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sábado, 25 de enero de 2025

Cine y Pediatría (785) “Tuesday”, un guacamayo viene a verme

 

La muerte de un hijo siempre es un camino de pérdida doloroso y un duelo complejo de llevar adelante. Desde Cine y Pediatría hemos sido partícipes de películas de muy diversa índole sobre este tema. He aquí algunos ejemplos: La decisión de Anne (Nick Cassavetes, 2009), Alabama Monroe (Felix Van Groeningen, 2012), Más allá de las palabras (Anthony Fabian, 2013) o Asia (Ruthy Pribar, 2020), para acercarnos a la pérdida de un hijo por enfermedad; La habitación del hijo (Nanni Moretti, 2001), El mejor (Shana Feste, 2009), Los secretos del corazón (John Cameron Mitchell, 2010), Tonio (Paula van der Oest, 2016), Madre (Rodrigo Sorogoyen, 2017), Tu hijo (Miguel Ángel Vivas, 2018), Desaparecida (Kim Farrant, 2019) o Mass (Fran Kranz, 2021), para acercarnos a la pérdida inesperada de un hijo por accidente o en situaciones no esperadas; o también la pérdida de un recién nacido al nacimiento en Fragmentos de una mujer (Kornél Mundruczó, 2020) o de un lactante por síndrome muerte súbita del lactante en Un grito en la noche (Marc Foster, 2000) y El amor y otras cosas imposibles (Don Roos, 2009). Pero también, de forma especular, algunas películas abordan el duelo de un hijo ante la enfermedad o fallecimiento de la madre, como es el caso de Mi vecino Totoro (Hayao Miyazaki, 1988), Ponette (Jacques Dillon, 1996), Un monstruo viene a verme (Juan Antonio Bayona, 2016), o Petite Maman (Céline Sciamma, 2021).     

Y esta profusa reflexión al tema de la pérdida de un hijo es para introducir nuestra película de hoy, una película británica muy especial, el debut de su directora en el largometraje: Tuesday (Daina Oniunas-Pusic, 2023), una particular relación entre Tuesday, una adolescente en fase terminal de su enfermedad, su madre Zora y la muerte que les visita en forma de un pájaro de la familia de los guacamayos. Una original reflexión sobre el abordaje de la muerte y el duelo a través de este animal fantástico, y que sin duda es difícil no relacionar con la especial relación ente el niño Connor, su madre enferma y el anciano tejo que no viene a curar a la madre, sino a sanar al hijo, en la película española Un monstruo viene a verme

En la introducción se nos presenta a un pájaro parlante (cuya voz la pone el actor británico Arinzé Kene) de mal pelaje y algo inquietante, parecido a un guacamayo y que puede cambiar de tamaño (de gigante a diminuto), lo que le otorga un carácter fantástico y simbólico y que sirve como un puente entre la vida y la muerte. Así lo vemos en las escenas iniciales cuando visita a personas moribundas que musitan: “Tengo miedo. Tengo miedo. No quiero morir. No quiero morir. El no quería hacerme daño. De verdad que no”. Y enseguida se nos presenta a nuestra adolescente protagonista, Tuesday (Lola Petticrew), postrada entre la cama y su silla de ruedas, con bomba de oxígeno y gafas nasales y al cuidado de una enfermera domiciliaria. Allí donde llega nuestro guacamayo a visitarla y aunque ella le suplica “No me mates, por favor”, la contestación no deja duda: “Debo hacerlo”. Pero le pide que espere que su madre llegue a casa para despedirse, tiempo en el que establecen una particular relación, incluso con momentos de humor para rebajar el drama latente, como la secuencia en la cual la chica comparte marihuana con el loro o aquella otra en la cual el animal rapea junto a Ice Cube la letra de “It Was A Good Day”, “un clásico”, según la definición del visitante alado. 

Cuando regresa la madre, Zora (Julia Louis-Dreyfus), su hija le cuenta lo que va a ocurrir: “Mamá, sé que no puedes lidiar con esto. No estás preparada. Y no sobrevivirás. Debes dejar que te ayude”. Pero la madre no quiere hablar de ello, ni ahora ni nunca, pues ha creado un mundo paralelo a espaldas de su hija, pues no le contó que perdió el trabajo y pasa el tiempo fuera de casa en parques, y tuvo que vender todo el mobiliario del piso superior de la casa para sobrevivir y poder pagar a la enfermera, aunque esta le dice: “A Tuesday le gustaría pasar más tiempo con usted”. Ante la negación de la realidad, tiene que salir el pájaro a explicarle: “Señora, tiene que despedirse de su hija. La vida, toda vida, acaba. No podéis evitar mi llegada”. 

A partir de ahí se suceden una serie de hechos entre fantásticos e insólitos entre hija, madre y el guacamayo, donde la madre hace todo lo posible para que ese momento no llegue, y así se lo hace saber: “No sé qué soy sin ti. No sé cómo es el mundo si tú no estás en él. No tengo la menor idea. Y creo que por eso, no sé, tengo miedo. Estaba luchando por mi propia vida. Pero a ti te quiero mucho más que a mí. Y esta es tu vida y a partir de ahora haremos lo que te convenga a ti. Ya no tienes que soportar más dolor. Y ya no tienes que preocuparte más por mí”. Y se prepara para la despedida cuando el pájaro extiende sus alas sobre Tuesday. 

Pasado el tiempo regresa al guacamayo a visitar a Zora, pero solo para saber cómo está… y la madre le pide morir. “El caso es que, si existe el más allá, lo mejor sería que yo estuviera con ella, que cuidara de ella y estuviera con ella. Y si no existe el más allá, entonces ¿qué pinto yo aquí? Soy insignificante, de verdad. Por favor”. Y el pájaro le responde, mirando el amanecer por la ventana de la habitación de su hija: “Dios no existe. No según el concepto humano. Pero si existe el más allá. El eco que uno deja, su legado, su recuerdo. Eso es el más allá de Tuesday. Tu forma de vivirlo determinará como pervive ella”. 

La película Tuesday nos invita a reflexionar sobre la aceptación de la muerte y el proceso de duelo, utilizando metáforas visuales y elementos oníricos para explorar estas temáticas universales. La representación de la muerte como un pájaro parlante que interactúa con los personajes principales ofrece una perspectiva muy particular y multifacética. Porque el pájaro, en muchas tradiciones culturales y mitologías, se percibe como mensajero entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y su capacidad para volar representa la conexión entre lo terrenal y lo espiritual. Quizás esos cambios de tamaño que experimenta pueda ser un reflejo de la naturaleza de la muerte: a veces abrumadora y otras, una presencia pequeña e íntima que susurra en momentos de soledad, y que también simboliza cómo las personas perciben la muerte de manera diferente según sus emociones y circunstancias. Lo dicho, en Tuesday, un guacamayo viene a verme… lo que ha generado opiniones divididas entre los críticos, con elogios por su originalidad y actuaciones, pero también críticas por su tono y ejecución. Diversidad de opiniones, como el sentimiento y emociones diversas ante la pérdida de un hijo.

 

sábado, 31 de diciembre de 2022

Cine y Pediatría (677) “Cinco lobitos”… tiene mi loba


Hoy, último día del año 2022, es un buen momento para revisar el cine español del año que termina. Y un buen indicador (no el único, claro) son las nominaciones a los próximos Goya 2023, carrera liderada en este sentido por cuatro películas: As bestas de Rodrigo Sorogoyen, con 17 nominaciones; Modelo 77 de Alberto Rodríguez, con 16; Alcarràs de Carla Simón y Cinco lobitos de Alauda Ruiz de Azúa, con 11 nominaciones cada una. Y cabe destacar estas dos últimas películas, un ejemplo más de lo que viene ocurriendo en los últimos años en el séptimo arte y que no es otra cosa que la afortunada rotura del techo de cristal de las mujeres en el campo de la dirección cinematográfica. Y es que precisamente la temática del próximo vídeo de presentación de Cine y Pediatría 12, que presentaremos en el Festival Internacional de Cine de Alicante en mayo de 2023, va a ir dedicado a las mujeres del cine que han contribuido a romper este injusto techo de cristal. 

Sobre la barcelonesa Carla Simón ya hemos hablado largo y tendido al comentar su ópera prima en el largometraje, Verano 1993 (2017), ese poema fílmico sobre la infancia de obligada prescripción; y con Alcarràs no solo ha conseguido ser la primer mujer española en ganar el Oso de Oro en Berlín, sino que será la representante por nuestro país a Mejor película internacional en los próximos premios Óscar. Y ahora llega la vizcaína Alauda Ruiz de Azúa, quien, tras forjarse en el corto, debuta con su ópera prima en una película con título de canción de cuna, Cinco lobitos, título que ya se utilizó en la filmografía patria con la película dirigida en 1945 por el peculiar director Ladislao Vajda, y con una temática bien diferente a ésta (por cierto, una película dirigida por este director húngaro que trabajó en distintos países, pero que en España tuvo su gran epicentro con obras como Marcelino pan y vino - 1955 - , Mi tío Jacinto - 1956 - y Un ángel pasó por Brooklyn – 1957 -, u obras maestras como El cebo - 1958 -). Dos ejemplos prototípicos de mujeres de cine y de un cine de mujeres, y para muchos críticos las dos mejores películas del año 2022 en España.  

Y es Cinco lobitos una hermosa película - sencilla pero compleja – de mujeres para reflexionar sobre maternidad en ambas direcciones, que consiguiera la Biznaga de Oro en el Festival de Málaga. Porque toda madre también es hija y la relación entre ambas cambia cuando llega un nuevo ser a la familia. Una historia que tiene la habilidad de que mostrarnos el ser madre, el ser hija, el ser abuela, el ser esposa, el ser amante,… además de esa visión de la maternidad en ambas direcciones, y gracias al duelo interpretativo de Laia Costa, en el papel de Amaia, y de Susi Sánchez, en el papel de Begoña. “Lo queréis todo a la voz de ya”, dice Begoña a su hija, porque ser hija es otra forma de ser madre. 

Amaia es un joven millennial de 35 años quien acaba de tener su primer hijo con su pareja, Javi (Mikel Bustamante). A partir de ese momento surge la inseguridad ante la maternidad, la depresión postparto, el dilema de cómo cuidar y alimentar al bebé, las noches en vela, el plantearse cuándo volver al trabajo, la relación de pareja… Porque la crianza millenial no ha solucionado aún la asimetría en la responsabilidad que recae en la mujer y en el hombre. Y es así como Amaia vive en Madrid en estado de alerta y enfado con casi todo lo que le rodea y se traslada a la casa de sus padres, Begoña y Koldo (Ramón Barea), en un pequeño pueblo costero del País Vasco. Y lo que nos cuenta la película es fácilmente identificable por el espectador, pero con las bazas de la calidad de su guion, dirección, interpretación y simplicidad técnica. 

Una película demoledoramente sentimental, destacable si al espectador no le importa llorar a raudales (a los que les moleste que le cuenten así lo que ya creen saber, absténganse). Y las palabras que se dirigen entre ellos marcan el camino. Como esas palabras de Amaia a su recién nacida (“Tienes que ser feliz, tienes que ser feliz. Prométemelo un poquito”), a su pareja (“¿Por qué no nos separamos ya?”) o a su madre (“No sé lo que estoy haciendo”, a lo que su madre le responde con claridad, “Estás haciendo lo que puedes, lo que puedes”). Y las nuevas circunstancias que acaecen en la salud de Begoña le hace también reflexionar sobre su vida (“A veces uno es feliz y no lo sabe”), sobre su matrimonio (“Ha sido un marido horroroso, pero un buen padre”), sobre su propia maternidad (“¿Cómo era yo de madre?”) o sobre su próxima partida (“Y quiero que me incineren. Nada de cuerpo presente… ¿Y qué vas a hacer con tu padre?”). 

Cinco lobitos es un visceral retrato de la maternidad y de de esa relación madre-hija que se mantiene de por vida, basada en la propia experiencia de la directora y de varias de sus amigas (y de muchos espectadores, ya verán), y que trata de ser un retrato generacional que dignifica lo doméstico y donde se demuestra que somos quienes somos por quién nos crio, para bien o para mal. Y todo ello en esta familia de cinco lobitos, las dos parejas y la hija recién nacida, donde cariño, responsabilidad y amargura se mezclan en ese vínculo que une y separa a cada miembro de la familia. 

Porque a veces somos felices y no lo sabemos… y entonces entonamos el “Cinco lobitos tiene la loba, cinco lobitos, detrás de la escoba. Cinco que tuvo, cinco crio, y a los cinco lobitos, tetita les dio”.

 

sábado, 10 de diciembre de 2022

Cine y Pediatría (674) “Asia”, un continente madre-hija unidos por una enfermedad degenerativa


Conocer nuevas filmografías en Cine y Pediatría siempre es un placer. Porque hay cine mucho más allá de Estados Unidos y Europa, aunque del resto de países lleguen a cuentagotas a la cartelera (y es posible que las plataformas televisivas hayan abierto algo más este espectro). Y hoy visitamos Israel, cuyo cine – claro está – es anterior a la fundación del Estado de Israel en 1948. Tras la independencia, el realizador más destacado es Amos Gitai, si bien ha sido la primera década del siglo XXI la más pródiga en producciones y premios y la que ha abierto el camino a que sus películas sean difundidas en otras fronteras. En Cine y Pediatría ya hemos revisado dos films: Mis hijos (Eran Riklis, 2014), cuando los conflictos entre judíos y árabes se traslada a nuestra fratria, y La profesora de parvulario (Nadav Lapid, 2014), una reflexión sobre cuando se superan las fronteras entre docente y dicente. Y hoy llega Asia (Ruthy Pribar, 2020), en lo que es un crudo relato sobre el vínculo entre madre e hija a partir de una enfermedad terminal, drama intimista hasta los límites del sufrimiento y la redención.   

Asia (Alena Yiv) es una madre soltera e inmigrante rusa de 35 años, enfermera en un geriátrico de Jerusalén, cuya maternidad ha sido más una lucha que un instinto. Haber tenido a su hija cuando aún era adolescente marcó desde el principio su relación con Vika (Shira Haas, esta pequeña gran artista que nos sorprendió en la miniserie alemana Unorthodox y en la israelita Shtisel), a la que ha criado sola. Viven juntas, pero con un distante contacto entre sí: Asia se concentra en su trabajo y en intentar compañía masculina en sus escasos ratos de ocio, mientras que Vika se pasa el día con sus amigos, buscando vivencias propias de su adolescencia alrededor del skate. Y un día Vika tiene que ser llevada a urgencias tras perder la conciencia, por lo que entonces intuimos que algo acaece con su salud: “Sabes que no puedes beber con tu medicación”, le dice la madre. La enfermedad nunca se nombra, pero sus rutinas de vida cambian cuando la salud de Vika empieza a deteriorarse. 

“Sus capacidades motrices se están deteriorando poco a poco. Su respiración puede tardar años en verse afectada, pero lamentablemente podría ocurrir antes de lo esperado”, le dice el doctor a Asia. Y ella le argumenta a su hija: “Buscaremos una segunda opinión. Siempre hay opciones”. Porque, a partir de ahora, Asia debe convertirse en la madre que su hija necesita desesperadamente y la enfermedad degenerativa se acaba convirtiendo en una oportunidad única para reflejar el amor que une a esta pequeña familia. Y con confesiones muy íntimas, como ese pesar de Vika a morir virgen, a lo que su madre le contesta: “No sobrestimes eso. Ya sabes, lo que ellos tienen entre las piernas no es para tanto. Lo único valioso que obtuve de un hombre eres tú”. Y no hace falta entender que el valor fundamental recae en la interpretación y química entre las actrices es el sostén y valor de esta historia, donde gestos y reproches describen el afecto sin necesidad de explicaciones innecesarias. Simple y contundente. 

Porque la enfermedad nunca es nombrada, pero cabe entender que sea una ELA, acrónimo de la cruel esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad degenerativa de tipo neuromuscular, que se origina cuando las motoneuronas disminuyen gradualmente su funcionamiento y mueren, con lo que se provoca una debilidad y parálisis muscular progresiva de pronóstico mortal. En Estados Unidos también se conoce como enfermedad de Lou Gehrig (por el famoso jugador de béisbol retirado por esta enfermedad en 1939), y en Francia como enfermedad de Charcot (uno de los pioneros de la neurología). La persona más famosa y más longeva con ELA ha sido el físico Stephen Hawking, quien sobrevivió 55 años con la enfermedad; pero han sido muchos los famosos que han dado relevancia a esta enfermedad, y quizás la última cara conocida en España sea Juan Carlos Unzúe, exfutbolista y exentrenador del F.C. Barcelona. Es posible que Vika padezca esta enfermedad neurodegenerativa o quizás otra, pero el solo hecho de no nombrarla nos indica que se convierte en un aspecto circunstancial y que la esencia está en la relación madre-hija. Porque para entender la ELA ya existen películas más concretas como Martes con mi viejo profesor (Mick Jackson, 1999), Jenifer (Jace Alexander, 2001), Jason Becker: aún sigo vivo (Jesse Vile, 2012), La teoría del todo (James Marsh, 2014), Nunca me dejes sola (George C.Wolfe, 2014) o Gleason (J. Clay Tweel, 2016), entre otras. 

Y somos testigos como a la vida de Vika llega la cama articulada, la silla de ruedas, las medidas de soporte respiratorio,…y la muerte. Para la actriz Shira Haas, quien fue diagnosticada con cáncer de riñón a los 2 años y vio afectado su crecimiento como resultado de sus tratamientos de quimioterapia, el rol presentaba un desafío único. Dijo haber leído a Elizabeth Kübler-Ross - psiquiatra y escritora suizo-estadounidense, una de las mayores expertas mundiales en la muerte, y los cuidados paliativos - sobre las cinco etapas del duelo: desde la negociación hasta la depresión, la ira, la negación y la aceptación final. Además, la guionista y directora Ruthy Pribar basó la historia en la muerte prolongada de su propia hermana años atrás y después de haber recordado la devoción incansable y desinteresada de su madre durante ese período. 

Asia es el continente más grande y poblado del mundo, pero también un nombre de mujer poco común que nos transmitirá una tristeza y resistencia tan vasta como el continente que atesora su nombre. Y en una película poco común con una fuerte presencia femenina, tanto detrás como delante de cámara: además de la guionista y directora (en lo que es su ópera prima en el largometraje), también son mujeres la directora de fotografía, la editora y estas dos actrices protagonistas Yiv/Asis y Haas/Vika que centran la historia y el mensaje. Y el espectador, entonces, se convierte en un observador privilegiado de una situación tan dolorosa como inevitable. Con un final tan simple como contundente.

 

sábado, 18 de junio de 2022

Cine y Pediatría (649) “Petite Maman”, infancia grande

 

Es Céline Sciamma una guionista y directora de cine francesa con cinco largometrajes en su haber. Una directora minimalista con una especial sensibilidad al contar sus historias, historias de mujeres (niñas, adolescentes y adultas, en ocasiones con conflictos con su identidad de género). Estos cinco largometrajes son: Lirios de agua (2007), Tomboy (2011), Girlhood (2014), Retrato de una mujer en llamas (2019) y Petite maman (2021). Y ya las tres primeras forman parte de la colección de Cine y Pediatría, y hoy vamos a comentar su última obra. Es por ello que de esta forma se sube al podio de directores más prolíficos en nuestras películas sobre la infancia y adolescencia, cuyos primeros lugares los ocupan el japonés Hirokazu Kore-eda y el español Montxo Armendáriz. Cabe añadir que Céline Sciamma también colaboró como guionista en una joya de la animación suiza por título La vida de Calabacín (Claude Barras, 2016).     

Y con esta introducción es más fácil introducirse en Petite maman, cinta ganadora del Premio del Público en el Festival de San Sebastián de 2021. Su especial sensibilidad para retratar a la mujer y la infancia aquí da un paso más, al imaginar otros caminos para las muestras del amor de una hija por su madre a partir del encuentro imposible entre ambas cuando tienen la misma edad. Allí donde el telón de fondo de esta conmovedora historia es ese deseo de los niños de conocer de verdad a sus padres, de entenderlos y de saber cómo eran de pequeños. 

Petite maman nos cuenta, desde el inicio de la película y con un poesía visual muy concisa, el gran amor y complicidad de Nelly (Joséphine Sanz), una niña de 8 años, y su madre. La abuela materna acaba de fallecer en una residencia de ancianos. Y regresan a la casa de la abuela para poner las cosas en orden; allí su madre rememora su infancia a través de los recuerdos que seguían guardados. Mientras Nelly ayuda a sus padres a vaciar la casa, su madre se marcha algo deprimida y se queda sola con el padre, a quien le dice: “No es que te olvides, es que no escuchas”. Y Nelly explora intrigada el bosque que la rodea, donde su mamá solía jugar de pequeña; allí encuentra a otra niña de su edad, con el mismo nombre que su madre, Marion (Gabrielle Sanz, hermana real de Joséphine, de ahí su gran parecido), y la inmediata conexión entre ambas da paso a una preciosa amistad. Juntas construyen una cabaña en el bosque y, entre juegos y confidencias, desvelarán un fascinante secreto. 

Es otoño en el bosque y Nelly y Marion construyen una cabaña con ramas de árboles. Inventan juegos, inventan historias, interpretan historias de una edad superior a la suya, tienen confesiones. Y descubrirá que, al otro lado del camino que cruza el bosque, hay una casa idéntica a la suya, donde vive la abuela que acaban de enterrar, también rejuvenecida. El mundo se duplica entonces en dos caras de un mismo espejo, iguales, aunque una pertenezca al reino de lo virtual y sea, por lo tanto, frágil. “Me gustaría ser actriz… Es mi sueño”, nos dice Marion, quien está pendiente de una operación en tres días. Navegan hasta el interior de una pirámide en un río, antes de que Marion prepare su maleta para ir a la operación: “Tú no has inventado mi tristeza”, le dice a Nelly. La simetría entre mundos es prácticamente incuestionable. Las dos niñas tienen casi los mismos atributos físicos y los sendos hogares se distinguen solo por un trozo de papel pintado en la cocina. Y llega una extraña confesión de Nelly a su amiga: “Tengo un secreto… Eres mi madre. Soy tu hija”. 

Y regresa la madre, quien le dice a su hija: “Perdón por irme si ti. Quería verla por última vez”. Y el abrazo final de madre, Marion, e hija, Nelly. Y nos quedamos pensando en esta experiencia transformadora que hemos vivido mientras salen los títulos de créditos y suena la canción “La Musique du Futur” interpretada por la Maitraise Notre-Dame de Paris. 

Porque el talento de Céline Sciamma para atrapar la sensibilidad infantil ya nos había quedado claro con sus primeras películas y su labor en el guion de La vida de Calabacín. Ahora queda subrayado al introducirnos en la fantasía y la perspectiva de la pequeña protagonista, donde espacio y tiempo se conjugan para llevarlos a una dimensión fantástica en el vínculo entre una niña y su madre, luego de la muerte de un ser querido. Porque Nelly se convierte en la pequeña madre del título para acompañar a su progenitora en el dolor y, de alguna manera, para transitar su propio duelo. Jugando en el bosque se encuentra con su madre a su misma edad y traza con ella una fuerte amistad que la ayuda a comprenderla emocionalmente. Por ello Petite maman es una fábula fantástica que apela al duelo con sencillez, con poesía, con pequeños gestos y cierto misticismo. Una peculiar dimensión en la que aparecen y desaparecen personajes y cambian los tiempos y espacios. 

El gran descubrimiento es el de las dos niñas hermanas en la vida real como Joséphine y Gabrielle Sanz que interpretan a Nelly y Marion respectivamente, que se mueven con una gran naturalidad en ese bosque perteneciente al parque natural Regional del Vexin, cercano a París. La dirección de jóvenes actrices es un don que ya ha demostrado Céline Sciamma en sus tres primeras películas. 

No es Petite maman una película al uso, ni ordinaria. Más bien nos rompe los esquemas y por ello se convierte en extraordinaria al mezclar realidad y ficción para procesar el misterio de la vida a través del misterio del cine. Una poética visión con formato de fábula realista que reflexiona sobre las relaciones madre-hija y del duelo a través de la grandeza de la infancia. Una de esas películas que dan sentido a la expresión menos es más.

sábado, 7 de mayo de 2022

Cine y Pediatría (643): “Mamá te quiere”... a su manera

 

Se denomina como síndrome de Munchausen por poderes a una grave forma de abuso infantil con altas tasas de recidiva y elevada mortalidad, cuya autoría procede de una persona que se ocupa del cuidado del niño maltratado. Este síndrome fue descrito en 1955 por Richard Asher, que lo denominó así en honor al Baron Von Munchausen, el gran narrador de historias inventadas. Hay varias películas que se han enfrentado a este peculiar personaje, desde la película francesa dirigida en 1911 por George Méliès, hasta la película estadounidense filmada en 1988 por Terry Gillian, pasando por el film polaco dirigido en el año en 1962 por Karel Zeman. 

En el síndrome de Munchausen por poderes los perpetradores, en la mayoría de los casos, son las madres y muchas poseen conocimientos sanitarios (son enfermeras, ayudantes de clínica o cuidan niños). Este perpetrador hace que parezca que el niño está enfermo, simulando que tiene síntomas o provocándoselos, con el fin de que sea ingresado y sometido a procedimientos diagnósticos y terapéuticos invasivos. Indudablemente son personas con alteraciones psicológicas o psiquiátricas, así como trastornos de la personalidad. A diferencia de otros tipos de abusos, los causantes no obtienen en este síndrome ningún tipo de ganancia o beneficio, a no ser psicológico. En cuanto a las víctimas, principalmente menores de 5 años (pero puede ocurrir a cualquier edad en la infancia y adolescencia), presentan síntomas atípicos o que no encajan con enfermedades conocidas, y cuya sospecha a veces se retrasa en el tiempo y siempre es complicada (cuando no demasiado tardía). 

Y esta peculiar forma de abuso infantil no es de extrañar que forme parte del guion de diferentes historias. Este es un tema ya publicado en el año 2005 en Revista Medicina y Cine. A partir de este artículo y de la revisión posterior, se enumeran algunas películas sobre el síndrome de Munchausen, algunas de las cuales son relevantes (donde esta entidad es tratada en alguna escena) y otras argumentales (donde esta entidad es el centro de la historia). 

Ejemplos de películas relevantes sobre el síndrome de Munchausen por poderes son: 

- El sexto sentido (M. Night Shyamalan, 1999), ópera prima de su director y posiblemente la mejor (y más recordada), y donde esta entidad aparece como una corta e impactante escena, allí donde una cinta grabada en un entierro descubre el por qué de la muerte de la joven Kyra. 

- Llamada perdida (Takashi Miike, 2003), una película de terror japonesa (que tuvo su remake estadounidense en el año 2008 dirigida por Eric Valette) donde se producen varias muertes de amigos relacionadas con una llamada perdida. El origen de estas muertes se orienta hacia una madre perpetradora de abusos en sus dos hijas, una de las cuales muere de una crisis asmática. 

Ejemplos de películas argumentales sobre el síndrome de Munchausen por poderes son: 

- A child´s cry for help (Sandro Stern, 1994), película realizada para la televisión que tiene como núcleo argumental el síndrome de Munchausen por poderes y que en español la podemos encontrar bajo los títulos implícitos de Un niño solicita ayuda o Cuidado intensivo. El papel se centra en la doctora Paula Spencer (Veronica Hamel), nueva directora médica de un hospital en Denver, y el particular caso de Eric, un niño que sufre un abdomen agudo atípico que, tras su intervención por posible apendicitis, se complica con inexplicables cuadros de bacteriemias. Eric es hijo de una abnegada viuda hija de médico y que han vivido con anterioridad en otros estados, una madre aparentemente ejemplar que no se separa de su hijo, pero sobre la que la doctora comienza a sospechar ante la anomalía de los acontecimientos médicos y donde tiene que aplicar la prueba de separación madre-hijo. El acontecer de los hechos, con buena documentación sanitaria, es paradigmática para conocer esta entidad, pues ya los créditos iniciales informan al espectador que el guion se basa en casos clínicos actuales. 

Esta película constituye un magnífico documento a la hora de reflexionar sobre esta compleja y complicada entidad sanitaria, tan variada que, aunque el dúo víctima-agresor tiene grandes parecidos, nunca son iguales. 

- Mamá te quiere (Aneesh Chaganty, 2020), una película que mezcla thriller y terror alrededor de una madre hiperprotectora, una hija afecta de parálisis cerebral infantil y el síndrome de Munchausen como conexión posterior. Una película dirigida por este director estadounidense de origen indico a quien ya conocimos con su película debut Searching (2013) y que ya ha sido tratada en Cine y Pediatría, un thriller sobre el secuestro de una hija narrado de forma muy especial a través de las nuevas tecnologías.  
Todo comienza con la reanimación de un prematuro y la posterior visita de la madre a su hijo en la incubadora de Neonatología. Luego aparecen cinco definiciones de enfermedades y al final la palabra “Run” (que es el título original de la película). A continuación un salto temporal de 17 años y conocemos a esa madre, Diane (Sarah Paulson), que nos dice: “Si hay alguien por quien no preocuparse, es ella”. Y ella es su hija adolescente Chloe (Kiera Allen), afecta de lo que parece una parálisis cerebral infantil, anclada a su silla de ruedas y medicaciones varias para todos sus enfermedades (insulina, glucómetro, terapias inhalatorias, fisioterapia,…). Chloe espera una carta para ser admitida en la universidad. 

Comienza un tour de forcé interpretativo entre madre e hija, Y las dudas de Chloe sobre su misteriosa madre son cada vez más evidentes y se centran en el medicamento trigoxin para su afección cardiaca. A partir de ahí descubre una cruda realidad pasada, que conviene no descubrir. De ahí que Diane le diga: “Todo lo que he hecho ha sido por ti”; pero la respuesta de Chloe es clara al conocer la realidad oculta: “No los has hecho por mí, lo has hecho por ti”. Y lo que es peor, conocemos que esta historia está inspirada en un hecho real. 

Pero lo ocultos secretos de esa madre, nos dejan más inquietos con ese colofón, 7 años después, cuando Chloe visita en la cárcel a Diane y le dice: “Me alegro de verte, mamá. Pero tengo que marcharme. Te quiero mamá. Abre la boca”

Un ejemplo real de que hay amores que matan. Y hay amores de madre muy particulares. Y algunos de esas relaciones tan particulares pueden llegar a formar parte del síndrome de Munchausen por poderes, un tipo de abuso en la infancia que hay que conocer y que cabe no olvidar. Desde luego los sanitarios no olvidamos los casos vividos.

 

sábado, 31 de agosto de 2019

Cine y Pediatría (503). “La flor del mal”, como el mal del amor de madre mal entendido


La flor de la adelfa puede llegar a ser venenosa... como el amor de una madre. Con una expresión así podríamos expresar y exprimir el contenido de esta película de hoy y de la novela de la que emana. Todo comenzó con el aclamado best-seller de Janet Fitch del año 1999, “White Oleander”, que narra la inolvidable historia de la adolescente Astrid, cuyo paso por innumerables casas de acogida - cada una un universo con sus propias leyes, peligros y lecciones que aprender - acaba convirtiéndose en un viaje iniciático que llevarán a la protagonista a perder su inocencia, pero también a descubrir la esencia de la vida y la verdadera independencia. Una madre biológica que acaba en la cárcel y tres familias de acogida con tres madres muy diferentes parecía un guión apetecible para que en el año 2003 se realizara una película de título original homónimo, pero traducida en España como La flor del mal

Su director, Peter Kosminsky, más avezado en películas de televisión que de gran formato, salió muy airoso del reto y nos devuelve una película que se sigue con agrado, probablemente por contar con un guión bien trabado y un buen elenco de actrices para dar vida a esas cuatro madres y a nuestra Astrid. Flores blancas metidas en leche, actrices rubias y pálidas, decorados claros…adelfas blancas que nos introducen en este drama que pivota alrededor de tres madres de acogida y cuyo nexo de unión es la peculiar relación madre-hija. Cinco mujeres que conviene conocer para aprender de esta historia. 

- Ingrid Magnussen (Michelle Pfeiffer), es una madre bella, orgullosa y peligrosa, artista de la fotografía reconduce su vida y la de su hija, que no conoció a su padre. Ama con la misma pasión que no perdona y eso le lleva a asesinar a su nuevo novio cuando éste la intenta abandonar. Desde la cárcel hace todo lo posible para no romper el vínculo entre madre e hija, a pesar, de que llega a perjudicar a la menor. Su constante presencia en la mente de su hija y sus consejos, le dificultarán bastante la existencia: “No llores. Nosotras no hacemos eso. Somos vikingas, ¿recuerdas?”. Una madre no fácil de entender, cuya opinión de las personas es duro, pero no se aleja de la realidad, y la convierte en un enigma algo inmune a las debilidades humanas. Y por ello le sigue recordando a Astrid, cuando esta parece enamorada de un compañero del centro de acogida: “No lo hagas otra vez. Atarte a alguien que te hace caso porque te sientes sola. La soledad es lo natural. Nadie llenará ese hueco. Lo mejor que puedes hacer es conocerte, saber lo que quieres y no dejar que la gente se interponga”. A lo que Astrid le responde: “Es como si no quisieras ser feliz”

- Astrid Magnussen (Alison Lohman, sorprendente en su papel), es la bella y frágil adolescente que, estando muy unida a su madre, tiene que pasar a Protección de Menores y de allí se siente vulnerable pero dócil a aclimatarse a cada nueva familia de acogida, tres en tres años. Y realmente se transforma en lo que cada madre adoptiva espera de ella, como hizo con su madre verdadera, mientras intenta no disolver su personalidad completamente. Sorprende su resistencia a la autocompasión y su fuerza para salir adelante. Y ello pese a resistir los mensajes por carta que su madre le escribe desde la cárcel: “Las dos estamos presas, tú y yo. Castigadas para ser fuertes e independientes. No olvides quién eres. Lo mejor de ti está oculto. Debes hacer lo mismo. Recuérdalo todo, cada insulto, cada lágrima”. 

- Starr Tomas (Robin Wright), es la primera madre adoptiva de Astrid, una exbailarina de striptease, amante del alcohol y la mala vida, reconvertida en fanática cristiana. Sus dos motivaciones para convertirse en madre adoptiva (de Astrid y de otros dos hijos adoptivos) son las ventajas económicas (su única fuente de ingresos) y también el que pueda lograr el camino a su redención. Desde su perspectiva religiosa, cree que su filantrópico estilo de vida compensará su pasado y por ello le dice a Astrid: “El pecado es un virus, dice el reverendo. Es como la gonorrea. Ahora hay una que no se cura… ¿Has aceptado a Jesús como salvador?”. Y por ello es bautizada en la nueva familia, pero cuando Ingrid aprecia el cambio en su hija le recrimina: “No quiero redimirme. No me arrepiento de nada. Está bien que intentes identificar el mal. Pero el mal es astuto. Cuando crees saber qué es, cambia de forma. Aprender eso lleva toda una vida. No pienso perderte. No por ellos. Esa gente es el enemigo, Astrid... Soy la única que puede mantenerte honesta”. Y no se equivoca mucho, pues Starr no soporta hacerse mayor y que su novio se pueda fijar en Astrid, por lo que regresa a la bebida y en un ataque de celos la ataca con una pistola. 

- Claire Richards (Renée Zellweger), el único ángel que pasa por la vida de Astrid, una actriz fracasada que sobrevive a la depresión en la soledad de su hogar, pues su marido está siempre de viaje y ante las quejas de ella se defiende si piedad: “Qué mala artista eres. Casi lo había olvidado”. Pero Claire y Astrid se quieren y se necesitan, pues ambas encuentran en la otra el cariño que les falta. Y por ello a la pregunta de Claire, “¿Cuál ha sido el mejor día de tu vida?”, Astrid no tiene duda en responder “Hoy”. Pero el hoy es muy corto tras el suicidio de Claire. 

- Rena Gruchenko (Svletana Efremova), la esporádica tercera madre de acogía, apodada “la rusa” y que acoge a chicas adolescentes para trabajar con ella en un rastrillo de ropa. Y con ella se mimetiza en la moda grunge, y en la visita a la cárcel Astrid le dice a su madre: “Me miras y no te gusta lo que ves. Este es el precio madre, el precio de pertenecerte”

Y en cada fracaso con una nueva familia, Astrid regresa a la residencia de acogida, donde tiene que defenderse del acoso de otras internas, y solo el dibujo y un compañero con dotes de ilustrador son su única tabla de salvación. Y desde allí continúan las cartas de su madre: “Parece que te sorprenda que aquí siga siendo guapa. Nuestra belleza es nuestro poder, nuestra fuerza. No permitiremos que nos cambien o nos debiliten. Yo nunca les daré esa satisfacción. No se los des tú”. Y ante tales consejos a Astrid le cuesta admitir la amistar o el amor: “Se vive más fácil sin amigos”

Y Astrid intenta entender lo que ha ocurrido con su padre y con su vida, por lo que le hace un trato: “Tú me dices la verdad y yo miento por ti”. Y cuando le cuenta la verdad, no puede por menos que decirle: “Siempre has pensado en ti, no en mi”. Y así es como durante el lapso de tres años que marca la transición entre niña y adulta, Astrid debe aprender el valor de la independencia y la determinación, la furia y el perdón, el amor y la supervivencia, para librarse de su oscuro pasado. Porque algo así es el mal que provoca el amor de madre mal entendido… 

Y al final Astrid cierra cuatro maletas con recuerdos de sus cuatro familias. Con esas maletas ha viajado (y viajamos cada uno de nosotros) y resta su reflexión final en off. “Por mucho daño que me hayas hecho, por muchos defectos que tenga, sé que mi madre me quiere”

Y un drama así se acompaña de lentas melodías de Thomas Newman, el mismo que pusiera música a otro drama con una flor como leitmotiv, American Beauty (Sam Mendes, 1999). Un drama que nos recuerda el sufrimiento de otros adolescentes que intentan sobrevivir a su familia entre centros de menores y familias de acogida, y nos viene a la memoria Precious (Lee Daniels, 2009) o La cabeza alta (Emmanuelle Bercot, 2015). Solo un detalle, no confundir esta película con la francesa La flor del mal (Claude Chabrol, 2003), lo cual nunca ocurriría si respetáramos los títulos originales de las películas y su versión original.

 

sábado, 12 de mayo de 2018

Cine y Pediatría (435). “El árbol” como metáfora de la infancia y familia


En Cine y Pediatría ya hemos hablado de varias películas que tienen a un árbol como protagonista. Y todas ellas han sido películas especiales. 

En el año 2016 se concentraron dos películas que tenían como protagonistas a un niño y a un árbol: una fue Un monstruo vino a verme (Juan Antonio Bayona, 2016), basada en la obra ficticia de Siobhán Dowd y Patrick Ness, "A Monster calls", donde los protagonistas son el niño Connor y un tejo y funciona como una metáfora frente a los miedos infantiles; la otra fue Los milagros del cielo (Patricia Riggen, 2016), basada en la historia real de Christy Beam, madre de la protagonista de "Miracles from Heaven: A Little Girl and Her Amazing Story of Healing", donde los protagonistas son la niña Annabel y un álamo, quienes nos transportan a una historia sobre la importancia de la fe en el proceso curativo. Y también ese año disfrutamos de El olivo (Iciar Bollaín, 2016), cuyo guión es esencia que procede de un poema de Mario Benedettila, y que narra la especial relación entre la joven Alma y su abuelo, con este árbol típicamente mediterráneo como vértice para mantener esas raíces familiares. Y a ellas sumamos una película tan especial como El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011), una peculiar reflexión que va del microcosmos de la infancia y la familia al macrocosmos del origen de la vida, una oración desde la infancia de Jack O´Brien al sentido de la vida. 

Y a ellas se suma esta película de hoy, una coproducción entre Francia y Australia, basada en la novela "Our Father Who Art in the Tree" de Judy Pascoe: El árbol (Julie Bertucelli, 2011), una especial relación entre una hija y su madre (tras la pérdida del padre). Curiosamente esta película tiene su marco en nuestras antípodas, Australia, de forma similar a otra película que nos enseñó la especial relación entre un hijo y su padre (tras la pérdida de la madre), por título Rómulo, mi padre (Richard Roxburgh, 2007), basada en la obra autobiográfica de Raimond Gaita, "Rhomulus, My Phater". Decir que la directora francesa Julie Bertuccelli comenzó a trabajar en los 90 como asistente de Krzystof Kieslowsky en la famosa trilogía de los colores, Azul (1993), Blanco (1994) y Rojo (1994), y en los últimos años comenzó su propia carrera como realizadora. Previo a esta película, cabe reseñar su ópera prima en el largo, Depuis que Otar est parti (2003), no estrenada en España pero recibida con excelentes críticas en todo el mundo, y que también trataba el asunto del duelo a partir de dos hermanas que deciden ocultar a la mayor de ellas la muerte del hermano falsificando sus cartas. 

En Australia viven felices Dawn (siempre eficaz Charlotte Gainsbourg) y Peter con sus cuatro hijos (tres niños y una niña) en una casa en el campo, una casa amparada bajo la sombra de una gigante higuera. Pero todo cambia cuando un infarto de miocardio acaba con la vida del padre mientras regresaba a casa y el coche se estrella contra este árbol centenario junto al hogar. Y en el funeral se nos muestra a toda la familia de varias generaciones dibujadas en el árbol, en el árbol de la vida. Y en el funeral, la pequeña Simone (extraordinaria Morgana Davies), la hija de 8 años, le dice a su amiga: "Nadie llora"; y ésta le responde: "Eso es porque están tristes de verdad"

Y este hecho deja a la familia devastada, especialmente a su esposa. Y cada uno de ellos, para continuar viviendo, reacciona a su manera: Dawn con el abandono y la depresión, y Simone rechaza el duelo y se acoge en las raíces, tronco y ramas de la inmensa higuera, donde decide encontrarse con el espíritu de su padre ausente: allí pasa horas y horas con su padre, pues cree que su espíritu se ha ido a vivir al árbol. Y casi es la hija quien cuida a la madre, sumida en la tristeza, sin fuerzas para seguir viviendo, y hasta abandona el cuidado de la casa, de sus hijos y de ella misma, vive en un continuo agotamiento, exhausta de tristeza. Porque Simone se nos presenta como una maravillosa chica casi tomboy, con un belleza que hace simular al niño de la maravillosa película holandesa Kauwoy (Boudewijn Koole, 2012). 

Pero la vida retoma el vuelo poco a poco, aunque la amiga de Simone le recuerda: "Ya no estás triste, yo no podría vivir sin mi padre". Y nuestra pequeña protagonista le contesta: "Bueno, puedes elegir entre sentirte feliz o triste. He elegido ser feliz. Y soy feliz". También la madre recupera fuerzas, un trabajo y hasta un posible nuevo amor, y llega a preguntar a su hijo mayor: "¿Dirías que somos una familia feliz?" 

Poco a poco, Simone habla con el árbol que acoge el espíritu de su padre; y luego Dawn también habla con el árbol que acoge el espíritu de su marido. Extrañamente, la naturaleza invade la vida de la familia: ranas quedan atrapadas en los lavabos, murciélagos merodean la casa, el árbol se hace cada vez más presente y amenaza gravemente los cimientos de la casa. "No quiero morir" es la primer palabra que dice el pequeño de los hermanos, quien a su edad de cuatro años aún no había hablado, y el motivo es  la llegada del tornado que se aproxima. 

Porque esta higuera gigante, una variedad propia de Australia, se convierte en metáfora espiritual y mágica de la infancia y familia, en el árbol de la vida, del bien y del mal, para acompañarnos en los efectos devastadores que la muerte de un ser querido puede producir en su entorno familiar. Por eso cuando se dice "¡Hay que cortar este árbol!", es cuando nuestra niña Simone decide no bajar nunca más… Y resuenan las palabras de la madre: "Le echaremos de menos mientras vivamos, pero debemos aprender a vivir con eso".  

viernes, 27 de abril de 2018

Cine y Pediatría (433). “Las hijas de Abril” y los misterios de la maternidad


El cine mexicano ya es un habitual en Cine y Pediatría. No es para menos, pues es puro cine en español del país con más hispanohablantes del mundo (tanto como uno de cada cuatro), un país enorme y diverso que aspira a un cine internacional. A la estela de los oscarizados directores como Guillermo del Toro (La forma del agua, 2017), Alejandro Gomez Iñárritu (Birdman, 2014 y El renacido, 2015) y Alfonso Cuarón (Gravity, 2013), los autodenominados "los tres amigos del cine" que consiguen virar el rumbo de cine mexicano en Hollywood en tan solo cinco años, han surgido una nueva ola de nuevos directores que demuestra que la salud del cine mexicano es envidiable: Diego Luna con Abel (2010), Michel Franco con Después de Lucía (2012), Claudia Saint Luce con Los insólitos peces gatos (2013) o Jorge Ramírez Suárez con Guten Tag, Ramón (2013), son algunos ejemplos ya presentados en nuestro proyecto.

Y hoy volvemos a hablar del mexicano Michel Franco, quien con menos de 40 años se mueve como pez en el agua en el circuito de festivales europeos desde que en 2009 pisara por primera vez La Croisette con Daniel y Ana. Franco ha ganado laureas en el certamen de la Costa Azul con Después de Lucía (Un certain regard, 2012), Chronic (Mejor guion en la competición oficial en 2015, y Las hijas de Abril (Un certain regard, 2017); todas películas que cuentan historias impúdicas sobre el empobrecimiento moral de un estado donde lo cruel y la poca moral campa a sus anchas

En Cine y Pediatría ya tuvimos la oportunidad de revisar Después de Lucía, una película sobre el acoso (bullying) y la soledad de una adolescente que acaba de perder a su madre y que acaba de trasladarse de Puerto Vallarta a Ciudad de México. Y hoy, a finales del mes de abril y con la noticia de que volveremos por cuarto año consecutivo con Cine y Pediatría a un congreso en México, un país tan grande como sus pediatras, recordamos la última película de este director: Las hijas de Abril, una obra inquietante que confirma que su director se ha hecho un hueco en el terreno del desafío moral y social con sus obras, primas hermanas en diversos aspectos formales de sus contemporáneos Amat Escalante (Los bastardos, 2008; La región salvaje, 2016) y Carlos Reygadas (Batalla en el cielo, 2005; Post Tenebras Lux, 2012). 

Se define Las hijas de abril como un retrato poliédrico de la maternidad, amor y perversidad compuesto a partir de la caricia, que en su primera media hora, deliberadamente fría, parece un tanto desganada, pero que con dos sucesivos giros de guion gana cuerpo en su ruptura continua del tronco del árbol genealógico familiar. Una adolescente Valeria (Ana Valeria Becerril) tiene 17 años y está embarazada. Vive en Puerto Vallarta con Clara (Joanna Larequi), su triste hermanastra (quien convive con su eterno sobrepeso y su eterna falta de alegría y vitalidad) y con su novio Mateo (Enrique Arrizón). Valeria no ha querido que Abril (Emma Suárez, en un soberbio papel), la madre de ambas, que lleva mucho tiempo ausente, se entere del embarazo. Sin embargo, Clara, ante la presión económica y las responsabilidades que implica tener un bebé en casa, decide llamarla. Valeria y Mateo tienen que afrontar una maternidad para la que no están preparados y entonces la joven abuela Abril se convierte en madre de todos, de sus hijas y de su nieta. 

El padre de Mateo pregunta a su hijo: "¿Qué piensas hacer con el bebé?". A lo que el padre del bebé contesta: "Es niña, le vamos a poner Karen". Finalmente los padres de ambos jóvenes firman los papeles para dar en adopción a Karen, pero lo que ocurre a partir de ahí es un giro inesperado que conviene no desvelar al espectador. Y es difícil que no venga a la memoria la película Susana (demonio y carne), una obra del año 1950, una de las extraordinarias películas que Luis Buñuel creó en su etapa mexicana y que destaca por sus maquiavélicas actitudes disfrazadas de sensuales deseos. Su personaje protagonista, un clásico de la destrucción del hogar, de la corrupción de un ecosistema humano que funciona más o menos correctamente hasta que su irrupción y sus maquinaciones lo hacen tambalearse y lograba sus propósitos. Michel Franco parece mirar a Buñuel para dejarnos una gran interpretación de Emma Suárez, un melodrama austero que incluso prescinde de banda sonora.

La escena donde Abril abandona a su nieta en el bar es escalofriante... Pero no menos perturbadora que la escena final con la huida en taxi de Valeria con su hija, dejando atrás a todos y a todo... sin rumbo, pero con su hija. Dos madres, Valeria de Karen, Abril de Valeria, una familia disfuncional donde la abuela decide vivir una segunda juventud a cualquier precio. 

Porque el director Michel Franco nos deja en sus dos últimas películas dos historias de mujeres en conflicto: en Después de Lucía la hija sobrevive después de la muerte de su madre, en Las hijas de Abril la hija sobrevive después de la reaparición de su madre. Porque Abril es madre amatísima y madre constrictora a un tiempo, es el cielo y el infierno, quien regresa a Puerto Vallarta después de una larga ausencia para reencontrarse con sus dos hijas (de distintos padres) al calor del embarazo de la pequeña. Quizás porque nadie nos enseña en el colegio la asignatura maternidad, ese misterio que nos regala la vida. 

Posiblemente una película en que los personajes no entendieron esta reflexión de José Saramago: "Hijo es un ser que Dios nos prestó para hacer un curso intensivo de cómo amar a alguien más que a nosotros mismos, de cómo cambiar nuestros peores defectos para darles los mejores ejemplos y, de nosotros, aprender a tener coraje. Sí. ¡Eso es! Ser madre o padre es el mayor acto de coraje que alguien pueda tener, porque es exponerse a todo tipo de dolor, principalmente de la incertidumbre de estar actuando correctamente y del miedo a perder algo tan amado. ¿Perder? ¿Cómo? ¿No es nuestro? Fue apenas un préstamo... El más preciado y maravilloso préstamo ya que son nuestros sólo mientras no pueden valerse por sí mismos, luego le pertenecen a la vida, al destino y a sus propias familias. Dios bendiga siempre a nuestros hijos pues a nosotros ya nos bendijo con ellos".

 

sábado, 17 de marzo de 2018

Cine y Pediatría (427). "Ava" y el deseo de salir de la oscuridad


Fue uno de los iconos de aquel movimiento llamado Dogma 95, Lars von Trier, el que primero nos acerco a la retinosis pigmentaria en el cine, esa enfermedad hereditaria que aboca lentamente a la ceguera. Fue en la película Bailar en la oscuridad, del año 2000 (y que completaba la trilogía fílmica Corazón dorado, donde se incluyeron también Rompiendo las olas - 1996 - y Los idiotas - 1998 -), en la que la cantante Björk interpreta a Selma, esa inmigrante checa en Estados Unidos que ahorra para intentar curar a su hijo de la misma enfermedad. 

Y es en el año 2017 cuando la joven cineasta Léa Mysius recoge en su ópera prima, Ava, a una adolescente de 13 años con similar enfermedad. Y al comienzo del film es el oftalmólogo quien le refiere: "¿Te acuerda cuando hablamos de la retinosis pigmentaria, de que tu vista iría disminuyendo y que no podrás ver por la noche, y que el círculo se cerrará? A veces ocurre muy temprano... Muy pronto no verás bien cuando haya poca luz. Por la noche o en la penumbra, por ejemplo. Y perderás la vista dentro de poco". 

Porque la retinosis pigmentaria no es una enfermedad única, sino un conjunto de enfermedades oculares crónicas de origen genético y carácter degenerativo que se agrupan bajo este nombre. Se caracteriza por una degeneración progresiva de la retina, que poco a poco va perdiendo las principales células que la forman, los conos y los bastones. Se manifiesta como una disminución lenta pero progresiva de la agudeza visual que en las primeras etapas afecta predominantemente a la visión nocturna y al campo periférico, manteniéndose sin embargo la visión central (lo que se conoce como visión "en cañón de escopeta"). Una forma peculiar y grave es el síndrome de Husher, la principal causa de sordoceguera congénita. 

Y alrededor de esta enfermedad, casi leimotiv, Léa Mysius, como brillante guionista que ya ha demostrado ser, nos lleva por caminos visuales y narrativos cautivadores e inesperados. Para mostrarnos con una emocionante mezcla de géneros la historia de Ava (la joven Noée Abita, en su primera película, una joven de 18 años que interpreta a la adolescente de 13) alrededor de las relaciones con su madre y con el despertar del amor adolescente que siente por un joven gitano al que le roba su perro negro, en la que se mezclan escenas de playa y una boda gitana en lo que es una peculiar mezcla entre dos películas míticas: El Señor de las moscas y Bonnie y Clyde, desarrolladas entre la luz de las Landas francesas (mientras roban a nudistas en las playas), con algún toque de cine fantástico y esencias de road movie. 

Porque Ava sabe que se va a quedar ciega, pero quiere salir de la oscuridad en, al menos, dos campos esenciales para la vida de un adolescente. Uno es de la familia, otro el de las amistades y el despertar al amor. La directora y guionista parece jugar inicialmente la baza de la negación, de enfrentar a la chica con su madre la primera, pero también con el mundo, como respuesta a la enfermedad que llega. 

Su familia es breve, esencialmente su madre (Laure Calamy, una excelente actriz), una madre que con esencias de aquella cultura del mayo del 68 busca en jóvenes amantes volver a recuperar su juventud, y de esa relación madre-hija surgen algunos pensamientos, pensamientos que Ava tiene mientras camina por la playa con los ojos vendados y su perro lazarillo - el perro negro que ha robado -, entrenándose para lo que ha de ocurrir: "Mi madre es a menudo desdichada por tener a una hija como yo. La comprendo. Temo que me digan, cuando ya no sea consciente de mi cara: Te pareces a tu madre. Parece que Ava significa "yo deseo". ¿Pero qué deseo?" o "Mi madre dice que soy insensible. Tiene razón. No siento nada... Por ejemplo, nunca lloro. A veces quiero morirme. Creo que me mataré". 

Pero en algún momento la relación es más tensa: "Mamá, ya no te soporto. Tu voz, tu olor, todo. No aguanto más". Y no es de extrañar que cuando la madre le pregunta a Ava "¿Cómo me ves?" y la hija contesta "Mediocre", sea entonces cuando la hija le pregunta a la madre "Y tú, ¿cómo me ves?" y ella le responde "Cruel. A veces pienso que el veneno te está quemando los ojos". 

Y su amor surge por Juan (Juan Cano, que no es actor), un gitano español huido de su familia y de la justicia, lanzados a una aventura sin horizonte. Mientras, Ava tiene pesadillas y sueños surrealistas. Y en las paredes aparecen dibujados círculos con el punto de mira cada vez más pequeño, clara simbología de la visión en cañón de escopeta hacia la que evoluciona la futura ceguera que deja la retinosis pigmentaria. Y sus pensamientos escritos en su diario: "El círculo se está cerrando. Los animales acechan en la oscuridad. ¿Mis sueños también desaparecerán? Quiero reventarme los ojos para acabar con esto...". Y ahí surge la pregunta de Juan: "¿Te da miedo la oscuridad?"

Porque Ava es una película que arde con la vida y entre metáforas. Y desea vivir la vida antes de que gane la noche. Y desea salir de la oscuridad... esa oscuridad en la que muchos adolescentes se sienten cuando viven su hégira hacia la vida adulta. Y su sonrisa final (con la imagen congelada) nos deja una buena sensación.

 

sábado, 31 de julio de 2010

Cine y Pediatría (29). “Madres e hijas”: lazos familiares inquebrantables


Tras la serie sobre Cine social en Colombia de las semanas anteriores, volvemos a este país por casualidad. El director colombiano Rodrigo García acaba de estrenar Madres e hijas, una historia de vidas cruzadas entre mujeres de indudable interés artístico y repleto de mensajes contundentes bajo la perspectiva del abandono, el arrepentimiento, la indecisión, la soledad y el duelo interno en el que viven las madres y las hijas que rompen los lazos familiares: las madres que son hijas y las hijas que son madres en forma de un círculo vicioso improvisado que es la vida misma.

Rodrigo García mima las historias cruzadas al más puro estilo de Robert Altman (Vidas Cruzadas, 1993). Especialmente vidas cruzadas de mujeres, como ha prodigado en sus anteriores producciones: Cosas que diría con sólo mirarla (2000), Diez pequeñas historias de amor (2001) y Nueve vidas (2005), todas ellas alegatos certeros sobre el tormento y la reordenación de los dramas internos.

Los lazos familiares son una de las pocas cuestiones inquebrantables del mundo. En Madres e hijas vuelve sobre el caos personal, pero puntualizando en la perspectiva de las madres y las hijas. El comienzo de la película es contundente y en rápidas secuencias: el beso de dos adolescentes, el embarazo no deseado de la chica de 14 años, su parto y un gran hiato temporal en el que intuimos que la niña que nace es dada en adopción. La película ya se inicia con esa adolescente en su madurez, de nombre Karen (una Annette Bening siempre sorprendente, a la altura de American Beauty –Sam Mendes, 1999- y Conociendo a Julia –István Szabó, 2004-) y con una vida de solitaria amargura, de traumas sexuales, de represiones, de dependencia con su también atormentada madre. La niña resultante de aquel trauma de adolescente, Elizabeth (una Naomi Watts siempre turbadora, desde su primera aparición en Mulholland Drive –David Lynch, 2001- hasta Promesas del Este –David Cronenberg, 2007- ), vivió de un modo similar al de su madre: casa de acogida, la falta del amor de unos padres en su infancia, fuerte en apariencia, metódica y fría, muy inteligente; con más de 30 años, vive sola y se traslada constantemente de ciudad huyendo de sus propios fantasmas. Su nuevo trabajo la lleva a un reputado bufete de abogados con Samuel L. Jackson (el actor más camaleónico del actual cine, con permiso de Gary Oldman) de jefe, con el que tendrá una peculiar relación. La tercera mujer del triángulo es Lucy (Kerry Washington), una joven casada que busca adoptar un hijo (peculiar descripción del sistema de adopción, digno de análisis, y complementario a las entradas que sobre este tema hemos realizado en el blog).

Karen, Elizabeth y Lucy tienen una capacidad de amar muy diferente. Rodrigo García cruza sus vidas con un hilo conductor muy en la línea de Alejandro González Iñárritu (no será casualidad la participación de este como productor, maestro de películas circulares en su magnífica trilogía Amores perros (2000), 21 gramos (2003) y Babel (2006)). Y sobrevolando esto, una condena ineludible por encima de géneros: el amor entre una madre y una hija. La pérdida, la ausencia y la fuerza del destino son pilares importantes de la trama, al igual que las consecuencias de los errores del pasado y las oportunidades perdidas. La fatalidad separa y une sus vidas mientras ellas tratan se superar los traumas del pasado: Karen el síndrome de rechazo de un hijo, Elizabeth el síndrome del abandono materno, y Lucy la incapacidad de procrear y el infierno burocrático y emocional de la adopción.

Una película que reflexiona sobre los lazos familiares inquebrantables que tantas veces se rompen. Las consecuencias de un embarazo no deseado en la adolescencia como motivo de partida: nada es gratuito a partir de ese momento. Ni el aborto ni la entrega en adopción del hijo no deseado acaban con la historia. La historia acompaña a esas madres adolescentes durante su vida, incluyendo las consecuencias en cadena. De ello nos habla Rodrigo García, quien se va haciendo un lugar en el mundo del cine, sin necesidad ya de argumentar ser el hijo mayor del novel de literatura Gabriel García Márquez.

En Pediatría somos a menudo espectadores de las consecuencias que siguen a nuestras adolescentes y sus familias cuando se rompe alguno de los lazos familiares inquebrantables.