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sábado, 29 de octubre de 2016

Cine y Pediatría (355). "Pelo malo", sociedad enferma


Hay filmografías que llegan a cuentagotas a España. Y son muchos los países en que esto ocurre. Hoy por ejemplo recordamos Venezuela, un país que vive una situación social, política y económica que no está para muchos trotes, ni para mucho cine. Pero en los inicios de Cine y Pediatría tuvimos la oportunidad de comentar Maroa (Solveig Hoogesteijn, 2004), una película que denominamos como el milagro de la música en la infancia de Venezuela y que tuvo el honor de representar a su país en los Oscar. Y hoy comentamos Pelo malo, una película contundente del año 2013, protagonizada por un niño que quiere alisarse su pelo rizado para la foto de entrada en la escuela y que esconde un duro retrato de la realidad venezolana, un país que disfrutan, aman y padecen las dos mujeres que están detrás: la directora venezolana Mariana Rondón y la productora peruana (pero afincada en Venezuela) Marité Ugás. Y con esta película consiguieron la Concha de Oro de San Sebastián, toda una efeméride para su país. 

Pelo malo surge de la sensación de su directora por expresar el dolor y ahogo que siente por su país y trata de ser una película contra la intolerancia, que apoya las pequeñas rebeldías. Un atisbo de retrato de la Venezuela actual, la del poschavismo presidido por Nicolás Maduro, la de una sociedad donde reina el matriarcado y el machismo. Una película que se centra precisamente en la historia de un niño "diferente" que tiene que aguantar la marginación social por culpa de su sexualidad difusa. 

En las primeras escenas ya descubrimos a una joven madre viuda con dos hijos pequeños (un lactante y Junior, que tiene 9 años y el "pelo malo"), viven en una barriada obrera y se gana la vida como puede, haciendo también labores de limpieza (aunque fue vigilante, antes de ser despedida, pero se sigue vistiendo con el uniforme). La escena de los dos niños jugando a encontrar cosas y personas en la colmena de viviendas que son los superbloques del barrio 23 de Enero frente a su balcón, como si fuera un tablero para jugar, ya nos sitúa en esa colmena humana que es Caracas. Y qué decir del programa que ven los niños sobre Miss Venezuela, curiosamente en el país que ha ganado en más ocasiones el galardón de Miss Mundo (en seis ocasiones). 

Junior (Samuel Lange Zambrano) se quiere alisar el "pelo malo" para la foto de la escuela y así verse como un cantante de moda. Le ayuda en el empeño su abuela y su pequeña amiga, con quienes canta la canción "Mi limón, mi limonero" de Henry Stephen; pero esta situación generará un enfrentamiento con Marta (Samantha Castillo), su madre. Porque Junior ha comenzado a explorar su sexualidad y su madre es incapacidad de entender que lo que se propone es simplemente jugar a lucir como un cantante, en una foto que le han pedido que se tome para el colegio. Y eso es lo que causa el rechazo y falta de amor entre ambos, porque mientras Junior juega a inventarse una identidad y busca verse bello para que su mamá lo quiera, ella lo rechaza cada vez más

La cámara nos introduce en un espacio muy privado y en un entorno muy íntimo y viciado, el de la relación entre una madre y su hijo y las tensiones que se establecen entre ellos. Junior es demasiado sensible y quiere ser cantante y tener el pelo liso (siempre queremos lo que no tenemos, rizar nuestro pelo liso o alisar nuestro pelo rizado). Se acicala frente al espejo y se pasa horas mirándose, queriendo ser guapo e intentando quitarse los rizos (para ello ve vídeos y lo intenta con todo lo que oye: mayonesa, aceite,...). Su madre no puede concebir este comportamiento y siente un rechazo visceral hacia él y hacia lo que ella interpreta como potencial homosexualidad. Y cuando la madre le pregunta al médico si su hijo es maricón, el médico le sugiere que pase más tiempo con su hijo. Porque los lazos de amor-odio que se van perfilando a lo largo de la narración cada vez se harán más tempestuosos hasta generar incluso rechazo en el espectador. Aunque ella reflexiona en alto aquello de "Yo les tengo que dar ejemplo, para que puedan aprender", su ejemplo no es el deseado. 

Además de plasmar de una manera incómoda esta relación materno-filial, Pelo malo también constituye una demoledora visión en torno a la sociedad venezolana. El fantasma de la decadencia social y económica acechan en cada esquina y son muchos los personajes dentro del relato que se comportan de una manera miserable, quizás como reflejo de una situación con pocas expectativas, gris, monótona y desesperanzada. 

En Venezuela la película se destaca por su tratamiento de la cuestión de la identidad, un tema que en el cine nacional tiene su más importante antecedente en Oriana (Fina Torres, 1985) o recientemente en Azul y no tan rosa (Miguel Ferrari, 2012). Pero en Pelo malo nos queda la mirada de desamparo de Junior y las relaciones de gran tensión entre madre e hijo. Tanto que al Junior se verá obligado a tomar una dolorosa decisión, que nos enfrenta a un final tan desarraigado como sus vidas: Junior le dice a su madre, "No te quiero", y ella le contesta, "Yo tampoco". Y entonces vuelve a sonar la canción de Henry Stephen... "Mi limón, mi limonero, entero me gusta más..." 

Porque lo importante no es el tipo de pelo, sino el tipo de sociedad. Porque el problema no es el pelo malo, es la sociedad enferma. Gracias Fernando Comas por recomendarme esta película de un país que conoces, de un pueblo que amaste y amas. 

sábado, 30 de marzo de 2013

Cine y Pediatría (168): “Dollhouse”, una casa de muñecas que hay que cuidar


La semana pasada, el estadounidense Todd Solondz nos presentaba su Bienvenido a la casa de muñecas, un agridulce relato del fin de la infancia y la llegada de la adolescencia, y que le valió el Gran Premio del Jurado del Festival de Sundance en el año 1995. Hoy, la joven irlandesa Kirsten Sheridan nos presenta su Dollhouse, esa casa rota en mil pedazos de seis adolescentes en una noche, tras conseguir una Mención Especial en la Sección Panorama de la Berlinale del año 2012. 

La adolescencia es, a veces, una casa de muñecas de jóvenes perdidos y descontentos en la transición de la infancia a la vida adulta, que se mueven por arenas movedizas ante la falta de rumbo y de estabilidad. Y es lo que nos cuenta esta joven directora, hija del afamado director Jim Sheridan. 
De ambos, padre e hija, ya hemos hablado en "Cine y Pediatría". Jim Sheridan nos regaló en el año 2002 sus recuerdos de infancia desde la Gran Manzana en En América (donde Kirsten y su hemana Naomí fueron coguionistas) y Kirsten Sheridan nos emocionó en 2007 con El triunfo de la música y el triunfo de la música, también con Nueva York como gran protagonista. 

Es curioso como Kirsten cambia de registro: si con el Triunfo de la música nos muestra la belleza de una fábula con final feliz en una película de corte clásico y con la música clásica de fondo, con Dollhouse nos enfrenta al caos visual, sonoro y emocional de una pesadilla de adolescentes en una película de corte experimental y con la música ecléctica de fondo. 
Dollhouse se nos presenta como seis lunáticos, una noche, un secreto... Todo comienza con cinco adolescentes colándose de noche a una casa que no sabemos de quién es. Y todo continúa, casi en tiempo real, durante esa noche: los adolescentes sólo piensan en divertirse sin control, dejando una oleada de destrucción, tanto física como corporal, y durante todo el tiempo nos mantiene en vilo en una caótica fiesta llena de excesos que cambiará sus vidas para siempre. Durante esa noche aparece otro adolescente, un niño y, al final, unos padres. Y al final de la noche se descubrirá que uno de ellos guarda un secreto. 
Adolescentes con escasa afectividad, violentos y sin un rumbo fijo, a los que no les importa caminar por el borde del acantilado de la vida, quizá porque es la única manera que encuentran de sentir alguna emoción verdadera. La diversión que buscan es una diversión vacía (y que nos enerva como espectadores) y lo único que les ofrece es una una falsa felicidad momentánea. Pero como dice uno de los personajes: "¿por qué no podemos sentarnos y tan solo hablar?"

Como dice su directora, "Me interesaba indagar en una generación de jóvenes perdidos y descontentos que se mueven por arenas movedizas ante la falta de estabilidad. Aparentemente, parecen estar conectados a través de las redes sociales y los teléfonos móviles, pero en el fondo están aislados, cada uno vive en su mundo y cuando se reúnen es como un juego de máscaras". Y para ello parte de un elenco de actores puramente amateur para conseguir transmitir esa sensación de autenticidad adolescente y en donde la improvisación impera en la gran mayoría del metraje, ayudando así al espectador a creerse a los personajes y entrar en el juego. Una improvisación de rodaje que duró 21 días y de donde fueron saliendo las piezas de este "rompecabezas" de película.

Dollhouse ofrece todo un torrente de emociones mezcladas, revueltas, confusas, como la adolescencia misma. Y donde los personajes vagan por esa casa en un mundo donde su realidad está continuamente alterada. Esta sensación viene reforzada con un potente apartado visual y musical que mezcla momentos esquizofrénicos con momentos más pausados (ofreciendo cierto equilibrio dentro del descontrol que se plantea). Pero a pesar de la deriva destructiva de esa noche, el mensaje de la película está lleno de optimismo. Porque siempre hay un amanecer al final de la noche, y los "errores" adolescentes pueden ser perdonados, porque no son más que eso, errores dentro del mar de posibilidades que conforma esta etapa, donde todos y cada uno de ellos tiene aún toda la vida por delante. Y si ese "error" tiene los ojos y la sonrisa de un recién nacido, mucho más... 

Sea como sea, nos lo presenten como nos lo presenten (como sueño o pesadilla), la adolescencia es una casa de muñecas que hay que cuidar.