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lunes, 27 de noviembre de 2023

Eso no es sexo. ¡Otra educación sexual es posible!

 

El pasado 25 de noviembre se celebró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Y así, la campaña «16 días de activismo contra la violencia de género» comienza hoy, 25 de noviembre y termina el 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos. Esta campaña tiene como objetivo llamar a la acción para poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas en todo el mundo. 

La campaña de concienciación social del año 2023 tiene un lema contundente y real: "El porno es una escuela de violencia contra las mujeres” y destaca algunos datos como que el 88,2% de las escenas pornográficas contiene violencia física o verbal contra las mujeres. Y esas escenas llegan a partir de los 8 años a los niños y niñas creando un grave problema en la autoestima y empatía de los menores, y convirtiéndose en un caldo de cultivo de violencia frente a la mujer. Un tema que merece una profunda reflexión como sociedad... 

Y esta profunda reflexión la viví hace justo una semana en la librería Pynchon & Co de Alicante, donde pude asistir a la presentación del libro “Eso no es sexo. ¡Otra educación sexual es posible!” de Marina Marroquí, una joven educadora social valencia, quien se ha erigido como una de las activistas por la igualdad de género más relevantes en España (y que previamente nos dejó en el año 2017 su libro “Eso no es Amor: 30 retos para trabajar la igualdad”). Y ante un auditorio repleto de madres, padres y adolescentes, nos dejó un mensaje tan claro como contundente: el peligro del porno que llega a los adolescente es un tema de total actualidad, y que alarma (y debe alarmar por su importancia) a las familias y a la sociedad. Familias y educadores buscan respuestas ante una preocupación real que no saben cómo afrontar. 

Porque Marina Marroquí es la educadora social que habla de amor y sexo con cientos de alumnos y alumnas en España cada año. Desde esta experiencia directa, nos trae una llamada a la acción: otra forma de educar en la sexualidad es urgente. Y vaya que lo consiguió: el auditorio quedó impactado con los datos expuestos, quizás nunca imaginados por el auditorio. Porque está claro que algo mal estamos haciendo cuando la nueva generación Z puede tener más empatía ante un perro maltratado que ante una mujer violada (y es que muchas adolescentes sufren actos sexuales en manada que son actos de violación, y no disfrute con el sexo) o ante la muerte de un toro en un plaza de toros que ante un aborto (incrementados por la falta de medidas de protección de las nuevas generaciones, donde el uso de preservativo no es la norma, sino la excepción). 

Y sobre esta tema cabe recordar que en los dos últimos meses se ha llevado a cabo en la plataforma de formación Continuum el curso “Atención a la sexualidad de la adolescencia”, porque la formación de los pediatras en esta materia no solo es una necesidad, sino una obligación.  

Y sí, otra educación sexual es posible… y necesaria.

sábado, 1 de octubre de 2022

Cine y Pediatría (664) Los excesos en la adolescencia y juventud y el precio a pagar

 

La adolescencia es una maravillosa etapa de transición y viaje desde la infancia previa al horizonte de una joven vida adulta, viaje que en el cine se suele conocer bajo al anglicismo de coming of age. En esta etapa el individuo se encuentra en la búsqueda de su propia identidad y tiende a revelarse contra las figuras de autoridad: contra los padres, los profesores y autoridades varias. Y es por naturaleza esta etapa el momento de probar cosas nuevas y donde la problemática se origina en que algunas de estas cosas nuevas son el inicio del consumo de alcohol, tabaco, drogas ilegales (marihuana, cocaína y drogas de diseño), redes sociales, sexo y otros excesos. Excesos que las estadísticas señalan que acaecen cada vez a más temprana en edad y que se buscan como un medio de evitación, de escape, de refugio o de aceptación social principalmente ante sus amigos y grupo de pares. Y ello lleva a los adolescentes a realizar distintas conductas en las que desconoce la real dimensión o consecuencia para su persona, para su familia y para la propia comunidad en general. 

El cine ha mostrado con frecuencia estas facetas, y hoy lo mostramos con tres ejemplos más, relativamente recientes y quizás no muy conocidos. Tres películas que se fundamentan en hechos reales, por lo que sí es posible que la realidad supere en ocasiones a la ficción. 

Bang Gang: una historia de amor moderna (Eva Husson, 2015) Francia 

Un título provocador que hace referencia al juego sexual en el que se involucran los adolescentes de 16 a 17 años de esta película y que está basado en una historia real que ocurrió en Atlanta, donde participaron 250 jóvenes. El título de Bang Gang puede tener una doble explicación: bien como juego de palabras de gang bang (orgía en la que alguien mantiene relaciones sexuales con tres o más personas del sexo opuesto o del mismo sexo, bien sea por turnos o al mismo tiempo, y que puede llegar a incluir un número indefinido de participantes) o bien, como nos define una de las protagonistas, porque lo que viven es como una explosión, como el Big Bang, y en donde participa su pandilla (“gang”, término en inglés). 

La película pretende mostrar los problemas de los adolescentes de una forma moderna, pero se enfoca principalmente en los excesos sexuales y las consecuencias que esto puede traer (incluida las enfermedades de transmisión sexual, ETS), aunque sin llegar a la calidad de películas bien conocidas como Kids (Larry Clark, 1995), Soñadores (Bernardo Bertolucci, 2003) o La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013).    

Nos cuenta la historia de un grupo de cinco amigos adolescentes, dos chicas, George (Marilyn Lima), y Laetitia (Daisy Broom), y tres chicos, Alex (Finnegan Oldfield), Nikita (Fred Hotier) y Gabriel (Lorenzo Lefèbvre). Ellos acuden al instituto (allí donde curiosamente utilizan El Quijote para sus clases de español) y fuera de él inician un juego colectivo en el que hace partícipes pronto al resto de compañeros para descubrir, probar y estirar los límites de su sexualidad, en una experiencia que nadie pudo volver a olvidar: “¿Echamos un gang bang? Ahora o nunca”, es la llamada por Whaasapp. Fiestas con música, tabaco, alcohol, otras drogas y sexo para llegar al éxtasis: “Tenemos superpoderes. Te irradiaré placer”. Alguno de ellos comenta: “Hay vídeos y fotos en línea. Estarán en línea toda la vida”. Y el padre inválido de Gabriel le dice a su hijo: “¿Esta es la libertad para vosotros? Algunos chicos luchan por una revolución. Vosotros lucháis para acostarse con cualquier cosa que se mueve”

Una exploración de la vida sexual de los millennials que comienza con este pensamiento del ensayista y médico Carl Gustav Jung: “La claridad no aparece cuando imaginamos lo claro, sino cuando tomamos consciencia de lo oscuro”. Porque errar no es el problema, quizás lo sea que sea un grave error. Un chancro les devuelve a la realidad, porque el sexo sin protección ha extendido la sífilis y gonorrea, que solo ahora se informan a través de internet: “Por lo visto, muchos artistas del siglo XIX murieron de eso: Baudelaire, Nietzsche y Van Gogh”. Y la reflexión final de Laetia: ”No volví a ver a Alex, ni a Gabriel ni a George. Toda esta parte de mi vida es como un paréntesis distante tan exagerado, intenso y violento que a veces me pregunto si fue real. Un pinchazo de penicilina y se acabó la sífilis. Una pastilla y nada de bebés. Un cuento de hadas moderno”. 

Noches de verano (Elijah Bynum, 2015) Estados Unidos 

“Esta historia es (en su mayor parte) real”, comienza así esta ópera prima de su director. Donde nos presenta a Daniel (Timothée Chalamet), un adolescente apático, asmático y cabreado tras perder a su padre. Por ello, su madre le envía aquel verano de 1991, uno de los más calurosos que se recuerdan, a pasarlo con una tía en Massachusetts, otro de esos veranos inolvidables de nuestra adolescencia, como hemos recordado recientemente.  

Y en ese pueblo costero solo había dos tipos de personas, las aves de verano (ricos que venían a veranear) y los lugareños, pero Daniel no era ni lo uno ni lo otro. Y allí conoce a Hunter (Alex Roe), un joven lugareño de regular reputación que vende marihuana a las aves de verano, al que se une en la empresa. Pero las cosas empeoran cuando se enamora de la hermana de éste, la muy deseada McKayla (Maika Monroe), y también cuando intenta seguir avanzando por ese tortuoso camino de las drogas, ahora a través de la cocaína. El caldo de cultivo ideal para la tormenta perfecta, como aquel famoso huracán Bob que asoló la región durante los días 18 y 19 de agosto de 1991. 

Entre las bazas de esta película cabe destacar su simpática y abrumadora B.S.O. de 23 canciones que hace que la película se vea con gusto, y que incluye temas como “Hospital” de The Moderns Lovers, “This Will Be Our Year” de The Zombies, “Your Love” de The Outfield, “I Don´t Wanto To Cry" de Chuck Jackson o el recurrente “Space Odity” de David Bowie, entre otros; y otra baza ha sido contar con el actor de moda, Timothée Chalamet, ya visto en Cine y Pediatría en Call Me By Your Name (Luca Guadagnino, 2017), Beautiful Boy (Felix Van Groeningen, 2018) y la última versión de Mujercitas (Greta Gerwig, 2019).    

Clímax (Gaspar Noé, 2018) Francia 

Esta es una película que ya al inicio se declara "orgullosamente francesa" y que se basa en unos hechos reales del año 1996, donde Gaspar Noé, ese director polémico y polemista que no lo es para todos los públicos, no hace sentir (y sufrir) en vena. Una película que nos abrasa, excesiva en muchos momentos, gratuita en otras, quizás pretenciosa y de difícil revisitación, diferente. Como su director, quien ya nos tiene acostumbrados a la polémica, y si no recordemos su más sonada obra, Irreversible (2002), bajo la actuación del matrimonio formado en aquel entonces por Mónica Belluci y Vicent Cassel, y con esas dos escenas tan duras (la de la violación en el túnel y la masacre facial en la pelea) que no se olvidan en décadas. 

Y en Clímax, película que consiguió el Premio de mejor película en el Festival de Sitges y que fue la ganadora de la Quincena de realizadores de Cannes, nos devuelve una película lisérgica e incómoda, que algún crítico ha definido como un cruce alucinado entre la musical Fama (Alan Parker, 1980) y las películas de terror Suspiria (Dario Argento, 1977) y Cabin Fever (Eli Roth, 2002). Allí donde una veintena de jóvenes bailarines son entrevistados, hacen su última coreografía alucinante (casi un plano secuencia de 13 minutos), y que al final declaran: “Dios está con nosotros”. Y, a continuación, celebran una fiesta alrededor de una gran fuente de sangría que alguien ha mezclado con LSD y hace que su exultante ensayo se convierta en una pesadilla cuando, uno a uno, sienten las consecuencias de una crisis psicodélica colectiva. Y se cruzan las conversaciones y los pensamientos, con el sexo como epicentro: “Este ambiente no es bueno para un niño”, “Tienes que convertir tus errores en triunfos”, “No me dan buenas vibraciones este grupo”,… 

Y Clímax se nos convierte en un vaivén visual con una banda sonora hipnotizante y coreografías expresivas iniciales, mezclado con entrevistas a cada uno de los bailarines, lo que nos adentra un poco en su vida, ideales y filosofía personal. A partir de aquí, la alegría inicial del grupo deriva en una serie de situaciones que comienzan a salirse de control, verdadera sumisión química consentida entre gays, lesbianas y heterosexuales, para ir trasladándose a una situación de terror, angustia y nerviosismo que sigue la incomodidad propia del cine de Gaspar Noé. Pura psicodelia, incluyendo los títulos de crédito y titulares que aparecen (divida en varias partes la película, los psicodélicos títulos de crédito aparecen a mitad de metraje, todo muy rompedor) y con una atrevida fotografía que hace uso de una paleta de colores que va del rojo, al amarillo, el verde, el morado y los azules con la finalidad de resaltar los estados de ánimo, así como los ángulos imposibles de cámara y las imágenes al revés. Y ello en una obra que improvisa en su elemento actoral ya que el rodaje corrió a cargo únicamente de bailarines, contando únicamente con una actriz profesional. 

Sin duda, se trata de un filme que definitivamente no es para todo el público (como el cine de Gaspar Noé), pero que nos pone en el abismo sobre los abusos de las drogas en la adolescencia y juventud. “Nacer es una oportunidad única”, “Vivir es una imposibilidad colectiva”, “Morir es una experiencia extraordinaria” son frases que acompañan al filme; nacer, vivir y morir, un recorrido que hacemos con el cuerpo como vehículo y que los bailarines drogados de Noé exploran de una manera tan única como lo son sus movimientos, tan rebelde como lo  es Francia. 

Tres películas recientes como ejemplo de los excesos en la adolescencia y juventud y el precio a pagar.


sábado, 19 de diciembre de 2015

Cine y Pediatría (310). “Klip”, adolescencias más duras que la guerra


Esta misma semana celebrábamos la triste efeméride del fin de la llamada Guerra de los Balcanes, que finalizó oficialmente tras la firma de los Acuerdos de Dayton por Bosnia-Herzegovina, Croacia y Yugoslavia, el 14 de diciembre de 1995. Un conjunto de guerras que se caracterizaron por los conflictos étnicos entre los pueblos de la ex Yugoslavia, principalmente entre los serbios por un lado y los croatas, bosnios y albaneses por el otro, un conflicto de causas múltiples (como casi siempre, una mezcla de motivos políticos, económicos y culturales, pero también de tensión religiosa y étnica). Estas guerras, que duraron tres años, fueron los conflictos más sangrientos en suelo europeo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, con resultado de unas 200 000 muertes y millones de personas que perdieron sus hogares. 

Veinte años después del final de la guerra, distintas expresiones artísticas en estos territorios (Serbia, Bosnia, etc.) siguen plagados de ecos bélicos y de desconfianza, de restos del sangriento conflicto que parecen un destino no interrumpido por signos de puntuación, expresiones artísticas que surgen como homenaje o redención a este doloroso recuerdo. Porque no debiéramos olvidar lo que significa el término que de allí surgió, "balcanización" ni, quizás tampoco, las palabras de Mahatma Gandhi: "Si vamos a enseñar la verdadera paz en este mundo, y si vamos a llevar a cabo una verdadera guerra contra la guerra, vamos a tener que empezar con los niños"

Y de esa combinación hoy traemos, como triste recuerdo de aquella guerra y postguerra de los Balcanes, la única película de los países de la ex-Yugoslavia que por el momento se encuentra en Cine y Pediatría: Klip (Maja Milos, 2012), una cinta serbia que se constituye en una de las historias más duras de los últimos años, una película polémica por necesidad y de un realismo que hiere los ojos. Una película que mezcla la pérdida de rumbo de adolescentes en un país que acaba siendo víctima y verdugo de su propia desgracia, de la incomunicación entre padres e hijos, de ambientes sin valores, donde campa a sus anchas la violencia, el sexo, el machismo, las drogas y el rencor a la belleza de la vida

Esta provocadora y controvertida película está escrita y dirigida por Maja Milos, una joven cineasta de Belgrado que plantea, en esta su opera prima, un grito cinematográfico sobre los problemas de los adolescentes serbios, una película premiada con el Tigger Award en el Festival de Cine de Rotterdam y prohibida en Rusia por sus demasiado explícitas imágenes sobre el sexo. Y es que Maja Milos se convierte en la suma de un Larry Clark, un Lukas Moodysson y un Abdallatif Kechiche sin compasión, de forma que esta directora serbia deja en entredicho la supuesta provocación de Kids (1995), de Fucking Amal (1998) o de La vida de Adèle (2013).  

Klip tiene un inicio realmente incómodo... que nos hace dudar sobre si seguir viendo la película: una hermosa adolescente buscando sexo en una fiesta, en un entorno algo sórdido e incómodo. Y luego la chica llega a su hogar, quizás en un ambiente más duro si cabe... Ella es Jasna (una Isidora Simijonovic que no es actriz, sino el personaje mismo), una quinceañera desencantada de la vida y que vive la dura vida de la generación de la postguerra en Serbia y que, como muchos allí, asimila el cambio de país y de nombre. Una adolescente que sobrevive entre un hogar que roza la pobreza en los suburbios de Belgrado, con un padre enfermo de un cáncer en fase casi terminal y una madre en estado de ansiedad permanente, entre un instituto con sistema educativo impersonal y caduco, y entre una pandilla de amigos y colegas que flirtean, sin medida ni control, con el sexo, el alcohol, las drogas y todo aquello prohibido que está a su alcance girando imparable en una espiral de descontrol. Una vida en continua huida en que la madre de Jasna le dice "No has hablado con tu padre desde que sabes que se está muriendo. No, solo piensas en ti... ¡Estás destruyendo esta familia, es lo que estás haciendo!". 

Porque Klip se transforma es el incendiario y febril retrato de una generación de adolescentes serbias sin código ético alguno, cuyo principal pasatiempo es embarcarse en la aventura del sexo sin ningún respeto por sí mismas, sintiendo constantemente la necesidad de grabar todo con su teléfono móvil, como si la vida real no existiera, sino es a través de la pantalla de un smartphone. Y ello a través de la sencilla (y cruel) historia de Jasna, enfadada con todo y con todos, incluyendo con ella misma. Una adolescente de una belleza extrema que se rodea de suciedad, incluyendo su enamoramiento enfermizo de Djole (Vukasin Jasnic), un compañero de instituto que le ocasiona mayor opresión, una relación de amor virulento e imposible en el que ella actúa como concubina sumisa y mero objeto sexual, sin importarle la violencia y el machismo, hasta desembocar en la autodestrucción emocional. 

Y nuestra Jana, por desgracia, se constituye en prototipo de muchos adolescentes que sabemos que están igual de perdidos, pero que preferimos no sentirlo. Como preferimos no ver esta película, por brutalmente honesta y deshonesta, por su estética estridente (desde la fotografía a la música), por sus imágenes y diálogos que taladran por su realismo y que duelen por su verdad. Porque Klip nos expone a los cambios que han sufrido los adolescentes en su modo de expresarse y de relacionarse, con el aplastante culto a la imagen y el auge de la tecnología que han alterado conceptos tan básicos como la educación, el derecho a la intimidad y los códigos de la fidelidad y la legalidad, a la vez que han destruido la inocencia propia de la infancia y la adolescencia. 

Puede resultar un tópico, pero esta vez se cumple con Klip: es un film que o se ama o se odia, pura violencia física y emocional, una bofetada a nuestra conciencia. Klip, ópera prima de la joven directora Maja Milos, revela una situación cotidiana que vive su propia generación, como en 1995 lo hiciera Larry Clark, con su película Kids. Ambos filmes muestran adolescentes que, por su juventud, inexperiencia y potencial desperdiciado, rompe e incomoda a la sociedad por su brutalidad y realismo. Diálogos marcados por la tristeza, el miedo, el deseo, el enojo y un sexo explícito vacío, frío como la postguerra y, quien sabe, si Maja Milos se nutre del sinsabor de una película previa de otro realizador serbio: A Serbian Film (Srdjan Spasojevic, 2010). 

Klip es cine despojado e hiperrealista, una especie de descenso a los infiernos de una adolescente Jasna que pasea su belleza con actitud indefinible entre la desvergüenza, el desinterés y la ilusión. Y si desconcertante es el principio de la película, desconcertante es el final... Como desconcertante es la vida de algunos adolescentes con vidas más duras que la guerra en sociedades y familias desestructuradas.

 

sábado, 5 de diciembre de 2015

Cine y Pediatría (308). "Kids", con ellos llegó el escándalo


El pasado 1 de diciembre celebramos, como cada año, el Día Mundial del Sida, una fecha en que la OMS sigue publicando sus recomendaciones para impulsar el logro de las metas en esta enfermedad: el uso de métodos innovadores para los análisis del VIH, la personalización de los tratamientos para atender las diversas necesidades individuales y el ofrecimiento de una amplia selección de opciones de prevención.  
Porque mucho se ha avanzado desde finales del siglo XX en esta terrible epidemia que empezó oficialmente el 5 de junio de 1981, cuando los CDC (Centers for Disease Control and Prevention) de Estados Unidos convocaron una conferencia de prensa donde describieron cinco casos de neumonía por Pneumocystis carinii en Los Ángeles y al mes siguiente se constataron varios casos de sarcoma de Kaposi en la piel. En estos momentos se ha alcanzado la meta mundial de detener e invertir la propagación del VIH. Ahora, en Pediatría y en el Primer Mundo, por fortuna el sida es ya casi una enfermedad rara, pero no en el Tercer Mundo.  lo cierto es que aún unos 16 millones de personas reciben actualmente tratamiento antirretrovírico, más de 11 millones de ellas en África. Ya las nuevas infecciones se han reducido en un 35% y las muertes por sida en un 25%. Con todo, ha llegado el momento de ser aún más audaces, de tomar medidas innovadoras para alcanzar la meta de los objetivos de desarrollo sostenible: poner fin a la epidemia para 2030

Por ello se sigue recordando este día todos los días 1 de diciembre, porque las nuevas metas para poner fin al sida son factibles, incluso en entornos con recursos limitados. Y ojalá algún día solo nos quede el recuerdo en el cine. Son muchas las películas que han tratado este tema en los últimos 30 años, pero he aquí las 10 películas imprescindibles para conocer un poco más esta enfermedad, películas la mayoría de la década de los 90, momento en que el sida pegó más fuerte, momento en que la enfermedad constituía una epidemia y un problema social de primera magnitud: Los amigos de Peter (Kenneth Branagh, 1992), Vivir hasta el fin (Greg Araki, 1992), Philadelphia (Jonathan Demme, 1993), En el filo de la duda (Roger Spottiswoode, 1993), Kids (Larry Clark, 1995), The Cure (Peter Horton, 1995), Fiesta de despedida (Randa Kleiser, 1996), El escándalo de Larry Flynt (Milos Forman, 1996), Gia (Michael Cristofer, 1998) y Las horas (Stephen Daldry, 2002). 

Entre todas ellas hay una que tiene a la adolescencia como protagonista del sida, pero que, a la vez, es mucho más, pues significó todo un escándalo que aún hoy, 20 años después, se comprende que fuera así: Kids, la polémica ópera prima de Larry Clark, afamado fotógrafo (en blanco y negro) que se pasó a la dirección para tratar temas relacionados con el sexo, las drogas, la violencia juvenil o el skateboarding. Aunque destacados directores, tales como Gus Van Sant y Martin Scorsese, han admirado el trabajo de Clark, lo cierto es que no deja indiferente y con su ópera prima, Kids, llegó el escándalo. Porque en esta película trata de los temas previos y también incluye la sombra omnipresente del sida, en un momento en que todo el mundo hablaba de esta enfermedad.

Hace veinte años Kids irrumpió en las cines como una bofetada y causó un gran debate, y se entiende, pues algo similar se siente dos décadas después. La película, escrita por Harmony Korine (un joven skater) y producida por Gus van Sant, contaba con la participación de una nueva camada de actores (incluido unas jóvenes Chloë Sevigny y Rosario Dawson), muchos de los cuales debutaban en el cine (de hecho, una gran mayoría eran patinadores de las calles, skaters), y donde el propio equipo lo recuerda como un rodaje complicado. La película retrata un día en la vida de un grupo de adolescentes neoyorquinos sumergidos en el sexo, el alcohol, las drogas y la violencia gratuita, unos adolescentes con escaso rumbo y terreno fértil para el sida en aquellos años 90. 

Cuatro adolescentes centran el argumento, adolescentes entre los 16 y 17 años. Dos chicos: Telly (Leo Fitzpatrick), aficionado a acostarse con chicas vírgenes sin ningún tipo de precaución y menos moralidad, y su amigo Casper (Justin Pierce), consumidor compulsivo de distintos tipos de drogas. Dos chicas: Jennie (Chloë Sevigni), cuyo único escarceo amoroso fue con Telly, y su amiga Ruby (Rosario Dawson), con múltiples flirteos amorosos en su haber 
Una turbadora escena inicial da comienzo a una película nada cómoda, pero que es mucho más que la crónica de un muerte anunciada de adolescentes descerebrados con acné, adolescentes que declaran en sus conversaciones aquello de que "El sexo es lo mejor del mundo". Pero todo cambian cuando Jennie y Ruby acuden a una revisión de salud, producto de las prácticas de riesgo por el sexo no protegido en aquella época. Y el veredicto: para Ruby la respuesta de la doctora es "estás limpia (de enfermedades de transmisión sexual)", pero para Jennie el juicio resulta ser "el análisis de sida dio positivo". Y para ello bastó una única relación con Telly para que eso ocurriera, el mismo chico que se dedica a buscar aventuras amorosas con menores de edad y lo hace sin ningún tipo de protección. Escalofriante...sobre todo al escuchar la conversación de los jóvenes sobre el sida: "Oyes hablar de todas esas enfermedades. Enfermedades de esto y de lo otro... Carajo, que todo el mundo se está muriendo y eso es un invento. No conozco a ningún chico con sida. No sé de nadie que se esté muriendo de eso. Son puros inventos". 
Y con la condena (así lo era en aquella época) de estar contagiada por el virus de la inmunodeficiencia humana, vaga Jennie por Nueva York, en busca de una respuesta, y le dice a Ruby: "Tendré que decirle a mi hermanito que me voy a morir". Un taxista le intenta aconsejar sobre las dificultades de la vida: "Mira, sea lo que sea, olvídalo. La vida es muy corta. Trata de ser feliz". En una reunión de jóvenes que es más orgía que fiesta, una de las chicas de la pandilla llega a desahogarse al decirles: "Ustedes son una panda de enfermos". 

Porque Kids llegó a las pantallas rodeada por el escándalo, y a varios niveles. Escándalo por el sexo (Terry se convierte en un depredador sexual sin escrúpulos, sexo adolescente sin valores, pura vorágine hormonal descorazonadora), por la violencia (algunas escenas, como la de la paliza a un joven negro, duelen no solo por la dureza física, sino por la xenofobia y homofobia implícita), por el sida (leitmotiv en segundo plano, si bien cabe recordar que en el año 1995, el número de muertes debidas al sida en Estados Unidos llegó a un pico histórico con más de 50.000 fallecimientos), por las calles de Nueva York (con la cultura skater campeando a sus anchas), por la música (porque a diferencia de otras películas teen, no hay éxitos de moda, sino música grunge y lo-fi de Lou Barlow y las atormentadas canciones de Daniel Johnston), por las edades en que ocurre (adolescentes y preadolescentes sin rumbo entre el sexo, la droga y la violencia). 

Y así es Kids y así nos lo contó Larry Clark. Y resta la mirada final a la cámara de Casper, desconcertado tras una noche de orgía, y preguntándose a sí mismo (y a todos los espectadores): "Dios santo, ¿qué pasó?"... 

sábado, 17 de octubre de 2015

Cine y Pediatría (301). La generación X española en “Historias del Kronen”


Sobre el madrileño José Ángel Mañas recae la responsabilidad de ser el padre de la “Generación X” española, esa corriente literaria que comenzó a principios de los 90 y que se basa en el realismo sucio, crudo y cercano, demasiado en ocasiones. Todo comenzó hace más de 20 años, con la novela “Historias del Kronen”, la ópera prima que le concedió el éxito a los 23 años, el aplauso (y las flechas) de la crítica y la publicación de tres obras complementarias: “Mensaka”, “Ciudad Rayada” y “Sonko95”. Novelas que contextualizan a la perfección una época de drogas, desfase, alcohol, sida… De muchos cambios y descubrimientos. Algunos, de hecho, le llamaron la “Generación Kronen” por el éxito de su primera novela (que llegó a ser finalista del Premio Nadal en 1994), si bien antes de ella había muy buenos libros que desarrollaban este realismo sucio, como “Lo peor de todo”, de Ray Loriga.

Pues sobre esta obra, y con un guión a dúo entre José Ángel Mañas y Montxo Armendáriz, se gestó la película Historias del Kronen (Montxo Armendáriz, 1994). Y es que el navarro Montxo Armendáriz, este director de cine humano y humanista que siempre es guionista de sus películas, es ya parte de la familia de Cine y Pediatría. En nuestro espacio ya hemos incorporado dos de sus películas: Tasio (1984), la sencilla historia de una vida  y No tengas miedo (2011), una denuncia el abuso sexual infantil. Pero la razón prioritario de esta amistad se fundamenta principalmente en el hecho de que Montxo ha sido un prologuista de lujo del último libro, "Cine y Pediatría 4".

Y es así como el libro y la película alcanzarán cierto estatus de culto durante la segunda mitad de los 90, con ese posible retrato de la juventud española de aquel momento, con retazos de desobediencia hacia cualquier figura de autoridad, de consumo desaforado de drogas, de promiscuidad sexual, de afición a los actos delictivos, entre otros aspectos. Una vida al límite en un Madrid que parece visto desde la ventanilla de un coche que circulara a toda velocidad por la M30.

Porque en la cervecería Kronen se reúnen todas las noches de aquel verano un grupo de jóvenes de alrededor de 20 años, allí donde la pandilla se mezcla con el alcohol, la droga, el sexo y el vértigo, donde se vive de noche y se duerme de día. Allí donde se cruzan las vidas de Carlos (Juan Diego Botto), el líder trasgresor y cínico, de Roberto (Jordi Molla), el mejor amigo de Carlos que convive entre su confidente amistad y su homosexualidad reprimida, de Pedro (Aitor Merino), el más vulnerable por las enfermedades que le acompañan (diabético con un solo riñón), de Manolo (Armando del Río), barman y músico, y de Amalia (Nuria Prims), exnovia de Carlos.
Escenas sin freno como la épica del puente (que forma parte de la carátula de la película) o la fiesta final, referentes a las snuff movies o a la película preferida de Roberto, Henry, retrato de un asesino (John McNaughton, 1986), quizás como leve alusión al papel sociópata de Carlos, al que su amigo Roberto le llega a decir: “A ti te regalan un Mecano y ya te crees ingeniero”.

Historias del Kronen nos plantea, una vez más, la rebeldía y ansias de libertad de la juventud, objeto de la atención de diferentes historias del cine, desde Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955) hasta Trainspotting (Danny Boyle, 1996), pasando por Easy rider (Dennis Hopper, 1969) o Quadrophenia (Franc Roddam, 1979). Pero ahora en versión española, porque al igual que Historias del Kronen muchas otras películas han intentado reflejar la adolescencia y juventud de distintas generaciones en España, reflejo que depende de la época en que se grabaron:
- En los años 50 recordamos Los chicos (Marco Ferreri, 1959) o Los golfos (Carlos Saura, 1959).
- En los años 60 nos encontramos con Nueve cartas a Berta (Basilio Martin Patino, 1966) o Un, dos, tres, al escondite inglés (Iván Zulueta, 1969).
- En los años 70 nos viene a la memoria Adiós cigüeña, adiós (Manuel Summers, 1971) y Perros callejeros (José Antonio de la Loma, 1977).
- En los años 80 podemos citar Deprisa, deprisa (Carlos Saura, 1981) o Yo, el Vaquilla (José Antonio de la Loma, 1985).
- En los años 90 nos reencontramos con Historias del Kronen o Salto al vacío (Daniel Calparsoro, 1995).
- En los años 2000 vienen representados por Krámpack (Cesc Gay, 2000) o 7 vírgenes (Alberto Rodríguez, 2005).
- Y en los actuales 2010, las recién estrenadas A cambio de nada (Daniel Guzmán, 2015) o Los héroes del mal (Zoe Berriatúa, 2015).

Distintas épocas en España, distinto cine, diferentes películas, diferentes adolescencias y juventudes. Hoy recordamos Historias del Kronen, una especie de guardián en el centeno patrio, una película que marcó una generación y cuya novela comienza así: "me jode ir al Kronen los sábados por la tarde porque está siempre hasta el culo de gente". Ni más, ni menos.
Y como nos recuerda la canción del grupo de música punk MCD (mejor no traducir las siglas), “No hay sitio para ti”.