sábado, 13 de mayo de 2023

Cine y Pediatría (696) “Mamá está en la peluquería” y los hijos sobreviven

 

Es el último viaje del curso del autobús amarillo que distribuye a los alumnos a sus casas. Las palabras del conductor, “Felices vacaciones”, nos adentran a un nuevo verano.de nuestros tres hermanos protagonistas de la familia Gauvin en esta sociedad canadiense siempre tan socialmente avanzada. Nos encontramos en Quebec en el año 1966. Y conocemos a Élise (Marianne Fortier), la adolescente de 13 años, siempre descalza y vivaz, amante de la pesca en el río; a Coco (Élie Dupuis), el preadolescente transformado en hacendoso inventor; y a Benoit (Hugo St-Onge Paquin), el pequeño de 6 años que aún sigue intentando vencer su enuresis, que todo lo pregunta y que tiene claro que “Yo nunca seré mayor”. Saludan a su madre Simone (Céline Bonnier) de forma amorosa y todo parece indicar una familia muy feliz. El padre (Laurente Lucas) es un médico microbiólogo con algún secreto no confesable y que se ausencia hacia el hospital con demasiada frecuencia, y es lo único que puede distorsionar el equilibrio y la paz reinante. Una familia educada y en orden, donde los chicos mayores tocan el piano y al pequeño le gusta que al dormir su padre le cante alguna canción de un amplio repertorio. 

Esta es la presentación de la película Mamá está en la peluquería (Léa Pool, 2008), el último film de la sexagenaria directora canadiense de origen suizo, quien lleva a la pantalla el primer guion de Isabelle Hébert, un retrato alrededor de la infancia zarandeada por la ruptura matrimonial. Porque mientras comienzan las vacaciones de verano de nuestros tres hermanos, algo ocurre que cambiará sus vidas. Y es que, hasta entonces, el único temor de estos chicos era hacia Monsieur Mouche, el hombre sordomudo con un angioma en su hemicara y que vive en una caravana junto al río. 

Léa Pool nos devuelve esa evocación nostálgica de un verano y sus ritos de paso ya tan conocidos en el cine, allí donde otros directores nos dejaron su particular "coming of age" estival (y sirva algún otro ejemplo norteamericano como los que Robert Mulligan nos regaló en 1971 con Verano del 42 y veinte años después con Verano en Louisiana). Y aquí Pool nos convoca a un plácido rincón canadiense y a esos días eternos de luz y calor con nuestros tres hermanos y sus amigos, a los que les acompañamos a pescar en el río, en sus paseos en bici, en la captura de ranas, y a esos primeros besos preadolescentes de Élise y sus amigas (al ritmo de la canción “Bang bang” de Claire Lepage), y también conocemos a ese niño rubio que cree ser hijo de un príncipe austríaco, posiblemente heredero de Sissí Emperatriz. Simpático comienzo que se rompe cuando la sospecha de Simone sobre su marido se convierte en evidencia y que le hace tomar una decisión muy imprevista: pide el traslado como periodista para ejercer de corresponsal en Londres, porque, como nos expresa, “Si no me voy, me muero”. Porque nuestra directora se ha caracterizado por abordar las relaciones homosexuales en sus películas, y también en ésta aparece el tema, fuera de campo, pero con un papel decisivo en la ruptura del matrimonio de un médico prestigioso y una periodista que renunció a su trabajo para criar a sus hijos, que la adoran. 

Y cuando el padre se encuentra solo con sus hijos, simplemente se ve superado por la situación. Pero los que sufren el impacto en primera persona son los hijos del matrimonio, quienes no entienden la situación. Y cada uno reacciona de una manera ante este dolor. Así, mientras Coco busca refugio en el garaje con la construcción de un coche, y Benoît se sumerge en su propio mundo, y le da por destrozar sus muñecos y golpearse los oídos cuando no quiere escuchar algo que no le gusta (y hasta el padre piensa que necesitará un colegio especial), Élise decide coger el timón de una familia a la deriva en un desesperado intento por salvarla. Y todo ello se nos presenta esquivando la sensiblería, con esa mezcla de ternura con comicidad, de realismo desgarrador con condescendencia. 

Y a las llamadas por teléfono de la madre, el pequeño Benoit le pregunta: ”¿Cuándo vas a volver?... y ¿cuánto tiempo es “todavía no”?. ¿Dónde está Londres?, ¿y Europa?”. Pero Élise está profundamente contrariada y enfadada y no se pone al teléfono, mientras el padre continúa desesperado, superado por la situación. El pequeño desarrolla pesadillas, y la hermana le aconseja: “Cuando eches de menos a mamá, solo cierra los ojos. La verás sentada al piano. Oirás a Beethoven en tu cabeza”; pero él contesta: “No veo nada. Está todo negro en mi cabeza”. Y resulta que Élise encuentra en Monsieur Mouche, el que tanto le asustaba, su mejor soporte emocional para esta situación personal y familiar tan complicada. Pero la situación de Élise no es mucho peor que la de un chico vecino cuya madre no supera la enfermedad del marido y se ha deprimido hasta la extenuación, y él tiene que ser el hombre de la casa al igual que ella está teniendo que asumir el rol de la mujer de la suya. Y el juramento entre ambos: “Si dices que mi madre es rara, yo digo que la tuya se ha ido”. Y es que es bien conocido que en cada familia los hijos soportan o arrastran los errores o problemas de sus padres. 

Y Benoit recoge del buzón las pocas cartas y postales de su madre, pero que nadie quiere leer, solo él… y aunque no sabe leer, lo intenta. Porque los hermanos tienen sensaciones cruzadas sobre si la madre les abandonó o no, e intentan conocer por qué se fue de casa. Pero han decidido contestar a los que preguntan por su madre, que ella está en la peluquería. Y con el trasfondo de una naturaleza estival en plena ebullición, Élise está a punto de vivir un verano único con sus hermanos: “Antes de este verano creía que eran felices. No sabía que la risa escondía tantas penas y secretos. Las cosas no habían cambiado: el rio prohibido, los maizales, las montañas, las grietas del asfalto". 

Cuando Benoit es revisado por un especialista sale con el diagnóstico de superdotado, disléxico y con desórdenes de personalidad (si no quieres una etiqueta, toma tres), y es entonces cuando la hermana pide con fuerza que su madre regrese, pues su hermano la necesita por encima de todos. Porque ya no solo destroza los muñecos, sino que ya se golpea a sí mismo. Y con esta situación, la historia avanza con una buena banda sonora, donde aparecen canciones como “Happy Together” de The Turtles, “La maison oú j´ai grandi” de François Hardy o ese final con “The Great Escape”, interpretada por Élie Dupuis (joven cantante que aquí interpreta a Coco)… y la pregunta de Benoit, “¿Y dónde vamos luego?” y la respuesta de Élise: “Nos vamos a Londres”. Fundido en negro. 

En Mamá está en la peluquería no hay complacencia con la infidelidad matrimonial y presenta a los hijos como víctimas de la inmadurez de los padres. No es un tema novedoso, pero sí está tratado con solvencia, como antes ya otras películas reflejaron bajo otra perspectiva este grave problema al que se enfrenta la descendencia de familias desestructuradas cuando la madre se va, como Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979), Evelyn (Bruce Beresford, 2002), Rómulo, mi padre (Richard Roxburgh, 2007) o ¿Qué hacemos con Maisie? (Scott McGehee y David Siegel, 2013), por citar algunas.    

 

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