sábado, 30 de diciembre de 2023

Cine y Pediatría (730) La trilogía de Bill Douglas, poesía de una infancia más negra que el carbón

 

Y finalizamos el año 2023 con una obra de arte en blanco y negro, una pieza fundamental del cine británico de la década de los años setenta del pasado siglo y durante mucho tiempo poco apreciada en su país: la trilogía de Bill Douglas, tres pequeños grandes filmes que nos hacen transitar a flor de piel con la dura experiencia familiar y social de la infancia y adolescencia de su autor en imágenes imperecederas. Para algunos se constituye en uno de los trípticos más destacados que jamás se hayan hecho sobre la infancia, pura poesía cinematográfica desde una deprimente Escocia de posguerra dedicada a la minería. 

Es Bill Douglas un cineasta británico particular, cuyo corpus fílmico dura apenas seis horas y la mitad corresponde a esta trilogía, compuesta por My Childhood (1972) de 45 minutos, My Ain Folk (1973) de 52 minutos y My Way Home (1978) de 79 minutos de duración. Y para entender más el componente autobiográfico, vale la pena conocer algo de su biografía. Porque Bill Douglas nació en 1934 en el pueblecito minero de Newcraighall en las afueras de Edimburgo, y su infancia transcurrió en medio de grandes privaciones tanto físicas como emocionales. Hijo ilegítimo de una madre afectada por una seria enfermedad mental y educado en compañía del hijo de la hermana de su madre (Tommy, visto en My Childhood y My Ain Folk), por su abuela materna, Douglas pasó tras morir ésta a ser recogido en la casa de su padre (al que tardó en conocer) y su abuela paterna hasta terminar en el mismo internado que había acogido antes a su primo. Pese a todas las adversidades, el adolescente fue capaz de dotarse de una educación muy por encima de lo que las implacables circunstancias de su periplo vital podían vaticinar; y, además, durante estos años se fue fraguando lo que fue más adelante el centro de su vida, su pasión por el cine. El encuentro inesperado durante su servicio militar en Egipto con otro joven y sensible recluta, Peter Jewell (Robert, en My Way Home), que se convertiría en su compañero hasta el fin de sus días, le permitió escapar del mundo en el que hasta entonces había habitado, aunque este dejara una huella imborrable tanto en su personalidad como en su arte. Tras una frustrada carrera como actor, durante los primeros años sesenta (durante los que comenzó a pergeñar el guion que acabaría convirtiéndose en su «trilogía») y su paso y graduación como realizador en la London Film School, Douglas se encontró con la oportunidad de colocarse tras la cámara, para lo que aún tuvo que superar obstáculos de variada índole. 

Porque la historia de esta trilogía es ampliamente biográfica y sigue a Jamie (alter ego del director, interpretado con una convicción por Stephen Archibald), quien logra superar el entorno brutal de rechazos y adversidades de los entornos familiares que le toca vivir, así como el propio internado o su experiencia militar en la adolescencia. Veamos sus tres partes. 

- Parte primera. My Childhood (1972) 

Comienza anunciando el momento y lugar de la historia: “1945. Un pueblo minero escocés. Prisioneros de guerra alemanes trabajan en los campos”. Niños y niñas cantan en clase, mientras uno de ellos debe salir porque su abuela le espera fuera. Esta abuela cuida de Jamie, de unos 9 años, y de su primo Tommy, de unos 13. Jamie encuentra en un prisionero de guerra alemán la figura paterna que no tiene y es el único con el que puede esbozar una sonrisa. Cuando llega el padre de Jamie, la abuela no le reciben con aprecio y le echa “porque no es bueno ni para los hombres ni para las bestias”, mientras luego visita a su madre, ingresada en un lejano hospital. 

La violencia campea en este crudo entorno, también contra los animales. Con la muerte de la abuela, queda poco refugio para Jamie. Y se marcha sobre el carbón que transporta el tren de vapor. Y se desvanece la historia como el humo del tren. 

- Segunda parte. My Ain Folk (1973) 

Tras la muerte de su abuela materna, Jamie es separado de Tommy (a quien lo llevan a un internado) y debe empezar a vivir con su pusilánime padre, que le ignora, y la abuela paterna, una mujer alcohólica que le someterá a numerosos maltratos psicológicos. Para empezar, le dice a Jamie: “Tu madre ha arruinado la vida de mi hijo… ¿Qué te hizo pensar que podías venir aquí”. Entre duros silencios (e imágenes), apreciamos que esa abuela cuida más al galgo que al nieto, salvo cuando se emborracha y entonces le abraza y Jamie reza: “Por favor, Jesús, haz que mi abuela se emborrache cada noche”. Pero al día siguiente todo sigue igual: “Han llamado del sanatorio. Tu madre ha muerto”. No es de extrañar que desee su muerte y le haga maleficios. 

Y Jamie huye a menudo a la casa vecina de su primera abuela, ahora vacía. Porque su propia gente le rechaza y le maltrata, lo que también le provoca una profunda apatía en el colegio. Y todo esto lo observa y vive acurrucado en muchas ocasiones. Y solo tiene el apoyo de un abuelo también maltratado y apartado, quien le dice: “¿No estarías mejor en un hogar de acogida? Al abuelo ya no le quedan fuerzas para luchar por ti”. Y con la muerte del abuelo, regresa al internado. 

- Tercera parte. My Way Home (1978) 

La última parte de la trilogía autobiográfica de Douglas se centra en la su final de la adolescencia. De nuevo en el internado, allí donde todos reciben el mismo regalo (una armónica) por Navidad. Pero su padre vuelve a por él, ahora con una nueva esposa, y se encuentra con su abuela deteriorada, quien le regala el libro David Copperfield de Dickens. Sigue desadaptado y les refiere que quiere ser artista, lo que molesta con esa decisión de querer ser mejor que ellos y no conformarse con trabajar en la mina de carbón. Y regresa al internado, desanimado dice al director: “Corra o camine lo mismo da. Al final, siempre voy a parar al mismo punto”. Hasta que es adoptado por una nueva familia que le respeta, pero él prefiere vivir como un mendigo junto a los mendigos, y repite “Me quiero morir. Me quiero morir. Me quiero morir,…”. 

Sin lugar a donde ir, se alista en el servicio militar y se traslada a Egipto. Tampoco se adapta a esa vida inicialmente, donde realiza tareas sin trascendencia en una casa en medio del desierto y junto con otro recluta, Robert. Y cuándo le preguntan qué quiere hacer a la vuelta, responde, con el fondo del cartel de Marilyn Monroe en la película Niágara (Henry Hathaway, 1953): “Yo quiero ser artista. Puede que hasta sea director de cine”. Y cierra con una imagen de cerezos en flor mientras suena el motor de un avión, posiblemente el que le trae de regreso a su país. Y un fundido en negro finaliza esta historia en tres partes de una infancia y adolescencia más negra que el carbón. 

Y esta magnífica trilogía de Bill Douglas se constituye en visión artística única sobre la infancia y adolescencia, su infancia y adolescencia. El diálogo es rebajado al mínimo, y las casas de cooperativas del pueblo minero, los campos, la nieve, la pobreza, las sucias calles, el frío, el carbón carestía, el desapego familiar y el maltrato infantil están rodadas en un desolado blanco y negro. Y con un uso especial de la cámara, de los primero planos de los objetos (puertas, manos,…) y esas dos figuras que se repiten en su trilogía: el uso de las imágenes de las manzanas en cada una de sus tres partes (y cada una con un significado) y el tren. 

Quien quiera profundizar en esta película, con un análisis exhaustivo por escenas, puede revisar el gran análisis realizado por Santiago Zunzunegui en la revista EU-topías, revista de interculturalidad, comunicación y estudios europeos publicada conjuntamente por la Universitat de València y l’Université de Genève.

Un buen colofón cinematográfico a este año 2023, una historia tan negra la que nos muestra Bill Douglas como el año que ahora termina, con dos guerras en ciernes (la que enfrenta a Ucrania y Rusia, y a Palestina e Israel) y con “polarización” como la palabra del año según Fundéu en España, lo que muestra a las claras la situación política y social que vivimos.

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuàndo interpelan las secuencias el corazón llora nada más desprotegido que el niño de hoy