miércoles, 2 de julio de 2025

La infancia (y la familia) bajo el prisma de Yasujirō Ozu

 

Yasujirō Ozu (1903-1963) es considerado uno de los maestros del cine japonés y mundial y era visto como uno de los directores "más japoneses". Su obra, caracterizada por la sutileza y la profundidad emocional, ha dejado una huella imborrable en la historia del séptimo arte. Durante su vida recibió dentro y fuera de su país todo tipo de galardones y, tras su muerte su fama alcanzó cotas aún más altas y su obra influyó en directores como Jim Jarmusch, Wim Wenders, Aki Kaurismäki o Hou Hsiao-Hsien. 

Rodó un total de 53 películas, más de la mitad en sus primeros cinco años como director; y todas menos tres con los estudios Sochiku, estudio en el que ingresó en 1923 como asistente de cámara. Fue un firme defensor de la cámara estática y las composiciones meticulosas, allí donde su plano característico era el tomado desde solamente unos 90 centímetros sobre el suelo, esto es, el punto de vista de un adulto sentado sobre un tatami, nada más nipón que esto. Un repaso a su filmografía esencial incluye su obra más universal, Cuentos de Tokyo / Tokyo monogatari (1953), pero también otras como Primavera tardía / Banshun (1949), Las hermanas Munekata / Munekata kyodai (1950), El comienzo del verano / Bakushû (1951), El sabor del té verde con arroz / Ochazuke no aji (1952), Primavera precoz / Soshun (1956), Crepúsculo en Tokyo / Tokyo boshoku (1957), Flores de equinoccio / Higanbana (1958), La hierba errante / Ukikusa (1959), El otoño de la familia Kohayagawa (El final del verano) / Kohayagawa-ke no aki (1961) o El sabor del sake / Sanma no aji (1962). Y en ellas siempre aparece otra de las señas de identidad en el cine de Ozu: el de ser el uno de los directores que más y mejor ha reflexionado sobre la familia en la historia del cine. 

El cine de Yasujirō Ozu es un tesoro cinematográfico que invita a la reflexión y la contemplación. Y hoy recordamos expresamente dos películas de su filmografía donde los niños son una pieza fundamental como reflejo de los anhelos y las frustraciones de los adultos, en un entorno que gravita entre el hogar, la escuela y el grupo de amigos: una película muda y en blanco y negro, He nacido, pero… (1932), otra sonora y en color, Buenos días (1959). 

- He nacido, pero…/ Otona no miru ehon (1932). Algunos la consideran aún hoy una de las grandes películas sobre niños de la historia del cine, descrito al inicio como “un cuento para adultos”. Fusiona el “slapstick” y el “shoshimin", un subgénero que nace en aquella época para prestar atención a las fricciones sociales del oficinista medio y su familia con un Japón pleno de mutaciones. Una obra en tono de comedia con ese proceso de aprendizaje de los dos hermanos protagonistas a través de una sencilla historia que resguarda unos cuantos mensajes sobre la jerarquización social del mundo de los adultos, y que tiene bastante de autobiográfico. 

- Buenos días / Ohayo (1959). Es como una actualización de la anterior joya del cine mudo. De nuevo, las familias, el hogar, la escuela y el mundo adulto son sabiamente entrelazados con sus habituales dosis de encanto y elegancia. Aquí con la aparición de la lavadora y el televisor en las vidas domésticas. Y bajo su aparente sencillez, esconde una aguda observación de la sociedad japonesa de la época con una profunda reflexión sobre la comunicación, el cambio generacional y la importancia de la autenticidad en las relaciones humanas. 

La sombra de Yasujirō Ozu sobre la importancia de la infancia (y la familia) se ha extendido fuera y dentro de Japón. Y en este país del sol naciente hay dos ejemplos carismáticos: Studio Ghibli e Hirokazu Koreeda. Pero toda esta particular visión de la infancia y la familia desde el país del sol naciente comenzó con Yasujirō Ozu. 

Y el análisis en profundidad de estas películas se puede revisar en reciente artículo publicado en el último número de la revista Arte y Medicina, que se puede revisar en las páginas 42 a 48. Porque la representación de la infancia en el cine japonés abarca una amplia gama de perspectivas, y ello en un contexto social y cultural específico como es el nipón. Y aunque Ozu es conocido por sus retratos de la vida adulta, los niños a menudo aparecen en sus películas, sirviendo como un contraste con el mundo adulto y un recordatorio del paso del tiempo. .

lunes, 30 de junio de 2025

Nuevo número de Evidencias en Pediatría: junio 2025

 

Un nuevo número trimestral de la revista Evidencias en Pediatría ha llegado: ciencia con calidad y conciencia. 

El número libre en todos sus contenidos pueden ser consultados en este enlace, pero os dejamos los temas tratados. 

Editorial: 

La exposición a sustancias perfluoroalquiladas en lactantes se asocia a cambios en la adiposidad potencialmente desfavorables en adultos 

Prolongar el tratamiento con prednisona no disminuye las recaídas en el síndrome nefrótico corticosensible 

Artículos Valorados Críticamente: 

Niños en riesgo: cómo los picos de contaminación afectan su salud respiratoria 

Nueva vacuna con coadyuvante frente al virus respiratorio sincitial en la gestante: eficaz pero dudosamente segura 

Fentanilo intranasal en urgencias pediátricas: ¿es seguro y eficaz? 

Mes de nacimiento y riesgo de infección por virus respiratorio sincitial grave 

La prevención de lesiones en el programa de salud infantil es eficaz 

¿Son dos dosis de vacuna 13-valente frente a neumococo tan eficaces como tres dosis? 

Combinar o alternar antitérmicos es más eficaz contra la fiebre, pero ¿es esa la cuestión? 

El uso de pantallas al año de vida empeora la capacidad de comunicación y gestión de problemas a los 2 y 4 años 

Comentario asociado: 

Antitérmicos en Pediatría, ¿cómo usarlos? 

Fundamentos de Medicina Basada en la Evidencia: 

Inteligencia artificial en Pediatría: de la ciencia ficción a la realidad clínica

sábado, 28 de junio de 2025

Cine y Pediatría (807) “Un ángel en mi mesa”, la salvación por la literatura

 

Literatura y cine son dos artes hechas para encontrarse. En una conferencia que realicé en el 54 Congreso Nacional de Pediatría de México CONAPEME 2023, bajo el título de “Literatura y cine, una historia de amor inacabada”, subrayaba que estas dos artes se encuentran a menudo a través de los guiones cinematográficos adaptados a partir de obras literarias. Y revisamos que, a lo largo de la historia, los escritores más adaptados al cine y televisión están encabezados por la trilogía formada por Shakespeare, Chéjov y Dickens. Y también destacamos que películas icónicas proceden de libros inolvidables a nivel internacional, como es el caso de “The Wonderful Wizard of Oz” de Lyman Frank Baum, “Little Women” de Louisa May Alcott, “Le avventure de Pinocchio” de Carlo Collodi, "Alice's Adventures in Wonderland” de Lewis Carroll, “The Lord of the Flies” de William Golding o “Le Petit Prince” de Antoine de Saint-Exupèry; pero también pueden ser historias de cine que proceden de novelas menos conocidas. como “El juego de los niños” de Juan José Plans, “¿Qué me quieres, amor?” de Manuel Rivas o “Los Pelones” de Albert Espinosa, por destacar algunos títulos de nuestro propio país.  

Y hoy vamos a conocer a través del cine a Janet Frame (1924-2004), novelista, escritora de cuentos y poeta neozelandesa, bastante desconocida por estos lares. Y cuya vida es quizás su mejor obra, una vida marcada por su estado mental, donde la literatura fue su salvación… con el mensaje que de ello se deriva. Porque en la década de 1980, Frame escribió tres volúmenes de su autobiografía (“To the Island”, “An Angel at my Table” y “The Envoy from Mirror City”) y con ello pretendía “dejar las cosas claras” con respecto a su pasado y, en especial, sobre su estado mental. Una trilogía literaria que fue trasladada para un largometraje televisivo: Un ángel en mi mesa (Jane Campion, 1990). La exitosa adaptación cinematográfica permitió conocer mejor a Janet Frame, tanto en su papel como persona como en su rol como escritora, y ello a lo largo de diferentes etapas de su vida (infancia, adolescencia, juventud y madurez), lo que permitió sacar a la luz a esta artista e introdujo una nueva generación de lectores de sus obras. Se ha especulado mucho sobre el estado mental de Frame, e incluso algún autor ha manifestado la posibilidad de que tuviera rasgos de trastorno del espectro autista. 

Las actrices Kerry Fox, Alexia Keogh y Karen Fergusson retrataron a la autora en distintas edades y en lo que es un retrato íntimo y honesto de una vida marcada por la soledad, la incomprensión y, finalmente, el triunfo del espíritu creativo. Todas ellas bajo la dirección de una de las directoras neozelandesas más conocidas, Jane Campion, quien ya demostró su calidad técnica y sus sensibilidad para el cine con títulos como las oscarizadas El piano (1993) y El poder del perro (2021), así como en otros films como Retrato de una dama (1996) o Bright Star (2009). La película es un retrato íntimo y honesto de una vida marcada por la soledad, la incomprensión y, finalmente, el triunfo del espíritu creativo. Y como en la novela original, también la película se estructura en tres actos, cada uno interpretado por una actriz diferente que encarna a Janet en una etapa de su vida: la niñez, la adolescencia y la adultez. 

- Parte 1. En la isla (en la tierra del ser) 

Los primeros pasos de un bebé… luego una niña con una cabellera pelirroja característica, con sobrepeso y poco agraciada y su voz en off: “Esta es la historia de mi infancia. En agosto de 1924 nací como Janet Paterson Frame. Mi hermana melliza que nunca tuvo nombre, murió dos semanas más tarde”. Con esta niña Janet (interpretada por Karen Fergusson), que vive en la Nueva Zelanda rural, conocemos a su humilde familia numerosa, con cuatro hermanas durmiendo en la misma cama y un hermano con ataques epilépticos. Se nos muestra como una niña tímida y solitaria, con una imaginación desbordante y su pasión por la lectura y la poesía… y escribe su primer cuaderno de versos. Aunque su familia la apoya, Janet se siente diferente y no encaja con los demás niños de su edad. 

Se hace adolescente (interpretada por Alexia Keogh) y, ya en el instituto, Janet se muestra extremadamente sensible, introvertida y socialmente torpe. La tragedia golpea a la familia (con la muerte de su hermana mayor, ahogada), lo que la hace replegarse aún más en su mundo interior. Su timidez y ansiedad son malinterpretadas por los demás como un signo de enfermedad mental. Y en vísperas de entrar en la universidad, quema sus libros de poemas y parte en tren a su nuevo destino… 

- Parte 2. Un ángel en mi mesa 

Comienza con un diálogo entre Prospero y Ariel de la obra “La tempestad” de Shakespeare: “No habría alma que no sintiese la fiebre de la locura y no diera señales de desesperación”. Nuestra joven Jane (interpretada por Kerry Fox), ahora universitaria, estudia todo el tiempo y ella misma se define: “Demasiado tímida para hacer amigos. Demasiado asustada para entrar en el comedor estudiantil. Estaba cada vez más sola. Mi único romance eran la poesía y la literatura”. Y se aísla poco a poco, incluso cuando comienza con su profesión de maestra. Con la llegada de un inspector se paraliza y no es capaz de dar la clase y huye presa de un temor y ansiedad inexplicables. Abandona la profesión y busca otros trabajos, mientras ansía dedicarse a la poesía. 

Después de un colapso nervioso, le aconsejan que se recupere en un hospital psiquiátrico una temporada, allí donde es diagnosticada erróneamente de esquizofrenia. “Sabes, Janet, cuando pienso en ti, pienso en Van Gogh, en Hugo Wolf. Muchos artistas han sufrido esquizofrenia”, le dice un mentor y ella sonríe. Durante los siguientes ocho años, sufre una serie de tratamientos brutales y ella nos lo explica: “En los siguientes ocho años recibí más de 200 aplicaciones de electroshocks, cada uno equivalente en miedo, a una ejecución”. Su única vía de escape y salvación es la escritura, que le permite mantener su cordura y su mundo interior intacto. En estos momentos llega otra nueva mala noticia, pues su hermana Isabel también muere ahogada, se repite la tragedia… Esto no ayuda mucho a nuestra protagonista: “Me consolaba escribiendo, pero no podía quedarme en Willowglen, ni escapar del horror de mis dientes arruinados…”. 

Justo antes de ser sometida a una lobotomía, un evento que cambiaría su vida para siempre, Janet gana el prestigioso premio literario Hubert Church por su primer libro, “La laguna”, una serie de cuentos cortos. Este reconocimiento inesperado la salva del procedimiento y la libera del hospital. Conoce a otro escritor mayor que ella, Frank Sargeson, quien le invita a vivir con él en el campo y poder dedicarse a escribir. Y así lo hace y se le ve por fin feliz, consiguiendo que le publiquen otro libro. Y Frank le consigue que pueda viajar a Europa con una beca literaria. 

- Parte 3. El enviado de Mirror City. 

Ya como escritora aclamada, emprende un viaje a Europa: Londres, París, hasta recalar en la pintoresca Costa Brava. La película retrata su estancia en esta zona del Alt Empordà, un período en el que explora su libertad y continúa desarrollando su vocación literaria, marcada por la proximidad del Mediterráneo y el paisaje agreste característico de la región, cercana al que fuera el hogar de Salvador Dalí en Portlligat. Allí, aunque sigue siendo socialmente inexperta, experimenta el amor, el desengaño y la libertad de ser ella misma por primera vez. 

Pero regresa a la gris y fría Londres. Y regresa embarazada. Y cuando intenta trabajar de enfermera, el antecedente psiquiátrico le cierra las puertas. Y comienza a trabajar pintando muñecas, en lo que puede. La idea del suicidio rondando… y reingresa como paciente voluntaria: “Finalmente concluyeron que yo nunca había padecido esquizofrenia. Al principio, la verdad, me pareció más aterrador que la mentira. ¿Cómo podía ahora pedir ayuda, si no había nada malo en mí?”, y acaban explicándole que todos los problemas que ha tenido han sido consecuencias de tantos años en el hospital. Y le aconsejan que escriba un bestseller sobre sus experiencias en Nueva Zelanda…y para ello el editor le deja un apartamento para que viva fuera de las cloacas en las que lo ha hecho siempre. 

La película concluye con Janet regresando a su hogar, tras la muertes de sus padres, una mujer que ha encontrado su voz y su lugar en el mundo, en su propia soledad, que ahora es elegida y fructífera. 

Porque Un ángel en mi mesa es mucho más que un biopic. Es una meditación sobre la resiliencia del espíritu humano, el poder redentor del arte y la importancia de aceptar la propia singularidad. Nos deja con la reflexión de que la "normalidad" es una construcción social, y que la verdadera libertad reside en abrazar quiénes somos, con todas nuestras peculiaridades, para encontrar nuestro propio lugar en el mundo, incluso si ese lugar es en una mesa, con un ángel invisible, escribiendo. Y todo ello bajo una dirección de Jane Campion respetuosa y profundamente humana, evitando el sentimentalismo fácil. Porque en esa infancia y adolescencia que nuestra protagonista vivió en la primera mitad del siglo XX es posible que muchos de los comportamientos fuera de la norma se trasladaran al campo de la psiquiatría, aunque revisado hoy en día es posible que hubiera presentado un trastorno del espectro autista de alto funcionamiento. Allí donde la literatura fue el refugio y la salvación de nuestra protagonista, y su legado. 

Cine y literatura se dan la mano en esta película que despierta una amplia gama de emociones y ofrece profundas reflexiones sobre la condición humana: la empatía y compasión por una mujer que es juzgada y maltratada por ser "diferente" en todas las etapas de su vida; la fuerza del arte y la creatividad, hasta convertir a la escritura en el ancla de su salvación; la soledad y la búsqueda de la identidad, mostrándonos que ser diferente no es una enfermedad, sino una forma válida de ser y de existir; y la importancia de la autoaceptación… el mejor ángel en nuestra mesa.