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sábado, 26 de septiembre de 2020

Cine y Pediatría (559). “Skin”, tatuajes de odio a flor de piel

 


“Estamos aquí para decir que no odiamos a nadie. No odiamos ni a los amarillos, ni a los negracos, ni a las tortilleras. No los odio, tienen derecho a vivir. Pero nosotros decimos: “No en nuestra tierra americana”. Y tan solo deberíamos hacer que se larguen”. Y con esta arenga inicial se marcan las señas de identidad de una película inspirada en el caso real de Bryon Widner, un 'skinhead' que intentó abandonar la senda del supremacismo blanco y que para ello tuvo que borrar las decenas de tatuajes que le decoraban su cara. La película lleva por título Skin (Guy Nattiv, 2019) y se suma a todas estas películas que ya en Cine y Pediatría se han asomado al problema alrededor de los grupos neonazis y supremacistas: Semillas de Rencor (John Singleton, 1995),  American History X (Tony Kaye, 1998), This is England (Shane Meadows, 2007),  La Ola (Dennis Gansel, 2008), Neds (Peter Mullan, 2010),  o Skin (Hanro Smitsman, 2008).  Cabe no confundir esta última película holandesa del año 2008 con la actual película estadounidense del año 2019, ambas con el mismo título original y ambas basadas en hechos reales. En la primera el protagonista es el actor neerlandés Robert de Hoog y en la que nos convoca hoy es el actor británico Jamie Bill, el que fuera el niño protagonista de Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000), actualmente irreconocible entre sus tatuajes. 

La película se estructura en cuatro localizaciones a partir del año 2009 (Columbus, Ohio; Fort Wayne, Indiana; Richmond, Virginia; y Nashville, Tennessee) y en cuatro momentos a lo largo de dos años, momentos marcados por las fases de eliminación de los tatuajes de su cara y cuerpo: Día 1, eliminación 1, barbilla; Día 60, eliminación 4, nudillos; Día 145, eliminación 19, frente; día 612, última eliminación. Y entre medias viaja hacia adelante y hacia atrás para reconocer que Bryon "Pitbull" Widner vive en una familia especial, donde sus padres no son sus padres, sino que son dos descendientes de origen vikingo y dirigentes del Club Raza y Razón, dedicados a reclutar niños y adolescentes de la calle con problemas familiares a los que implantar sus ideas y cuyo bautismo comienza con el rito del rapado de pelo. Ellos constituyen el grupo de los Vinlander y expresan claro su objetivo: “Para mantener el país blanco y puro se formó esta familia vikinga”. La orfandad suplida por el clan, el amor suplido por el odio. 

En una vida llena de violencia ha crecido Bryon, hasta convertirse en el joven violento supremacista blanco que es, educado en el odio racial, y quien ve trastocado su universo al enamorarse de Julie (Danielle Macdonald), quien cuida sola de sus tres hijas (Desi, Sierra e Iggy Pop). Bryon trabaja de tatuador y el dinero que gana va al clan, y a medida que intenta consolidar su relación (“Me gusta que seas parte de nosotras”, le expresa Julie) se da cuenta de que su familia vikinga no se lo va a permitir. Y para ello tienen que trasladarse de localidad y allí se casan (Bryon, Julie y las tres hijas, todas de negro, hasta el perro que les acompaña), pero el negro destino les acompaña. Porque esa familia irreal, ideológica (bajo la ideología del mal), somete al individuo y con el sometimiento intenta no dejarle escapar. Porque el negro lo domina todo en esta violenta película: escenas oscuras, trajes oscuros, tatuajes negros, noches oscuras, actos oscuros,… Y en el camino de cambio y redención debe recibir la ayuda de Daryle, una activista afroamericano, y de una agente del FBI, quienes conocen este mundo: “Estos jóvenes tan solo tienen tres opciones: morir jóvenes, pudrirse en la cárcel o empezar a hablar”. 

Y continúan huyendo para intentar huir de su pasado, con el miedo como compañero de viaje. Pero por mucho que huya no puede librarse de su pasado y los tatuajes le delatan. Es por ello que para regresar a una vida normal debe retirar sus tatuajes, especialmente los de la cara. Y en las escenas que se mezclan con la narración de la historia cada disparo de láser refleja el dolor de retirar cada tatuaje, como un impacto a los remordimientos. 

Y resuenan la pregunta de Julie a Bryon: “¿Cuál fue el primero?...¿te arrepientes de alguno?” Porque cada tatuaje conlleva una historia, generalmente una historia que deja su cicatriz. Porque la piel sirve al director de metáfora, pero también nos indica que la piel no deja de ser superficie y por más tatuajes y cicatrices que se lleve un cuerpo, el cambio de vida es posible (aunque el odio que subyace a veces tarde más en desaparecer). Y de ahí las lágrimas finales… 

Y de ahí el colofón de la película: “Daryle Lamont Jenkins aún lleva el proyecto One People, un grupo anti-odio que ayuda a los supremacistas blancos que intentan dejar el movimiento y expone a los que siguen activos. Con las ayuda de Daryle y el SPLG, Bryon Wynder abandonó el movimiento y soportó casi dos años de cirugías para eliminar sus tatuajes. Con la colaboración de Bryon, el FBI detuvo a criminales clave del movimiento del poder blanco. Bryon cursa actualmente la carrera de psicología criminal y da charlas por todo el mundo sobre la inclusión mediante la historia. Daryle y él siguen siendo buenos amigos”. 

Posiblemente no sea la mejor película sobre el tema, pero dado el auge que la xenofobia está experimentando en todo el mundo, una película como esta resulta del todo pertinente. Allí donde la violencia tiene en el arrepentimiento su redención. Y que nos enseña que sí es posible eliminar el odio tatuado a flor de piel.

sábado, 12 de octubre de 2019

Cine y Pediatría (509). “Genezis” de la intolerancia y la violencia, de la xenofobia


Siempre es emocionante incorporar nuevas filmografías a Cine y Pediatría. Y hoy, por primera vez, recuperamos una película originaria de Hungría: Genezis (Arpad Bogdán, 2018). Tres sobrecogedoras historias basadas en hechos reales que han ocurrido en Hungría y cuyo nexo es la familia, el racismo y la violencia que asolan este país europeo, sumido en una profunda crisis política y social, tres vidas se entrelazan en un país en ruina social. La familia como nexo común, la sociedad como testigo de tres relatos trágicos que ocurrieron en realidad y que se entrecruzan con un estructura narrativa que recuerda al Alejandro González Iñárritu de Amores perros (1999) o Babel (2005) y con un formato de filmación que semeja al estilo de los hermanos Dardenne en Rosetta (1999) o El niño (2005). 

Tres historias en tres capítulos que se apoyan en nociones bíblicas sobre la familia, allí donde la cámara nos somete a planos psicológicos de los protagonistas, que van de primeros planos a primerísimos planos de partes del cuerpo, donde el director escudriña sus personalidades y vivencias bajo una luz esencialmente oscura. Porque la fotografía nos traslada toda la frialdad y soledad de estas vidas y la sociedad en la que sobreviven 

- Capítulo uno: Ricsi. Este niño gitano de 10 años tiene al padre en la cárcel por un robo menor y tiene encomendado cuidar de su madre, con quien vive también su hermana mayor y el marido de ésta. Su madre le cuenta, de forma premonitoria: “¿No sabías que hay un dragón que vive en el bosque? Y respira esta niebla. Así puede esconderse y espiarnos tras ella. El corazón del dragón es frío y blanco. Por eso tiene hambre de la felicidad cálida que hay en nuestros corazones. ¿Oyes sus gritos de hambre?...”. Y la premonición es que son atacados por la noche por ser gitanos, una horda de neonazis con cócteles molotov, perros y armas les queman la casa y matan a su madre, a toda la familia y a él le hieren. 
Duele ver quitar los perdigones incrustados en la piel de su omóplato… y sangra de las heridas durante un tiempo, manchando sus camisetas de sangre. Y duele verle sufrir el bullying en los centros de acogida “Tirad al gitano calvo”…. 

- Capítulo dos: Virá G. Una adolescente que intenta averiguar cuál es su lugar en el mundo, mientras dispara flechas con su arco, frecuenta a un novio de oscuros antecedentes y amistades poco recomendables que tiene una perrera, y lleva en silencio su embarazo. Y su madre le confiesa: “¿Sabes que casi me deshago de ti cuando estaba embarazada? Si tu padre no hubiera estado ahí, no hubieras nacido. Estás vivas gracias a él… Sé lo que te hizo. Es algo imperdonable. Pero estuvo a mi lado, a tu lado. Tengo mucho miedo de acabar sola. Los años van pasando y nadie me necesita”. Unas palabras diferentes a las que le somete la ginecóloga: “Estás embarazada de 10 u 11 semanas. ¿Lo sabe tu madre? ¿Qué vas a hacer? Porque si quieres deshacerte de él, todavía estás a tiempo. Cuánto más esperes, más arriesgado será el aborto. Piénsatelo, tienes una semana”. 
Violencia sobre violencia… y en las noticias de prensa se lee: “Los gitanos viven con miedo”. Y entonces el arco de Virá se tensa y no frente a una diana de entrenamiento. Y pese al hostil ambiente, finalmente acepta la maternidad y le dice a su bebé acariciándose su barriga: “Todo irá bien. Sé que puedes sentirlo. Estoy esperándote, estoy impaciente. Y tendrás que aceptar que no vas a conocer a tu padre. Ese será mi secreto. Pero yo siempre estaré ahí para ti. Siempre, siempre”

- Capítulo tres: Hanna. Una bella abogada que no ha superado el fallecimiento de su hija, tiene que seguir defendiendo a asesinos en la cárcel. Y comprobamos como la cicatriz queloidea de la cesárea que le dejó su hija al nacer es mejor que la cicatriz en el corazón que le dejó su pérdida. Su eterna figura hierática esconde una tristeza que explota cuando realiza spinning en su casa, entre las cajas apiladas de recuerdos y esos dibujos infantiles en la pared. 
Y al entrar a un juicio es golpeada por los manifestantes que increpan los asesinatos xenófobos frente a gitanos, donde casualmente el novio de Virá es uno de los atacantes al campamento de los gitanos. Y Hanna no puede más y allí nos llega a confesar: “El día del accidente mi hija hizo un dibujo de mí. Lo llamó “el trabajo de mamá”. Yo llevaba una toga negra. Porque los médicos van de blanco y los jueces de negro. Dibujó una cárcel al lado con barrotes en las ventanas para impedir que los malos salieran…” 

Y al final las tres vidas se entrecruzan, con un final esperanzador: Ricsi recupera a su padre de la cárcel, gracias al apoyo de Hanna; Virá G acepta a su hijo pese a ser madre soltera; Hanna inicia una adopción. Y con ello la intolerancia y violencia se transforma en la génesis de unas nuevas y esperanzadoras vidas, más allá de la xenofobia. 

Y así no deja Genezis, este sobrecogedor alegato contra el rebrote de las intolerancias violentas y las turbias reglas de juego que imperan en el patio trasero de Europa. Tres historias inclementes sobre el racismo enfocado desde puntos de vista y conflictos distintos a la vez que complementarios. Y así es el segundo largometraje del director húngaro Árpád Bodgán, inspirada en un documental que el propio director realizó para la BBC británica sobre el ataque de un grupo de neonazis, en el año 2009, a un campamento de gitanos rumanos. 

Por cierto, a una semana de haber organizado el II Curso Nacional de Tabaquismo en Pediatría, cabe decir que esta película es un claro ejemplo de cómo el tabaco campea por todas partes en la gran pantalla, humo a doquier en demasiadas escenas, que hacen si cabe más válido nuestro documento de compromiso para mejorar el control del tabaquismo en medios audiovisuales (cine, televisión, videojuegos, redes y otros medios).

sábado, 7 de noviembre de 2015

Cine y Pediatría (304). “American History X”, el odio y la violencia llama a nuestras puertas


Un comienzo impactante, en blanco y negro, que nos augura una película dramática y de una brutal violencia, por lo que se ve y por lo que se siente. Una escena de sexo previa al asesinato rezuma una instintividad casi animal, expresión todo ello de la irracionalidad en la que vive el protagonista, quien, con la cabeza rapada y esvástica tatuada en su pecho, luce un destino tan negro como la noche... Luego se hace el color y se nos cuenta una historia, tan real como continuamente actual. Y así transcurrirá la historia, la mitad de la película entre un presente en color y la otra mitad con un pasado de sucesivos flash back en blanco y negro... 

Muchos habrán descubierto ya que estamos hablando de American History X (Tony Caye, 1998), la historia de los jóvenes y atractivos hermanos Vinyard, cuya vida familiar y social transcurre alrededor de un grupo violento neonazi, aquellos grupos partidarios de la llamada "supremacía blanca" en Estados Unidos. El hilo conductor de la narración cinematográfica es el relato introspectivo que elabora el propio Danny (Edward Furlog) sobre el impacto en su vida ("cuando me miran, ven a mi hermano") y en la del resto de su familia de los sucesos que protagonizó su hermano mayor Derek (Edward Norton), encarcelado tres años antes por el asesinato de dos jóvenes negros que le intentan robar una camioneta (y que es la escena con que se abre la película). Con los recuerdos que brotan en offf de la pantalla (un texto que le aconseja redactar Bob, el director del instituto, y quien le dice: "la rabia ciega el cerebro que Dios te ha dado") y la vivencia de ese primer día de libertad de Derek, se entrelaza toda la película y lo hace con notable esfuerzo de honradez. El padre de ambos, bombero, fue asesinado por un negro, hecho determinante para que Derek adoptase una perspectiva ideológica racista, lo que le lleva a vincularse a un grupo skin local de ideología neonazi, donde se topará con el adulto Cameron, ideólogo manipulador, con Seth, un obeso descerebrado de gatillo fácil, o con una novia sembrada de piercings y de rencor. 

Pero la experiencia en prisión de Derek le cambiará. Tras la libertad condicional, sale transformado (simbólicamente, ha dejado crecer su cabello) y asume el papel del padre ausente, buscando la unidad del núcleo familiar, unidad que el mismo rompió en su etapa previa cuando su madre le decía a través del cristal de la cárcel aquello de "¿te crees que eres el único que cumple condena?, ¿te crees que no estoy dentro contigo?". Durante estos tres años, todos han estado esperándole con impaciencia pero su hermano pequeño, Danny, que le idealiza con pasión, a él y a la causa nazi (llega a decir "odio a todos los que nos sean blancos y protestantes"), ha sido el más afectado por su ausencia y espera con impaciencia su vuelta. Un vez en la calle, Derek intenta hacerle ver que el nazismo, el odio y la violencia racial son actitudes equivocadas. La prisión ha cambiado a Derek, ahora Derek tiene que cambiar a la gente a la que ama y que se ha perdido en el odio. Por ello hay un ejercicio de introspección entre ambos hermanos y, cuando todo parecía volver a la normalidad en la familia, ocurre la tragedia...

No podemos dejar de destacar todas y cada una de las escenas en blanco y negro, aquellas que intentan explicar esta historia X en flash-backs: 
- El simbólico partido de baloncesto entre blancos y negros por conseguir el dominio de la propia cancha. 
- La arenga a los amigos del barrio y al ataque al supermercado contra hispanos, negros y asiáticos. Una arenga escalofriante, pues aún hoy la oímos en algunos de nuestros políticos nacionalistas e independentistas, como justificación: "No os riáis, esto no tiene gracia. Afecta a vuestras vidas y a la mía. Afecta a los americanos decentes y trabajadores sin culpa y se llevan el palo porque a su gobierno le interesan más los derechos constitucionales de una gentuza que no son ciudadanos de este país. En la Estatua de la Libertad pone "Dadme a los cansados, hambrientos y pobres". Pues son los americanos los hambrientos, cansados y pobres. Que no puedan arreglar eso, que cierren el puto grifo. Porque estamos perdiendo, estamos perdiendo el derecho a buscar nuestro destino. Estamos perdiendo nuestra libertad para que una panda de putos extranjeros puedan venir a explotar nuestro país. Y no es algo que esté pasando lejos, no es algo que esté pasando en sitios donde no podamos hacer nada. Está pasando aquí mismo, en nuestro propio barrio..." 
- La conversación/discusión alrededor de la mesa familiar sobre el valor de las revueltas en el barrio. Una conversación que acaba con la violencia física que auguraba la violencia verbal, una de las escenas más duras que el cine ha dado y con ese final en que la madre le dice a su hijo: "Me da vergüenza de que hayas salido de mi cuerpo". Y cuando el novio judío de la madre le dice a ella: "No sabes en qué mundo viven tus hijos". 
- La recreación de la mítica escena de la detención por parte de la policía, con Dereck con la mano detrás de la cabeza, arrodillado en ropa interior y orgulloso por haber asesinado a un negro, mientras mira a su hermano pequeño con una mirada demoníaca de una expresividad desconcertante.
- Los recuerdos en la cárcel. Y, aunque se adhiere inicialmente al grupo neonazi del centro penitenciario, el desencanto le aparta (acompañado de una cruel escena en la ducha) e inicia una amistad con el joven negro que trabaja en la lavandería (quien en sus propias e irónicas palabras se describe como "Soy el tipo más peligroso de esta prisión. ¿Y sabes por qué? Porque controlo los calzoncillos"), quien acaba siendo como un ángel de la guarda para Derek y, junto con la visita y la conversación con Bob, el director del instituto (y su pregunta: "¿Algo de lo que has hecho ha mejorado tu vida?"), serán dos motivos para el cambio y para su reflexión final: "Los últimos seis meses en aquel antro fui como un fantasma".
- Hacia el final de su metraje conocemos al fallecido padre de la triste familia Vinyard, un bombero de ideas reaccionarias cuyos discursos xenófobos y llenos de odio van a calar muy profundo en la mente de sus hijos. En un breve diálogo conocemos las semillas del odio, el modo en que las ideas de los mayores pasan a la siguiente generación, manipulando su forma de pensar... y cómo suena esto, con gran resonancia, hoy en algunas regiones de España.

American History X es un crudo relato dirigido con ambición por Tony Kaye, un londinense procedente del mundo de la publicidad, y que ha trabajado en documentales de contenido social para distintas ONGs. Una película que fue considerada casi un obra maestra en su momento y que causó (y causa) gran impacto, gracias al guión, a la dirección de actores (Edward Norton musculó su cuerpo para la ocasión y fue candidato al Oscar y Edward Furlong, el que fuera el célebre chaval de Terminator 2: el juicio final) y a la cuidada fotografía en blanco y negro.

El cartel anunciador del film contiene un texto moralizante: "Si sigues el camino del odio, tarde o temprano pagarás su precio". Y en donde podemos recabar algunos claros objetivos pedagógicos: comprender el fenómeno del neonazismo, sus raíces históricas y su forma actual en nuestra sociedad; entender de qué manera las relaciones personales están condicionadas por el orden social y familiar en qué se inscriben; comprender el proceso de degradación moral a qué nos somete el discurso ideológico del odio y del sentirse mejor al otro; valorar los sentimientos o principios morales o ideológicos que mueven cada personaje (y que no son tan lejanos, y algunos están cerca de nosotros o salen en la prensa o en los noticiarios).

Una película necesaria para revisar, y sin duda hoy y aquí en España. Y con esta frase final, directa a la mente y al corazón: "Supongo que debo decir lo que he aprendido, mi conclusión. Mi conclusión es que el odio es un lastre. La vida es demasiado corta para estar siempre cabreado. No vale la pena. Derek dice que siempre viene bien acabar un trabajo con una cita, dice que siempre hay alguien que lo ha hecho mejor que tú, y que si no puedes superarlo róbaselo y aprovéchate. Así que he escogido algo que creo que le gustará: ‹No somos enemigos sino amigos, no debemos ser enemigos. Si bien la pasión puede tensar nuestros lazos de afecto, jamás debes romperlos. Las místicas cuerdas del recuerdo resonarán cuando vuelva a sentir el tacto del buen ángel que llevamos dentro›".

 

sábado, 15 de agosto de 2015

Cine y Pediatría (292). “Amerrika”, la tierra prometida


El cine ha reflejado desde sus inicios los dramas humanos de la sociedad, entre ellos la necesidad de dejar la propia tierra para sobrevivir en otras regiones u otros países. Múltiples títulos coronan el séptimo arte alrededor de la emigración, películas de muchas nacionalidades, algunas son todo un clásico, otras menos conocidas: El emigrante (Charles Chaplin, 1917), Toni (Jean Renoir, 1934), Las uvas de la ira (John Ford, 1940), Rocco y sus hermanos (Luchino Visconti, 1960), O salto (Christian de Chalonge, 1968), La nueva tierra (Jan Tröell, 1972), Mi hermosa lavandería (Stephen Frears, 1985), Pelle, el conquistador (Billw August, 1987), Avalon (Barry Levison, 1990), Cheb (Rachid Bouchared, 1990), Bwana (Inmanol Uribe, 1995), Mi familia (Gregory Nava, 1995), La canción de Carla (Ken Loach, 1996), Said (Llorens Soler, 1998), Cosas que dejé en La Habana (Manuel Gutiérrez Aragón, 1999), Oriente es Oriente (Daniel O´Donell, 1999), Poniente (Chus Gutiérrez, 2002), En el mundo (Michael Winterbottom, 2002), Quiero ser como Beckham (Gurinder Chadha, 2002), Extranjeras (Helena Taberna, 2003), Un franco, 14 pesetas (Carlos Iglesias, 2005), Ghosts (Nick Broomfield, 2006), 14 kilómetros (Gerardo Olivares, 2007), Retorno a Hansala (Chus Gutiérrez, 2008),… y un largo etcétera. 
Algunas de estas películas llevan en su título un denominador común, como son Un sueño americano (King Vidor, 1944), América, América (Elia Kazan, 1963), L`America (Gianni Amelio, 1994) o En América (Jim Sheridan, 2002), película que ha formado parte de Cine y Pediatría como esos recuerdos de la infancia de una familia irlandesa desde la Gran Manzana. 

Y hoy traemos a esta sección la película canadiense Amerrika (Cherien Dabis, 2009), basada a grandes rasgos en la experiencia de la propia directora, opera prima en el largometraje de esta directora de nacionalidad palestino-estadounidense y que se asoma, en tono autobiográfico, a la aventura de una madre palestina y su hijo adolescente que se trasladan con unos familiares al Illinois rural durante la invasión de Irak de 2003. 

Porque, como nos explica la directora, su familia palestino/jordana fue inmigrante y, como la mayor parte de los inmigrantes, llegaron a Estados Unidos esperando lograr el sueño americano. Pero lo que encontró fue algo totalmente diferente y es precisamente esta lucha de los inmigrantes la que le empujó a escribir y dirigir Amerrika. Y como nos explica su directora: "Cuando me preguntan de dónde soy, para mí siempre es una pregunta confusa. Mis padres inmigraron a los Estados Unidos antes de que yo naciera, pero regresábamos a Jordania todos los veranos. No era suficientemente americana para los americanos, ni suficientemente árabe para los árabes. Mi propio deseo de encontrar un lugar al que llamar hogar, un lugar al que perteneciese... siempre formó una parte importante de mi identidad”. Su padre (como en la película) fue médico y necesitó 14 años para lograr un consultorio éxito, pero bastaron unos días para que todo se derrumbase cuando sus pacientes lo abandonaron durante la Guerra del Golfo de 1991 (momento en que muchos árabes se sintieron como chivos expiatorios y cuya xenofobia se acrecentó tras los atentados del 11S del 2001, momento en que la persecución al árabe se institucionalizó en Estados Unidos). 

Amerrika nos cuenta la historia de Muna (Nisreen Faour), una mujer separada (su marido se marchó con una mujer más joven) cuya difícil vida transcurre en Cisjordania, y que, tras obtener un permiso de trabajo y residencia en Estados Unidos, emigra junto a su hijo adolescente Fadi (Melkar Muallen), hasta una pequeña ciudad del estado de Illinois donde vive su hermana Raghta (Hiam Abbass) junto a su marido, el doctor Nabeel (Yussef Abu Warda), y sus tres hijas. Allí comenzará para ellos una nueva vida en la que deberán enfrentarse a las dificultades de adaptarse a una nueva cultura, de no perder sus señas de identidad, y de enfrentarse a un entorno hostil hacia todo lo que suena a árabe y musulmán. Rahta le dice a Muna: “A pesar del tiempo que llevo aquí, todavía lo echo de menos. Ese sentimiento no se va. Es como si arrancan un árbol de raíz y lo plantan en otro sitio”. La propia Muna, ante la suspicacia que presiente por su origen nos refiere: “Ni siquiera somos musulmanes… Somos una minoría aquí y allí también”
Allí, en la soñada América, Fadi sobrevive al muro de la incomprensión de una parte del instituto de la misma manera en que solía hacerlo a través de los puestos de control militar en la frontera y el muro de la vergüenza hacia Cisjordania, y la indomable Muna combina su vida cocinando falafel con las hamburguesas de White Castle, haciendo creer a todos que ha recuperado su puesto del banco que tenía en su país de origen. Al descubrirse la verdad, una sobrina pequeña le dice a Muna:“Tía, ¿de verdad que trabajas en White Castle?... Al menos podrías haber elegido Wendy´s”. Mientras Fadi congenia con su prima rebelde y se mete en líos en el instituto, la indomable Muna no pierde la esperanza y, a pesar de tener que llevar una doble vida en la hamburguesería local, afronta con optimismo esta nueva etapa, enseñándole a su hijo una lección que nunca olvidará. 
Pero aún en un ambiente de cierta hostilidad, apreciamos la solidaridad de algunas personas a su alrededor como el joven compañero de la hamburguesería, la empleada del banco o el profesor del instituto de origen judío. A este último le dice: “¿Sabe que nosotros, los árabes, inventamos el ajedrez? Sí, cuando se dice jaque mate, viene del árabe “skeikg mat”, que significa “el rey está muerto”… Habla árabe sin saberlo”. 

Una película que trata de ese tema ya universal que son las historias de emigración e inmigración, la búsqueda humana de la aceptación y de la pertenencia; una búsqueda profunda y eterna, aunque en ocasiones difícil de alcanzar fuera de las raíces de cada uno. Una búsqueda que acompaña a una madre y su hijo adolescente. Aunque Amerrika no obtuvo una crítica favorable unánime, lo cierto es que obtuvo el Premio Integración de la SEMINICI de Cine de Valladolid y el Premio Fipresci en el Festival de Cine de Cannes. Amerrika aborda temas esperables en este tipo de narraciones: el desarraigo, la nostalgia, el choque de culturas, el sentimiento de no pertenencia, el exilio, la tolerancia, la reivindicación de las tradiciones, y la ilusión de creer haber llegado a la tierra prometida de las oportunidades.

Una película que, de alguna forma, siento cerca... porque mi familia también fue emigrante y porque sigo siendo nómada.

 

sábado, 1 de agosto de 2015

Cine y Pediatría (290). “Lore”, la infancia vencida


Una niña cuenta del uno al ocho antes del llegar al “cielo” y luego en numeración descendente para llegar al “infierno”: es el juego de la rayuela o tejo. El “cielo” es la casilla de descanso, donde al llegar se apoyan los dos pies y de un salto se da la vuelta, para repetir el recorrido en el sentido contrario. Al finalizar cada vuelta se vuelve a lanzar la piedra a la siguiente casilla, que es la que no se puede pisar. Gana el que consigue llevar primero la piedra hasta el “cielo”. 
Con este juego infantil comienza una película muy especial, que finaliza cuando la joven protagonista pisotea todas las figuras de porcelana de animales situadas en una cómoda de la habitación. Y entre medias, 110 minutos de metraje que tiene a cinco hermanos como protagonistas, protagonistas de un tema muchas veces contado (las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial), pero que aquí se nos devuelve con una mirada diferente. Esta película lleva por título el nombre de la hermana mayor de esos cinco hermanos, Lore. 

La película Lore (2012) ha sido dirigida por la australiana Cate Shortland, quien ya había realizado diversos cortometrajes cargados de éxitos y también dirigió su anterior (y primera película), Somersault (2004), con la que obtuvo múltiples premios, entre ellos el Premio Un Certain Regard en el Festival de Cannes. Y es así como con solo dos largometrajes Cate Shortland nos enseña sus buenas cartas en este oficio de contar historias, donde le gusta tomarse los proyectos con la calma y el tiempo suficiente como para que esa gestación dé los frutos visuales y sensoriales adecuados: en Somersault tardó siete años buscando a los actores adecuados para su historia y Lore ha llegado ocho años después. 

Somersault y Lore tiene bastantes puntos en común: una joven adolescente como protagonista en un marco personal con adversidades y con la figura de un joven misterioso alrededor de sus vidas, películas no cómodas, acompañadas de una fotografía cuidada al detalle, buena música, unos protagonistas impecables y una historia que te atrapa desde la primera escena. Un cine sentido, sensitivo y sensorial al más puro estilo Shortland, pero así como en Somersault se perfilaba, ya en Lore se dibuja mejor el trazo. 

En Somersault se exploran temas alrededor de las emociones, la soledad y la sexualidad en adolescentes, donde una joven australiana de 16 años llamada Heidi (Abbie Cornish) huye de su hogar en Canberra y llega a Nueva Gales del Sur. Allí conoce a Joe (Sam Worthington), el hijo de un agricultor local, con el cual trata de formar una relación a pesar de la dificultad de este muchacho para expresar sus emociones y de sus inseguridades respecto de su orientación sexual. 

En Lore se explora el despertar de una Alemania derrotada al final de la Segunda Guerra Mundial y nos enfrenta a las atrocidades del nazismo a través de la mirada de un grupo de cinco hermanos. Corre la primavera de 1945 y el ejército alemán se derrumba frente a la ocupación americana. Las fuerzas aliadas entran por todo el país, el Tercer Reich se desmorona y los padres de la joven Lore son arrestados. Lore (Saskia Rosendahl) decide llevar a sus cuatro hermanos a través de Alemania hasta un lugar seguro: la casa de su abuela, situada a más de 500 kilómetros. Todos juntos emprenderán un viaje que les mostrará la realidad y las consecuencias de las acciones de sus padres. Pero cuando conoce al enigmático y carismático Thomas (Kai-Peter Malina), un joven refugiado judío, Lore ve como su mundo se llena de sentimientos contradictorios. Por un lado queda paralizada por el miedo que siente hacia este joven pero, por otro, debe confiar para sobrevivir, en la persona que, tal y como le han enseñado, es el enemigo.

Lore es un personaje difícil para el espectador: bella, orgullosa, inquietante, despectiva, con una fuerza interior increíble, pero a su vez con una gran fragilidad, y Saskia Rosendahl ofrece una interpretación casi hipnóptica en la que acapara una buena parte de la atención del espectador. Y Lore es un film difícil, que no trata de complacer al espectador, porque empuja constantemente a la audiencia a reflexionar y a ponerse en el lugar de los protagonistas. Nos obliga a pensar sobre las consecuencias de las ideologías extremas, sobre todo en las consecuencias sobre la infancia (esa infancia vencida, más vencida que el pueblo derrotado) y la responsabilidad de los padres y la sociedad sobre este tipo de cuestiones. 

Esta película es una adaptación de la novela “The dark room” de Rachel Seiffert, del que la directora se quedó fascinada: tres historias contadas desde el punto de vista de una joven que intenta encontrarle sentido a la Alemania fascista. La historia de Lore es un poco la historia de la familia judeoalemana del marido de la directora (de hecho, es la familia que aparece en la fotografía que Thomas lleva en su cartera). Cate Shoterland no dudó que había que rodarla en alemán para que fuera fiel a la realidad, esa realidad en donde Hitler no solo era visto como el Fuhrer, sino también como la figura del padre amado. Aunque de producción mayoritariamente alemana, la Academia Australiana la eligió para ser su representante ese año en los Oscar para optar al premio a la mejor película de habla no inglesa. 

Dos detalles de la película que quizás no son casualidad y que se convierten en guiños cinéfilos:
- Por un lado, en la elección de actores: en Lore aparecen dos de los jóvenes actores (Kai-Peter Malina en el papel de Thomas y Ursina Lardi) del excelente film La cinta blanca (Michael Haneke, 2009), curiosamente una película que complementa la actual. Porque en ambos películas se reflexiona sobre el peligro de los nacionalismo sobre la sociedad y, especialmente, sobre la parte más sensible de aquélla, la infancia: en La cinta blanca se nos muestra una inquietante reflexión en blanco y negro sobre los orígenes del fascismo y en Lore se nos regala una profunda reflexión en color sobre las consecuencias posteriores.
- Por otro lado, en la elección de la fotografía y la música, lo que nos aproxima a la esencia de películas tan especiales como El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011), esa oración desde la infancia al sentido de la vida. La fotografía en tonos azulados de Adam Arkapaw y la música clásica y minimalista de Max Richter acompañan en sintonía psicológica a uno de los films más estéticos, intensos y fascinantes sobre otra forma de ver y sentir el final de la Segunda Guerra Mundial y hacerlo a través de la infancia perdida.

Lore no es una película fácil, pero se acaba haciendo memorable... y necesaria, ante tanta reactivación de nacionalismos, verdaderos lobos con aparente piel de cordero (algunos muy próximos).

 

sábado, 25 de octubre de 2014

Cine y Pediatría (250). Homofobia y xenofobia nunca “A escondidas”


El término homofobia hace referencia a la aversión obsesiva contra hombres o mujeres homosexuales, aunque generalmente también se incluye a las demás personas que integran a la diversidad sexual, conocido bajos las siglas LGTBI (Lésbico, Gay, Bisexual, Travesti, Transexual, Transgénero e Intersexual), un término colectivo para referirse a los sectores socialmente incluyentes en donde se congregan los diversos grupos de personas que se identifican como no heterosexuales. El término xenofobia es el miedo, hostilidad, rechazo u odio al extranjero, con manifestaciones que van desde el rechazo más o menos manifiesto, el desprecio y las amenazas, hasta las agresiones y asesinatos. Una de las formas más comunes de xenofobia es la que se ejerce en función de la raza, conocida como racismo. 

Y la homofobia y la xenofobia no pueden quedar escondidas, sino sacarse a la luz. Y este es el argumento de la película A escondidas, segundo largometraje dirigido por el vasco Mikel Rueda (2014). Y saca a la luz este problema a través de dos adolescentes de 14 años, uno marroquí y el otro español. 

Y así se nos narra en el blog de la propia película: “Amanece en una carretera del sur de España. A ras de suelo, a más de 100 km/h, un camión vuela por el asfalto. Vemos pasar, metro a metro, la carretera a toda velocidad. Sólo vemos eso, metros y metros de camino. Vamos a la altura de las ruedas del camión. Cada vez más rápidos. Pasan los metros, que se convierten ya en kilómetros y seguimos ahí, mirando el asfalto pasar”… Y así es el original final de esta película. 
Ibrahim (el debutante Adil Koukouh) es una adolescente marroquí de 15 años, al que vemos por primera vez sólo y desorientado por una carretera de las afueras de una gran ciudad. Acaban de anunciarle que en dos días va a ser expulsado del país, así que ha cogido su petate y se ha dado a la fuga. Está sólo y no tiene a dónde ir, y no sabe ni los trucos básicos para robar en un supermercado. El destino hace que su vida se cruce con la de Rafa (el debutante Germán Alcarazu), un chico español de 15 años, y no será un cruce casual. El uno influirá en el otro tanto como el otro en el uno. Hasta tal punto será esta unión, que ambos comenzarán a sentir cosas que no podrán controlar. 

Porque Mikel Rueda escribe y dirige A escondidas en las calles de Bilbao y tras un extenso casting a más de 4500 chavales para encontrar a los protagonistas: Ibrahim, Rafa y a otro buen número de adolescentes. Un drama que se sumerge en el primer amor adolescente, adentrándose en los problemas generacionales que hostigan a los chicos de esas edades (con las drogas, el sexo y la sexualidad, o la falta de futuro como compañeros de viaje) y con un mensaje: que, a pesar de los choques socio-culturales, dos personas tan distintas pueden llegar a conectar emocionalmente, ya que todos los seres humanos, más allá de la raza o religión, tienen las mismas necesidades afectivas

Una amistad (y un amor) por encima de homofobias y xenofobias, pese a homofobias y xenofobias.
El tabú de la homosexualidad en la adolescencia se ha tratado en diversas ocasiones en "Cine y Pediatría", tanto en los chicos (Mi Idaho privado de Gust Van Sant, 1991; C.R.A.Z.Y. de Jean-Marc Vallée, 2005; Plegarias para Bobby de Russell Mucahy, 2009) como en las chicas (Fucking Amal de Lukas Moodysson, 1998; Mi amor de verano de Pawel Pawlikowski, 2004; La vida de Adèle de Abdallatif Kechiche, 2013).
Pero el tabú de la homosexualidad en un entorno social y racial como el de A escondidas, ha sido tratado pocas veces. Y, aunque la película no tiene las virtudes de otras, al menos tiene la valentía de intentarlo y de intentarlo con casi sólo actores adolescentes no profesionales, donde sólo algunas caras de adultos resultan conocidas, entre ellas las de Alex Angulo, en la que fue una de sus últimas actuaciones.

Porque la diversidad es una realidad, no un mal. Porque la diversidad y nuestras diferencias nunca deberían estar a escondidas. Y si así fuera, recordemos la frase de John Fitzgerald Kennedy: “Si no podemos poner fin a nuestras diferencias, contribuyamos a que el mundo sea un lugar apto para ellas”.

 

sábado, 15 de febrero de 2014

Cine y Pediatría (214). De ”pijamas”, “libros” y otros valores desde la infancia contra la sinrazón


Hace tiempo dedicamos una entrada especial en Cine y Pediatría a la mirada inocente de la infancia ante el holocausto nazi. Ahondando en ese tema, hoy dedicamos esta reseña a dos películas muy especiales, con tres características en común: ser películas de éxito fundamentadas en el guión adaptado de novelas que han sido todo un best seller; tener como protagonista a niños escolares que viven en la época de la histeria nacionalsocialista en Alemania; y convertirse en películas inolvidables por la visión y los valores que nos devuelven los pensamientos de estos niños. 
Hablamos de El niño con el pijama de rayas (Mark Herman, 2008) y La ladrona de libros (Brian Percival, 2013). Películas para adultos, pero que bien se puede aconsejar ver con los hijos a partir de los 8-9 años (la edad de los protagonistas), siempre que les acompañemos en su visionado, pues son historias que entrañan enseñanzas que conviene mostrar en familia. 

El niño con el pijama de rayas es una producción británico-estadounidense, que se basa en el best seller “The Boy in the Spriped Pyjamas”, escrito en el año 2006 por el irlandés John Boyne, y lo hace intentando ser fiel al mismo y logrando no defraudar. 

Narra la historia de Bruno (Asa Butterfield, visto recientemente en el papel protagonista de La invención de Hugo de Martin Scorsesse, 2011), un niño alemán de 8 años que vive en el Berlin de 1942 y que se tiene que trasladar con su familia a una nueva casa en el campo (en realidad un campo de concentración), dado que a su padre (David Thewlis), un comandante del Tercer Reich, le han dado un nuevo destino. Allí vivirá junto a su madre (Vera Farmiga), una madre sobreprotectora que no apoya el Reich, y su hermana adolescente. 
Bruno pasa los días aburrido y, en su afán explorador, conocerá a un Shmuel (Jack Scanlon), un niño de su misma edad que vive en los alrededores de la casa, detrás de una alambrada y viste un traje de rayas que parece un pijama. Bruno y Shmuel se hacen amigos y comienzan a verse con regularidad, separados por la omnipresente alambrada. Bruno, de vez en cuando, le lleva comida y Shmuel le cuenta cómo es su vida actual al otro lado de la alambrada, de cómo era antes y de su familia 

El niño con el pijama de rayas se convierte en un canto a la amistad y en un cuento moral, cuento que busca la perspectiva humana y poética que se esconde tras el horror. A medio camino entre la magia de La vida es bella (Roberto Beningni, 1997) y el horror de La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) y que nos regala muchas escenas para el recuerdo, sutiles pero duras: los encuentros de Bruno y Shmuel a través de la alambrada, la del sirviente judío que cura una herida en la pierna de Bruno, las enseñanzas del maestro particular (y esa frase terrible: “Si encontraras un solo judío bueno, serías el mejor explorador del mundo”); y, sin duda, su escena final con cientos de pijama a rayas amontonados por delante de una puerta negra que insinúa todo el horror y ese grito desgarrador fuera de campo que se apaga tras el plano final con fundido en negro.

El impacto emocional es que a Boyne y Herman les interesa la mirada de Bruno, ese niño explorador que quiere comprender lo que ocurre a su alrededor, pero no lo entiende. Lo interesante es entrar en el universo infantil de quien no comprende por qué unos hombres con pijama son considerados basura, y esos instantes de humanidad tratados con sentimiento real, pero sin sentimentalismo fácil. Un cuento moral con la banda sonora de James Horner de fondo.

La ladrona de libros es una producción alemano-estadounidense, que se basa en el best seller “The Book Thief’, escrito en el año 2005 por el australiano Makus Zusak, y lo hace también intentando ser fiel al mismo y logrando no defraudar.

Narra la historia de Liesel Meminger (Sophie Nélisse, vista recientemente en Profesor Lazhar de Philippe Falardeau, 2011), una niña alemana de 9 años que vive en las afueras de Munich justo antes de estallar la Segunda Guerra Mundial. La película comienza con la voz en off de un narrador poco habitual (la Muerte) y la cámara nos lleva entre las nubes y el humo de un tren al compartimento donde viajan Liesel con su madre y su hermano menor, quien muere en ese momento, antes de llegar a su destino: la casa de acogida de los Huberman, sus nuevos padres (un amable y bondadoso Hans -Geoffrey Rush- y una huraña Rosa -Emily Watson-).
Liesel no sabe leer y, curiosamente aprende con la ayuda de su nuevo padre, y a través de un libro demasiado peculiar: “El manual del sepulturero”. Cuando aprende a leer su primera frase comienza a vivir la fantástica senda que es la aventura de leer, de vivir otras vidas y otras historias. Y es a través de esos libros (que roba en la biblioteca del alcalde) como puede sobrevivir a una Alemania instalada en la perversa geometría del nazismo y en donde ser judío, tener una n de menos en el apellido, salvar un libro de las llamas o, simplemente, disentir de otros, podía costar la vida.

Porque La ladrona de libros nos muestra como la lectura y las palabras pueden ayudarnos a atravesar los más duros trances de la vida y ayudar en ellos a los demás. Y así la historia nos devuelve dos historias de amistad: la que Liesel establece con su vecino y compañero de clase Rudy (Nico Liersch) y la que se crea con el joven Max (Ben Schnetzer), judío al que esconden en el sótano de la casa.

Aún nos cuesta creer que todo esto ocurriera en el siglo XX y en un país civilizado como Alemania, potencial mundial. Pero siempre quedará esa vergüenza para la humanidad…y para no olvidar el daño de los nacionalismos… se vistan del color que se vistan. Películas como éstas nos lo recuerdan… y, por ello, las debemos ver en familia y transmitir el mensaje a nuestros hijos. Porque entre “pijamas” de rayas y entre ladronas de “libros” permanece el recuerdo de la sinrazón, sinrazón que no debemos olvidar que puede regresar en cualquier momento.