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sábado, 11 de febrero de 2017

Cine y Pediatría (370). "Lion", el largo camino a casa en busca de la identidad


Esta semana, Cine y Pediatría estuvo en el programa radiofónico de Montevideo, Efecto Mariposa. Y la película que convocó a la entrevista fue El niño de Marte (Menno Meyjes, 2007), el particular elogio a la paternidad a partir de la adopción de un niño de 6 años con capacidades diferentes y especiales, que hacen sugerir problemas psiquiátricos alrededor del trastorno del espectro autista. Y en esa misma semana la adopción vuelve a la gran pantalla con el estreno de Lion, una película camino del Oscar y que nos recuerda, de alguna forma, a otra película oscarizada en el año 2009: Slumdog Millionaire, la peculiar visión de Danny Boyle sobre las infancias desfavorecidas en India y que cuenta con el mismo protagonista, Dev Patel. 

Han pasado 7 años y Dev Patel ha madurado, como también ha madurado la visión que ahora nos devuelve la gran pantalla de esa infancia en India, mucho más contenida que esa mezcla de Hollywood y Bollywood que recordamos con una sonrisa, pues pocas películas como Slumdog Millionaire ha sido capaz de narrar tantas desgracias alrededor de la infancia (pobreza, marginación, delincuencia y prostitución juvenil, maltrato y mafias de niños, etc.) y simular un cuento de hadas en las calles de Mumbai, con un final feliz que despierta una sonrisa y energía positiva. Pero ahora acaba de estrenarse en el cine Lion (2016) y lo primero que vemos en la pantalla es la categorización de "basada en hechos reales", lo que nos predispone a la emoción

Todo parte del libro autobiográfico "A long way home", de Saroo Brierley, que nos despliega un conflicto dramático como es la crisis de identidad que sufre un hijo adoptado cuando entra en la madurez. El libro adquiere formato de guión y bajo la dirección de Garth Davis (en lo que es su debut en el largometraje) se nos presenta la cinta con seis nominaciones al Oscar: mejor película, guión adaptado, fotografía, mejor actor de reparto (Dev Patel), mejor actriz de reparto (Nicole Kidman) y banda sonora. Buena tarjeta de presentación, pues además pocas cosas son tan humanas como querer saber de dónde venimos, quiénes somos. La filosofía, la literatura, la música y, por supuesto, el cine, han ahondado en esta materia. Al ver Lion es imposible no pensar también en las palabras del gran Mario Benedetti: “Al igual que todo lo que cuenta en la vida, también mi soledad arranca en mi infancia”.  Lion está estructurada en dos partes bien identificables alrededor de Saroo: su infancia y sus circunstancias familiares; su juventud y la necesidad de recuperar su identidad. Entre ambos los recuerdos se mezclan. 

La primera parte versa sobre la infancia de Saroo (interpretado de niño por Sunny Pawar) en la India pesa lo suficiente como para que el director Garth Davis le dedique casi la primera parte de la película. Como un cuento de Dickens indio y desde una sobriedad de la que carecía Slumdog Millionaire, intuimos su vida alrededor de una madre analfabeta y viuda que trabaja en una cantera de piedras para sacar adelante a sus tres hijos: el hermano mayor, Saroo y la hermana pequeña. 

Estamos en India en el año 1986 y apreciamos la gran amistad con su hermano mayor, al que se queja con cariño: "Siempre me dices, eres pequeño, eres pequeño. ¿Pero ves que listo soy?". En una de sus correrías juntos, Saroo queda encerrado en un ferrocarril sin poder salir durante dos días, y acaba en Calcuta a 1600 kilómetros de su ciudad natal, cuyo nombre no recuerda bien y de donde no puede volver, pues no habla bengalí y desconoce el apellido de su madre. Tiene solo 5 años y deambula entre la pobreza e indigencia de esa gran urbe, con la infancia desfavorecida como gran protagonista, y vagabundea durante dos meses. Allí vive múltiples avatares, como el intento de secuestro por parte de una mujer que esconde intenciones de trata de niños, el encierro en un orfanato (donde los niños y niñas cantan "Las estrellas han salido ya y están buscando la luna") y, finalmente, la adopción por parte de una pareja australiana, Sue (Nicole Kidman) y John (David Wenham), quienes disfrutan de una vida acomodada en Tasmania junto a sus padres. Saroo se adapta totalmente a su nuevo hogar y es visto como una bendición por sus padres adoptivos, al contrario que su hermano Mantosh (Keshav Jadhav), de origen indio como él y que es adoptado un año después, pero que viene con una mochila repleta de problemas de comportamiento. 

La segunda parte versa sobre la juventud de Saroo (interpretado por Dev Patel) en Australia y el viaje (primero emocional y luego físico) en busca de su identidad. Con ya más de 20 años, se traslada a Melbourne para estudiar Dirección de Hoteles en un centro internacional. Allí coincide con estudiantes de otros países, entre ellos algunos indios que le invitan a cenar. Un plato de 'yalebi' se convierte en su particular magdalena proustiana, el desencadenante que remueve los recuerdos de infancia, cuando deambulaba entre los puestos de comida callejeros de su pueblo natal en India junto a su hermano mayor en busca de cualquier oportunidad para paliar la pobreza de su hogar, cuando busca a su madre en la cantera de piedra, cuando recuerda el río y el puente, cuando echa de menos a su familia y dice: "Mi verdadero hermano grita mi nombre todos los años de su vida... Tengo que buscar mi hogar. Tienen que saber que estoy bien". Porque Saroo ha encerrado en un cuarto oscuro de su memoria sus primeros años de vida y, aunque culturalmente se encuentra totalmente asimilado a la vida occidental, en el plano emocional considera como una forma de traición a sus padres adoptivos reconectar con esa etapa. En la intimidad de sus sueños, imagina a su madre y a sus hermanos biológicos buscándole sin descanso por las calles de la India y su recurrente pensamiento: "Y me sé el camino a casa de memoria y le susurro al oído: estoy aquí, estoy vivo"

El largo camino de regreso a casa que lleva a cabo Saroo pasa por su amistad y noviazgo con Lucy (Rooney Mara) y por la tecnología, con Google Earth como inesperado protagonista. Rooney intenta sacarle de su obsesión, pero no es fácil: "Ya sabes lo que pasa con el tiempo. El mundo cambia, las cosas cambian". Pero él sigue buscando entre las imágenes pixeladas del ordenador el lugar que fuera su hogar, imágenes fragmentarias e incompletas que bien podrían ser una buena representación de los propios recuerdos del protagonista. Vale la pena recordar las conversaciones entre Saroo y su madre adoptiva. Cuando él le dice, con cierto reproche: "Siento que no pudieras tener hijos. Nosotros no éramos páginas en blanco. Nos adoptaste con nuestro pasado". Y es cuando la madre le aclara que ellos decidieron no tener hijos propios y decidieron adoptar para dar la oportunidad a otros niños huérfanos, como él y su hermano Mantosh. Y su respuesta llena de generosidad y de empatía por su búsqueda: "Espero que tu madre esté allí. Tiene que ver lo maravilloso que eres"

Lion permite un debate sobre la potencial crisis de identidad de los niños adoptados y cómo abordar la verdad y cómo contestar a las dudas. Garth Davis podría haber desarrollado las implicaciones sociopolíticas que acompañan a las adopciones internacionales y su consiguiente choque cultural, sin perder de vista su complejidad emocional y el hecho de que también en estos casos cada familia es un mundo. Pero el director prefiere encauzar Lion por el camino de la conciliación y la emoción. Y con la música y el piano directo al corazón se produce el encuentro con su familia (menos su querido hermano, que murió arrollado por un tren la misma noche que él se perdió de niño) y la frase de su madre biológica: "Nunca he dejado de buscarte"

Y en el colofón de la historia asistimos al encuentro real de los protagonistas de esta historia que tuvo lugar en el año 2013. Y el texto final de los créditos nos descubre dos hechos: que esta historia es solo una entre tantas, pues en India cada año desaparecen más de 80.000 niños; y que realmente ese niño de 5 años que se perdió no se llamaba Saroo, sino Sheru, que significa león, "Lion", el título de esta película. Y todo ello bajo los acordes de la canción final "Never Give Up", punto final de una gran banda sonora, e interpretada por la cantante de moda, la australiana Sia. Porque películas así nos envían un mensaje claro y alto: nunca te rindas.

 

sábado, 25 de enero de 2014

Cine y Pediatría (211). “Sombras del tiempo” para el trabajo infantil


Florian Gallenderger es un director alemán que se trasladó a la India durante más de año y medio para investigar las costumbres y la magia del país y dar forma, con un guión propio y su dirección, a una emotiva película de amor a través del tiempo y en la que subyace un retrato arquetípico del trabajo en la infancia, una historia concebida como la condena del miedo y la indecisión. 
Y es así como este director alemán se viste de Hollywood en la película Sombras del tiempo (2004), al igual que lo hiciera, posteriormente, el británico Danny Boyle en Slumdog Millionaire (2009). En ambas películas ambientadas en India se narran historias de amor desde la infancia con la denuncia a distintas formas del maltrato de los niños como mar de fondo. Pocas películas como Slumdog Millionaire han sido capaces de contar tantas desgracias alrededor de la infancia (pobreza, marginación, delincuencia y prostitución juvenil, maltrato y mafias de niños, etc.) y simular un cuento de hadas en las calles de Mumbai. Algo similar ocurre en Sombras del tiempo, película que nos regala una cálida fotografía (donde Jurgen Jürges confiere un sello inconfundible con los colores de la India, desde sus saris a sus alfombras, desde sus templos a sus fábricas), un cuidado diseño de producción (para reproducir tanto las condiciones de trabajo inhumanas como la degradación moral del país o el progreso socioeconómico de un pueblo que estrenaba independencia) y una música apropiada (una banda sonora emocional a cargo de las eficaces e insistentes partituras de Gert Wilden Jr), junto con una dirección que utiliza la prosa narrativa, en donde, quizás, la trama adolece de prevalecer más el romance que la crítica social (principalmente patente en la primera mitad de la película). 

De nuevo se recoge el decadente clima social y moral de la India colonial Y allí nos traslada Florian Gallenberger para recordar, a partir de su escena inicial, como un Ravi anciano regresa a la fábrica de tejidos y alfombras para rememorar sus lejanos recuerdos del Ravi niño (Sekandar Awarval y Prashant Narayanan de hombre) y los tiempos en que trabajaba en condiciones de explotación en dicha fábrica de Calcuta. Allí conoció a la niña Masha (Tumpa Das y Tannishtlla Cahtlriee de mujer) y se enamoró de ella hasta el punto de establecer promesas de amor eterno, si bien el destino cruel complicará la vida de estos dos enamorados hasta convertir los vivos colores de sus tejidos en tonos grises apagados por el infortunio. Porque este Ravi niño sabe que el dinero fija la línea entre ser libre y ser un esclavo, y trata de llegar lo más alto posible en el trabajo: comienza como un simple peón y tratará de llegar a ser el mejor urdidor de alfombras, para cumplir su deseo de abandonar aquel lugar. La desgracia viene cuando averigua que el encargado se dispone a vender a Masha a un proxeneta para que ejerza como prostituta. Es entonces cuando invierte todo su dinero para comprar la libertad de la chica, que le promete esperarle todas las noches de luna llena en el templo de la ciudad, dedicado a Shiva. 

Una historia de amor imposible en la que Gallenberger juega con los contrastes para potenciar la sensación de fragilidad del amor y de fugacidad de la felicidad, pero en donde el cruel mensaje que subyace es un mundo de abusos infantiles y atropellos en el que se negocia con la mano de obra infantil, la pobreza o el sexo. Y donde el dios Shiva parece empeñado en poner palos a la rueda del amor a los enamorados en una lucha contra el destino a la luz de la luna. Y así es como Masha le dice a Ravi: “No hay nada que puedas cambiar. Ni el pasado, ni posiblemente el futuro”

Sea como sea, de nuevo nos enfrentamos a un retrato arquetípico de la esclavitud infantil. Porque Ravi y Masha son esclavos sin remedio en la región india de Bengala por el año 1943, donde las clases más bajas tienen casi la misma situación que los presos. Por aquel entonces, en el país manda Gran Bretaña y los niños son mano de obra sin gastos, muchas veces su única paga es la comida. Masha y Ravi son dos niños pequeños explotados que trabajaban juntos en la fábrica de alfombras y en donde el destino y la vida se encargará de decidir lo que será de sus vidas. 

Pero Masha y Ravi son el fiel reflejo de una realidad muy cruel que afecta a más de 200 millones de niños mayores de 5 años de edad, problema que se concentra principalmente en Asia, África Subsahariana y América Latina. Un Objetivo de Desarrollo del Milenio incumplido y que duele sobremanera, porque uno de cada seis niños del planeta está obligado a ganarse la vida con el trabajo

Porque el trabajo infantil es una lacra en el mundo, una lacra que en demasiadas ocasiones va asociada a otros males mayores, como la prostitución infantil y el abuso de poder. Niños de la calle o en situaciones sociales marginales o límites, no sólo en la India, sino en cualquier país del mundo, como ya hemos denunciado en “Cine y Pediatría” desde Perú (La espalda del mundo de Javier Corcuera, 2000), Argentina (El Polaquito de Juan Carlos Desanzo, 2003), o Paraguay (7 cajas de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori, 2011). Hoy cambiamos de continente, pero todo sigue igual. Hoy es la India, pero está a nuestro alrededor, de forma directa o indirecta. 

Porque el trabajo infantil sí que es una sombra del tiempo...

 

miércoles, 22 de agosto de 2012

Recordando a las "missing women", denunciando una atrocidad


En la actualidad, el número de niñas no nacidas en el mundo podría ascender a los 100 millones. Son las llamadas "Missing women" o "Mujeres desaparecidas" como las ha definido Amartya Sen, filósofo y economistas bengalí, ganador del Premio Nobelde Economía en 1998. 

Y es principalmente en Asia donde estas prácticas están más extendidas. India, Pakistán y China son algunos de los países que practican el infanticidio, el aborto selectivo y el feticidio: cientos de miles de niñas desaparecen nada más nacer. Ni la medicina ni las leyes han conseguido erradicar estas prácticas; pero la denuncia y la conciencia no debe desaparecer en ningún momento. 

Por ello, volvemos a recordar una película documental que, aunque ya estrenada hace más de 5 años, es un clásico: La maldición de ser niña, una producción francesa dirigida por Manon Loizeau y Alexis Marant y que refleja esta terrible realidad que afecta a millones de mujeres en el continente asiático. Este documental obtuvo, entre otros, el Prix Albert-Londres 2006, el Grand Prix y Prix du Public Figra 2007 y el Prix Etoile de la SCAM 2007. 

Algunas frases extraídas del documental son puro dolor y pura reflexión: 
"Tienes tres hijas, debes matar a una...las hijas no sirven para nada". 
- "Solo los hijos tienen preferencia y son motivo de regocijo". 
- "Tener hija es como regar el jardín del vecino". 
- "Una madre seguirá teniendo hijas y abortando hasta que nazca un varón". 
"La política del hijo único lleva a los padres a matar a sus hijas antes de nacer". 

Así, los datos son escalofriantes; las imágenes más: 
- En India se contabiliza un déficit de 40 millones de mujeres. La ecografía ha llevado a la eliminación sistemática de los fetos femeninos. Ya existen los pueblos de solteros, fruto de 20 años de infanticidio. 
- En Pakistan la tasa de mortalidad de las niñas triplica a la de los niños. Una pobreza creciente causa cada día el abandono de las bebés niñas, muerta o vivas, en las fosas comunes. 
- En China la desaparición de las niñas es, primeramente, una consecuencia de la política del niño único establecida hace veinte años. Hay más de 20 millones de hombre que no encontrarán pareja. 

La ausencia de mujeres en Asia tendrá consecuencias políticas y sociales sin precedentes para el mundo entero, el patriarcado o sociedad de la dominación no cesa de sorprender e impactar con sus desastres sanitarios, morales, ecológicos y de extinción de especies. Dolorosa ironía de la historia, historia que a veces no se nos cuenta, historias de siglos de sufrimiento de la mujeres cuyo único pecado es tener una fisiología diferente a la del varón. 

Os dejamos con el documental La maldición de ser niña. Vale la pena "perder" 52 minutos de nuestro preciado tiempo para verlo, reflexionar sobre estas "missing women" y tomar más conciencia. Para denunciar abiertamente una atrocidad.