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sábado, 31 de octubre de 2020

Cine y Pediatría (564). “El pan de la guerra”, alimento contra el talibanismo

 

Cuando se habla de cine de animación, lo primero que nos puede venir a la mente a muchos son los grandes estudios de producción estadounidense: DreamWorks, Illumination Entertainment, Pixar y, por supuesto, The Walt Disney Company. Sin embargo, no solo de películas norteamericanas se nutre la animación, una visión artística tan amplia como la propia imaginación del ser humano. Y si hablamos de Europa, encontramos estudios reconocidos como Aardman, Les Armateurs o Django Films. Y una de las factorías que mayor renombre ha logrado en la última década es Cartoon Saloon: fundada en 1999 en Kilkenny, Irlanda, por Tomm Moore, Paul Young y Nora Twomey, compañeros durante sus estudios en el Ballyfermot College of Further Education. Su objetivo era producir un largometraje diferente, y entre ellos cabe citar El secreto del libro de Kells (2009) o La canción del mar (2014). Ambas plantean la posibilidad de un cine animado que pueda ser disfrutado por niños y adultos, con una pretensión divulgativa, que no aleccionadora, muy alejada del tono iconoclasta con la que se ha visto relacionado el equívoco concepto de animación adulta durante las últimas décadas. 

Pues bien, de este estudio irlandés hoy hablamos de otra joya: El pan de la guerra (Nora Twomey, 2017). Twomey, inspirándose en el trabajo de la escritora y activista Deborah Ellis, narra la historia de la niña Parvana que en el Kabul controlado por los talibanes se ve obligada a disfrazarse de chico, para mezclarse entre una muchedumbre que la señala y la condena. Porque la escritora Deborah Ellis es una activista antibélica muy activa, quien viajara en 1997 a Pakistán para ayudar en un campo de refugiados afgano, experiencia que le sirvió para escribir entre los años 2001 y 2012 la serie de cuatro partes que incluyen “The Breadwinner”, “Parvana's Journey”, “Mud City” y “My Name is Parvana”. Y con esta buena base literaria, esta factoría de la animación logra el aspecto creativo y emocional que se necesitaba, y lo consigue por su impecable tratamiento de la forma y su sobria narrativa, así como por su radical y consecuente apuesta por un tratamiento poético de las imágenes, tan personal en su retrato de las tinieblas como en la trasmisión de los puntuales estallidos de esperanza. 

Y es inevitable empezar a hablar de esta película como una fusión de otras dos que forman ya parte destacada de Cine y Pediatría: Persépolis (Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, 2007), una película de animación en blanco y negro que nos explica, fundamentado en un cómic autobiográfico, cómo la niña Marjane vive y crece como mujer en el régimen absolutista de Irán; y Osama (Siddiq Barmak, 2003), la historia de esa niña de 12 años en Afganistán que se hace pasar también por un niño y que consigue transmitir perfectamente su mensaje, su emoción y su denuncia frente a la injusticia a la que se enfrentan niñas, adolescentes y mujeres en el mundo talibán. 

Parvana es una chica de 11 años que vive en Kabul durante el periodo de dominio de los talibanes. Y convive en su familia con su padre, quien fuera maestro y que debe su cojera a la guerra, su madre, escritora, su hermana mayor Soraya y Zaki, el lactante de la casa. Y en esa familia sobrevuela el recuerdo de Sulayman, el hermano que murió de niño al explotarle una bomba. Parvana acude a vender al mercado con su padre, al que le gusta narrar historias y dejar enseñanzas a su hija: “Solo los cuentos perduran en el corazón” o “Las preguntas buscaban respuestas, y más preguntas”

Un día se topan con un antiguo alumno del padre, ahora reconvertido por la causa: “Ahora soy talibán, lucho contra los enemigos del Islam”. Y tras ser el padre detenido es cuando los miembros de la familia se quedan sin recursos y, debido a que las mujeres tienen prohibido ganar dinero, es cuando Parvana decide transformarse en un chico para poder trabajar. Y adquiere el nombre de Otesh, que significa fuego, y en su deambular por la ciudad se encuentra con otra niña convertida en niño, su antigua compañera de clase, Shauzia, que ahora se hace llamar Delowar. Y se hacen pasar por hermanos para poder conseguir el dinero que les permita cumplir su objetivo: dinero que Delowar lo quiere para poder conocer la playa y que Otesh lo utilizará para poder llegar hasta donde está su padre, en una lejana cárcel. 

Y es así como este relato de nuestra infortunada Alicia en tierra hostil debe disfrutarse, ante todo, como una experiencia sensorial que consigue extraer oro de muchos quilates de sus necesarias pretensiones de denuncia, tanto políticas como de género, sin que sus etiquetas afecten en demasía a una propuesta que se las apaña para trascenderlas con oficio, humildad y sabiduría. Porque El pan de la guerra explora la cultura, la historia y la belleza de Afganistán desde un punto de vista femenino, pero también el horror del talibanismo sobre las mujeres, sean niñas, adolescentes, adultas o ancianas. Y tras la denuncia sin parangón de esta película, se nos muestra una película cautivadora, no solo por la belleza de sus imágenes, sino también por la valentía, los vínculos familiares, la superación y la lealtad en tiempos de guerra. La historia de una heroína que se enfrenta con coraje e imaginación al momento de misoginia y violencia que le ha tocado vivir. 

Por ello, El pan de la guerra debe ser una película de animación imprescindible para prescribir en familia. Por su historia, por la historia, por los valores, por el respeto a las mujeres, por la denuncia al horror de la tiranía del gobierno talibán. Porque una desgracia es que las mujeres tengan que llevar burka, pero mayor desgracia es que nosotros nos lo pongamos para no ver y no denunciar esta crueldad, cuando la religión se convierte en excusa para amordazar la cultura, la libertad y los derechos de los hombres y, sobre todo, de las mujeres. Ya basta de hipocresía en el mundo occidental, sobre todos la de aquéllos que critican nuestra forma de vida o religión, mientras sugieren el respeto a actitudes propias y vejatorias del integrismo islámico. Porque no es nueva la crítica al puritanismo de lo políticamente correcto por ideario y esa relatividad moral hipócrita. Porque si esto no es violencia de género, venga Dios (o Alá) y lo vea.

Las películas de animación son a veces una cosa muy seria. Y El pan de la guerra lo confirma, porque es alimento contra el talibanismo, el de Afganistán, el de Pakistán y el de cualquier país con tal mentalidad. Porque recordemos que los talibanes forzaron una de las más estrictas interpretaciones de la ley sharía como nunca se había visto en el mundo musulmán, que se hizo famosa internacionalmente por la forma de tratar a las mujeres: las mujeres se vieron obligadas a usar el burka en público, no se les permitía trabajar ni recibir educación después de los ocho años (y hasta entonces solo se les permitía el estudio del Corán), no se les permitía ser atendidas por médicos de sexo masculino si no eran acompañadas por un hombre, lo que llevó a que muchas enfermedades no fuesen tratadas, y se enfrentaron a la flagelación pública en la calle y la ejecución pública por violaciones de las leyes de los talibanes. 

Y nos quedamos con el pensamiento final de El pan de la guerra, lleno de esperanza: “Somos una tierra con un gran tesoro, nuestra gente. Limitamos con imperios de guerra… Alza las palabras, no la voz. La lluvia hace crecer las flores, pero los truenos, no”.

 

sábado, 8 de septiembre de 2018

Cine y Pediatría (452). “Cometas en el cielo” y sombras en la tierra


A la pregunta, ¿qué es mejor, la película o la novela en la que se fundamenta el guión?, la respuesta mayoritaria será siempre: la novela. Y nuestra obra de hoy no es una excepción. Pero no siempre es así y algunos casos son la excepción, cuando la película supera a la novela, como por ejemplo Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) basada en la obra “Psycho” de Robert Bloch, El Graduado (Mike Nichols, 1967) basada en la novela “The Graduate” de Charles Webb, La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971) inspirada en “A Clockwork Orange” de Antonhy Burgess, El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972) cuyo guión parte de la novela “The Godfather” de Mario Puzo, Alguién voló sobre el nido del cuco (Milos Forman, 1975) inspirada en “One Flew over the Cuckoo´s Nest” de Ken Kesey, El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) basada en “The Shining” de Stephen King, El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991) adaptada desde “The Silence of the Lambs” de Thomas Harris, Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994) fundamentada en la novela “Forrest Gump” de Winston Groon, Réquiem por un sueño (Darren Aronofsky, 2000) inspirada de la obra “Requiem for a Dream” de Hubert Selby Jr., o Mystic River (Clint Eastwood, 2003) traslado de la novela “Mystic River” de Dennis Lehane, estas tres últimas ya formando parte de la familia de Cine y Pediatría. 

La cadencia entre obra literaria y cinta cinematógrafica suele ser de pocos años, generalmente menos de 5 años para verse reflejada en gran pantalla. Y algo así ocurrió con la primera novela del escritor estadounidense de origen afgano, Khaled Hosseini: “The Kite Runner”, una novela del año 2003 escrita en parte durante los sucesos del 11-S del año 2001, y que fue llevada al cine en el año 2007 con el mismo nombre, Cometas en el cielo, bajo la dirección de Marc Forster, un director de origen suizo que se diera a conocer una película premiada en los Oscar, Monster´s Ball (2001) y posteriormente con Descubriendo nunca jamás (2004) y que cambiaría de registro al ser llamado a dirigir una película más de la saga de James Bond, Quantum of Solace (2008). 

La novela “The Kite Runner” se convirtió en un éxito de ventas después de ser impresa en un formato de bolsillo y que se popularizara en los clubes de lectura. La historia de amistad en Kabul en la década de los 70 entre el niño Amir y Hassan, el hijo de un sirviente hazara de su padre. La historia se desarrolla en tres partes, que se reflejan en la película: 1) casi la mitad de la obra (y la mejor) narra sus infancias en las calles de una Kabul confiada en su pujanza y en su futuro, en aquellos momentos inolvidables de los concursos de volar cometas y que tiene como punto álgido un acto de violencia contra Hassan (es violado por otros chicos) que Amir no logra evitar y que le provoca una reacción inesperada contra su amigo; 2) la segunda parte se desencadena por los acontecimientos tumultuosos en el país, desde la caída de la monarquía de Afganistán a través de la intervención militar soviética, hasta el ascenso del régimen talibán y éxodo de refugiados a Pakistán y a Estados Unidos, donde nuestro joven Amir convive con sus sentimientos de culpa, traición y redención por aquella vivencia contra Hassan; 3) la parte final del libro (y película) se centra en los intentos de Amir de expiar aquella transgresión tras haber descubierto un secreto sobre aquel amigo fiel y leal que fue Hassan, y para ello regresa a un Kabul, irreconocible más de dos décadas después por el fanatismo talibán, para rescatar al hijo de Hassan. 

Los créditos iniciales de la película con unas letras y una música muy árabe, esta última del compositor español Alberto Iglesias (director musical de gran número de películas, entre ellas algunas ya revisadas en Cine y Pediatría como El jardinero fiel – Fernando Meirelles, 2005 – o Ma Ma - Julio Médem, 2015 -), nos ponen en situación. Y todo comienza cuando Amir recuerda desde San Francisco, y en el momento en el que tiene entre sus manos su primera obra literaria publicada, un evento que ocurrió 26 años antes, cuando todavía era un niño, en su Kabul natal. 

Amir (Zekeria Ebrahimi) es el hijo sensible e inteligente de un hombre de negocios adinerado en Kabul y ya apreciamos que es un cuentista talentoso y un aspirante a escritor, que vive en un lindo hogar con Baba (Homayon Ershadi), su padre, quien tiene dos sirvientes, Ali y su hijo Hassan (Ahmad Khan Mahmidzada) que son hazaras, una minoría étnica. El amigo cercano de Baba, Rahim Khan (Saun Toub), también está a menudo en el hogar, siempre dispuesto a los buenos consejos, como el que expone a Baba porque éste considera que su hijo no es todo lo fuerte que considera: “Los niños no son cuadernos para colorear. No puedes rellenarlos con tu color preferido. Él no es como tú, no será nunca como tú eres. Pero no te preocupes, al final todo saldrá bien”. A lo que Baba contesta: “Un niño que no sabe defenderse, acaba siendo un hombre que no defiende nada”. Y Amir, más amante de escribir cuentos que de meterse en reyertas infantiles, piensa: “Papá me odia porque yo la maté… a mi madre”

Y así avanza la película en ese especial triángulo entre Amir, su padre y su amigo Hassan. Un padre que es un comerciante rico y respetado, un hombre con altos valores y fuertes convicciones anticomunistas y antirreligiosas, dispuesto a dar consejos a su único hijo: “Solo existe un pecado y es el robo. Los demás pecados son variaciones sobre el robo”. Un padre que tiene un cariño especial a Hassan, y luego descubriremos el por qué trata con tanta bondad a un criado: “Es el cumpleaños de Hasan. Le he traído para que elija una cometa”, dice el padre de Amir. 

Ya en Pakistán, donde padre e hijo viven como emigrantes, Amir se gradúa en Medicina y el padre dice: “Esta noches soy muy feliz, esta noche bebo con mi hijo… Ojalá Hassan estuviera con nosotros, esto le haría muy feliz”, aunque realmente no entiende que lo que verdaderamente quiere ser su hijo es escritor: “En lugar de ejercer de médico y salvar vidas, quiere inventarse historias”. Pero Baba, al final de sus días y de su enfermedad, acaba por entenderle, sobre todo cuando su hijo le lee parte de sus historias: “Los ciudadanos de Kabul eran ahora esqueletos, esqueletos que vendían asma en el mercado nocturno, esqueletos que bebían tazas de té fuerte, esqueletos que jugaban a las cartas a la luz de la luna. Al pasar yo me saludaban con los dientes apretados por el frío…”. 

Y en la búsqueda de su amigo y su pasado, encuentra a un exhausto Rahim Khan, aún emigrante en Pakistán, quien le cuenta, “Los talibanes son malos, peores… hasta han prohibido volar cometas”. Y le revela: “Hassan a muerto, lo mataron los talibanes como a su mujer… Él solo aprendió a leer y escribir. No quería escribirte una carta hasta que supiera escribir bien”. Finalmente le descubre que Hassan era su hermano, hijo de su padre con otra mujer hazara, historia que su padre ocultó por vergüenza, y esto acaece mientras lee la carta que Hassan le envió: “…Hecho de menos tus cuentos. Te envío una foto mía con mi hijo Shorab. Es un buen chico, Rahim Khan y yo le enseñamos a leer para que no sea un estúpido como su padre. Y cómo dispara con el tirachinas que me regalaste. Pero temo por él, Amir. El Afganistán de tu infancia murió hace tiempo. La bondad se ha ido del país y no se puede escapar a las matanzas, siempre las matanzas. Sueño que Dios nos guiará hacia tiempos mejores, sueño que mi hijo crecerá para ser una buena persona, libre, una persona importante. Sueño que las flores volverán a crecer en las calles de Kabul y que la música volverá a sonar en las casas. Y que las cometas surcarán de nuevo el cielo. Y sueño que algún día volverás a Kabul a visitar de nuevo la tierra de nuestra infancia. Si lo haces, encontrarás a un viejo y leal amigo esperándote. Que Dios te acompañe. Hassan”. Para entonces Hassan había muerto a manos de los talibanes, como a su mujer, y por defender la casa del padre de Amir. 

Por ello, cuando Amir regresa a Kabul, disfrazado con una larga barba talibán, nos dice: “No quiero olvidar nada”. Y tras penurias varias logra que Shorab regrese a San Francisco con su familia. Y la escena final, con la familia volando cometas, donde Amir reproduce las palabras que Hassan le decía a él, y él se las regala a su sobrino: “Tu padre cazaba las cometas sin echar una mirada al cielo. Algunos afirmaban que solo perseguía la sombra de la cometa, pero ellos no le conocían como yo le conocía. Tu padre no perseguía sombras, simplemente ya lo sabía”. Y esa declaración final de amor que Amir hace a Shorab: “Por ti lo haría mil veces”

Cierto, la novela es aquí mejor que la película. Pero es una película digna que, aunque Kalend Hosseini escribió en inglés, la mayor parte de la película prefirió Marc Foster que fuera en idioma dari y pastún, en aras del realismo. Y es una película que se ve con agrado y desagrado, con el agrado de las cometas en el cielo y el desagrado de las sombras en la tierra. Las sombras que dejan en las infancias los fanatismos religiosos y las atrocidades políticas. Y novelas así y películas así nos lo recuerdan…