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sábado, 15 de febrero de 2025

Cine y Pediatría (788) “Los dos hemisferios de Lucca”, qué es verdad, qué no es verdad

 

La poderosa empresa de entretenimiento y streaming audiovisual Netflix ya ha cumplido sus bodas de plata. En su camino ha invertido fuertemente en la producción de contenido original, quizás con más peso en series que en largometrajes. Personalmente no es para mí la mejor plataforma de películas, pero no desaprovecha la oportunidad de apoyar a títulos con éxito de público y, en ocasiones, también de crítica. Sirvan algunas de estas películas ya analizadas en Cine y Pediatría, y desde diversas nacionalidades, con un predominio de las producciones made in USA: Brain on Fire (Gerard Barrett, 2016), Tallulah (Siân Heder, 2016), Hasta los huesos (Marti Noxon, 2017), Historia de un matrimonio (Noah Baumbach, 2019), Campamento extraordinario (James Lebrecht, Nicole Newnham, 2020), El dilema de las redes sociales (Jeff Orlowski, 2020), Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer (Ryan Murphy e Iam Brennan, 2022), o Apolo 10 ½: Una infancia espacial (Richard Linklater, 2022). Pero donde también podemos destacar la mexicana Roma (Alfonso Cuaron, 2018), la turca Milagro en la celda 7 (Mehmet Ada Öztekin, 2019), la británica El niño que domó el viento (Chiwetel Ejiofor, 2019), la española Diecisiete (Daniel Sánchez-Aréval, 2019), la chilena Nadie sabe que estoy aquí (Gaspar Antillo, 2020), o la neerlandesa Las semanas mágicas (Applie Boudellah, Aram van de Rest, 2023). Y a esta sumamos una película que está dando mucho que hablar, tanto entre el público general como por los profesionales sanitarios: hablamos de la mexicana Los dos hemisferios de Lucca (Mariana Chenillo, 2024), una historia real fundamentada en el libro homónimo de Bárbara Anderson, una periodista argentina afincada en México que luchó incansablemente para mejorar la calidad de vida de su hijo Lucca, quien desarrolló una parálisis cerebral (PCI) debido a un complicado parto. 

“Como ya les dijo el doctor, tenemos que esperar 72 hs a que su cerebro se desinflame”, es la información que la madre recibe de la enfermera neonatal cuando ve por primera vez a su hijo en la incubadora en la Unidad Neonatal. A continuación un mezcla de ficción y realidad, de fotos y notas, de voz en off y los términos leucomalacia periventricular, hipotonía generalizada o crisis epilépticas… Pasan los años y esta madre coraje, Bárbara (Bárbara Mori), convive con la PCI grave de su hijo Lucca y le dice a su marido Andrés (Juan Pablo Medina): “Hemos probado y seguiremos probándolo todo. Cada nuevo aparato, cada nuevo doctor, cada nuevo tratamiento es una nueva esperanza”. Una familia unida, con esa madre que se pasa el día yendo a las terapias de su hijo Lucca (Julian Tello, seleccionado entre más de 200 niños con parálisis cerebral que hicieron la audición para interpretar ese papel, y que ha interpretado de forma soberbia) y junto a su comprensivo esposo y el buen hermano menor, Bruno. Y la madre subraya su mensaje: “Todos juntos hasta el final, cada día, cada noche, hasta encontrar el camino”. 

Y en ese camino de búsqueda contacta con un mexicano, el Dr. Jaramillo, quien trabaja en India con el Dr. Kumar, en cuyo centro se ha desarrollado un tratamiento experimental con una máquina, el Cytotron, que actúa con campos electromagnéticos para estimular la regeneración celular y nuevas conexiones neuronales, aunque antes fuera utilizado para destruir tumores. Ante ello, Andrés duda y le dice a su esposa: “¿Sabes lo que pienso en los tratamientos milagrosos? No creo en ellos” o “¿Cómo puedes creer cada cosa que nos pueden vender? Somos carne de cañón para esas personas”

Pero Bárbara se aferra a esa única esperanza y, meses después, consigue embarcar a toda la familia a India, con lo que supone el coste económico, los trámites con el hospital y movilizar a Lucca y todo su aparataje (incluida medicación y nutrición) en ese largo viaje en avión. Y cuando llegan al Kumar Center es todo menos un centro avanzado, y hasta les roban los zapatos en una ceremonia indú, a lo que el guía les dice: “Es de buena suerte. En India, si te roban los zapatos, se llevan tus problemas”. Pero las dificultades no han hecho más que empezar. Les indican 28 sesiones en el Cytotron. A la sesión 7 la duda de la madre: “¿Será que estamos haciendo lo correcto?...Nos estafaron... Perdón Lucky. Perdón por traerte hasta acá”. Pero poco después aparece la succión en Lucca, algo que nunca había tenido y que les explican que es el primer reflejo humano. Y la mejoría es progresiva, lo que llega a que su neuropediatra mexicano, al regreso a casa, exclame “esto es una locura” al revisar la diferencia de conexiones cerebrales actuales de Lucca respecto a las pruebas de neuroimagen previas. 

Cuando Bárbara intenta negociar el traer Cytotron a México es cuando se confirma una realidad sospechada en la figura del Dr. Jaramillo, las falacias de éste y el interés económico de sus mediaciones junto al Dr. Kumar, un profesional honesto. Es entonces cuando Bárbara hace un doble listado de “qué es verdad” y “qué no es verdad” de toda esa experiencia que está viviendo. Y con el fondo musical de la canción “Fix You” de Coldplay llega el colofón: “Lucca y su familia hicieron tres viajes más a la India. Actualmente Lucca está terminando la Primaria en el mismo grado de su hermano Bruno. Lucca lleva 5 años sin epilepsia y está comenzando a caminar y a hablar. En agosto de 2021, Bárbara, Andrés y un grupos de inversionistas compraron dos Cytotron y abrieron la primera clínica fuera de India. El Kumar Center está en la Ciudad de México y ha atendido de pacientes de occidente”. Y ello con el fondo de las imágenes reales de Bárbara Anderson, Lucca y su familia. 

Y es así que la película Los dos hemisferios de Lucca se ha convertido en líder de audiencia tras su estreno en Netflix. Pero la polémica no se ha hecho esperar con esta terapia experimental con Cytotron, cuya investigación científica sobre su eficacia y seguridad es limitada y no está ampliamente aceptada en la comunidad médica. Cierto es que el cine tiene el poder de hacer visible lo invisible, y eso es precisamente lo que ha logrado esta película, pues muchos desconocíamos esta historia. La búsqueda desesperada de una mejor calidad de vida para su hijo con PCI llevó a esta familia hasta la India, donde se sometió a un tratamiento experimental con resultados favorables. Pero mientras algunos ven el Cytotron como una esperanza, la comunidad médica alerta sobre la falta de evidencia científica y sus riesgos, y la pregunta está en el aire: ¿es una alternativa viable o una falsa esperanza para miles de familias?  Es recurrente la aparición de terapias milagros para la PCI y otras muchas enfermedades, por lo que la prudencia debe ser una máxima. La Sociedad Mexicana de Neurología Pediátrica emitió un comunicado advirtiendo sobre el uso de tratamientos no avalados por organismos reguladores como la FDA o la EMA y, según la asociación, hasta la fecha no existen ensayos clínicos que prueben la eficacia y seguridad del Cytotron para tratar la PCI. Y, por ello, Los dos hemisferios de Lucca reabre el debate para preguntarnos todos que es verdad y qué no es verdad. 

No es la primera vez que el cine nos muestra esta situación de búsqueda de una terapia para una enfermedad grave a través de padres corajes que actúan con esa figura del “intruso benefactor”, como ya hicieron el matrimonio italiano Odone en El aceite de la vida (George Miller, 1992), la familia estadounidense Reimuller en Juramento hipocrático (Jim Abrahams, 1997), o el matrimonio estadounidense Crowley en Medidas extraordinarias (Tom Vaugham, 2010). Ahora llega esta familia desde México para sacarnos de nuestra zona de confort.   

 

sábado, 21 de septiembre de 2024

Cine y Pediatría (767) “El rapto” de niños en nombre de la fe

 

Es Marco Bellocchio un experimentado director y guionista italiano, quien sigue activo a los 84 años de edad. Son, pues, seis décadas donde se ha dedicado a contar historias con unas claras señas de identidad de su cine: su compromiso con el pensamiento de izquierdas y su mirada crítica hacia la sociedad. Y así fue desde su ópera prima en el largometraje, Los puños en los bolsillos (1965), hasta su última obra hasta el momento, El rapto (2023); y, entre ellas, obras como China está cerca (1967), Noticias de una violación en primera página (1972), En el nombre del padre (1972), La sonrisa de mi madre (2002), Buenos días, noche (2003), El traidor (2019) o Exterior noche (2022). 

Y hoy nos convoca su última obra, El rapto (2023), la historia real del niño judío secuestrado por el Vaticano en el siglo XIX y conocido como el caso Mortara, un drama familiar con amplias repercusiones políticas. La historia real fue la siguiente, y ello se intenta reflejar en la película. En 1858, en Bolonia, que entonces formaba parte de los Estados Pontificios, la policía se llevó a Edgardo, el hijo pequeño de seis años de la familia Mortara, y lo condujo al Vaticano por orden del Papa Pio IX. Los Mortara eran comerciantes judíos que vivían en el gueto de la ciudad. Cuando siendo un bebé Edgardo había enfermado, la criada de la familia, una chica católica de escasas luces llamada Anna Morisi, decidió bautizarlo en secreto para salvar su alma en caso de que falleciera. Esta información llegó tiempo después a oídos del inquisidor local, Pier Gaetano Feletti, que ordenó que se le arrebatara el niño a la familia para educarlo en la fe católica. Según una antigua norma papal, cualquier cristiano podía improvisar un bautizo para salvar el alma de un crío en peligro de muerte. Y una vez bautizado, el infante pasaba a ser cristiano. 

Y en el filme, y durante su metraje de 134 minutos, conocemos a Edgardo niño (Enea Sala), en el contexto de su familia, con siete hermanos más, hasta el Edgardo adolescente y joven (Leonardo Maltese), ya totalmente abducido por su formación católica, junto con otros muchos niños en su misma situación, y junto al Papa Pio IX (Paolo Pieroboron), quien le coge una especial estima. Baste recordar esa escena en el salón en la que el Papa come con los niños que ha cogido a su cargo y pregunta: “¿Alguien puede decirme que es un dogma?”. Y la contestación del niño Edgardo, tras el silencio del resto: “El dogma es una verdad de fe, en la que se cree sin cuestión alguna y sin discusión, porque viene directamente de Dios”. Y el Papa le responde: “¡Bravo Edgardo! Me has costado caro, pero me has compensado ampliamente. Dios obró un milagro al confundir a esos canallas que querían secuestrarte, pero afortunadamente sigues aquí”. Y ello porque la película es una continua la lucha de la familia (y también del pueblo) para tratar de recuperar a su hijo ante esta acción de la Iglesia Católica. Y donde la madre lamenta: “Sigue allí en Roma solo. Lo llenan de mentiras. ¿Me devolverán a mi hijo después de todo esto?”. 

Y Bellocchio nos lo narra en estilo casi documental, aplicando las fechas concretas a los fotogramas, desde el presunto bautizo en la noche del 24 de junio de 1858 hasta la muerte de Pio IX, el 7 de febrero de 1878, pasando por el juicio a Pier Gaetano Feletti (Fabrizio Gifuni) en 1860 (donde es exculpado, mientras Edgardo es confirmado en la fe católica), o el mismo asalto por el ejército al seminario de Roma en 1870, donde su hermano le pregunta: “¿Pero cómo puedes defender a esos criminales que te raptaron?” (esta parte es una licencia no fiel a la historia). Y es que ha pasado una década, y ahora Edgardo está muy feliz de haber abrazado el cristianismo, y ya ha olvidado que le arrancaron de los brazos de su familia en su infancia. Es más, considera que el bautismo le salvó… Y es tal la separación que se establece con su familia que no acudió al funeral de su padre, y en el lecho de muerte de su madre, intenta bautizarla, aunque esta es firme: “Nací siendo judía y moriré judía”. 

En resumen, con absoluta prepotencia y total impunidad, el Vaticano le arrebató su hijo a una familia judía y lo recluyó con otros niños en situaciones similares en la Casa de los Catecúmenos de Roma para educarlo allí en el seno de la Iglesia. El padre del niño no se quedó de brazos cruzados; movió sus contactos en la comunidad hebrea de Bolonia y Roma. El caso acabó en las páginas de la prensa internacional y se armó un escándalo que llegó a tener consecuencias políticas. Rabinos italianos y de Estados Unidos intervinieron y hasta los banqueros Rothschild, que financiaban al Vaticano con sus préstamos, presionaron. Pero el Papa se mantuvo firme. No olvidemos que fue Pio IX quien introdujo lo de la “infalibilidad del Sumo Pontífice”… y tampoco olvidemos que fue beatificado en el año 2000 por el Papa Juan Pablo II. Con su pontificado de casi 32 años ha sido el segundo más largo de la historia de la Iglesia, o el más largo si se descarta el de Simón Pedro, cuya duración es difícil de determinar. 

El caso de Edgardo Mortara se convierte en un vibrante alegato contra los abusos del poder. El asunto ha dado pie a varios libros, pero destaca el de David Kertzer, antropólogo e historiador estadounidense, especializado en la historia política, demográfica y religiosa de Italia, quien publicó en 1997 “The Kidnapping of Edgardo Mortara”, y más adelante algunos sobre Pio IX, como “The Pope and Mussolini: The Secret History of Pius XI and the Rise of Fascism in Europe2 (2014) y “The Pope Who Would Be King: The Exile of Pius IX and the Emergence of Modern Europe” (2018). Y parece que tampoco Bellocchio quiere olvidarse, teniendo en cuenta que ya el propio Steven Spielberg había mostró antes interés en llevar esta historia al cine, interesante como materia prima para una película por tres motivos: por el drama familiar, con un niño zarandeado entre dos religiones; por las repercusiones políticas que tuvo en unos momentos de grandes tensiones y cambios sociales en la Italia del Resorgimento; y por los conflictos que han abatido con tanta frecuencia el Vaticano y la figura de algunos Papas, y aquí cabe pensar que los coletazos del asunto llegaron hasta el año 2000, ya que fue un argumento contra el proceso de beatificación de Pío IX, que pese a todo Juan Pablo II acabó llevando a cabo. 

Está claro que la visión anticlerical de Bellocchio no se oculta en esta película y en toda su filmografía. Pero tampoco la historia de los Papas es ajena a la corrupción y a aspectos nada divinos, y en el recuerdo está la trinidad de los más corruptos (Esteban VI y su Sínodo del Terror, Juan XII, conocido como El Papa Fornicario, y Bonifacio VIII, conocido como el Papa Corrupto) y el decálogo de otros que no le fueron a la zaga (Sergio III, Benedicto IX, Inocencio IV, Clemente VI, Urbano VI, Sixto IV, Inocencio VIII, Alejandro VI, Julio II y León X). Los legados de estos Papas no solo empañaron la reputación de la Iglesia Católica Romana, sino que también inspiraron una investigación sobre la legitimidad de las verdades supuestamente eternas que sus enseñanzas religiosas afirman contener. Porque el hecho de que varios Papas hayan sido malos en el sentido de que ni siquiera cumplieron con los estándares mínimos de integridad moral y piedad, plantea un problema grave para el catolicismo romano. En cualquier caso, hay que ver este listado de forma global. Pues a lo largo de la historia la lista del Anuario Pontificio contiene 264 Papas y 266 papados (esto se debe a que Benedicto IX accedió en tres ocasiones al papado). 

Y regresamos al colofón de esta película: “Hasta 1906, don Pío María Edgardo Mortara llevó una vida misionera de predicación. Ese mismo día se retiró a la abadía de Bouhay, cerca de Lieja, en Bélgica, donde falleció el 11 de marzo de 1940 con casi 90 años”. Porque cierto es que Edgardo presentó algo así como un síndrome de Estocolmo en la religión (llamémosle como síndrome del Vaticano), pues se convirtió en un sacerdote de férrea fe que recorrió Europa contando su historia como ejemplo de una conversión que había salvado su alma, siendo además un erudito políglota. 

Historia, denuncia y ficción se dan la mano en El rapto, la última obra de Marco Bellocchio. No confundir este film (por título original, Rapito) de la película argentina El rapto (Daniela Goggi, 2023), sobre las desapariciones de la brutal dictadura argentina en la década de los 80.

 

sábado, 8 de enero de 2022

Cine y Pediatría (626). “Unplanned” y la esperada polémica alrededor del aborto

 

Hay personas cuyo paso por la vida no deja indiferente, para bien o para mal. Y esto es más evidente si se embarcan en un compromiso que de antemano se conoce su dilema y su polémica. Entonces, para algunos sus actos serán tachados de valentía (los que la apoyan) y para otros de osadía (los que la critican). Una de estas personas es la joven estadounidense Abby Johnson, quien escribió en 2010 el libro testimonial “Unplanned: The Dramatic True Story of a Former Planned Parenthood Leader´s Eye-Opening Journey Across the Life Line”, ese particular viaje de ser una directora de la empresa de planificación familiar con mayor número de abortos de Estados Unidos a convertirse una de las más firmes líderes antiabortistas del país, un trayecto desde la posición “pro aborto” a la posición “pro vida”, que no ha dejado indiferente en calificativos y descalificativos hacia la historia y la persona. Como era fácil de intuir, este libro tuvo su parangón cinematográfico recientemente: Unplanned (Chuck Konzelman, Cary Solomon, 2019). 

Lo que nos cuenta se puede resumir así. Abby Johnson es una joven americana de raíces cristianas que, después de someterse a dos abortos en su juventud (el primero por un embarazo adolescente no deseado, el segundo por un hijo tampoco deseado de un matrimonio fracasado), comenzó a trabajar en una clínica de planificación familiar (donde el aborto era el producto estrella y el que mantenía la economía de la empresa) para llegar a ser luego una de las directoras más jóvenes de la poderosa organización Planned Parenthood. Johnson decidió abandonar su trabajo después de asistir a la visión ecográfica de una interrupción del embarazo por succión. A partir de ese momento, esta joven decidió dedicar una gran parte de su vida a mostrar lo que ella experimentó en primera persona y su transformación. 

Y comienza así Unplanned, con la voz en off de Abby Johnson (interpretada por Ashley Bratcher): "Desgraciadamente esta es mi historia”. Y la historia regresa 8 años atrás cuando, como estudiante de psicología, se apunta como voluntaria a Planned Parenthood para ofrecer consejos, anticonceptivos y abortos, y ya en esos momentos tiene sus primeros enfrentamientos con los antiabortistas de “40 Days for Life” que se posicionan casi cada día en la verja de la institución. Esos flashback también nos remite a sus dos abortos, incluido el segundo realizado en su propio domicilio con una pastilla abortiva y que le implicó “12 hs de agonía en casa, 8 semanas de coágulos menstruales y contracciones y un rechazo personal”. 

Y de su trauma hizo su trabajo, ya casada en un segundo matrimonio con Doug, a quien sí quería. Si bien éste no compartía el que ella fuera terapeuta en Planned Parenthood para preparar a las mujeres que allí acudían, y que luego se encargara del aula P.O.C. (Piece of Children, la sala de ensamblaje de restos del bebé para evitar que ningún resto quede dentro de la mujer) y que luego la ascendieran a directora. Y con ello nos enfrentamos a una película cruda, donde no se ahorran imágenes que describen de manera explícita los diferentes métodos para detener el embarazo. Y estamos ante una película a la que se puede acusar de tomar partido (cómo no, si es un testimonio), al construir algunos personajes antagonistas, como el de su jefa anterior, quien con frialdad extrema le pone a Abby en la tesitura de plantearse volver a abortar y así poder seguir adelante con su escalada profesional, lo cual reúsa. Y surge esta reflexión de nuestra protagonista: “Esa tarde, después de interrumpir 38 embarazos en poco más de cuatro horas, celebramos mi embarazo en la clínica”

Y tal es su implicación con el proyecto Planned Parenthood que es elegida trabajadora del año en la firma por su productividad. Es en ese homenaje y encuentro donde conoce el proyecto de la empresa de crear un gran hospital e incrementar la edad de aborto hasta las 24 semanas de gestación, ante lo que se opone y es amonestada con estas palabras: “Los abortos son los que te pagan el sueldo…Somos proveedores de abortos. Es nuestro modelo de negocio”. Mientras tanto, los grupos antiabortistas, ante la visión de los toneles con los restos de cientos de bebés abortados que salen de la clínica, no apagan su voz: “Señor, rezamos porque acabe el drama del aborto”. Y, cuando tiene aquella visión inicial en la película de la imagen ecográfica del bebé de 13 semanas abortado por succión, es cuando decide presentar su dimisión y sus lágrimas – por haber ayudado a decirse a abortar a más de 22.000 chicas – acompañan a sus palabras: “Lo siento mucho. Esas mujeres vinieron a mí buscando ayuda y yo las traicioné. Las traicioné porque les dije que lo mejor era matar a su bebé”

Y es entonces cuando ella decide ponerse al otro lado de la valla, junto con los activistas de “40 Days for Life” y ahora sus palabras son otras a esas mujeres que acuden a la clínica: “Porque se deshacen de tu bebé. Pero nunca lograrán que te deshagas del recuerdo de tu bebé”. Era evidente que la empresa la denuncia por tomar ese camino de directora de Planned Parenthood a firme antiabortista. 

Y la película deriva en esa escena final de las rosas rojas y blancas en la valla de la clínica Planned Parenthood de la ciudad de Bryan (Texas), que cerró en agosto de 2013. Y el colofón donde se especifica que la película fue rodada sin el permiso de Planned Parenthood (estaba claro que sería así) y donde se nos cuenta que ahora ese local se ha convertido en la sede nacional de “40 Days for Life” y comparte las instalaciones con un centro de recursos para el embarazo. También se nos refiere que la Abby Johnson lidera la organización benéfica “And Then There Were Alone” mientras espera su octavo hijo. 

Fuera de la película descubrimos algo más de nuestra protagonista. Y cabe decir que, desde entonces, Abby Johnson ha adoptado una ética de vida consistente, oponiéndose no solo al aborto, sino también a la pena de muerte y la eutanasia. Pero también cabe decir que este posición, tan firme como radicalizada, le ha llevado a ser una voz destacada en el movimiento antivacunación, que afirma erróneamente que en la investigación de las vacunas COVID-19 participaron tejidos fetales abortados. Luces y sombras del camino. 

Sea como sea, esta película no se ruboriza al cuestionar el aborto. Y, hoy, cuestionar el aborto es casi un tema tabú, y no es políticamente correcto. Pero resulta que otra cuestión diferente es la moral, y la moral es muy superior a la política. Porque nadie duda que el aborto es un drama personal y social, y que es preciso ofrecer a las mujeres ayudas reales para evitar ese drama. Este tinte de tema-tabú es el que ha dificultado la producción y el que ha reducido el casting, porque son pocas las actrices que se atreven con un film como este y, de hecho, la película está interpretada por Ashley Bratcher, una actriz americana muy comprometida también en la causa pro-vida y que fue, a su vez, una superviviente del aborto (su madre renunció en el último momento). 

Si no hay prejuicios previos, revisar esta película es una interesante experiencia, porque quizás nada es blanco ni negro, y seguro que los pro-vida y pro-aborto pueden tener puntos de encuentro cuando lo importante es defender la vida y también a la mujer. Una película para los que no comulgamos con ruedas de molino (ni rojos ni azules, ni morados ni naranjas) y vivimos en una sociedad que ha normalizado muchas cosas y que está haciendo muy poco para evitar el drama del aborto. Baste rememorar la película de la semana pasada, Mi hermano persigue dinosaurios (Stefano Cipani, 2019) y entonces recordar que España es el país del mundo donde nacen menos niños y niñas con síndrome de Down. Pensaba que habíamos superado - y estábamos de acuerdo - lo de que el mundo no va de cromosomas…  

Pero claro que esta película ha sido muy denostada. No es para menos, si nuestra David tiene enfrente a un poderoso Goliat como Planned Parenthood, organización estadounidense creada en el año 1916 por Margaret Sanger y que se ha convertido en el mayor proveedor de servicios de salud reproductiva en Estados Unidos (incluido el aborto inducido) y que tiene sucursales en casi 200 países del planeta. Y está claro que la presentación en su página web poco tiene que ver con el libro y la película alrededor de la experiencia de Abby Johnson.  

Porque Abby Johnson descubre que las buenas intenciones - desde las suyas hasta las del padre que lleva a abortar a su hija adolescente en la película - no son suficientes cuando hay en juego otras vidas humanas. Y esto sirve para el aborto y para muchas otras realidades, sean fetos, niños, adultos, ancianos o, incluso, para los animales. Porque la polémica es mucho más beneficiosa que el silencio cómplice. Y por ello Unplanned apunta hacia la esperada polémica alrededor del aborto.

 

sábado, 28 de noviembre de 2020

Cine y Pediatría (568). “La naranja mecánica” exprime la polémica de la ultraviolencia y el libre albedrío

 

Cinco nombres son responsables de una de las películas más polémicas de la historia del séptimo arte. O, al menos, de las que más ríos de tinta han provocado. Esos nombres son los del novelista inglés Anthony Burgess, el director estadounidense Stanley Kubrick, el actor británico Malcolm McDowell y su personaje cinematográfico épico, el del adolescente de 15 años, Alex DeLarge; y también la compositora estadounidense Wendy Carlos, responsable de este tercer personaje invisible y puro “leitmotiv”, su banda sonora original. Y todos tenemos en mente de qué título hablamos. 

Porque en el año 1962, Anthony Burgess publicó “A Clockwork Orange”, en lo que se consideraba parte de la tradición de las novelas distópicas británicas, sucesora de obras como “1984”, de George Orwell, y “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley. Novela que adaptara como película Stanley Kubrick en el año 1971, la famosa y polémica La naranja mecánica. Y todo comenzó porque el propio novelista repudió la versión cinematográfica y se pasó muchos años dando explicaciones sobre el sentido original de su obra y sus diferencias con la versión cinematográfica. Estaba claro que Burgess no era un predicador, ni un moralista; y no disimuló su intención de escandalizar a los lectores. Para los espectadores que “videaron” la adaptación de Kubrick sin haber leído el libro, la historia de Alex terminaba con un tono que quizás no recogía esas últimas páginas que entonaban una oda al libre albedrío. Por otro lado, para el personaje principal Kubrick puso la condición que fuera el actor Malcom MacDowell después de verle en la película If (Lindsay Anderson, 1968) y éste creó un personaje tan inolvidable que el público tardó mucho en separar al actor de ese Alex DeLarge. Finalmente esa reconocida compositora de música electrónica, Walter Carlos (conocida ahora como Wendy Carlos, tras su cambio de sexo), creó una música inolvidable, con epicentro en la versión original y modificada de la “Novena Sinfonía” de Beethoven o ese “Singin' in the Rain” de Gene Kelly.   
 
Entre las películas polémicas que han dado mucho que hablar - y lo han hecho, principalmente por sus escenas de violencia y/o sexo, o su relación con la religión - podemos encontrar títulos como La edad de oro (Luis Buñuel, 1930), La parada de los monstruos (Tod Browning, 1932), Lolita (Stanley Kubrick, 1962), También los enanos empezaron pequeños (Wernez Herzog, 1970), Los demonios (Ken Russell, 1971), El último tango en París (Bernardo Bertolucci , 1972), La última casa a la izquierda (Wes Craven, 1972), El exorcista (William Friedkin, 1973), La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974), Saló, o los 120 días de Sodoma (Pier Paolo Pasolini, 1975), El imperio de los sentidos (Nagisha Oshima, 1976), La violencia del sexo (Meir Zarchi, 1978), Henry: retrato de un asesino (John McNaughton, 1986), Calígula (Tinto Brass, 1999), Holocausto caníbal (Ruggero Deodato, 1980), Nekromantik (Jorg Buttgereit , 1987), La última tentación de Cristo (Martin Scorsese, 1988), Reservoir Dogs (Quentin Tarantino, 1992), Asesinos natos (Oliver Stone, 1994), Kids (Larry Clark, 1995), Funny Games (Michael Haneke, 1997 y 2007), Réquiem por un sueño (Darren Aronofsky, 2000), Fóllame (Virginie Despentes, 2000), Ichi The Killer (Takashi Miike, 2001), Irreversible (Gaspar Noé, 2002), La pasión de Cristo (Mel Gibson, 2004), El ciempiés humano (Tom Six, 2009), A Serbian Film (Srdjan Spasojevic, 2010), Anticristo (Lars von Trier, 2009), entre otras.      

Y entre ellas, siempre ocupa una posición destacada La naranja mecánica. Hasta el propio título es provocador, pues procede de una expresión popular cockney (jerga de la parte este de Londres) que dice “as queer as clockwork orange”, o sea, “tan raro como una naranja mecánica”. Porque esta película desde su comienzo es inquietante. Distintos fundidos en rojo y azul para presentarnos la productora (Warner Bros), el director y el título de la película, y en su primera escena una imagen fija de la particular cara de nuestro protagonista con bombín y tirantes mirándonos con sus ojos azules y largas pestañas artificiales: él es Alex DeLage (Malcon McDowell). Alex se bebe su vaso de leche y se abre el campo para presentarnos a sus otros tres colegas, Pete, George y Dim, sentados en el Milk Bar Korova… y preparándose para una noche más de ultraviolencia en “la bella ciudad de Dublín”. Y todo ello bajo los acordes electrónicos de “La marcha fúnebre” de Henry Purcell según versión de Wendy Carlo. 

Y vamos descubriendo como Alex DeLarge, un adolescente de 15 años (18 al finalizar la película) vive con sus pusilánimes padres como hijo único y es un gran aficionado a la música, especialmente a Beethoven, cuya imagen está presentes en varios carteles de su habitación. Pero en los ratos libres nocturnos se une a sus tres colegas - que se hacen llamar “los drugos” – para cometer todo tipo de actos violentos: brutales agresiones a vagabundos, asaltos a domicilios ajenos, violaciones,… Y cada escena es acompañada por la inquietante banda sonora. 

Y recordamos la proclama del viejo borracho antes de ser apaleado: “¡Es un cochino mundo porque ya no hay ley ni orden! ¡Porque los jóvenes como vosotros se meten con los viejos como yo! No, ya no hay sitio para los viejos. ¿A qué clase de mundo hemos llegado? Los hombres pisan la Luna. Dan vueltas alrededor de la Tierra. Y aquí abajo nadie se preocupa de respetar la ley y el orden. Nadie se preocupa. Ay, patria querida, yo muero por ti”. Y no se nos olvida el ataque físico y sexual a esa matrimonio entrado en años de esa casa ultramoderna, ultrajados sin motivo y sin compasión al ritmo del “Singin' in the Rain”, y que tuvo algo de autobiográfico para el propio Burgess. Y al acabar esa noche regresa a su habitación con la imagen y la música de su admirado Beethoven, mientras duerme con una serpiente sobre la colcha y sus padres no se enteran de nada. 

Y al provocar la muerte de una rica mujer que vive con decenas de gatos, es cuando es detenido en una institución, entre reformatorio y cárcel, allí donde ahora pasa a ser el 655321, rodeado de personajes peculiares posiblemente no mejor que él, desde sus compañeros hasta el cura de la institución, pasando por los propios policías. Y éstos comentan aquello de “la violencia engendra violencia”. Y de nuevo los pensamientos en off de nuestro protagonista: “No fue edificante, ni mucho menos, pasar 2 años en esa ratonera de fieras. Recibiendo puntapiés y tortas de guardines desnaturalizados y rodeado de criminales y de corruptos que babeaban por un joven tan apuesto como vuestro narrador”. 

Y es entonces cuando decide formar parte de un experimento, el tratamiento Ludovio Brodsky, esa terapia de aversión que mata el reflejo criminal a través de una técnica conductista de muy dudosa ética y estética, mientras usan con él largas horas de metraje de películas de violencia (de ficción e históricas de guerras, especialmente con escenas del nazismo), de violaciones y provocaciones eróticas, todo ello edulcorado con la “Novena Sinfonía” de su adorado Ludwing y sin poder cerrar los ojos. Pero él le expresa al cura: “Yo sólo sé que quiero ser bueno”. Y las náuseas de nuestro protagonista tras el tratamiento son las nuestras por lo que vemos y sentimos. Mientras el Primer Ministro proclama: “Los motivos éticos no nos atañen. Nuestra meta es suprimir la criminalidad. Y aliviar la tremenda congestión que hay en nuestras cárceles. Nuestro joven será un buen cristiano dispuesto a poner la otra mejilla. A ser crucificado antes que a crucificar. Lleno de angustia ante la sola idea de matar una mosca. Completamente regenerado para la mayor gloria de Dios. ¡Y lo que importa es que el experimento ha funcionado!”. 

Y unos años después Alex DeLarge consigue comenzar su nueva vida como hombre libre, pero la sociedad no lo ha olvidado y cobra su venganza: rechazado por sus padres, quienes tiene ahora un inquilino adoptado como nuevo hijo, los amigos se han hecho policías y se cobran venganza, al igual que lo hacen los mendigos y la familia que atacó. Y que nos aboca a esa escena final proclive a todo tipo de interpretaciones y su frase final: “Sin lugar a dudas, me había curado”. Y que termina con los mismos fundidos en colores vivos (rojo, azul, verde, rosa) y nuevamente la canción “Singin' in the Rain” ahora en los créditos finales del film. 

Y es así como La naranja mecánica provocó en su estreno una polémica como pocas veces se ha vivido en la historia del celuloide (como lo hizo en su momento la novela). En Estados Unidos se estrenó en 1971 y fue calificada como película X; posteriormente, Kubrick cortó 30 segundos y se reestrenó en 1973, con calificación R. Cabe decir que es una de las dos únicas películas calificadas como X en su estreno original nominada al Oscar a mejor película: la otra fue Cowboy de medianoche (John Schlesinger, 1969). La repercusión en los espectadores fue tal que algunos delincuentes cometieron delitos, incluso algún asesinato, recreando escenas, cantando "Singin' in the Rain" y vistiendo indumentaria parecida a la de los protagonistas. 

Una particular película que reflexiona sobre tema como la delincuencia juvenil, el libre albedrío (donde el bien o el mal se deben elegir, pero no forzar), el valor de la psiquiatría y la corrupción moral de las autoridades. Esa distopía de Anthony Burgess que sigue dando lugar a múltiples interpretaciones y cuyo autor pasó años explicando los porqués de su novela después de que Kubrick le hiciese “un flaco favor” llevándola al cine. Porque Alex DeLarge (nombre que intenta asemejarse al de Alexander The Great, aquel que conquistó el mundo, pero con el tiempo fue vencido, quedó impotente y sin palabras) reúne tres atributos que Burgess consideraba esenciales en el hombre: emplea un lenguaje elocuente y a menudo inventa palabras (donde una chica es una “débochca”, la leche era “moloco”, la cabeza una “golova”, la mano era “ruca” o la boca era “rot”), ama la belleza (y la encuentra en la música de Beethoven por encima de todo) y es agresivo. Un antihéroe (un ladrón, un violador y un eventual asesino) para el que el camino correcto siempre estuvo abierto, pero decidió obviarlo hasta la edad adulta. 

La naranja mecánica fue nominada a cuatro premios Óscar (película, director, guion y montaje), pero no ganó ninguno, en el año que triunfó The French Connection, contra el imperio de la droga (William Friedkin, 1971). Ni que decir tiene que Kubrick si se ganó con creces su fama de perfeccionista también en esta película: la escena final en la que Alex recibe a los periodistas en la habitación del hospital se repitió 74 veces y la escena de la violación que comete la pandilla rival de BillyBoy al principio, tuvo tantas tomas y fue tan dura para la actriz contratada, que esta abandonó el rodaje. 

Porque con La naranja mecánica y los cinco responsables de esta película (Burgess, Kubrick, McDowell, DeLarge y Carlo), la polémica está servida. La estética es incuestionable, la ética sigue cuestionándose: esa manera de exprimir la polémica de la ultraviolencia y el libre albedrío. Calificar el film de Kubrick como rompedor, transgresor y controvertido es quedarse cortos. La obra se erige como una de las más grandes películas jamás realizadas y, a día de hoy, su visionado sigue provocando escalofríos. Una cinta admirada y denostada a partes iguales.

 

sábado, 21 de marzo de 2020

Cine y Pediatría (532). “Spotlight” saca a la luz las manchas de la pederastia


Dentro del séptimo arte, aquellas películas enfocadas al mundo del periodismo, principalmente el periodismo de investigación, podrían constituir un subgénero en sí mismo. Alrededor de este tema han pasado muchos de los mejores directores y actores que la gran pantalla nos ha regalado. Y baste recordar un ramillete de lo que los expertos considerarían como imprescindibles en esta materia: Luna nueva (Howard Hawks, 1940), Juan Nadie (Fran Capra, 1941), Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941), El gran carnaval (Billy Wilder, 1951), El cuarto poder (Richard Brooks, 1952), Mientras Nueva York duerme (Fritz Lang, 1956), Corredor sin retorno (Samuel Fuller, 1956), Primera plana (Billy Wilder, 1974), Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976), Network (Sydney Lumet, 1976), Ausencia de malicia (Sydney Pollack, 1981), Bajo el fuego (Roger Spottiswoode, 1983), El año que vivimos peligrosamente (Peter Weir, 1983), Los gritos del silencio (Roland Joffé, 1984), Al filo de la noticia (James L. Brooks, 1987), The Paper (Detrás de la noticia) (Ron Howard, 1994), Mad City (Costa-Gravas, 1997), El dilema (Michael Mann, 1999), Casi famosos (Cameron Crowe, 2000), El precio de la verdad (Billy Ray, 2003), Verónica Guerin (Joel Schumacher, 2003), Buenas noches, y buena suerte (George Clooney, 2005), Zodiac (David Fincher, 2007), La sombra del poder (Kevin Macdonald, 2009), Nightcrawler (Dan Gilroy, 2014), Los archivos del Pentágono (Steven Spielberg, 2017), y otras más. 

Y hoy viene a Cine y Pediatría una película destacada en este sentido, pues además la acompaña su sabor a Oscar: Spotlight (Tom McCarthy, 2015), nominada a seis Oscar y que finalmente ganó dos, los correspondientes a Mejor guión original y Mejor película (lo que quizás fuera una sorpresa al superar a películas como El renacido de Alejandro González Iñárritu, Marte (The Martin) de Ridely Scott, El puente de los espías de Steven Spielberg o La habitación de Lenny Abrahamson, entre otras). 

Spotlight comienza con una escena inicial y el epígrafe “Basado en hechos reales. Boston, 1976”. Y en la siguiente escena todo el ajetreo de las oficinas del Boston Globe ya en el año 2001. Y allí descubrimos a los cuatro reporteros de 'Spotlight', la sección de periodismo de investigación de ese periódico estadounidense. Y a partir de ahí la trama se centra en la investigación de un posible abuso sexual que cometido por un cura de Boston a 80 niños, situación de pederastia que, a medida que avanza la investigación y las declaraciones (entre ellos de SNAP, la asociación de Supervivientes Ninguneados Abusados por Párrocos), se extiende a 13 sacerdotes, luego a 90, y a muchos más. 

Los cuatro reporteros eran Walter "Robby" Robinson (Michael Keaton), editor de Spotlight, Michael Rezendes (Mark Ruffalo), Sasha Pfeiffer (Rachel McAdams) y Matt Carroll (Briand d'Arcy James), secundados por el nuevo editor jefe del Boston Globe, Martin “Marty” Baron (Liev Schreiber). Y con sus investigaciona provocaron una enorme crisis en una de las instituciones más antiguas y seguidas del mundo, la Iglesia Católica, al ahondar en los alegatos de abuso sexual dentro de la misma. Sus investigaciones les harán desenmascarar un escalofriante número de abusos y denuncias a lo largo de los años encubiertas por organizaciones religiosas, legales y gubernamentales de Boston. Su trabajo, les valió el Premio Pulitzer en 2003, además de causar una ola de revelaciones alrededor del mundo al desenterrar el escándalo. 

Spotlight puede dar imagen de fría y hasta de carente de emoción, pero es que su cometido no es estremecer al espectador con extremas emociones, si no hacerlo con los hechos escalofriantes que cuenta. Por ello no es una película emocionante, ni de bellas imágenes, ni sorprendente (y de ahí la sorpresa de su elección como mejor película en los Oscar), solo marca la rigurosidad periodística de la investigación y esa es la propuesta de McCarthy. 

Y en esta propuesta las diferentes declaraciones que se desgranan en la película. La de Phil Saviano, quien dirige SNAP: “No solo es abuso físico, también es abuso espiritual”. La del abogado Mitchell Garabedian, quien iniciara muchos antes la investigación no conclusa: “Hágame caso. Si la comunidad puede criar a un niño, la comunidad puede abusar de él”. La del reportero Walter "Robby" Robinson: “Tenemos dos historias. Una sobre un clero degenerado y otra sobre un puñado de abogados que convirtieron el maltrato infantil en una pequeña industria. Ahora dime, sobre qué historia quieres que escribamos, pues usaremos una”. La de Martin “Marty” Baron a sus redactores: "La gran historia no está en los curas, como individuos, está en la institución. Hay que apuntar contra los males del sistema"

Y es cierto que Spotlight no profundiza en sus periodistas, pues apenas se nos muestra más que retazos de su vida personal, pero eso no significa que no lleguemos a entender sus motivaciones y cómo su trabajo les afecta personalmente. Y no esperemos un film de periodistas contras curas, pues esa no es la esencia, la esencia es lo que corroe la verdad desde dentro: los puntos ciegos y lo que cuesta conquistar la luz. Y lo doloroso que es cuando la luz aparece en un tema así. De ahí ese tremendo colofón final: “Durante el año 2002 el equipo de Spotlight publicó cerca de 600 historias sobre el escándalo. 249 curas y hermanos fueron acusados de abuso sexual en la Archidiócesis de Boston. Se estima que el número de víctimas en Boston supera los 1000. En diciembre de 2002 el cardenal Law renunció a la Archidiócesis de Boston. Le reasignaron a la Basílica de Santa María Maggiore en Roma, una de las de más alto rango del mundo católico. Los principales lugares de escándalo han sido descubiertos en los siguientes lugares:… (y entonces aparece un listado de 200 ciudades del mundo)”. 

Un título más que nos deja en la pantalla (y en el tintero) ese variable respeto por el cuarto poder y por el periodismo de investigación. Porque el cuarto poder es capaz de lo peor (ese “amarillismo periodístico” y mundo de las “fake news” que nació hace 120 años con la rivalidad de dos periodistas sensacionalistas afincados en Nueva York: Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst) y de lo mejor (ese periodismos de investigación riguroso que ha sacado a la luz lo que la verdad esconde en tantos campos de la vida). Y aquí Spotlight saca a la luz las manchas de la pederastia, posiblemente de la peor pederastia, la ejercida en el seno de la Iglesia. 

Porque la infancia es sagrada, incluso más sagrada que las instituciones eclesiásticas. Porque la infancia la creó Dios para ser respetada, cuidada y amada. Y las instituciones eclesiásticas las crearon los hombres y mujeres para honrar a Dios. Y con este tema se pierde toda coherencia del relato.

 

lunes, 23 de septiembre de 2019

Vapeo, el peligro emergente


Hace justo un año publicamos en este blog el post titulado "La epidemia (y las consecuencias) de los cigarrillos electrónicos entre los jóvenes", en donde, ante el alarmane crecimiento del uso (y abuso) del cigarrillo electrónico se respondían a estas preguntas: 
- ¿Qué contiene el cigarrillo electrónico? 
- ¿Cuáles son los efectos sobre la salud del cigarrillo electrónico¿? 
- ¿Sirven los cigarrillos electrónicos para dejar de fumar? 
- ¿Cuáles son las llamadas de atención frente al cigarrillo electrónico? 

La aparición en prensa de dos recientes noticias, nos hace volver sobre el tema, si cabe, con mayor énfasis. Dos artículos en El Mundo publicados este mes de septiembre: 

Se enfatiza en que los cigarrillo electrónicos ni son más sanos ni ayudan a dejar de fumar. Las sociedades médicas cargan al unísono contra los sistemas de vapeo tras conocerse su relación con una nueva enfermedad grave, y advierten del peligro de reenganchar a los jóvenes al tabaco. 
Y se advierte de que se han presentado como inocuos y no lo son. Lo que expulsan no es vapor de agua: está lleno de tóxicos. 
Y se propugna que hace falta un cambio legal para evitar que se vuelva a normalizar el tabaco, sea el tradicional, el vapeo o el tabaco calentado. 

En donde se informa que al menos 530 personas en EE.UU. han desarrollado una misteriosa enfermedad pulmonar vinculada con el vapeo- 7 de los cuales han fallecido -, según una investigación de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA). 
Los casos reportados tenían como antecedente de uso de cigarrillo electrónico o de vapeo, y aunque está pendiente de confirmación habla sobre la necesidad de ser más que prudentes en su uso, pues el vapeo tiene aún demasiadas preguntas sin responder. 

Este será alguno de los muchos temas que tendrán lugar el día 4 de octubre en el II Curso Nacional de Tabaquismo en Pediatría, sobre el que ya hemos informado en estas semanas y en el que te esperamos. Un curso con los más prestigiosos especialistas en el tema y del mayor interés práctico. 
En el enlace adjunto podéis encontrar toda la información y os dejamos en el enlace de preinscripción
https://goo.gl/forms/gegMjrv0OSIxWMSp1

lunes, 26 de agosto de 2019

¿Por qué ninguna universidad española figura entre las 150 mejores del mundo?


Esta pregunta parece que nos retraemos al día de la marmota de la película Atrapados en el tiempo. Y ya no estoy para hacer de Bill Murray... Y, sin embargo, esta pregunta se repite año a año. Y en este blog lo hicimos en el año 2016 y en el año 2017. Supongo que por no ser cansinos, no la hicimos el año pasado, pero aquí estamos en el año 2019 con el mismo sonsonete... 

Porque parece existir un antes y un después para las universidades (que Dios nos pille consfesados) con el Academic Ranking of World Universities (ARWU). Este sistema de clasificación se publicó por primera vez en junio de 2003 por el Center for World-Class Universities and the Institute of Higher Education of Shanghai Jiao Tong University (China) y se actualiza anualmente. Se ha convertido en un sistema de referencia internacional, a pesar del alboroto y críticas a su debilidad metodológica. 

Acaba de publicar el ranking ARWU de este año - como cada año desde 2003 -, que nos permite conocer las universidades mejor valoradas a nivel global o por especialidades (Medicina, Física, Químicas, Matemáticas, Económicas, Ingeniería, Ciencias Sociales, etc). ARWU utiliza seis criterios para clasificar las universidades del mundo: número de alumnos (peso=10%), ganadores de Premios Nobel o medallas de reconocido prestigio en su campo (peso= 20%), número de investigadores altamente citados en Thomson Scientific (peso= 20%), número de artículos publicados en revistas de Nature y Science (peso= 20%), número de artículos indexados en Science Citation Index-Expanded y Social Sciences Citation Index (peso= 20%), y el rendimiento per cápita con respecto al tamaño de la institución (peso= 10%). Está claro que es un ranking que premia la labor científica de élite, menos la docente, poco o nada la satisfacción de los alumnos o el profesorado, no sé si esto se corresponde con la transferencia social de los ámbitos universitarios... En fin, que no me extrañan las críticas, pero dado que caímos en la "impactolatría" (con el dicho factor de impacto que se hizo para revistas y no para autores), por qué no caer en la "shanghailatría"... 

Más de 1.000 universidades se estudian por ARWU cada año y las 500 mejores se publican en la web. Este el ranking de este año 2019. Y este año algún titular periodístico se ha puesto positivo, aunque yo no sé si están las cosas para tirar cohetes... Cabe valorar que las 20 universidades situadas en primer lugar, hay 16 de Estados Unidos, 3 de Gran Bretaña y 1 de Suiza. En el podio se situán Harvard Universitiy, Stanford University, Cambridge, Massachusetts Institute of Technology (MIT) y California, Berkeley. Y esto, salvo mínimos cambios, se repite año a a año. 
Sólo aparecen 13 universidades españoles en este listado de 500: la primera aparece entre los puestos 150 a 200 (Barcelona), entre los puestos 201 a 300 hay cuatro (Universidad Complutense de Madrid, Universidad de Granada, Universidad de Valencia y Universidad Autónoma de Barcelona), entre los puestos 301 a 400 hay dos (Universidad Autónoma de Madrid, Universidad Pompeu Fabra) y entre el puesto 401 a 500 hay seis (Universidad Politécnica de Valencia, Universidad de Oviedo, Universidad de Sevilla, Universidad País Vasco y Universidad de Zaragoza). Sin rastro del resto y son muchas las universidades españolas... y cada vez más: en estos momentos se contabilizan 85 en España (y seguro que me dejo alguna), y sí... sobran universidades españolas y lo dicen muchas personas e instituciones. 

El debate sobre la universidad española y la enseñanza universitaria es constante en el tiempo. En los últimos años, en el campo de la Medicina, el debate se ha focalizado sobre la necesitad o no de abrir nuevas Facultades de Medicina. El problema ronda siempre alrededor de dos conceptos: cantidad frente a calidad. Sea como sea y mire como se mire, a nivel internacional, los criterios de calidad de la universidad española son deficientes. Por algo será,... y algo habrá que cambiar. Y no hablo sólo de adaptarnos al "Plan Bolonia" y al Espacio Europeo de Educación Superior (que eso se sobreentiende, como el valor en el ejército). Y sobre todo, mejor no hablar de nuevo de ANECA, de cuyo fracaso ya hemos hablado y que alguien tendrá que solucionar antes que la enseñanza universitaria se venga a pique y los que pierdan sean nuestros queridos estudiantes (que ellos no tiene culpa de la estulticia de los adultos). 

Porque una universidad española endogámica, que no cuida a sus alumnos ni cuida a sus profesores, que desprecia el español y se enarbola de impactolatría y cuartiles, sin tener en cuanta la calidad e importancia del trabajo docente (compartido con el asistencial en la mayoría de los profesores clínicos de hospitales y centros de atención primaria en el caso de las Ciencias de la Salud) nunca llegará a nada, y perderá todo. Y no hablo del ranking elitista de Shanghai, sino en cualquier ranking, aunque cree uno en Barruelo de Santullán, mi pueblo, o en cualquiera de los bellos pueblos de España. Aviso a navegantes, menos rankings... y más coherencia.

lunes, 10 de junio de 2019

Un mal llamado Selectividad: una desigualdad que tiene que corregirse


Hace casi una década que comentaba en este blog que podíamos reconocer tres hitos en la Medicina… que nos pueden hacer morir de éxito: el examen MIR (y su “miritis”), el sistema peer-review (y su “expertancia”) y el factor de impacto (y su“impactolatría”). Hitos de los que conocemos más sus debilidades que sus fortalezas, pero frente a los que no disponemos (o no se usan) aún de sustitutos claramente mejores, aunque serían muy deseables. 

Pues bien, anterior a esto (y extendido a todas las ramas de estudio) hay una prueba que está resultando muy cuestionada: la denominada Selectividad. Esa prueba que hace un par de años pasó de la denominación Prueba de Acceso a la Universidad (PAU) a su actual denominación como Evaluación de Bachillerato para el Acceso a la Universidad (EBAU)

Pero le vistamos a la Selectividad con una sigla u otra, el problema es el mismo. La disparidad de exigencias, modalidades y criterios de evaluación de las pruebas de Selectividad que hace unos días han pasado miles y miles de estudiantes en España, hace urgente necesidad de que la clase política aborde de una vez por todas una de las asignaturas pendientes de nuestra democracia: la aprobación de un gran pacto de Estado sobre Educación que garantice, por una lado, los mismos derechos y deberes a los estudiantes, independientemente de la comunidad autónoma en la que vivan. Pero también, que asegure una educación de calidad igual para todos mediante la cual se procure una alta formación humanística y ciudadana, así como una preparación técnica que permita a los españoles competir en un mercado laboral cada vez más globalizado y exigente. 

Esto ha sido motivo de debate en los últimos días con titulares evidentes de que no tienen la misma oportunidad de pasar (ni con la misma nota) alumnos de Canarias (donde la prueba es más fácil) y alumnos de Castilla y León (donde es más difícil). Y eso no es justo ni coherente. Como no lo es que en una misma comunidad haya cientos y cientos de profesores que evalúen los exámenes sin ningún criterio de homogeneidad, máxime cuando hay que puntuar textos sobre Séneca o sobre Quevedo. Y se evalúan miles de exámenes en muy pocos días - a cambio de un sobresueldo -, con baremos que son cualquier cosa menos homogéneos y equitativos. Y no tendría mayor importancia sino fuera porque de esa nota sale el futuro académico y profesional de los alumnos. 

Y todo esto no es nuevo. No es nuevo porque ahora esté en el debate periodístico, sino porque ha sido así siempre y es un mal que se debe erradicar. ¿Alguien se imagina un examen MIR diferente - y de diferente dificultad - entre Andalucía y Galicia?, ¿alguien se imagina un examen EIR con preguntas de desarrollo evaluado por cientos de profesores diferentes? No, verdad. Pues lo mismo con la Selectividad. En este país de reino de taifas y de Comunidades Autónomas que hacen de su capa un sayo, al igual que tenemos un MIR único y que pedimos un Calendario Vacunal único, solicitamos una Selectividad/EBAU única. 

Nuestros hijos e hijas se le merecen, nuestra sociedad se lo merece, nuestra educación se lo merece. Porque pocas cosas dan tantas vueltas como la terminología educativa, cuyas denominaciones cambian tan rápido como las leyes. Entre la LOGSE y la LOCE, la LOE y la LOMCE, hemos cambiado todo lo que se podía cambiar para cabrear al profesorado, marear a los alumnos y enojar a las familias. 

Así que ese mal llamado Selectividad/EBAU debe terminar con la desigualdad de evaluación intolerable. Y como esto lo conozco de primera mano, si alguien quiere que se lo tararee en privado, se lo tarareo... no tengo problemas.

sábado, 8 de junio de 2019

Cine y Pediatría (491). “Lolita”…, mi pecado, mi alma


“Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul” (Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma). Son las palabras mágicas con que Vladimir Nabokov abre el mundo de "Lolita", una de las novelas más perturbadoras y cautivadoras de la literatura, y un clásico universal y cuya belleza aumenta con el tiempo. Porque más allá del deseo, más acá del amor, rodeado de obsesión y dolor, el protagonista de la novela, un escritor llamado Humbert Humbert, hace público su “pecado” de amar y desear a una adolescente con el arte de la literatura hasta crear una de las más sutiles y complejas creaciones literarias de nuestro tiempo. Corría el año 1955 y, quién sabe, quizás esta obra hoy no se hubiera escrito... Pero expiraba el siglo XIX cuando Vladimir Nabokov nació en San Petersburgo en una familia aristocrática y fue en el año 1919, en plena Revolución comunista, cuando su familia abandonó su país bajo el régimen dictatorial para establecerse en diversos países alrededor del mundo: Inglaterra, Alemania, Francia, Estados Unidos (incluso adquirió la nacionalidad estadounidense) y allí escribió nuestra “Lolita”. Primero huyó de los bolcheviques, luego huyó de los nazis. Y en la última etapa de su existencia residió en Suiza y, como muchos artistas, decidió morir en ese paraíso llamado Montreux y desde allí contempló como su "Lolita" desató un escándalo moral, cuando justo lo que Nabokov buscaba era alejarse de la moral

“Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, cuando estaba de pie, con su metro cuarenta y ocho de estatura, sobre un pie enfundado en un calcetín. Era Lola cuando llevaba puestos los pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos fue siempre Lolita”. Y a partir de ahí se acuñó ese nombre para referirse a aquellas preadolescentes tan seductoras como inocentes de su propio milagro de atracción sobre algunos hombres. Porque "Lolita" es una matrioska en la realidad y en la ficción: en manos de los lectores surgen múltiples lecturas, pero siempre belleza. Y como ocurre con las grandes obras literarias, se intentan transformar en guión y trasladar a la gran pantalla. Y esta novela ha sido adaptada en dos versiones cinematográficas: una en blanco y negro dirigida por el gran Stanley Kubrick en el año 1962, y en una segunda versión en color dirigida por Adrian Lyne en 1997

Una novela con cuatro personajes icónicos: Dolores Haze, Lolita, la adolescente de 12 años, y su madre viuda Charlotte Haze, divertida y moderna, competidoras ambas por los hombres que las rodean; Humbert Humbert, el escritor que alquila la casa para acabar convirtiéndose en el esposo de Charlotte, pero especialmente el padrastro de Lolita; y Claire Quilty, ese misterioso guionista de televisión que se transforma en policía, psicólogo y otros muchos personajes. En la versión cinematográfica en blanco y negro estos personajes fueron interpretados por Sue Lyon, Shelley Winters, James Mason y Peter Sellers. En la versión en color por Dominique Swain, Melanie Griffith, Jeremy Irons y Frank Langella. En la primera con la compañía musical de Nelson Riddle, en la segunda con Ennio Morricone. 

Y cada uno tendrá su especial visión de una u otra adaptación. Los críticos consideran que la versión original de Kubrick es mejor en la definición e interpretaciones de cada uno de sus cuatro personajes, aunque parece que la versión de Lyne es más fiel a la novela de Nabokov. Cierto es que los inicios de la década de los 60 no pueden ser iguales al final de la década de los 90 a la hora de contar en imágenes la relación que Lolita mantiene con su padrastro, y en donde en la primera todo se insinúa en la segunda todo resulta más explicito. Personalmente me quedó con el eterno blanco y negro de la versión original y en la que, como nos dice el misterioso lobo feroz con piel de conejo por nombre Claire Quilty: “Lolita, diminutivo de Dolores, las lágrimas y las flores”. Sea como sea, ambas películas conllevaron un mismo destino a sus dos jóvenes actrices: Sue Lyon y Dominique Swain fueron elegidas entre miles de aspirantes para interpretar el escandaloso papel de Lolita, y el papel que las iba a convertir en estrellas acabó relegándolas al olvido y destruyó sus prometedoras carreras. 

Y me centro en la versión de Stanley Kubrick. En la escena inicial aparece una suntuosa mansión desordenada por lo que uno imagina que ha sido una pasada fiesta nocturna, y donde se comete un asesinato, se intuye que por venganza: “Es su sentencia de muerte, léalo”. Y luego la película regresa a 4 años antes donde entenderemos el por qué. Y nos traslada a esa formidable escena donde Charlotte enseña a Humbert la casa en New Hampshire que quiere alquilar y a éste le desaparece cualquier duda sobre su decisión cuando ve por primera vez a nuestra joven protagonista en bañador en el jardín, inolvidable escena, junto con la posterior del hula hoop. Y a partir de ahí Humbert escribe en su diario lo que siente por Lolita: “Me vuelve loco la doble naturaleza de esa ninfa. De todas las ninfas, tal vez. Esa mezcla que tiene Lolita de ternura y soñador puerilidad y una especie de vulgaridad inquietante. Sé que es una locura escribir este diario, pero me proporciona una rara emoción…” Pero la celotipia de madre e hija acaba con ésta en un campamento, y así despide su ya padrastro: “Supongo que no volveré a verte. No me olvides”. 

Y Charlotte escribe esta carta a su inquilino: “Esto es una confesión. Te quiero. Cariño, el domingo pasado en la iglesia cuando le pregunté al Señor qué debía hacer al respecto, me dijo que actuara como lo estoy haciendo. Ya ves que no hay alternativa. En cuanto te vi, supe que te amaba. Soy una mujer apasionada y solitaria. Y tú eres el amor de mi vida. Ahora los sabes. Así que, por favor, haz las maletas y márchate. Te lo ordena la patrona. Estoy despidiendo a un inquilino. Te estoy echando. Vete, largo, “departez”. Volveré a la hora de la cena. No quiero encontrarte en casa. Pero, “chérie”, si decides quedarte, si te encuentro en casa, y sé que no será así, por eso puedo seguir hablándote de este modo, el hecho de que te quedes puede significar una cosa, que tú me deseas tanto como yo a ti, como compañera para toda la vida y que estás dispuesto a unir tu vida a la mía para siempre y a ser un padre para mi hijita. Adiós, querido. Reza por mí, si es que alguna vez rezas”. Y la risa de Humbert al terminar su lectura es de satisfacción, pues sabe que siempre estará cerca de Lolita. 

Un atropello accidental de Charlotte provoca un giro argumental de la película, que a partir de aquí adquiere el sabor de road movie con tintes de cine negro, en la que Humbert recoge a Lolita del campamento y viajan juntos, sin que ésta conozca inicialmente el trágico final de su madre. Y él le dice: “Lo pasamos muy bien juntos, ¿verdad Lolita?”, y ella le responde: “¿Sabes lo que más deseo en este mundo? Que estés orgullosa de mí”. Y otra icónica escena, donde el padrastro pinta las uñas de los pies a Lolita, nos delata oscuros caminos que la pantalla no muestra, esa mezcla del vampirismo de Lolita y de la pederastia de Humbert. Y merodeando esta relación, los distintos personajes del misterioso Quilty, sobre quien Lolita mantiene una oculta atracción, similar a la obra que interpreta bajo su dirección y por título “Las hechiceras hechizadas”. 

Finalmente Lolita huye de su padrastro tras una furtiva salida de un hospital. Y un fundido en negro nos devuelva a años después sobre este texto en una máquina de escribir: “Querido papá. ¿Cómo va todo? Yo he pasado muchas penurias y dificultades. Me he casado. Voy a tener un niño. Me estoy volviendo loca porque no tenemos suficiente dinero para pagar nuestras deudas y salir de aquí. Por favor, envíanos un cheque”. Curiosamente una carta escrita un 19 de marzo, Día del Padre… 

Y al final la película regresa al principio. Y entonces, cuando Humbert descubre el nombre de la persona que ayudó a Lolita a huir de aquel hospital y a escapar de él, conocemos la verdad y de ahí el epílogo del film: “Humbert Humbert murió en la cárcel de trombosis coronaria mientras esperaba ser juzgado por el asesinato de Claire Quilty”

Y así finaliza, tras 152 minutos de metraje, este complejo y duro retrato de una obsesión, esa enfermiza relación entre el carácter destructivo de nuestra poco inocente Lolita y el autodestructivo del romántico patético de Humbert. La historia de un amor obsesivo, dominado por celos exagerados, alimentado por un deseo de posesión extralimitado y asociado a temores, inseguridades y frustraciones. Un amor intergeneracional, un amor con connotaciones pedófilas, donde interesa observar la evolución de Humbert: seguro e ingenioso al principio, inseguro cuando está con Lolita y frío, sombrío y sin autoestima al final. Y es que a Stanley Kubrick siempre le gustó tratar universales y controvertidas cuestiones, como el pacifismo en Senderos de gloria (1957), la lucha por la libertad en Espartaco (1960) o la cosmología, el pasado y el futuro en 2001: Una odisea del espacio (1968), y en esta ocasión nuestra Lolita habla de la libido, la más ardiente de las pasiones humanas, y ese difícil tránsito para vencer la concupiscencia

Por desgracia para la sociedad y para nuestra profesión, todo lo anterior a veces no adquiere el carácter de obra de arte literaria o cinematográfica, sino de triste y desdeñable realidad. Se cuenta que Nabokov con Lolita hace referencia a un caso parecido ocurrido en 1948, el de Sally Horner, una niña de 11 años abducida durante meses por un mecánico de 50 años. Porque Humbert Humbert es consciente de que es un “enfermo”, un monstruo a ojos de la sociedad. Y son los recovecos de la mente humana los que le interesan a Nabokov (a Kubrick y a Lyne), una forma de explorar este universo conceptual y sacarle jugo artístico a una realidad aterradora.

 

sábado, 1 de diciembre de 2018

Cine y Pediatría (464). “Playground”, infancias que no son un patio de recreo


El cine polaco tiene una triada de directores que han traspado fronteras: Krzysztof Kieślowski (reconocido por su trilogía Tres colores: Azul, Blanco y Rojo), Andrzej Wajda (un devoto del movimiento polaco alrededor del sindicato Solidaridad y que tradujo en películas como El hombre de mármol y El hombre de hierro) y el controvertido Roman Polansky (encumbrado con obras como La semilla del diablo, Chinatown o El pianista, por la que ganó su único Oscar). A partir de ahí, la presencia de Polonia en nuestras carteleras es testimonial. En Cine y Pediatría hablamos en su momento de una película del director polaco Yuran Bogayevicz, pero una película de nacionalidad estadounidense: Hijos de un mismo Dios (2001). 

Y hoy llega a Cine y Pediatría la primera película desde Polonia, la ópera prima del director Bartosz M. Kowalski, que compitió en la edición de 2016 del Festival de San Sebastián por la Concha de Oro y en varias de sus proyecciones se produjo un abandono del público ante la dureza de las imágenes, especialmente en su tramo final. La película se titular Playground, pero bien podría haberse titulado “Hijos de un mismo demonio”, porque es una obra que nos saca de nuestra zona de confort, que vemos avanzar con desasiego y que finaliza en zozobra (perdiendo el aliento en los últimos planos), al atreverse a hablarnos con imágenes del horror de lo cotidiano, al mostrarnos la brutalidad de la violencia entre niños y adolescentes por la que actualmente se rige la vida escolar en la Europa que vivimos. Porque Playground directamente señala al espectador, al que remueve de su butaca, porque nos enfrenta al concepto de la maldad en una historia de preadolescentes que cometen un acto de brutalidad extrema visto desde una perspectiva distante y fría, lo que acentúa aún más su escalofriante mensaje. 

La película narra el último día de colegio de tres preadolescentes de 12 años en una pequeña ciudad polaca, y nos lo cuenta en seis partes: las tres primeras corresponden a la presentación de nuestros protagonistas (tres actores que se ponen delante de una cámara por primera vez), lo que acaece en la primera media hora de metraje, y las tres partes finales se enuncian por sus tres localizaciones. 
1. Gabrysia. Gabrysia (Michalina Swistun) se prepara para ir al colegio, se baña, simula pintarse los labios, se mira en el espejo, se viste, desayuna y se monta en el coche de su madre. Solo imágenes, ninguna palabra en los primeros 7 minutos, luego unos acordes de piano y un Whatsapp: “Tenemos que hablar, ¿te acuerdas?”
2. Szymek.  Szymek (Nicolas Przygoda) vive en una colonia obrera, y les vemos como ayuda a levantarse de la cama a su padre inválido, a quien le lleva al baño y le prepara el desayuno. Se nos presenta como un buen hijo, pero en el momento de prepararse para ir al colegio, vemos que abofetea a su padre… y también se mira en el espejo. 
3. Czarek.  Czarek, (Przemek Balinski), aparece comentando a su madre que no quiere que su hermano de un año duerma en la misma habitación que él. Luego se corta el pelo al cero y también se mira en el espejo. Discute y desobece a su madre, y sale de casa camino de la escuela, sin dejar de modelar una bola de arcilla. 
4. La escuela. Tras la presentación de nuestros personajes, con un comportamiento peculiar que no presagia nada bueno, finalmente se encuentran en el patio de recreo del colegio. Allí donde una chica ayuda a Gabrysia a declararse a Szymek. Y todo ello mientras asisten a la ceremonia del clausura del curso. Y resuenan estas palabras de la directora en la entrega de los premios del curso: “Como vuestra directora quiero despedirme de vosotros con estas inspiradoras palabras que un gran líder dijo una vez a su hijo: La sabiduría es la mayor riqueza del mundo. La estupidez es la mayor pobreza. Evita la auto-admiración. Sé orgulloso de tu buen carácter. No busquéis amigos entre los tontos, ya que te traerán más problemas que provecho. Ten cuidado con los mentirosos que son como ilusiones. Te convencerán de que lo que es distante está cerca y te alejarán de lo que realmente está aquí”. 
5. Las ruinas. Porque Gabrysia tiene la última oportunidad del curso para declararse a Szymek, el chico más guapo de su clase, para lo cual organiza una cita secreta en una casa en ruinas, a la que éste acude con su amigo Czarek. Y lo que se esperaba que fuera una charla íntima, se descontrola y entre esas ruinas asistimos a las ruinas del ser humano representado por estos dos chicos que volcarán su violencia contra la niña, una violencia cargada de machismo y que es premonitoria de la crueldad y violencia de la última parte. 
6. Playground. Szymek y Czarek encuentran en el centro comercial a un niño de 3 años y lo sacan de allí y se lo llevan al campo. Y, por fortuna, la cámara está continuamente alejada de la acción, porque es difícil soportar la visión de lo que se intuye. Y que hace dudar del ser humano, incluso de si el mal existe en la mente de unos preadolescentes. Y la cámara se mantiene fija entre los tres protagonitas de la acción, las vías del tren y el campo… y se hace insufrible. Porque es posible que los 10 minutos finales de esta película sean de los más insoportables que uno recuerde. 

Y lo peor es que esta basada en hechos reales: inspirada en la historia de Robert Thomson y Jon Venable en los años 90 en Liverpool, dos preadolescents que mataron a un pequeño de tres años por razones que nunca se llegaron a aclarar. Y por ello esta película es una experiencia que no dejará a ningún espectador indiferente. No es de extrañar que fuera una de las obras más controvertidas proyectadas en su momento en la capital donostiara y que, no en vano, desató la polémica y la indignación por su violencia. 

La naturaleza de la maldad es el eje sobre el que pivota un filme que, sin duda, traerá polémica y nos dejará noquedos: o lo amas o lo odias. Y nos dejará diversas preguntas: ¿por qué existe la violencia entre niños?, ¿es la crueldad inherente al ser humano o se llega a ella por la influencia del entorno?, etc. Y con un estilo casi documental, distante y frío como suelen ser las películas polacas, conocemos en los tres primeros capítulos a los tres protagonistas. Ya los tres los observamos en sus casas, en el entorno familiar, antes de acudir al último día de clase. Se trata de un recorrido esencial para ver las carencias afectivas que estos niños tienen, cómo sus vidas les han obligado a madurar de golpe por las cargas que sufren y las ausencias de figuras primordiales en el hogar como la materna o paterna. 

Y mientras suena la música clásica de la película, sentimos la angustia de que nos cuenten el lado oscuro de la infancia. Porque hay infancias que no son un patio de recreo...

 

miércoles, 29 de agosto de 2018

El amarillismo periodístico (y 2): el hoy de Redacción Médica y otros


Podemos leer en Wikipedia la definición de prensa amarilla: “Es un tipo de periodismo que presenta noticias con titulares llamativos, escandalosos o exagerados para tratar de aumentar sus ventas, aunque por lo general estas noticias no cuenten con ninguna evidencia (o escasas) y sin una investigación bien definida”. 

El término se originó durante la “batalla periodística” entre el diario New York World de Joseph Pulitzer y el New York Journal de William Randolph Hearts y que ocurrió entre 1895 y 1898, tal como explicamos en el post previo. Fue el periódico New York Press el que acuño el término “amarillismo periodístico” para definir el trabajo de los personajes previos y a ello contribuyó el éxito del personaje The Yellow Kid en ambos diarios. Este mismo diario elaboró en 1989 el artículo “We called then Yellow because they are yellow” (el título es un juego de palabras, pues “yellow” en inglés significa tanto amarillo como cruel y cobarde). 

Ejemplos de prensa amarilla existe en todos los países y en todos los entornos. Y se ha extendido a otros medios de comunicación, con la televisión como paradigma. En ocasiones hay una comunión entre los que emiten el mensaje y los que lo reciben, con sintonía en algunos factores como: 1) el gusto por el entretenimiento extremo por encima de la veracidad; 2) el gusto por los enfoques transgresores, sin reparar en aspectos éticos, morales o de valores; 3) la preferencia por las narrativas de acción en desmedro de una actitud más analítica. 

Y así es como hasta los estudiantes de periodismo han estudiado, de forma simplista pero real, las dos categorías de periódicos: el serio y el amarillista (aunque hoy los límites hasta son más difíciles de determinar) 
- El periodismo serio se caracteriza por la calidad de sus informaciones y de sus textos, que se publicaban cuando tenían detrás de sí al menos dos fuentes contrastadas, y que persiguen informar al lector a través de la razón. Ejemplos son The New York Times, The Washington Post, Frankfurter Allgemeine, Le Monde, El País, El Mundo, etc. 
- El periodismo amarillista se caracteriza por buscar el sentimiento del lector, del que se busca una reacción inmediata, bien a través de los titulares o de los temas (las polémicas son un gran lugar de encuentro), sin que la constatación de que el rigor de la noticia sea clave. Ejemplos son The Sun, Der Bild, o extinta prensa de sucesos (El Caso) o revistas del corazón. 

Lo que más molesta es que este tipo de dicotomía se plantee también entre el periodismo especializado y, en concreto, en el periodismo sanitario. He tenido la oportunidad de colaborar y formar parte de noticias de prestigiosos rotativos como Diario Médico, Gaceta Sanitaria, Diario Farmacéutico, por citar algunos. Pero una reciente experiencia con el rotativo Redacción Médica me lleva a expresar los hechos, los valores y los deberes de esta vivencia que, desgraciadamente, afecta a más profesionales que al que esto suscribe. 

El 3 de noviembre aparece una noticia en Redacción Médica con este titular, “La AEP se disculpa tras 'meterse en un jardín' con la educación en Cataluña”, y en el que hay una mención expresa a mi persona (con nombre y apellidos), sin que en ningún momento el periodista contactara conmigo para contrastar los hechos en relación con un post personal publicado el día previo en el blog Pediatría basada en pruebas por título “El oxímoron de la educación en las escuelas en catalán”, un post, como todos los que realizo, basado en pruebas (cual es el título del blog, pues las evidencias me acompañan en mi carrera profesional y muchos otros matices, pero esa no es la cuestión), y que recibió algún insulto sectario -pocos y maleducados- de un pequeño número de pediatras desde Cataluña con una diferente visión de una realidad que conozco bien, pero que salvo los insultos no contrastaron con otras pruebas que desmintieran lo allí expresado.

Parece ser que la polémica en Twitter agudiza el sentido de algún periodista de este diario (luego comentaremos que hay toda una sección dedicada a ello), por lo que sacaron la noticia previa en busca de urgar en la herida (y si es posible remover la suciedad) y con una serie de errores como son: 
- La AEP no tuvo nada que ver con el contenido, pues el contenido apareció en el blog Pediatría basada en pruebas y en su cabecera indica: "Blog personal, no ligado a ninguna Sociedad científica profesional". Hay muchos "retuits" y "compartir" que pueden aparecer en determinados foros y no tener nada que ver con ellos, salvo que alguien quiera sacar las cosas de quicio.
- En el final del artículo se indica "su autor es Javier González de Dios, especialista del Hospital General de Alicante y coeditor de la revista Evidencias en Pediatría. Hasta el momento, no se ha manifestado sobre la conveniencia o no de su polémico artículo" tiene un error craso, pues hace ya 5 años que no soy coeditor de la revista Evidencias en Pediatría (relación que, como explico adelante, no tiene ningún sentido).
- Y sobre la conveniencia de mi artículo, solo puedo reafirmarme, como lo hice en mi segundo post y como lo hago día a día ante los secesionistas y ante cualquier forma de maltrato infantil (también respecto a la educación programada): ellos, unos pocos pediatras -pocos, muy pocos y ruidosos - quisieron implicar a la AEP en esto y matar al mensajero. Aquí mi post aclaratorio bajo el título “La diferencia entre un blog personal y la opinión de un sociedad científica”.

Han pasado nueve meses de estos hechos y he podido analizar reposadamente la tendencia amarillista de este periódico sanitario en publicar los “zascas” que tanto gustan en los patios de vecinos y tan poco en la información de un medio científico. Los hay para todos los gustos, pero con una sistemática similar: les gusta los entrecomillados en el titular o texto con un lenguaje de andar por casa (en la noticia que me implica, lo de “meterse en un jardín” es muy poco respetable para mi persona y para la AEP), se fundamenta en las polémicas alrededor de Twitter y otras redes sociales (copiando frases y fotos en muchas ocasiones) y es posible que los aludidos nunca sean consultados sobre la conveniencia (o veracidad) de lo expuesto.

Expongo algunos ejemplos, que hay para todos los gustos: 
- Twitter explota con la opinión de un ginecólogo sobre los partos en casa.
- Dura muestra de machismo en la sanidad: "Este coñito está perfectamente”.
- Los pediatras 'ponen en su sitio' a un conocido 'influencer antivacunas'.
- Un pediatra desmonta la última chorrada de moda para que los bebés duerman.
- #EnPijamaAcurrar, la respuesta enfermera contra los disfraces sexistas. 
- Polémica por una receta con sello oficial que prescribe homeopatía.

Pero sobre esta polémica la propia Asociación Española de Pediatría (AEP), que en seguida se desligó de mi post (pues nada tenía que ver, lógicamente), tampoco sale bien parada y sirvan estos tres enlaces de muestra:
- Dura polémica: Pediatría "no ha pedido perdón" por "matar" a miles de niños.
- La AEP avala un manual que defiende las pseudoterapias.
- Jaleo por vincular vacunas y galletas Dinosaurus con ‘sobornos’ y Pediatría.

Y hay todas las que queráis, pues la mayoría de ellas vienen de una sección que llaman “Vírico” y que se puede seguir en Facebook o en Twitter, y si os dais una vuelta veréis que dejan a a la altura del betún a Pulitzer y Hearst (es lo que tienen las nuevas tecnologías…). 

Reposado mi malestar en aquel noviembre de 2017 y revisado la trayectoria de este diario, me puse con contacto con ellos hace un mes, pues en el Código Deontológico de la revista indica (en su versión Ecuador, pues no he encontrado lo anterior en su versión España): “j) Cuando se hubiere cometido un error, SANITARIA2000 ECUADOR S.A. deberá reconocerlo y ofrecer a sus lectores la redacción adecuada y sus disculpas. Cuando se reciban solicitudes de aclaración, rectificación o réplica, se debe verificar si el reclamo tiene razón de ser y si la respuesta es positiva debe atenderse cuanto antes lo solicitado”. 

Mi réplica tuvo lugar en junio de este año por correo electrónico a la revista y la respuesta de su Director de publicaciones fue que “nuevas formas de comunicación, como blogs, redes sociales y otros medios 'nuevos', que a nuestro juicio reflejan la realidad de manera tan fidedigna como otras vías tradicionales que conocíamos hasta ahora, y creemos que en muchas ocasiones no requieren de un 'recontacto' con la fuente para corroborar lo allí vertido por los propios protagonistas del sector sanitario”.

Estos son los hechos acaecidos contra mi persona (y otras) en este medio de comunicación sanitario. Estos son sus valores del periodismo y mis valores como profesional y ciudadano: bien diferentes. Nadie pone en juicio la libertad de prensa, mientras no se vulnere el respeto a las personas. Recordemos que tradicionalmente se dice que "por la boca muere el pez" (uso ahora también el famoso entrecomillado), pero hoy podemos morir por el tweet mal digerido. Y si no, que se lo digan a algunos políticos o personajes públicos…

Y cada uno sabrá sus deberes. Los míos ya están en camino… y es denunciar este tipo de prensa, que a nadie beneficia. Porque además es cuestión de tiempo que tu nombre (amigo lector) también aparezca y sin tu permiso ni constatación de veracidad. Porque ya se definió hace 120 años: “We called then Yellow because they are yellow”. Y no hay nada nuevo sobre la faz de la tierra: “Piensen en un buen titular que yo fabrico la noticia” Hearst/Pulitzer

Está claro que entre unos y otros me van a hacer coger manía a un color que estimaba: el amarillo.