sábado, 3 de mayo de 2025

Cine y Pediatría (799) “Las chicas de la estación” y la música urbana de menores tuteladas

 

La directora madrileña Juana Macías es otro nombre femenino a considerar entre el elenco de directoras españolas de esta nueva hornada de la última década. Su debut fue con el cortometraje Siete cafés por semana (1999), por el que obtuvo el premio Goya al mejor cortometraje de ficción. Y tras un breve recorrido por el corto, se estrenó en el largometraje con Planes para mañana (2010), obra por la que fue nominada al premio Goya al mejor director novel. Llegaron luego una serie de comedias de regular resultado de público y crítica, hasta que en el año 2024 da un golpe sobre la mesa con una serie y una película, dos dramas sociales basados en hechos reales. La serie (codirigida junto a Polo Menárguez) es Las abogadas, seis capítulos alrededor de los últimos años de la dictadura franquista y con el protagonismo de cuatro abogadas laboralistas bien reconocidas en la reciente historia de España (Cristina Almeida, Manuela Carmena, Paca Sauquillo y Lola González). Y la película es la que hoy nos convoca, Las chicas de la estación, y que comienza con este mensaje: “Esta película está basada en hechos reales. La identidad de los personajes y la trama se han alterado por motivos dramáticos. Septiembre, 2019. Palma de Mallorca”. 

Las chicas de la estación centra la historia en tres adolescentes de 14-15 años tuteladas que viven en un centro de acogida: Jara (Julieta Tobío), Álex (Salua Hadra) y Miranda (María Steelman). Es peculiar cómo cada una de ellas nos presenta a su compañera en el primer cuarto del metraje: Jara nos presenta a Alex como la más del barrio, la dispuesta a ayudar, aunque con genio y por ello nadie la aguanta mucho; Miranda nos dice de Jara que cuando perrea se te mete dentro, que a ella nunca se le ve el lado oscuro y que le gusta que le miren; Alexa comenta de Miranda que la peña cree que está chalada, pero es tope y dibuja cosas chulas en la libreta esa que tiene, que siempre está happy, pero a veces se le cruzan las nubes negras. 

Las tres viven en este centro de acogida con otros chicos y chicas y al cuidado de sus monitores, allí conviven en espera de un hogar de adopción o acogida. Pero algunos fines de semana regresan a sus hogares cuando vienen a buscarlas, y confirmamos la familia disfuncional que a cada una les ha llevado allí: Jara va con su moderna madre y nuevo novio, junto a su hermano pequeño; Alex acude a su casa, donde la relación con el padre es muy tensa; a Miranda nadie la viene a buscar, pues sus padres la abandonaron de pequeña, y ante los demás se inventa que tiene unos padres espías a los que no puede ver. Pero lo más duro, es que la madre de Jara decide que vaya a otro hogar de acogida, y el padre de Alex le pide que no vuelva a casa durante un tiempo y que les dejen espacio. 

Con estos mimbres no es duro percibir que Jara, Álex y Miranda han crecido sin saber qué es el amor en sus familias. Es el cumpleaños de Jara y las tres quieren celebrarlo en el concierto de su rapera preferida (todo un guiño a la importancia de la música urbana en el desarrollo de la historia). Necesitan dinero para ello y no tienen muchas opciones para conseguirlo. Ahí es cuando aparece una joven del barrio, La China, quien funciona como intermediaria de encuentros y trapicheos, extravagante hasta con el diente que le falta. “No te puedes fiar de nadie, pero de La China menos”, piensa Miranda, pero aún así Jara acepta encuentros sexuales con adultos en los baños de la estación de autobuses, y, más adelante, también convence a Álex para acudir a una fiesta nocturna. 

Y a partir de aquí llega el núcleo duro de la historia. La escena de la furgoneta llena de niños y niñas menores de edad en busca de una fiesta de adultos para intercambios sexuales es dramática, donde la fiesta es grotesca y la vuelta atroz. Al día siguiente Jara busca la píldora del día después, y la exploran en busca de enfermedades de transmisión sexual, mientras ella nos devuelve este pensamiento en off: “La primera pastilla del día después me la dio mi madre cuando pilló a un novio suyo metiéndome mano… y la polla, claro. Aunque tampoco me acuerdo muy bien, pues hace mucho”. Finalmente logran ir al concierto, pero colándose, pues no consiguen el dinero: “Ha sido el mejor cumpleaños de mi vida”, dice Jara a sus amigas. 

Llega la Navidad al centro de acogida y todos abren sus regalos. Pero el de Alex queda sin abrir, porque la noche previa se fue en un coche con chicos y no ha regresado. Se descubre que ha sufrido una violación múltiple en manada y uno de los monitores del centro le da un consejo para que hable con la policía, en lo que es un declaración de muchos quilates actorales: “Y piensa también una cosa: no puedes elegir de dónde vienes, pero sí a dónde vas”. Finalmente, por miedo, Alex prefiere cambiar de centro e ir a la Península. Porque estas jóvenes no solo son víctimas de la sociedad y víctimas de abusos, sino que no se sienten protegidas por las instituciones y la sociedad. Las palabras de la detective de policía son difíciles de olvidar: “No existen niños y niñas prostitutas. Son víctimas de abuso. Y los adultos que tiene relación con estas niñas son los culpables”. 

Tanto agobio y sufrimiento para un final esperanzador, con este colofón final para la reflexión: “En toda España, cientos de menores tuteladas han sido captadas por redes de prostitución sin que la Administración haya tomado medidas para evitarlo. La mayoría de las denuncias por explotación sexual a menores tuteladas están pendientes de juicio o han sido archivadas”, Y por ello la directora, Juana Macía, se documentó sobre esta problemática de la explotación sexual de menores tutelados en España, particularmente en casos que salieron a la luz en Mallorca y una violación grupal que tuvo lugar en la Nochebuena de 2019. Y sitúa la acción en el barrio de Palma de Mallorca conocido como "Corea", un nombre que se remonta a la época de su construcción en la década de los 50, coincidiendo con la Guerra de Corea. Aunque no hay un consenso claro sobre el porqué exacto de este nombre, fue un barrio de viviendas sociales que en la actualidad es una de las zonas más vulnerables y conflictivas de la ciudad, con problemas de marginalidad, delincuencia y okupación. 

Una historia tan dura como real, donde cabe destacar su banda sonora original, compuesta por Isabel Royán, pero que cuenta con una importante selección de música urbana que funciona como hilo narrativo y refleja el estado emocional de las protagonistas. En ella se incluyen canciones de artistas como: La Zowi, Yung Beef, Albany, Negro Jari, Somadantina, Kitty110, L'Beel, La Blackie, Gata Cattana, Pipo Beatz, Dalila… y canciones de bella factura como “Nadie”, “Mis niñas”, “Sueños rotos”, “La gata baila”, “Perra del futuro”, “Habibi”, “Niña suicida”, “Estoy bien” y otra decena más de ellas. Una música que es mucho más que leitmotiv, es la música urbana de sus vidas, la de estas menores tuteladas.