sábado, 13 de marzo de 2021

Cine y Pediatría (583). “Las niñas” musitan confundidos secretos

 

Y justo en el año que todo parecía más difícil para el cine, acabamos de disfrutar de la 35 Gala de los Goya que para muchos pasará como una de las de más grato recuerdo: en el escenario, entregando los premios, directores, actores y actrices consagrados; en la distancia, recibiendo el premio virtual, directores, actores y actrices por descubrir. Y con un protagonismo esencial de las mujeres - magnífico en una gala que tuvo lugar dos días antes del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer - desde las directoras de las dos películas más premiadas (Las niñas y Akelarre) hasta ese hito de la boliviana Daniela Cajías en ser la primera mujer en conseguir el Goya a Mejor fotografía, sin olvidar el Premio de Honor de Ángela Molina o la música en directo de cuatro mujeres en el escenario (Nathy Peluso, Vanesa Martin, Aitana y Diana Navarro). Pero sin duda, el gran triunfador fue Antonio Banderas (y su ya inseparable colaboradora María Casado), pues ellos fueron los directores, guionistas y presentadores de esta gala repleta de sobriedad, elegancia y agilidad, y donde nuestro malagueño internacional fue nuestro embajador en el séptimo arte por el mundo, especialmente abriendo la puerta a decenas de consagradas estrellas de Hollywood y otras filmografías para desear lo mejor al cine español. En conclusión, una gala meditada y respetuosa a la altura de un año complicado por la pandemia que todo lo paró. Pero que no logró parar el buen cine en español. 

El premio más codiciado de todo festival de cine es el de Mejor película, también en los Premios Goya. Un galardón que ha viajado en su primera edición de El viaje a ninguna parte (Fernando Fernán Gómez, 1986) a la última, con Las niñas (Pilar Palomero, 2020). En este recorrido las películas que han obtenido mayor número de premios Goya son: Mar adentro (Alejandro Amenábar, 2004) con 14 estatuillas (de 15 candidaturas), ¡Ay, Carmela! (Carlos Saura, 1990) con 13 estatuillas (de 15 candidaturas), Blancanieves (Pablo Berger, 2012) con 10 estatuillas (de 18 candidaturas) y La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014), con 10 estatuillas (de 17 candidaturas). Y los directores que más veces han obtenido el premio Goya a la Mejor película son Pedro Almodóvar (con 4 galardones) y Alejandro Amenábar (con 3 galardones). 

Y algunas de estas películas galardonadas con este premio de Mejor película del cine español forman parte ya de la familia de Cine y Pediatría: El Bola (Achero Mañas 2000),  Los otros (Alejandro Amenábar, 2001),  Camino (Javier Fesser, 2008)  Pan negro (Agustí Villaronga, 2010),  Vivir es fácil con los ojos cerrados (David Trueba, 2013),  La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014).  Y también hemos incluid ya otras películas que consiguieron el premio a Mejor director novel: Alas de mariposa (Juan Bajo Ulloa, 1991),  Familia (Fernando León de Aranoa, 1997),  Eva (Kike Maillo, 2011),  A cambio de nada (Daniel Guzmán, 2011),  Verano 1993 (Carla Simón, 2017) y  Carmen y Lola (Arantxa Etxebarría, 2018). 

Y hoy todos estos recuerdos se conjugan, porque nos reúne una obra que ha conseguido ser la Mejor película y la Mejor dirección novel, sin duda la gran triunfadora de los últimos Premios de la Academia: Las niñas (Pilar Palomero, 2020). Esta película obtuvo 9 nominaciones, de los que consiguió cuatro premios: los dos referidos, y también el de Mejor guión original y Mejor dirección de fotografía, para la antes referida Daniela Cajías. De nuevo, y ya van cuatro años seguidos, la mejor dirección novel se declina en femenino, como lo fueron en los años previos con La hija de un ladrón (Belén Funes, 2019), Carmen y Lola (Arantxa Etxebarría, 2018) y Verano 1993 (Carla Simón, 2017). Cuatro películas tan frescas como necesarias, que nos dan confianza en la vitalidad del cine de España, ya rompiendo el techo de cristal. 

Las niñas nos traslada al año 1992 en la ciudad de Zaragoza (lugar de nacimiento de la directora), aquel mítico año en el que España quiso enseñarle al mundo su madurez y su cosmopolitismo con la organización de los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla. Y al ver esta película con tintes semiautobiográficos tenemos la sensación de que estos 30 años que han pasado desde entonces parecen mucho más lejanos que lo que quizás queríamos recordar. Y allí conocemos a Celia (Andrea Fandos), una niña de 11 años introvertida, alumna de colegio escolapio de monjas e hija de una madre joven (Natalia de Molina, esta actriz que ya nos sorprendió en Vivir es fácil con los ojos cerrados – David Trueba, 2013 – y Techo y comida – Juan Miguel del Castillo, 2015 -) que apenas está en casa, porque una madre viuda debe trabajar el doble para sacar a su familia adelante.   

El mundo preadolescente de Clara tiene al colegio como epicentro, con su uniforme casi perenne, entre sus profesoras (esas monjas que enseñan matemáticas o costura, esa maestra de gimnasia con obesidad que no se mueve) y sus compañeras (Cristina, Clara, o Brisa, recién llegada de Barcelona), conviviendo con una educación aún a la antigua usanza con la efervescencia de una capital de provincia de donde surgieron grupos como Héroes del Silencio o Niños del Brasil. Y entre sus canciones, de “Héroes de leyenda” a “Viernes”, pasando por “Apuesta por el rock & roll” y por el “Because the Night” de Patti Smith Group, estas niñas experimentan las primeras caladas y sus primeros tragos de alcohol con las alumnas mayores del colegio, comienzan a pintarse los labios o a utilizar tops, ojean el Interviu e intentan descubrir el uso de un condón mientras se debaten sobre cuestiones más trascendentales, con pocas respuestas. Así, cuando Clara le pregunta a su madre: “¿Cómo se sabe que existe Dios”, ella le responde: “Porque sí”

Y en el colegio vale la pena destacar la escena de la revisión escolar (con especial dedicación a la columna vertebral, aunque sin test de Adams), o la fila de todas las niñas acudiendo al confesionario, o esas tardes viendo películas religiosas, con ese icono que fue (y sigue siendo) Marcelino, pan y vino. O esta redacción que declama una monja maestra: “Tema 6. La sexualidad al servicio del amor. La sexualidad forma parte del plan de Dios. El encuentro entre el hombre y la mujer se realiza de forma plena en el matrimonio. Dios dijo, no es bueno que el hombre esté solo. Y entonces crea a la mujer”. Y con ese panorama llega el momento que Clara deje atrás su caja de muñecas para adentrarse en ese mundo de la adolescencia, y lo hace demasiado sola, con la única compañía de una madre absorbida por las obligaciones del trabajo que necesita para salir adelante.  

Y en ese entorno, y entre lo que las compañeras dicen y lo que ella descubre en el Libro de familia, intenta descubrir una verdad que su madre siempre le ha ocultado. Y por ello, Clara le dice enfadada: “Eres una mentirosa”. Y en la iglesia le pregunta al confesor: “Padre, ¿por qué es pecado tener hijos sin estar casada?”

Y todo esto lo cuenta Pilar Palomero con destreza y novedad, con la humildad de lo sencillo, sin artificios: desde la elección de un formato de imagen 4/3 tan poco habitual, pero que sirve como nexo con los códigos de entonces, al uso de un sonido tenue, con conversaciones que se musitan (y que cuesta seguir en ocasiones). Una película que emociona en la simplicidad para mostrarnos a toda esa generación de las hijas de EGB. Una pequeña joya que dará mucho que hablar – y más tras los éxitos conseguidos - entre los futuros nuevos realizadores que verán en Las niñas un referente a seguir, como ya lo vimos con la frescura de Verano 1993 o Carmen y Lola. Y baste ese final, con nuestra Celia musitando esa canción del coro que no le dejaban cantar. Un final catártico que cierra el círculo de forma inteligente, con nuestra protagonista encontrando al fin su voz.…y su mirada, una mirada que recordamos hace años con Ana Torrent.

 

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