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sábado, 10 de febrero de 2024

Cine y Pediatría (735) “La habitación de las maravillas”, de la UCI Pediátrica al sentido de la vida

 

Como suele afirmar el refrán popular, la vida pasa en un suspiro. Y demasiadas veces es un suspiro lleno de obligaciones y compromisos, donde lo externo y los demás tienen más peso que lo interno y uno mismo. Y solo el impacto de un hecho trascendente, muchas veces una enfermedad, nos remueve la conciencia y el alma para decidir tomar el control de nuestras vidas y con ello completar una lista de "cosas por hacer antes de morir". La película española Mi vida sin mí (Isabel Coixet, 2003) es un buen ejemplo cinematográfico de todo lo anterior, donde la joven Ann (Sarah Polley) transforma su gris vida personal, familiar y laboral cuando a los 23 años le descubren una enfermedad oncológica terminal. Y es así que descubre el valor de la vida cuando está a punto de perderla. Pero si esa vida que se va es en la infancia y adolescencia y ocurre en nuestros hijos o nietos, la transformación llega a ser aún más especial. Y en Cine y Pediatría hemos vivido esta situación en, al menos, estas películas: la película francesa Cartas a Dios (Eric-Emmanuel Schmitt, 2009) y esa peculiar amistad entre el pequeño Óscar (Amir Ben Abdelmoumen), afecto de una leucemia terminal, y esa particular repartidora de pizzas; la película española Vivir para siempre (Gustavo Ron, 2010) a través de Sam (Robbie Kay), quien también presenta una leucemia; la película alemana Un corazón extraordinario (Marc Rothemund, 2017), a través de la vivencia de David (Philip Noah Schwarz), quien padece una enfermedad cardíaca grave; o la película japonesa Quiero comerme tu páncreas (Shin'ichirô Ushijima, 2018), película de animación que tiene de protagonista a Sakura, quien presenta una grave enfermedad pancreática.    

Y a todas ellas hoy sumamos la reciente película francesa La habitación de las maravillas (Lisa Azuelos, 2023), cuyo guión se basa en el best seller "La chambre des merveilles" de Julien Sandrel, una historia de superación, donde los deseos pendiente de hacer en la vida adquieren un valor diferencial en nuestros dos protagonistas, una madre y su hijo. La historia nos presenta a Thelma (Alexandra Lamy, reconocida actriz francesa, ya vista en Cine y Pediatría en la película Con todas nuestras fuerzas, Nils Tavernier, 2013), una madre soltera de unos cuarenta años, y su hijo de 12 años, Louis (Hugo Questel), un adolescente más amante del skate que de los estudios y que en un diario dibuja sus experiencias y deseos. El mundo se abre a los pies de Thelma cuando Luis es atropellado por un camión y la responsable de la UCI Pediátrica le informa: “La resonancia magnética cerebral y el electroencefalograma realizado muestran hematomas intracerebrales. Hemos sedado a su hijo y se encuentra en coma inducido. Su pronóstico es reservado”. Todos los sanitarios tienen un comportamiento humano, y la enfermera responsable le aconseja: “Va a necesitar ayuda. Ahora comienza un maratón”

Y junto a su hijo intubado y monitorizado se juntan los días con las noches. Pasados tres meses, Thelma encuentra el diario en la habitación de su hijo con la cara de un lobo en la portada, donde estaba escrito: “Para cumplir antes del final del mundo. Puede llegar antes de lo previsto”. Y en el cuaderno se desgrana su peculiar lista de 10 deseos que contiene todas las cosas que Louis quiere realizar en su vida, y que su madre considera que debe hacerlo por él, pues tiene la esperanza de que si lo hace por él, su hijo despertará del coma. 

Y la historia se desgrana en hacer realidad estos deseos escritos. Algunos son fáciles, otros parecen imposibles y para ello tiene que viajar a Japón, a Portugal o al Reino Unido. Deseos muy peculiares: 1) Pedir perdón a Amara (una amiga del colegio); 2) Que KGI firme mi monopatín (y encontrar a este dibujante de Manga en Tokyo no resultó tarea fácil, pues oculta su personalidad; pero finalmente logra que firme y escriba en su monopatín: “Que el lobo siempre te proteja”); 3) Hacer un grafiti de mi loba en la pared del cuartel; 4) Patinar por la balinesa; 5) Celebrar el “Holi” (fiesta popular hindú de la primavera dedicada al color) en mi cumpleaños”; 6) Nadar con ballenas (lo que le cuesta mucho por no saber bucear, pero la instructora le dirige: “Cuando nacemos, inspiramos; cuando morimos, expiramos; y en medio es la vida”); 7) Tocar los pechos a la profesora de mates; 8) Comer champiñones alucinógenos; 9) Saber quién es mi padre y verlo al menos una vez (lo que no fue fácil para Thelma, pues nunca volvió a saber de su pareja, Matthew, y lo localiza en una isla perdida de Gran Bretaña, donde le descubre esa paternidad que nunca se le anunció); 10) Escribir una carta a la persona que serás dentro de diez años (y donde ella redacta este pensamiento: “En esta habitación 405 has aprendido que no se puede conseguir nada sola. Los milagros se consiguen con ayuda. La vida es como los electroencefalogramas: si todo va en línea recta, estás muerto”). 

Tras más de seis meses en coma de Louis, le plantean a su madre la posibilidad de la adecuación el esfuerzo terapéutico (que es la terminología actual para determinar la limitación de los apoyos y facilitar su muerte, donde el coma vislumbra el horizonte de la eutanasia). Pero Thelma se aferra a esa lista por cumplir y que cree que le puede salvar la vida, una especie de talismán con el autoconvencimiento de que cumplirlos será la condición para que el niño recupere la salud.. Y a medida que esta madre cumple los deseos de su hijo, se enfrenta a diferentes aventuras en las que se cruzará con variopintos personajes que transformarán su manera de ver la vida. Y se confiesa a sí mismo: “Había olvidado lo agradable que puede ser la vida”. Y todo ello con un banda sonora muy especial, donde quiero destacar tres canciones muy presentes en tres escenas: “Nightcall” del trío británico de música indie pop, London Grammar; “Vor i Vagláskori” de la banda de blue rock islandesa Kaleo; y “Ocean” del grupo francés de pop rock alternativo y atmósferas instrumentales, Kid Wise. 

Y entre la sonrisa y la lágrima, entre las bellas imágenes y la buena música, Thelma ha realizado ese peculiar viaje de la habitación 405 de la UCI Pediátrica a distintos lugares del mundo. Y concluye con ese final feliz (quizás demasiado edulcorado) en el que se nos narra lo que fue de la vida de Louis tras despertar del coma, y su propio mensaje: “La vida está aquí, Thelma. Ante ti, ante Louis. Aprovéchalo. Aprovéchala”. Porque esta novela (y su adaptación al cine) tiene su punto de libro (y película) de autoayuda. Una película dirigida por la directora francesa Lisa Azuelos, quien conocemos por su película LOL (2008), ese peculiar universo de adolescentes y padres en París y que ella misma versionó años después (2012), ahora ambientada en Estados Unidos. 

 

sábado, 18 de enero de 2014

Cine y Pediatría (210): “El milagro de Carintia”, el milagro de cada día en una guardia


Carintia es un estado federado en el sur de Austria, cuya capital es Klagenfurt. En ese estado y ese hospital tuvo lugar un hecho real médico hace pocos años y que, desde entonces, se conoce como “el milagro de Carintia”. Basándose en esos hechos reales, pero con personas, nombres y acontecimientos ficticios, el austriaco Andreas Prochaska dirigió en 2011 un telefilm con ese mismo nombre: El milagro de Carintia
Y se constituye este hecho y esta película en todo un documental sobre cómo se viven las tragedias médicas entre familias y sanitarios, con un hospital de guardia como telón de fondo, y muchos temas bioéticos en la retaguardia. 

En las primeras escenas aparece esta reflexión mientras un atleta (que luego descubrimos que es el cirujano cardiovascular Dr. Höchstman) corre por el campo: “Emile Zatópek dijo una vez: si quieres correr, corre una milla; si quieres conocer una vida nueva, haz un maratón”. Y a continuación una fecha (3 de mayo de 1998) y una dulce escena campestre, con la familia preparándose para ir a los oficios de domingo a la iglesia. La llamada a la niña de 4 años, Katharina, que no contesta… y la intuición de una madre, que se hace realidad. La niña flotando en el estanque y todo el indescriptible dolor y confusión que se desencadena desde que su hija es sacada del agua hasta el interminable tiempo que pasa hasta llegar a un centro sanitario…, con el Servicio de asistencia médica urgente que llega por helicóptero en medio de la campiña austriaca. Angustia visual, emocional y más… Los padres tienen que acudir en su vehículo en busca del hospital, en busca de su hija… que no saben si llegará viva o muerta. Porque en un mínimo espacio de tiempo, toda tu vida cambia en un abrir y cerrar de ojos. Y no es ficción, es la realidad de nuestro a día a día… frente a la pantalla. 

Y la llegada a urgencias del hospital de Klagenfurt: “Mujer, 4 años, con una grave hipotermia, 18,4ºC de temperatura corporal. Se ha ahogado. No sabemos cuánto tiempo ha podido estar bajo el agua. Puede ser que media hora”. Y una pregunta: “¿Qué pediatra está de guardia…?” y la duda bioética de si procede continuar con la reanimación cardiopulmonar de la paciente… Y la información del pediatra a los padres: “Sr Breidnard, Sra Breidnard, buenos días. Dr. Beninger, soy jefe de pediatría. Miren, su hija se ha ahogado, su corazón ha dejado de latir, pero… puede que haya una opción. Normalmente un cerebro puede sobrevivir sin oxígeno 4 ó 5 minutos máximo. Sin embargo, si la temperatura corporal cae por debajo de cierto valor y antes de que comience el ahogamiento, el cuerpo cambia a una especie de hibernación en la que el cerebro puede llegar a sobrevivir hasta 30 minutos”

La larga espera de los padres: las culpas y autoculpas, su soledad en la sala de espera y los pasillos vacíos y fríos, la búsqueda de una capilla, el consuelo de Dios… La tensión del quirófano en el recalentamiento cardiopulmonar…. y el primer latido al alcanzar los 24 ºC. Y una escena de alarde cinematográfico, mientras hay que prorrogar la atención de un diputado… y la disculpa del cirujano: “Siento tener la decencia de no sacrificar la vida de una niña de 4 años para ponerle un marcapasos, una operación que no necesitaría si comiera menos y moviera más el culo”

Y la búsqueda de nuevas soluciones para la niña, con remembranza a los cuidados empleados habitualmente en el recién nacido: “La máquina cardiopulmonar no puede abastecer la sangre con suficiente oxígeno y las cánulas son demasiado pequeñas, y va muy despacio.. Oscilación de alta frecuencia, eso también se utiliza para partos prematuros. No podemos insuflarle aire, así que debemos hacerle llegar oxígeno de otra manera. Necesitamos más presión respiratoria… y surfactante… y luego ECMO”

Una película casi en tiempo real…ideal para quien no conozca esta realidad de cada día, para revivir lo que es una guardia ante un caso grave (y no es ficción)…, la lucha frente a la vida y la muerte, frente a la vida con o sin secuelas, frente al dolor de las familias, frente a los dilemas bioéticos,… en nuestro caso el debate entre un pediatra, un cirujano cardiovascular y una anestesista con la responsabilidad y la duda de la adecuación del esfuerzo terapéutico. Y las frases del pediatra: “El primer niño siempre resulta doloroso… Y algo me quedó claro: los niños tienen una dignidad mayor a la nuestra” (en referencia a la primera muerte de un niño que vivió como doctor) o “La respuesta es por qué no puede rendirse: por la niña o por su ambición”

Cabe decir que el ruido del oscilador de alta frecuencia es tal cual se percibe en la película…, así como la obsesión por los monitores y es búsqueda de un valor de saturación de oxígeno por encima del 92%. Y las complicaciones… y solucionar cada una. Y la soledad de las noches interminables de guardia en un hospital, para todos: para familiares y para sanitarios. 

Y tras todo este periplo, con crítica incluida al poder del sistema sanitario que se apunta a lo bueno (olvidando hipócritamente el camino de críticas y falsedades), la película termina con el mismo pensamiento de Emile Zatópek, conocido como la “locomotora checa”. Y un colofón: “Y el 4 de junio de 1998, exactamente un mes después de la operación, le dieron el alta hospitalaria a Katharina. Su salvación pasó a la historia de la medicina moderna como el Milagro de Carintia. Katharina tiene ahora 16 años. Vive en la granja de sus padres y rebosa salud. Markus Höchstman vive y trabaja en Viena con su mujer y su hijo”

El milagro de Carintia nos devuelve el milagro de cada día en una guardia, cuanto todo el trabajo en equipo, toda la preocupación personal asociado al agotamiento físico, mental y emocional… ha valido la pena, cuando salvas una vida… Gracias a todos los que hacen esto posible. 

(Nota final: cuando se rebusca en la hemeroteca, encontramos que el caso real ocurrió un 29 de agosto en similares circunstancias, pero a un niño de 11 años llamado Paul).