Mostrando entradas con la etiqueta coming of age. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta coming of age. Mostrar todas las entradas

sábado, 6 de septiembre de 2025

Cine y Pediatría (817) “Gabi, de los 8 a los 13 años”, años de transición hacia la aceptación

 

Seguimos con películas alrededor de la transexualidad. Hace dos semanas hablamos de la película documental francesa Una niña (Sébastien Lifshitz, 2020) y hoy lo hacemos con la película documental sueca Gabi, de los 8 a los 13 años (Engeli Broberg, 2021) y que está disponible en dos versiones distintas: una de 50 minutos, especialmente recomendada para la infancia, y otra de 77 minutos, donde se amplía la historia de Gabi. Y en esta última nos centramos. 

Comienza con un adolescente enterrando una caja metálica (curiosamente con el logo del Real Madrid) y su voz en off: “Hola, Gabi del futuro. Ahora tengo 13 años y acabo de hacer sexto. Tengo un par de consejos para ti. Nunca dejes de jugar al fútbol, por mucho que te cueste, y deja de preocuparte por lo que los demás piensen de ti. Espero que sigas teniendo el valor de seguir siendo tú, aunque seas diferente a los demás. Gabi, 13 años”. Y a partir de aquí retrocedemos cinco años y se nos presenta a Gabriela (Gabriela Fletcher) con 8 años, vive en Estocolmo con su madre Tracy, que es inglesa y profesora de inglés, y su pareja sueca, Thomas; nos dice que su padre biológico es italiano, pero nunca lo ha conocido. 

Gabriela Jude Fletcher simplemente quiere ser Gabi. Un deseo que parece sencillo, pero que no lo es. Gabi se siente diferente. En sus 8 años de vida, decir las cosas claras nunca le ha supuesto ningún problema. Pronto se tienen que trasladar a Dalarna, una pequeña población del centro del país. Y crece con su pelo corto y con pañuelo a la cabeza, su amor al fútbol, su chándal y camisetas de distintos equipos de fútbol, y su elección por la compañía de chicos, lo que nos confirma su comportamiento como una chica tomboy. Le agrada que le digan que se parece a un niño e indaga en internet como cortarse el pelo, buscando como modelo a Cristiano Ronaldo o Gareth Bale. 

Pero cuando la familia se traslada a ese pequeño pueblo y llega a la pubertad, las cosas empiezan a cambiar. Porque Gabi teme que va ser una de las próximas víctimas de la menarquía, según nos dice: “Hay gente de mi clase que se acerca a la pubertad, pero a mí no me apetece nada, porque te crecen estas de aquí. Empiezan a crecer a los 11 o los 12 años. Yo ya tengo 11 años…”. Finalmente Tracy y Thomas se casan, aunque en el camino de la convivencia ya le han dado dos hermanos. Sigue queriendo conocer a su padre: “Le escribí una carta. Pero no se la envié nunca”. 

A través de Youtube se informa Gabi de la transexualidad y los métodos existentes para detener la pubertad, así como cuándo es posible en Suecia solicitar la cirugía de reasignación de sexo. Y así reflexiona en sus devaneos: “En el colegio ya me comporto como un niño. Llevo ropa de niño y siempre juego con los niños. Además, pongo la voz más grave…¿Eso significa que soy una niña? Si te operas para ser un niño y dejas de ser niña, ¿qué vestidos tienes que vestir?"

Y en ese camino llega la fiesta de su 13 cumpleaños. Y poco después llega la menarquía. Y comienza a escribir en su “Carta al amigo del futuro” sus dudas de no saber si es heterosexual, lesbiana o bisexual, sobre los pensamientos acerca de su padre de verdad… y aquel mensaje que iniciaba esta historia con el “Tengo un par de consejos para ti…”. Y tras enterrar aquella caja finaliza esta historia, dejando al protagonista (y también a los espectadores) con el futuro de Gabi por escribir. 

Porque la película Gabi, de los 8 a los 13 años es un retrato íntimo y profundo de la infancia y la preadolescencia, centrado en la lucha por la identidad de género, y ello a través de un seguimiento de nuestro protagonista y su familia durante cinco años. Un niño que se enfrenta a los estereotipos de la sociedad y a la búsqueda de su propio lugar en el mundo, y que en el camino nos deja una serie de mensajes clave. El primero es la lucha por ser uno mismo en un mundo binario, donde no encaja en las normas de género preestablecidas; porque Gabi desde su infancia se siente "diferente" y se niega a ser encasillado como una niña, presión que aumenta al mudarse a una localidad más pequeña y ante el acecho de la pubertad. El segundo es la importancia del apoyo familiar, que aquí se nos muestra como un entorno familiar que, aunque con sus propias dudas y aprendizajes, apoya incondicionalmente a Gabi. El tercer mensaje es reflexionar sobre la fluidez de la identidad en la infancia, pues a lo largo de los cinco años, vemos a Gabi pasar por diferentes etapas, probando distintas formas de vestirse, de comportarse y de relacionarse con sus amigos, en ese discurrir que va de comportarse como tomboy a sentirse como transexual, y todo ello enfrentado a la diatriba entre la presión social y el deseo de pertenencia. Y finalmente, y quizás en última instancia, entender que el viaje de Gabi, en última estancia, es un viaje hacia la auto-aceptación, desde un niño extrovertido y seguro de sí mismo hasta un adolescente más introvertido y cauteloso, para finalmente encontrar una nueva confianza al reafirmar su identidad. De ahí ese mensaje que se envía a sí mismo y entierra en la caja. 

Una película más que nos invita a la reflexión y que nos recuerda la importancia de escuchar y respetar a los más jóvenes en su camino de autodescubrimiento.

 

sábado, 2 de agosto de 2025

Cine y Pediatría (812) “Yomeddine”, un viaje en busca del Juicio Final

 

Una nueva filmografía se suma a Cine y Pediatría. En este caso con la película egipcia Yomeddine (Abu Bakr Shawky, 2018), premiada en la SEMINCI de Valladolid, además de sus nominaciones a la Palma de Oro en el Festival de Cannes y candidata oficial de Egipto para la categoría de Mejor Película Extranjera en los Premios de la Academia. Una película muy particular, dura e inolvidable, en lo que es el viaje de búsqueda de las raíces familiares de un adulto copto que fue abandonado en la infancia en una leprosería y de un niño sudanés que ha vivido siempre en un orfanato sin conocer a sus padres. Porque Yomeddine (que significa "Día del Juicio" en árabe) funciona como una metáfora a ese aludido Día del Juicio Final, pero aquí no es el juicio divino lo que preocupa, sino el juicio de la sociedad, con dos preguntas que se lanzan al espectador: ¿quién tiene derecho a juzgar a los otros por su aspecto o su pasado?, ¿y qué significa realmente ser digno? Una luminosa historia sobre un niño y su mentor que emprenderán un viaje para encontrar a sus familias. 

Beshay (Rady Gamal) nunca ha salido de la colonia de leprosos en la que le abandonaron siendo un niño. Ya está curado de la lepra, pero presenta todas las secuelas físicas (amputaciones de dedos, deformidades de extremidades, graves defectos faciales,…), psicológicas y sociales que puede manifestar esta enfermedad, considerada como un castigo de Dios en el Antiguo Testamento, y cuya condición de “apestados” ha perdurado en el tiempo, mucho más allá de que el científico noruego G. H. A. Hansen descubriera en 1873 que se producía por un agente infeccioso denominado Mycobacterium leprae. Besahy vive en la leprosería de este asentamiento egipcio de Abu Zabal, es analfabeto y trabaja con su carro tirado por un burro (por nombre Harby) recogiendo objetos de los basureros. Allí, en la que llaman la Montaña Basura se topa con personajes muy peculiares, entre ellos con un chico de 10 años sudanés, que vive en un orfanato y al que llaman Obama (Ahmed Abdelhafiz). 

Tras la muerte de su mujer, mentalmente enferma, Besahy decide coger sus escasas pertenencias e ir en busca de sus raíces, de su familia biológica en la lejana ciudad de Qena, al norte de Luxor, viaje al que se suma Obama como polizón. Comienza una particular road movie en un carro tirado por un burro a través del desértico Egipto, en busca del Nilo y de su ciudad de origen, enfrentados al cansancio, el hambre, la penuria, la enfermedad, el rechazo y la indiferencia, pero también encontrando actos de bondad inesperados. Duermen junto a pirámides del camino, nadan en el Nilo, acaba en la cárcel,… y en alguna ocasión tiene que gritar “¡Soy un ser humano!”, en clara referencia al personaje de John Merrick en El hombre elefante (David Lynch, 1980). 

Llega un momento en que se les muere Harby y deben continuar como pueden…”¿Los animales tienen Juicio Final?”, pregunta Obama y Besahy le responde “No. Van directos al Cielo”. Porque, en el transcurso del viaje, Beshay y Obama no solo buscan a sus familias, sino también su propia dignidad y un sentido de pertenencia. Y van conociendo lugares y personajes que, en algún momento, nos retrotrae a la icónica película dirigida en 1932 por Tod Browning, La parada de los monstruos (Freaks), pues son la escoria social, muchos con defectos congénitos. Y uno de estos personajes le comentan a Besahy: “Nos juzgan por nuestra apariencia. Somos unos parias. Eso no tiene cura. No hay otra vida. Tu, yo y los demás monstruos de aquí nunca seremos “normales”. No te avergüences de ti… Vivimos con la esperanza de que en el Juicio Final todos seamos iguales”. 

En el tramo final, Obama encuentra en unos papeles, “gracias a la bendita burocracia egipcia” como dicen, que se llama Mohamed y tiene apellidos (o eso parece), pero sus padres han muerto, por lo que decide seguir llamándose Obama, “como el de la tele”. Besahy consigue llegar a su pueblo, donde reencuentra a su hermano, a quien le contaron que había muerto de sarna (nunca le hablaron de lepra), y también a su padre, quien ha padecido un ictus años atrás, y le explica el motivo por  el que no volvió a por él, que no fue otro que intentar darle una segunda oportunidad en un lugar donde no le juzgarían, pues le recuerda el dicho “Huye de un leproso como huirías de un león”. El reencuentro y aceptación de la familia es sanador y, aunque eso no va a conseguir que desaparezcan las cicatrices físicas, si le mejoran las secuelas psicológicas y vitales. Y también el hecho de que Obama decida quedarse con Besahy y este acepte. Y ambos regresan a la leprosería… Y Besahy tira el gorro con el velo que le cubría la cara. Muy simbólico. Está más preparado para la llegada del Juicio Final. 

Es Yomeddine una película sencilla, pero una historia repleta de reflexiones y enseñanzas. Donde se pueden trabajar aspectos como la dignidad humana tras el estigma (donde se nos recuerda que todo ser humano merece respeto y amor, más allá de su apariencia o condición), la búsqueda de identidad y aceptación (porque Beshay no busca caridad, sino entender por qué fue abandonado y encontrar su lugar en el mundo, con esa necesidad universal de ser reconocido, valorado y amado por quienes nos dieron la vida) y el poder de la amistad (en esa relación entre Beshay y Obama, dos almas solitarias y heridas, encuentran en el otro apoyo y cariño). Y todo ello en un film profundamente humanista, sencillo en su forma pero poderoso en su mensaje. Nos invita a mirar más allá de lo superficial, a empatizar con los olvidados y a reflexionar sobre lo que significa realmente ser humano. 

Una película filmada con actores no profesionales donde pocas veces la lepra es tan protagonista, con ese personaje de Beshay que presenta una grave afectación y esa cara tan característica de la conocida como lepra leonina. Según la OMS, la enfermedad de la lepra aún afecta hoy a aproximadamente entre uno y dos millones de personas en todo el mundo, con casi 200.000 casos nuevos detectados al año en centenares de países. Y estos datos me retrotraen a mi experiencia como estudiante de Medicina, hace cuatro décadas, cuando acudí de voluntario con mi novia (luego mi esposa) a trabajar en una de las pocas leproserías que aún persistían en España (la de Fontilles, en la provincia de Alicante) y donde pudimos convivir con todo el espectro de la enfermedad y de la humanidad que la lepra transmitía. Por ello Yomeddine es una apuesta valiente de su director en lo que es su ópera prima en el largometraje, tras varios cortos previos en su haber. 

Porque en el “Yomeddine” o Juicio Final todos seremos iguales. Pero, mientras ese momento llega, no deberíamos desaprovechar la oportunidad de comportarnos así, como seres humanos que merecemos todo el respeto y consideración independientemente de nuestros particularidades y estigmas físicos, psíquicos, sociales o culturales.

 

sábado, 23 de noviembre de 2024

Cine y Pediatría (776) “Ladybird Ladybird” y “Lady Bird”, mujeres que intentan volar…


Hoy reunimos dos películas con un título similar, cada una con una mujer como protagonista: Ladybird Ladybird (Ken Loach, 1994) y Lady Bird (Greta Gerwing, 2017). Dos títulos similares, pero una temática diferente separada un cuarto de siglo entre sí, prácticamente la misma diferencia de edad de sus dos protagonistas: en la primera, una mujer británica sobre la cuarentena y madre de cuatro hijos; en la segunda, una adolescente estadounidense de 17 años, en plena transición a la vida de los adultos. Y aunque el contexto es bien diferente, algo les une: esa posibilidad de volar que tanto se les ha negado a las mujeres. Y consiguen trasmitir el mensaje gracias a dos interpretaciones de bandera de sus actrices protagonistas. Veamos cada una de las historias… 

- Ladybird Ladybird (Ken Loach, 1994) 

La historia de Maggie (Crissy Rock, multipremiada en diferentes festivales, incluido el Festival de Berlin), madre de cuatro hijos, todos de distintos padres (y de distintas razas) y que, debido al violento ambiente familiar, están a cargo de los servicios sociales británicos. Cuando Maggie conoce a Jorge (Vladimir Vega), un refugiado de Paraguay, así se lo reconoce: "Tengo cuatro hijos, todos de padres diferentes. Y todos están en un hogar de acogida". Con él vislumbra la posibilidad de rehacer por fin su hogar, pero las cosas no serán fáciles ni para recuperar la custodia de sus hijos, ni para retener la de los hijos que han de venir. 

En diversos flashbacks vamos reconociendo a nuestra protagonista y la lacra de su vida, sometida a violencia machista en el hogar por sus parejas, violencia que sufren los hijos en primer lugar (y nosotros también como espectadores), pues el director no se guarda nada en la retaguardia. Ni las canciones de karaoke que le gusta cantar a esta madre pueden mitigar el dolor continuo de la historia, que se ve con el corazón en un puño. Y su grito de auxilio, “No quiero que me juzguen por mi pasado”, choca con el mejor interés del menor ante los Servicios Sociales, que le argumenta: "Los niños necesitan estabilidad". Y entre sobresaltos, la historia avanza hacia ese final con este mensaje sobre los últimos momentos del metraje: “Maggie y Jorge han tenido tres hijos más a quienes se les ha permitido quedarse. No se les ha dado acceso a sus dos primeras hijas. Maggie dice que piensa todos los días en todos sus hijos perdidos”

Y así es como Ladybird Ladybird se convierte en un nueva crítica social del cine de Loach, quizás la historia con mayor crudeza, más si nos atenemos a que lo que narra se basa en hechos reales. El director inglés nos plantea una historia en donde los términos víctima y verdugo se entremezclan: porque víctimas son ante todos los hijos, obligados a transitar de centro en centro y a vivir separados de su madre, pero víctima es también una madre maltratada por la vida, que afronta cada nuevo revés con una creciente rabia contenida que su vez la convierte en verdugo. Y al oír esa canción tradicional de guardería que dice, “Ladybird, ladybird, fly away home, / Your house is on fire, / Your children shall burn!”, nos traslada a nuestra protagonista. 

Porque esta película es paradigmática de la primera etapa del cine de Ken Loach, un director caracterizado por su inconformismo social, su compromiso político con crítica a la burguesía y a la sociedad (y un especial enfrentamiento a las políticas thacherianas), así como su acercamiento a los seres anónimos, personajes que presenta con radicalidad y honestidad en formato de docudramas. Y todo ello con un estilo visual sobrio, que bebe de influencias del Neorrealismo italiano y del Free Cinema británico. Desde Cine y Pediatría ya dedicamos una entrada especial a Ken Loach, por su particular visión de los adolescentes y familias en el contexto de su cine social. Un cine social que se conjuga al modelar la lucha de la clase trabajadora, con la injusticia social y la importancia de la solidaridad.  

- Lady Bird (Greta Gerwing, 2017) 

La historia de Christine (Saoirse Ronan, multipremiada en diferentes festivales de cine, incluido el Globo de oro a mejor acriz), una adolescente de Sacramento en su último año de instituto, quien se hace llamar "Lady Bird". La joven, con inclinaciones artísticas, está desesperada por escapar de su ciudad natal ("Sacramento es tan fea", piensa) y quiere construir una nueva identidad en una ciudad más grande, por lo que sueña con vivir en la costa Este: "Quiero irme de esta ciudad. Quiero irme a Nueva York. Quiero ser alguien más", le dice a su amiga. Trata de ese modo encontrar su propio camino y definirse fuera de la sombra protectora de su madre (Laurie Metcalf). Es, por tanto, una nueva película sobre adolescentes en tránsito, lo que conocemos con el anglicismo coming of age, y del que son  ejemplo ya centerares de títulos volcados en Cine y Pediatría. 

Una nueva historia alrededor de esta etapa de tránsito que llamamos adolescencia que nos permite reflexionar sobre la complejidad de las relaciones familiares (en ese tour de force entre madre e hija, quienes se quieren, pero cuyas personalidades y perspectivas chocan continuamente), la importancia de las amistades, la nostalgia y el valor de los orígenes (pese a su deseo de escapar) y la aceptación de uno mismo. Una nueva historia para aprender que la adolescencia es un período de grandes cambios y desafíos, pero también un tiempo de oportunidades para aprender y crecer. Y todo ello aunque le recuerde una de sus parejas a Christine eso de que “Lady Bird dice que vive del lado equivocado de las vías”. 

Esta película fue la ópera prima como directora en solitario de Greta Gerwing, quien en su siguiente película volvió a contar con la misma actriz protagonista en la enésima versión de Mujercitas (2019), adoptando Saoirse Ronan también otro papel rebelde, el de la adolescente Jo. Decir que Greta Gerwing firmó su tercera película como directora recientemente con la controvertida Barbie (2023), en donde contó con Margot Robbie y Ryan Gosling como actores. Y también vale la pena recordar que la actriz Saoirse Ronan, con una ya dilatada trayectoria, tuvo su primer papel protagonista en el drama fantástico The Lovely Bones (Peter Jackson, 2009), interpretando a la niña Susie Salmon, según el relato “Desde mi cielo) de Alice Sebold.   

Dos películas con un título similar, pero de dos directores con estilos diferentes sobre la historia de dos mujeres de distinta edad y condición social, pero que guardan en ese título un mismo mensaje: ese continuo intento de volar de muchas mujeres y las dificultades para alzar el vuelo, no solo por los defectos de las alas, sino también por la jaula que les rodea.

 

sábado, 9 de noviembre de 2024

Cine y Pediatría (774) “Paradise is Burning” cuando aparece el maltrato por negligencia


El maltrato infantil se define como cualquier situación o forma de abuso que afecta a un menor de 18 años, y que comprende todo tipo de maltrato físico o afectivo, abuso sexual o cualquier otra índole que pueda perjudicar la salud, el desarrollo o la dignidad del menor. Existen al menos cuatro tipos de maltrato infantil, cada uno con sus propias manifestaciones y consecuencias: el maltrato físico, el maltrato emocional (o psicológico), el maltrato sexual y el maltrato por negligencia (y este último es uno de los más frecuentes). 

El maltrato infantil por negligencia (o abandono infantil) se define como la falta de atención de las necesidades básicas de los menores, como el cuidado de la salud, la educación, la supervisión, la protección frente a los peligros del medio ambiente, la satisfacción de las necesidades físicas básicas (por ejemplo, ropa y alimentos) y el apoyo emocional que puedan resultar en daño real o potencial; es decir, se refiere a la falta de satisfacción de las necesidades básicas de un menor, y que puede manifestarse con malnutrición, ausencias escolares frecuentes y condiciones de vida insalubres o inseguras. 

Y algunas películas de Cine y Pediatría ya han abordado este tema. Y recordamos, por ejemplo, la película estadounidense Matilda (Danny DeVito, 1996), la japonesa Nadie sabe (Hirokazu Koreeda, 2004) y la británica Tideland (Terry Gilliam, 2005), tres visiones desde la visión de tres directores muy diferentes. Porque Matilda se fundamenta el cuento homónimo de Roald Dahl, donde esa inteligente niña de 6 años,  recurrentemente abandonada en el hogar por unos padres desaprensivos y maltratada por la profesora Miss Trunchbull, busca refugio en los libros, en la lectura y en la imaginación. Mientras que Nadie sabe está basada en un hecho real que tuvo lugar en Tokio, la aventura de cuatro hermanos pequeños cuando la madre abandona el hogar, toda una prueba de supervivencia contada con la poesía visual habitual de su director y donde lo más terrible es tener la certeza de que el relato no es un cuento. Y Tideland se comporta como una revisión postmoderna del clásico de Lewis Carroll, "Alicia en el país de las Maravillas", aquí protagonizada por una niña de 9 años hija de drogodependientes, y quien sobrevive a la muerte por sobredosis de ambos progenitores con una mezcla de cruda realidad y alucinante imaginación.   

Y hoy sumamos otra historia de maltrato por negligencia diferente, la que nos regala la película sueca Paradise is Burning (Mika Gustafson, 2023), alrededor de tres hermanas que viven solas en casa con la sombra de los servicios sociales a su alrededor, una oda a la rebeldía desde la libertad impuesta a estas niñas en un film que ha obtenido galardones en varios festivales, entre ellos el premio a la mejor dirección en la sección Orizzonti del Festival de Venecia. Y ya apreciamos que del maltrato infantil no se libra nadie, ni tan siquiera los países del primer mundo, como nos reflejan estos cuatro ejemplos desde Estados Unidos, Japón, Gran Bretaña y Suecia. 

Estamos en un caluroso verano sueco, donde conocemos a estas tres hermanas: Laura (Bianca Delbravo), de 16, Mira (Dilvin Asaad), de 13, y Steffi (Safira Mossberg), de 7 años. Viven en un piso sin la tutela de ningún adulto, sus padres no aparecen por ningún lado. Las tres van al colegio y más o menos están atendidas con el apoyo entre ellas, se buscan la vida para conseguir algo de dinero o comida, lo que incluye robar en supermercados o colarse en casas ajenas. Todo lo que hacen estas tres hermanas viviendo solas, tanto en casa como en el colegio, es pura supervivencia, pero también se divierten con su grupo de amistades, muchos de ellos con dificultades también, entre las que vemos alguna adolescente embarazada. Y fuman, beben y bailan al son de la conocida bachata “Obsesión” de la agrupación musical Aventura. Pero su aventura es sobrevivir. Y entonces llega una llamada de teléfono: “Llamo de los Servicios Sociales, ¿está tu madre en casa?”. 

Tras esa llamada buscan a una tía que es feriante: “¿No habrás hablado últimamente con mamá?”. Pues no quieren que los Servicios Sociales descubran que viven solas y se les envíe a un centro de menores. Y Laura, que es la mayor y cuida de sus hermanas, busca a alguien que quiera hacerse pasar por su madre. Y de ahí surge una especial amistad entre Laura y Hannah (Ida Engvoll), una vecina, quien le pide que le enseñe a entrar en las casas y se pasean por ellas, disfrutando de todo, sin robar, en lo que es una extraña relación. 

Las interpretaciones de las tres hermanas son brillantes, sobre todo la mayor, quien logra adoptar el rol de madre protectora de sus dos hermanas, combinando la adolescencia alegre con la madurez. Y tiene que hacerse fuerte delante de ellas y protegerlas. Y es así que la directora Mika Gustafson dibuja un retrato social sobre el abandono parental y la sororidad fraternal. Y donde cada una de las tres hermanas buscan esos referentes paternales que no tienen en el exterior e intenta encontrarse a sí misma más allá de la cruda realidad que les ha tocado vivir: Laura en Hannah, Mira en un adulto al que le gusta el karaoke, y a la pequeña Steffi en los perros y esa amiguita que encuentra. 

Y esta película inconclusa finaliza con el baile de las tres hermanas al son de la canción “Sabali (Paciencia)” del grupo de Mali, Amaodou & Mariam. Un final esperanzador para este particular coming of age sobre las retos de la infancia y adolescencia en la que tres hermanas afrontan su dura realidad con mucha imaginación y no pocas dificultades. Porque el paraíso de la infancia y adolescencia arde y se destruye cuando el maltrato por negligencia aparece al desaparecer las figuras de los progenitores, esos padres y madres tan necesarios.

 

sábado, 11 de mayo de 2024

Cine y Pediatría (748) “Nada”, el otro dogma del caos adolescente


Hace muchos años que desde el proyecto Cine y Pediatría reivindicamos la adolescencia como un género cinematográfico, una etapa fundamental en el desarrollo biológico y psicosocial de esta apasionante etapa de la vida dentro de sus ámbitos habituales (familias, amigos, centros educativos y sociedad) y un verdadero viaje conocido en el séptimo arte como “coming of age”. Y es que son centenares las películas que tiene a adolescentes como protagonistas y que se pueden prescribir a nuestros hijos adolescentes, a nuestros alumnos adolescentes, a nuestros pacientes adolescentes. Si es cierto que la visión no es siempre luminosa, más bien lo contrario, sirvan como ejemplo nuestras dos películas previas: la islandesa Beautiful Beings (Guðmundur Arnar Guðmundsson. 2022) y la alemana Con los pies en la tierra (David Wnendt, 2023). Y a estas hoy sumamos la película danesa Nada (Trine Piil Christensen, Seamus McNally, 2022). Todas muy actuales, reflejo de esta generación Z que nos rodea.   

Nada está basada en la novela “Intet” de la economista y escritora danesa Janne Teller, una fábula en torno a la adolescencia y que se sumerge en el abismo sinsentido de la vida. La película comienza con esta pregunta que se hacen un chico y una chica adolescentes tendidos en la hierba mirando al cielo: “¿Crees que hay algo que tenga sentido?”. Porque la narradora de Nada es la estudiante de octavo grado Agnes (Vivelill Søgaard Holm), quien describe las consecuencias del comportamiento rebelde de su compañero de clase Pierre Anthon (Harald Kaiser Hermann) sobre ella y quienes la rodean. 

Porque el curso escolar acaba de comenzar, pero Pierre Anthon decide abandonar el mismo y encaramado en un árbol, del que se niega bajar, les dice a sus otros 12 compañeros (en una numerología muy bíblica): “Pasáis miedo para nada. Fingimos que lo importante no lo es y damos importancia a lo que no lo tiene. Nos intentamos convencer de que somos algo o alguien”. Y aunque no le entienden al principio, luego le siguen y continúan escuchando sus reflexiones desde el árbol: “Si vives hasta los 80 años, te habrás pasado 30 durmiendo, siete intentando dormir y 14 trabajando. Y 12 años mirando a una pantalla. Y cuatro años y medio, comiendo. Limpiar, cocinar, cuidar de tus hijos, otros 11 años. Si lo sumas todo, te quedan nueve años para vivir como quieras y te lo pasas fingiendo ser alguien… Siempre habrá alguien mejor que tú. O más listo. O más guapo”. 

Y todo esto provoca una crisis existencial entre sus compañeros, quienes deciden reunir sus pertenencias más valiosas (y que significan algo para ellos) en un ‘montón lleno de sentido’ con el reto de convencer a Pierre Anthon de que está equivocado. Pero lo que en un principio comienza de manera lúdica y sólo se refiere a cosas materiales, pronto adquiere rasgos oscuros y extremadamente crueles. Los sacrificios que los jóvenes se exigen unos a otros son cada vez más extremos. Y baste recordar el orden de peticiones: a Agnes, que quiere ser diseñadora de ropa, le piden sus preciadas sandalias; a Gerda le piden su hámster; a Frededik le mandan que robe la bandera de Dinamarca del colegio; a Otto le solicitan que grave un vídeo suyo desnudo; a Elise ya le piden que desentierre a su hermanito fallecido; a Marie le cortan el pelo de su larga cabellera rubia; a Hussain le requisan su alfombra para rezar; a Hans le quitan su bici; a Sophie le arrebatan su virginidad; a Carl le requieren que traiga el Jesucristo colgado de la iglesia; a Rose le obligan a matar a la perra Cenicienta; y, finalmente, a Johan le cortan un dedo, el dedo con el que abusó de Sophie y se convierte en su particular venganza. Y no es de extrañar que Nada se le haya asemejado a El señor de las moscas, llevada al cine en dos ocasiones, en blanco y negro (Peter Brook, 1963) y en color (Harry Hook, 1990) desde la novela paradigmática de William Golding, y ello por la escalada de violencia de los adolescentes que desarrollan dinámicas de grupo fatales. Pero en Nada nuestros personajes no se enfrentan a una situación excepcional en una isla desierta donde tienen que luchar por sobrevivir, sino que son alumnos que están creciendo en un círculo familiar sin dificultades, pero quizás sin la mejor brújula moral.  

Y tras toda esta escalada de peticiones, cada vez más escabrosas e incómodas, van acumulando todas sus cesiones (las sandalias, el hámster, la bandera, la bici, la cabeza del perro,…) en un montaje caótico. Y, cuando lo descubren los adultos, lo acaban convirtiendo en una obra de arte que un crítico titula como “Las ofrendas”, y lo compra un museo, pues piensan que esta obra ha revolucionado el mundo del arte, como ejemplo de la generación abandonada. Pero todo esto lo hicieron por Pierre Anthon, para que entendiera que hay cosas que importan, aunque cuando logran que baje del árbol se desencadena aún mayor tragedia. 

Como algunos críticos han planteado, se podría acusar a la película de fatalismo en su planteamiento nihilista. Aunque la película no es una invitación a rendirse, sino a liberarse de las cadenas sociales que el sistema nos impone en el momento de nacer. Porque Nada nos pide que nos cuestionemos nuestro propio papel en la vida y a lo largo de la intrincada relación de sus jóvenes personajes también se abordan otros temas (las enfermedades mentales, la religión, la sexualidad…), en donde se nos plantea algunas preguntas (¿qué estamos haciendo con nuestras vidas?, ¿merece la pena ser simplemente un engranaje del sistema, o deberíamos seguir nuestro propio camino?) sin clara respuesta. 

Porque Nada es una peculiar película danesa alrededor del nihilismo, ese otro “dogma” del caos adolescente. Uno más que el cine se obstina en presentarnos.

 

sábado, 27 de abril de 2024

Cine y Pediatría (746) “Beautiful Beings”, una pesadilla de adolescencia


Islandia es un país especial que no deja indiferente. Un país de contrastes, entre el hielo y el fuego. Pero Islandia es mucho más que un paisaje sobrenatural. También atesora una cultura con identidad propia única en el mundo, con una alfabetización del 99,9 % de la población y el país que compra más libros per cápita del mundo. Y no solo leen, también escriben: no hay país que atesore tantos novelistas por habitante. Y dentro de las manifestaciones culturales, es la música una de la más arraigada en Islandia, conservando las tradiciones de la música folklórica, unido al pop y a la música electrónica, una música original y distinta, como los propios islandeses (y baste recordar nombres como Bjork, Sigur Ros o Of Monsters and Men). Pero otra manifestación que va abriéndose camino es el cine, un cine islandés dentro del emergente cine escandinavo. 

Pero el cine de Islandia que llega fuera de sus fronteras, también es cine de hielo y fuego. Y baste recordar las tres películas que ya forman parte de Cine y Pediatría, tres "coming of age" que son un retrato íntimo de esta volcánica etapa de tránsito, un viaje iniciático filmado con implacable, austero y en ocasiones helado temple: Sparrows-Gorriones (Rúnar Rúnarsson, 2015), Heartstone, corazones de piedra (Guðmundur Arnar Guðmundsson. 2016) y Déjame caer (Baldvin Zophoníasson, 2018). 

Tres historias que vienen a ser el réquiem por el sueño islandés de esos adolescentes enfrentados a familias desestructuradas, a sus pulsiones sexuales y a las toxicomanías. Y hoy regresa otro "coming of" age, la de cuatro adolescentes de 15 años que viven su particular pesadilla en la película titulada Beautiful Beings (Guðmundur Arnar Guðmundsson. 2022). Y es que este director, tras su ópera prima Heartstone, corazones de piedra, regresa a esta etapa de la vida en una película cuyo título original en islandés (Berdreymi) significa pesadilla. 

Inicialmente conocemos a Balli (Áskell Einar Pálmason), quien vive en un hogar marginal, sucio y desordenado como su familia (su padre murió, su padrastro está preso y su madre le deja solo durante días, por lo que los servicios sociales están al tanto) y sufre acoso escolar, incluso una agresión física que es recogida por la televisión y le permite reclamar a la audiencia: “No me importa si caigo bien o no, solo quiero que me dejéis en paz”. Y ese informe televisivo nos adentra en el incremento de la violencia en los centros escolares islandeses. 

A partir de ahí, conoce a otros tres jóvenes de su edad (Addi, Siggi y Konni), quienes acaban acogiéndole en el grupo, aunque lo ven como un bicho raro, y al que preguntan al entrar en su casa: “¿Por qué están rotas todas las puertas?...¿por qué está todo tan guarro?”. Pero también ellos tienen una buena mochila en la espalda de sus vidas, especialmente por la ausencia de una figura paterna correcta: Addi (Áskell Einar Pálmason), quien funciona como el líder del grupo, vive en un hogar donde sus padres se divorciaron por el alcoholismo del padre y cuya madre cree en la magia adivinatoria y la interpretación de los sueños; Siggi (Snorri Rafn Frímannsson) es el rarito, cuyo padre es un chanchullero; y Konni (Viktor Benóny Benediktsson), el violento del grupo, apodado “El Animal”, tiene tanto temor a su padre que a veces no vuelve a casa hasta que aquel está dormido. 

Los cuatro amigos pasan el tiempo viviendo continuamente al límite de lo correcto, retando al riesgo, fumando continuamente, ensayando con otras drogas (incluso setas alucinógenas) y el sexo, y apostando por la violencia frente a otros grupos, por mucho que Addi declare: “No soporto las peleas”. La salida de la cárcel del padrastro de Balli (papel interpretado por el conocido actor islandés-estadounidense Ólafur Darri Ólafsson, al que reconocemos de la serie la serie de televisión islandesa, Atrapados, dirigida por Baltasar Kormákur), lo cambia todo, pues sus amigos descubren que es un maltratador y un pederasta frente a la hermana yonqui de Balli, y se confabulan para amedrentarle y defender a su amigo. Pero los hechos que se desencadenan a partir de aquí, lo cambian todo. 

Y al final resuenan las palabras de la madre de Addi: “Imagina que una luz brillante te rodea y te protege”. Porque estos adolescentes (de nuestra ficción) y tantos adolescentes (en la realidad) precisan mucha luz que les proteja. Y quizás la mayor luz sea una familia que les cuide, les proteja y les eduque en valores, pues los padres son los primeros modelos de comportamiento y principales mentores para sus hijos. Cuando esto falla (en nuestros amigos con un denominador común: la ausencia de una buena figura paterna), aumenta el riesgo de que la adolescencia sea una pesadilla, abandonados a su suerte, pues se ven como un jardín sin un jardinero, creciendo sin la guía necesaria para florecer y llegar a ser la mejor versión de sí mismos. 

Porque Beautiful Beings es una historia sobre el paso a la edad adulta, la amistad y la supervivencia desde esta etapa de la vida tan impactante que es la adolescencia, pero también un retrato de la decadencia moral y el abandono, que confirma el talento de Guðmundur Arnar Guðmundsson, especialmente para la dirección de los jóvenes actores, todos ellos neófitos. Un incómoda historia sobre estas bellas criaturas adolescentes que viven su particular pesadilla en un película de cine-realidad que recibió el Premio de la Juventud en la Seminci de Valladolid.

 

sábado, 13 de abril de 2024

Cine y Pediatría (744) “Mi hermano pequeño” y la deconstrucción de una familia inmigrante


“Mamá me hablaba dándose aires de importancia. Pero al mismo tiempo parecía estar siempre en otra parte. Era difícil saber cómo se sentía. Quiero decir, cómo se sentía de verdad. La noche que llegamos a Francia, no hacía más que mover las caderas. Supongo que eso le ayudaba a mantenerse en pie. Quizás por ser el pequeño, me aferré a la luz que irradiaba, a nada más. La maleta llena de dolor que había traído de casa, era su secreto”. Con esta voz en off, acompañado de la imagen fija de una madre negra y sus dos hijos que viajan en tren, comienza esta película francesa por título Mi hermano pequeño (Léonor Serraille, 2022), con la que la realizadora francesa ganó la Cámara de Oro a la mejor ópera prima en el Festival de Cannes, premio creado en el año 1978 y que ya ganaron antes otras películas de las que hemos hablado en Cine y Pediatría: la belga Totó, el héroe (Jaco Van Dormael, 1991), la iraní El globo blanco (Jafar Panahi, 1995) y la alemana Girl (Lukas Dhont, 2018).    

En Mi hermano pequeño, su directora toma como base las vivencias del padre de sus hijos para componer esta conmovedora crónica de la construcción y deconstrucción de una familia inmigrante. Y nos narra la historia de Rose y de sus hijos, Jean y Ernest, durante algo más de 15 años. Una historia que comienza en 1989, cuando Rose (Annabelle Lengronne) abandona su Costa de Marfil natal y llega a París para intentar iniciar una nueva (y mejor) vida. Tras dejar en África a sus dos hijos mayores, todas las esperanzas de Rose están puestas en Jean y Ernest, dejando atrás a su ya segundo marido. Y la voz en off es del hermano pequeño, Ernest, es la que inicia este film y la que nos acompañará durante todo la historia. 

Inicialmente son acogidos en casa de unos familiares y la mujer le da un consejo (“En la vida tienes que escoger a alguien que quiera a tus hijos. No a alguien que tú quieras. Es importante”) que Rose no parece tener muy en cuenta. Su belleza la hace ser atracción de los hombres, pero no acierta en la compañía. Y ella, que se afana en salir adelante como asistenta de limpieza en un hotel, da estos consejos a sus hijos: “Estudiar mucho. Ser los mejores… Y nada de llorar. No se llora delante de la gente. Si queréis llorar os escondéis”. Y así también ella llora en la soledad, porque quizás es cierto lo que le dicen: “No sabes ni lo que quieres”

Mientras ella busca su lugar, conoce a otro hombre casado que funcionará de padrastro y cambian de ciudad, como nos recuerda la voz en off del hijo menor: “Nos dijo que nos íbamos a vivir a Ruán. A un apartamento en el centro. Iríamos a buenos colegios. Iríamos con buenas compañías. Ella quería lo mejor para nosotros. Nosotros no queríamos irnos de nuestro cuchitril. Pero ello no era de las que cambian de opinión. Hizo las maletas y nos fuimos”. Y con ello un salto temporal nos presenta a los dos hermanos yan adolescentesY a partir de aquí, la película se fragmenta en dos partes: la primera se centra en Jean, la segunda en Ernest. Y un noticiario nos sitúa temporalmente alrededor de ley de Charles Pasqua, unas despiadadas leyes antiinmigración instauradas en por este ministro de Interior gaullista en el año 1993, cuyo objetivo era claro: “La regla de oro: debe restringirse el derecho a entrar en Francia”. 

Ahora los dos hermanos viven juntos y la madre solo viene los fines de semana. Las relaciones de pareja de la madre no funcionan y ahora decide casarse con un compatriota que la pretendió desde su llegada a Francia, a lo que Jean expresa: “No es un nuevo comienzo. Es el principio del fin”. Y Jean acaba abandonando el hogar y decide regresar a Costa de Marfil, lo que enfada de tal forma a Ernest que culpa a su madre. 

En el salto temporal final ya nos encontramos a un joven Ernest que vive independiente, ahora como profesor de filosofía de un instituto de París y lee un texto muy significativo a sus alumnos: “Que cada uno examine sus pensamientos. Los encontrará ocupados en el pasado y en el futuro. Apenas pensamos en el presente y si pensamos en él, solo es para tomar luz de él y proyectarla en el futuro. El presente nunca es nuestro fin. El pasado y el presente son nuestros medios. Solo el futuro es nuestro fin. De tal forma no vivimos, sino que esperamos vivir”. Porque ha pasado mucho tiempo, pero aún le recuerdan que es un emigrante en un país en el que no nació… 

Y en el encuentro con su madre se preguntan por sus vidas y él le recuerda que ha tenido muchos padres, pero el verdadero padre fue el colegio, y ella se excusa con lágrimas: “Yo hice todo lo que pude. Aunque cometiera errores”. Y la madre le da una carta de su hermano, que acaba así: “Espero verte algún día. Un hermano pequeño no es poca cosa”. Y un fundido en negro nos deja pensando en esta película alrededor de una familia africana inmigrante que entra en deconstrucción y este peculiar “coming of age” de dos hermanos en busca del sentido de pertenencia. 

Una película realizada con el sentido y sensibilidad del cine francés, sobre un tema que no les es ajeno, pues en Francia viven cerca de 9 millones de inmigrantes, lo que supone un 13% de su población. Pero la inmigración es una constante en muchos países, y baste recordar que en España hay casi 7 millones de inmigrantes (un 15% de la población), y las historias de superación y supervivencia se repiten.

 

sábado, 6 de abril de 2024

Cine y Pediatría (743) “Vida de este chico”… llamado DiCaprio


Nació hace medio siglo en la Meca del cine, Hollywood, y por sus venas corría sangre alemana, italiana y rusa, como delatan sus apellidos (Wilhelm DiCaprio). El nombre de pila se lo puso su madre porque cuando ella estaba embarazada y contempló una pintura de Leonardo da Vinci en un museo, el bebé pateó dentro del vientre. Y así es como Leonardo DiCaprio fue predestinado para el cine y la televisión desde muy niño. Guapo, rubio, con ojos azules y cara de niño bueno, todo parecía indicar que se iba a convertir en el típico ídolo adolescente, un chico de carpeta destinado a encasillarse en el papel de guapo. 

Y sus primeros papeles de calado en la gran pantalla son películas que se adscriben todas ellas al proyecto de Cine y Pediatría. Todo comenzó con Vida de este chico (Michael Canton-Jones, 1993), a la que dedicaremos esta entrada de hoy. Pero que comenzó con otros films en la década de los 90 que cabe destacar: 

- ¿A quién ama Gilbert Grape? (Lasse Hällstrom, 1993), basada en la novela homónima de Peter Hedges y fue su primera actuación de interés, aunque es un papel que se la dieron a regañadientes, pues para representar al hermano autista de Jonny Deep el director buscaba a un protagonista menos perfecto físicamente para el papel. Y en el camino de esta historia se nos enseña la posibilidad de que las discapacidades que nos rodean puedan motivar el crecimiento de nuestras propias capacidades.  

- Diario de un rebelde (Scott Kalvert, 1995), basada en la obra autobiográfica homónima del escritor, poeta y músico estadounidense Jim Carroll. Puro cine independiente que es la crónica autobiográfica de un grupo de adolescentes, entre los que se encuentra el escritor Jim Carroll (interpretado por DiCaprio), a los que sus travesuras están a punto de llevarlos por oscuros caminos de la desesperación. Cinco amigos que apenas mantienen la cabeza a flote al perder el control de sí mismos. 

- Vidas al límite (Agnieszka Holland, 1995), ambientada en el siglo XIX en Francia para descubrirnos el romance entre dos poetas franceses, Paul Verlaine (David Thewlis) y el joven Arthur Rimbaud (Leonardo DiCaprio). La poesía de ambos cortejó generaciones de literatos, pero sus vidas privadas fueron más escandalosas de lo que la mayoría de las personas se atreven a creer, una existencia en continuo contacto con el alcohol, el opio y su secreta homosexualidad. 

- Romeo + Julieta de William Shakespeare (Baz Luhrmann, 1996), enésima versión de la conocida obra del dramaturgo inglés, versión modernizada de los jóvenes enamorados (interpretados por DiCarpio y Claire Danes) en la ficticia Verona Beach y ambientada en el mismo año del estreno, de forma que se sustituyen espadas y dagas por pistolas y fusiles de asalto, y los hombres de las familias enfrentadas, los Capuleto y los Montesco son dos grupos de narcotraficantes mafiosos en guerra por sus frentes comerciales. 

- La habitación de Marvin (Jerry Zaks, 1996), basada en la obra homónima de Scott McPherson, verdadero melodrama familiar entre las hermanas Bessie (Diane Keaton) y Lee (Meryl Streep), quienes se reencuentran después de muchos años y que tienen que reconciliarse enfrentadas a tres retos en sus vidas: un padre postrado en cama tras un derrame cerebral, el debut de leucemia de Bessie en busca de un trasplante de médula ósea y el hijo adolescente de Lee (Leonardo DiCaprio), internado en un  psiquiátrico. 

- Titanic (James Cameron, 1997), el megaéxito por excelencia (recordar que tiene el record de 11 Óscar, compartido con la película dirigida en 1959 por William Wyler, Ben-Hur, y con la película dirigida en 2003 por Peter Jackson, El señor de los anillos: El retorno del rey), donde Leonardo DiCaprio (como Jack, el joven artista y polizón) se consideró el rey del mundo junto a Kate Winslet (como Rose, la joven de buena familia) bajo los acordes del “My Heart Will Go On” de Celine Dion. 

Pero tras estas siete considerables películas, Leonardo DiCaprio seguía acosado por el sambenito de más guaperas que buen actor. Y a partir de ahí el actor no ha hecho más que acumular méritos interpretativos y madurar como el buen vino, con casi una cuarentena de películas en su haber, seis nominaciones al Óscar y cierta resistencia a conseguirlo, y lo hizo con el extremo papel del trampero Hugh Glass en El renacido (Alejandro González Iñárritu, 2015). Y en ese camino ha tenido la fortuna de ser uno de los actores fetiche de Martin Scorsese, con seis colaboraciones juntos (Gangs of New York, 2002; El aviador, 2004; Infiltrados, 2006; Shutter Island, 2010; El lobo de Wall Street, 2013; y Los asesinos de la luna, 2023), solo superado por las nueve colaboraciones que el director ha tenido con Robert de Niro. Y es que en esta última película de DiCaprio y en la primera, estos dos gigantes de la actuación coincidieron juntos. 

Y precisamente hoy vale la pena revisar su primer largometraje, Vida de ese chico (Michael Canton-Jones, 1993), drama ambientado en la década de los 50 en Estados Unidos y donde se dio a conocer en el séptimo arte. Fue el propio De Niro el que aconsejó al director que llamara a DiCaprio para el papel principal, por sus capacidades interpretativas, y éste, con 18 años, se pone en el papel de esta histórica con tintes autobiográficos de este joven adolescente que se desarrolla a través de la relación con su madre y con su cruel y autoritario padrastro. 

Comienza con el increíble paisaje del Monument Valley, mientras nos recuerda que es una historia real (y basado en el libro “This Boy´s Life”, de Tobias Wolff adscrito al movimiento del realismo sucio). En medio del desierto viajan en coche una madre, Caroline (Ellen Barkin) y su hijo, Toby (Leonardo DiCaprio, alter ego del mismo Tobias Wolff) y cuya voz en off nos dice: “Era 1957 y viajábamos de Florida a Utah. Después de que a mamá le golpeó su novio, cogimos el coche y nos fuimos hacia los campos de uranio. Nuestra suerte iba a cambiar”. Y ello mientras suena el “Let´s Get Away From It All” de Frank Sinatra. Y llegan a Salt Lake City, capital de Utah, aunque pronto parten hacia Seattle. Allí es donde Caroline conoce al aparente amable mecánico Dwight (Robert de Niro), quien tiene tres hijos… 

Toby nos muestra su comportamiento de adolescente rebelde y compulsivo, quien llega a confesar a su madre: “Puedo ser mejor. Trataré de hacerlo. Odio como soy. No sé por qué soy así”. Es por ello que la madre le envía un tiempo con Dwight y sus hijos al pequeño pueblo de Concrete, en el estado de Washington, para cerciorarse de que si funciona, se podría casar con él. Y una vez allí Dwight intenta enderezarle con cualquier método válido por entonces y, mientras suena el “Smile” de Nat King Cole, resuena este pensamiento: “No me andaré con tonterías. Existen en el mundo chicos malos. Auténticos diablos. Mi trabajo será estar contigo para enderezarte. Y para conseguirlo, haré lo que sea. Ya puedes ir bajando los humos de tu padre rico. Tus días de fantasía terminaron. Ahora eres un chico de Concrete”

Finalmente, Caroline se casa con Dwight, pero aquella no tarda en darse cuenta del error. Porque el deseo del padrastro por enderezar a Toby llega a las palizas físicas. Y con el tiempo, nuestro adolescente declara: “Tengo que irme de este lugar o me muero”. Y las cosas llegaron a un extremo que ambos, madre e hijo, tuvieron que huir de allí. Y Toby logra entrar en la universidad, aunque falseando sus notas. 

En el colofón del film se nos indica qué fue de cada personaje, pero especialmente de él mismo: “Tobias Wolff fue expulsado de la escuela Hill, entró en el ejército y luchó en Vietnam. Ganó premios como autor de novelas y cuentos cortos. Vive con su familia en Nueva York donde es profesor de Literatura en la Universidad de Syracuse”. Porque la Vida de este chico es su propia vida… Y donde tenemos la oportunidad de ver los inicios de un grande, Leonardo DiCaprio, aquí también acompañado de algunos actores aún muy jóvenes como Carla Gugino y Tobey Maguire. Pero donde nos llega sobre todo su mensaje: que pese a una infancia y adolescencia dura, con maltrato familiar incluido, es posible salir adelante. Así lo hizo Tobias Wolff… y Leonardo DiCaprio, cada uno en su trayectoria artística.

 

sábado, 4 de noviembre de 2023

Cine y Pediatría (721) “Softie” y la pequeña naturaleza que busca acomodo

 

El actor francés Samuel Theis nos regala en su ópera prima individual un coming of age especial y alejado de cualquier tópico, Softie (2021), bajo el título original de Petit nature, y ganadora a mejor película del Atlàntida Mallorca Film Fest. Sí es cierto que se inició en esta materia unos años antes codirigiendo con otras dos directoras la película Party Girl (2014), pero es ahora cuando nos sorprende con esta delicada, profunda y arriesgada historia de iniciación, un pequeño milagro con ese joven actor novel de pelo largo y rubio, casi apolíneo, en una historia que se nos antoja una simbiosis entre la historia de La Caza (Thomas Vinterberg, 2012) con la sensibilidad y conciencia de Céline Sciamma, esta directora que no conoce de sexos en películas como Lirios de agua (2007) o Tomboy (2011).   

En la primera escena una madre abandona el hogar y a su esposo, llevándose consigo a sus tres hijos, el perro husky y los pocos enseres. Estamos en un pequeño pueblo del norte de Francia y allí conocemos al hijo intermedio, Johny (asombroso Aliocha Reinert) quien, en su nueva casa, coloca con delicadeza a sus peces de la bolsa de agua en la pecera. Luego ya reconocemos que funciona en esa familia disfuncional como un preadolescente de 10 años casi autónomo, quien acepta con madurez la ausencia de la figura paterna, la afición a la bebida de su madre y el pasotismo de su hermano mayor, solo interesado por su novia y su pandilla de yonquis; y todo ello no le resulta un obstáculo para ayudar en la casa, cuidar de su hermana pequeña y ser aplicado en la escuela. “¿Qué es Dios para ti?”, le pregunta a su madre, y ella responde: “Para mi Dios es el amor, compartir, los hijos preciosos que me ha dado. Un angelito como tú. Dios son muchos besos, muchos abrazos”. Una madre aún atractiva, pero sin formación y que apenas sabe escribir y leer, una madre que le incita a defenderse en el barrio y que cuando pierde los papeles con la bebida, a veces le castiga. Pero que él la defiende, y responde que está enferma ante los demás. 

Y con las dificultades y limitaciones de este contexto familiar y social en el que crece, encuentra en la nueva escuela a un profesor, Jean (Antoine Reinartz), quien le inspira por sus lecciones académicas y vitales, pero por el que siente algo que le abre la puerta de los secretos, las dificultades y los sueños de la vida adulta, con sus luces y sus sombras. El profesor comprueba por la forma de recitar, de hablar y de ser de Johny que es un chico especialmente sensible y su acercamiento se hace más patente a través de su novia, pues le toman cariño y más cuando perciben el contexto social en el que se desenvuelve, con la sospecha de maltrato infantil. E incluso le invitan a la visita nocturna del museo de arte contemporáneo en la cercana ciudad de Metz, como una manera de motivarle en su ingenio y capacidades, aunque Jean tiene claro que “¡No puedo ser un salvador para todos los alumnos!”. 

Está claro que todo esto se convierte en un contexto para Johny totalmente diferente de su día a día. Y que hace brotar en el menor algo que presumimos cuando le vemos espiar la casa de su maestro y esa atracción pone al adulto en una situación muy incómoda. Un enamoramiento de un alumno por su profesor que deja al adulto en una situación límite con su deber, y por ello la novia de Jean le recrimina: “¿Qué te imaginabas que pasaría? Tienes 10 años. No se hace eso con 10 años. Eres un niño. Jean podría perder su trabajo, Vete a casa. No vuelvas aquí”. Y a partir de ahí, Johny saca toda su rabia contra su propia familia…y contra sí mismo, hasta llegar a intentar lanzarse por la ventana del aula. 

Pero todo se tergiversa y aparecen las sospechas de la madre, con palabras así: “No sé qué ideas le has metido en la cabeza. Pero mi hijo ha cambiado. Nunca lo he visto así. Trabaja como un loco. Nunca se divierte. De lo único que habla es de ti. Todo lo que hace es por ti ¿Le metes las ideas en la cabeza y ahora lo abandonas?”. Y la madre sospecha en posible pedofilia contra su hijo, cosa que no ha ocurrido, pero esta situación no es la primera vez que el séptimo arte nos ha reflejado. Y que, quizás, convierte la relación entre alumnos y profesores en una fina línea que cabe medir a cada paso

Este círculo vicioso lo rompe Johny, tras una mala experiencia en su comunión, cuando decide que quiere irse a un internado a estudiar y poder volar fuera de este ambiente. Y con el fondo musical de la canción “Child In Time” de Deed Purple, Johny baila desenfrenadamente frente a un espejo. Una forma de dejar en los espectadores el mensaje de que no siempre es fácil que la naturaleza de los más pequeños busque acomodo. Una naturaleza que se simplifica en amar y ser amado, pero esta simplicidad es casi siempre complicada. Y Softie es un tránsito por el deseo, la decepción y la búsqueda de identidad de un niño-adulto empujado por las circunstancias y tal vez nos deja en la emancipación un leve rayo de esperanza.

 

sábado, 7 de octubre de 2023

Cine y Pediatría (717) “Belfast”, el conflicto norirlandés a través de la inocencia

 

El director, guionista y actor cinematográfico y teatral británico Kenneth Branagh, nacido en Belfast, capital de Irlanda del Norte, nos ha regalado su película más íntima y personal, esos meses de su infancia tras el comienzo de un conflicto que tuvo en vilo a Gran Bretaña e Irlanda durante tres décadas en la segunda mitad del siglo XX. El título no podía ser otro que Belfast (Kenneth Branah, 2021), una película multipremiada, incluyendo sus 7 nominaciones a los Óscar y el galardón de mejor guion original. 

Una película en blanco y negro que comienza en color, con el color de la Belfast actual y que en un fundido subiendo una muro se convierte en una escena callejera del 15 de agosto de 1969, con las calles en blanco y negro de esta ciudad que, del irlandés Béal Feirste, significa “el vado arenoso en la desembocadura del río”. Calles repletas de niños jugando, vecinos transitando y charlando, y cuya paz se rompe con la aparición repentina de una turba a la vuelta de una esquina, con hombres enmascarados que arrojan piedras, cócteles Molotov y queman coches. Uno de esos chicos es Buddy (Jude Hill), el niño rubio de 9 años que es alter ego del director y que será el hilo conductor para que conozcamos a su familia, su ciudad y el conflicto norirlandés conocido como The Troubles. Porque fueron muchos “los problemas” de este conflicto armado interétnico nacionalista (el nacionalismo, de nuevo) y Buddy no entiende qué ocurre y por qué ocurre aquello, mientras su madre le saca del tumulto con la épica de una tapa de un cubo de basura y oye a su padre decir: “La maldita religión, ese es el problema”. 

Y es que el cine nos devuelve mucho arte, pero también otras enseñanzas. Y para entender bien esta película cabe conocer qué y por qué ocurrió este conflicto norirlandés. Un conflicto que enfrentó, por un lado, a los unionistas de Irlanda del Norte (de religión protestante, mayoritaria en la región), partidarios de preservar los lazos con el Reino Unido, y por otro lado, a los republicanos irlandeses, en su mayoría católicos y demográficamente minoritarios, partidarios de la integración del territorio en la República de Irlanda, país predominantemente católico. Ambos bandos recurrieron a las armas, y la provincia se hundió en una espiral de violencia que duró desde el 8 de octubre de 1968 hasta la firma del Acuerdo de Viernes Santo, el 10 de abril de 1998, que sentó las bases de un nuevo gobierno, en el cual católicos y protestantes comparten el poder. No obstante, la violencia continuó después de esta fecha y todavía continúa de forma ocasional y a pequeña escala. 

El conflicto comenzó durante una campaña de la Asociación por los derechos civiles de Irlanda del Norte para poner fin a la discriminación contra la minoría católica/nacionalista por parte del gobierno protestante/unionista y la fuerza policial. Los principales participantes en el conflicto fueron paramilitares republicanos como el Ejército Republicano Irlandés Provisional (IRA) y el Ejército Irlandés de Liberación Nacional (INLA); paramilitares leales como la Fuerza Voluntaria del Úlster (UVF) y la Asociación en Defensa del Úlster (UDA); fuerzas de seguridad estatales británicas como el Ejército Británico y el Royal Ulster Constabulary (RUC); y activistas políticos. 

Se contabilizaron más de 3.500 muertos en las tres décadas de conflicto, más de la mitad civiles. La mayoría de los asesinatos tuvieron lugar dentro de Irlanda del Norte, especialmente en Belfast y el condado de Armagh. Dublín, Londres y Birmingham también se vieron afectados, aunque en menor grado que la propia Irlanda del Norte. Ocasionalmente, el IRA intentó o llevó a cabo ataques contra objetivos británicos en Gibraltar, Alemania, Bélgica y los Países Bajos. 

Y con estos mimbres, Kenneth Brannag nos describe su primera infancia en el comienzo del conflicto en ese final de verano y otoño de 1969, en lo que es un homenaje incondicional a su familia, constituida por sus guapísimos y comprensivos padres, Ma (Caitriona Balfe, la protagonista de la serie Outlander) y Pa (Jamie Dornan, el guaperas de la trilogía 50 sombras de Grey), su hermana y hermano mayores y sus tiernos abuelos (con una irreconocible Judi Dench), y también el solidario vecindario. Y todo ello conviene vivirlo en su versión original, para oír a sus protagonistas hablar el particular galeico irlandés. Y la historia se ve arropada por el director de fotografía Haris Zambarloukos y una BSO de otro hijo predilecto de Belfast, el compositor, músico y cantante Van Morrison que nos regala múltiples temas a lo largo de la historia, títulos como “Warm Love”, “Stranded”, “Carrikfergus” y el colofón “And the Healing Has Begun”. 

Porque la familia de Buddy vive en un barrio mayoritariamente protestante de Belfast con unas pocas familias católicas, pero un día su comunidad - y todo lo que creía entender de la vida - se pone patas arriba. Y su familia también se ve atrapada en el caos del conflicto y debe decidir si se queda o abandona el único lugar que conocen como un hogar. Y así lo expresa una vecina: “Los irlandeses nacemos para irnos. Si no, el resto del mundo no tendría pubs. Solo hace falta que nos quedemos la mitad para que la otra mitad pueda ponerse nostálgica para los que se fueron. Para sobrevivir un irlandés solo necesita un teléfono, una Guinness y la partitura de Danny Boy (una de las canciones representativas de la cultura irlandesa)”. Y también Buddy oye otros consejos de su familia: “Sé buen hijo, pero si no puedes serlo, sé cuidadoso”; “Paciencia. Paciencia con las sumas. Paciencia con la chica”. Pero finalmente la situación empeora y tienen que tomar una decisión dolorosa para preservar la seguridad de la familia: “Estamos viviendo una guerra civil. Es momento de empezar de nuevo”. 

Y como le ocurriera a Steven Spielberg en su particular coming of age en Los Fabelman, algo similar le ocurre ahora a Kenneth Branagh en Belfast: el utilizar el cine como tabla de salvación ocasional y por ello se nos comparten escenas de Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952), cuya escena mítica verá reflejada luego en las calles de su ciudad, El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962), Hace un millón de años (Don Chaffey, 1966) o Chitty Chitty Bang Bang (Ken Hughes, 1968). Y, curiosamente, la única vez que vuelve a aparecer el color en la película es precisamente en alguna de estas proyecciones, por ese poder salvífico del cine.  

Kenneth Branagh nos muestra la honestidad de los grandes al conseguir ese equilibrio casi imposible entre la belleza en blanco y negro del cine de autor y la fluidez narrativa de los clásicos, explorando el conflicto irlandés con agudeza y sin crudeza (baste recordar algunas simpáticas escenas, como la del detergente biológico). Y Belfast termina con la misma emoción que hemos vivido y con esta dedicatoria: “Para los que se quedaron. Para los que se fueron. Y para todos los que se perdieron”. 

Porque Belfast es una manera de acercarnos al conflicto norirlandés a través de la mirada inocente de un niño, Buddy, que no es otro que el propio director.

 

sábado, 30 de septiembre de 2023

Cine y Pediatría (716) “Los Fabelman”, un coming of age que bendice al poder salvífico del cine

 

10 de enero de 1952, Nueva Jersey. Un niño de 7 años, Sammy Fabelman va a asistir a su primera película en el cine. Sus padres intentan explicarle cómo funciona el cinematógrafo para que no tenga miedo, sino ilusión: “Las películas son sueños que nunca olvidas, cariño”, le dice su madre. Y asiste a la proyección de El mayor espectáculo del mundo (Cecil B. DeMille, 1952), protagonizada por James Stewart, Charlton Heston y Gloria Grahame, y queda impresionado por las escenas, especialmente la del choque de trenes. Y entonces intenta reproducirlo con sus trenes de juguete y la cámara de grabar casera de su padre. Y a partir de ahí comienza a realizar pequeñas filmaciones con sus hermanas como protagonistas de historias inventadas. 

Y sí, las películas son sueños que nunca se olvidan. Por esto este film, Los Fabelman (Steven Spielberg, 2022) es un inspirador y emotivo homenaje al cine con el que Steven Spielberg rememora su infancia y adolescencia y descubre al mundo cómo se convirtió en el icono del cine que es, ese rey Midas del séptimo arte que acabó convirtiendo en oro todo lo que tocaba en la gran pantalla. Y es a través del personaje del joven Sammy Fabelman (Mateo Zoryan Francis-DeFord de niño, Gabriel LaBelle de adolescente) que nos relata de forma semiautobiográfica su ecosistema familiar, una familia judía en la década de los 50 formada por su excéntrica madre Mitzi (Michelle Williams), pianista en potencia, y su pragmático padre Burt (Paul Dano), ingeniero informático de profesión, así como sus tres hermanas y Bennie, un amigo de la familia. Sammy acaba descubriendo un secreto familiar que resultará devastador para el núcleo familiar y explora cómo el poder de las películas puede ayudarle a contar historias y, con ello, a superar los baches de la vida, entender el mundo a su alrededor y llegar a forjar su propia identidad. 

Lo que se dice todo un "coming of age" particular de Steven Spielberg que bendice el poder salvífico del cine. Y es que más de cinco décadas después de su debut, este director (también guionista y productor) ha hecho películas de todos los géneros y en todos los registros, para alzarse como una de las mentes más brillantes del séptimo arte y por ello es conocido como “El Rey Midas de Hollywood”. Y recodamos que ha sido nominado a mejor director hasta en ocho ocasiones, las mismas que Billy Wilder y solo superado por Martin Scorsese, con 9, y William Wyler, con 12. La primera por Encuentros en la tercera fase (1977) y la última precisamente por Los Fabelman (2023), y en el camino En busca del arca perdida (1981), E.T., el extraterrestre (1983), El color púrpura (1986), Múnich (2006), Lincoln (2013), y aquellas dos por las que si consiguió el ansiado Óscar: La lista de Schindler (1993) y Salvar al soldado Ryan (1998). Así mismo, recibió en 1987 el Premio en Memoria de Irving Thalberg, considerado un Óscar honorífico y destinado a premiar a personajes especialmente significantes en el mundo de la producción cinematográfica. Y cabe recordar que este director ya nos ha dejado dos películas en Cine y Pediatría: E.T., el extraterrestre y Mi amigo el gigante (2016).  

Y ahora en esta película somos espectadores de las vivencias de esta familia judía de los Fabelman. Cuando la familia se traslada a Phoenix por el trabajo del padre, existe un salto temporal para encontrarnos ya con un Sammy adolescente. El siguiente traslado de la familia, ahora a California, tiene un doble motivo: el nuevo trabajo de su padre en IBM y un tema personal que acaba siendo un secreto familiar entre Sammy y su madre. Pero aquí los inicios nos son fáciles, sufriendo acoso escolar por judío, viviendo la desadaptación de su madre y el divorcio final de los padres. Lo más simpático de esta etapa es la historia de ese primer amor con una chica cristiana que le quiere convertir en la fe y que le anima a que vuelva a grabar películas de nuevo. Y es así que en el baile de final de curso de la promoción de 1964 triunfa con la película sobre el Día de las Pellas; y es cuando el guaperas matón del instituto le dice: “La vida no se parece a las películas, Fabelman”. Y en este recorrido por su infancia y adolescencia, hay continuas referencias cinéfilas, como El cantante de jazz (lan Crosland, 1927) y La cabaña del tío Tom (Harry A. Poland, 1927), con la reconocida polémica en ese momento entre el cine mudo y sonoro; pero también la inspiración que obtuvo de El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962). 

Y a partir de aquí se marcha a Los Ángeles. Ya con 18 años, no desea seguir en la universidad y finalmente logra un contrato en la productora CBS como asistente. Y ahí es cuando conoce a John Ford (interpretado por David Lynch, casi nada el guiño) y se ve rodeado en su despacho de carteles originales de sus películas míticas: Stagecoach, How Green Was May Valley, The Informer, The Seachers, 3 Godfathers, The Grapes of Wrath, The Quiet Man y The Man Who Shtot Liberty Valance. Y nos recuerda una breve conversación y el consejo de ese director: “Ahora, recuerda esto. Cuando el horizonte esta abajo, es interesante. Cuando el horizonte está arriba, es interesante. Cuando el horizonte está en el centro, es aburridísimo. Y ahora, que tengas suerte. ¡Y lárgate de mi oficina!”. Debieron ser los cinco minutos más memorables de su vida…y es el colofón de la película. Pues lo dicho, ¡que Dios bendiga a John Ford!... y a Steven Spielberg. 

En esta película tan particular para Spielberg, quizás de excesivo metraje (151 minutos), se volvió a reunir de los suyos: en la dirección musical, su inseparable John Williams (ya son 29 películas juntos, posiblemente la mayor unión de director cinematográfico y director musical de la historia), y en la fotografía, Janusz Kaminski. Y el guion lo coescribió con el ganador del Premio Pulitzer, Tony Kushner. Pero pese a ello, y a ser nominada la película a siete Óscar y a cinco Globos de Oro, no obtuvo ningún premio este personalísimo vistazo a la historia que marcó el cineasta y su legado. 

Porque quizás el secreto está en el horizonte, como le recordaba John Ford…Y en Los Fabelman, Spielberg nos explica su horizonte y su visión del mundo a través del acto de crear imágenes. Y, al menos, en cuatro películas caseras: cuando de niño reproduce con juguetes el accidente de tren de El mayor espectáculo del mundo descubre que el cine es el mejor antídoto para acallar miedos y traumas; cuando realiza su película bélica amateur descubre que la manipulación de las emociones puede llegar al corazón de la verdad; cuando monta esa película doméstica, los fotogramas le muestran lo que los ojos se niegan a ver; y cuando proyecta en esa fiesta de fin de curso su “beach movie” de instituto, se da cuenta de que el cine también es una forma perversa de venganza. Ninguna imagen es inocente, nos dice Spielberg, y es precisamente eso lo que hace del cine un reflejo de la condición humana. 

Por tanto, un nuevo homenaje del cine dentro del cine, con valor terapéutico, aunque no llegue al valor de otras dos películas míticas que ya hemos homenajeado desde Cine y Pediatría: Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988) y La invención de Hugo (Martin Scorsese, 2011).  

 

sábado, 20 de mayo de 2023

Cine y Pediatría (697) “La Maternal”, drama adolescente que persiste en tiempos del Tik Tok

 

Hace dos años conocimos y reconocimos a la directora zaragozana Pilar Palomero. Porque fue entonces cuando se encumbró en los Goya con el premio a mejor película y mejor dirección novel por Las niñas, una de las mejores películas del año 2020. Una película en clave femenina sobre unas adolescentes alumnas en un colegio de monjas en aquella Zaragoza del año 1992 y que hacen su particular viaje de la niñez a la vida de los adultos. Y este año 2022 acaba de estrenar otra película en clave femenina sobre unas adolescentes más conflictivas y entornos más desestructurados de nuestra época, bajo el título de La maternal. Y en una historia donde la realidad supera la ficción,… como casi siempre. Y Pilar Palomero vuelve a apostar por la adolescencia en esta película valiente y comprometida.  

Conocemos a Carla (magnífico debut de Carla Quilez), una desafiante y rebelde adolescente de 14 años, quien pasa las horas con su amigo Efraín en ese peculiar entorno que bien parecen Los Monegros. Bastan las escenas iniciales para conocer a nuestra protagonista y su entorno nada saludable para la juventud. Malhablada y pendenciera, nos desconcierta cómo es la relación con su madre soltera, Penélope (Ángela Cervantes), cuyo trato no es el propio de una relación materno-filial, sino más bien de colegas, donde faltarse el respeto es más la norma que la excepción. Ambas viven en un viejo restaurante de carretera en las afueras de un pueblo, en un paraje tan inhóspito como el de sus vidas. Carla ha dejado de ir al instituto porque está vomitando últimamente y es cuando la trabajadora social se da cuenta de que está embarazada de cinco meses

Es entonces cuando Carla ingresa en "La Maternal", un centro para madres menores de edad sito en Barcelona, donde compartirá su día a día con otras jóvenes como ella y varios tutores. Y aquí ocurre la escena más impactante, cuando los trabajadores sociales animan a que cada interna se presente a Carla. Y cada una de estas niñas-madre le cuenta la historia de su embarazo adolescente, todas vivencias duras, cuando no crueles, asociado a situaciones de maltrato por las parejas, trastornos de la conducta alimentaria, pederastia en el entorno familiar, drogadicción o intentos de suicidio. Y la idea del aborto flotando en cada una de ellas, si bien alguna tenía claro lo de seguir adelante: “Si tengo este niño va a ser la única persona que va a estar conmigo”. Y este puñado de jóvenes no profesionales nos deslumbra por la verdad que transmiten, gracias a la dirección de Pilar Palomero. 

Y en "La Maternal" conviven madres adolescentes, algunas embarazadas y otras ya con sus bebés, y los trabajadores sociales que intentan brindarles un camino para que puedan forjar en el futuro una vida mejor. Y, en ese ambiente, la rebeldía de Clara se manifiesta frente a todos, contra tutores y compañeras, contra su madre y contra sí misma. Observamos que los patrones de vida se repiten, porque su madre también fue una madre adolescente, pero que no contó con el apoyo que Clara recibe ahora. Y la historia se conjuga con la mezcla de familias desestructuradas, sexualidad incipiente y crítica social, pero también con educación emocional y responsabilidad afectiva

Y en este centro las jóvenes comparten experiencias y viven nuevas situaciones a las que enfrentarse con su maternidad (el aborto, la pareja, la crianza,…), y ello con las canciones de Estopa o con la música street dance que le gusta bailar a nuestra protagonista. Pero con el nacimiento de Bruno aparece el instinto maternal de Clara: “Que soy primeriza, pero no tonta”, proclama cuando le intentan ayudar. Aunque la realidad es que, mientras pasea con su madre, alguien le dice aquello de “¿Estarás contenta con tu hermanito?”. Y la crianza no resulta fácil al inicio y confiesa a su madre: “No me quiere. Le canto, le bailo, le doy de comer y sigue llorando. No sé qué hacer”. Aunque no le queda más remedido a Carla que transformar su rabia natural y transformarla en aprender a ser madre. También en estos tiempos de Tik Tok y redes sociales, allí donde tendrá que lidiar con ese tsunami de sensaciones y sentimientos de una adolescente que le tocaba quizás otra cosa, pero no ser madre. 

Y, en la parte final del film, Clara regresa con su madre a casa, cierran el restaurante, observa jugar al fútbol a sus colegas de antaño, vuelve a montar en bicicleta e intenta reproducir su vida previa, pero la realidad es que ya nada es igual y tendrá que aceptarlo mientras los créditos aparecen al ritmo de los Estopa. 

Y es así como explorar la realidad de Carla y otras madres adolescentes, la mayoría bajo una estructura familiar rota y una educación desordenada, abre la posibilidad a la reflexión y al debate. Porque la realidad siempre supera a la ficción. Y esta realidad es mundial, pero más marcada en algunos países. En el caso de España el número de nacimientos de madres adolescentes (menores de 20 años) crece entre 1996 (11.174) y 2008 (15.133), con un cambio de tendencia en los años siguientes, reduciéndose casi a la mitad en 2017 (7.839) y se mantiene en el 2020 y 2021 (7.228 y 7.202). Es así que la ratio de madres adolescentessobre el total de nacimientos ocurridos en España, pasa de 3,08% a 1,99% entre 1996 y 2017, subiendo al 2,13% en  2021. Cifras que llevan detrás, en muchos casos, una historia como la de Clara y sus compañeras narradas en la película La maternal.