Mostrando entradas con la etiqueta sueño americano. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta sueño americano. Mostrar todas las entradas

sábado, 22 de enero de 2022

Cine y Pediatría (628) “Minari. Historia de mi familia”, la metáfora coreana del sueño americano

 

Minari es una planta utilizada comúnmente en la cocina asiática que renace y crece con más fuerza en su segunda temporada. Sirva esta nota de botánica como una metáfora utilizada en el título de una película con tintes autobiográficos, cocinada entre Estados Unidos y Corea del Sur, casualmente dos de las cinematografías más poderosas, la primera de siempre, la segunda en la última década. Porque Lee Isaac Chung, un director estadounidense de origen coreano apenas destacado, sobresale con esta película de corte independiente que ha recibido numerosos premios (Sundance, BAFTA, Globos de Oro y Oscar): Minari. Historia de mi familia (2020). 

Una película cuya historia se desarrolla con el ritmo y el aroma de las mejores novelas, que se construye con sutileza a través de personajes (y actores) creíbles e imágenes cálidas que complementan su sencillez. La historia de David, un niño coreano-americano de 7 años, que ve cómo su vida – a mediados de la década de los 80 - cambia cuando su padre decide mudarse a una zona rural de Arkansas para abrir allí una granja de frutas y verduras coreanas con el propósito de lograr alcanzar el sueño americano.

Así es como Jacob (Steven Yeun), el padre, le dice a su esposa Mónica (Han Ye-ri), incrédula al ver el lugar aislado donde han de vivir en una caravana de madera, con ningún parecido a lo que les había prometido: “Esta es la mejor tierra de Estados Unidos”. Se refiere al estado de Arkansas, conocido como “The Natural State” o “Land of Opp”, un estado natural de oportunidades. Ahí conocemos a David (Alan S. Kin) cuando su madre le toma la presión arterial y le comenta: “Nos mudaremos más cerca del hospital”; y él quiere escucharse los latidos del corazón, mientras la madre le dice: “Tú sigue rezando”. E intuimos que alguna enfermedad cardiaca ronda su salud (que en la revisión médica posterior parece que pueda ser una comunicación interventricular), a la vez que conocemos que este pequeño también convive con su enuresis nocturna. 

Comienzan los padres a trabajar en una granja como sexadores de pollos, junto con otros surcoreanos, y también se llevan allí a sus hijos (a David y su hermana mayor, Anne) , quienes aprenden que los pollos machos no saben bien, no ponen huevos y se les quema. No es un buen comienzo para la familia, y todo empeora con la llegada de un tornado. Es por ello que pronto los padres se pelean ante los ojos de los niños por ese fracaso que les amenaza y sentir que el empezar de cero no ha funcionado. Por ello deciden que venga a ayudarle la peculiar abuela materna Soonja (Youn Yuh-jung, quien recibió el Oscar a mejor actriz de reparto), jugadora empedernida, malhablada y aficionada a los programas televisivos de lucha libre, y con quien David no tiene buena sintonía en un principio: “La abuela huele a Corea” (aunque el nieto ya nació en Estados Unidos y nunca estuvo allí) o “Tú no eres una abuela de verdad. Las abuelas de verdad hacen galletas, no dicen tacos y no llevan calzoncillos”. Pero esa relación abuela y nieto acaba siendo nuclear en la historia, y la relación entre el niño hacia su abuela se hace más cercana cuando ambos plantan unas semillas de minari cerca al riachuelo. Este pequeño cultivo se vuelve su secreto. Y las costumbres de los dos países y las diferentes generaciones se entremezclan. 

Y cuando Jacob decide crear su propia granja, él mismo hace las funciones de zahorí para encontrar el agua: “Nunca pagues algo que puedas conseguir gratis”. Y decide cultivar productos coreanos, porque “todos los años 30.000 coreanos vienen aquí como emigrantes”. Y encuentra en Paul (Will Patton), ese viejo algo alocado y visionario religioso, a un inesperado ayudante. Y llegan las buenas cosechas, pero cuando debe vender los productos no encuentra compradores, pero el padre insiste en superarse delante de sus hijos, y por ello se justifica ante su esposa: “Tienen que verme triunfar en algo una vez en la vida”

Pero cuando logra vender sus productos, arde el granero y la casa. Y, como las desgracias no vienen solas, previamente la abuela había sufrido un accidente cerebrovascular que le dejó con una hemiplejía derecha y otros hándicaps en el lenguaje. Es entonces cuando Mónica decide regresar con su madre a California. Y finaliza la película mientras padre e hijo cortan el minari en el borde del río. Y recordamos las palabras de la abuela: “Seguro que no sabéis lo que es el minari, americanos tontos…El minari crece por todas parte, es maravilloso y genial”

Esta película, producida por Plan B Entertainment, la compañía fundada por el actor Brad Pitt, tiene algo del cine de Terrence Malick – salvando las distancias - en el trato del hombre y la naturaleza. Y como Malick, también se apoya la infancia y familia (como ocurriera en El árbol de la vida), pero en Minari lo realiza a través de un drama con tintes autográficos que nos acerca a la superación personal y familiar a través de ese tortuoso camino de deseos y metas que nos marcamos en la vida, entre sueños y pesadillas, alegrías y miedos. Un mensaje que se asocia al título, a la palabra minari, esa planta que al morir renace y crece más fuerte. 

Porque el cine ha mostrado un visión poliédrica a eso que conocemos como el sueño americano. Cabe recordar algunos títulos, algunos más míticos que otros, y algunos ya en Cine y Pediatría: Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941), Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994), Pleasantville (Gary Ross, 1998), American Beauty (Sam Mendes, 1999), Pequeña Miss Sunshine (Jonathan Dayton, Valerie Faris, 2006), En busca de la felicidad (Gabriele Muccino, 2006), La red social (David Fincher, 2010), El gran Gatsby (Baz Luhrmann, 2013), El lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2013), entre otros. Y ahora llega Minari. Historia de mi familia, la metáfora coreana del sueño americano.      

Una película que nos permite conocer y reflexionar sobre la emigración coreana a Estados Unidos, especialmente durante la década de los ochenta, como una salida a una complicada salida a la situación política de aquella región asiática, consecuencia de aquella guerra que dividió las dos coreas en la década de los 50 y la posterior dictadura de Park Chung-hee. Y donde el año 1988 fue un punto de inflexión, acabada la dictadura el año previo y con la celebración entonces de los Juegos Olímpicos. Y hoy cabe recordar que Corea del Sur es un potencia mundial, no solo a nivel económico (cabe recordar empresas como Samsung, Hyundai y LG), sino también un potencia cultural (con una ola coreana de películas, música y programas de televisión que son populares alrededor del mundo). Porque Corea del Sur es uno de los conocidos como Cuatro Tigres Asiáticos (junto con Taiwán, Hong Kong y Singapur), territorios todos ellos ocupados en su momento por el Imperio Japonés, empobrecidos y que emergieron como grandes potencias bajo el marco de la Guerra Fría. 

Y la película Minari nos acerca a esta realidad, como una metáfora coreana del sueño americano. Y es tal la contribución de esos inmigrantes coreanos en Estados Unidos que el 13 de enero se celebra el El Día del Americano Coreano. 

sábado, 2 de febrero de 2019

Cine y Pediatría (473) Columpiando el sueño americano con “Juegos secretos”


No es la primera vez que el cine nos enfrenta, y da una bofetada, al “American Dream”, a ese sueño de las familias americanas que se convierte en pesadilla. Recordemos dos ejemplos de los que ya hemos hablado en Cine y Pediatría: en 1988, Todd Solondz, uno de los chicos malos del cine yanqui independiente, nos enfrente a la irónica e inmisericorde crítica de Happiness; y un año después, Sam Mendes nos regaló una película de varios Oscars, American Beauty.  Pues bien, de la combinación de estas dos películas es posible que surja la esencia de este retrato de una sociedad hipócrita e inmadura, por título Juegos secretos (Todd Field, 2006), cuyo título original Little Children probablemente contextualice mejor la esencia de su guión. Allí donde dos almas insatisfechas en dos matrimonios del sueño americano se encuentran en un parque infantil, él con su hijo pequeño, ella con su hija pequeña. 

Todd Field no es un director prolífico, más bien todo lo contrario. De hecho solo dos largometrajes constan en su haber, éste y uno anterior, En la habitación (2001), donde dejó buena esencia de su buen papel como guionista y director de actores. Ambas películas  con sus nominaciones a los Oscar, y en concreto Juegos secretos con tres: Mejor actriz, Mejor actor de reparto y Mejor guión adaptado. Y toda la esencia parte precisamente de la novela de Tom Perrotta del año 2004, “Little Children”, la historia de siete personajes en un barrio suburbano de Boston. 

Sarah (Kate Winslet), ama de casa y madre de Lucy, se siente poco satisfecha junto a su marido Richard (Gregg Edelman), un empresario exitoso al que descubre que está secretamente obsesionado por una estrella del cine porno. Brad (Patrick Wilson) es un ex jugador de fútbol americano que no logra sacar una oposición y está casado con la brillante Kathy (Jennifer Connelly), mientras ejerce de amo de caso y cuidado a su hijo Aaron. Y todo esto en un barrio residencial de clase media-alta donde el tema principal de ese verano es que un pederasta ha salido de prisión, Ronnie (Jackie Earle Haley), quien vuelve a su casa con su madre y los vecinos buscan aislar al pervertido. 

Sarah y Brad se conocen en el parque infantil del barrio. Y comparten durante ese verano su amistad, su hastío, sus hijos y su amor con la piscina comunitaria como epicentro: “La piscina se convirtió en un ritual… Hacía años que Brad no se lo pasaba tan bien. Otro día feliz junto a la piscina”, nos dice la voz en off, una voz en off que no resta sino que aporta a lo largo de toda la inquietud de sus 130 minutos de metraje

Una película sobre la historia de una atracción en la clase media-alta americana, un relato crudo y sin aditivos, con diversas perspectivas de la historia, donde todo encaja: el guión y las interpretaciones. Y que está plagada de escenas intensas, que no se olvidan: a destacar la escena en la que el pederasta se baña en la piscina y la cámara nos devuelve una imagen escalofriante de depredador humano, cual tiburón entre niños y niñas, y es expulsado mientras él replica “Solo quería refrescarme un poco”; pero también las escenas del parque - la inicial y la final -, el club de lectura, la cena de los dos matrimonios, o los diálogos de Ronnie con su madre. Y no podemos obviar las palabras de esa madre ante un hijo tan particular: “Hiciste algo malo. Pero eso no quiere decir que seas una mala persona”. Y su declaración de intenciones: “Eres un milagro, Ronnie. Todos somos un milagro, ¿sabes por qué? Porque somos humanos y vivimos día tras día ocupándonos de nuestros asuntos, todos sabemos todo el rato, todos sabemos que las cosas que amamos, las personas que amamos, pueden desaparecer en cualquier momento. Vivimos sabiéndolo, pero seguimos adelante a pesar de todo. Los animales no lo hacen…” 

Se dice que Juegos secretos atesora un gran trailer, construido sobre las imágenes, los silencios, la banda sonora y el choque entre personas y prejuicios, que avecinan que no es un filme para masas. Y la voz en off que si suma en tensión, intenta poner un poco de orden en ese verano y ese barrio donde se encuentran maridos y mujeres perdidos en su vida acomodada, un pederasta suelto anclado a su anciana madre, un policía que asesinó sin querer a un niño, familias que no perdonan, maridos que engañan, esposas insatisfechas con su vida, niños y niñas que juegan en los parques y piscinas, amantes escondidas de una sociedad hipócrita y en medio de clubs de lectura, equipos de rugby americano y skaters, y también la presencia de enfermos psicotrópicos, enfermos de un sexo mal digerido y mentirosos compulsivos. 

Y al mezclar todos esos elementos queda la esencia de estos Juegos secretos. Y nos deriva a un final tan duro como sorprendente, en el mismo parque donde todo empezó. Previamente Kathie le había escrito una nota a su marido, y también Ronnie había recibido una nota de su madre antes de morir: “Por favor, sé un buen chico”. Y por ello Ronnie declara entre lágrimas: “Ella me quería. Era la única. Mamá se ha muerto”. 

Y tras el fundido en negro final, el mensaje final para la reflexión: “Nadie puede cambiar el pasado. Pero el futuro es otra historia. Y en algún punto tenía que empezar”. Y al finalizar sentimos que esta película llena de juegos secretos nos ha columpiado por el sueño americano, por esas familias y ese barrio donde los niños y niñas siguen columpiándose en los parques y nadando en las piscinas. 

Y todo ello con tres actores que ya han paseado por Cine y Pediatría. Patrick Wilson curiosamente lo hizo con otra película sobre la pederastia y el peligro de grooming en redes sociales: Hard Candy (David Slade, 2005). Kate Winslet fue la viuda Silvia Llewellyn Davies de Descubriendo nunca jamás (Marc Foster, 2004), la madre cuyos hijos inspiraron a J.M. Barrie la historia de Peter Pan. Y Jennifer Connelly fue una de las protagonistas de la enigmática Réquiem por un sueño (Darren Aronofsky, 2000), un viaje al mundo de las adicciones. Y hoy estos tres protagonistas nos acercan a sus Juegos secretos…

 

sábado, 17 de junio de 2017

Cine y Pediatría (388). "American Pastoral", la desaparición del sueño americano


Tras muchos años como protagonistas de películas, de ser iconos de Hollywood - algunos con más de un Oscar en su poder -, algunos de estos actores deciden dar el paso a la dirección y se estrenan con obras de distintos calado y valor. Algunos ejemplos son Clint Eastwood y Escalofrío en la noche (1970), Robert Redford y Gente corriente (1980), Kevin Costner y Bailando con lobos (1991), Jodi Foster y El pequeño Tate (1991), Sean Penn y Extraño vínculo de sangre (1991), Robert de Niro y Una historia del Bronx (1993), Mel Gibson y El hombre sin rostro (1993), Ben Stiller y Bocados de realidad (1994), Tom Hanks y The Wonders (1996), Tim Roth y La zona oscura (1999), Denzel Washington y Training Day (2001), George Clooney y Confesiones de una mente peligrosa (2002), James Franco y Simiosis (2005), Ben Affleck y Adiós, pequeña adiós (2007), Angelina Jolie y En tierra de sangre y miel (2011), Ryan Gosling y Lost River (2014), y un largo etcétera. Y hoy sumamos una más, American Pastoral, el debut en la dirección de Ewan McGregor en el año 2016. 

Y así es como el británico se lanza a la dirección, el que se diera a conocer como actor con el papel de antihéroe en Trainspotting (Danny Boyle, 1996), como bohemio en Moulin Rouge (Baz Luhrmann, 2001) o como el Caballero Jedi Obi-Wan Kenobi en los tres primeros episodios de la saga de George Lucas, Star Wars (1999, 2002 y 2005). Y lo hace con la obra de un autor mayor, ni más ni menos que Philip Roth, Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2012, un maestro de las letras a la hora de expresar las ansiedades, los miedos, los esplendores y las miserias de la sociedad. Y además un escritor hecho para el cine, pues muchas de sus obras son ya películas: Goodbye, Columbus (Larry Peerce, 1969), Portnoy's Complaint (Ernest Lehman, 1972), The Ghost Writer (Tristram Powell, 1984), La mancha humana (Robert Benton, 2003), La sombra del actor (Barry Levinson, 2014), Indignation (James Schamus, 2016), todas ellas fundamentadas en obras homónimas de Philip Roth. También Elegy (Isabel Coixet, 2008) desde la novela "El animal moribundo". Y también la película que hoy nos convoca, Pastoral americana, basada también en la obra homónima. 

"Pastoral Americana" fue publicada en 1997, galardonada con el Pulitzer y otros muchos premios e incluida entre las grandes novelas de todos los tiempos, consagrando aún más a su autor, Philip Roth, como candidato eterno al Nobel. La novela cuenta, a través de un narrador observador-receptor (el escritor Nathan Zuckerman, álter ego de Roth) la vida de Seymour Levov “el sueco” (Ewan McGregor), heredero de un empresario judío-americano, dueño de una fábrica de guantes en la ciudad de Newark, New Jersey, y casado con Dawn Dwyer (la bella Jennifer Connelly, quien ya nos enamoró en su debut con tan solo 13 años en Érase una vez en América a las órdenes de Sergio Leone) una antigua reina de la belleza católica de una localidad cercana a quien conoció en la universidad. 

Roth-Zuckerman presenta a la joven pareja y su hipersensible hija como paradigma de la familia perfecta americana, bella, exitosa, educada y liberal ideológicamente. Ellos representan el sueño americano en los convulsos años sesenta en Estados Unidos, con sus heridas raciales abiertas, con una guerra de Vietnam muy impopular entre los jóvenes, con una universidad en efervescencia política y en general un abismo generacional que se gestaba. Una novela compleja que requería un guión demasiado arriesgado para estar a la altura, y ese ha sido un hándicap para Ewan McGregor, quien se atribuye también el papel principal y una presencia casi constante - quizás excesiva - a lo largo del metraje. Reconocemos al director y al guionista la valentía de afrontar este reto de una obra literaria mayor, poliédrica y con ambiciones de psicoanálisis generacional de un país en estado de sublevación. 

Y el sueño americano se desvanece con la hija de este matrimonio, Merry, una encantadora niña que arrastra una tartamudez que da lugar a todo tipo de teorías, desde la de su psicóloga ("Creo que el tartamudeo de Kerry es una estrategia") a la de su abuelo ("A esa niña no le pasa nada. Su cerebro va más rápido que su lengua"). Una niña que arrastra un complejo de Elektra, en competencia complicada con la belleza de su madre, ex-miss, aunque ahora devenida en granjera: "Papá, dame un beso de verdad". Una niña que observa en la televisión en blanco y negro la imagen icónica de aquel monje budista vietnamita que se quemó hasta morir en una calle muy transitada de Saigón el 11 de junio de 1963, una foto que ganó un Pulitzer y cambió la historia del gobierno de Vietnam, pero también la vida de Merry. 

Y de allí nació una Merry adolescente (excelente Dakota Fanning, la que fuera una de las mejores actrices infantiles, con películas como Yo soy Sam -Jessie Nelson, 2001 - o En el fuego de la venganza - Tony Scott, 2004 -), sí tiene el grado de oscuridad, de intensidad y desasosiego que la historia pide. Una adolescente en permanente lucha, contra la sociedad (llamaba a su presidente Lyndon "quemabebés" Johnson), contra sus padres, contra sí misma. A los 16 años se deja influir por el estado general de descontento que se vive en Nueva York, a donde viaja ocasionalmente con otros jóvenes con una ideología que no bien digerida le lleva a cometer un atentado en la Oficina de Correo en que acabará con algo más que con la vida de un inocente: "Ustedes son tan víctimas de nuestra tragedia como nosotros", les dice la viuda del asesinado. 

Y a partir de ahí el sueño americano se convierte en una pesadilla americana. Dos padres enfrentados a una adolescente rebelde, con un padre intentando recuperar a su hija ("Mi responsabilidad eres tú, no la guerra", "¿Desde cuándo lo he hecho todo mal?"), pues desaparece. Y el reencuentro es demasiado duro, pues Merry ya no tartamudea, pero no es ella, pues se ha convertido al jainismo (con sus cinco principios - no violencia, vegetarianismo, meditación, karma y moksha o liberación espiritual - y por ello expresa: "Mi tartamudeo era solo una forma de no hacerle daño al aire") y ante la situación en que la encuentra el padre, le dice: "¿Cómo soportas esto?... Ni siquiera el gobierno te castigaría de ese modo". 

American Pastoral es una película que conmueve y remueve. Como conmueve su banda sonora excepcional, una B.S.O. con la magia de Alexander Desplat, pero que nos regala obras de época, como el "Heaven On Earth" de The Platters o esa canción que llegó a ser todo himno juvenil antisistema en los años sesenta, "For What It´s Worth" del grupo Buffalo Springfield. Todavía impresionados por la película recordamos al menos que en el sueño americano la música sonaba así, aunque hubieran pesadillas. Y resuena la música como las frases de sus protagonistas: "La vida es un corte espacial de tiempo durante el cual estás vivo", que ya decía Merry de niña, y "Así sabemos que estamos vivos, porque nos equivocamos", con la que concluye el narrador.