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sábado, 2 de agosto de 2025

Cine y Pediatría (812) “Yomeddine”, un viaje en busca del Juicio Final

 

Una nueva filmografía se suma a Cine y Pediatría. En este caso con la película egipcia Yomeddine (Abu Bakr Shawky, 2018), premiada en la SEMINCI de Valladolid, además de sus nominaciones a la Palma de Oro en el Festival de Cannes y candidata oficial de Egipto para la categoría de Mejor Película Extranjera en los Premios de la Academia. Una película muy particular, dura e inolvidable, en lo que es el viaje de búsqueda de las raíces familiares de un adulto copto que fue abandonado en la infancia en una leprosería y de un niño sudanés que ha vivido siempre en un orfanato sin conocer a sus padres. Porque Yomeddine (que significa "Día del Juicio" en árabe) funciona como una metáfora a ese aludido Día del Juicio Final, pero aquí no es el juicio divino lo que preocupa, sino el juicio de la sociedad, con dos preguntas que se lanzan al espectador: ¿quién tiene derecho a juzgar a los otros por su aspecto o su pasado?, ¿y qué significa realmente ser digno? Una luminosa historia sobre un niño y su mentor que emprenderán un viaje para encontrar a sus familias. 

Beshay (Rady Gamal) nunca ha salido de la colonia de leprosos en la que le abandonaron siendo un niño. Ya está curado de la lepra, pero presenta todas las secuelas físicas (amputaciones de dedos, deformidades de extremidades, graves defectos faciales,…), psicológicas y sociales que puede manifestar esta enfermedad, considerada como un castigo de Dios en el Antiguo Testamento, y cuya condición de “apestados” ha perdurado en el tiempo, mucho más allá de que el científico noruego G. H. A. Hansen descubriera en 1873 que se producía por un agente infeccioso denominado Mycobacterium leprae. Besahy vive en la leprosería de este asentamiento egipcio de Abu Zabal, es analfabeto y trabaja con su carro tirado por un burro (por nombre Harby) recogiendo objetos de los basureros. Allí, en la que llaman la Montaña Basura se topa con personajes muy peculiares, entre ellos con un chico de 10 años sudanés, que vive en un orfanato y al que llaman Obama (Ahmed Abdelhafiz). 

Tras la muerte de su mujer, mentalmente enferma, Besahy decide coger sus escasas pertenencias e ir en busca de sus raíces, de su familia biológica en la lejana ciudad de Qena, al norte de Luxor, viaje al que se suma Obama como polizón. Comienza una particular road movie en un carro tirado por un burro a través del desértico Egipto, en busca del Nilo y de su ciudad de origen, enfrentados al cansancio, el hambre, la penuria, la enfermedad, el rechazo y la indiferencia, pero también encontrando actos de bondad inesperados. Duermen junto a pirámides del camino, nadan en el Nilo, acaba en la cárcel,… y en alguna ocasión tiene que gritar “¡Soy un ser humano!”, en clara referencia al personaje de John Merrick en El hombre elefante (David Lynch, 1980). 

Llega un momento en que se les muere Harby y deben continuar como pueden…”¿Los animales tienen Juicio Final?”, pregunta Obama y Besahy le responde “No. Van directos al Cielo”. Porque, en el transcurso del viaje, Beshay y Obama no solo buscan a sus familias, sino también su propia dignidad y un sentido de pertenencia. Y van conociendo lugares y personajes que, en algún momento, nos retrotrae a la icónica película dirigida en 1932 por Tod Browning, La parada de los monstruos (Freaks), pues son la escoria social, muchos con defectos congénitos. Y uno de estos personajes le comentan a Besahy: “Nos juzgan por nuestra apariencia. Somos unos parias. Eso no tiene cura. No hay otra vida. Tu, yo y los demás monstruos de aquí nunca seremos “normales”. No te avergüences de ti… Vivimos con la esperanza de que en el Juicio Final todos seamos iguales”. 

En el tramo final, Obama encuentra en unos papeles, “gracias a la bendita burocracia egipcia” como dicen, que se llama Mohamed y tiene apellidos (o eso parece), pero sus padres han muerto, por lo que decide seguir llamándose Obama, “como el de la tele”. Besahy consigue llegar a su pueblo, donde reencuentra a su hermano, a quien le contaron que había muerto de sarna (nunca le hablaron de lepra), y también a su padre, quien ha padecido un ictus años atrás, y le explica el motivo por  el que no volvió a por él, que no fue otro que intentar darle una segunda oportunidad en un lugar donde no le juzgarían, pues le recuerda el dicho “Huye de un leproso como huirías de un león”. El reencuentro y aceptación de la familia es sanador y, aunque eso no va a conseguir que desaparezcan las cicatrices físicas, si le mejoran las secuelas psicológicas y vitales. Y también el hecho de que Obama decida quedarse con Besahy y este acepte. Y ambos regresan a la leprosería… Y Besahy tira el gorro con el velo que le cubría la cara. Muy simbólico. Está más preparado para la llegada del Juicio Final. 

Es Yomeddine una película sencilla, pero una historia repleta de reflexiones y enseñanzas. Donde se pueden trabajar aspectos como la dignidad humana tras el estigma (donde se nos recuerda que todo ser humano merece respeto y amor, más allá de su apariencia o condición), la búsqueda de identidad y aceptación (porque Beshay no busca caridad, sino entender por qué fue abandonado y encontrar su lugar en el mundo, con esa necesidad universal de ser reconocido, valorado y amado por quienes nos dieron la vida) y el poder de la amistad (en esa relación entre Beshay y Obama, dos almas solitarias y heridas, encuentran en el otro apoyo y cariño). Y todo ello en un film profundamente humanista, sencillo en su forma pero poderoso en su mensaje. Nos invita a mirar más allá de lo superficial, a empatizar con los olvidados y a reflexionar sobre lo que significa realmente ser humano. 

Una película filmada con actores no profesionales donde pocas veces la lepra es tan protagonista, con ese personaje de Beshay que presenta una grave afectación y esa cara tan característica de la conocida como lepra leonina. Según la OMS, la enfermedad de la lepra aún afecta hoy a aproximadamente entre uno y dos millones de personas en todo el mundo, con casi 200.000 casos nuevos detectados al año en centenares de países. Y estos datos me retrotraen a mi experiencia como estudiante de Medicina, hace cuatro décadas, cuando acudí de voluntario con mi novia (luego mi esposa) a trabajar en una de las pocas leproserías que aún persistían en España (la de Fontilles, en la provincia de Alicante) y donde pudimos convivir con todo el espectro de la enfermedad y de la humanidad que la lepra transmitía. Por ello Yomeddine es una apuesta valiente de su director en lo que es su ópera prima en el largometraje, tras varios cortos previos en su haber. 

Porque en el “Yomeddine” o Juicio Final todos seremos iguales. Pero, mientras ese momento llega, no deberíamos desaprovechar la oportunidad de comportarnos así, como seres humanos que merecemos todo el respeto y consideración independientemente de nuestros particularidades y estigmas físicos, psíquicos, sociales o culturales.

 

sábado, 15 de mayo de 2021

Cine y Pediatría (592). "Manos limpias" no es una película basura

 

La desigualdad, la pobreza y la exclusión social son fenómenos que están estrechamente ligados. Porque la exclusión puede privar de los recursos, a la vez que la pobreza puede excluir a los individuos de las esferas socioeconómicas donde se determinan las oportunidades. Y la desigualdad social es la condición por la cual las personas tienen un acceso desigual a los recursos de todo tipo, a los servicios y a las posiciones que valora la sociedad. Numerosas entidades internacionales alertan desde hace años que estas tres entidades deberían ser consideradas una la verdadera pandemia del siglo XXI y uno de los grandes retos que amenazan el progreso de la humanidad hacia sociedades más equitativas, justas y democráticas. Y la educación de la infancia es una de las mejores soluciones. 

Más de 700 millones de personas viven en situación de extrema pobreza a día de hoy. Eso significa que una de cada diez personas en el mundo tiene muchas dificultades para satisfacer las necesidades más básicas, como la salud, la educación o el acceso al agua y el saneamiento. La gran mayoría de personas afectadas por la pobreza se encuentra en el África subsahariana. Pero en muchos otros países, como en América Latina, diferentes factores (como la corrupción, las epidemias, las guerras, la inestabilidad política o las desigualdades en el reparto de recursos) han provocado una situación alarmante para la desigualdad y exclusión social. 

Y hoy viene a recordarnos esta situación la película documental estadounidense Manos limpias (Michael Dominic, 2019), en lo que es la cuarta película documental de esta periodista fotógrafo neoyorquino que ha viajado por Haití, Honduras, Guatemala y Nicaragua. Y precisamente en este último país está rodada nuestra película de hoy, que comienza con este aviso: “Esta película fue filmada durante 7 años, desde 2011 hasta 2018. La Chureca, localizada en Managua, Nicaragua, es el vertedero de basuras más grande de Centroamérica".

La Chureca es el basurero municipal más grande de Nicaragua, situado en en el barrio Acahualinca de Managua, uno de los barrios con menor calidad de acceso a los servicios básicos, y a orillas del Lago Xolotlán. Debido a su ubicación, a sus dimensiones crecientes y a su falta de tratamiento adecuado, La Chureca supone un enorme problema medioambiental, allí donde los "churequeros", ciudadanos pobres, seleccionan en el propio vertedero los materiales que pueden ser reciclados o tienen alguna posibilidad de comercialización (vidrio, plásticos, metales, papel y cartón, fundamentalmente). Hasta 2500 personas pudieran estar directamente implicadas en alguna de estas tareas, principalmente en los barrios colindantes con La Chureca, donde se utilizan las propias viviendas como almacenes de acopio y distribución. Y sirva esta prolija introducción para entender la película Manos limpias, que se centra en una de estas familias

El documental comienza en el año 2011. Y nos presenta a la familia López, formada por los padres (Blanca y Javier) y sus cuatro hijos (Zulemita del Carmen, Francisco José, Sei Manuel Salvador y Edgar Ezequiel), de entre 6 y 10 años, así como por la abuela materna (Mita). Todos ellos acuden cada día a La Chureca, también los hijos no escolarizados, allí donde acopian todo tipo de restos, incluso restos de comida que luego cocinan en la chabola. “Pues el día de mañana puede que algún día tienen que estudiar. No se lo prometo ni mañana ni pasado mañana, pero yo digo que algún día…” nos dice la madre, una madre que nos narra que a los 14 años fue violada por varios hombres y su madre no la ayudó. Y allí pasa un camión de la basura con el eslogan “Manos limpias, Managua limpia. Cooperación italiana”, que nos da una pista del título de la película. 

Y La Chureca es la única vida y el único mundo que han conocido. En estas vidas aparece Mary Ellen, miembro de una fundación filantrópica que trabaja para romper el círculo de la pobreza, desigualdad y exclusión social comenzando con la educación de la infancia. Ella viaja a la zona de Diriamba, a 90 minutos al sur de Managua, para buscar una tierra y una casa para esta familia López, y se nos dice que seis meses después, la nueva casa ya casi está lista, momento en que la madre espera su quinto hijo. Pero el abogado designado por Mary Ellen les lee que la obligación para disfrutar de esa nueva vida es que manden a los hijos todos los días a la escuela. Porque la educación es un arma poderosa para luchar frente a las infancias maltratas por la vida, por la sociedad, por la pobreza… y, a veces, hasta por los propios padres (maltratos físicos, verbales y de falta de cariño). 

A continuación se nos narran los hechos durante los años 2012 y 2013. Y las circunstancias no fueron a mejor, especialmente porque Blanca, tras dar a luz a su hijo, quien supuestamente falleció en el parto por una malformación congénita no definida, se volvió a vivir a Managua y abandonó al marido y los cuatro niños. Pero la policía interroga a Blanca y varios meses después sigue aún sin concluir la investigación, pues piensan que ha matado o vendido al bebé. Finalmente se descubre que Blanca nunca estuvo embarazada, pues no pudo estarlo, ya que hace años le ligaron las tropas de Falopio. Pero ella sigue negándolo. Y, mientras tanto, la sequía regresa año tras año, devastando los cultivos de la finca familiar. Pese a todo, Mary Ellen y su fundación sigue sosteniendo a la familia y la educación de los niños, esos pequeños que siguen jugando y riendo, tal es la resiliencia de la infancia. 

Y llegamos al año 2018. Todos los hermanos han crecido y ya son preadolescentes y adolescentes. Y se celebra la fiesta de quinceañera de Zulema. Y se reúne a la familia para ver las imágenes iniciales de esta película, cuando estaban en La Chureca. Y la madre recuerda lo duro que fue aquella vida con lágrimas en los ojos: “Me sentí como la peor mierda. Una madre que no podía sacar adelante a sus hijos”. Y los niños no recuerdan aquello que ahora les resulta feo y penoso. Y con la imagen de los cuatro hijos en la actualidad, guapos, bien vestidos y educados - y luego la imagen del basurero de La Chureca - finaliza esta película y con este mensaje final: “A Manuel, Chico y Edgar le sigue yendo muy bien en el colegio y sueñan con ir a la universidad algún día. En 2019, Zulema dejó el colegio y se fue lejos de su familia a vivir con su novio. La sequía hace que la granja no se pueda cultivar. Hasta el día de hoy, Mary Ellen sigue manteniendo a la familia económicamente”

Y nos queda claro que no es Manos limpias una película basura, aunque comience con un basurero. Pero va más allá, mucho más allá. Porque versa sobre la familia, la pobreza extrema, la educación y la esperanza, la inocencia y la resiliencia de la infancia, su rescate y salvación frente a tanta desigualdad y exclusión social. 

Cabe no confundir con la película mexicana Las manos limpias (Carlos Amella, 2012). De hecho, Manos limpias tiene una escasa distribución, de forma que se puede buscar el tráiler Vimeo y la película es posible visionarla en "streaming" en la plataforma Filmin.

sábado, 30 de marzo de 2019

Cine y Pediatría (481): “Techo y comida” visibiliza la exclusión social


Hay películas que se quedan en el recuerdo durante mucho tiempo y que te encogen el corazón. Películas con la sencillez y honestidad de la realidad reflejada como un espejo, una realidad que tenemos a nuestro lado y quizás no queremos ver. Algo así ocurre con la ópera prima de Juan Miguel del Castillo, estrenada en el año 2015 gracias al micromecenazgo (más conocido bajo el anglicismo de “croudfunding”) y que nos pone delante de los problemas del paro, pobreza y desahucio que asoló (y asola) la España de la última década. Una película que tiene un título tan significativo como Techo y comida, y que no cabe duda de que debiera prescribirse en todos los institutos y en las propias familias. 

No es de extrañar que esta película recibiera un buen número de premios en diferentes festivales, especialmente el Premio del público del Festival de Málaga y, sobre todo, el Goya a Mejor actriz para Natalia Molina, esta joven jienense que ya se puso en el punto de mira del séptimo arte con su papel de adolescente rebelde en Vivir es fácil con los ojos cerrados (David Trueba, 2013), por la que ya recibiera el Goya a Mejor actriz revelación. 

Nos encontramos en el año 2012, en Jerez de la Frontera. Una primera escena nos presenta a una joven, Rocío (inconmensurable Natalia de Molina), que se despierta angustiada en la cama a medianoche. En la siguiente escena se encuentra frente a una asistente social que le ofrece un salario social y enseguida descubrimos que es madre soltera, su hijo Adrián (Jaime López) tiene 8 años, y vive en un piso cuyo alquiler no puede pagar hace meses por falta de ingresos. Y ella reparte su curriculum para trabajar de lo que sea, pero lo que sea no llega. 

Entre la vergüenza y el temor de perder la tutela de su hijo, sufre en soledad una situación de precariedad que lejos de mejorar, empeora cada día. Y comprendemos el insomnio, al que se suma la constante preocupación, el hambre, el miedo… Y poco a poco la casa se queda sin calefacción para ahorrar, luego sin agua por impago, sin luz,… y todo ello bajo las amenazas constantes del arrendador. Solo una vecina mayor aparece en su vida como un resquicio de luz, reflejando esa solidaridad tan hispana. 

Porque Techo y comida es el retrato de la España de hoy, de esa España con millones de personas en riesgo de exclusión social y que permanecen escondidas tras las cifras macroeconómicas. Pero Rocío solo tiene dinero para que su hijo coma pan y salchichas, lo más barato del hipermercado, pero ella apenas nada… y por ello Adrián le dice: “Tú no comes. Pues te vas a quedar como un esqueleto”. Y llega el momento límite en que tiene que rebuscar por la noche en los cubos de basura en busca de alimentos y también acudir a recoger la comida a los centros sociales vinculados a centros religiosos (más digno que lo anterior). 

Pero un día llega una carta debajo de la puerta, que no quiere leer. Pero no puede evitar lo inevitable: el desahucio y, con ello, todo lo que supone para una madre soltera. Y cuando intenta defenderse se le han pasado los plazos de alegación al no contestar a la demanda inicial, con una escena de su primer plano ante un abogado que corta la respiración. Todo tan real como la vida misma y en este desliz hacia el infierno de la exclusión social, Rocío se aferra a la fe, a sus Vírgenes y Cristos, a su rosario, a sus oraciones… 

La única alegría que puede dar a su hijo Adrián (quien le pregunta, “¿Qué significa bastado?”, lo que le dicen los niños del colegio) es comprarle unas zapatillas de deporte y la camiseta de la selección española que le regala la vecina. Y ahí nos llega una escena simbólica: 1 de julio de 2012, se retransmite el partido de la final de la Eurocopa de Kiev, donde España se proclama campeona. Todos celebran la efeméride, mientras madre e hijo se abrazan porque al día siguiente deben abandonar su casa. Y mientras ondean las banderas al fondo, ellos permanecen como invisibles para la sociedad. 

Y llega esa escena final donde Rocío y Adrián empujan sus maletas en una carretera y se alejan rumbo a ninguna parte. Y a continuación el fundido final en negro nos deja este mensaje: “En España 526 personas pierden su vivienda cada día en 2012. La tasa de paro alcanza el 26%, la más alta de su historia. 13 millones de personas se encuentran en riesgo de pobreza o exclusión social. Se rescata a la banca con 100.000 millones de euros. ¿Y a ti quién te rescata?”. Y este mensaje sobreimpresionado en pantalla lo leemos mientras suena el taladro que abre la puerta de la casa desahuciada a Rocío. 

Y es así que Techo y comida no oculta lo que es en ningún momento: cine social de denuncia nada disimulada, una oda a todos aquellos oprimidos que se parten el espinazo por un mendrugo de pan y una feroz crítica a la injusticia de la sociedad. Porque en España y en la última década, se han producido 70.000 desahucios como los de Rocío y el 70% de los mismos lo son por los bancos o por los fondos buitres. Y con una paradoja mucho más llamativa: un tercio de la vivienda vacía de toda Europa está en nuestro país. 

Y para ello, Juan Miguel del Castillo nos regala esta obra de cine social hasta la médula, quizás mezclando la estética y la dinámica de dos obras del calado de Barrio (Fernando León de Aranoa, 1998) y El Bola (Achero Mañas, 2000).   No es la primera vez que los desahucios se acercan al cine, pues lo hicieron hace años con obras en blanco y negro como El inquilino (José Antonio Nieves Conde, 1957) y El pisito (Marco Ferreri, 1959) o en color y actuales como 99 Homes (Ramin Bahrani, 2015) y Cerca de tu casa (Eduard Cortés, 2016). Pero esta película de hoy, Techo y comida, además nos deja una cosa bien clara: que en la exclusión social los niños son los más invisibles a la sociedad. 

Imperdible no verla, no sentirla, no concienciarse. Porque en el año 2019 siguen habiendo muchas Rocíos y muchos Adrianes. 

martes, 4 de febrero de 2014

¿Y a mi quién me rescata?


Son 2.826.549. O al menos esa era la cifra el 29 de enero pasado. Estamos hablando de niños. De niños españoles. ¿Qué les sucede a semejante cantidad de criaturas? Pues que, según la ONG "Save the Children", estos niños- que constituyen el 33,8% de la población infantil de nuestro país - viven en situación de pobreza y exclusión social.

Este dato fue noticia durante un par de días. Teniendo en cuenta  nuestro ritmo de vida y que estamos sometidos a diario a centenares de noticias que nos llegan por todas partes - radio, televisión, periódicos... - seguramente muchos han - o hemos - olvidado ya este dato... Además, se trata de niños. Es decir, no se agrupan en partidos políticos, no tienen líderes, nadie les defiende. Me atrevería a decir que no le importan a casi nadie.

Pero que existan 2.826.549 niños en situación de pobreza y exclusión social en España, país - aún - del Primer Mundo, de la Unión Europea, país "que está saliendo de la crisis" (¿?) es, simple, lisa y llanamente, una vergüenza. Unamos este dato a otro que "sale más" en la prensa: más de la mitad de los jóvenes de nuestro país está en paro. "Disfrutamos" de unas cifras de paro juvenil como no hay otras en Europa. Niños en exclusión social que se convertirán, más pronto que tarde, en futuros parados.

¿Quién remedia esto? No voy a hacer política en este blog aunque está claro que quienes gobiernan son los políticos. De cualquier partido, me da exactamente igual. En un país con un Gobierno central más 17 + 2 minigobiernos autonómicos hay bofetadas de sobra para repartir a todo el mundo.

¿Quién se ocupa de esto? Pues por ejemplo la ONG que ha sacado el dato a la luz, "Save the Children". ¿Las ONG han de asumir la responsabilidad que les concierne a los gobiernos? ¿A quienes tienen el poder real de cambiar las cosas? No... pero es lo que está sucediendo.

"Save the Children ha lanzado la campaña "¿Y a mi quién me rescata?". Se trata de participar en un fondo de rescate a la infancia de una manera sencilla: haciendo una pequeña aportación vía SMS. Se trata de una pequeña aportación de 1,20 euros por niño. Una minúscula cantidad pero que puede hacer mucho bien. Y sí,  parece ser que tenga que ser la sociedad civil, vapuleada y machacada por la crisis, la que tenga - tengamos - que contribuir a paliar este drama. Pero lamentablemente, si no lo hacemos nosotros... nadie lo hará. Nuestros gobernantes están más preocupados por los datos macroeconómicos que por los "datos micro", por la situación real de sus ciudadanos... o así lo percibo yo.

La web de la campaña "¿Y a mi quién me rescata?" la podéis encontrar aquí: http://www.yamiquienmerescata.es/

Este vídeo es de hace más de un año. Desde entonces el número de niños en situación de exclusión social ha crecido en más de medio millón. Sin comentarios.