lunes, 4 de septiembre de 2023

La atención de la infancia en la sanidad rural

 

En nuestro post previo realizábamos un homenaje al médico rural y ello en base a una exposición que forma parte de un museo monográfico al respecto situado en el pequeño pueblo orensano de Maceda. Dentro de la nutrida información de esta exposición, quiero rescatar ésta sobre cómo era la atención sanitaria de los niños y niñas en aquel medio rural. Y me basaré en el texto de Roberto Fernández Álvarez, médico y escritor de Orense. 


En el medio rural, las condiciones higiénicas, nutricionales y sanitarias en que se desenvolvía la vida del niño eran claros determinantes de la salud y poco podía hacer el médico rural para intervenir, más allá de denunciar la demora en la atención y la pobreza. 

Un imponderable al que se enfrentó el médico del pueblo fue la nutrición infantil defectuosa. La lactancia no fue la única especificidad nutricional y se llevó a cabo en condiciones subóptimas. Si no se podía amamantar se usaba leche de vaca, a menudo sin hervir. A mediados del siglo XX, quienes podían permitírselo recurrían a leche condensada o fórmula, de la que el Pelargón era muy popular. Pero pronto el niño como la misma dieta "vegetariana obligatoria" que el adulto, hipocalórica, baja en pescado y carente de contenido proteico. 

Las condiciones de vida no eran buenas: casas oscuras, mal ventiladas, alrededor de animales como fuente de enfermedades y abundantes infestaciones de sarna, pulgas, piojos y chinches. Cohabitación con heces y detritos, donde aguardaban la fiebre tifoidea, la hepatitis o la disentería; proximidad al fuego de la chimenea, que a menudo incendiaba la ropa de los niños. 

Y cuando aparecía la enfermedad, se demoraba la notificación al médico, porque se recurría primero a la medicina casera y popular o de los ritos religiosos. El médico rural combatió, en una lucha desigual, prácticas ineficaces y iatrogénicas: llevar al recién nacido ictérico a la orilla de un río, frotar con una "mano de topo" la barriga del lactante que sufre cólicos, colocar monedas en el muñón del cordón umbilical, etc. 

Hasta la década de 1940, las enfermedades infantiles se trataban con poco más que resignación. Enfermedades que ahora parecen cuentos de hadas, como el sarampión, la difteria o la tos ferina, mermaban la población infantil cada vez que había una epidemia. Todos los médicos de la época vieron morir a algún niño en sus manos marcadas con las "flores de la muerte" que caracterizaban la meningitis bacteriana. Hubo muchos niños que tropezaron con el virus de la polio y nunca volvieron a caminar correctamente. 

Hasta esos días, la principal misión pediátrica del médico rural era preventiva, especialmente en inspecciones escolares y vacunación contra la viruela, pero esta tarea tampoco fue fácil: hubo problemas en la provisión de la vacuna, problemas de conservación de la linfa vacunal, absentismo escolar o "antivacunas", arraigado en una población muy unida que seguía considerando las epidemias como un diseño de la providencia o de un castigo divino. 

En este contexto, la mortalidad infantil no comenzó a descender hasta bien entrado el siglo XX, y muy lentamente. El dedo acusador de este genocidio no apuntaba a los verdaderos perpetradores, sino a las "malas madres": aquellas cuyos hijos morían de enfermedades prevenibles. 

Lo cierto es que el desfile de ataúdes blancos era común en nuestros pueblos y la sociedad rural normalizaba la muerte de niños, médicos y familiares compartían tanto el dolor como la resignación. Se aceptó que la muerte era preferible a un futuro de improductividad y dependencia, en el cálculo reproductivo se descontó la disminución de parte de la descendencia. Tampoco faltó el humor amargo, y es así como el médico Xosé Gurriarán escribió en 1935 la siguiente estrofa satírica: 

"Mueren niños a granel 
mientras riñen los pediatras. 
¡Bien merece un cartel! 
"antes de que anden a gatas 
mueren más niños que ratas". 

Porque conocer el pasado es el primer paso para apreciar el presente y tener esperanza en el futuro, vale la pena leer estos aspectos de la atención de la infancia en la sanidad rural para entender el cambio en menos de un siglo. Aunque ahora el problema de España (la rural y la no rural) no es que mueran niños, sino que no nacen... y baste leer este titular de prensa de esta misma semana.

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