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sábado, 18 de enero de 2020

Cine y Pediatría (523). “La guerra de los botones”, la guerra contra la autoridad


En el año 1912 el francés Louis Pergaud retrata en una novela la encarnizada y divertida rivalidad entre los chicos de dos pueblos vecinos imaginarios de la Francia rural: Longeverne y Velrans. Un retrato inolvidable de la infancia a través de una historia de furiosa enemistad y compañerismo, llena de planes y contraplanes, en un combate librado con piedras y palos y con muchas palabrotas. El título de la obra ya intuimos que es “La guerra de los botones” y se ha convertido en un clásico de la literatura, hasta tal punto que ya ha inspirado cinco películas. 

Pero esta guerra que se hace con el botín de los botones (y también tirantes, cremalleras y cordones) solo es la mitad de la historia, quizás su mcguffin, pues la verdadera historia es la guerra que estos chicos entre 7 y 14 años libran contra la autoridad: contra los padres en primer lugar (la relación entre padres e hijos es una guerra en la que los padres tienen la fuerza y los hijos la picardía), pero también frente a los educadores (esa educación casi dictatorial de entonces, donde la violencia en las aulas no era ajena a la enseñanza). “La guerra de los botones” es un canto y una alegoría hacia la infancia, donde la curiosidad y la inocencia son los atributos más característicos que tienen los niños, y donde sus protagonistas juegan a la guerra siguiendo al pie de la letra todo su reglamento, con un mayor sentido de lealtad y de honor que el que se contempla en los verídicos conflictos bélicos. 

Louis Pergaud murió tres años después de publicar el libro, atrapado en una alambrada, bajo el fuego cruzado de dos pueblos vecinos y enemigos por herencia. Como en su novela, pero aquí era la Primera Guerra Mundial… y no le dispararon botones. Por fortuna, su memoria permanece en sus películas. Ninguna de las adaptaciones ha modificado la esencia de la historia, que trata el enfrentamiento que mantienen desde varias generaciones atrás los niños de dos aldeas francesas, cuyas disputas se acaban saldando con los botones de su ropa como precio de la derrota, para ser castigados por sus familias cuando lleguen a sus casas con las prendas deterioradas. 

La versión más importante se nos presenta en blanco y negro: La guerra de los botones (Yves Robert, 1962). En las vacaciones escolares de principios de esa década de los sesenta, los chicos de Longeverne liderados por Lebrac (André Treton) y los de Verlans dirigidos por L’Aztec (Michell Isella) se enfrentan y simulan una guerra con espadas de madera, tirachinas y palos. Los niños de ambos pueblos franceses mantienen una rivalidad eterna y, como cada verano, se enfrentan a juegos de guerra donde los botones son el precio de la derrota. 

Una película que casi seis décadas después nos aparece llena de escenas que hoy se verían como políticamente incorrectas, por ese maltrato sistemático a la infancia desde la autoridad que confería la familia o la escuela. Nos llaman la atención las escenas de maltrato físico: los violentos castigos, gritos e insultos que Lebranc recibe de su padre, actos que que se repiten ante la mirada impasible del pueblo y el maestro, aunque ese chico lo que más teme no son los golpes, sino que se le envíe a un internado; la borrachera del pequeño Gibus, provocada porque unos padres de familia le dan de beber aguardiente; niños que gritan continuamente y que llevan navajas, que dan caza y matan a un zorro u hostigan sin piedad a un burro, niños que beben vino y aguardiente en la cabaña que construyen. Porque ellos reproducen lo que ven en los adultos, y los niños fuman y beben como lo hacen en casa sus padres o en la escuela sus maestros. 

Una película que habla de igualdad y fraternidad, de república y monarquía, de pobres y ricos en el diálogo de esos niños en el patio del colegio. Pandillas que se organizan para ganar dinero recolectando setas, pescando o cazando zorros,…y componen su tesoro con los botones, tirantes, cremalleras y cordones que obtienen en las refriegas contra el bando enemigo. Una película donde la única niña que aparece, Marie Tintin (Marie Catherine Faburel), realiza tareas del hogar y de intendencia (coser botones, desgarrones, etc.) para evitar los reproches de las madres, un rol que hoy se consideraría políticamente incorrecto, pero que no es ajeno a una realidad no tan lejana. 

Una película que empieza con el dilema y conflicto de descubrir lo que significa el insulto “huevón” que le dicen a uno de ellos y que finaliza con un gran colofón: cuando Lebranc y L´Aztec se encuentran en el reformatorio al que han sido enviados por sus padres y su frase para enmarcar: “¡Y pensar que de mayores seremos tan tontos como ellos!”. 

Es La guerra de los botones una simpática distopía alrededor de que la guerra es intrínseca desde la infancia, y que nos redirige al recuerdo de otras obras donde el mal no es ajeno a esta temprana edad, como nos recordaron las películas El señor de las moscas (Peter Brook, 1963; Harry Hook, 1990) y Quién puede matar a un niño (Narciso Ibáñez Serrador, 1976). Pero quizás también es una posible utopía alrededor de la infancia y las guerras, como fuera otro clásico del cine francés en blanco y negro: Juegos prohibidos (René Clément, 1952)

Antes de la película clásica de Yves Robert, Jacques Daroy dirigió en 1936 una versión, bajo el título de La guerre des gosses, en que las bandas de escolares de dos pueblos diferentes están enfrentadas y el conflicto llega a tal magnitud que los padres terminan involucrándose, Pero después aparecerían otras versiones, ya en color:
- En 1994, la versión británica dirigida por John Roberts donde la acción se traslada a las localidades de Ballydowse y Carrickdowse, en donde reza la leyenda: "La mayoría de las guerras duran años; ésta tiene que acabar antes de la cena".
- Y en el año 2011, dos versiones en un mismo año en la cartelera de Francia, algo inaudito: la dirigida por Yann Samuell y la dirigida por Christophe Barratier (cuyo nombre nos suena especialmente por su obra más conocida, del año 2004, Los chicos del coro), si bien esta última adquiere el título original de La nouvelle guerre des boutons y que tiene una localización temporal diferente al original, pues se ubica durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), donde otra contienda se libra en campo francés: dos bandas de chicos de dos aldeas próximas luchan por el dominio de su territorio, mientras en el mundo real reina una guerra con el pensamiento intransigente de los nazis en contra de los judíos. Es una historia que muestra lo peor y lo mejor de las personas, y que contó con actores tan acreditados como Laetitia Casta, Guillaume Kaned o Gerard Jugnot.

Aunque la novela (y las películas) pueda parecer una comedia para niños, junto a la sencillez e ingenuidad del relato, incluye referencias de interés general. Explica cómo se organizan los grupos sociales, los valores que los articulan (lealtad al grupo), concepciones que los inspiran (igualdad), normas obligadas de conducta (disciplina de grupo), distribución de cargas colectivas (aportaciones personales), infracciones sancionables (revelación de secretos) y castigos (azotes con vara). Los oponentes que caen prisioneros son objeto de escarmiento que afecta a lo que consideran el bien más preciado de una persona, el honor. Y la deshonra se inflige mediante el corte de botones, ojales, cintas, cordones y tirantes de las prendas de vestir, lo que provoca sentimientos de vergüenza ante los iguales y de indefensión ante la familia.  En sí, la obra constituye un documento sobre la vida en aldeas rurales a principios de los 60 en Francia. Ya hemos comentado que René Clément  hizo un ejercicio similar en 1951 con Juegos Prohibidos, también un notorio film de enorme contenido pedagógico. Y ambas cintas buscan lo mismo, y tienen en su haber un ambiguo mensaje antibelicista, pero Clément optó por una vertiente mucho más cruda y dramática, todo lo contrario que nos propone Yves Robert con esta magnánima obra.

La semana pasada hablamos de la novela "Mujercitas" y de sus varias versiones cinematográficas. Y esta semana lo hacemos con la novela "La guerra de los botones" y las películas que de esta historia han surgido. Una historia de hombrecitos... que realizan un guerra particular. Una guerra que puede parecer un juego, pero que bien pudiera ser la guerra contra la autoridad (mal entendida).

Y esta película va dedicada a Antonio Aragüez, un ilustrador amigo que nos la recordó hace poco en el grupo de Facebook, Cine solo Cine, y lo hizo con la sensibilidad del artista que es. Porque Antonio es el creador de la mascota de nuestro Servicio de Pediatría, Alacan, y se merecía esta dedicatoria "de cine". 

 

sábado, 28 de septiembre de 2019

Cine y Pediatría (507). “Juegos prohibidos” de guerra e infancia


“Por elevar a una singular pureza lírica y a una excepcional fuerza de expresión la inocencia de la infancia por encima de la tragedia y desolación de la guerra”. Esta era la mención especial para esta película clásica en blanco y negro del año 1952, cuando obtuvo el León de Oro del Festival de Venecia, amén de obtener también la Palma de Oro del Festival de Cannes y de ganar el Oscar Honorífico a la Mejor película de habla no inglesa. Una de las películas más aclamadas en la obra del maestro René Clément y verdadero clásico en la historia del cine francés: Juegos prohibidos. Inspirado en la novela “Les jeux inconnus” de François Boyer del año 1947. 

Repetidamente hemos destacado el cine francés en Cine y Pediatría. Pero un especial interés tiene la cinematografía francesa de los años 40 y 50, pues con la Segunda Guerra Mundial en ciernes, el cine se hacía partícipe de la guerra y de las duras experiencias vividas: el Neorrealismo italiano fue probablemente el máximo exponente, pero también destacó en este sentido el cine de Francia. Y Juegos prohibidos impactó de forma brutal en las audiencias de todo el mundo. Y la clave estuvo en hablar sobre la infancia en tiempos de guerra y tratar el elemento más duro de un conflicto bélico: la pérdida de la inocencia de los niños, los peor parados cuando a los adultos les da por pelear y no entenderse. Porque la película incide sin piedad en las consecuencias de la infancia arrebatada en tiempos de guerra, resultando un film antibélico de escalofriantes resultados, donde Clément narra la realidad sin más, dura y cruda, sin emitir ningún tipo de juicio moral, lo que hace que su mensaje sea aún más contundente de lo que desprenden las imágenes. Una película que se une al mensaje antibélico de joyas como Senderos de Gloria (Stanley Kubrick, 1957), El gran dictador (Charles Chaplin, 1940), Jhony cogió su fusil (Dalton Trumbo, 1971), La chaqueta metálica (Stanley Kubrick, 1987), Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979) o El cazador (Miachel Cimino, 1978). 

Y Juegos prohibidos comienza bajo los acordes de la guitarra del maestro Narciso Yepes - su “Romance anónimo” – y con ese “leitmotiv” musical se desgranan las hojas del libro. Junio 1940. Miles de franceses, ante la ocupación nazi, intentan huir hacia el sur del país. Y al cruzar el puente, la angelical niña parisina de 5 años Paulette lo perdió todo, a sus padres y a su perro. Una larga escena inicial que ya nos atrapa para el resto del metraje. 

Y al perseguir el cadáver de su perro por el río, Paulette se pierde y es encontrada por Michel, un niño de 11 años que vive por el lugar, con una conversación entre ellos digna de ser reproducida: “¿Qué le pasa a tu perro?”, “Está muerto”. ¿De dónde vienes?, De por allá. No eres de aquí tú, No, ¿y tú?. Yo sí, ¿y tu madre?, Ha muerto. ¿Y tu padre?, Ha muerto”. Sin familia, la niña es acogida por la familia de Michel que vive en una humilde granja, allí donde los dos chicos se convertirán en compañeros de juegos en un mundo que no entienden, y en el que la muerte está más presente que nunca, incluso en el particular universo de la pequeña pareja. 

Porque juntos consiguen procesar la brutal realidad de la guerra gracias a la creación de su propio mundo inventado, con su particular forma de ver la vida, creando una especie de cementerio de animales: para el grillo, la lombriz, el topo, el petirrojo, el escarabajo y otros compañeros de viaje en la fauna del campo. Y para ello roban un buen número de cruces, detalle éste tan osado como inquietante. Porque la muerte llega a formar parte de sus vidas, como algo muy cotidiano, por qué ¿acaso no lo es con la guerra con telón de fondo? Finalmente el desgarrador llanto de ambos niños cuando vienen a buscar a Paulette, pese a las palabras de consuelo: “No van a hacerla daño. Irá al orfanato como las demás niñas”. Y el grito de la niña entre la multitud: “Michel, Michel, Michel,…”. 

Es Juegos prohibidos una película que no sería lo mismo sin las sorprendentes interpretaciones de los dos niños protagonistas, Brigitte Fossey en el papel de Paulette y Georges Poujouly como Michel, actuando con aterradora naturalidad, unas interpretaciones a la altura de las que disfrutamos con Ana Torrent e Isabel Tellería en El Espíritu de la colmena (Victor Erice, 1974), otra obra maestra hermanada con Juegos prohibidos, en donde la guerra, la infancia, la inocencia, la imaginación y la luz se combinan para devolvernos esas obras maestras del celuloide que perduran en el tiempo. Nos encontramos con un relato sobre niños poseedores del poder de la imaginación y la fantasía, una fuerza capaz de obstaculizar la idea de la muerte en tiempos de guerra, como ya reconociéramos posteriormente en la película japonesa de animación La tumba de las luciérnagas (Isao Takahata, 1988).

Guerra e infancia, inocencia y dolor, no son ajenos al séptimo arte. Pero en Juegos prohibidos el amor entre los dos niños es tan puro y simple que obliga a frotarse los ojos. Una película que – como todas – debe disfrutarse en versión original, pero en este caso no podemos obviar oír hablar en francés a nuestros dos pequeños intérpretes.

Si la dirección de estos dos niños actores es una gran baza gracias a la maestría de su director René Clément, no menos lo es su fotografía y su música. El director de fotografía, Robert Juillard – quien ya participara en Alemania, año cero (Roberto Rossellini, 1947) –, juega con las luces y las sombras, y no escatima un poco de luz adicional en la cara y el pelo rubio de la niña, para sugerirnos su angelical presencia. La banda sonora elegida realizada por el guitarrista español Narciso Yepes le alzó a fama mundial, especialmente por la melodía más famosa de la película, que se ha convertido en un clásico de la guitarra clásica española y reconocida por todo aquél que se inicia en tocar este instrumento: hablamos de su "Romance anónimo", que ya estuviera presente en la película Sangre y arena (Rouben Mamoulian, 1941). Curiosamente rodea a esta pieza musical un misterio sobre su autoría, porque en la película Yepes solo figura como adaptador musical e intérprete, y aunque se le han atribuido muchos autores en el camino, ya nadie duda que fue el propio Yepes el que años más tarde asumiría su autoría, afirmando que la había compuesto a los seis años de edad y que hasta 1952 se había extendido como un melodía cuyo anonimato a él le resultaba fascinante.

Sea como sea, cuando suena “Romance anónimo”, la guitarra suspira y se compadece. Lo hace al principio, durante al metraje y al final. Es puro “leitmotiv”, es la melodía perfecta para el  recuerdo, angustiosa pero esperanzadora. Así comienza todo en Juegos prohibidos. Y así acaba todo.

Cine poético en blanco y negro que nos ofrece una singular reflexión sobre la guerra construida desde la mirada de unos niños. Y que quizás nos recuerdan las palabras de Graham Greene: “El mejor olor, el del pan; el mejor sabor, el de la sal; el mejor amor, el de los niños”.

 

viernes, 28 de agosto de 2015

La importancia del juego en la infancia


Hace un mes tuvimos la oportunidad de ir a un lugar donde nacen los sueños, llamado así por ser un lugar donde se construyen juguete. Porque Alicante es una provincia juguetera, especialmente la Hoya de Castalla, con dos municipios muy representativos: Onil e Ibi. 

En concreto, el pequeño pueblo de Onil (de 7.500 habitantes) se ha especializado en muñecas, de ahí que la famosa muñeca FAMOSA en realidad sea un acrónimo de Fabricas Agrupadas de Muñecas de Onil Sociedad Anónima. Y es en esta localidad donde se fabricó la primera muñeca en España y donde más muñecas se fabrican del país. Por ello aquí se encuentra el Museo de la Muñeca, con más de 1400 muñecas de distintas épocas, porque aquí nacieron Nancy, Mariquita Pérez, Paola Reina y tantas otras. Allí vivimos una jornada especial y el nacimiento de un proyecto conjunto, que podéis recordar en este enlace de la web de nuestro Servicio de Pediatría,

Y donde nacen los sueños, nace también la importancia del juego en la infancia, algo tan obvio que a veces se nos olvida y conviene recordar. Y por ello, y a propósito de la preparar la presentación anterior, me encontré con la figura de Francesco Tonucci, pensador, psicopedagogo y dibujante italiano, defensor acérrimo de la infancia y de la “Ciudad de los niños”. A él se le deben muchas citas sobre como científico, como didacta, como pedagogo.

Aprovecho aquellas frases de Tonucci recogidas en la web Rejuega y disfruta jugando para recopilar algunas de sus principales frases sobre el valor de jugar en nuestra niñez.

1. Jugar para un niño es la posibilidad de recortar un trocito de mundo y manipularlo, sólo o acompañado de amigos, sabiendo que donde no pueda llegar lo puede inventar. Así define el juego, el juego libre que es la verdadera necesidad del niño.
2. Todos los aprendizajes más importantes de la vida se hacen jugando en la primera etapa de vida (de 0 a 6 años). De aquí la importancia del juego en estas edades y el permitirles explorar en libertad.
3. Mientras el adulto juega para divertirse el niño juega para jugar. Entender esta diferencia nos permitirá valorar mejor el jugar. No les hace falta jugar para divertirse a los niños como a nosotros, ellos juegan por jugar!
4. Del juego libre solo tenemos que saber lo que nuestros hijos sólo nos quieran contar. Y ya está. No hacen faltan más preguntas sino el saber que ha disfrutado y que nos cuenta aquello que nos quiere contar. Miremos entre líneas si queremos pero no busquemos más.
5. Tenemos que hacer que nuestros niños tengan algo que contar. Y esto solo se puede hacer si el niño tiene tiempo de jugar libremente. Este debería de ser el material a llevar al colegio al día siguiente para trabajar.
6. El verbo jugar sólo se puede conjugar con el verbo dejar. No con acompañar o cuidar.
7. El juego es placer y no soporta vigilancia y acompañamiento. La autonomía es un camino que se enseña poco a poco y debemos fomentarla para que su juego pueda comenzar a ser menos vigilado y acompañado y pase a ser un juego libre.
8. El juego de un niño no se puede evaluar, pero si se evaluara habría que darle un 15 sobre 10. Es su tarea por excelencia y se ha de aceptar tal cual es, así como se debe de aceptar al niño. Tanto por lo que haga como por cómo lo haga debe de recibir un alago y nunca una crítica a su juego.
9. No sabemos cuánto gana-aprende un niño jugando. Ni tampoco nos debería preocupar ya que simplemente de la experiencia del juego libre el niño adquiere conocimientos. Lo importante es fomentar una experimentación variada y rica.
10. Se deberían tener pocos juguetes pero buenos. 
11. Un juguete bueno es aquel que sin ser nada concreto puede ser todo. Facilitar juguetes a los niños que aporten variedad de juego tanto para jugar solos o con amigos, como para poder crear más de un juego con el mismo objeto: el barro, la pelota, piezas de construcción, las muñecas….
12. Jugar libremente significa salir de casa: jugar en la calle sin vigilancia del adulto, encontrarse con amigos, decidir un juego entre todos, dedicarle un tiempo libremente y vivirlo con ilusión o desilusión. Ambos sentimientos forman parte del juego.
13. Hoy la casa es una imitación de la ciudad, en ella están todas las comodidades pero está todo bajo vigilancia. Pero si la necesidad del niño es jugar libremente y compartir su tiempo con sus amigos, se entiende que un niño que no sale de casa no puede jugar.
14. Ofrecerle a los niños tiempo libre y la posibilidad de elegir los espacios donde jugar.
15. El juego necesita variedad de entornos para hacerlo más rico. Ir siempre al mismo parque (no adaptado para un juego libre de calidad), empobrece sus experiencias lúdicas.
16. Que los padres jueguen con los niños es perfecto si realmente los padres quieren jugar, sin fingir ni sentirse obligado. Pero tengamos presente que la verdadera necesidad del niño es jugar con otros niños libremente y tener la posibilidad de jugar con niños de diferentes edades.
17. Los padres pensamos que podemos pagar con juguetes nuestro sentimiento de culpabilidad por no poder dedicar más tiempo a nuestros hijos, pero lo único que conseguimos es hacer de nuestros hijos “propietarios de juguetes”, porque una vez pasada la excitación del momento del regalo y el rato de juego que no suele durar muchos días, el juguete pasa a formar parte de la colección de juguetes inmóviles en el cuarto de los niños.
18. Dejar jugar libremente y permitir que se encuentren con el riesgo en sus juegos (adecuado a sus edades), de esta manera conseguiremos una parte fundamental en la que se basa el juego que es la realización de un deseo.
19. Los niños necesitan disfrutar de sus ciudades porque de esta manera desfogan toda la energía acumulada que tengan de la escuela, la casa… Si les impedimos descargar esta energía en edades tempranas, evitaremos que exploten en la adolescencia.
20. Los juegos son seguros si lo utilizan para jugar libremente, es decir: si lo usan para lo que necesitan usar. Por ejemplo: unas tijeras de verdad, si las usan para cortar como las usamos nosotros, serán seguras!

Podremos estar más o menos de acuerdo, pero queda la reflexión y la importancia de un acto que, en un mundo tecnológico y tecnificado (también en la infancia), hace que cada vez sea más extraordinario en la infancia: jugar en la calle en libertad, como cuando muchos de los que leemos esto hacíamos en nuestra niñez.

El juego es esencial… y no hablamos de las videoconsolas (que se contabilizan hasta por generaciones), claro está. Porque el juego es considerado el principal medio de aprendizaje para los niños. Algunos lo consideran como el trabajo más serio durante la infancia, la manera más natural de experimentar y aprender, dado que favorece el desarrollo del niño en diferentes aspectos: socioemocional, psicomotriz y cognitivo.