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sábado, 31 de marzo de 2018

Cine y Pediatría (429). "Robinù", los niños soldados de la droga


"Siempre tenemos el teléfono en la mano: Facebook, WhatsApp... Estamos despiertos hasta las 4 o 5 de la mañana, y nos despertamos sobre las 4 o 5 de la tarde. Mi madre trabaja en una empresa de limpieza. Mi padre trabaja en una empresa de bolsos. Sacrifican mucho por mí" 

"Cometí mi primer delito cuando tenía 13 años. Atraqué un supermercado. Yo solo. Disparé a cuatro policías, pero ninguno salió herido. No quería que me arrestaran. Era una broma, no era por el dinero de la caja registradora" 

"Si eres un niño, aunque mates a 20 personas, sigues siendo un niño. Quizás tengas un papel más importante, pero sigues siendo un niño" 

"Entrar a los 17 y salir a los 40 va ser muy duro. ¿Salgo a los 40 y qué hago? No puedo buscar un trabajo..." 

"Cuando un niño crece en ciertos barrios, quiere un arma. Antes no era fácil comprar un arma, pero hoy, si tienes dinero puedes tener un arma en la mano tanto limpia como sucia. Sucia significa que el arma ha estado en crímenes que desconoces..." 

"Tengo cuatro hijos, dos están en prisión. Una madre perdona. ¿Dios y Jesús perdonan? Yo lo hago. Son mis hijos. Si se hace daño, yo siento el dolor" 

"Niños, si podéis, cambiad vuestras vidas, porque esto no es vida" 

Estas son algunas de las declaraciones, desde la prisión de Poggioreale (Nápoles), de Michele, 22 años, de Taieb, 18 años, de Mariano, 18 años, o de Emanuele, 19 años, este último asesinado. Y también son las confesiones de madres, padres, hermanos, esposas y amigos de estos adolescentes encarcelados, allí donde penan de sus delitos alrededor de la delincuencia asociada al mundo de las drogas, camellos y sicarios, alrededor de familias donde el delito o la prostitución no es ajena. Frases de una película documental italiana donde da la sensación de que la cárcel está también fuera de la cárcel. 

Esta frases pertenecen a la película Robinù, debut en el cine en el año 2016 de uno de los grandes nombres del periodismo italiano, Michele Santoro, antiguo director de la RAI. En la película se analiza el alarmante submundo criminal de Nápoles en el que concurren niños de la droga y jóvenes sicarios, los "baby killers", la visión del mundo del ejército de niños soldado napolitanos que aprende a disparar a los 15 años o antes, son asesinos experimentados a los 20 y, muchas veces, jamás llegan a ver los 30. Porque como se nos dice con frialdad "Hay cosas que deben hacerse ahora. De esta forma, si te caen 20 años, cuando salgas de la cárcel, aún tendrás toda la vida por delante"... Una película que ha cautivado al autor de "Gomorra", Roberto Saviano, novelista especializado en la Camorra italiana y quien afirma que Robinù consigue dar voz a una ciudad condenada. 

Michele Santoro es uno de los periodistas más influyentes de la televisión italiana. En los años 90, se ganó su popularidad siendo el presentador de un gran número de programas prime-time que discutían asuntos políticos en un período especialmente tumultuoso en la sociedad italiana, como el caso de corrupción nacional que acabó con la llamada Primera República, lo que le conllevó la censura del primer ministro Silvio Berlusconi. Desde siempre comprometido en destapar los problemas sociales más sangrante de la sociedad italiana, así como sus problemáticas políticas. Robinù es su primera película. Y no deja indiferente, pues la lucha de Nápoles por el control de narcotráfico y el uso de la infancia en dicha labor no es conocido por todos. Y no puede seguir siendo un problema invisible. 

En Italia, el fenómeno es conocido como La paranza dei bambini, título también de una novela de Roberto Saviano. Y resume el ascenso de jóvenes que dejaron de respetar a los jefes de la Camorra y se abrieron su propio paso hacia el olimpo criminal. En el vacío de poder creado tras la caída del clan Giuliano, a partir de los noventa, los bambini se han levantado con puño de hierro y reivindican la Camorra de antaño. A los capos actuales echan en cara que solo piensan en sus intereses, han dejado de proteger a sus barrios y a los débiles.. Ellos, en cambio, se creen Robin Hood a la napolitana. En esa ciudad y en ese entorno donde para estos niños y jóvenes la cárcel y morir es el único camino de salida. 

Y la película termina con los fuegos artificiales que unos padres colocan enfrente de la cárcel donde cumple condena su hijo Michele y para festejar su cumpleaños. Y tras el fundido en negro final, el largo colofón con el estado actual de los jóvenes protagonistas y esta cruda realidad: "Nápoles es el centro del tráfico de droga en Europa. Durante la disputa paranza di bambini murieron más de 60 personas. La mayoría de ellos eran niños..." 

Y Robinù no es una película que guste a la ciudad de Nápoles. Como seguramente tampoco gustará en Colombia la película La Virgen de los Sicarios (Barbet Schoeder, 2000), en Brasil la película Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, 2002) o en El Salvador la película Voces inocentes (Luis Mandoki, 2004). Pero no es cuestión de gustar, es cuestión de conciencia. Y como decía Rossellini de su Alemania, Año Cero, "ya me doy por satisfecho si le doy esperanza a un solo chico”. Y quizá Robinù permita, con su denuncia, salvar a alguno de estos niños soldados de la droga.

 

sábado, 16 de julio de 2016

Cine y Pediatría (340). La luz en el corazón del caos de "Toto y sus hermanas"


Andreea es una adolescente rumana de 14 años que se graba con su teléfono móvil y expresa estos pensamientos: "A veces la gente dice que me estoy quejando. Que lloro de pena, pero no es verdad. Solo cuento lo que me quema por dentro, porque necesito decir por lo que he pasado. Cuando era más pequeñas he estado en un orfanato y a nadie le ha importado. Mi madre ni siquiera nos ha querido sacar de allí, ni a mí, ni a mi hermana. Y para mí era muy difícil quedarme allí. Y mi tío se ha peleado con ella para que nos lleve a casa, porque ella no quería llevarnos a casa". Una declaración que ocurre en el ecuador de una película casi documental que nos marca el antes, durante y después de una historia brutal, brutal por real y porque ocurre cada día y en cada país. No nos damos cuenta (o preferimos no enterarnos), pero basta preguntar a los servicios sociales. Y tras esta declaración, la confesión de niños y niñas reales en un orfanato, explicando las (atroces) realidades por las que han llegado allí..., atroces como la vida misma. 

Hoy hablamos de la película Toto y sus hermanas (2014) de un director rumano casi desconocido, Alexander Nanau, cuyo realismo casi documental en color nada tiene que ver con Rocco y sus hermanos (1960) de un icono como el director italiano Luchino Visconti, teñido de neorrealismo en blanco y negro. El parecido se queda en el título, pues la distancia entre ambos es mucho mayor que los muchos años que las separan. No es habitual una película rumana en Cine y Pediatría, y recordamos la también dura y escalofriante 4 meses, 3 semanas, 2 días (Cristian Mungiu, 2007), esa cuenta atrás para un problema de todos como es el aborto. Y como ocurriera también en su momento con la obra de Mungiu, Toto y sus hermanas también se ha revelado como una obra imprescindible, dura y sorprendente que documenta la vida sin referentes familiares (el padre ausente, la madre en prisión y tíos drogadictos) de tres niños romanís a los que les falta de todo, salvo carácter y vitalidad para sobrevivir al desamor en las cloacas de nuestra sociedad, en un mundo que olvidó hace ya mucho lo que debería ser la inocencia de la infancia y adolescencia

En una empobrecida barriada de Bucarest, Totonel, al que llaman Toto, un niño romaní de 9 años, trepa una pared con otros amigos para coger unas manzanas, un momento de travesura que se verá barrido por una realidad muy diferente. Pues a continuación, sus dos hermanas Ana, 17 años, y nuestra conocida Andreea, de 15, limpian a fondo un vetusto apartamento para preparar la vuelta de su madre, encarcelada por tráfico de estupefacientes. Recién ordenado, el apartamento se ve invadido rápidamente por sus tíos heroinómanos, quienes acaban ensuciando todo y drogándose ante la impotente mirada de los niños, de cuya presencia apenas se dan cuenta mientras llenan todo de jeringuillas y papelinas. 

A caballo entre el documental y la ficción, Alexander Nanau se sitúa en esta cinta en la esfera del cine directo (como los puñetazos), un tipo de cine documental nacido en la posguerra y que permitían un enfoque totalmente revolucionario y que nos devuelve esa mirada indiscreta y omnipresente a la vez que se inmiscuye en la vida al margen de la sociedad de nuestros tres protagonistas. Así, al ser narrada, su vida adquiere rasgos excepcionales a los ojos de los espectadores, desorientados por una realidad tan conmovedora y cruel, tanto que duele al otro lado de la pantalla

Planos directos de Ana, Andreea y Totonel en los que aprendemos a conocer tanto su vulnerabilidad como su fuerza, donde el director apenas interviene y la continuidad narrativa solo pertenece al azar de la vida. Y como espectadores tomamos conciencia de la dramática situación y de su determinación para vivir sin familia. entre una sociedad que nos aparece como una fuerza deshumanizada y represiva que margina a los más desfavorecidos y los relega a una miseria sin salida. La desesperación, simbolizada por la droga, es una amenaza constante que vacía a los seres de su sustancia y aleja a unos de otros: los tíos, abandonados, se chutan delante de los niños como vampiros que amenazan con contaminar su sangre. A la fuerza, Ana acaba por caer en el tráfico y la adicción, dejando solos a Andreea y Totonel: "No me importa. Es su vida. Yo también tengo una y hago lo que me da la gana con ella". Y así, Totonel llega tarde a las escuela, porque no duerme bien en una casa invadida de miseria y miserables. Incluso llega a estar solo (con Ana en la cárcel y Andreea buscando otros hogares) y con fría naturalidad explica a un vecino: "¿Ilie? Está en el trullo. Lo han trincado... A las 7 de la mañana estábamos durmiendo. Han roto la puerta y después han entrado a por nosotros". 

En este ambiente donde todo es caótico, como sus vidas, como el pasado que se intuye, el presente que se ve y el futuro que se augura, algo de luz aparece en el caos y lo hace (una vez mas) en forma de música y baile, en este caso, en forma de hip hop. También hay educadores y trabajadores sociales con buen intención. Pero se nos antojan solo aparente, pues dos conversaciones en el tramo final dejan más sombras que luces: 
- Cuando Andreea le dice a Ana, su hermana mayor, aún enganchada a la droga tras salir de la cárcel y ya conocedora de que es seropositiva: "Todo depende de ti. Cuando saliste del talego, dijiste: "Yo voy a estudiar, yo voy a trabajar". No has hecho nada de eso. Al hospital no quieres ir para que te ingrese o hacer algo"
- Y la declaración de la madre a su hija mayor, tras salir de la cárcel con una condena de casi 7 años por tráfico y consumo de drogas: "Esperaba este momento como el aire que respiro, ¿sabes? Ir a mi casa, coger a mis hijos, estar tranquila en mi casa con mis hijos... No he vendido drogas toda mi vida. ¿Por quién me he arriesgado?, ¿por quién me han metido en el trullo? Vivo para vosotros, para nadie más. En esa cárcel hace mucho que me hubiera matado. Dejaba de existir. No vivo para nadie más. Ni para hermanos, ni para hermanas, ni para hombres, para nadie. Y nadie os puede quitar de mi lado". 

Y un final en el tren aterrador, con solo dos frases. La que la madre le hace a su hijo: "¿No me tienes cariño, ya no me quieres?". Y la respuesta: "No". Y el fundido en negro... y toda la carga emocional con los créditos finales. Porque nada es gratuito cuando unos hermanos,  dejados a su suerte, abandonados por sus padres y por la sociedad, tratan de luchar con todas sus fuerzas por un futuro más radiante. Y lo hacen a través de un inexistente hogar, entre la escuela, el orfanato, la calle y la cárcel. Y al finalizar la proyección buscamos (como los tres hermanos) la luz entre el caos.

 

sábado, 7 de noviembre de 2015

Cine y Pediatría (304). “American History X”, el odio y la violencia llama a nuestras puertas


Un comienzo impactante, en blanco y negro, que nos augura una película dramática y de una brutal violencia, por lo que se ve y por lo que se siente. Una escena de sexo previa al asesinato rezuma una instintividad casi animal, expresión todo ello de la irracionalidad en la que vive el protagonista, quien, con la cabeza rapada y esvástica tatuada en su pecho, luce un destino tan negro como la noche... Luego se hace el color y se nos cuenta una historia, tan real como continuamente actual. Y así transcurrirá la historia, la mitad de la película entre un presente en color y la otra mitad con un pasado de sucesivos flash back en blanco y negro... 

Muchos habrán descubierto ya que estamos hablando de American History X (Tony Caye, 1998), la historia de los jóvenes y atractivos hermanos Vinyard, cuya vida familiar y social transcurre alrededor de un grupo violento neonazi, aquellos grupos partidarios de la llamada "supremacía blanca" en Estados Unidos. El hilo conductor de la narración cinematográfica es el relato introspectivo que elabora el propio Danny (Edward Furlog) sobre el impacto en su vida ("cuando me miran, ven a mi hermano") y en la del resto de su familia de los sucesos que protagonizó su hermano mayor Derek (Edward Norton), encarcelado tres años antes por el asesinato de dos jóvenes negros que le intentan robar una camioneta (y que es la escena con que se abre la película). Con los recuerdos que brotan en offf de la pantalla (un texto que le aconseja redactar Bob, el director del instituto, y quien le dice: "la rabia ciega el cerebro que Dios te ha dado") y la vivencia de ese primer día de libertad de Derek, se entrelaza toda la película y lo hace con notable esfuerzo de honradez. El padre de ambos, bombero, fue asesinado por un negro, hecho determinante para que Derek adoptase una perspectiva ideológica racista, lo que le lleva a vincularse a un grupo skin local de ideología neonazi, donde se topará con el adulto Cameron, ideólogo manipulador, con Seth, un obeso descerebrado de gatillo fácil, o con una novia sembrada de piercings y de rencor. 

Pero la experiencia en prisión de Derek le cambiará. Tras la libertad condicional, sale transformado (simbólicamente, ha dejado crecer su cabello) y asume el papel del padre ausente, buscando la unidad del núcleo familiar, unidad que el mismo rompió en su etapa previa cuando su madre le decía a través del cristal de la cárcel aquello de "¿te crees que eres el único que cumple condena?, ¿te crees que no estoy dentro contigo?". Durante estos tres años, todos han estado esperándole con impaciencia pero su hermano pequeño, Danny, que le idealiza con pasión, a él y a la causa nazi (llega a decir "odio a todos los que nos sean blancos y protestantes"), ha sido el más afectado por su ausencia y espera con impaciencia su vuelta. Un vez en la calle, Derek intenta hacerle ver que el nazismo, el odio y la violencia racial son actitudes equivocadas. La prisión ha cambiado a Derek, ahora Derek tiene que cambiar a la gente a la que ama y que se ha perdido en el odio. Por ello hay un ejercicio de introspección entre ambos hermanos y, cuando todo parecía volver a la normalidad en la familia, ocurre la tragedia...

No podemos dejar de destacar todas y cada una de las escenas en blanco y negro, aquellas que intentan explicar esta historia X en flash-backs: 
- El simbólico partido de baloncesto entre blancos y negros por conseguir el dominio de la propia cancha. 
- La arenga a los amigos del barrio y al ataque al supermercado contra hispanos, negros y asiáticos. Una arenga escalofriante, pues aún hoy la oímos en algunos de nuestros políticos nacionalistas e independentistas, como justificación: "No os riáis, esto no tiene gracia. Afecta a vuestras vidas y a la mía. Afecta a los americanos decentes y trabajadores sin culpa y se llevan el palo porque a su gobierno le interesan más los derechos constitucionales de una gentuza que no son ciudadanos de este país. En la Estatua de la Libertad pone "Dadme a los cansados, hambrientos y pobres". Pues son los americanos los hambrientos, cansados y pobres. Que no puedan arreglar eso, que cierren el puto grifo. Porque estamos perdiendo, estamos perdiendo el derecho a buscar nuestro destino. Estamos perdiendo nuestra libertad para que una panda de putos extranjeros puedan venir a explotar nuestro país. Y no es algo que esté pasando lejos, no es algo que esté pasando en sitios donde no podamos hacer nada. Está pasando aquí mismo, en nuestro propio barrio..." 
- La conversación/discusión alrededor de la mesa familiar sobre el valor de las revueltas en el barrio. Una conversación que acaba con la violencia física que auguraba la violencia verbal, una de las escenas más duras que el cine ha dado y con ese final en que la madre le dice a su hijo: "Me da vergüenza de que hayas salido de mi cuerpo". Y cuando el novio judío de la madre le dice a ella: "No sabes en qué mundo viven tus hijos". 
- La recreación de la mítica escena de la detención por parte de la policía, con Dereck con la mano detrás de la cabeza, arrodillado en ropa interior y orgulloso por haber asesinado a un negro, mientras mira a su hermano pequeño con una mirada demoníaca de una expresividad desconcertante.
- Los recuerdos en la cárcel. Y, aunque se adhiere inicialmente al grupo neonazi del centro penitenciario, el desencanto le aparta (acompañado de una cruel escena en la ducha) e inicia una amistad con el joven negro que trabaja en la lavandería (quien en sus propias e irónicas palabras se describe como "Soy el tipo más peligroso de esta prisión. ¿Y sabes por qué? Porque controlo los calzoncillos"), quien acaba siendo como un ángel de la guarda para Derek y, junto con la visita y la conversación con Bob, el director del instituto (y su pregunta: "¿Algo de lo que has hecho ha mejorado tu vida?"), serán dos motivos para el cambio y para su reflexión final: "Los últimos seis meses en aquel antro fui como un fantasma".
- Hacia el final de su metraje conocemos al fallecido padre de la triste familia Vinyard, un bombero de ideas reaccionarias cuyos discursos xenófobos y llenos de odio van a calar muy profundo en la mente de sus hijos. En un breve diálogo conocemos las semillas del odio, el modo en que las ideas de los mayores pasan a la siguiente generación, manipulando su forma de pensar... y cómo suena esto, con gran resonancia, hoy en algunas regiones de España.

American History X es un crudo relato dirigido con ambición por Tony Kaye, un londinense procedente del mundo de la publicidad, y que ha trabajado en documentales de contenido social para distintas ONGs. Una película que fue considerada casi un obra maestra en su momento y que causó (y causa) gran impacto, gracias al guión, a la dirección de actores (Edward Norton musculó su cuerpo para la ocasión y fue candidato al Oscar y Edward Furlong, el que fuera el célebre chaval de Terminator 2: el juicio final) y a la cuidada fotografía en blanco y negro.

El cartel anunciador del film contiene un texto moralizante: "Si sigues el camino del odio, tarde o temprano pagarás su precio". Y en donde podemos recabar algunos claros objetivos pedagógicos: comprender el fenómeno del neonazismo, sus raíces históricas y su forma actual en nuestra sociedad; entender de qué manera las relaciones personales están condicionadas por el orden social y familiar en qué se inscriben; comprender el proceso de degradación moral a qué nos somete el discurso ideológico del odio y del sentirse mejor al otro; valorar los sentimientos o principios morales o ideológicos que mueven cada personaje (y que no son tan lejanos, y algunos están cerca de nosotros o salen en la prensa o en los noticiarios).

Una película necesaria para revisar, y sin duda hoy y aquí en España. Y con esta frase final, directa a la mente y al corazón: "Supongo que debo decir lo que he aprendido, mi conclusión. Mi conclusión es que el odio es un lastre. La vida es demasiado corta para estar siempre cabreado. No vale la pena. Derek dice que siempre viene bien acabar un trabajo con una cita, dice que siempre hay alguien que lo ha hecho mejor que tú, y que si no puedes superarlo róbaselo y aprovéchate. Así que he escogido algo que creo que le gustará: ‹No somos enemigos sino amigos, no debemos ser enemigos. Si bien la pasión puede tensar nuestros lazos de afecto, jamás debes romperlos. Las místicas cuerdas del recuerdo resonarán cuando vuelva a sentir el tacto del buen ángel que llevamos dentro›".

 

sábado, 19 de septiembre de 2015

Cine y Pediatría (297).”Dog Pound”, la perrera de la vida


Tres personajes adolescentes presentados en tres breves escenas que terminan con estos carteles: David, 16 años, posesión de narcotráficos con intención de reventa. Ángel, 15 años, reincidente, asalto y robo de vehículo. Butch, 17 años, asalto a un funcionario de correccional. Y al final un cartel más que indica: Centro correccional juvenil Enola Vale, Montana. A continuación, un primer plano de una funcionario se dirige a los tres chicos: “Señores, quítense la ropa civil y dejen sus pertenencias en la caja que lleva su nombre. Les devolveremos los zapatos cuando terminemos el registro. Todas sus pertenencias. Sacúdanse el pelo. Muevas sus dedos. Separen los dedos de los pies. Soplen por la nariz. Ahora dense la vuelta. Inclínense. Tosan. Más fuerte. Incorpórense. Dense la vuelta. Bien muchachos, ahora les vestiremos. Señores, bienvenidos al correccional juvenil Enola Vale…A continuación les voy a explicar las reglas básicas, son sencillas. Están prohibidas las armas, los objetos afilados, el material pornográfico, las sustancias ilegales, el tabaco, el alcohol y formar bandas. Nada de esto está permitido en Enola Vale. ¿Alguna pregunta?”.

Así comienza una impactante película, feroz y directa, un drama carcelario repleto de tensión y que lleva por título Dog Pound (La perrera), rodada por el francés Kim Chapiron en el año 2010 en la que supuso su primera cinta rodada en lengua inglesa y que le valió el Premio a Mejor nuevo director en el Festival de Tribeca. Un magnífico retrato de la incertidumbre de adolescente al llegar a un centro correccional, donde deben elegir un bando en un recinto lleno de violencia: víctima o verdugo. Porque lo que el director y co-guionista Kim Chapiron nos quiere transmitir es la idea más vieja de la humanidad: la violencia genera violencia, y la reflexión nunca puede llegar a través del odio, la represión y el abuso. 

Dog Pound se centra en las atormentadas vidas de Butch (Adam Butcher), Davis (Shane Kippel) y Angel (Mateo Morales), tres adolescentes encarcelados por delinquir y a la espera de pasar a disposición judicial, pero que tienen que permanecer en un recinto en el que la hostilidad será protagonista, mal prolegómeno para volver a reinsertarse en la sociedad. Los guardias y otros adolescentes reclusos son dos elementos que interfieren en el día a día de los tres muchachos, allí donde se impone la ley del más fuerte para sobrevivir, allí donde el correccional se convierte en un lugar complicado. Allí donde el entrenador les dice “Esta mañana no quiero mierdas de esas en mi cancha. Aquí no hay blancos ni negros, ni putos fumetas… Sois un grupo de perros callejeros encerrados en esta perrera”. La agresión permanente hará que estos muchachos tengan que llegar a hacer cosas que nunca imaginaron. 

Hiperrealismo e incómoda crudeza al servicio de una nueva película carcelaria, que se apoya en su reparto, jóvenes actores que trasmiten con credibilidad la rabia y el dolor, y la habilidad del director para narrar con contundencia y pasión una historia que quizás ya hemos visto antes, pero no muchas veces contada con tanta eficacia a la hora de lanzar un grito de alarma hacia el modo en que el Estado gestiona la problemática de la delincuencia juvenil. Y, aunque sólo fuera por esto, Dog Pound ya merecería un pequeño hueco en el subgénero del cine carcelario. 

El cine ha narrado grandes historias ambientadas en prisiones, películas que se les conoce como dramas carcelarios. Algunos ejemplos paradigmáticos pasan por nuestra mente, películas con base literaria muchas veces, otras basadas en la realidad. Algunos títulos son: La gran evasión (John Sturges, 1962), basada en los hechos sucedidos en el campo de prisioneros de guerra de Stalag Luft III, versión de la novela de Paul Brickhill; Papillon (Franklin J Schaffner, 1973), a partir de la novela homónima de Henri Charrière y con guion de Dalton Trumbo; El expreso de Medianoche (Alan Parker, 1978), narra un hecho biográfico real acaecido en 1970, la historia de Billy Hayes; Fuga de Alcatraz (Don Siegel, 1979), basada en el libro “Escape from Alcatraz” de J. Campbell Bruce; En el nombre del padre (Jim Sheridan, 1993) recoge los casos de los Cuatro de Guildford y los Siete de Maguire, según la autobiografía de Gerry Conlon, “Proved Innocent”; Cadena perpetua (Frank Darabont, 1994), fundamentada en la novela corta de Stephen King, “Rita Hayworth y la redención de Shawshank”; Pena de muerte (Tim Robbins, 1995), nos cuenta el hecho real de la hermana Helen Prejean, consejera espiritual del homicida Patrick Sonnier, y de donde surgió su libro "Dead Man Walking"; Sleepers (Barry Levison, 1996), según la novela homónima de Lorenzo Carcaterra; Huracán Carter (Norman Jewison 1999), la verdadera historia del boxeador Rubin Carter, al cual se absolvió de triple asesinato después de que hubiera pasado casi veinte años en prisión; La milla verde (Frank Darabont, 1999), a partir de la novela de Stephen King, “The Green Mile”; Celda 211 (Daniel Monzón, 2009), gran ganadora de los Goya de ese año y con guión fundamentaldo en la novela homónima del periodista Francisco Pérez Gandul; y cientos de ellas. También en Cine y Pediatría hemos vivido ya algún ejemplo, como la película argentina Leonera (Pablo Trapero, 2008), una película carcelaria con la maternidad entre rejas como tema clave. 

Porque este correcional está en sintonía con la introducción del Informe “Jóvenes y prisión” y que dice “La cárcel, aunque la pinten de rosa o la pongan música ambiental —y hay alguna que tiene estas condiciones— es una estructura de violencia y un mecanismo de castigo que la sociedad —todas las sociedades— ha creado para aquellos que saltan los límites de lo legalmente tolerable. La vida cotidiana de la prisión, su organización, las relaciones entre los internos y los profesionales penitenciarios, las relaciones entre los propios internos, las normas que rigen su funcionamiento, su estructura arquitectónica,... todo lo que compone el sistema de vida de una prisión, hay que entenderlo desde aquí: no hablamos de un internado duro y difícil ni de un colegio mayor exigente; hablamos de una estructura de violencia y de imposición, y desde aquí hay que interpretar lo normal y lo excepcional que pasa dentro de ella”. 

Y al final de la película, una puerta del correccional que se cierra de golpe… como si se acabara la única esperanza de redención. Y con ese portazo y fundido en negro final nos restañan algunas dudas: ¿es peor mandar a los jóvenes delincuentes a prisión?, ¿qué papel debería tener la condena a labores sociales?, ¿son las cárceles aún las perreras de la vida...? 

sábado, 15 de marzo de 2014

Cine y Pediatría (218). “Leonera”, maternidad entre rejas


En Argentina se llama “leonera” a un lugar de tránsito y, por lo general, se utiliza para designar las zonas de las prisiones por las que los presos deben pasar para ser trasladados, bien dentro o fuera de ellas. Y con esa premisa, uno de los máximos exponentes del nuevo cine argentino surgido a mediados de los años 90, Pablo Trapero, nos presenta su película del año 2008, bajo ese título: Leonera. Una película cruda, realista y humana, como es el cine de Trapero, desde su debut con Mundo grúa (1998) o sus posteriores obras, como El bonaerense (2002), para muchos considerada su mejor obra. 

Leonera es una película carcelaria con la maternidad entre rejas como tema clave. Se trata de una película que deja al desnudo la crudeza y lo inhóspito del sistema carcelario argentino (sin duda, como la inmensa mayoría de sistemas carcelarios), especialmente porque el director ha decidido rodarlo íntegramente en centros penales reales (por ejemplo, el centro de Olmos, el de Los Hornos, el de San Isidro y la cárcel de mujeres de San Martín) y porque incorpora en la filmación a internas e internos reales en calidad de extras. 

Julia Zárate (Martina Gusmán, esposa del director y productora de la película) es una joven universitaria que se ve envuelta en el asesinato de uno de sus dos amantes (Nahuel y Ramiro) que vivían con ella, por lo que es acusada de homicidio y sentenciada a prisión preventiva en un penal de Argentina. Está embarazada de uno de los dos hombres, por lo que es alojada en un pabellón especial para mujeres en esa condición y para madres con niños menores de cuatro años de edad, tal como indica la ley local. Tiene que afrontar sola la experiencia de la maternidad entre rejas, habiendo perdido su libertad sin que tengamos claro su verdadera participación en el crimen. 
Y ese nacimiento de su hijo Tomás le permite abrigar con el tiempo una nueva ilusión, a pesar de que sabe que a cierta edad lo separarán de ella. Asimismo, encuentra en el trato con las internas del penal actitudes de hostilidad y de solidaridad que fortalece su fe en las personas, especialmente con Marta, otra reclusa que crió a dos hijos en la cárcel. Pero también tendrá una enemiga a las puertas, su propia madre, quien quiere hacerse cargo ella misma del nieto, pues considera que la cárcel no es un buen lugar para su crianza y desarrollo. 
Y es ahí donde surge toda la defensa de la madre por su retoño y ese lazo de pertenencia y amor inquebrantable madre-hijo, aunque en el aire se extiende una duda: ¿Qué es lo mejor para un niño, crecer fuera de la cárcel separado de su madre o en ese ambiente junto a ella?. Ella sabe, desde un principio, que la cárcel no es el lugar que desea para ver crecer a su hijo, y de ahí surgen emociones y reflexiones sobre un tema con demasiados planteamientos sociales y éticos en el camino. 

Leonera es una obra cruda y conmovedora, en donde la redención que Julia no pasa expresamente por el dolor y por el castigo, sino por el amor que entrega a su hijo y a sus compañeras de reclusión. Película carcelaria con mujer protagonista, cuyo lanzamiento coincidió casi en el tiempo con la película española El patio de mi cárcel (Belén Macías, 2008), pero en Leonera se nos muestra lo que significa las cárceles para embarazadas y madres, y lo hace con mayor profundidad  de que lo hiciera en su momento una gran película como AzulOscuroCasiNegro (Daniel Sánchez Arévalo, 2006). Porque según Pablo Trapero, “la maternidad, la soledad, el amor, la reclusión y la esperanza son los ejes de esta película"

Y, al final de la película, el fondo de una canción que Pity Alvarez, líder del grupo de rock bonaerense "Intoxicados", canta acompañado por un coro de niños, una canción que habla de la inocencia: 
“Duérmete niño 
estaré a tu lado cantándote esta canción. 
Haré un esfuerzo para no dormirme antes que vos 
no sé si estoy soñando o estoy despierto. 
Pero este momento es perfecto, es perfecto 
veo tu inocencia dormirse sin dejar alerta. 
No hay nada más importante 
que mañana levantarse e ir a jugar. 
¿Cuándo he perdido yo ese angelito 
con alas que puedo ver en vos?  
Duérmete niño, duérmete niño”.

Lo cierto es que, tal como nos cuenta el libro de Concepción Yagües Olmos, "Madres prisión. Historia de las Cárceles de Mujeres a través de vertiente maternal", los muros de las prisiones españolas custodian oficialmente a unas 64.000 personas, de las cuales un 8% son mujeres. Menos conocido es el hecho de que este sistema penitenciario acoge también a un número nada desdeñable de niños de edades comprendidas entre los cero y los tres años: 200, aproximadamente, son los hijos de las internas que comparten internamiento con sus madres, y que rara vez se reflejan en las estadísticas.

Porque hay pocas cosas que resulten tan sorprendentes como el oír hablar de las vivencias de los niños en la prisión. Y este tema es uno de los que mayor debate genera entre los diferentes responsables de las políticas sociales y penitenciarias de cualquier país: la eterna disyuntiva entre quienes abogan por la necesidad de permanencia de los menores con sus madres como un hecho biológico imprescindible y beneficioso o, al contrario, quienes asumen como irrefutable la influencia negativa de la prisión, forzando la búsqueda de cualquier alternativa, aún a riesgo de que esta separación conlleve romper el vínculo con la madre biológica de forma definitiva.

Porque la maternidad en prisión se constituye en una verdadera leonera para nuestra sociedad y para nuestras conciencias.