El trabajo infantil ha afectado históricamente a millones de niños y niñas, impulsado por la industrialización en Europa y Estados Unidos durante los siglos XVIII y XIX, donde menores de 10 años trabajaban hasta 16 horas diarias, lo que llevó a las primeras leyes reguladoras como la Factory Act de 1833 en Gran Bretaña. Hoy persiste como problema global pese a ciertos progresos, con 138 millones de niños de 5 a 17 años involucrados en 2024, incluyendo 54 millones en trabajos peligrosos, fallando el objetivo de erradicación para 2025 establecido por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), agencia especializada de la ONU. El Convenio 138 de la OIT fija 15 años como edad mínima general (18 para trabajos peligrosos), pero muchos menores de 12 años trabajan en agricultura, minería, trabajo doméstico forzado y explotación sexual.
África subsahariana lidera el trabajo infantil con la mayor incidencia, donde más de uno de cada cinco niños de 5-17 años trabaja, principalmente en agricultura, minería y pesca, afectando a unos 59 millones. Asia-Pacífico ha reducido su tasa casi a la mitad desde 2000, pero aún suma una gran mayoría de los casos, con niños en trabajos agrícolas y manufactura. Por países, las violaciones graves están encabezadas por la República Democrática del Congo, Etiopía, Myanmar, Chad o Camboya. Pero es un problema demasiado presente aún…donde el cine ha sido testigo, tanto en películas de ficción como películas documentales.
Ya en Cine y Pediatría hemos revisado algunas películas de ficción desde distintas nacionalidades: desde Italia, Ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica, 1946); desde Francia, Mouchette (Robert Bresson, 1967); desde Estados Unidos, En busca de Bobby Fisher (Steven Zaillian, 1993); desde Argentina, El Polaquito (Juan Carlos Desanzo, 2003); desde Alemania (pero ambientada en la India), Sombras del tiempo (Florian Gallenberger, 2004); desde Irán, Las tortugas también vuelan (Bahman Ghobadi, 2004); desde Reino Unido, Oliver (Roman Polanski, 2005); desde Brasil, Ángeles del sol (Rudi Lagemann, 2006); desde Estados Unidos, El triunfo de un sueño (August Rush) (Kirsten Sheridan, 2007); desde Reino Unido (pero ambientada en la India), Slumdog Millionaire (Danny Boyle, Loveleen Tandan, 2008); desde Paraguay, 7 cajas (Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori, 2011); desde Reino Unido (pero ambientada en Brasil), Trash, ladrones de esperanzas (Stephen Daldry, Christian Duurvoort, 2014); desde Irán, Hijos del Sol (Majid Majidi, 2020). Pero hoy vamos a pasar al género documental, más directo y donde las imágenes hablan por sí mismo.
Y hoy vamos a referirnos a la película documental mexicana Los herederos (Eugenio Polgovsky, 2008), cuyo director también es guionista y fotógrafo de este proyecto, que es un retrato de la lucha diaria por sobrevivir de diferentes comunidades rurales y familias mexicanas (de los estados de Guerrero, Nayarit, Oaxaca, Sinaloa, Puebla y Veracruz), donde los niños y niñas comienzan a trabajar desde pequeños (la mayoría escolares), crudas realidades que son reflejo de aquellas de sus ancestros, donde una generación tras otra permanece atrapada en un ciclo perpetuo de pobreza.
Eugenio Polgovsky (1977-2017) fue un cineasta mexicano especializado en documentales que exploraban la vida rural, la pobreza y las tensiones entre naturaleza y civilización en México. Nacido en Ciudad de México, inició su carrera como fotógrafo autodidacta y estudió dirección y cinefotografía en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Polgovsky dirigió, fotografió y editó documentales observacionales sin narración, enfocados en realidades marginadas. Su ópera prima fue Trópico de Cáncer (2004), alrededor de la supervivencia en el desierto de San Luis Potosí, pero también incluye Mitote (2012), sobre diferentes viviencias en el Zócalo de Ciudad de México o Resurrección (2016), la historia de la desaparición de El salto de Juanacatlán, un lugar considerado antiguamente “las cataratas del Niágara mexicanas”, y que en las últimas décadas fue devastado por la contaminación industrial. Falleció joven en Londres y su hermana, Mara Polgovsky, compiló su obra en el libro "Eugenio Polgovsky: La poética de lo real", destacando su mirada poética y humanista. Sus filmes generaron debates en importantes festivales de cine alrededor del trabajo infantil y la pobreza. Y una buena muestra de ello es Los herederos.
Empieza con un fundido en negro bajo el sonido de una nana en un idioma indígena: “Que no despierte mi pequeñito, que no despierte mi dulce sueño…”. Ahí comienzan tres años de rodaje cámara en mano condensados en 90 minutos de un retrato del trabajo infantil sin diálogos, sin narración ni entrevistas y que nos traslada a la vida cotidiana de niños y niñas en ocho zonas agrícolas y montañosas de México. Muestra a estos menores trabajando desde edades tempranas en tareas como cosechar y arar el campo, recoger tomates, maíz, pimientos o judías verdes, pastorear, tejer, fabricar ladrillos, cortar leña, cocinar, cuidar hermanos o tallar alebrijes (estas artesanías principalmente de Oaxaca que combinan elementos de animales reales e imaginarios, pintadas con colores vibrantes y alegres, y que actúan como amuletos frente a los malos espíritus). Algunas veces trabajan solos, otras acompañados de adultos. Trabajan sin cesar, con ahínco, creen en lo que hacen y por qué lo hacen: por sobrevivir. Apenas hablan, solo trabajan, cada uno su función, sin protestar, sin una pizca de procrastinación (esa lacra de nuestra sociedad del Primer Mundo, donde tenemos de todo y en exceso).
El filme sigue el ritmo implacable de sus jornadas laborales, desde el amanecer hasta el agotamiento, capturando momentos de esfuerzo físico intenso sin caer en la victimización explícita. Los niños y niñas aparecen como seres curiosos, alegres y diligentes, interactuando con la naturaleza y sus familias en un México profundo marcado por la ausencia de escuela y oportunidades. Un trabajo generalmente sin horario… para salir adelante de la pobreza. Al final, llega la noche y festejan, bailan y juegan como niños y niñas, como debiera ser… pero no es.
En Los herederos confirmamos que el trabajo infantil es normalizado en contextos rurales, allí donde la dignidad humana persiste en la adversidad, mostrando resiliencia y afecto familiar más allá de la compasión externa. Y esta obra genera debate sobre explotación infantil al dignificar sin moralismo, cuestionando discursos institucionales y preconcepciones urbanas sobre el campo. Y nos invita a reflexionar sobre responsabilidad social, políticas educativas y económicas para romper ciclos de desigualdad, posicionándose como memoria cinematográfica junto a clásicos que también causaron desasosiego y enfado en la sociedad mexicana muchos años antes, como Los olvidados (Luis Buñuel, 1950).
No confundir este título con otras películas con similar título, Los herederos, bien como título original o traducido al español. Y aquí encontramos una película argentina (dirigida por David Stivelen 1970), una película austríaca (dirigida por Stefan Ruzowitzky en 1998), otra película mexicana (dirigida por Jorge Hernández Aldana en 2015) y una película mexicana (dirigida por Pablo de la Barra en 2024), todas con igual título, pero muy diferentes argumentos. Porque solo es en nuestra película de hoy de Eugenio Polgovsky, testigo silencioso de una cruda realidad, es donde estos herederos no heredaran la tierra…












