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sábado, 23 de noviembre de 2024

Cine y Pediatría (776) “Ladybird Ladybird” y “Lady Bird”, mujeres que intentan volar…


Hoy reunimos dos películas con un título similar, cada una con una mujer como protagonista: Ladybird Ladybird (Ken Loach, 1994) y Lady Bird (Greta Gerwing, 2017). Dos títulos similares, pero una temática diferente separada un cuarto de siglo entre sí, prácticamente la misma diferencia de edad de sus dos protagonistas: en la primera, una mujer británica sobre la cuarentena y madre de cuatro hijos; en la segunda, una adolescente estadounidense de 17 años, en plena transición a la vida de los adultos. Y aunque el contexto es bien diferente, algo les une: esa posibilidad de volar que tanto se les ha negado a las mujeres. Y consiguen trasmitir el mensaje gracias a dos interpretaciones de bandera de sus actrices protagonistas. Veamos cada una de las historias… 

- Ladybird Ladybird (Ken Loach, 1994) 

La historia de Maggie (Crissy Rock, multipremiada en diferentes festivales, incluido el Festival de Berlin), madre de cuatro hijos, todos de distintos padres (y de distintas razas) y que, debido al violento ambiente familiar, están a cargo de los servicios sociales británicos. Cuando Maggie conoce a Jorge (Vladimir Vega), un refugiado de Paraguay, así se lo reconoce: "Tengo cuatro hijos, todos de padres diferentes. Y todos están en un hogar de acogida". Con él vislumbra la posibilidad de rehacer por fin su hogar, pero las cosas no serán fáciles ni para recuperar la custodia de sus hijos, ni para retener la de los hijos que han de venir. 

En diversos flashbacks vamos reconociendo a nuestra protagonista y la lacra de su vida, sometida a violencia machista en el hogar por sus parejas, violencia que sufren los hijos en primer lugar (y nosotros también como espectadores), pues el director no se guarda nada en la retaguardia. Ni las canciones de karaoke que le gusta cantar a esta madre pueden mitigar el dolor continuo de la historia, que se ve con el corazón en un puño. Y su grito de auxilio, “No quiero que me juzguen por mi pasado”, choca con el mejor interés del menor ante los Servicios Sociales, que le argumenta: "Los niños necesitan estabilidad". Y entre sobresaltos, la historia avanza hacia ese final con este mensaje sobre los últimos momentos del metraje: “Maggie y Jorge han tenido tres hijos más a quienes se les ha permitido quedarse. No se les ha dado acceso a sus dos primeras hijas. Maggie dice que piensa todos los días en todos sus hijos perdidos”

Y así es como Ladybird Ladybird se convierte en un nueva crítica social del cine de Loach, quizás la historia con mayor crudeza, más si nos atenemos a que lo que narra se basa en hechos reales. El director inglés nos plantea una historia en donde los términos víctima y verdugo se entremezclan: porque víctimas son ante todos los hijos, obligados a transitar de centro en centro y a vivir separados de su madre, pero víctima es también una madre maltratada por la vida, que afronta cada nuevo revés con una creciente rabia contenida que su vez la convierte en verdugo. Y al oír esa canción tradicional de guardería que dice, “Ladybird, ladybird, fly away home, / Your house is on fire, / Your children shall burn!”, nos traslada a nuestra protagonista. 

Porque esta película es paradigmática de la primera etapa del cine de Ken Loach, un director caracterizado por su inconformismo social, su compromiso político con crítica a la burguesía y a la sociedad (y un especial enfrentamiento a las políticas thacherianas), así como su acercamiento a los seres anónimos, personajes que presenta con radicalidad y honestidad en formato de docudramas. Y todo ello con un estilo visual sobrio, que bebe de influencias del Neorrealismo italiano y del Free Cinema británico. Desde Cine y Pediatría ya dedicamos una entrada especial a Ken Loach, por su particular visión de los adolescentes y familias en el contexto de su cine social. Un cine social que se conjuga al modelar la lucha de la clase trabajadora, con la injusticia social y la importancia de la solidaridad.  

- Lady Bird (Greta Gerwing, 2017) 

La historia de Christine (Saoirse Ronan, multipremiada en diferentes festivales de cine, incluido el Globo de oro a mejor acriz), una adolescente de Sacramento en su último año de instituto, quien se hace llamar "Lady Bird". La joven, con inclinaciones artísticas, está desesperada por escapar de su ciudad natal ("Sacramento es tan fea", piensa) y quiere construir una nueva identidad en una ciudad más grande, por lo que sueña con vivir en la costa Este: "Quiero irme de esta ciudad. Quiero irme a Nueva York. Quiero ser alguien más", le dice a su amiga. Trata de ese modo encontrar su propio camino y definirse fuera de la sombra protectora de su madre (Laurie Metcalf). Es, por tanto, una nueva película sobre adolescentes en tránsito, lo que conocemos con el anglicismo coming of age, y del que son  ejemplo ya centerares de títulos volcados en Cine y Pediatría. 

Una nueva historia alrededor de esta etapa de tránsito que llamamos adolescencia que nos permite reflexionar sobre la complejidad de las relaciones familiares (en ese tour de force entre madre e hija, quienes se quieren, pero cuyas personalidades y perspectivas chocan continuamente), la importancia de las amistades, la nostalgia y el valor de los orígenes (pese a su deseo de escapar) y la aceptación de uno mismo. Una nueva historia para aprender que la adolescencia es un período de grandes cambios y desafíos, pero también un tiempo de oportunidades para aprender y crecer. Y todo ello aunque le recuerde una de sus parejas a Christine eso de que “Lady Bird dice que vive del lado equivocado de las vías”. 

Esta película fue la ópera prima como directora en solitario de Greta Gerwing, quien en su siguiente película volvió a contar con la misma actriz protagonista en la enésima versión de Mujercitas (2019), adoptando Saoirse Ronan también otro papel rebelde, el de la adolescente Jo. Decir que Greta Gerwing firmó su tercera película como directora recientemente con la controvertida Barbie (2023), en donde contó con Margot Robbie y Ryan Gosling como actores. Y también vale la pena recordar que la actriz Saoirse Ronan, con una ya dilatada trayectoria, tuvo su primer papel protagonista en el drama fantástico The Lovely Bones (Peter Jackson, 2009), interpretando a la niña Susie Salmon, según el relato “Desde mi cielo) de Alice Sebold.   

Dos películas con un título similar, pero de dos directores con estilos diferentes sobre la historia de dos mujeres de distinta edad y condición social, pero que guardan en ese título un mismo mensaje: ese continuo intento de volar de muchas mujeres y las dificultades para alzar el vuelo, no solo por los defectos de las alas, sino también por la jaula que les rodea.

 

sábado, 9 de noviembre de 2024

Cine y Pediatría (774) “Paradise is Burning” cuando aparece el maltrato por negligencia


El maltrato infantil se define como cualquier situación o forma de abuso que afecta a un menor de 18 años, y que comprende todo tipo de maltrato físico o afectivo, abuso sexual o cualquier otra índole que pueda perjudicar la salud, el desarrollo o la dignidad del menor. Existen al menos cuatro tipos de maltrato infantil, cada uno con sus propias manifestaciones y consecuencias: el maltrato físico, el maltrato emocional (o psicológico), el maltrato sexual y el maltrato por negligencia (y este último es uno de los más frecuentes). 

El maltrato infantil por negligencia (o abandono infantil) se define como la falta de atención de las necesidades básicas de los menores, como el cuidado de la salud, la educación, la supervisión, la protección frente a los peligros del medio ambiente, la satisfacción de las necesidades físicas básicas (por ejemplo, ropa y alimentos) y el apoyo emocional que puedan resultar en daño real o potencial; es decir, se refiere a la falta de satisfacción de las necesidades básicas de un menor, y que puede manifestarse con malnutrición, ausencias escolares frecuentes y condiciones de vida insalubres o inseguras. 

Y algunas películas de Cine y Pediatría ya han abordado este tema. Y recordamos, por ejemplo, la película estadounidense Matilda (Danny DeVito, 1996), la japonesa Nadie sabe (Hirokazu Koreeda, 2004) y la británica Tideland (Terry Gilliam, 2005), tres visiones desde la visión de tres directores muy diferentes. Porque Matilda se fundamenta el cuento homónimo de Roald Dahl, donde esa inteligente niña de 6 años,  recurrentemente abandonada en el hogar por unos padres desaprensivos y maltratada por la profesora Miss Trunchbull, busca refugio en los libros, en la lectura y en la imaginación. Mientras que Nadie sabe está basada en un hecho real que tuvo lugar en Tokio, la aventura de cuatro hermanos pequeños cuando la madre abandona el hogar, toda una prueba de supervivencia contada con la poesía visual habitual de su director y donde lo más terrible es tener la certeza de que el relato no es un cuento. Y Tideland se comporta como una revisión postmoderna del clásico de Lewis Carroll, "Alicia en el país de las Maravillas", aquí protagonizada por una niña de 9 años hija de drogodependientes, y quien sobrevive a la muerte por sobredosis de ambos progenitores con una mezcla de cruda realidad y alucinante imaginación.   

Y hoy sumamos otra historia de maltrato por negligencia diferente, la que nos regala la película sueca Paradise is Burning (Mika Gustafson, 2023), alrededor de tres hermanas que viven solas en casa con la sombra de los servicios sociales a su alrededor, una oda a la rebeldía desde la libertad impuesta a estas niñas en un film que ha obtenido galardones en varios festivales, entre ellos el premio a la mejor dirección en la sección Orizzonti del Festival de Venecia. Y ya apreciamos que del maltrato infantil no se libra nadie, ni tan siquiera los países del primer mundo, como nos reflejan estos cuatro ejemplos desde Estados Unidos, Japón, Gran Bretaña y Suecia. 

Estamos en un caluroso verano sueco, donde conocemos a estas tres hermanas: Laura (Bianca Delbravo), de 16, Mira (Dilvin Asaad), de 13, y Steffi (Safira Mossberg), de 7 años. Viven en un piso sin la tutela de ningún adulto, sus padres no aparecen por ningún lado. Las tres van al colegio y más o menos están atendidas con el apoyo entre ellas, se buscan la vida para conseguir algo de dinero o comida, lo que incluye robar en supermercados o colarse en casas ajenas. Todo lo que hacen estas tres hermanas viviendo solas, tanto en casa como en el colegio, es pura supervivencia, pero también se divierten con su grupo de amistades, muchos de ellos con dificultades también, entre las que vemos alguna adolescente embarazada. Y fuman, beben y bailan al son de la conocida bachata “Obsesión” de la agrupación musical Aventura. Pero su aventura es sobrevivir. Y entonces llega una llamada de teléfono: “Llamo de los Servicios Sociales, ¿está tu madre en casa?”. 

Tras esa llamada buscan a una tía que es feriante: “¿No habrás hablado últimamente con mamá?”. Pues no quieren que los Servicios Sociales descubran que viven solas y se les envíe a un centro de menores. Y Laura, que es la mayor y cuida de sus hermanas, busca a alguien que quiera hacerse pasar por su madre. Y de ahí surge una especial amistad entre Laura y Hannah (Ida Engvoll), una vecina, quien le pide que le enseñe a entrar en las casas y se pasean por ellas, disfrutando de todo, sin robar, en lo que es una extraña relación. 

Las interpretaciones de las tres hermanas son brillantes, sobre todo la mayor, quien logra adoptar el rol de madre protectora de sus dos hermanas, combinando la adolescencia alegre con la madurez. Y tiene que hacerse fuerte delante de ellas y protegerlas. Y es así que la directora Mika Gustafson dibuja un retrato social sobre el abandono parental y la sororidad fraternal. Y donde cada una de las tres hermanas buscan esos referentes paternales que no tienen en el exterior e intenta encontrarse a sí misma más allá de la cruda realidad que les ha tocado vivir: Laura en Hannah, Mira en un adulto al que le gusta el karaoke, y a la pequeña Steffi en los perros y esa amiguita que encuentra. 

Y esta película inconclusa finaliza con el baile de las tres hermanas al son de la canción “Sabali (Paciencia)” del grupo de Mali, Amaodou & Mariam. Un final esperanzador para este particular coming of age sobre las retos de la infancia y adolescencia en la que tres hermanas afrontan su dura realidad con mucha imaginación y no pocas dificultades. Porque el paraíso de la infancia y adolescencia arde y se destruye cuando el maltrato por negligencia aparece al desaparecer las figuras de los progenitores, esos padres y madres tan necesarios.

 

sábado, 27 de abril de 2024

Cine y Pediatría (746) “Beautiful Beings”, una pesadilla de adolescencia


Islandia es un país especial que no deja indiferente. Un país de contrastes, entre el hielo y el fuego. Pero Islandia es mucho más que un paisaje sobrenatural. También atesora una cultura con identidad propia única en el mundo, con una alfabetización del 99,9 % de la población y el país que compra más libros per cápita del mundo. Y no solo leen, también escriben: no hay país que atesore tantos novelistas por habitante. Y dentro de las manifestaciones culturales, es la música una de la más arraigada en Islandia, conservando las tradiciones de la música folklórica, unido al pop y a la música electrónica, una música original y distinta, como los propios islandeses (y baste recordar nombres como Bjork, Sigur Ros o Of Monsters and Men). Pero otra manifestación que va abriéndose camino es el cine, un cine islandés dentro del emergente cine escandinavo. 

Pero el cine de Islandia que llega fuera de sus fronteras, también es cine de hielo y fuego. Y baste recordar las tres películas que ya forman parte de Cine y Pediatría, tres "coming of age" que son un retrato íntimo de esta volcánica etapa de tránsito, un viaje iniciático filmado con implacable, austero y en ocasiones helado temple: Sparrows-Gorriones (Rúnar Rúnarsson, 2015), Heartstone, corazones de piedra (Guðmundur Arnar Guðmundsson. 2016) y Déjame caer (Baldvin Zophoníasson, 2018). 

Tres historias que vienen a ser el réquiem por el sueño islandés de esos adolescentes enfrentados a familias desestructuradas, a sus pulsiones sexuales y a las toxicomanías. Y hoy regresa otro "coming of" age, la de cuatro adolescentes de 15 años que viven su particular pesadilla en la película titulada Beautiful Beings (Guðmundur Arnar Guðmundsson. 2022). Y es que este director, tras su ópera prima Heartstone, corazones de piedra, regresa a esta etapa de la vida en una película cuyo título original en islandés (Berdreymi) significa pesadilla. 

Inicialmente conocemos a Balli (Áskell Einar Pálmason), quien vive en un hogar marginal, sucio y desordenado como su familia (su padre murió, su padrastro está preso y su madre le deja solo durante días, por lo que los servicios sociales están al tanto) y sufre acoso escolar, incluso una agresión física que es recogida por la televisión y le permite reclamar a la audiencia: “No me importa si caigo bien o no, solo quiero que me dejéis en paz”. Y ese informe televisivo nos adentra en el incremento de la violencia en los centros escolares islandeses. 

A partir de ahí, conoce a otros tres jóvenes de su edad (Addi, Siggi y Konni), quienes acaban acogiéndole en el grupo, aunque lo ven como un bicho raro, y al que preguntan al entrar en su casa: “¿Por qué están rotas todas las puertas?...¿por qué está todo tan guarro?”. Pero también ellos tienen una buena mochila en la espalda de sus vidas, especialmente por la ausencia de una figura paterna correcta: Addi (Áskell Einar Pálmason), quien funciona como el líder del grupo, vive en un hogar donde sus padres se divorciaron por el alcoholismo del padre y cuya madre cree en la magia adivinatoria y la interpretación de los sueños; Siggi (Snorri Rafn Frímannsson) es el rarito, cuyo padre es un chanchullero; y Konni (Viktor Benóny Benediktsson), el violento del grupo, apodado “El Animal”, tiene tanto temor a su padre que a veces no vuelve a casa hasta que aquel está dormido. 

Los cuatro amigos pasan el tiempo viviendo continuamente al límite de lo correcto, retando al riesgo, fumando continuamente, ensayando con otras drogas (incluso setas alucinógenas) y el sexo, y apostando por la violencia frente a otros grupos, por mucho que Addi declare: “No soporto las peleas”. La salida de la cárcel del padrastro de Balli (papel interpretado por el conocido actor islandés-estadounidense Ólafur Darri Ólafsson, al que reconocemos de la serie la serie de televisión islandesa, Atrapados, dirigida por Baltasar Kormákur), lo cambia todo, pues sus amigos descubren que es un maltratador y un pederasta frente a la hermana yonqui de Balli, y se confabulan para amedrentarle y defender a su amigo. Pero los hechos que se desencadenan a partir de aquí, lo cambian todo. 

Y al final resuenan las palabras de la madre de Addi: “Imagina que una luz brillante te rodea y te protege”. Porque estos adolescentes (de nuestra ficción) y tantos adolescentes (en la realidad) precisan mucha luz que les proteja. Y quizás la mayor luz sea una familia que les cuide, les proteja y les eduque en valores, pues los padres son los primeros modelos de comportamiento y principales mentores para sus hijos. Cuando esto falla (en nuestros amigos con un denominador común: la ausencia de una buena figura paterna), aumenta el riesgo de que la adolescencia sea una pesadilla, abandonados a su suerte, pues se ven como un jardín sin un jardinero, creciendo sin la guía necesaria para florecer y llegar a ser la mejor versión de sí mismos. 

Porque Beautiful Beings es una historia sobre el paso a la edad adulta, la amistad y la supervivencia desde esta etapa de la vida tan impactante que es la adolescencia, pero también un retrato de la decadencia moral y el abandono, que confirma el talento de Guðmundur Arnar Guðmundsson, especialmente para la dirección de los jóvenes actores, todos ellos neófitos. Un incómoda historia sobre estas bellas criaturas adolescentes que viven su particular pesadilla en un película de cine-realidad que recibió el Premio de la Juventud en la Seminci de Valladolid.

 

sábado, 6 de abril de 2024

Cine y Pediatría (743) “Vida de este chico”… llamado DiCaprio


Nació hace medio siglo en la Meca del cine, Hollywood, y por sus venas corría sangre alemana, italiana y rusa, como delatan sus apellidos (Wilhelm DiCaprio). El nombre de pila se lo puso su madre porque cuando ella estaba embarazada y contempló una pintura de Leonardo da Vinci en un museo, el bebé pateó dentro del vientre. Y así es como Leonardo DiCaprio fue predestinado para el cine y la televisión desde muy niño. Guapo, rubio, con ojos azules y cara de niño bueno, todo parecía indicar que se iba a convertir en el típico ídolo adolescente, un chico de carpeta destinado a encasillarse en el papel de guapo. 

Y sus primeros papeles de calado en la gran pantalla son películas que se adscriben todas ellas al proyecto de Cine y Pediatría. Todo comenzó con Vida de este chico (Michael Canton-Jones, 1993), a la que dedicaremos esta entrada de hoy. Pero que comenzó con otros films en la década de los 90 que cabe destacar: 

- ¿A quién ama Gilbert Grape? (Lasse Hällstrom, 1993), basada en la novela homónima de Peter Hedges y fue su primera actuación de interés, aunque es un papel que se la dieron a regañadientes, pues para representar al hermano autista de Jonny Deep el director buscaba a un protagonista menos perfecto físicamente para el papel. Y en el camino de esta historia se nos enseña la posibilidad de que las discapacidades que nos rodean puedan motivar el crecimiento de nuestras propias capacidades.  

- Diario de un rebelde (Scott Kalvert, 1995), basada en la obra autobiográfica homónima del escritor, poeta y músico estadounidense Jim Carroll. Puro cine independiente que es la crónica autobiográfica de un grupo de adolescentes, entre los que se encuentra el escritor Jim Carroll (interpretado por DiCaprio), a los que sus travesuras están a punto de llevarlos por oscuros caminos de la desesperación. Cinco amigos que apenas mantienen la cabeza a flote al perder el control de sí mismos. 

- Vidas al límite (Agnieszka Holland, 1995), ambientada en el siglo XIX en Francia para descubrirnos el romance entre dos poetas franceses, Paul Verlaine (David Thewlis) y el joven Arthur Rimbaud (Leonardo DiCaprio). La poesía de ambos cortejó generaciones de literatos, pero sus vidas privadas fueron más escandalosas de lo que la mayoría de las personas se atreven a creer, una existencia en continuo contacto con el alcohol, el opio y su secreta homosexualidad. 

- Romeo + Julieta de William Shakespeare (Baz Luhrmann, 1996), enésima versión de la conocida obra del dramaturgo inglés, versión modernizada de los jóvenes enamorados (interpretados por DiCarpio y Claire Danes) en la ficticia Verona Beach y ambientada en el mismo año del estreno, de forma que se sustituyen espadas y dagas por pistolas y fusiles de asalto, y los hombres de las familias enfrentadas, los Capuleto y los Montesco son dos grupos de narcotraficantes mafiosos en guerra por sus frentes comerciales. 

- La habitación de Marvin (Jerry Zaks, 1996), basada en la obra homónima de Scott McPherson, verdadero melodrama familiar entre las hermanas Bessie (Diane Keaton) y Lee (Meryl Streep), quienes se reencuentran después de muchos años y que tienen que reconciliarse enfrentadas a tres retos en sus vidas: un padre postrado en cama tras un derrame cerebral, el debut de leucemia de Bessie en busca de un trasplante de médula ósea y el hijo adolescente de Lee (Leonardo DiCaprio), internado en un  psiquiátrico. 

- Titanic (James Cameron, 1997), el megaéxito por excelencia (recordar que tiene el record de 11 Óscar, compartido con la película dirigida en 1959 por William Wyler, Ben-Hur, y con la película dirigida en 2003 por Peter Jackson, El señor de los anillos: El retorno del rey), donde Leonardo DiCaprio (como Jack, el joven artista y polizón) se consideró el rey del mundo junto a Kate Winslet (como Rose, la joven de buena familia) bajo los acordes del “My Heart Will Go On” de Celine Dion. 

Pero tras estas siete considerables películas, Leonardo DiCaprio seguía acosado por el sambenito de más guaperas que buen actor. Y a partir de ahí el actor no ha hecho más que acumular méritos interpretativos y madurar como el buen vino, con casi una cuarentena de películas en su haber, seis nominaciones al Óscar y cierta resistencia a conseguirlo, y lo hizo con el extremo papel del trampero Hugh Glass en El renacido (Alejandro González Iñárritu, 2015). Y en ese camino ha tenido la fortuna de ser uno de los actores fetiche de Martin Scorsese, con seis colaboraciones juntos (Gangs of New York, 2002; El aviador, 2004; Infiltrados, 2006; Shutter Island, 2010; El lobo de Wall Street, 2013; y Los asesinos de la luna, 2023), solo superado por las nueve colaboraciones que el director ha tenido con Robert de Niro. Y es que en esta última película de DiCaprio y en la primera, estos dos gigantes de la actuación coincidieron juntos. 

Y precisamente hoy vale la pena revisar su primer largometraje, Vida de ese chico (Michael Canton-Jones, 1993), drama ambientado en la década de los 50 en Estados Unidos y donde se dio a conocer en el séptimo arte. Fue el propio De Niro el que aconsejó al director que llamara a DiCaprio para el papel principal, por sus capacidades interpretativas, y éste, con 18 años, se pone en el papel de esta histórica con tintes autobiográficos de este joven adolescente que se desarrolla a través de la relación con su madre y con su cruel y autoritario padrastro. 

Comienza con el increíble paisaje del Monument Valley, mientras nos recuerda que es una historia real (y basado en el libro “This Boy´s Life”, de Tobias Wolff adscrito al movimiento del realismo sucio). En medio del desierto viajan en coche una madre, Caroline (Ellen Barkin) y su hijo, Toby (Leonardo DiCaprio, alter ego del mismo Tobias Wolff) y cuya voz en off nos dice: “Era 1957 y viajábamos de Florida a Utah. Después de que a mamá le golpeó su novio, cogimos el coche y nos fuimos hacia los campos de uranio. Nuestra suerte iba a cambiar”. Y ello mientras suena el “Let´s Get Away From It All” de Frank Sinatra. Y llegan a Salt Lake City, capital de Utah, aunque pronto parten hacia Seattle. Allí es donde Caroline conoce al aparente amable mecánico Dwight (Robert de Niro), quien tiene tres hijos… 

Toby nos muestra su comportamiento de adolescente rebelde y compulsivo, quien llega a confesar a su madre: “Puedo ser mejor. Trataré de hacerlo. Odio como soy. No sé por qué soy así”. Es por ello que la madre le envía un tiempo con Dwight y sus hijos al pequeño pueblo de Concrete, en el estado de Washington, para cerciorarse de que si funciona, se podría casar con él. Y una vez allí Dwight intenta enderezarle con cualquier método válido por entonces y, mientras suena el “Smile” de Nat King Cole, resuena este pensamiento: “No me andaré con tonterías. Existen en el mundo chicos malos. Auténticos diablos. Mi trabajo será estar contigo para enderezarte. Y para conseguirlo, haré lo que sea. Ya puedes ir bajando los humos de tu padre rico. Tus días de fantasía terminaron. Ahora eres un chico de Concrete”

Finalmente, Caroline se casa con Dwight, pero aquella no tarda en darse cuenta del error. Porque el deseo del padrastro por enderezar a Toby llega a las palizas físicas. Y con el tiempo, nuestro adolescente declara: “Tengo que irme de este lugar o me muero”. Y las cosas llegaron a un extremo que ambos, madre e hijo, tuvieron que huir de allí. Y Toby logra entrar en la universidad, aunque falseando sus notas. 

En el colofón del film se nos indica qué fue de cada personaje, pero especialmente de él mismo: “Tobias Wolff fue expulsado de la escuela Hill, entró en el ejército y luchó en Vietnam. Ganó premios como autor de novelas y cuentos cortos. Vive con su familia en Nueva York donde es profesor de Literatura en la Universidad de Syracuse”. Porque la Vida de este chico es su propia vida… Y donde tenemos la oportunidad de ver los inicios de un grande, Leonardo DiCaprio, aquí también acompañado de algunos actores aún muy jóvenes como Carla Gugino y Tobey Maguire. Pero donde nos llega sobre todo su mensaje: que pese a una infancia y adolescencia dura, con maltrato familiar incluido, es posible salir adelante. Así lo hizo Tobias Wolff… y Leonardo DiCaprio, cada uno en su trayectoria artística.

 

sábado, 30 de diciembre de 2023

Cine y Pediatría (729) La trilogía de Bill Douglas, poesía de una infancia más negra que el carbón

 

Y finalizamos el año 2023 con una obra de arte en blanco y negro, una pieza fundamental del cine británico de la década de los años setenta  y durante mucho tiempo poco apreciada en su país: la trilogía de Bill Douglas, tres pequeños grandes filmes que nos hacen transitar a flor de piel con la dura experiencia familiar y social de la infancia y adolescencia de su autor en imágenes imperecederas. Para algunos se constituye en uno de los trípticos más destacados que jamás se hayan hecho sobre la infancia, pura poesía cinematográfica desde una deprimente Escocia de posguerra dedicada a la minería. 

Es Bill Douglas un cineasta británico particular, cuyo corpus fílmico dura apenas seis horas y la mitad corresponde a esta trilogía, compuesta por My Childhood (1972) de 45 minutos, My Ain Folk (1973) de 52 minutos y My Way Home (1978) de 79 minutos de duración. Y para entender más el componente autobiográfico, vale la pena conocer algo de su biografía. Porque Bill Douglas nació en 1934 en el pueblecito minero de Newcraighall en las afueras de Edimburgo, y su infancia transcurrió en medio de grandes privaciones, tanto físicas como emocionales. Hijo ilegítimo de una madre afectada por una seria enfermedad mental y educado en compañía del hijo de la hermana de su madre (Tommy, visto en My Childhood y My Ain Folk), por su abuela materna, Douglas pasó tras morir ésta a ser recogido en la casa de su padre (al que tardó en conocer) y su abuela paterna hasta terminar en el mismo internado que había acogido antes a su primo. Pese a todas las adversidades, el adolescente fue capaz de dotarse de una educación muy por encima de lo que las implacables circunstancias de su periplo vital podían vaticinar; y, además, durante estos años se fue fraguando lo que fue más adelante el centro de su vida, su pasión por el cine. El encuentro inesperado durante su servicio militar en Egipto con otro joven y sensible recluta, Peter Jewell (Robert, en My Way Home), que se convertiría en su compañero hasta el fin de sus días, le permitió escapar del mundo en el que hasta entonces había habitado, aunque este dejara una huella imborrable tanto en su personalidad como en su arte. Tras una frustrada carrera como actor, durante los primeros años 60 (durante los que comenzó a pergeñar el guion que acabaría convirtiéndose en su «trilogía») y su paso y graduación como realizador en la London Film School, Douglas se encontró con la oportunidad de colocarse tras la cámara, para lo que aún tuvo que superar obstáculos de variada índole. 

Porque la historia de esta trilogía es ampliamente biográfica y sigue a Jamie (alter ego del director, interpretado con convicción por Stephen Archibald), quien logra superar el entorno brutal de rechazos y adversidades de los entornos familiares que le toca vivir, así como el propio internado o su experiencia militar en la adolescencia. Veamos sus tres partes. 

- Parte primera. My Childhood (1972) 

Comienza anunciando el momento y lugar de la historia: “1945. Un pueblo minero escocés. Prisioneros de guerra alemanes trabajan en los campos”. Niños y niñas cantan en clase, mientras uno de ellos debe salir porque su abuela le espera fuera. Esta abuela cuida de Jamie, de unos 9 años, y de su primo Tommy, de unos 13. Jamie encuentra en un prisionero de guerra alemán la figura paterna que no tiene y es el único con el que puede esbozar una sonrisa. Cuando llega el padre de Jamie, la abuela no le reciben con aprecio y le echa “porque no es bueno ni para los hombres ni para las bestias”, mientras luego visita a su madre, ingresada en un lejano hospital. 

La violencia campea en este crudo entorno, también contra los animales. Con la muerte de la abuela, queda poco refugio para Jamie. Y se marcha sobre el carbón que transporta el tren de vapor. Y se desvanece la historia como el humo del tren. 

- Segunda parte. My Ain Folk (1973) 

Tras la muerte de su abuela materna, Jamie es separado de Tommy (a quien lo llevan a un internado) y debe empezar a vivir con su pusilánime padre, que le ignora, y la abuela paterna, una mujer alcohólica que le someterá a numerosos maltratos psicológicos. Para empezar, le dice a Jamie: “Tu madre ha arruinado la vida de mi hijo… ¿Qué te hizo pensar que podías venir aquí”. Entre duros silencios (e imágenes), apreciamos que esa abuela cuida más al galgo que al nieto, salvo cuando se emborracha y entonces le abraza y Jamie reza: “Por favor, Jesús, haz que mi abuela se emborrache cada noche”. Pero al día siguiente todo sigue igual: “Han llamado del sanatorio. Tu madre ha muerto”. No es de extrañar que Jamie desee la muerte de su abuela y le haga maleficios. 

Y Jamie huye a menudo a la casa vecina de su primera abuela, ahora vacía. Porque su propia gente le rechaza y le maltrata, lo que también le provoca una profunda apatía en el colegio. Y todo esto lo observa y vive acurrucado en muchas ocasiones. Y solo tiene el apoyo de un abuelo también maltratado y apartado, quien le dice: “¿No estarías mejor en un hogar de acogida? Al abuelo ya no le quedan fuerzas para luchar por ti”. Y con la muerte del abuelo, regresa al internado. 

- Tercera parte. My Way Home (1978) 

La última parte de la trilogía autobiográfica de Douglas se centra en el final de la adolescencia. De nuevo en el internado, allí donde todos reciben el mismo regalo (una armónica) por Navidad. Pero su padre vuelve a por él, ahora con una nueva esposa, y se encuentra con su abuela deteriorada, quien le regala el libro "David Copperfield" de Dickens. Sigue desadaptado y les refiere que quiere ser artista, lo que molesta con esa decisión de querer ser mejor que ellos y no conformarse con trabajar en la mina de carbón. Y regresa al internado, desanimado dice al director: “Corra o camine lo mismo da. Al final, siempre voy a parar al mismo punto”. Hasta que es adoptado por una nueva familia que le respeta, pero él prefiere vivir como un mendigo junto a los mendigos, y repite “Me quiero morir. Me quiero morir. Me quiero morir,…”. 

Sin lugar a donde ir, se alista en el servicio militar y se traslada a Egipto. Tampoco se adapta a esa vida inicialmente, donde realiza tareas sin trascendencia en una casa en medio del desierto y junto con otro recluta, Robert. Y cuándo le preguntan qué quiere hacer a la vuelta, responde, con el fondo del cartel de Marilyn Monroe en la película Niágara (Henry Hathaway, 1953): “Yo quiero ser artista. Puede que hasta sea director de cine”. Y cierra con una imagen de cerezos en flor mientras suena el motor de un avión, posiblemente el que le trae de regreso a su país. Y un fundido en negro finaliza esta historia en tres partes de una infancia y adolescencia más negra que el carbón. 

Y esta magnífica trilogía de Bill Douglas se constituye en visión artística única sobre la infancia y adolescencia, su infancia y adolescencia. El diálogo es rebajado al mínimo, y las casas de cooperativas del pueblo minero, los campos, la nieve, la pobreza, las sucias calles, el frío, el carbón, la carestía, el desapego familiar y el maltrato infantil están rodadas en un desolado blanco y negro. Y con un uso especial de la cámara, de los primero planos de los objetos (puertas, manos,…) y esas dos figuras que se repiten en su trilogía: el uso de las imágenes de las manzanas en cada una de sus tres partes (y cada una con un significado) y el tren. 

Quien quiera profundizar en esta película, con un análisis exhaustivo por escenas, puede revisar el gran análisis realizado por Santiago Zunzunegui en la revista EU-topías, revista de interculturalidad, comunicación y estudios europeos publicada conjuntamente por la Universitat de València y l’Université de Genève.

Un buen colofón cinematográfico a este año 2023, una historia tan negra la que nos muestra Bill Douglas como el año que ahora termina, con dos guerras en ciernes (la que enfrenta a Ucrania y Rusia, y a Palestina e Israel) y con “polarización” como la palabra del año según Fundéu en España, lo que muestra a las claras la situación política y social que vivimos.

 

sábado, 4 de noviembre de 2023

Cine y Pediatría (721) “Softie” y la pequeña naturaleza que busca acomodo

 

El actor francés Samuel Theis nos regala en su ópera prima individual un coming of age especial y alejado de cualquier tópico, Softie (2021), bajo el título original de Petit nature, y ganadora a mejor película del Atlàntida Mallorca Film Fest. Sí es cierto que se inició en esta materia unos años antes codirigiendo con otras dos directoras la película Party Girl (2014), pero es ahora cuando nos sorprende con esta delicada, profunda y arriesgada historia de iniciación, un pequeño milagro con ese joven actor novel de pelo largo y rubio, casi apolíneo, en una historia que se nos antoja una simbiosis entre la historia de La Caza (Thomas Vinterberg, 2012) con la sensibilidad y conciencia de Céline Sciamma, esta directora que no conoce de sexos en películas como Lirios de agua (2007) o Tomboy (2011).   

En la primera escena una madre abandona el hogar y a su esposo, llevándose consigo a sus tres hijos, el perro husky y los pocos enseres. Estamos en un pequeño pueblo del norte de Francia y allí conocemos al hijo intermedio, Johny (asombroso Aliocha Reinert) quien, en su nueva casa, coloca con delicadeza a sus peces de la bolsa de agua en la pecera. Luego ya reconocemos que funciona en esa familia disfuncional como un preadolescente de 10 años casi autónomo, quien acepta con madurez la ausencia de la figura paterna, la afición a la bebida de su madre y el pasotismo de su hermano mayor, solo interesado por su novia y su pandilla de yonquis; y todo ello no le resulta un obstáculo para ayudar en la casa, cuidar de su hermana pequeña y ser aplicado en la escuela. “¿Qué es Dios para ti?”, le pregunta a su madre, y ella responde: “Para mi Dios es el amor, compartir, los hijos preciosos que me ha dado. Un angelito como tú. Dios son muchos besos, muchos abrazos”. Una madre aún atractiva, pero sin formación y que apenas sabe escribir y leer, una madre que le incita a defenderse en el barrio y que cuando pierde los papeles con la bebida, a veces le castiga. Pero que él la defiende, y responde que está enferma ante los demás. 

Y con las dificultades y limitaciones de este contexto familiar y social en el que crece, encuentra en la nueva escuela a un profesor, Jean (Antoine Reinartz), quien le inspira por sus lecciones académicas y vitales, pero por el que siente algo que le abre la puerta de los secretos, las dificultades y los sueños de la vida adulta, con sus luces y sus sombras. El profesor comprueba por la forma de recitar, de hablar y de ser de Johny que es un chico especialmente sensible y su acercamiento se hace más patente a través de su novia, pues le toman cariño y más cuando perciben el contexto social en el que se desenvuelve, con la sospecha de maltrato infantil. E incluso le invitan a la visita nocturna del museo de arte contemporáneo en la cercana ciudad de Metz, como una manera de motivarle en su ingenio y capacidades, aunque Jean tiene claro que “¡No puedo ser un salvador para todos los alumnos!”. 

Está claro que todo esto se convierte en un contexto para Johny totalmente diferente de su día a día. Y que hace brotar en el menor algo que presumimos cuando le vemos espiar la casa de su maestro y esa atracción pone al adulto en una situación muy incómoda. Un enamoramiento de un alumno por su profesor que deja al adulto en una situación límite con su deber, y por ello la novia de Jean le recrimina: “¿Qué te imaginabas que pasaría? Tienes 10 años. No se hace eso con 10 años. Eres un niño. Jean podría perder su trabajo, Vete a casa. No vuelvas aquí”. Y a partir de ahí, Johny saca toda su rabia contra su propia familia…y contra sí mismo, hasta llegar a intentar lanzarse por la ventana del aula. 

Pero todo se tergiversa y aparecen las sospechas de la madre, con palabras así: “No sé qué ideas le has metido en la cabeza. Pero mi hijo ha cambiado. Nunca lo he visto así. Trabaja como un loco. Nunca se divierte. De lo único que habla es de ti. Todo lo que hace es por ti ¿Le metes las ideas en la cabeza y ahora lo abandonas?”. Y la madre sospecha en posible pedofilia contra su hijo, cosa que no ha ocurrido, pero esta situación no es la primera vez que el séptimo arte nos ha reflejado. Y que, quizás, convierte la relación entre alumnos y profesores en una fina línea que cabe medir a cada paso

Este círculo vicioso lo rompe Johny, tras una mala experiencia en su comunión, cuando decide que quiere irse a un internado a estudiar y poder volar fuera de este ambiente. Y con el fondo musical de la canción “Child In Time” de Deed Purple, Johny baila desenfrenadamente frente a un espejo. Una forma de dejar en los espectadores el mensaje de que no siempre es fácil que la naturaleza de los más pequeños busque acomodo. Una naturaleza que se simplifica en amar y ser amado, pero esta simplicidad es casi siempre complicada. Y Softie es un tránsito por el deseo, la decepción y la búsqueda de identidad de un niño-adulto empujado por las circunstancias y tal vez nos deja en la emancipación un leve rayo de esperanza.

 

sábado, 13 de mayo de 2023

Cine y Pediatría (696) “Mamá está en la peluquería” y los hijos sobreviven

 

Es el último viaje del curso del autobús amarillo que distribuye a los alumnos a sus casas. Las palabras del conductor, “Felices vacaciones”, nos adentran a un nuevo verano.de nuestros tres hermanos protagonistas de la familia Gauvin en esta sociedad canadiense siempre tan socialmente avanzada. Nos encontramos en Quebec en el año 1966. Y conocemos a Élise (Marianne Fortier), la adolescente de 13 años, siempre descalza y vivaz, amante de la pesca en el río; a Coco (Élie Dupuis), el preadolescente transformado en hacendoso inventor; y a Benoit (Hugo St-Onge Paquin), el pequeño de 6 años que aún sigue intentando vencer su enuresis, que todo lo pregunta y que tiene claro que “Yo nunca seré mayor”. Saludan a su madre Simone (Céline Bonnier) de forma amorosa y todo parece indicar que son una familia muy feliz. El padre (Laurente Lucas) es un médico microbiólogo con algún secreto no confesable y que se ausenta hacia el hospital con demasiada frecuencia, y es lo único que puede distorsionar el equilibrio y la paz reinante. Una familia educada y en orden, donde los chicos mayores tocan el piano y al pequeño le gusta que, al dormir, su padre le cante alguna canción de un amplio repertorio. 

Esta es la presentación de la película Mamá está en la peluquería (Léa Pool, 2008), el último film de la sexagenaria directora canadiense de origen suizo, quien lleva a la pantalla el primer guion de Isabelle Hébert, un retrato alrededor de la infancia zarandeada por la ruptura matrimonial. Porque mientras comienzan las vacaciones de verano de nuestros tres hermanos, algo ocurre que cambiará sus vidas. Y es que, hasta entonces, el único temor de estos chicos era hacia Monsieur Mouche, el hombre sordomudo con un angioma en su hemicara y que vive en una caravana junto al río. 

Léa Pool nos devuelve esa evocación nostálgica de un verano y sus ritos de paso ya tan conocidos en el cine, allí donde otros directores nos dejaron su particular "coming of age" estival (y sirva algún otro ejemplo norteamericano como los que Robert Mulligan nos regaló en 1971 con Verano del 42 y veinte años después con Verano en Louisiana). Y aquí Pool nos convoca a un plácido rincón canadiense y a esos días eternos de luz y calor con nuestros tres hermanos y sus amigos, a los que les acompañamos a pescar en el río, en sus paseos en bici, en la captura de ranas, y a esos primeros besos preadolescentes de Élise y sus amigas (al ritmo de la canción “Bang bang” de Claire Lepage), y también conocemos a ese niño rubio que cree ser hijo de un príncipe austríaco, posiblemente heredero de Sissí Emperatriz. Simpático comienzo que se rompe cuando la sospecha de Simone sobre su marido se convierte en evidencia y que le hace tomar una decisión muy imprevista: pide el traslado como periodista para ejercer de corresponsal en Londres, porque, como nos expresa, “Si no me voy, me muero”. Porque nuestra directora se ha caracterizado por abordar las relaciones homosexuales en sus películas, y también en ésta aparece el tema, fuera de campo, pero con un papel decisivo en la ruptura del matrimonio de un médico prestigioso y una periodista que renunció a su trabajo para criar a sus hijos, que la adoran. 

Y cuando el padre se encuentra solo con sus hijos, simplemente se ve superado por la situación. Pero los que sufren el impacto en primera persona son los hijos del matrimonio, quienes no entienden la situación. Y cada uno reacciona de una manera ante este dolor. Así, mientras Coco busca refugio en el garaje con la construcción de un coche, y Benoît se sumerge en su propio mundo, y le da por destrozar sus muñecos y golpearse los oídos cuando no quiere escuchar algo que no le gusta (y hasta el padre piensa que necesitará un colegio especial), Élise decide coger el timón de una familia a la deriva en un desesperado intento por salvarla. Y todo ello se nos presenta esquivando la sensiblería, con esa mezcla de ternura con comicidad, de realismo desgarrador con condescendencia. 

Y a las llamadas por teléfono de la madre, el pequeño Benoit le pregunta: ”¿Cuándo vas a volver?... y ¿cuánto tiempo es “todavía no”?. ¿Dónde está Londres?, ¿y Europa?”. Pero Élise está profundamente contrariada y enfadada y no se pone al teléfono, mientras el padre continúa desesperado, superado por la situación. El pequeño desarrolla pesadillas, y la hermana le aconseja: “Cuando eches de menos a mamá, solo cierra los ojos. La verás sentada al piano. Oirás a Beethoven en tu cabeza”; pero él contesta: “No veo nada. Está todo negro en mi cabeza”. Y resulta que Élise encuentra en Monsieur Mouche, el que tanto le asustaba, su mejor soporte emocional para esta situación personal y familiar tan complicada. Pero la situación de Élise no es mucho peor que la de un chico vecino, cuya madre no supera la enfermedad del marido y se ha deprimido hasta la extenuación, y él tiene que ser el hombre de la casa al igual que ella está teniendo que asumir el rol de la mujer de la suya. Y el juramento entre ambos: “Si dices que mi madre es rara, yo digo que la tuya se ha ido”. Y es que es bien conocido que en cada familia los hijos soportan o arrastran los errores o problemas de sus padres. 

Y Benoit recoge del buzón las pocas cartas y postales de su madre, pero que nadie quiere leer, solo él… y aunque no sabe leer, lo intenta. Porque los hermanos tienen sensaciones cruzadas sobre si la madre les abandonó o no, e intentan conocer por qué se fue de casa. Pero han decidido contestar a los que preguntan por su madre, que ella está en la peluquería. Y con el trasfondo de una naturaleza estival en plena ebullición, Élise está a punto de vivir un verano único con sus hermanos: “Antes de este verano creía que eran felices. No sabía que la risa escondía tantas penas y secretos. Las cosas no habían cambiado: el rio prohibido, los maizales, las montañas, las grietas del asfalto". 

Cuando Benoit es revisado por un especialista sale con el diagnóstico de superdotado, disléxico y con desórdenes de personalidad (si no quieres una etiqueta, toma tres), y es entonces cuando la hermana pide con fuerza que su madre regrese, pues su hermano la necesita por encima de todos. Porque ya no solo destroza los muñecos, sino que ya se golpea a sí mismo. Y con esta situación, la historia avanza con una buena banda sonora, donde aparecen canciones como “Happy Together” de The Turtles, “La maison oú j´ai grandi” de François Hardy o ese final con “The Great Escape”, interpretada por Élie Dupuis (joven cantante que aquí interpreta a Coco)… y la pregunta de Benoit, “¿Y dónde vamos luego?” y la respuesta de Élise: “Nos vamos a Londres”. Fundido en negro. 

En Mamá está en la peluquería no hay complacencia con la infidelidad matrimonial y presenta a los hijos como víctimas de la inmadurez de los padres. No es un tema novedoso, pero sí está tratado con solvencia, como antes ya otras películas reflejaron bajo otra perspectiva este grave problema al que se enfrenta la descendencia de familias desestructuradas cuando la madre se va, como Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979), Evelyn (Bruce Beresford, 2002), Rómulo, mi padre (Richard Roxburgh, 2007) o ¿Qué hacemos con Maisie? (Scott McGehee y David Siegel, 2013), por citar algunas.    

 

sábado, 11 de febrero de 2023

Cine y Pediatría (683) “Los lobos”, la inmigración del Alburquerque Project


En el año 2017, el estadounidense Sean Baker nos sorprende con la película The Florida Project, una nueva joya del indie americano, una obra visualmente única y sencilla, un retrato irónico sobre un barrio chabolista colindante con el mayor imperio vacacional de Estados Unidos, Disneyland, y ello en lo que es la pequeña historia veraniega de tres niños entre 6 y 7 años que viven rodeados de pobreza, malnutrición, drogas y prostitución - por obra y gracias de sus progenitores -, pero que el director pinta de color toda esta miseria para amortiguar el golpe en el espectador y transmitir algo de alegría de esa infancia maltratada, aunque ellos no lo saben. Y dos años después, apareció una película de cine independiente mejicana que muchos asemejaron en su contenido, por título Los lobos (Samuel Kishi, 2019), pero en lo que es un drama basado en hechos reales, pues se fundamenta en las vivencias de la propia infancia del director cuando sufrió en sus carnes el drama de la inmigración.  

Así pues, el director de Somos Mari Pepa (2015), un peculiar "comig of age" de un adolescente, ahora dirige este film autobiográfico con toques de The Florida Project sobre dos niños que viajan con su madre de México a Albuquerque en busca de una vida mejor. Ellos son Max (Maximiliano Nájar Márquez) y Leo (Leonardo Nájar Márquez), de 8 y 5 años, emigrantes con su joven madre Lucía (Martha Lorena Reyes) en Albuquerque, la ciudad más poblada del estado de Nuevo México (Estados Unidos). Y empiezan desde cero y sin conocer a nadie. Lo primero es buscar un lugar para vivir, una mísera habitación por 500 dólares al mes regentada por coreanos en un entorno tan hostil como esas ciudades fronterizas "made in USA". Y ahí surge la pregunta del más pequeño: “¿Dónde vamos a dormir?”. 

Y aparte de Florida Project, la película comparte algo de la sorprende La habitación (Lenny Abrahamson, 2015), pues desde el primer momento la madre sale a trabajar y los dos hijos esperan en la pequeña habitación a que su mamá regrese, y allí pasan el día solos mientras observan a través de la ventana el inseguro barrio en el que está enclavado el motel donde viven, habitado principalmente por hispanos y asiáticos. Se dedican a escuchar los cuentos, reglas y lecciones de inglés que la madre les deja en una vieja grabadora de casete, y construyen un universo imaginario con sus dibujos, mientras anhelan que su mamá cumpla su promesa de ir juntos a Disneylandia. Ese casete que les conecta con su vida familiar pasada que han dejado en México, donde la madre les graba las lecciones en inglés (con las palabras clave en primer lugar: “We want to go Disney. One ticket, please”) y donde también les graba las reglas para sobrevivir en esas difíciles circunstancias: “Vamos a necesitar reglas. Regla número 1: no salir nunca del departamento. Regla número 2: no pisar la alfombra sin zapatos. Regla número 3: mantener limpio el departamento. Regla número 4: cuidarse entre hermanos. Regla número 5: abrazarse después de una pelea. Regla número 6: no llorar. Regla número 7: no decir mentiras”.  

Ante tantos días de soledad y abandono de los niños en casa, en lo que es casi una experiencia carcelaria, el mayor demanda a la madre”: “Y por qué mejor no nos regresamos?”. Pero Max y Leo siguen pasando el tiempo dentro de la habitación jugando, durmiendo, pintando lobos (que de forma recurrente aparecen como un cómic infantil entre la historia), pues la madre les deja claro que ellos son lobos, y “los lobos no lloran, los lobos muerden, aúllan y cuidan su casa”. Hasta que un día deciden salir de la casa y conocer el barrio, allí donde establecen algunas relaciones con el vecindario. Pero la vida de la madre no es menos fácil, pues pasa el día realizando grandes viajes en autobús para llegar a los dos trabajos precarios (una lavandería industrial y limpiadora de unos grandes almacenes), ocupaciones que quedan reservados para los muchos inmigrantes de la región. Y cuando llega a casa a altas horas de la noche, apenas le quedan fuerzas para llorar mientras sus hijos ya duermen en el suelo. Y finalmente se animan a acudir a los oficios religiosos que van acompañados de un banco de alimentos, allí donde se mezclan los emigrantes y las culturas. Como se mezcla la celebración de Halloween con el Día de los Muertos, puro mestizaje cultural. 

Una película que se visualiza a flor de piel. Sencillamente porque no cuenta nada que no sea real. Y al final acuden un día festivo a un parque de atracciones, donde la madre les dice “Ya sé que no es Disney”… pero todos sonríen. Por primera vez todos sonríen y es el único momento en que los niños son niños y se divierten como niños (por cierto, los actores que interpretan a Max y Leo son hermanos de verdad y demuestran una maravillosa capacidad de contención para creernos su papel de principio a fin). 

Porque son muchas las historias filmadas sobre la inmigración, y el drama humano y las dificultades que implica. Pero Los lobos tiene el mérito de apostar por la autenticidad y la mirada certera sobre la infancia, esquivando el melodrama en los posible (aunque siempre presente). Y es que desde la mirada inocente es cuando más emotividad se puede alcanzar al reflejar los dramas humanos. Una película perfecta para la reflexión cuando se visualizó en su estreno, pura era del confinamiento y de las políticas migratorias de Trump. 

Porque la comunidad mexicana es la más numerosa de todas las nacionalidades inmigrantes que residen en Estados Unidos y la mayor diáspora mexicana en el mundo. Destaca la presencia de mexicanos en California, Texas, Nuevo México, Arizona, Nevada y Colorado, aunque están dispersos por todo el país. Jalisco, Michoacán, Guanajuato, Estado de México, y Zacatecas agrupan a 45% del total de migrantes en Estados Unidos. La migración México-Estados Unidos está condicionada por múltiples factores, dentro de los cuales, la diferencia salarial hace que la movilidad laboral por cuestiones económicas sea determinante; también las redes sociales y familiares, que se han forjado desde el siglo pasado, hacen que el proceso migratorio entre estos países se reproduzca continuamente. El tema es tan importante que la segunda ciudad del mundo con más mexicanos es Los Ángeles, solo superado por Ciudad de México. 

Y esta visión desde la infancia a los temas sociales que les afectan la hemos visto reflejada desde distintas películas. La vimos desde Florida, y ahora la revisamos desde Alburquerque con la inmigración en el epicentro. Y, por desgracia, esta infancia tiene que aprender, rompiendo su inocencia, que “los lobos no lloran, los lobos muerden, aúllan y cuidan su casa”.

 

sábado, 24 de septiembre de 2022

Cine y Pediatría (663). “Reina de corazones” da una vuelta de tuerca al incesto en el cine

 


Las historias del cine que hablan sobre el incesto suelen ser polémicas y perturbadoras, complicadas de ver y sentir, y no dejan a nadie indiferente. La industria cinematográfica ha planteado la relación amorosa entre familiares desde diferentes puntos de vista, algunas como resultado de la imaginación de los guionistas, otras basadas en hechos reales (lo cual nos perturba más). He aquí algunos títulos que tratan el tema de forma directa. 

Los chicos terribles (Les enfants terribles) (Jean-Pierre Melville, Jean Cocteau, 1950), película francesa abrumadora en la que dos hermanos adolescentes, que alimentan una insana obsesión el uno por el otro, crean un mundo privado en la desordenada habitación que comparten. La intrusión del mundo exterior los llevará a una dramática situación. 

Lolita (Stanley Kubrick, 1962), icónica película basada en la novela de Vladimir Nabokov, donde Humbert Humbert (James Mason), un profesor cuarentón, llega New Hampshire y alquila una habitación en casa de la viuda Charlotte Haze (Shelley Winters), con quien se casa, pero no por amor a su esposa, sino por el objetivo de poder concretar su fantasía con Lolita (Sue Lyon). A esta clásica película en blanco y negro le llegó un remake en color dirigido por Adrian Lyne en 1997, y cuyos personajes principales fueron interpretados por Jeremy Irons, Melanie Griffith y Dominique Swain.  

El soplo al corazón (Louis Malle, 1971), uno de las películas clave en la filmografía de este director francés, donde el adolescente Laurent (Benoît Ferreux) llega a presentar una relación cada vez más íntima con su madre, Clara (Lea Massari), cuando ambos acuden a unas termas de descanso cuando a a éste se le diagnostica una fibrilación cardíaca. 

La luna (Bernardo Bertolucci, 1979), que funciona como una reinvención del complejo de Edipo, ese complejo conjunto de emociones y sentimientos infantiles caracterizados por la presencia simultánea y ambivalente de deseos amorosos y hostiles hacia los progenitores. Donde la famosa cantante de ópera Catherina Silveri (Jill Clayburgh), ahora viuda, tiene que dar un concierto en Italia y toma la decisión de llevarse consigo a su hijo Joe (Matthew Barry), decisión que le cambiará la vida por completo.

Tú me hiciste mujer (Beau-pére) (Bertrand Blier, 1981), polémica película del cine francés, basada en la novela homónima, sobre las relaciones de una joven "lolita" de 14 años (Ariel Besse) y su padrastro (Patrick Dewaere), tras la muerte accidental de la madre. 

Fuego en las alturas (Fredi M. Murer, 1985), alrededor de una familia que vive en una solitaria granja en medio de los Alpes suizos, y la particular relación entre Belly, una adolescente que quiere ser maestra y que enseña a su hermano Franzi, un chico sordo y algo retrasado en plena pubertad. 

Contra el viento (Francisco Periñán, 1990), narra la incestuosa relación de dos hermanos, Juan (Antonio Banderas) y Ana (Emma Suárez); y aunque el primero huye de esta relación a una desértica zona de Andalucía, Ana va tiempo después en su búsqueda para luchar por el que ha sido el único amor de su vida. 

Con mis ojos cerrados (Stephen Poliakoff, 1991), película británica en donde el natural afecto de una mujer por su hermano conduce a una relación incestuosa que amenaza con destruir su matrimonio. Una relación que transcurre en un mundo donde los valores morales parecen resquebrajados, y donde la aparición del sida pone al descubierto su fragilidad. 

La hermanita (Robert Jan Westdijk, 1995), film de los Países Bajos sobre el reencuentro de los hermanos Martijn y Daantje, quienes rememoran algo que les pasó cuando eran pequeños y que hace que su relación esté a punto de cambiar para siempre. 

Ma mère (Mi madre) (Christophe Honoré, 2004), drama psicológico francés donde Hélène (Isabelle Huppert), madre y femme fatale, no considera que desear a su propio hijo Pierre, de 17 años, sea un tabú, y ni tan siquiera ella lo llamaría incesto. Y donde Pierre descubre el sentido de las palabras éxtasis, vergüenza y respeto. 

La balada de Jack y Rose (Rebecca Miller, 2005), es la historia de los dos únicos supervivientes de una comuna situada en una isla, Jack (Daniel Day Lewis) y Rose (Camilla Belle), su hija de 17 años. Jack ha procurado proteger a su hija de las influencias del mundo exterior, pero el conflicto entre ambos comienza cuando Jack contrae una grave enfermedad y, al mismo tiempo, se produce el despertar sexual de Rose, quien también se enfrenta a la novia de su padre. 

Géminis (Albertina Carri, 2005), película argentina que versa sobre un caso de incesto entre dos jóvenes hermanos de clase alta burguesa, quienes viven en un entorno familiar disfuncional con un padre casi ausente y una madre tan posesiva como dominadora. La confusión general se incrementa cuando llega al hogar Ezequiel, el hijo mayor residente en Barcelona, para contraer matrimonio. En medio del estrés y del vértigo de los festejos, va creciendo la pasión incontrolable entre los dos hermanos menores. 

Savage Grace (Tom Kalin, 2007), basada en hechos reales alrededor de una de las dinastías norteamericanas más famosas de la historia reciente, y que centra la relación entre un joven homosexual con problemas mentales (Eddie Redmayne) y una madre que toma medidas desesperadas (Julianne Moore). 

Canino  (Yorgos Lanthimos, 2009), película griega distópica con una historia escalofriante sobre un matrimonio que mantiene encerrados durante toda su vida a sus dos hijas y su hijo, a los que no les permiten conocer la vida exterior y son engañados con ideas retorcidas, abusos y relaciones no decentes. Una dentellada alegórica sobre familias y totalitarismos.  

Daniel & Ana (Michel Franco, 2009), una dolorosa historia real mexicana en las que Daniel y Ana Torres, dos hermanos de 16 y 23 años que tienen una excelente relación, son víctimas de un secuestro en el que serán obligados a tener relaciones sexuales mientras los graban en vídeo. A partir de ese momento sus vidas cambian por completo. 

Vergüenza, ninguna (Filip Marczewski, 2012), drama de cine polaco que se desarrolla cuando Tadzik de 18 años, se va a la casa de su media hermana mayor Ankas, y salen a relucir sentimientos que van más allá de las normas aceptadas, así como la lucha por demostrarle su amor prohibido. 

That Lovely Girl (Keren Yedaya, 2014), drama israelí sobre la pareja formada por Moshe, de 50 años, y Tami, de 20, que mantienen una relación cruel y violenta de la que Tami no puede liberarse. Porque Tami y Moshe son padre e hija. 

Marguerite et Julien (Valérie Donzelli, 2015), basado en un hecho histórico real en el siglo XVII, donde Marguerite y Julien de Ravalet, hijos del señor de Tourlaville, fueron ejecutados en París por delitos de incesto y adulterio. La historia procede de la novela de Jean Gruault adaptada a los tiempos contemporáneos y en el que la directora logra una película intensa y emocionante. 

Homesick (Anne Sewitsky, 2015), drama psicológico noruego en el que Charlotte, de 27 años, se encuentra con su hermano Henrik, de 35 años, por primera vez, dos personas que no saben lo que es una familia normal y que comienzan un encuentro sin límites. 

Illegitimate (Adrian Sitaru, 2016), película rumana que versa sobre la relación sexual entre dos hermanos mellizos, Sasha y Romeo, hijos de un ginecólogo que delataba a las mujeres que abortaban durante la época comunista. Cuando Sasha se queda embarazada, todo se complica. 

Y algunas otras películas donde el tema del incesto aparece en algún momento de la trama argumental, como Las manos en los bolsillos (Marco Bellocchio, 1965), El lago azul (Randal Kleiser, 1980), La marca de la mariposa (Matt Cimber, 1982), El beso de la pantera (Paul Schrader, 1982), Carne de tu carne (Carlos Mayolo, 1983), Charlotte for Ever (Serge Gainsbourg, 1986), Flores en el ático (Jeffrey Bloom, 1987), Mi querida hermana (Nancy Meckler, 1994), Soñadores (Bernardo Bertolucci, 2003), El silencio (Jamie Babbit, 2006), Precious (Lee Daniels, 2009), Beautiful Kate (Rachel Ward, 2009), Womb (Benedek Fliegauf, 2010), Agosto (John Wells, 2013), La cumbre escarlata (Guillermo del Toro, 2015), entre otros.  

Y a este repaso, a buen seguro incompleto, sobre películas en relación al incesto, hoy se suma una reciente obra danesa del año 2019, Reina de corazones, dirigida por la directora May el-Toukhy (con raíces egipcias) de forma exquisita y narrada con hipnótica precisión, por lo que atrapa al espectador por mantener ese pulso entre lo incómodo, lo prohibido y lo atractivo. La película nos presenta a una familia modelo de clase alta, compuesta por Peter, un médico de alto prestigio, y Anne (destacada Trine Dyrholm, habitual en los mejores títulos de este país escandinavo), una abogada especializada en la defensa de menores, que tienen dos hijas gemelas preadolescentes (a las que leen al dormir “Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas”) y una vida perfecta. Pero un día, el padre se ve en la tesitura de recibir acoger en su casa al problemático hijo que tuvo de su anterior relación, el adolescente Gustav (Gustav Lindh), y que va a poner patas arriba a esa familia. Lo que nos cuenta quizás no es nuevo, pero la forma de presentar la historia y la tensión de las pulsiones quizás sí es lo que podemos destacar, y quizás fue uno de los méritos para alzarse con el Premio de Público en el Festival de Sundance de aquel año, y donde destacan dos mujeres: su directora y su actriz principal

Reina de corazones nos enfrenta al trágico mundo del incesto, aunque también encierra otros temas, abierta al debate y que permite al espectador hablar sobre ella. Porque no es baladí que Anne tenga un trabajo dirigido a la comunidad, concretamente defendiendo a menores que han sido abusados, algo que en realidad es sumamente retorcido con el transcurrir posterior de la historia. Es evidente que todo esto está realizado con unas intenciones críticas por su directora, pues nos habla de las relaciones de poder y cómo la influencia negativa que utiliza la madrastra puede extrapolarse a la propia sociedad danesa. Porque, al final, los poderosos utilizan sus herramientas para acabar con los más débiles, una vez ya han obtenido todo lo que querían de ellos. 

Reina de corazones está dividida en dos mitades que resultan totalmente antitéticas entre sí. La primera de ellas es un drama burgués, en el que se introduce el personaje de Gustav como un elemento disrruptor de la normalidad a la que la familia estaba acostumbrada; es la parte convencional y ya vista en otras ocasiones. En la segunda mitad, la directora va destapando sus cartas y desmontando la retorcida relación que en realidad mantienen los dos personajes, y la película ya se mueve entre el thriller y el suspense, donde la historia ya sí nos atrapa. Y los diálogos no dejan indiferente: "Tú sabes que lo que pasó es ilegal, tú precisamente", le dice el hijastro a Anne; y como ésta intenta ocultar la verdad al decirle: "Tu padre no puede más contigo. Ocupas demasiado espacio". Y es que ya en las primeras escenas del film la directora avisa al espectador (mediante ese flashforward) que todo lo que aparece tan perfecto es en realidad una mentira, mediante este plano en el que la cámara va dándose la vuelta a sí misma, mostrando una realidad que aparece distorsionada y que no es como aparenta. 

Es Reina de corazones una buena película alrededor del incesto (y otros temas), incómoda y atractiva a partes iguales, una cinta llena de detalles, tanto técnicos como temáticos, que merece un visionado para todo aquel que se autodenomine cinéfilo, donde hay sombras de aquel cine melodramático de Douglas Sirk y de algo del suspense de Alfred Hitchcock. Y es que el cine danés no es la primera vez que no nos deja indiferentes (y sorprendidos) y baste recordar algunas películas ya tratadas en Cine y Pediatría, como Pelle el consquistador (Bille August, 1987), Princess (Anders Morgenthaler, 2006), En un mundo mejor (Susanne Bier, 2010) y, sobre todo, La caza (Thomas Winterberg, 2012), con quien llega a tener un pulso narrativo con cierto parecido.    

Y cabe no olvidar que la Reina de Corazones es un personaje ficticio del libro de Lewis Carrol, “Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas” (el libro que Anne lee a sus gemelas), esa monarca infantil y de mal genio que se apresura a condenar a muerte ante la menor ofensa.

 

sábado, 12 de marzo de 2022

Cine y Pediatría (635) De “Yo, Cristina F” a “Beautiful Boy”, un camino de politoxicomanías

 

Se dice que el consumo de estupefacientes forma parte de la historia de la humanidad. Y desde tiempos inmemoriales ya chamanes y sacerdotes dominaban el uso (y disfrute) de según qué tipos de estimulantes y sustancias psicotrópicas. Es indudable su uso como tratamiento médico, y bien conocido el problema del abuso entre sus consumidores. Y, por ello, no es de extrañar que las politoxicomanías formen parte de las historias del cine

He aquí algunas películas de interés en este tema, desde diferentes países. Algunas ya han sido tratadas en algún momento en nuestro proyecto Cine y Pediatría, como El pico (Eloy de la Iglesia, 1983), 27 horas (1986), Kids (Larry Clark, 1995), Réquiem por un sueño (Darren Aronofsky, 2000), Robinú (Michele Santoro, 2016), Déjame caer (Baldvin Zophoníasson, 2018) y 4 días (Rodrigo García, 2020), esta última que abordamos en nuestra último post.  Pero donde es posible destacar otras películas: Yo, Cristina F (Uli Edel, 1981), El precio del poder (Brian De Palma, 1983), La historia de Jim Carroll (Dir. Scott Kalvert. 1995), Trainspointing (Danny Boyle, 1996), Miedo y asco en Las Vegas (Terry Gilliam, 1998), Traffic (Steven Soderbergh, 2000), Blow (Ted Demme, 2021), Cookers, peligrosa adicción (Dan Mintz, 2001), Spun (Jonas Åkerlund, 2002), Sin límites (Neil Burger, 2011), Krisha (Trey Edward Shults, 2015), Gaspar Noé (Gaspar Noé, 2018), Beautiful Boy. Siempre serás mi hijo (Felix Van Groeningen, 2018), etc. Y hoy revisaremos la primera y la última de este listado cronológico. 

- Desde Alemania, Yo, Cristina F (Uli Edel, 1981) 
Duro relato sobre el efecto de las drogas en la juventud, sin concesiones ni adornos, casi documental. Basada en hechos reales, su crudeza no evitó que tuviera un considerable éxito de taquilla en Europa. Inspirada en la historia real de Christiane Vera Felscherinow, estas es una las películas más perturbadoras y descarnadas que han abordado la drogadicción en el cine, sobre todo si partimos de la base que aquello que nos cuenta está basado en el libro “Wir Kinder vom Bahnhof Zoo”, novela autobiográfica de la propia Christiane, quien narra su terrible adicción a la heroína a mediados de los años 70 en Berlín. 

Somos partícipes de cómo Cristina (Natja Brunckhorst), una adolescente de 14 años que vive con su madre y una hermana pequeña en un piso colmena en Berlín, desea escapar de esa realidad e ir al Sound, la discoteca más moderna de Berlín. Allí conoce a Detlev (Thomas Haustein), de quien se enamora, y con su pandilla de amigos entra a formar parte del trapicheo con drogas y su consumo, y quienes le dicen: “Dormirás todo lo que quieras cuando palmes”. Para integrarse en el grupo, finalmente Cristina prueba la heroína y, aún siendo consciente de su peligro, queda enganchada y comienza su espiral de degradación que le impulsará a prostituirse para poder pagarse los chutes. Y vivimos buena parte de esta historia alrededor de la estación del metro Zoologischer Garten, junto a sus pasos subterráneos y callejones traseros, la cual era la cuna de la mala muerte, el sexo y la drogadicción en la ciudad alemana en aquella época. Y todo ello con una fotografía granulada y un ambiente gris y opresivo, como las vivencias de nuestra protagonista. 

Son diversas las anécdotas alrededor de esta película. Uno es comentar que la verdadera Christiane Vera Felscherinow sigue siendo adicta a sus 59 años y ha recaído de varios intentos de rehabilitación, por lo que hay quienes se atreven a etiquetarla como la yonki más famosa de la historia. Otra es que Natja Brunckhorst, quien encarnó a la protagonista, tenía la misma edad que su personaje y, debido a la dureza de las situaciones que tenía que rodar, tuvo que disponer del visto bueno de sus padres. Porque realmente es una película y una historia en la que los propios espectadores también podemos sufrir un síndrome de abstinencia (con especial crudeza en esas imágenes de aplicación de tatuajes y venopunciones, y la progresiva degradación de una adolescente). 

Destacar la B.S.O. de la película, que es todo un homenaje a la música de David Bowie, icónica en aquella década de los 70 y quien hace un legendario cameo en la película. Sobresale su canción “Heroes”, canción nuclear, como lo fue después también de otra película de la que ya hemos hablado en Cine y Pediatría: Las ventajas de ser un marginado (Stephen Chbosky, 2012).  

- Desde Estados Unidos, Beautiful Boy. Siempre serás mi hijo (Felix Van Groeningen, 2018) 
Es la crónica sobre la adicción a la metanfetamina del adolescente Nic (Timothée Chalamet), y sus diversos intentos por superarlo, todo ello revisado a través de la amorosa (y dolorosa) vivencia de su padre David (Steve Carell), quien acaba observando impotente a su hijo mientras lucha contra la enfermedad de la drogodependencia. Y todo ello bajo la dirección y guion del belga Felix Van Groeningen, quien ya nos tiene acostumbrados a narrar con los sentimientos a flor de piel, y en Cine y Pediatría ya recordamos su Alabama Monroe (2012), otra historia donde, como en ésta, la música tiene también gran protagonismo.  

Basada también en una historia real, y en las memorias tanto del padre (“Beautiful Boy: A Father's Journey Through His Son's Addiction” de David Sheff) como del hijo (“Tweak: Growing Up on Methamphetamines” de Nic Sheff). La historia en la pantalla avanza hacia adelante y atrás para mostrarnos retazos de la infancia, adolescencia y juventud de Nic, y descubrimos que es el único y amado hijo del primer matrimonio de David, ahora ya padre de otros dos chicos con su segunda pareja. La historia nos cuenta una manera de caer en la adicción a pesar de contar con un respaldo familiar, económico y emocional, bien diferente a la que tuvo Cristina F. 

Por tanto, el director nos lanza la interesante apuesta de cómo una adicción se puede ir desarrollando en cámara lenta dentro una familia estable. Y vemos como comienza a tomar algunas caladas de porro con el padre, y hablan relajadamente de ello. Pero todo sigue avanzando y llega la confesión de Nic: “Creo que siempre me ha gustado. Todo. La marihuana, el alcohol, el éxtasis, la cocaína, el LSD, Y la metanfetamina solo unos meses… Cuando la probé me sentí mejor que nunca, así que seguí haciéndolo”. Con 18 años, David reintenta, una vez más, incorporarle a una clínica para terapia de deshabituación, donde el doctor le informa que el porcentaje de éxito oscila del 25 al 80% y le expresa “La recaídas son parte de la recuperación”, frase que deberá repetir demasiadas veces a partir de entonces. 

Nic sigue siendo el niño hermoso de su padre, pero las discusiones, robos y huidas continuas hacen flaquear la relación. Cuando David revisa el libro de dibujos y pensamientos, descubre lo que su hijo ha escrito: “Cuando descubrí las drogas, mi mundo cambió, de blanco y negro a tecnicolor”, “Cuanto más consumo, más cosas hago de las que me avergüenzo, así que sigo consumiendo para no tener que afrontarlo”, “Lo único que puedo es seguir adelante y no mirar hacia atrás”. Entonces, en lugar de luchar contra su hijo, se enfrenta a entender el problema de la adicción, y lo busca en expertos y consumidores, intentando asimilar las descripciones fisiológicas y médicas de los daños de la anfetamina sobre el cerebro y la personalidad. No faltan las terapias de rehabilitación y las charlas de Nic cuando intenta superarlo. “Quiero que mis padres se sientan orgullosos de mi”. Así como la vivencia de esos padres que llevan de luto mucho tiempo antes de que ocurra lo peor en esos hijos drogadictos en caída (y recaída) libre, y la desalentadora frase del padre: “No pienso que se pueda salvar a la gente…”

Destacar la B.S.O. de la película con música que va de Nirvana a David Bowie (de nuevo presente), de Massive Attack a Sigur Rós, de Neil Young a John Coltrane, de Perry Coma a la Londo Sinfonietta, y aquí como tema nuclear el “Beautiful Boy” de John Lennon, que da título a la película. Música muy presente, en ocasiones lisérgica para acompañar las vivencias de nuestros protagonistas, ese maravilloso dúo y sintonía actoral entre padre e hijo, entre Steve Carell (irreconocible entre sus habituales papeles cómicos) y un excelso Timothée Chalamet.

Y el colofón de esta película bien podría servir para llevarse una reflexión a casa: "La sobredosis de drogas es la principal causa de muerte de estadounidenses menores de 50 años. Mediante extraordinario esfuerzo y apoyo, Nic se ha mantenido sobrio durante 8 años, paso a paso. Aunque los Centros de Rehabilitación carecen tremendamente de suficiente financiación y regulación, hay algunos que están trabajando incansablemente en todas las comunidades para evitar esta epidemia. Existe ayuda para los que están luchando contra la enfermedad, para sus seres queridos y para los que están de luto".

Dos películas tan duras como necesarias, para "prescribir" en institutos y en la familia.