Mostrando entradas con la etiqueta universitarios. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta universitarios. Mostrar todas las entradas

sábado, 14 de diciembre de 2019

Cine y Pediatría (518). “American Animals” y las líneas peligrosas que no se deben cruzar


John James Audubon y Charles Darwin, dos personajes históricos que cabalgaron entre los siglos XIX y XX, se constituyen en protagonistas indirectos (casi un “Macguffin”) de una reciente película británica que lleva un título tan peculiar como American Animals (Bart Layton, 2018). Y está claro que Charles Darwin precisa poca presentación, pues este naturalista inglés está reconocido como el científico más influyente en la idea de la selección natural de las especies. Más desconocido es John James Audubon, un ornitólogo, naturalista y pintor francés nacido en la colonia francesa de Santo Domingo (actual Haití), y nacionalizado estadounidense, considerado el más grande naturalista de Estados Unidos, especialmente por su contribución a la ornitología y sus muchos libros ilustrados al respecto.

Pues bien, American Animals comienza con esta frase de la obra “El origen de las especies” de Charles Darwin: “Debemos suponer que los animales americanos emigraron lentamente mediante generaciones sucesivas desde el mundo exterior a lugares cada vez más profundos de las cuevas de Kentucky”. Y continúa así: “Esta película no está basada en una historia real. Es una historia real”, Una historia real ocurrida en 2003 en la Universidad Transilvania en Kentucky, donde un cuarteto de adolescentes universitarios intenta roban dos libros únicos que se hallan en la biblioteca de su universidad: el libro "Aves de América" de John James Audubon, así como un volumen único de Darwin.

Y en American Animals su director nos plantea una original puesta en escena, pues aparte de los jóvenes actores que interpretan a nuestros protagonistas, también se intercala con una serie de entrevistas con los cuatro ex convictos reales, quiénes van narrando la historia de cómo terminaron en la cárcel por una locura así. Y así nos los muestra la inicial reflexión en off: “Eran muy buenos chicos. No eran unos delincuentes… Nos sorprendió mucho”. Y luego la historia se desgrana en cuatro partes temporales, alternando ficción y realidad, actores y protagonistas reales: “18 meses antes”, “14 de febrero 2004. Nueva York”, “5 de marzo 2004. Amsterdam” y “El día del robo”.

Y estos son nuestros cuatro protagonistas universitarios, los reales y los actores que los encarnan, en una historia que comienza en la Universidad de Transllvania en septiembre de 2003: Spenceer Reinhard (Barry Keoghan), artista de la pintura, deseoso de tener alguna experiencia que le cambie la vida, como a los grandes artistas; Warren Lipka (Evan Peters), se encuentra en la universidad con una beca deportiva y se constituirá en el líder de este peculiar grupo; Erik Borsuk (Jared Abrahamson), estudiante de contabilidad, un buen estudiante solitario que será la cabeza pensante del equipo; Charles “Chas” Thomas Allen II (Blake Jenner), todo un ejemplo de universitario emprendedor con dinero. Y el director Bart Layton hace un guiño a Quentin Tarantino y su Reservoir Dogs, cuando se reparten los papeles y los colores para el peculiar atraco a la biblioteca, donde había libros por valor de 12 millones de dólares y solo una anciana vigilándolos: “Spencer era el Señor Verde porque fumaba mucha hierba. Eric era el Señor Negro porque decía que su alma era oscura. Yo era el Señor Amarillo porque mi madre decía que era un sol. Y a Chas le puse Señor Rosa solo para fastidiar”.

Porque aparte de la anécdota de esta historia en que nada salió como esperaban (y era de esperar, pues hasta el propia Warren sentenció: “No existen libros que te enseñen a robar arte”)… y fueron detenidos (y condenados a siete años de prisión federal), lo verdaderamente importante de la película es la enseñanza que le acompaña. Porque estos estudiantes de clase media a los que nada les falta, sumidos en lo que consideran un aburrimiento de su vida, deciden traspasar la línea roja que ellos mismos saben que les cambiará la vida radicalmente de una forma o de otra. Y verdad es que esta película de Layton no pretende ser una historia redentora, sino un atraco contado por sus perpetuadores y en donde se precisa la compenetración del espectador, pero que nos hace reflexionar sobre las consecuencias del "dinero fácil", la estupidez ocasional de la juventud y las malas decisiones.

Porque vivimos posiblemente en una sociedad que cultiva jóvenes que no tienen claro que hay líneas peligrosas que no se deben cruzar y que hay expectativas de vida que no son razonables, y quizás no han asumido aún que no vale todo. Y de ahí la reflexión final de Betty Jean Goog, la que fuera la bibliotecaria real del caso y que fue atacada por ese motivo: “Creo que querían que las cosas fueran fáciles para ellos. No querían trabajar realmente en conseguir una experiencia transformadora. No querían ayudar a otras personas a lograr una experiencia transformadora. Me parecen todos muy egoístas. Todavía me cuesta entender cómo es posible que una persona pueda llegar a cruzar esa línea en su propia mente y estar dispuesta a hacerle daño a otra personas para conseguir lo que quiere. Creo que una vez que cruzas esa línea, es una línea demasiado peligrosa. Mi preguntas es si realmente saber por qué lo hicieron”.

Y como ocurre en muchas películas basadas en hechos reales, el colofón final nos indica el estado actual de cada uno de los cuatro protagonistas tras salir de la cárcel. Y como anécdota: Spencer se ha especializado en pintar aves, como John James  Audubon.

American Animals es una demostración pura y sin censura del remordimiento y el dolor que causaron estos jóvenes. Y no solo nos cuenta una historia real (uno de los robos más peculiares del mundo del arte), sino que esta película sirve como un método de redención para los cuatro implicados y posiblemente una forma de desahogo para las víctimas y para los familiares de los estudiantes.

.

sábado, 25 de mayo de 2019

Cine y Pediatría (489): “Güeros”, donde ser joven y no ser revolucionario es una contradicción



El término “güero” en México y en algunos otros países de América Central y del Sur se emplea para designar a una persona de tez clara con pelo rubio, castaño o rojo. Este término se opone al de moreno, que es de tonos de piel marrón oscuro o negro-marrón y/o de origen amerindio o afro-mexicano. Y güero es como se les llama a los de piel blanca, que quiere decir cigoto, pálido, enfermo. Y ese término sirve de título a la ópera prima del director mexicano Alonso Ruizpalacios en el año 2014: y Güeros fue considerada por la crítica la mejor película de dicho año en México, arrancando ovaciones y premios en diferentes festivales internacionales. 

Güeros es una película filmada en blanco y negro, una road movie muy chilanga (que es como se llama a los habitantes de Ciudad de México) con cuatro estudiantes de protagonistas y con telón de fondo de la famosa huelga estudiantil de la Universidad Nacional (UNAM) de 1999, que duró más de 10 meses. Una huelga que revolucionó al país, tema de discusión permanente en los medios de comunicación y que se desencadenó tras la modificación del Reglamento General de Pagos de la UNAM, piedra que colmó el vaso de otros muchos descontentos. Una huelga en la que los estudiantes tomaron las instalaciones universitarias y donde todo se fue un poco de las manos, tal como refleja la cinta. 

Una película que se narra en cinco partes, por nombre Sur, Poniente, Ciudad Universitaria, Centro y Oriente. Y en donde la primera secuencia de Güeros es desconcertante y estridente: una madre sale despavorida con su hijo lactante en brazos, que no deja de llorar mientras ella hace las maletas para escapar del hogar y mientras un teléfono suena de forma continua y amenazante. En la calle, un suceso inesperado interrumpe su huida: un globo de agua cae sobre el bebé, desconcertando a la madre. La cámara y el relato se vuelven hacia los responsables y esta anécdota sirve para dar a conocer al primer protagonista, Tomás (Sebastián Aguirre). Este es solo el primero de los cambios repentinos y las sorpresas de esta película realizada de retazos y fundidos en negro

Una nueva travesura de este adolescente de 13 años que acaba con la paciente de su madre: “Te vas a ir con tu hermano un tiempo a la ciudad. Ya no puedo contigo, ya no puedo”. Y Tomás parte de Veracruz hasta Ciudad de México, en busca de su hermano mayor Federico/Sombra (Tenoch Huerta), quien vive con su amigo Santos (Leonardo Ortizgris) en una casa donde nada funciona, como nada funciona en su universidad, la famosa UNAM, levantada en huelga. Una casa sin luz en la que fuman, y beben, y con la vecina niña con síndrome de Down hablan a través de un vaso de plástico que les sirve de teléfono. Una vida en la que matan el tiempo platicando y arreglando el mundo, con discusiones baladíes sobre no entender qué es el desayuno continental (pues no saben a qué continente se refieren), donde Federico presenta ataques de pánico (“le está dando el tigre”, lo refieren) y en donde el joven Tomás, harto de todo esto, llega a decirle: “Me cago en tu puta tesis, tu puta huelga y tu puta vida”

Y Tomás se lleva una cinta de casete “que una vez hizo llorar a Bob Dylan, eso dijo mi papá”. Una cinta de Epigmenio Cruz, rey del rock nacional ficticio, que se titula “Los güeros” y que sirve de “macguffin” a la historia. Y Tomás, Federico y Santos parten en la búsqueda del cantante que parece que se está hospitalizado por una cirrosis, para honrarle. Y así la película se transforma en una especial “road movie” por Ciudad de México, que se traslada del zoológico de Chapultepec a barrios marginales, y con epicentro en la UNAM y el problema estudiantil. Allí encuentran a Ana (Ilse Salas), en plena asamblea dentro de la universidad, una universidad tomada por los estudiantes y por los lemas, algunos muy significativos: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción” o “Educación primero al hijo del obrero, educación después al hijo del burgués”. Una UNAM repleta de consignas, asambleas, discusiones, fiestas y peleas, y en donde Ana al ver que han manchado un mural se pregunta: “¿Qué diría Siqueiros?”. 

Y ahora nuestros cuatros protagonistas siguen buscando a Epigmenio Cruz, “el único que pudo haber salvado el rock nacional”, quizás ese sustituto emocional del mundo sin figura paterna de Tomás. Y llegan a perderse en la ciudad durante la búsqueda, entre los numerosos puentes colgantes y tiendas Oxxo, recorriendo innumerables cuadras. Y Tomás pregunta “Dónde estamos” y su hermano le responde, “En la Ciudad de México”. Y la película continúa como una propuesta sensorial y existencial, una atípica “road movie” física y emocional con momentos estelares. Destaco dos escenas y diálogos. Cuando Federico/Sombra reflexiona sobre la películas Los olvidados (Luis Buñuel, 1950): “Puto cine mexicano. Agarran unos pinches pordioseros en blanco y negro y dicen que ya están haciendo cine de arte. Los chingados directores no conformes con la humillación de la Conquista todavía van al Viejo Continente y le dicen a los críticos franceses que nuestro país no es más que un nido de marranos, rotos, diabéticos, agachados, ratoneros, fraudulentos, traicioneros, malacopa, putañeros, acomplejados y precoces”. Y Santos sentencia: “Si lo es”. Y cuando encuentra a Epigenio en un bar y Federico/Sombra enaltece las letras de sus canciones: “Mi papá decía que si el mundo era una estación de trenes, la gente, los pasajeros, los poetas no son los que van y vienen, sino los que se quedan en la estación viendo los trenes partir…Porque tú eres de los que ven los trenes partir”. 

No es Güeros una película fácil ni apta para todos los públicos, pero que sí recompensará a aquellos que se atrevan a disfrutar de su caos y de sus ganas: ganas de cine y ganas de vivir. Y disfrutar del gusto de sus primeros planos: como es beso final de Federico y Ana. Un beso antes que se parta la manifestación… y preludio del fin de esta película tan especial, sobre una juventud que buscaba y que sigue buscando. No sé si buscaban las lágrimas de Bob Dylan, pero poco importa… Lo cierto es que, de uno u otra forma, ser joven y no ser revolucionario se constituye en una contradicción.