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sábado, 4 de marzo de 2023

Cine y Pediatría (686) “Lunana: un yak en la escuela” o la Felicidad Interior Bruta


La primera película de Bután en ser nominada al Óscar a mejor película internacional es una reciente ópera prima llena de sentido, sensibilidad y simplicidad, con un título tan peculiar como Lunana: un yak en la escuela (Pawo Choyning Dorji, 2019). Una película que nos introduce a una filmografía casi desconocida, la de este pequeño país en el Himalaya con frontera entre dos gigantes como China e India, y que tiene una población total inferior a los 800.000 habitantes. En Cine y Pediatría solo recordamos una película de esto lares, La copa (Khyentse Norbu, 1999), alrededor de dos niños que inician la vida monástica budista al pie del Himalaya, en donde el misticismo se mezcla con su pasión por el fútbol (con la Copa del Mundo de fútbol de Francia 1998 de fondo), en una historia basada en hechos reales.  

Es Lunana: un yak en la escuela una historia alrededor de la educación, la infancia y los valores de la vida que nos hace recordar a la película francesa Camino a la escuela (Pascal Plisson, 2013) y la película china Ni uno menos (Zhang Yimou, 1999), pero rodada en uno de los colegios más remotos del mundo, a 5500 metros de altura, donde el equipo tuvo que filmarla usando baterías solares recargables, así como transportar allí los alimentos no perecederos o leñas en mulas hasta un valle que precisaba de ocho jornadas de camino con mulas de carga.   

Ugyen (Sherab Dorji) es un joven profesor en Bután muy desmotivado y que no quiere ser funcionario del gobierno, sino que su sueños es viajar a Australia para abrirse camino como cantante. Pero aún le queda un año de contrato y sus superiores le envían a la escuela más remota del mundo, una aldea glacial del Himalaya llamada Lunana: “No solo es la escuela más aislada de Bután, es probable que sea la más aislada del mundo”. Y la directora le explica: “Porque la búsqueda de la Felicidad Interior Bruta por parte del Gobierno exige que todos los niños reciban una educación, ya sea en la ciudad o en los pueblos más remotos”

Y, sí, hemos dicho bien: Felicidad Interior Bruta (que no Producto Interior Bruto, PIB, que es lo que más se nos asemeja), también conocido como Felicidad Nacional Bruta. Y es que hemos aprendido que existe, y el término de Felicidad Interior Bruta (FIB) fue propuesto por Jigme Singye Wangchuck, rey de Bután, en 1972, como respuesta a las críticas de la constante pobreza económica de su país. Este concepto se aplicaba a las peculiaridades de la economía de Bután, cuya cultura estaba basada principalmente en el budismo, y se convertía en un indicador que mide la calidad de vida en términos más holísticos y psicológicos que el PIB. Y los cuatro pilares de la FIB son: la promoción del desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, la preservación y promoción de valores culturales, la conservación del medio ambiente y el establecimiento de un buen gobierno. 

Pues tras este receso a un concepto poco conocido - como poco conocido es Bután – y, aunque nuestro protagonista aduce problemas de altitud para no acudir a ese poblado como maestro, la directora le recuerda con clarividencia que lo suyo no es un problema de altitud sino de actitud. Así que Ugyen inicia un largo viaje a su destino, primero en autobús desde la capital, Timbu, donde vive, hasta Gasa; pero desde allí, le acompañan a un viaje ascendente de varios días por las cordilleras, atravesando paisajes increíbles en esa primavera que despunta. 

Tras un agotador viaje, llega a su destino donde todo el pequeño poblado ha salido a recibirle, y el jefe le explica: “Usted es nuestro maestro. Tengo la esperanza de que dé a estos niños la educación necesaria para que se conviertan en algo más que simples pastores de yaks y recolectores de cordyceps” (aclarando que el cordyceps es una hierba medicinal conocida como hongo de la oruga china). Y al llegar se encuentra en un lugar donde no hay electricidad ni calefacción, en una escuela sin pizarra y con los pocos libros que dejó el viejo maestro anterior. Aún así, la presentación es muy especial: “Esta es nuestra escuela. No tenemos mucho. Pero los niños tienen mucha ilusión por aprender y están entusiasmados por su llegada”. 

Pese a la cálida bienvenida a su nuevo maestro, ante lo que ve aún está más convencido de abandonar y marcharse cuanto antes a la ciudad. Pero no tarda en ser conquistado por la sencillez, bondad, respeto y ganas de aprender de los pequeños y sus familias, con esa maravillosa delegada de clase, la pequeña Pem Zam (que se interpreta a sí misma), cuyo brillo en los ojos y sonrisa resulta difícil de olvidar. Comienza con desazón dándoles clase, pero no tarda en quedar atrapado por estos alumnos: “De mayor quiero ser maestro como usted. Quiero ser maestro porque los maestros tocan el futuro”

Y por ello decide quedarse y trabajar por sus alumnos y la escuela. Conoce a la joven Saldon (Kelden Lhamo Gurung), a quien le gusta cantar como agradecimiento a la vida, en especial esa canción que es un canto entre un pastor y su yak, ese animal clave para la vida en esos lares, fuente también de ese estiércol seco que les sirve para iniciar el fuego en los hogares. Y Saldon le regala el yak más antiguo, quien empieza a vivir en la escuela y comparte las clases con los alumnos. La implicación de Ugyen se demuestra en actos como arrancar el papel de sus ventanas para que los niños puedan escribir o en las canciones que comparten en la escuela, con letras tan bellas como “A un corazón puro, limpio y humilde, le sigue la felicidad como una sombra”. 

Con la inminente llegada del invierno, y ante el aislamiento por las nieves y hielo en que quedará la aldea durante meses, le invitan a regresar a la ciudad, con la esperanza de que pueda regresar a la escuela la próxima primavera. Le despiden con mayor respeto que en su llegada, y a todos afecta su partida; la carta de despedida de Pem Zam en nombre de todos sus compañeros, es un colofón increíble. 

Una película con la emoción a flor de piel a miles de metros de altura. Y cuando Ugyen está tocando en un pub de Sidney recuerda sus palabras de despedida: “La primavera traerá un nuevo maestro”. Porque Lunana: un yak en la escuela es un documento antropológico y una alabanza a la pureza del corazón en esas tierras puras e incontaminadas donde la nieve permanece todo el año. Es una apuesta segura a la Felicidad Interior Bruta… que tanto necesitamos.

 

sábado, 24 de abril de 2021

Cine y Pediatría (589) “La escuela de la vida”, la naturaleza de un cuento social

 

Esta película francesa que hoy nos acompaña es un bella historia que se ha llegado a decir que está a medio camino entre alguna de las dos versiones de El pequeño Lord (John Cromwell, 1936; Jack Gold, 1980), por la relación entre sus personajes, y Guadalquivir (Joaquín Gutiérrez Acha, 2013), por esa experiencia sensorial con la naturaleza. Hablamos de La escuela de la vida (Nicolas Vanier, 2017). 

La escuela de la vida nos llega como un canto de amor a la naturaleza que nos traslada a la región francesa de la Sologne, junto al río Loire, en los años 1920. Vemos como la señora Célestine, esposa de un guardabosque, trae a su casa a Paul, un parisino huérfano de 10 años: “El señor no ha querido que tenga hijos. Así que cuido a los hijos de los demás”. Célestine y su esposo Borel son criados del Conde de la Fresnaye, viudo y solitario. Y esta adopción-acogida se mantiene en secreto, haciéndole pasar por su sobrino, todo un misterio que se plantea al principio y que veremos desvelarse poco a poco. 

Paul (Jean Scandel, elegido entre más de 2000 aspirantes) tiene un carácter arisco, y así lo expresa al principio: “Yo no llamo mamá a nadie”. Pero su vida cambia radicalmente al recibir afecto y al entrar en contacto con la naturaleza. Y ello ocurre sobre todo al conocer a un cazador y pescador furtivo nocturno y taciturno, Totoche (François Cluzet), un anciano que vive en un barco desvencijado en medio del río. Un ermitaño de buen corazón que es descrito así por Célestine: “Totoche no es un mal tipo. Cómo lo diría, solo que es libre”. Y aunque las cosas no son fáciles al principio, tal como reflejan las palabras de Totoche (“Yo no quiero saber nada de un niño. Sobre todo con un parisino”), poco a poco se encariñará de Paul y le enseñará a conocer la naturaleza, el bosque y el río, las plantas y los animales por sus huellas (jabalíes, ciervos, conejos, faisanes,…), a pescar el salmón, a vivir libre. A conocer la escuela de la vida: “La vida es bella cuando quiere. Y hay que disfrutarla. Pasa rápido”. Y esa escuela que vive, rodeado de naturaleza, adquiere un valor simbólico en ese ciervo gigante de 18 cuernos, el rey del bosque que es una leyenda y no ha visto nadie, salvo Paul. Pero que mantiene en secreto para protegerlo, si bien finalmente encuentran al ciervo en una cacería y lo indultan. 

“La tumba es la casa de los muertos con su nombre grabado encima. Así podemos recordarles cuando les visitamos” le dice Célestine a Paul, mientras éste recuerda que no conoce a sus padres, pues su padre murió en la guerra y no sabe dónde está su madre. Finalmente el chico descubre que nació de una historia de amor no consentida y que su madre en realidad fue la primera niña de la que se ocupó Célestine, pues era la muy querida hija del conde. Y éste, en realidad su abuelo, lo reconoce antes de morir: “Y ahora tu estás aquí y necesitas que te quieran”. Y lo nombra heredero universal, por lo que pasa a ser el Señor Paul. Y Totoche y Borel, antes enemigos, ahora comparten el oficio de guardabosques. 

Es por ello que La escuela de la vida se convierte en un cuento de hadas en tiempo de entreguerras, en un cuento social en medio de la naturaleza que nos plantea no pocos conflictos: sentimentales, afectivos, consanguíneos, amistosos, de clase. Y esta película surge de la conjunción de dos peculiares personajes: el director Nicolas Vanier y el actor François Cluzet. 

Nicolas Vanier, aventurero, explorador, fotógrafo y escritor muy conocido en Francia por su ecologismo y sus expediciones, quien se ha especializado en películas en las que la naturaleza, adquiere una importancia fundamental. La relación con el entorno - la tierra, la flora y la fauna - y las historias infantiles de crecimiento y aprendizaje vertebran buena parte de sus títulos, en los que late la aventura y los valores humanos, tal como ocurriera en El último cazador (2004), Lobo (200), Belle y Sebastián (2013), o sus más recientes Volando juntos (2019) o Mi amigo pony (2020). En La escuela de la vida regresa a su tierra natal, en la Sologne, y rememora sus aprendizajes de infancia y juventud alrededor de la naturaleza, de ahí su cierto valor autobiográfico. Por otro lado, el actor François Cluzet se ha especializado en casi un subgénero propio, como son las películas de campiña francesa: Un doctor en la campiña (Thomas Lilti, 2016), El collar rojo (Jean Becker, 2018), Normandía al desnudo (Philippe Le Guay, 2018), junto con La escuela de la vida y Mi amigo pony de Nicolas Vanier. Películas que comparten como principal objetivo la caricia al espectador (para quien desee ser acariciado, claro está), los conflictos sociales de baja intensidad, el buen apoyo musical, el amor a la naturaleza y a los animales, la sublimación del ámbito rural y una especial sentimiento con riesgo de derivar al sentimentalismo. 

Sea como sea, y con esa mezcla de película de naturaleza e infancia de Vanier y de campiña francesa de Cluzet, La escuela de la vida está destinada a todos los públicos, como una buena parte de ambas filmografías. La escuela de la vida es un homenaje a la naturaleza en sí, una oda a la vida en su estado más puro. Y con una conexión bien pensada entre las dos trama principales (la primera parte es la presentación y la entrega a la propia naturaleza; la segunda nos desvela el secreto que esconde la trama), nos muestra la importancia de aprender a vivir sin miramientos y con el sentido de la libertad por delante.

Porque la vida es una escuela. Y en donde la naturaleza siempre debe ser un aula clave para adquirir valores. 

 

sábado, 10 de abril de 2021

Cine y Pediatría (587). Las enseñanzas de “El Mago de Oz”

 

Hoy llega a Cine y Pediatría una rareza exquisita del séptimo arte, una película que es a la vez musical y fantástica y de la que se ha escrito de todo. Basada en la novela publicada en el año 1900 por L. Frank Baum, “The Wonderful Wizard of Oz”, en lo que fue el primer libro de cuentos infantiles con personajes y lugares típicos de Estados Unidos en una época donde todos los cuentos infantiles describían paisajes y personajes europeos. Y tal fue el éxito, que Baum llegó a escribir trece novelas adicionales, entre 1900 y 1920, basadas en los escenarios y personajes de la Tierra de Oz. 

Como no podía ser de otra forma, fue llevada a la gran pantalla y para ello la Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) compró los derechos, con producción de Mervyn Le Roy y Arthur Freed, quien años después produciría los grandes musicales del estudio. Una película con una dirección muy azarosa: pues, tras pasar por la dirección Richard Ford y George Cukor, Victor Fleming rodaría la mayor parte de la película, aunque tras ser llamado para terminar Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, George Cukor, Sam Wood, 1939), el rodaje lo terminaría su amigo King Vidor. Aún así, en la película se presenta como El mago de Oz (Victor Fleming, 1939), es decir, con un director y no tres como el otro gran éxito de la MGM. Y, aunque en ese año la MGM era sin duda el estudio más grande y poderoso de Hollywood, el coste de producción de El Mago de Oz, por su rodaje en technicolor, se duplicó de lo que era habitual en una producción media de la época. 

Y la película comienza con un propósito: “Para todos aquellos que se han mantenido fieles a su corazón joven, les dedicamos esta película”. Y la historia y los personajes son bien conocidos. Todo ronda alrededor de Dorothy, la joven huérfana de 14 años que vive en una granja de Kansas con su tía Emma, su tío Henry y su perro Totó. Y ese personaje de Dorothy lo interpretó una joven estrella de la MGM, Judy Garland, en un personaje que marcó su carrera y, quizás, su vida. La película comienza en blanco y negro, donde conocemos a los personajes que rodean la vida campestre de Dorothy, quien tras un tornado y haber entonado la mágica canción “Somewhere Over the Rainbow”, aparece en un país lleno de color y fantasía, como la Alicia de Lewis Carroll. Un país llamado Munchkinland, allí donde conoce a los munchkins, a las brujas malas (del este y del oeste) y las hadas buenas (del norte y del sur). Es Glinda, el Hada Buena del Norte, quien regala a Dorothy unos zapatos rojos de rubí y quien el indica que debe seguir el camino de baldosas amarillas para llegar a la Ciudad Esmeralda, allí donde vive el Mago de Oz, quien puede hacerla regresar a su casa de Kansas. 

Y es en el camino donde va encontrando a tres personajes que le acompañan a buscar a El Mago de Oz, pues cada uno tiene un deseo: el Espantapájaros, quien quiere tener cerebro; el Hombre de hojalata, quien desea tener corazón; y el León cobarde, quien busca tener valor. Pero en el camino encuentran las dificultades que le interponen la Bruja Mala del Oeste y sus monos voladores, incluido el Campo de amapolas adormideras. 

Finalmente Dorothy y sus tres inseparables amigos encuentra al Mago de Oz y cada uno consigue su deseo. Y ella consigue regresar a su hogar, de nuevo en blanco y negro, donde confirma (y confirmamos) que todos los personajes soñados en el Mundo de Oz forman parte de su vida real. Y al final aprende que “Se está mejor en casa que en ningún sitio”. Y en el camino se superponen maravillosas canciones para una película inclasificable e irrepetible con muchas lecturas. Una película en blanco y negro al principio y final, la realidad; y en brillante technicolor para el mundo de Oz. 

La película El Mago de Oz fue nominada a seis Premios Óscar, incluyendo el de Mejor película, que ganó Lo que el viento se llevó. Pero si consiguió el Óscar a Mejor canción original por “Somewhere Over the Rainbow” y a la Mejor banda sonora para Herbert Stothart. En aquella edición, Judy Garland recibió un Óscar juvenil por su desempeño destacado como joven en pantalla durante el año anterior, no solo por su participación en El Mago de Oz, sino también en Los hijos de la farándula (Busby Berkeley, 1939), en ésta con su inseparable Mickey Rooney, las dos estrellas que la MGM utilizó hasta la extenuación. 

El Mago de Oz se convirtió en un gozoso capricho del estudio MGM, pero que en su estrenó cosechó un rotundo fracaso de taquilla. De hecho, tardó 10 años en empezar a recuperar el dinero invertido y 20 años en dar beneficios. Pero con el tiempo, en algún lugar más allá del arco iris, se habría convertido en una película de culto. Porque han pasado más de ocho décadas de su estreno, y esta película infantil (para todas las edades) atesora grandes enseñanzas para toda la familia, por lo que su visión y análisis debiera recomendarse encarecidamente. 

He aquí 10 lecciones que aprender con las emociones y reflexiones que nos devuelve El Mago de Oz, un resumen basado en los múltiples análisis que se han hecho de esta película: 

1. No hay lugar como el hogar. Quizás es su máxima enseñanza, como nos lo indica la frase final de Dorotthy. Y ella entiende que volver con su familia y amigos es el mejor lugar para estar, el verdadero hogar. Aunque muchas veces no nos lo parezca. 

2. Las dificultades son parte esencial del camino. El camino amarillo (que es casi una representación de nuestro camino de vida) no es recto y Dorothy (y sus tres amigos) tuvieron que enfrentarse a varias adversidades, pero también encontraron grandes tesoros. Nunca se rindió ante su meta y terminó siendo una chica más fuerte y más sabia. 

3. El valor de la amistad. Porque con amigos todo es más fácil. Aunque Dorothy estaba decidida a encontrar al Mago de Oz y tuvo que enfrentarse a varios obstáculos de la Bruja Mala del Oeste, todo fue más fácil porque contaba con la ayuda de sus tres nuevos amigos: el Espantapájaros, el Hombre de hojalata y el León cobarde, cada uno con sus virtudes y defectos particulares. 

4. Combinar razón y pasión nos hará alcanzar grandes metas. El cerebro te hace más inteligente, el corazón te hace humano. El Espantapájaros quería un cerebro y el Hombre de hojalata quería un corazón, porque sin ellos se sentían vacíos. Luego descubrirían que no se trata del órgano, sino de tus buenas acciones, las relaciones que construyes y tu disposición de ayudar al otro lo que realmente te hará sentir pleno. 

5. El verdadero significado de la valentía. El León cobarde acaba dándose cuenta de que, cuando se trata de defender a sus amigos, no lo duda ni un segundo, demostrando que la verdadera valentía y coraje está precisamente en enfrentar los miedos, no en la ausencia de ellos. Porque el poder (y la valentía) está en nosotros y también las respuestas. 

6. No te fíes de la primera impresión. Y Dorothy nos da una lección al aceptar a cada uno de sus tres amigos, sin juzgar. Y no se equivocó, pues ellos demostraron ser los mejores amigos, apoyándose siempre el uno al otro. Esta enseñanza hizo que Judy Garland fuera todo un referente para la comunidad gay, precisamente por su papel de Dorothy, quien aceptaba a sus amigos de Oz tal y como eran. La frase "¿Eres amigo de Dorothy?" fue durante décadas un método encubierto para preguntarle a otro hombre si era gay y ese arcoíris se convertiría en el símbolo de la lucha por la igualdad. 

7. No abandones tus principios. Y, aunque las Bruja Mala del Oeste hace de todo para manipular y chantajear a Dorothy para que le dé los zapatos rojos, ella sabe que sus intenciones no son buenas y que podría traer más problemas para los demás, aunque solucione los suyos. Por ello, cuando en nuestro corazón sepamos que algo está mal, cabe mantenerse firme y guiarnos por nuestros principios y valores. 

8. No dejes de soñar. Y la canción “Somewhere Over the Rainbow" es un claro recordatorio de que si estás pasando por un mal momento o afrontando un nuevo desafío, cabe recordar el arcoíris, que aparece justo después de la lluvia. Es un canto de esperanza que te recuerda que sí hay sueños que se vuelven realidad. 

9. El bien siempre prevalecerá sobre el mal. Porque siempre habrá brujas y hadas. No importa qué tan poderoso parezca el mal, al final, el bien siempre prevalece si nos unimos y actuamos positivamente con el corazón, el cerebro y valentía. 

10. Eres más fuerte de lo que crees. Porque Dorothy siempre tuvo el poder de regresar a casa en sus zapatos rojos de rubí, pero necesitaba descubrirlo por ella misma. Era la manera de la Hada Buena del Norte de enseñarle que no hay nada más poderoso que nuestra voluntad interior y, a veces, somos más fuertes de lo que creemos. Porque muchas veces buscamos respuestas y soluciones en otros, cuando están en nosotros mismos. Y cabe cultivar la autoestima. 

Pues por todo ello, cabe seguir prescribiendo El Mago de Oz a nuestros hijos y nietos, también a nuestros alumnos y pacientes. Porque todas estas enseñanzas siguen siendo mágicas… más allá y más acá del arco iris.

 

sábado, 26 de diciembre de 2020

Cine y Pediatría (572). “La sonrisa de Mona Lisa” para la emancipación de la mujer por la educación

 

En la Florencia de la segunda mitad del siglo XV nació, en el seno de una familia noble, Lisa Gherardini. Siendo aún adolescente, contrajo matrimonio con un mercader de telas y seda, considerablemente mayor que ella, y con quien tuvo cinco hijos y mantuvo una vida de clase media acomodada y ordinaria. Pero curiosamente ella se convirtió en extraordinaria, pues su marido, por nombre Francesco di Bartolomeo del Giocondo, hizo que a ella se le conociera como “la Gioconda”. Esta mujer se hizo famosa no por su propia vida, sino por haber sido la modelo de uno de los cuadros más famosos de la historia del arte, y que más ha suscitado debates sobre la causa de sus características. Y fue su esposo quien encargó el retrato a Leonardo da Vinci, pero éste nunca quiso entregarlo, ya que jamás estuvo satisfecho con esta pintura, y siempre la consideró inconclusa. 

Ríos de tinta se han escrito sobre uno de los cuadros más enigmáticos de la Historia del Arte: “La Mona Lisa”, también conocida como “La Gioconda”. La obra cumbre de Leonardo da Vinci siempre ha estado envuelta en un halo de misterio fruto de la enigmática sonrisa de su protagonista. Considerada como un símbolo del enigma emocional, muestra una expresión que parece dulce, pero que puede llegar a convertirse en una mueca burlona e incluso en un gesto triste según se va observando la obra, algo que a científicos e historiados del arte les ha traído de cabeza durante siglos. Inicialmente algunos investigadores atribuyeron el enigma de la expresión de la Mona Lisa a la técnica de pintura usada por Leonardo da Vinci, llamada “sfumato”: este procedimiento crea sorprendentes efectos ópticos en los que la imagen parece cambiar cuando se varía el ángulo o la distancia en que se observa, generando una sensación intrigante y levemente perturbadora en el observador. Pero también se han dado explicaciones médicas, diversas, entre las que se han sugerido una hiperlipidemia familiar, una parálisis de Bell o un posible hipertiroidismo. 

Es poco probable que sepamos a ciencia cierta la verdad detrás de esta obra. Tal vez tengamos que seguir lanzando hipótesis, y va a ser complicado que la ciencia llegue al punto que permita confirmarlas. De momento esa sonrisa sigue generando preguntas e inspiración. Y esta historia inspiró el título de la película que hoy nos convoca: La sonrisa de Mona Lisa (Mike Newell, 2003), una película sobre el valor de la docencia en las mujeres de la mitad del siglo XX, a aquellas jóvenes que se les enseña a sonreír aunque les asole la tristeza y decepción. 

Nos encontramos en el otoño de 1953. Katheryne Watson (Julia Roberts), un recién licenciada de arte en la Universidad de Berkeley, viaja desde la liberal y soleada California para incorporarse como profesoras de arte a la conservadora Universidad de Wellesley en Nueva Inglaterra. Esta es una universidad privada femenina fundada en el siglo XIX por Henry Fowle Durant y su esposa Pauline Fowle Durant con la misión de "proveer una excelente educación liberal para mujeres que marcarán la diferencia en el mundo" y cuyo lema es la cita bíblica "Non Ministrari sed Ministrare" (Mt 20, 28; 'No he venido a ser servido, sino a servir'). Y allí comienza un nuevo curso académico con esa liturgia donde una alumna toca la puerta del centro académico con una maza de madera y ese diálogo con la rectora: “Quién llama a la Puerta del Saber?”. “Soy todas las mujeres”. ¿Y qué buscas?”. “Despertar mi espíritu gracias al duro trabajo y dedicar mi vida al conocimiento”. “Pues sé bienvenida. Todas las mujeres que deseen seguirte pueden entrar aquí. Declaro inaugurado el curso académico”. Y allí entran esas chicas brillantes de brillantes familias, estudiantes de gran formación conformes con la tradición de la institución. Y ese viaje del suroeste al noreste de Estados Unidos también será con este curso un viaje vital para esta joven profesora. 

La primera clase de la profesora Watson resulta un fracaso. Pues todas las enseñanzas sobre las filminas de las imágenes de las cuevas de Altamira o de Lescaux, de las obras de Picasso o Van Gohg, resultan baldías, dado que las alumnas conocen al dedillo. Y además recibe la recriminación del director: “Usted sugiere: Picasso será para el siglo XX lo que fue Miguel Ángel para el Renacimiento”. Y comienza a conocer a sus alumnas, especialmente a Joan (Julia Stiles), Giselle (Maggie Gyllenhaal), Betty (Kirsten Duns) y Connie (Ginnifer Goodwin). Chicas muy preparadas desde este colegio clasista que también reciben clases de buenos modales (incluido como cruzar y descruzar las piernas) y se les enseña a servir a sus esposos, aceptando una sociedad machista, y donde un anillo de compromiso es considerado el mayor premio a una buena educación. 

Y a medida que transcurre el curso se nos plantea la típica historia de la profesora cuyos planteamientos educativos chocan con la institución, que duda de su labor educativa y de la que muchos dudan. Entre ellos la coordinadora de estudios: “He recibido llamadas acerca de sus métodos de enseñanza. Son poco ortodoxos para Wellesley. Somos tradicionalistas. Me he dado cuenta. Así que si no le gusta estar aquí…”, insinuándole que evite las enseñanzas sobre el arte moderno. Un arte moderno que precisamente en esa época estaba eclosionando vanguardias tanto en Europa (Pablo Picasso, George Braque, Juan Gris, Le Corbusier, Mies van der Rohe,…) como en Estados Unidos (Andy Warhol, Jackson Pollock, Frank Lloyd Writght,…). 

Pero Katheryne Watson logra superar las adversidades y consigue ganar el respeto y corazón de sus alumnas y hacerles ver el mundo con otros ojos. Y les acaba enseñando a pensar por ellas mismas (no como novias o esposas de nadie) y aprenderán esta importante lección, aunque el camino del cambio nunca es fácil y por ella llega a decirles, entre indignada y triste: “Creí venir a la cuna de las líderes del mañana… no de sus esposas”. Y por ello, durante el metraje surgen diversas relaciones de pareja de la profesora y sus alumnas, con el noviazgo y el matrimonio como horizonte, donde el marido es la meta y el divorcio no se contempla, en esa sociedad machista y quizás no tan lejana. Y esta posición secundaria de la mujer queda reflejada a lo largo de toda la película de Newell, pero baste un ejemplo: el nombre de la sociedad secreta de las alumnas del Wellesley se llama Costillas de Adán, y es así como lo más parecido a una asociación feminista en la escuela recuerda, ya desde su denominación, la posición secundaria y subordinada de la mujer en la sociedad de aquel momento. 

El argumento del docente liberal en lucha contra los valores académicos tradicionales, defensor de la comunicación bidireccional, de la innovación docente y de la construcción de elaborados esquemas cognitivos, no es un tema realmente novedoso. El dilema al que se enfrenta Julia Roberts en esta película ya lo han vivido otros profesores en las historias del séptimo arte, pero una película tiene un gran parecido, algo así como su versión masculina. Hablamos de El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989), donde el profesor John Keating (interpretado por Robin Williams) intenta cambiar a los tradicionales alumnos de la Welton Academy de Vermont a través de la poesía. En La sonrisa de Mona Lisa, la profesora Katheryne Watson intenta cambiar a las tradicionales alumnas de la Universidad de Wellesley a través del arte, principalmente de la pintura. Y ambas transcurren en la década de los 50 de aquel convulso Estados Unidos que acaba de salir de la guerra de Corea, pero donde el temor a los ataques nucleares seguía vigente tras el precedente de la Segunda Guerra Mundial y donde el miedo al comunismo era palpable y sus seguidores eran perseguidos, tanto en los círculos artísticos como industriales, muchas veces de forma impulsiva, debido, en gran medida, a la tensión social generada a raíz de los discursos del senador Joseph McCarthy.  

Es La sonrisa de Mona Lisa una película con críticas y comentarios encontrados. Pero, como la sonrisa de La Gioconda, quizás merezca diversas interpretaciones, más allá de las puramente estéticas, actorales y cinematográficas. Porque la emancipación de la mujer por la educación sigue vigente.

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sábado, 11 de enero de 2020

Cine y Pediatría (522). “Mujercitas”, alegato feminista desde el siglo XIX


Dicen que una adaptación cinematográfica nunca alcanzará la complejidad y la profundidad de un libro. Y por ello pocos dudan que siempre mejor leer la novela antes de ver la película en el cine. Y si hablamos del libro mítico de Louisa May Alcott entonces esto adquiere mayor relevancia. Pues parece que cada generación necesita su propia adaptación de “Little Women”, la novela escrita en 1868 sobre la historia de cuatro hermanas que luchan por vivir sus propias vidas en los Estados Unidos de hace siglo y medio. Y, por ello, al menos 12 adaptaciones cinematográficas y televisivas se han realizado sobre el irresistible encanto de la inconformista Jo y sus hermanas. Desde Ursula K. Le Guin hasta Simone de Beauvoir, pasando por Hillary Clinton, el número de mujeres que han citado esta novela como una lectura fundamental la convierten en un gran Bildungsroman femenino, no exento de polémica y debates que cuestionan que se trate de una novela feminista. 

Y aunque el nombre de Alcott hoy está íntimamente ligado a esta novela, lo cierto es que ella llevaba mucho tiempo escribiendo lo que se conocía como ‘Sensational novel’, que estaban a medio camino entre lo erótico (en términos del siglo XIX) y lo gótico, y este “Little Women” fue propiciado por el encargo de su editor de que escribiera un libro para chicas. Y Alcott escribió por dinero, porque como la Escarlata O’Hara de Lo que el Viento se llevó (otra aguerrida norteamericana como ella, aunque sureña), se propuso que con su pluma impediría que su familia pasara hambre. Y vaya si lo consiguió, pues consiguió completar las 402 páginas en un tiempo récord de 10 semanas. Y, en realidad, el libro se publicó originalmente en dos partes: la primera parte se tituló: “Meg, Jo, Beth y Amy” y terminaba con la proposición de matrimonio de John Brooke a Meg; la segunda parte se publicó al año siguiente bajo el título “Good Wifes”. Lo cierto es que Alcott escribió dos libros más que seguían los pasos de Jo, quien no había conseguido, como soñaba, convertirse en novelista, sino que llevaba junto con su marido Friedrich Bhaer una escuela: se trata de “Little Men” (1871) y “Jo's Boys, and How They Turned Out” (1886). 

Cuando Alcott recibió el encargo de escribir “un libro para chicas” dijo que lo intentaría, aunque confesaba que “nunca me gustaron las chicas ni conocí a muchas, excepto a mis hermanas”: y así su guapa hermana casada Anna, fue el modelo para Meg; Lizzie, que murió a los 23 años, para Beth (ambas cogieron escarlartina mientras su madre ayudaba a una familia pobre), May que fue una pintora que acabó viviendo en Europa, para Amy; y ella misma se atribuyó el papel de Jo. Tiró de estos recuerdos autobiográficos y tuvo la osadía de crear el personaje de estas cuatro hermanas que viven en un hogar idílico – aunque con reales penurias económicas -, pero no son perfectas. Y precisamente la crítica feminista se desencadenó un siglo después de su escritura, centrado en la visión edulcorada de la vida familiar que frustra los sueños juveniles de las protagonistas, la fijación con el matrimonio y el hogar. Si bien es cierto que ninguna se casa obligada ni por dinero: son dueñas de su destino, la libertad última a la que cabe aspirar. Cuatro jóvenes hermanas March que realizan el aprendizaje de la vida y del amor, con sus luces y sus sombras, al amparo de una madre coraje que mantiene el hogar mientras el padre lucha en la Guerra Civil Americana (1861-1865). Cuatro hermanas con un destino diferente: Meg y Amy se casan, Beth fallece y Jo lucha por su futuro de ser escritora. 

Pero más allá de la potencial polémica de cuán feminista es la obra de Louisa May Alcott, vale la pena revisar alguna de las principales versiones cinematográficas, pues aunque hay dos películas mudas iniciales (la de Alexander Butler de 1917 y la de Harley Knoles de 1918), destacamos estas cuatro
- Las cuatro hermanitas (George Cukor, 1933), 115 minutos. La primera adaptación sonora, quizás la versión más sintética, con una Katharine Hepburn en el papel de Jo que eclipsaba al resto de las hermanas (Joan Bennet, Frances Dee y Jean Parker). 
- Mujercitas (Mervyn LeRoy, 1949), 121 minutos. Destaca por la bella factura visual y el bello color de una versión que reproduce las escenas de la versión de George Cukor, donde June Allyson se erige como una Jo impactante rodeada de un elenco de actrices hermanas que no le van a la zaga (Elizabeth Taylor, Janet Leigh y Margaret O´Brien), y rodeada de actores del Hollywood clásico de la talla de Peter Lawford (como Laurie), Rossano Brazzi (como Profesor Bhaer) y Mary Astor (como Marmee). 
- Mujercitas (Gilliam Armstrong, 1994), 119 minutos. Quizás la adaptación más conocida, pero probablemente no la mejor. Ni Winona Ryder da el tono a Jo, ni quizás sus hermanas (Kirsten Duns/Samantha Matis, Trini Alvarado y Claire Daines), nombres todos ellos con peso como actrices en el futuro, con unos Laurie (Christian Bale) y Profesor Bhaer (Gabriel Byrne) deslavazados, donde solo Susan Sarandon mantiene el tono como madre coraje. 
- Mujercitas (Greta Gerwing, 2019), 135 minutos. Un guión que recurre continuamente a los flashbacks y que no resulta fácil de seguir, salvo que se conozca la historia. Si es verdad que define mejor los personales de las hermanas, destacando el papel apasionado de Saoirse Ronan como Jo, y donde se da un quizás excesivo papel a la historia de amor de Amy (Florence Pugh), lo que deja muy por debajo el papel de las otras dos hermanas (Emma Watson, Eliza Scalen) y de la madre (Laura Dern), y donde siempre destaca Meryl Streep (como la Tía March) y el Laurie más poliédrico y terrenal de todas las versiones (Timothée Chalamet). 

Cuatro versiones plagadas de matices femeninos gracias a un elenco de actrices sobresaliente, con más o menos brillantez a la adaptación y emociones de la historia. Cuatro versiones donde la música, ese tercer “personaje” invisible del cine, es destacado por la brillantez de sus compositores, figuras de la talla de Max Steiner, Adolph Deutsch, Thomas Newman y Alexandre Desplat, respectivamente. Y donde destacan diversas escenas, patentes en nuestra memoria y donde inevitablemente permanece la imagen de las cuatro hijas arremolinadas en el sillón, en esa época de Navidad donde la madre lee la carta del padre ausente por estar en la guerra: “A mi querida esposa e hijas. Da mi amor y besos a mis niñas en las que pienso durante el día, por las que rezo de noche y con cuyo cariño encuentro satisfacción en todo momento. Sé que tendrán presente cuando les digo que sean hijas cariñosas contigo. Que trabajen con ahínco para que los sacrificios no sean en vano. Que luchen contra sus enemigos y que se conquisten a sí mismas tan bellamente que cuando vuelva a su lado, pueda apreciarlas mucho más y estar orgulloso de mis mujercitas”. Y, cómo no, esa declaración de la madre a Jo: “Todo lo que deseo es que seáis hermosas, inteligentes y buenas. Deseo que seáis admiradas y respetadas. Deseo que llevéis una vida agradable y útil. Suplico al Señor que las penalidades que nos envíe sean llevaderas. Claro que soy ambiciosa para vosotras. Claro que me gustaría veros casadas con hombres ricos si los amaseis. No soy distinta a las otras madres. Pero siempre preferiría veros como esposas fieles de hombres pobres, e incluso respetables solteronas, antes que reinas en tronos sin paz ni respeto”. Todo un alegato de respeto a la mujer, escrito hace siglo y medio y que aún conviene recordar. 

No sé con qué versión nos quedaremos en el cine. Pero lo que seguro que nos debe quedar es la enseñanza de su novela original. Y algunas de estas frases son pura reivindicación de la mujer, de lo femenino y la feminidad bien entendida.  
"Todos llevamos cargas, tenemos un camino por recorrer y nuestro anhelo de hacer el bien y alcanzar la felicidad nos guía para superar los contratiempos y los errores que nos separan de la paz". 
"La vanidad echa a perder las mejores cualidades. El talento y la bondad nunca pasan inadvertidos y, aunque así fuera, la conciencia de tenerlos y hacer buen uso de ellos debería bastar. Las virtudes quedan ensalzadas por la modestia". 
"El mundo está lleno de mujeres como Beth, tímidas y tranquilas, que aguardan sentadas en un rincón hasta que alguien las necesita, que se entregan a los demás con tanta alegría que nadie ve su sacrificio hasta que el pequeño grillo del hogar cesa de chirriar y la dulce y soleada presencia desaparece para dejar tras de sí silencio y oscuridad"
"No soy paciente por naturaleza, pero tras cuarenta años esforzándome estoy aprendiendo a no dejar que la ira se lleve lo mejor de mí". 
"Como mujer no puedo ganar dinero para sostener a mi familia, así que no me diga que el matrimonio no es un acuerdo económico, porque sí lo es". 
"Encontrarás a una distinguida esposa que cuidará de tu distinguida casa. Yo sería un desastre, jamás una dama de sociedad (...) Prefiero ser una solterona libre. No creo que me case nunca. Soy feliz conmigo misma y mi libertad". 
"Ser independiente y ganarse la admiración de sus seres queridos eran sus dos máximas aspiraciones en la vida y, aquel día, sintió que había dado un primer paso hacia su feliz objetivo".  
"Me resulta más fácil arriesgar la vida por alguien que ser amable con una persona cuando no me sale del corazón". 
"En toda vida, hay días de lluvia, días oscuros y días tristes y grises (...) No dejes que la noche te sorprenda enfadada. Empieza de nuevo mañana". 

Pura reivindicación en clave de mujer…

sábado, 4 de enero de 2020

Cine y Pediatría (521). “La gran familia”… y uno más y nada menos


Una de las películas más exitosas y entrañables de nuestro cine tiene la misma edad que yo, una película declarada en su momento como de Interés Nacional y convertida hoy en un documento sociológico. Toda una glorificación de la familia numerosa, a través de un retrato costumbrista que permite conocer de primera mano cuáles eran las preferencias doctrinales del régimen franquista en pleno desarrollismo en combinación con el catolicismo tradicional. Una película que era un clásico en fechas navideñas - y que estas Navidades he podido volver a ver -. Con este preámbulo, los que ya peinamos canas seguro que reconocemos que estamos hablando de La gran familia (Fernando Palacios, 1962). 

Y fue tal el éxito de la película, producida por Pedro Masó (quien también colaboró como guionista), que se llegaron a rodar hasta tres secuelas de la misma: La gran familia y uno más (Fernando Palacios, 1965), La gran familia, bien, gracias (Pedro Masó, 1979) y La gran familia…30 años después (Pedro Masó, 1999). Hoy dedicaremos nuestro comentario a los dos primeras, pues funcionan como un conjunto homogéneo en temática y conjunto actoral. 

Comienza La gran familia presentando a los 15 hermanos de esa gran familia de clase media española, mientras duermen, mientras aparecen los títulos de crédito y donde destacan cuatro actores consagrados de la época: Alberto Closas (Carlos Alonso, el padre, aparejador pluriempleado), Amparo Soler Leal (Mercedes, la madre ama de casa hasta el final de sus días), José Isbert (el abuelo, inconfundible con su afónica voz) y José Luis López Vázquer (el padrino, inconmensurable como pastelero y “padrino Búfalo”).Y todo ello con la banda musical del argentino Adolfo Weitzman. Justo en el momento en que se declara lo de “esta película ha sido declarada de Interés Nacional” viene el caótico y simpático despertar de esa gran familia, con algunos jóvenes actores que en el futuro serían comunes en el cine español: María José Alfonso (Mercedes, “la enamorada”), Carlos Piñar (Antonio, “el empollón”), Choner Laurent (Luisa, “la coqueta”), Jaime Blanch (Carlos, “la oveja negra”), Mircha Carven (Juanito, “el deportista”), Francisco y Manuel Martínez Ligero (Julio César y Octavio Augusto, “los gemelos”), Maribel Martín (Sabina, “la traductora”), Pedro María Sánchez (Críspulo, “el petardista”), Alfredo Garrido (Chencho, “el tigre”), Conchita Rodríguez del Valle (“la hacendosa”), Oscar Loewy (“el tragón”), Carmen García (“la melindres”), María Jesús Balenciaga (“la mellada”), , Esther Romero (“la soprano”). 

Una familia unida (tanto como para vivir 18 personas en un piso de la capital de España), divertida, entrañable que reflejaba las aspiraciones de los españoles de entonces: salir adelante con el sueldo (y los trabajos extras para llegar a fin de mes), dar carreras universitarias a los hijos, gozar de vacaciones en la playa, ver a los hijos felices y triunfar en la vida,...todo un cúmulo de buenas intenciones. Con reflexiones así del padre hacia su mujer: “Siempre tengo la sensación de estar bordeando el fracaso… Pero tienes razón, aunque no tengamos dinero somos los más ricos del mundo en ilusión, ilusión de carne y hueso" (en clara referencia a su interminable fratría). 

Resulta interesante cómo la visión y revisión de esta película, si logramos mantenernos al margen de las dosis de edulcorante espolvoreadas a favor de la natalidad y las familias numerosas apoyadas por los "bien pensantes" de un régimen dictatorial, logra despertar sentimientos de añoranza ante una realidad perdida y su capacidad para describir de una manera sencilla un microuniverso que muchos conocimos en nuestra infancia y que el paso del tiempo arrumbó en el baúl de los recuerdos. Y por la película asistimos a típicas escenas memorables como ese despertar de la familia para prepararse para ir al colegio, los exámenes y las notas que había que enseñar y justificar ante los padres, la comunión (y unas recomendaciones médicas ante la toxiinfección alimentaria muy poco basadas en la evidencia), las vacaciones y el final de las vacaciones (en ese Centro Residencial Obra Sindical de Educación y Descanso en la costa tarraconense), la llegada de la Navidad, y otras escenas para el recuerdo: la televisión en blanco negro con una o dos cadenas (que concentra a toda la familia en el balcón de casa para ver la tele del vecino) y sus dos rombos, el aguinaldo al cartero, las cartas con los sellos de Franco, la serie La Ponderosa, la Olimpiada de México, Galerías Preciados, la paga semanal en pesetas (y el incremento de dinero según el número de hijos), los teléfonos de las operadoras con clavijas, fumar en el trabajo o en el dormitorio (malos ejemplos, que hoy serían no asumibles en una película, como cuando el abuelo dice: “Oye hijo, me das un cigarrillo. Es que si no fumo, no puedo conciliar el sueño”). Pero si hay una escena memorable esta es la del mercadillo navideño en la Plaza Mayor de Madrid cuando el abuelo pierde a uno de los hijos y su grito de angustia: “¡¡¡Chenchooooooooooo!!!"

Y en el transcurso de la historia esa madre siempre hacendosa y sabia en sus consejos, cuando le dice a su marido ante las reivindicaciones de sus hijos (“No pierdes autoridad. Ellos piden y tú concedes”) o su añoranza por el futuro (“Pronto empezarán a dejarnos solos”). Unos padres que invierten su vida en su familia, sus muchos hijos y la ilusión por su futuro, de que al final puedan llegar a tener en la familia un médico, un ministro, un arquitecto, una tenor, un jugador de fútbol… Y parte de esos temores e ilusiones están presente en la siguiente película de la serie, La gran familia y uno más, donde han pasado tres años y reaparecen todos los personajes, menos el abuelo y la madre, que descubrimos que falleció cuando nació la más pequeña, pues ahora ya son 16 hermanos. 

Esta primera secuela de la serie nos va mostrando como los hijos van abandonando la familia: Mercedes por su matrimonio, Antonio y Carlos por su trabajo, Juanito porque acude con la selección española de baloncesto,…y hasta Chencho comienza su escolarización. Y con ello, la añoranza de la madre, aunque el padre lo tienen claro: “En esta casa está prohibido llorar”. Y aunque Carlos Alonso se ha convertido en un atractivo viudo de 47 años, las mujeres que lo admiran lo tienen claro: “Este hombre no vive más que para sus hijos”. Y su reflexión no deja dudas: “Ellos me necesitan, pero yo creo que los necesito más… Con tantos hijos y me siento solo”. Y ese final con el nacimiento del primer nieto y la dedicatoria a su esposa: “Ya ves Mercedes. Se marchan, pero vienen otros. Ya hay uno más en la familia…”. Y seguro que aquéllos que forman parte de familias numerosas y muy numerosas entienden perfectamente el sentido (y los sentimientos) de estas palabras. 

Es La gran familia un clásico con todas las de la ley que ha sabido envejecer bien y que se ve bien, a pesar de su intención propagandística. Una película que hay que tener en cuenta al igual que Qué bello es vivir (Frank Capra, 1946) cuando se nos formulen las palabras cine familiar y Navidad, y cuando queramos recordar el espíritu risueño y optimista de un generoso núcleo familiar unido ante las adversidades. Son La gran familia y La gran familia y uno más películas escritas por el eterno Pedro Masó y dirigidas por Fernando Palacios (quien dejara para el cine español películas como Tres de la Cruz Roja, El día de los enamorados, Siempre es domingo y Marisol rumbo a Río) que vimos con nuestros padres cuando éramos hijos y ahora la vemos con nuestros hijos siendo padres o, como en mi caso ya, con mi nieta siendo abuelo… 

Vista 57 años, La gran familia sigue soportando la frescura pese al paso del tiempo, y pese a que nada tiene que ver ese tiempo con el nuestro, esa familia con las nuestras, esa fratría con las actuales: desde hace tiempo en España ya no tenemos una pirámide poblacional, sino un “diamante” poblacional con muy poco valor, pues el porcentaje actual de menores de 19 años se iguala al de mayores de 65 años. La situación es la que es y llegar aquí es un problema multifactorial, pero la escasa fertilidad de nuestro país no favorece nuestro futuro: según la OMS la tasa de fertilidad actual de España se sitúa en 1,39, de las más bajas del mundo, de forma que nuestro país ocupa el puesto 188 por la cola de un total de 198 países. Así que ni tanto ni tan poco. 

Y nada menos que esta es nuestra situación actual: la consideración de familias numerosas (considerando aquellas que tienen tres o más hijos) en España se da en solo un 8% de las familias, por lo que ocupamos el antepenúltimo lugar de la Unión Europea, empatados con Italia y por debajo solo se encuentran Portugal (6%) y Bulgaria (5%). De hecho situaciones como La gran familia ya uno se imagina que casi no se dan, y en estos momentos hay catalogadas en España solo unas 150 familias con 10 o más hijos. Y todas estas reflexiones me surgen mientras mi nieta Paula, varios días después de ver conmigo la película y a sus dos años, sigue preguntando: “¿Dónde está Chencho?”. 

Y finalizamos con esta escena, una de las más emotivas del cine español para una noche de Reyes que se acerca…

 

sábado, 19 de octubre de 2019

Cine y Pediatría (510). “La telaraña de Carlota”, la telaraña de la amistad y la lealtad


Es habitual que de grandes cuentos, cuentos para la infancia con mensajes para los adultos donde se conjugan la fantasía con la realidad, surjan tarde o temprano la película correspondiente. En Cine y Pediatría ya podemos rememorar unos cuantos, como por ejemplo El señor de las moscas (Peter Brook, 1963), El tambor de hojalata (Volker Schöndorff, 1979), La historia interminable (Wolfgang Petersen, 1984), Matilda (Danny DeVito, 1996), La tumba de las luciérnagas (Isao Takahata, 1998), Un puente hacia Terabithia (Gábro Csupó, 2007), Persépolis (Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, 2007), El niño de marte (Menno Meyjes, 2007), Donde viven los monstruos (Spike Jonze, 2009), La vida de Pi (Ang Lee, 2012), El extraordinario viaje de T.S. Spivet (Jean-Pierre Jeunet, 2013), El principito (Mark Osborne, 2015), Un monstruo viene a verme (Juan Antonio Bayona, 2016), La vida de Calabacín (Claude Barras, 2016), o Wonder (Stephen Chbosky, 2017), entre otros. 

Y hoy regresa una más. Porque “Charlotte’s Web” es un hermoso libro de literatura infantil publicado en 1952 por E. B. White, un libro que debido a su fácil lectura y los grandes mensajes que da es uno de los libros favoritos de niños y adultos, un clásico de la literatura infantil estadounidense y mundial. Y posiblemente uno de los títulos más editados de la literatura para niños, probablemente porque es muy leído en las escuelas del mundo anglosajón, por lo que no hay duda de que ha tenido su versión cinematográfica, dos en concreto: la primera versión fue de animación tradicional producida por Hanna Barbera, bajo el título de Las aventuras de Wilbur y Carlota (Charles A. Nichols e Iwao Takamoto, 1973) y la segunda es la que hoy nos convoca, La telaraña de Carlota (Gary Winick, 2006). 

La narración está situada en una granja donde nace un lechón tan escuálido que el granjero se dispone a sacrificarlo. Pero su hija consigue que se lo regale para criarlo con biberón y que después viva en un establo, entre los otros animales. Y aquí comenzará la historia de una amistad entre la niña, el cerdito Wilbur y una memorable y filosófica araña, Carlota, quien teje en su telaraña palabras para definir a su nuevo amigo. La relación de los amigos pronto tendrá un propósito muy claro: salvar a Wilbur del matadero a través de su éxito en la feria de animales. Pero la mezcla inseparable de la vida y la muerte que consiste en el núcleo duro de la obra toma un nuevo camino cuando, en la misma feria, Carlota sabe que ha llegado al final de su corta vida. Wilbur salvará entonces sus huevos y los llevará de nuevo al establo, donde cada primavera nacerán nuevas arañas que se esparcirán por el campo, aunque siempre se quedarán algunas para renovar el vínculo entre en Wilbur y las descendientes de Carlota. El relato, hecho de diálogos y acciones bien encadenadas, respira la placidez, la aventura y la descripción de sentimientos que hayamos a menudo en la tradición anglosajona de narraciones protagonizadas por animales de la campiña. 

Es esta historia todo un clásico que mantiene todo su encanto, y sus muchas enseñanzas reflejadas en estas frases y pensamientos: “Confía en mí, Wilbur. La gente es muy crédula. Creerán cualquier cosa que vean impreso”, “No escribas sobre el hombre; escribe sobre un hombre”, “Wilbur no quería comida, quería amor”, “Si puedo engañar a un insecto … sin duda puedo engañar a un hombre. La gente no es tan inteligente como los insectos”, “Usted ha sido mi amiga, eso en sí es algo tremendo”, “Es muy satisfactorio ganar un premio frente a mucha gente”, “No lo entiendo, y no me gusta lo que no entiendo”, “Después de todo, ¿qué es una vida? Nacemos, vivimos un poco y morimos. Es el ciclo vital natural”, “¡Nunca te apures y nunca te preocupes!”

La telaraña de Carlota, tanto la novela como la película, resguardan un gran mensaje sobre la amistad, la unidad y el verdadero amor, un libro para niños con mensajes para todas las edades. La película comienza durante la primavera en una granja en el estado estadounidense de Maine. Cuando la niña Fern Arable se da cuenta de que su padre planea matar una cría de cerdo por ser demasiado pequeña, y le convence de que no la haga. Éste da la pequeña cría a Fern, quien lo llama Wilbur y lo cría como su mascota. Pero cuando Wilbur se hace adulto, Fern se ve forzada a llevarlo a la granja de su tío Zuckerman, donde será preparado para una cena de Navidad. 

Y a lo largo de la película vemos desfilar los diferentes animales de la granja (y las voces que lo doblan, de ahí de la importancia – siempre – de la versión original): el cerdo Wilbur (Dominic Scott Kay), la araña Charlotte (Julia Roberts), la rata Templeton (Steve Buscemi), la oveja Samuel (John Cleese), el ganso Gussy (Oprah Winfrey), la vaca Bitsy (Kate Bates), el caballo Ike (Robert Redford)… y la narración de Sam Shepard. Y en el papel de la niña Ferna la adorable actriz Dakota Fanning, quien ya forma parte de la familia de Cine y Pediatría, en películas tan significativas como Yo soy Sam (Jessie Nelson, 2001), El fuego de la venganza (Tony Scott, 2004) y American Pastoral (Ewan McGregor, 2016). 

Y al final de la película se precipitan los mensajes y enseñanzas de esta película sobre el valor de la amista y la lealtad. Porque tras ganar Wilibur el premio, son significativas las palabras del granjero Zuckerman: “¿Qué puedo decir de este cerdo que no hay dicho ya? Sé que muchos de ustedes han venido a la granja a ver las palabras. Muchos me han preguntado cómo puede haber sucedido. No lo sé, pero ha ocurrido en un momento en el cual no vemos muchas cosas milagrosas. O quizás sí. Quizás la tengamos siempre alrededor cada día y no sepamos mirar. No podemos negar que nuestro pequeño Wilbur es parte de algo más grande que todos nosotros. Y la vida en esa granja es mucho mejor con él. Es un cerdo muy especial”

Y al final, tras la muerte de Carlota al dar la vida por su progenie, toda una reflexión en off: “No puede decirse que Carlota se hubiera ido para siempre. Vivía en los corazones de quienes la conocieron y en los de quienes no la conocieron. Algo había cambiado en el condado de Somerset. Era como si la gente supiera que ahora vivía en un lugar especial. Y en pequeños detalles empezaron a ser especiales, un poco más ambles, más comprensivos. Y los animales también se sintieron distintos. Más unidos. El calor de su amistad les ayudó a pasar los largos meses fríos. Lo mostraron en pequeños gestos de amabilidad, de paciencia inusual y promesas cumplidas. Hasta el más duro de los corazones se puso a tono para la ocasión. Y al final, la mayor de todas las promesas: un cerdo de primavera vio su primera nevada. Fue como si propia Carlota hubiera agitado el cielo. Como siempre, la calma del invierno siguió hasta el primer deshielo. Y luego, los primeros brotes de la primavera. Y antes de que te dieras cuenta, la vida había vuelto al punto de partida”. Y este colofón, que bien vale una novela y una película: Este es el milagro de la amistad. No es frecuente encontrar a alguien que sea un buen amigo y escritor. Carlota era ambas cosas”.

 

sábado, 11 de mayo de 2019

Cine y Pediatría (487). "Rush Hour", el largo camino al trabajo


"En Estambul cada día 2 millones de personas cruzan el Estrecho del Bósforo entre Asia y Europa para ir al trabajo. 
En los Estados Unidos 123 millones de personas conducen cada día para ir al trabajo y 3,8 millones dedican más de tres horas en estos traslados. 
A diario, 1,4 millones de personas viajan del Estado de México a la ciudad para trabajar. El 50% de los actos denunciados suceden en el transporte público”. 

Tres notas aparecen al inicio de esta película, entre el ruido estremecedor de automóviles y sus luces en la noche, antes del título de esta película documental del año 2017 de la directora mexicana Luciana Kaplan, por título Rush Hour. Película que retrata de manera íntima las historias paralelas de tres personajes en tres mega ciudades complejas y emblemáticas alrededor del mundo: Estambul, 15 millones de habitantes; Los Ángeles, 19 millones de habitantes; Ciudad de México, 21 millones de habitantes, la cuarta ciudad más poblada del mundo, por detrás de Tokio, Delhi y Shanghai. Un documental que es fruto de dos años de grabación y que ha sido galardonado en distintos certámenes, y que nos realiza un brutal retrato en 80 minutos sobre la gravedad de malgastar el tiempo de nuestro día en llegar al trabajo, historias muy comunes a nuestro lado que nos señalan la diferencia entre vivir y sobrevivir. Porque en estas tres historias, dos mujeres y un hombre, se levantan mucho antes de las 6 de la madrugada y pasan entre 3 y 5 horas cada día en medios de transporte para llegar al trabajo. Nada extraordinario, pues sabemos que le ocurre a millones de personas, pero que visto en primera persona es motivo de reflexión.

- En Estambul una mujer casada y con dos hijos, Harum, de 12 años, y Ela, de 8, trabaja en una tienda de moda. Cada día tiene que atravesar el Bósforo en barco y usar el autobús para llegar a su trabajo en una tienda de moda. Antes de partir deja el desayuno de sus hijos preparado y las bolsas para el colegio y ella nos dice: “Cuando mi marido y yo salimos de casa mi mayor miedo es que Harum y Ela se queden solos. Son muy pequeños para quedarse solos… Me preocupa que si les pasar algo, no llegaría a tiempo para ayudarlos”
Porque Ela, la más pequeña, se va sola al colegio y cuando regresa tiene que abrir con la llave debajo del felpudo, y la madre sigue pensando: “No hay nadie en casa cuando ella llega. A veces siento que le falta amor, aunque procuro que no se sienta así… Me gustaría que Ela fuera ingeniera o arquitecta”. Pero lo cierto es que la madre casi nunca está con la niña, y cuando llega agotada ya los deberes los ha realizado con el padre, al que dice: “Papá, recé para que se me quitaran las pesadillas”. No es para menos con una vida así… Y por ello esta madre trabajadora acaba diciéndonos: “Mi vida no es fácil y con el tiempo se pone más difícil. Ya no aguanto estos traslados. Me agotan, física y mentalmente… Llevo 7 años trabajando en el lado europeo”

- En Los Ángeles un hombre trabaja como ingeniero de obra, una obra situada a más de tres horas conduciendo entre interminables autopistas colapsadas de tráfico. Y por ello su joven y bella esposa nos dice: “Estoy preocupada por él. Solo tenemos una vida y quiero que sea feliz con lo que hace… Hay que valorar las opciones. Ahora Mike valora un buen sueldo y la estabilidad, pero le está quitando años de vida”. 
Porque este joven matrimonio viven en la cómoda soledad de una urbanización y llevan dos años queriendo tener hijos. Pero la vida del esposo se pasa en interminables caravanas, sale de noche de casa, llega de noche al hogar, y cuando atraviesa el umbral de su vivienda y abraza a su mujer lo hace como si llegara de la guerra, exhausto, y por ello le dice a su perro: “Ojalá yo tuviera tu vida”. Y cuando Mike se da cuenta de que se pasa un día a la semana en el coche, ahogando con ello su afición por la música, se pregunta: “¿Qué clase de vida es esa si solo sobrevives?”.

- En Ciudad de México llega a trabajar cada día a una peluquería una mujer que vive en una de las colonias lejanas del área metropolitana, un viaje desde Ecatepec hasta Bosques de las Lomas. Porque esta mujer, que fue abandonada por el marido tras cuatro años de matrimonio, y al que nunca volvió a ver, tiene que trabajar “como un hombre” para mantener a su hija de 10 años y a su madre, con las que vive en un barrio marginal más por necesidad que por gusto. 
Y nos cuenta con gran dolor que en uno de estos interminables trayectos para llegar al trabajo la robaron y la violaron, y desde entonces acude a terapia para sanar su dolor y su miedo: “Me aconsejan la terapia con una psicóloga… Es fácil decir tienes que olvidarlo”. Y hasta vemos que acude a realizarse una cura para liberarse de los muertos. 

Y es que realmente estas tres personas están muriendo en vida por llegar al lugar de trabajo, para sobrevivir. Pero en esa supervivencia se deja de cuidar la familia, a los hijos y a uno mismo. Y Luciana Kaplan nos muestra tres personas que desgastan su vida en el camino al trabajo, bien sea Estambul, en Los Ángeles, en Ciudad de México, en Turquía, en Estados Unidos, en México o en cualquier lugar del mundo. 

Y ahora recordamos una película emblemática en Cine y Pediatría, por título Camino a la escuela (Pascal Plisson, 2013) en la que en formato documental también se nos narraba el largo y complicado trayecto que tienen que realizar para llegar a la escuela cuatro niños de distintos países (Kenia, Marruecos, Argentina e India) y recónditos lugares. Pues bien, este sería un equivalente, no el “camino a la escuela” de cuatro niños, sino el “camino al trabajo” de tres adultos. Y cómo se desgasta la vida y se desgasta la familia (y con ellos los hijos, los que han de llegar y los que están) por el solo hecho de ir y regresar del trabajo. 

Porque nuestros tres personajes comparten el hecho de pasar la mitad del día transportándose al trabajo y, aunque cada uno tiene su viaje personal, todos ellos sienten que están perdiendo algo fundamental en el transcurrir de sus vidas que no va a  volver.  Y por ello Rush Hour nos devuelve emociones y reflexiones para ponderar nuestro trabajo, nuestra familia y nuestra vida. Y, quizás, para dar gracias por lo que tenemos y otros malgastan en el largo camino al trabajo.


sábado, 23 de marzo de 2019

Cine y Pediatría (480): “El octavo día” creó a Georges… y vio que era bueno


"Al principio, no había nada. Sólo había música. 
El primer día, creó el Sol. Hace arder los ojos. Y luego, creó la Tierra. 
El segundo día, creó el mar. Moja los pies. El viento hace cosquillas. 
El tercer día, creó los discos. Los que nacen en Estados Unidos hablan inglés. Yo no sé donde nací. Creo que fue en Mongolia. 
El cuarto día, creó la televisión. 
El quinto día, creó el pasto. Cuando lo cortas, grita. Tienes que consolarlo, hablarle amablemente. Si tocas un árbol, te conviertes en árbol. Si cierras los ojos, te conviertes en una hormiga. 
El sexto día, creó a los hombres. Hay de todos los colores. Nathalie es una mujer. Yo prefiero a las mujeres porque no pinchan cuando las besas. Más adelante voy a casarme con Nathalie. 
El domingo, descansó. Era el séptimo día” 

Con esta voz en off y durante más de diez minutos, comienza de forma espectacular esta sorprendente película: El octavo día, una película belga de casi dos horas de metraje del año 1996 del director Jaco Van Dormael, un director especial que ya conocemos en Cine y Pediatría. Un director, guionista y dramaturgo que dirige complejas películas, aclamadas por la crítica, películas que se destacan por tres características: examinar el mundo desde una inocente perspectiva, a través de personajes llenos de imaginación (el niño Thomas de Toto el héroe -1991-, Georges, el protagonista con síndrome de Down de El octavo día  o el niño no nacido de Mr. Nobody -2009-); personajes marcados por el signo de la orfandad; y, especialmente, por su representación respetuosa y comprensiva de las personas con discapacidad, tanto mental como física.

Y hoy comenzamos con esa voz en off de Georges (Pascal Duquenne), nuestro protagonista que poco a poco reconocemos su fenotipo peculiar, y que se nos presenta con imágenes y escenas inolvidables para esos siete días especiales de su “creación”. Y a continuación, en otra escena, aterriza un avión con Harry (Daniel Auteuil), un ejecutivo que se dedica a ejercer de profesor y coaching sobre el éxito en las ventas, que se nutre única y exclusivamente de la artificialidad del pensamiento positivo. Pero enseña lo que no tiene ni atesora, pues en su vida no tiene el mismo éxito, recién separado de su mujer y de sus dos pequeñas hijas. Absorto en su rutinario trabajo se olvida de su familia y hasta sus hijas desean no verle, y ahora vive crispado por ello.

Y con ello nos adentramos a una hilarante y conmovedora película, una historia de amistad, de generosidad y de aprendizaje entre Georges/ Pascal Duquenne y Harry/Daniel Auteuil, dos actores en estado de gracia (uno nobel y otro consagrado) que ganaron ex-aequo el reconocimiento a mejor actor en el Festival de Cannes. Una película de aprendizaje y amistad al mejor estilo de la famosa Intocable (Olivier Nakache y Eric Toledano, 2011), crónica del encuentro entre dos mundos antagónicos y que nos enfrenta al choque entre el orden y la anarquía, la razón y la locura, la aparente capacidad y la aparente discapacidad. 

Es también El octavo día el encuentro de dos almas solitarias: Georges vive en una institución especializada en personas con discapacidad psíquica, pero no tiene ningún familiar que lo recoja, y continuamente añora a su madre fallecida; y Harry no puede soportar vivir sin su esposa e hijas. Y se encuentran en medio de la noche, de la lluvia, de la carretera, tras atropellar un perro: todo muy kafkiano…

Y a partir de aquí nos subimos a una especial “road movie”, un tobogán de escenas difíciles de olvidar muchas de ellas acompañadas del amor de Georges por la música, especialmente por la música de Luis Mariano y sus escenas oníricas que le recuerdan a su querida madre: “Mamá. Quiero ir con mamá. No soy como los demás… Quiero irme contigo. Aquí no funciona”, llora a los hombros de Harry. Y su madre en sueños le dice: “Yo estoy lejos, estoy en el cielo. Eres lo mejor que he tenido en mi vida. Eres el regalo más bonito que me ha hecho el cielo”.

Y nos surge una sonrisa con la escena de la zapatería, la del concesionario de coches, el sueño con los guerreros mongoles cabalgando por la estepa en busca de la dama (que es el amor de Georges) o ese minuto de oro de los dos amigos bajo el árbol mirando al cielo. También nos entristece el encuentro con su hermana, porque no es bienvenido por ella y su marido (aunque sus dos sobrinos le adoran): “Mamá dijo que fueras buena con Georges” le dice, pero no parece que pueda cumplir su palabra.

Y todas estas vivencias hacen que Harry ya no piense igual sobre el sonsonete que dice a sus alumnos: “Todo el mundo se vende a sí mismo un día u otro. Respetad las cuatro reglas básicas: 1) Sonreíd; 2) Mirad a vuestro cliente a los ojos; 3) Dad una impresión de éxito. A la gente le gusta. Prefiere tratar con alguien exitoso que con un perdedor; 4) Sed entusiastas. El entusiasmo es contagioso”. Y por eso lanza fuegos artificiales en la playa.

Y todo ello nos conduce a un final inesperado bajo la canción “Maman, la plus belle du monde” de Luis Mariano. Y finaliza con una reflexión similar al comienzo, en esta ocasión narrada en off por Harry y sus circunstancias:
“Al principio, no había nada en absoluto. Solo se escuchaba música. 
El primer día, creó el sol. Pica los ojos. 
El segundo día, creó el agua. Es húmeda. Moja los pies si caminas en ella. Luego, creó el viento. Hace cosquillas… 
El tercer día, creó el pasto. Cuando lo cortas, grita. Le duele. Tienes que consolarlo. Hablarle gentilmente. Si tocas un árbol… te conviertes en árbol. 
El cuarto día, creó las vacas. Cuando soplan, dan calor. 
El quinto día, creó los aviones. Si no los tomas, puedes verlos pasar. 
El sexto día, creó a las personas. Hombres, mujeres y niños. Prefiero a las mujeres y a los niños, porque no pinchan cuando los besas. 
El séptimo día, para descansar, creó las nubes. Si las miras mucho tiempo, ves en ellas dibujadas todas las historias. 
Entonces se preguntó si no faltaba nada. El octavo día, creó a Georges. Y vio que era bueno".

Y con ello queda claro que El octavo día no es sólo una película sobre personas con síndrome de Down, va más allá, pues nos habla del amor, y nuestra necesidad de él. Georges es más que un símbolo, es el mundo que nos falta en esta civilización ciega que impide ver el gran misterio de la universal realidad, necesita vivir en el octavo día, con los Georges.

Y en la semana que acabamos de celebrar el Día Mundial del síndrome de Down, el pasado 21 de marzo, recordamos esta película como un regalo para entender la importancia de estas personas. Este 2019 la celebración de este día se centrará en el lema "No dejar nadie atrás", porque todas las personas con síndrome de Down deben tener la oportunidad de disfrutar de vidas plenas, tanto en igualdad de condiciones con las demás, como en el resto de aspectos de la sociedad.

Porque la vida no va de cromosomas, va de amor, de comprensión, de felicidad, de integración,... Va de calidad (de vida y de humanidad), no de cantidad (de cromosomas). Va de no dejar a nadie atrás... pero en ningún momento de sus vidas, lo que también incluye su vida dentro de la madre. Seamos coherentes y dejemos los postureos: respetemos su vida y dejémoslos nacer y vivir.

Y lo recordamos cada año, mejor cada día... Porque Dios, El octavo día, creó a Georges… y vio que era bueno.

sábado, 27 de octubre de 2018

Cine y Pediatría (459): “El gran día”… puede ser hoy


Hoy es un gran día. Porque este fin de semana estamos disfrutando del 23 Congreso Nacional de la Sociedad Española de Pediatría de Atención Primaria (SEPEAP). Y ayer pude desarrollar la Conferencia extraordinaria del congreso bajo el título de “El cine y la pediatría”, bajo un auditorio que se volcó con el corazón para unir el arte y la ciencia, la humanización y la tecnología. Y hoy moderaré una Mesa redonda muy, muy especial… Y todo ello gracias al Dr. Juan Manuel González (Juanma), presidente del Comité Organizador de este congreso, gran amigo y gran amante del proyecto Cine y Pediatría, a quien dedico este película de hoy que, qué casualidad, se titula El gran día. 

En la conferencia de ayer pude prescribir muchas películas, para distintas patologías y en distintos enfoques docentes. Pero las más importantes fueron “las tres joyas para entender la infancia”, de las que ya hemos hablado en ocasiones. Tres películas que tienen varios puntos en común: las tres son de nacionalidad francesas (el cine en francés siempre recordamos que un plus hoy en día de calidad, proceda de Francia, Bélgica o Canadá), las tres son películas con carácter documental y las tres son muy hermosas para comprender la infancia, desde tres puntos de vista. Estas son: Bebés (Thomas Balme, 2010) para entender la normalidad de un recién nacido y lactante; Solo es el principio (Pierre Barougier y Jean-Pierre Pozzi, 2010) para reconocer a los niños como nuestros pequeños filósofos; y Camino a la escuela (Pascal Plisson, 2013) para reflexionar sobre los distintos caminos que nos llevan a la escuela. 

Pues bien, El gran día fue la siguiente película documental del director Pascal Plisson, responsable de Camino a la escuela, y funciona como complementaria de la anterior, como una conmovedora y maravillosa historia sobre el esfuerzo humano, un himno a la educación, la dedicación, esperanza y coraje. Y si en Camino a la escuela los personajes fueron cuatro niños y adolescentes (Jackson en Kenia, Zahira en Marruecos, Carlos en Argentina y Samuel en India) que deben enfrentarse diariamente con una multitud de adversidades y peligros para llegar a la escuela, en El gran día también se nos narra la historia real y extraordinaria de cuatro niños y adolescentes de distintos países y que se enfrentan a una prueba que podrá cambiar y mejorar sus vidas para siempre. 

Ellos son Albert, 11 años, vive en La Habana (Cuba) y se entrena duro cada día para poder vencer en un combate de boxeo y llegar a ser seleccionado como figura prometedora, algo que no pudo conseguir su padre; Tom, 19 años, vive en el Parque Nacional Queen Elizabeth (Uganda) e intenta conseguir un puesto de trabajo de guarda forestal; Deegii, 11 años, vive en Oulan Batur (Mongolia) y se esfuerza para poder seleccionada como contorsionista en un prestigioso circo; y Nidhi, 15 años, vive en Benarés (India), quien estudia con ahínco preparándose para el “Súper 30” (una exigente prueba selectiva que superan únicamente 30 de 5000 aspirantes) y poder acceder así a la Escuela Politécnica de Benarés. 

Porque Pascual Plisson se vio tentado a repetir el éxito de su anterior película y copió el mismo esquema y el mismo propósito de fondo: poner de relieve los valores relacionados con el esfuerzo de superación por parte de un grupo de cuatro niños y adolescentes de clase social baja en distintos lugares del orbe, de distintos países y continentes. Y por eso se comenta en la película: “Sois chicos brillantes. La educación constituye el arma más poderosa para librarnos de la pobreza y progresar en la vida… ¿Queréis escribir el futuro…?”. Y por ello de nuevo nos traslada el director su impronta humanista centrada en la infancia y adolescencia: una propuesta que de nuevo se sustenta sobre la elocuencia de la sencillez para entender que solo la lucha y el esfuerzo puede salvar a estos chicos de una condición de clase que les condena a la pobreza, cuando no a la marginación. Y para ello la cámara de Pascal Plisson se introduce en los núcleos familiares de estas humildes familias, en donde destaca la fortaleza del núcleo familiar, la comprensión y el aliento que esta brinda para conseguir el sueño que cada uno de ellos persiguen. 

Y la película avanza hasta que cada uno de nuestros cuatro jóvenes protagonistas han de enfrentarse en próximas fechas a una prueba que no solo va cambiar su futuro, sino posiblemente el de su familia. Y como ocurría en Camino a la escuela, en los minutos finales aparecen breves fragmentos del devenir actual de cada uno de ellos. Albert lleva una vida dura entre el boxeo y los estudios, pero se aferra a su sueño: ser campeón olímpico; Tom, además de trabajar como guardabosques, escribe una tesis sobre simios; Deeghi ingresó, unos meses más tarde, en la prestigiosa Escuela de Circo de Singapur, y con ello persigue su sueño de ser artista, su sueño de niña; y Nidhi estudia en la actualidad ingeniería, tal como deseaba. 

Y todo ello nos lo relata Plisson sin juzgar, sin adoptar una actitud condescendiente o paternalista con la realidad que retrata. Una realidad que recibe el consabido montaje paralelo de las cuatro historias a través de tres momentos que resultan clave: la presentación de los personajes los esfuerzos que deben realizar para preparar la prueba y, finalmente, el día de la prueba y su resultado. En realidad, películas como esta trascienden al propio hecho cinematográfico: no importa que sean joyas de arte por el cómo, pero son maravillosas por el por qué. Y es por ello que películas así cumplen también una importante labor social, de ahí que resulte esencial el patrocinio de la UNESCO y la circunstancia de que parte de los beneficios de la película vayan destinados a la ONG Save the Children. 

Tanto Camino a casa en un principio como ahora El gran día abogan por la importancia de la educación, y por el reto de que cuando se alcance una educación universal y equitativa, se mitigarán muchas de las injusticias que siguen asolando nuestro mundo. No en vano nuestra película de hoy comienza con esta reflexión: “En este u otro lugar, con la esperanza de una vida mejor, niños y niñas luchan por conseguir su sueño, su pasión”. 

Porque el gran día puede ser hoy, puede ser cada día. Solo que algunos lo tenemos más fáciles que otros… Y hoy, 27 de octubre de 2018, curiosamente ha sido un gran día para mí: y gracias a Juanma, al que dedico esta película por su implicación por la pediatría y por la vida.