la película: "Diane quería que Mary fuera una niña, que jugara y tuviera una vida feliz".

Porque al final, el verdadero problema del milenio para esta familia es qué hacer con Mary, qué hacer con los niños superdotados. Ya vimos hace tiempo una película similar (pero distinta), con otra protagonista infantil que nos encandiló y bajo el título de ¿Qué hacemos con Maisie? (Scott McGehee y David Siegel, 2013). Esta película pregunta ¿qué hacemos con Mary? y nos ayuda a reflexionar sobre ello, sobre cómo conseguir ser feliz en la infancia con un don excepcional.