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sábado, 5 de abril de 2025

Cine y Pediatría (795) “Una estrella fugaz” alrededor de la UCI neonatal

 

Son ya varias las películas comentadas en Cine y Pediatría que vinieron precedidas de conocer a sus directores y de asistir a la presentación de sus películas en el Festival Internacional de Cine de Alicante: Novatos (Pablo Aragües, 2015), una película que aboga por la tolerancia cero frente a las novatadas en las universidades españolas; La historia de Jan (José Bernardo Moll, 2016), una bella historia real contada por los padres de un niño con síndrome de Down con el objetivo de normalizar la diversidad de las capacidades de las personas; y Jóvenes invisibles (Isabel Gemio, 2018), película documental que aboga por hacer visible lo invisible alrededor de las enfermedades de baja prevalencia. Y algo similar ocurre con la película que hoy nos atañe, Una estrella fugaz (Ignasi Guerrero, Arturo Méndez, 2024), una película documental alrededor de Pep, el hijo de Ignasi y Ágata, en lo que es un viaje emocional alrededor de las vivencias en una unidad de cuidados intensivos (UCI) neonatal. Una película que no se pudo estrenar en los cines de todas las provincias de España y que busqué con anhelo, y que encontré tras a conocer a Ignasi y Ágata en la entrega de los 30 Premios Zapping, la fiesta de la comunicación audiovisual en Cataluña.    

Es Una estrella fugaz una película conmovedora y necesaria que nos recuerda la importancia de la vida, el amor y la esperanza que brota cada día entre las paredes de una UCI neonatal, con esa comunión entre profesionales sanitarios, padres, familiares y esos recién nacidos enfermos. Una historia que es una catarsis sobre la pérdida, útil para todos, padres y profesionales sanitarios que viven estas experiencias en las UCI neonatales en los hospitales de toda España y todo el mundo, pero también para el público en general que no conozca de primera mano estas vivencias. A los que somos pediatras y, como en mi caso, hemos ejercido la neonatología, nos toca de frente. Un tema poco habitual y por ello, en el año 2011, y en el marco del Día Europeo del Niño Prematuro, creamos el vídeo “Nuestros prematuros, mucho más que estrellas de cine” en donde queríamos compartir ese mundo lleno de vida entre monitores, bombas de infusión, vías, ventiladores y otras máquinas sofisticadas y que es tan poco conocido, allí donde se curan y cuidan a los pacientes más frágiles de un hospital.  

“Pep murió cuando tenía 4 meses de vida, ahora hace 7 años. Ahora Ágata vuelve a estar embarazada y supongo que por eso he vuelto atrás en el tiempo. Y he recordado todos esos meses en los que estuvimos al lado de Pep, cuando estaba rodeado de cables y máquinas que le ayudaban a vivir. Después de todos estos años, creo que por fin estoy preparado para poder contar su historia. Es la tercera vez que lo intento y creo que esta vez lo conseguiré”. Con esta reflexión de Ignasi, el padre y codirector de la película, comienza Una estrella fugaz, un documental de 84 minutos que mezcla, de una manera dinámica e imaginativa, escenas reales con escenas de animación. 

Porque Ignasi y Ágata esperaban entonces a su segundo hijo, Pep, y durante el embarazo descubren que tiene una cardiopatía congénita y síndrome de Down. A pesar de las dificultades, Pep nace y lucha por sobrevivir durante cuatro meses. El documental sigue a la familia a través de este difícil período, mostrando su amor y dedicación por Pep, así como la esperanza y la fortaleza que encuentran en medio de la adversidad. Y es en el blog “Las orejas de Tití” en el que la madre expresaba sus vivencias, y parte de su contenido queda reflejado en su presentación: “Me llamo Ágata, tengo 35 años y vivo cerca de Barcelona. Estoy casada con Ignasi y soy madre de seis hijos preciosos: Ignasi (2013), Alegría (2015), Francesc (2019), Laura (2021), Miquel (2024) y Pep (2014), que ya está en el Cielo. Pep tenía Síndrome de Down y una cardiopatía compleja que no le dejó quedarse con nosotros mucho tiempo. Pero le tenemos siempre presente en nuestra familia y estamos orgullosos de que forme parte de nuestras vidas”. Y el post más leído de este blog precisamente se titula “Una estrella fugaz, un amor de verano”, que es la carta de despedida de Ágata a su hijo Pep, fallecido una semana antes  

El documental regresa a aquellos momentos y aquellas vivencias en el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona. Allí donde Ignasi busca la historia clínica de su hijo, Pep Guerrero, y se entrevista de nuevo con quien fuera su pediatra referente, nuestro compañero neonatólogo, el Dr. Julio Moreno. Y tras regresar a esa UCI neonatal regresan sus recuerdos del lugar que fue el centro de sus vidas durante cuatro meses. Allí donde contactan con otros padres en situaciones similares de largos ingresos, y uno de ellos le da un buen consejo: “Cuidad de vuestro hijo, pero cuidaos también vosotros. Esto es muy duro y si no estáis bien los dos, tarde o temprano os pasará factura”. Y tampoco olvidan las palabras de otros padres que acabaron perdiendo a su hijo: “Muchas gracias a todos. Ahora os toca luchar a vosotros”. Y no solo retoman el contacto con aquellos padres con los que convivieron en la UCI neonatal, sino también con los profesionales que cuidaron a Pep, como la enfermera Sara, o ese comentario al cirujano cardiaco pediátrico, el Dr. José María Caffarena, quien operaba en jornadas interminables y nadie veía, quien tenía poco contacto con los padres, pero al que le debían muchas vidas. 

En la historia hay muchas declaraciones alrededor de aquella vivencia. Se nos narra que dieron de alta a Pep un 21 de agosto, pero poco después les comunican que hay que adelantar la nueva cirugía cardiaca para un mes después. La nueva cirugía fue bien inicialmente, pero de madrugada les avisaron para otra operación crítica por su coartación de aorta y acaba en ECMO, que esa técnica avanzada de soporte vital que se utiliza para bebés con insuficiencia cardíaca y/o pulmonar grave que no responden al tratamiento médico convencional. Y es cuando Ignasi rememora la torre de bombas de perfusión, el ruido de monitores, toda la instrumentación alrededor de su hijo rodeado de una pléyade de cables,…y sus pensamientos de entonces: “Ágata siempre dice que la fe te ayuda a vivir y te ayuda a morir. Pero yo solo quería que ayudara a Pep a vivir”, “Eran días de mucho cansancio. De dormir poco y llorar mucho. Ágata sufría muchísimo y yo sufría con ella”. Aunque, finalmente, tuvieron que decidir desconectar a su hijo de la máquina que le mantenía con vida, pues la situación clínica no permitía otra salida. Y en el recuerdo, años después, Ágata nos dice: “No solo pierdes a ese hijo y lo que has vivido con él, sino que pierdes todo lo que podría haber sido, toda la vida que ibas a tener con él. Y cada vez que te das cuenta de eso, cuesta”. 

Y en ese post de despedida en el blog “Las orejas de Tití” este mensaje tan esperanzador: “¡Gracias por ser tan agradecido! Cómo vamos a quejarnos por haberte perdido, con la suerte que hemos tenido de conocerte y quererte! Sólo nos queda dar gracias, porque nos has descomplicado la vida, nos has ayudado a ver las cosas con más fe y optimismo, has sido una luz en nuestras vidas. Breve pero intensa. Has sido una estrella fugaz que ha dejado un enorme rastro y nos has dejado a todos embobados en tu camino al Cielo. Nos has demostrado que toda vida puede ser bella a pesar de las complicaciones, sólo hay que tener fe en que las cosas pasan por algo, la vida tiene sentido. Tu corta vida tuvo sentido, nadie me lo puede negar. Fuiste un niño deseado, amado y cuidado y nos hiciste a nosotros un poco (o mejor, mucho) más felices. Ojalá mucha gente se dé cuenta de esto y muchos niños como tú puedan llegar a esta mundo, aunque sea para una estancia corta. Incluso con el dolor de haberte perdido tan pronto, puedo afirmar que soy feliz de haberte conocido y de haber luchado por ti. Y eso me acompañará toda mi vida. ¡Gracias Pep! Cuida de nosotros desde el Cielo”. 

Y los títulos de crédito finales se acompañan de la canción “Tu luz”, al piano Ignasi, el padre de Pep, y con la voz de Ágata, la madre de Pep. Porque esta película deja mucha luz para los momentos de oscuridad a los que se enfrentan los padres, madres y familiares que pierden un hijo en los primeros momentos de su vida. Esta es la esencia de esta pequeña gran película. Y como nos dice en su web promocional: “Queríamos enseñarte el mundo, pero fuiste tú el que nos lo enseñó”.

sábado, 25 de enero de 2025

Cine y Pediatría (785) “Tuesday”, un guacamayo viene a verme

 

La muerte de un hijo siempre es un camino de pérdida doloroso y un duelo complejo de llevar adelante. Desde Cine y Pediatría hemos sido partícipes de películas de muy diversa índole sobre este tema. He aquí algunos ejemplos: La decisión de Anne (Nick Cassavetes, 2009), Alabama Monroe (Felix Van Groeningen, 2012), Más allá de las palabras (Anthony Fabian, 2013) o Asia (Ruthy Pribar, 2020), para acercarnos a la pérdida de un hijo por enfermedad; La habitación del hijo (Nanni Moretti, 2001), El mejor (Shana Feste, 2009), Los secretos del corazón (John Cameron Mitchell, 2010), Tonio (Paula van der Oest, 2016), Madre (Rodrigo Sorogoyen, 2017), Tu hijo (Miguel Ángel Vivas, 2018), Desaparecida (Kim Farrant, 2019) o Mass (Fran Kranz, 2021), para acercarnos a la pérdida inesperada de un hijo por accidente o en situaciones no esperadas; o también la pérdida de un recién nacido al nacimiento en Fragmentos de una mujer (Kornél Mundruczó, 2020) o de un lactante por síndrome muerte súbita del lactante en Un grito en la noche (Marc Foster, 2000) y El amor y otras cosas imposibles (Don Roos, 2009). Pero también, de forma especular, algunas películas abordan el duelo de un hijo ante la enfermedad o fallecimiento de la madre, como es el caso de Mi vecino Totoro (Hayao Miyazaki, 1988), Ponette (Jacques Dillon, 1996), Un monstruo viene a verme (Juan Antonio Bayona, 2016), o Petite Maman (Céline Sciamma, 2021).     

Y esta profusa reflexión al tema de la pérdida de un hijo es para introducir nuestra película de hoy, una película británica muy especial, el debut de su directora en el largometraje: Tuesday (Daina Oniunas-Pusic, 2023), una particular relación entre Tuesday, una adolescente en fase terminal de su enfermedad, su madre Zora y la muerte que les visita en forma de un pájaro de la familia de los guacamayos. Una original reflexión sobre el abordaje de la muerte y el duelo a través de este animal fantástico, y que sin duda es difícil no relacionar con la especial relación ente el niño Connor, su madre enferma y el anciano tejo que no viene a curar a la madre, sino a sanar al hijo, en la película española Un monstruo viene a verme

En la introducción se nos presenta a un pájaro parlante (cuya voz la pone el actor británico Arinzé Kene) de mal pelaje y algo inquietante, parecido a un guacamayo y que puede cambiar de tamaño (de gigante a diminuto), lo que le otorga un carácter fantástico y simbólico y que sirve como un puente entre la vida y la muerte. Así lo vemos en las escenas iniciales cuando visita a personas moribundas que musitan: “Tengo miedo. Tengo miedo. No quiero morir. No quiero morir. El no quería hacerme daño. De verdad que no”. Y enseguida se nos presenta a nuestra adolescente protagonista, Tuesday (Lola Petticrew), postrada entre la cama y su silla de ruedas, con bomba de oxígeno y gafas nasales y al cuidado de una enfermera domiciliaria. Allí donde llega nuestro guacamayo a visitarla y aunque ella le suplica “No me mates, por favor”, la contestación no deja duda: “Debo hacerlo”. Pero le pide que espere que su madre llegue a casa para despedirse, tiempo en el que establecen una particular relación, incluso con momentos de humor para rebajar el drama latente, como la secuencia en la cual la chica comparte marihuana con el loro o aquella otra en la cual el animal rapea junto a Ice Cube la letra de “It Was A Good Day”, “un clásico”, según la definición del visitante alado. 

Cuando regresa la madre, Zora (Julia Louis-Dreyfus), su hija le cuenta lo que va a ocurrir: “Mamá, sé que no puedes lidiar con esto. No estás preparada. Y no sobrevivirás. Debes dejar que te ayude”. Pero la madre no quiere hablar de ello, ni ahora ni nunca, pues ha creado un mundo paralelo a espaldas de su hija, pues no le contó que perdió el trabajo y pasa el tiempo fuera de casa en parques, y tuvo que vender todo el mobiliario del piso superior de la casa para sobrevivir y poder pagar a la enfermera, aunque esta le dice: “A Tuesday le gustaría pasar más tiempo con usted”. Ante la negación de la realidad, tiene que salir el pájaro a explicarle: “Señora, tiene que despedirse de su hija. La vida, toda vida, acaba. No podéis evitar mi llegada”. 

A partir de ahí se suceden una serie de hechos entre fantásticos e insólitos entre hija, madre y el guacamayo, donde la madre hace todo lo posible para que ese momento no llegue, y así se lo hace saber: “No sé qué soy sin ti. No sé cómo es el mundo si tú no estás en él. No tengo la menor idea. Y creo que por eso, no sé, tengo miedo. Estaba luchando por mi propia vida. Pero a ti te quiero mucho más que a mí. Y esta es tu vida y a partir de ahora haremos lo que te convenga a ti. Ya no tienes que soportar más dolor. Y ya no tienes que preocuparte más por mí”. Y se prepara para la despedida cuando el pájaro extiende sus alas sobre Tuesday. 

Pasado el tiempo regresa al guacamayo a visitar a Zora, pero solo para saber cómo está… y la madre le pide morir. “El caso es que, si existe el más allá, lo mejor sería que yo estuviera con ella, que cuidara de ella y estuviera con ella. Y si no existe el más allá, entonces ¿qué pinto yo aquí? Soy insignificante, de verdad. Por favor”. Y el pájaro le responde, mirando el amanecer por la ventana de la habitación de su hija: “Dios no existe. No según el concepto humano. Pero si existe el más allá. El eco que uno deja, su legado, su recuerdo. Eso es el más allá de Tuesday. Tu forma de vivirlo determinará como pervive ella”. 

La película Tuesday nos invita a reflexionar sobre la aceptación de la muerte y el proceso de duelo, utilizando metáforas visuales y elementos oníricos para explorar estas temáticas universales. La representación de la muerte como un pájaro parlante que interactúa con los personajes principales ofrece una perspectiva muy particular y multifacética. Porque el pájaro, en muchas tradiciones culturales y mitologías, se percibe como mensajero entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y su capacidad para volar representa la conexión entre lo terrenal y lo espiritual. Quizás esos cambios de tamaño que experimenta pueda ser un reflejo de la naturaleza de la muerte: a veces abrumadora y otras, una presencia pequeña e íntima que susurra en momentos de soledad, y que también simboliza cómo las personas perciben la muerte de manera diferente según sus emociones y circunstancias. Lo dicho, en Tuesday, un guacamayo viene a verme… lo que ha generado opiniones divididas entre los críticos, con elogios por su originalidad y actuaciones, pero también críticas por su tono y ejecución. Diversidad de opiniones, como el sentimiento y emociones diversas ante la pérdida de un hijo.

 

sábado, 13 de julio de 2024

Cine y Pediatría (757) “Ponette”, duelo y resurrección

 

La historia del séptimo arte está sembrada de actores y actrices infantiles. Pequeños grandes actores que Hollywood ya nos regaló en su cine en blanco y negro, pero que nos sigue regalando en color. Y del que España no ha sido ajeno, y todo ello con sus luces y sus sombras de lo que supone la fama y los premios a tan temprana edad.    

Y entre las grandes interpretaciones infantiles cabe recordar las de Tatum O´Neal en Luna de papel (Peter Bogdanovich, 1973), Rick Schroeder en Campeón (Franco Zeffirelli, 1979), Anna Paquin en El piano (Jane Campion, 1993), Mara Wilson en Matilda (Danny De Vito, 1996), Andoni Erburu en Secretos del corazón (Montxo Armendáriz, 1997), Haley Joel Osment en El sexto sentido (M Night Shyamalan, 1999), Juan José Ballesta en El Bola (Achero Mañas, 2000), Jamie Bell en Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000), Dakota Fanning en Yo soy Sam (Jessie Nelson, 2001), Abigail Breslin en Pequeña Miss Sunshine (Jonathan Dayton, Valerie Faris, 2006), Ivana Baquero en El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006), Nerea Camacho en Camino (Javier Fesser, 2008), Quvenzhané Wallis en Bestias del sur salvaje (Benh Zeitlin, 2012), Waad Mohammed en La bicicleta verde (Haifaa Al-Mansour, 2012), Sofía Otero en 20.000 especies de abejas (Estibaliz Urresola Solaguren, 2023), entre otras muchas más.              

Pero lo que algunos críticos consideran la mejor interpretación infantil de la historia es la de la niña francesa Victoire Thivisol, quien con solo 4 años interpretó la película Ponette (Jacques Dillon, 1996) y por la que fue galardonada con la Copa Volpi (premio a mejor actor o actriz en el Festival de Venecia) más precoz. Pero la epopeya no es tanto por el premio, pues muchos otros niños han conseguido sendos Óscar, Goya u otros galardones por sus papeles, sino por la emoción permanente que supone ver a esta niña viviendo su personaje. Una niña que, como pasa en otras ocasiones, no tuvo una trayectoria sólida posterior en el séptimo arte, y solo se podría rescatar otra aparición de pequeña en Chocolat (Lasse Hallström, 2000), aunque una vez que llegó a la edad adulta, no se ha vuelto a dejar ver en la pantalla grande. 

Ponette es un desgarrador drama sobre esta niña de cuatro años que acaba de perder a su madre en un accidente de tráfico, en la que ambas viajaban juntas. Como su ausencia le resulta insoportable, la niña la llama, le habla, la espera y la busca. En su camino, Ponette vivirá una experiencia que los mayores no pueden entender, pero que le servirá para aceptar el hecho de la pérdida de su madre. Y todo ello con su omnipresente y angelical presencia con el antebrazo izquierdo escayolado y su muñeca Yoyotte, con sus preguntas, sus miradas, sus lágrimas y sus silencios. Una mirada infantil al duelo por la muerte de un ser querido (ni más ni menos que una madre) y la búsqueda de la resurrección. 

Tras salir del hospital acude con su padre al lugar del accidente y éste le dice: “¿Quieres prometerme una cosa? Que nunca te vas a morir”. Y ella le responde: “Puedo escupir para que no te mueras”. Queda al cuidado temporal con una joven tía viuda y sus dos primos, Delphine y Mathias. Destacan las conversaciones, casi metafísicas, sobre la vida, la muerte y la resurrección de estos tres pequeños, y así lo explican: “Ponette juega a esperar a su madre”. Y, aunque no la entienden, ella mira al cielo y demanda a su madre: “Ahora se han ido todos. Podrías venir. Podrías hacer el esfuerzo”. Y les dice a todos que su madre vuelve a verla todas las noches en sus sueños y que regresará volando. 

Ante esta situación que persiste en el tiempo, el padre de Ponette le habla con crudeza: “Dios no habla con los vivos. Dios es para los muertos… Debes volver al mundo conmigo, con tus primos y con los seres vivos. No te quitará la pena inventar historias”. Y en el colegio conoce a otros compañeros, entre ellos a Ada, la niña judía que lo sabe todo de Jesús y a la que pide consejo, pero también a algún compañero más cruel con sus sentimientos: “Cuando una madre muere es porque su hija ha sido muy mala, malísima ¿entiendes?”. Y es que también en la infancia se puede esperar todo, bueno y malo, por lo que nuestra protagonista llega a confesar: “Tengo ganas de desaparecer para siempre. Para ir a ver a mi madre”

Y es así como Ponette se constituye en un cuento tan cruel como maravilloso que se adentra en la muerte, el duelo y la religión a través de la humilde e inocente mirada de la infancia, con ese espíritu que tuvimos todos alguna vez en nuestro intento por comprender la vida. Y nuestra protagonista juega repitiendo la expresión “talitha qum”, las palabras que resucitaron a la hija de Jacob… y al final consigue ver a su madre (Marie Trintignant, hija del actor Jean-Louis Trintignant, la que, poco años después de esta película, tuvo una triste experiencia con su muerte), quien le trae un jersey rojo y un gran consejo, que repite a su padre: “Me ha dicho que aprenda a estar contenta”. Un final, antes del fundido en blanco, tan desgarrador y bello como la interpretación de Victoire Thivisol. Sin duda, ya, inolvidable (eso sí, para captar toda la esencia, es preciso ver la película en versión original, aconsejable siempre, pero más aquí) cuando llora, cuando reza o cuando se chupa el pulgar del brazo escayolado. 

Bendita infancia…, pero a veces con un cruel devenir.

 

sábado, 9 de diciembre de 2023

Cine y Pediatría (726) “Close”, tan cerca y tan lejos…


Entre los ya numerosos directores y directoras que ocupan un lugar especial en Cine y Pediatría por su especial vinculación a los alrededores de la infancia, adolescencia y familia (el japonés Hirokazu Koreeda, el español Montxo Armendáriz, el estadounidense Robert Mulligan, la francesa Céline Sciamma, los belgas Jean-Piérre y Luc Dardenne, el noruego Ruben Östlund, el canadiense Jean-Marc Vallée, entre otros) habría que ir sumando un nombre más. Hablamos del joven director y guionista belga Lukas Dhont, quien tras fajarse en cortometraje nos dejó una ópera prima maravillosa, Girl (2018), un milagro de sentido y sensibilidad para mostrarnos la transexualidad de su protagonista (fundamentada en una historia real, una adolescente que nació en el cuerpo equivocado) donde se muestra y no demuestra, donde se refleja pero no se reivindica. Y que ha regresado hace poco - y con estas mismas señas de identidad - en lo que es su segundo largometraje: Close (2022), película multipremiada y que incluyó su nominación por Bélgica para el Óscar a mejor película internacional (también lo hizo por Irlanda ese mismo año la película comentada la semana pasada, The Quiet Girl). 

Es Close la historia de amistad especial de dos adolescentes de 13 años, dos chicos angelicales, uno rubio, Léo (Eden Dambrine), el otro moreno, Remi (Gustav de Waele). Y tras ese verano luminoso en que fueron inseparables regresan a la escuela donde los prejuicios destruyen la amistad y algo más, y todo se vuelve oscuro. Una historia de amor en su forma más libre, como solo la infancia permite, pero que no aborda ninguna relación homosexual, sino una relación afectuosa entre varones, que resultó ser dulce y devastadora. Y donde tienen que afrontar las preguntas de los demás compañeros: “¿Estáis juntos? Me interesa porque para ser buenos amigos se os ve demasiado unidos”. Preguntas y dudas que afectan más a Léo que a Remi, con crueles murmullos entre los demás: “Me llamo Léo y soy marica”.

Y lo que era una feliz amistad de dos chicos y sus familias, acaba en una tragedia narrada con la contención, delicadeza, sutileza y autenticidad a la que su director ya nos acostumbró en Girl. Y Léo tiene que digerir lo ocurrido y su grado de culpa… y sus dudas: “¿Tú crees que le dolió?”. E intenta descargar su furia con ese nuevo deporte al que se ha apuntado, el hockey sobre hielo. Y todos sospechan lo ocurrido, pero es una sociedad en la que los conflictos se afrontan con educación y respeto. Incluida esa pregunta de la madre de Remi a Léo: "¿Qué pasó entre vosotros?”…, a la que él no contesta. Pero esa especial relación continúa cuando la va a visitar a casa y le pregunta: “¿Puedo ir a su cuarto?”. 

Solo cuando Léo lograr llorar es cuando comienza a soltar su rabia y sentimiento de culpa: “Le echo de menos… Fue culpa mía, lo rechacé”. Y el abrazo salvífico entre lágrimas de ambos, nos conduce a ese final donde nuestro protagonista nos mira a la cámara, cómo lo hiciera en su momento Antoine Doinel en Los cuatrocienteso golpes (François Truffaut, 1959) y luego también el niño protagonista de Mi mejor amigo (Ferit Karahan, 2021). Allí fue con el fondo del mar o de la nieve de Anatolia, aquí con un campo de flores. 

Una historia que cuenta con la contención de sus dos jóvenes actores debutantes, especialmente Edén Dambrine, sobre el que recae todo el peso de la historia, y con el que sentimos esa asepsia emocional de un preadolescente que le cuesta seguir adelante y cuya vida se ha puesto en pausa. Muy bien acompañados por las actrices Emilie Dequenne, como madre de Remi, a quien recordamos en aquel otro gran debut que tuvo de adolescente como protagonista de la película Rossetta (Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne, 1999) y que le valió el premio de Cannes a mejor actriz; y por Léa Druker, como madre de Léo, y a quien recordamos como la protagonista de Custodia compartida (Xavier Legrand, 2017), otra historia contundente alrededor de las custodia de los hijos en los matrimonios separados.  

Es Close una película que nos transporta, con su giro de guion, a una de las experiencias más personales, sentimentales y dolorosas del año, y ello entre paseos en bicicleta, campos de flores, hockey sobre hielo, susurros y culpabilidad. Una obra sencilla en apariencia, noble en su propuesta, profunda en la indagación de la psicología de sus personajes, y que viene a remarcar el saber ser y estar del cine en francés, en general, (ojo, Close es bilingüe, en francés y en flamenco, razón de más para ver en versión original), y del cine belga en particular. Y baste recordar Un pequeño mundo (Laura Wandel, 2021), con el que tiene también algunos puntos de contacto por esa crueldad que se deriva de los patios de recreo. 

Y con Close nos sentimos tan cerca de sus personajes y deseamos sentirnos tan lejos de esa experiencia. Es la dualidad que nos devuelve el buen cine. Porque parece que las normas de la amistad adolescente masculina tiene unos códigos diferentes a los de la amistad femenina. Y Girl y Close son dos películas de Lukas Dhont ancladas en la pubertad sobre cómo la mirada ajena repercute en la construcción de nuestra identidad. 

 

lunes, 13 de noviembre de 2023

Grupos de Apoyo al Duelo Perinatal

 

El 15 de octubre se celebra el Día internacional de las Pérdidas Gestacionales y Neonatales. Un día simbólico para el recuerdo a los niños que murieron antes de nacer o quienes perdieron la vida prematuramente. También rinde homenaje a las familias que han sufrido esta pérdida, en lo que es un dolor silencioso. 

Porque la pérdida de un hijo es una muerte antinatural para la que nadie está preparado y produce un gran impacto emocional y mental. Las madres y parejas que lo han sufrido tienen un alto riesgo de duelo complicado y es una de las principales causas de sufrir estrés postraumático. Un tema sobre el que ya hemos hablado hace una década, cuando nos sumábamos a romper el silencio frente a este duelo, que existe, debe ser conocido y debemos formarnos para apoyarlo. Porque en España se estiman más de 3.000 muertes perinatales-neonatales y más de 83.00 abortos espontáneos anuales.  

Y por ello los Grupos de Apoyo al Duelo Perinatal son importantes, equipos formado por un equipo multiprofesional (matronas, enfermeras, ginecólogos, neonatólogos, psicólogos, etc.) que trabaja para ofrecer una buena atención, acompañamiento y seguimiento de estas pérdidas y para visibilizar su importancia. Porque el duelo perinatal sigue siendo un tema tabú, de hecho, es un proceso que tiende a ser invisibilizado, lo cual no se ajusta a la realidad social. 

Y en ese sentido, la semana pasada se organizó en el Hospital General Universitario Dr. Balmis de Alicante una reunión intensiva con cuatro mesas redondas: Interrupción de embarazo, Proyecto brazos vacíos, Vivencias de duelo perinatal, Despedida del bebé ¿y después qué? 

Porque todo esfuerzo es poco para la humanización de la atención en la muerte perinatal (aquella que ocurre entre las 22 semanas de gestación y los 7 primeros días del bebé) y neonatal (muerte del bebé dentro del periodo que va desde el nacimiento hasta los 28 días después de este). Y sobre ello hace poco nuestras EIR (enfermeras internas residentes) realizaron una sesión formativa, pues vale la pena aprender el valor de formarse en este tema desde el principio. 

Y en este sentido cabe recordar que ya hay información relevante, como este Manual de acompañamiento en el duelo perinatal para profesionales, realizado por profesionales de varios hospitales de Barcelona.
 

miércoles, 18 de enero de 2023

Humanización de la atención en la muerte perinatal y neonatal


Hace justo 10 años publicábamos un post en este blog titulado “Rompamos el silencio: apoyando el duelo por la muerte gestacional y perinatal”. Y ello porque la muerte de un hijo durante el embarazo, durante el parto, al poco tiempo de nacer o por interrumpir un embarazo por incompatibilidades con la vida es una de las experiencias más duras y menos esperadas que tienen que vivir unos padres. Todos los planes que tenías para el futuro con tu bebé desaparecen en un instante y lo que queda es un vacío que parece que jamás se llenará. Nadie puede vivir por ti este momento tan doloroso que te ha tocado, pero algunos grupos españoles (como "Umamanita" o "Petits amb llum") apoyan estos momentos.    

Las estadísticas señalan que según datos aportados por diversos organismos, en España se estiman más de 3.000 muertes perinatales-neonatales y más de 83.00 abortos espontáneos anuales. Por ello hoy quiero compartir esta sesión realizada por las residentes de enfermería (EIR) de nuestro Hospital General Universitario Dr. Balmis de Alicante y que tiene dos objetivos: 1) describir las intervenciones más apropiadas para humanizar la asistencia de los profesionales sanitarios a las familias que sufran la pérdida de un hijo en el periodo neonatal; y 2) proporcionar a los profesionales sanitarios los conocimientos básicos sobre la muerte perinatal y neonatal, concienciar sobre la importancia del papel de los profesionales en la elaboración del duelo y dar seguridad a los profesionales proporcionándoles un instrumento de apoyo en situaciones de este tipo. 

Una sesión que os invito a revisar (la compartimos debajo), pues abordar aspectos muy prácticos como la habitación de despedida, cómo manejar la comunicación verbal y no verbal en estas situaciones, las frases a usar y las frases que evitar, qué hacer y qué no hacer, los cuidados del bebé y la caja de recuerdos, la posibilidad de donación de leche materna, los grupos de apoyo a los padres y también el cuidado emocional del profesional. 

Enumeramos las conclusiones de esta interesante sesión clínica: 
- En los últimos años se está adquiriendo una mayor sensibilización, han aumentado los estudios y las medidas y planes con el objetivo de mejorar la humanización en la atención del duelo perinatal y neonatal. 
- Los profesionales sanitarios jugamos un papel fundamental durante este proceso proporcionando disponibilidad, apoyo emocional y respondiendo a las necesidades físicas, emocionales, psicosociales y espirituales del recién nacido y su familia mediante la creación de un entorno confortable y la humanización de los cuidados. 
- Es necesario la formación de los profesionales sanitarios en el acompañamiento a familiares durante la muerte perinatal o neonatal y apoyo al personal sanitario tras este tipo de situaciones.

sábado, 5 de noviembre de 2022

Cine y Pediatría (669) Cuando menos es ”Mass” en busca de respuestas entre el duelo y el perdón

 

La ópera prima de Fran Kranz (como guionista y director) pone a dos parejas de adultos frente a frente en un ambiente minimalista de un cuarto, en la que basta una mesa y cuatro sillas para que la película nos transporte a casi dos horas de diálogos cruzados en lo que es una gran película y un gran descubrimiento fílmico en unos años pandémicos de profunda sequía de buenas películas. La película lleva por título Mass (Fran Kranz, 2021) y se constituye en un encuentro terapéutico para que estos dos matrimonios intenten seguir adelante con sus vidas en una montaña rusa de emociones que vamos descubriendo a medida que transcurre el metraje y donde sus vidas familiares se han visto destruidas tras una devastadora tragedia, ya no infrecuente en una sociedad como la estadounidense. Es por ello que esta película navega por temas como la culpabilidad, la desolación, el dolor, la curación por la palabra y los recuerdos, o la crítica a la violencia imperante en un país donde el consumo de armas está a la orden del día y con la que crecen las nuevas generaciones. 

Mass es un drama intimista en el que dos parejas desnudan su corazón y hacen frente a sus peores traumas. Se trata de una de estas pequeñas maravillas de guion y de interpretación actoral (actores reconocidos, aunque poco conocidos, que se dejan la piel) que nos sumerge en el vaivén emocional de lo que se narra y que tardaremos en olvidar. Un film que no cabe duda que llegará a ser una obra de teatro y que, como tal, cabe dividirlo en tres partes casi simétricas, con su introducción, nudo y desenlace. 

Introducción: presentación de los personajes. 

En una tarde de otoño tres personas preparan una reunión en una pequeña habitación de la iglesia parroquial anglicana. Una de ellas entendemos que pueda ser una mediadora social y, por las cuatro sillas que se acondicionan, entendemos que es el número de personas que se van a encontrar. Unos pañuelos de papel solicitados nos indican que la emoción es posible que brote en el encuentro. 

La primera pareja que llega, Jay (Jason Isaacs) y Gail (Martha Plimpton), tienen dudas y ella se pregunta: “¿Qué es lo que hacemos aquí?”. Luego llega la segunda pareja, Richard (Reed Birney) y Linda (Anna Dowd). Las absurdas frases hechas para quedar bien cuando nadie es capaz de dar el primer paso marcan la tensión, pero ni las flores regaladas ni las fotos de familia que se comparten como telón de una cordialidad forzada impiden que llegue el momento de la verdad con esta afirmación de Gail: “Queremos escuchar y cerrar las heridas”. Y por fin, reconocemos lo que quizás ya intuíamos: “¿Por qué quiero saber de tu hijo? Porque mató al mío”; y Jay añade: “Creo que necesitamos saber cómo pasó. Necesitamos que nos ayudéis”

Nudo: los hechos. 

Jay y Gail tienen dos hijos, Evan y Sophie; Richard y Linda tiene dos hijos, Steve y Hayden. Evan y Hayden iban al mismo instituto… y ahora están allí hablando de ellos, de forma que la tensión crece en cada diálogo cruzado entre los cuatro, donde cada uno manifiesta su tristeza, su desolación, su dolor, sus reproches. El objetivo de encontrar un culpable para sentir su propia culpa evaporarse y el intento de justificar lo que ocurrió por parte de Richard y Linda. 

En la narración conocemos la timidez de Hayden, su falta de amigos y el acoso escolar que sufrió al cambiar de residencia, y cómo se sumergió en los juegos de ordenador a los 13 años. Porque era el diferente y los padres intentaron ayudarle, pero cualquier terapia reforzaba su negatividad. Y los padres de Evan se sinceran: “Decidimos no litigar. Pero eso no significa que no queramos veros sufrir. Queremos que os castiguen. Queremos que os duela”. Pero los padres de Hayden nunca sospecharon que su hijo pasaría de tener ideas suicidas a ideas homicidas, y por ella Linda exclama: “Muchas veces desee que me hubiera matado también a mí. Pero nos quería. Nos lo dijo. Dijo que sentía hacernos pasar por todo eso”. No era un psicópata, era empático y sufría; no hubo negligencia familiar ni maltrato, e intentaron ser buenos padres y apoyarle. 

Pero nada impidió que fabricase una bomba y se proveyera de armas de fuego, de forma que en aquella clase murieron por la explosión directa tres alumnos, y siete más por los disparos. Diez muertos, uno de ellos Evan, y uno más, el once al que nadie lloró (salvo sus padres): Hayden. Y Linda recuerda como nadie quería enterrar a su hijo y todos les hicieron sentir avergonzados: “Y no dije nada porque no sabía qué decir. Y pido perdón. Jamás creí tener algo que decir los bastante bueno”. 

Desenlace: la salvación del perdón. 

Y tras esa catarsis emocional que nos conmociona como espectadores (y como padres), llega la lamentación de Gail: “Le prometí a mi hijo que su vida significaría algo, que sería en vano. Que por él, por todos ellos, las cosas cambiarían. Pero no ha cambiado nada. La diferencia es que se ha ido”. Y esas palabras de perdón y el abrazo sanador, que trata de suturar las heridas abiertas a golpe de reproche por el dolor más intenso: la pérdida de un hijo, en un caso como víctima y en otro como victimario

Esta película es un claro ejemplo de que menos es “mass”, en un juego de palabras. Porque Mass es una montaña rusa cinematográfica, cuya subida es lenta, pero la bajada es tremenda y puede dejar sin respiración. Por ello ha recibido un gran recibimiento por la crítica y el público, fundamentado en su guion y uno de los repartos más proporcionados y generosos que se han visto últimamente en el cine, una actuación a ritmo de jazz donde cada uno de los cuatro protagonistas sacan melodía en conjunto, a la vez que cada uno tienen su “solo” y su momento de gloria. Los Premios de la Academia se olvidaron de nominar el guion y a sus protagonistas, pero ya sabemos que los Óscar son capaces de hacer esas cosas, como también de dar el premio a mejor película a un remake que aporta poco: pero eso será una historia para la próxima semana. 

Porque hoy cabe destacar a Mass como una experiencia dolorosa y catártica, honesta y minimalista (un solo escenario y ausencia de deliberada de banda sonora), un viaje en busca de respuestas entre el duelo y el perdón. Una película exigente como espectadores, tanto física como emocionalmente, que nos redime con el buen cine y que plantea amplios debates.

 

sábado, 18 de junio de 2022

Cine y Pediatría (649) “Petite Maman”, infancia grande

 

Es Céline Sciamma una guionista y directora de cine francesa con cinco largometrajes en su haber. Una directora minimalista con una especial sensibilidad al contar sus historias, historias de mujeres (niñas, adolescentes y adultas, en ocasiones con conflictos con su identidad de género). Estos cinco largometrajes son: Lirios de agua (2007), Tomboy (2011), Girlhood (2014), Retrato de una mujer en llamas (2019) y Petite maman (2021). Y ya las tres primeras forman parte de la colección de Cine y Pediatría, y hoy vamos a comentar su última obra. Es por ello que de esta forma se sube al podio de directores más prolíficos en nuestras películas sobre la infancia y adolescencia, cuyos primeros lugares los ocupan el japonés Hirokazu Kore-eda y el español Montxo Armendáriz. Cabe añadir que Céline Sciamma también colaboró como guionista en una joya de la animación suiza por título La vida de Calabacín (Claude Barras, 2016).     

Y con esta introducción es más fácil introducirse en Petite maman, cinta ganadora del Premio del Público en el Festival de San Sebastián de 2021. Su especial sensibilidad para retratar a la mujer y la infancia aquí da un paso más, al imaginar otros caminos para las muestras del amor de una hija por su madre a partir del encuentro imposible entre ambas cuando tienen la misma edad. Allí donde el telón de fondo de esta conmovedora historia es ese deseo de los niños de conocer de verdad a sus padres, de entenderlos y de saber cómo eran de pequeños. 

Petite maman nos cuenta, desde el inicio de la película y con un poesía visual muy concisa, el gran amor y complicidad de Nelly (Joséphine Sanz), una niña de 8 años, y su madre. La abuela materna acaba de fallecer en una residencia de ancianos. Y regresan a la casa de la abuela para poner las cosas en orden; allí su madre rememora su infancia a través de los recuerdos que seguían guardados. Mientras Nelly ayuda a sus padres a vaciar la casa, su madre se marcha algo deprimida y se queda sola con el padre, a quien le dice: “No es que te olvides, es que no escuchas”. Y Nelly explora intrigada el bosque que la rodea, donde su mamá solía jugar de pequeña; allí encuentra a otra niña de su edad, con el mismo nombre que su madre, Marion (Gabrielle Sanz, hermana real de Joséphine, de ahí su gran parecido), y la inmediata conexión entre ambas da paso a una preciosa amistad. Juntas construyen una cabaña en el bosque y, entre juegos y confidencias, desvelarán un fascinante secreto. 

Es otoño en el bosque y Nelly y Marion construyen una cabaña con ramas de árboles. Inventan juegos, inventan historias, interpretan historias de una edad superior a la suya, tienen confesiones. Y descubrirá que, al otro lado del camino que cruza el bosque, hay una casa idéntica a la suya, donde vive la abuela que acaban de enterrar, también rejuvenecida. El mundo se duplica entonces en dos caras de un mismo espejo, iguales, aunque una pertenezca al reino de lo virtual y sea, por lo tanto, frágil. “Me gustaría ser actriz… Es mi sueño”, nos dice Marion, quien está pendiente de una operación en tres días. Navegan hasta el interior de una pirámide en un río, antes de que Marion prepare su maleta para ir a la operación: “Tú no has inventado mi tristeza”, le dice a Nelly. La simetría entre mundos es prácticamente incuestionable. Las dos niñas tienen casi los mismos atributos físicos y los sendos hogares se distinguen solo por un trozo de papel pintado en la cocina. Y llega una extraña confesión de Nelly a su amiga: “Tengo un secreto… Eres mi madre. Soy tu hija”. 

Y regresa la madre, quien le dice a su hija: “Perdón por irme si ti. Quería verla por última vez”. Y el abrazo final de madre, Marion, e hija, Nelly. Y nos quedamos pensando en esta experiencia transformadora que hemos vivido mientras salen los títulos de créditos y suena la canción “La Musique du Futur” interpretada por la Maitraise Notre-Dame de Paris. 

Porque el talento de Céline Sciamma para atrapar la sensibilidad infantil ya nos había quedado claro con sus primeras películas y su labor en el guion de La vida de Calabacín. Ahora queda subrayado al introducirnos en la fantasía y la perspectiva de la pequeña protagonista, donde espacio y tiempo se conjugan para llevarlos a una dimensión fantástica en el vínculo entre una niña y su madre, luego de la muerte de un ser querido. Porque Nelly se convierte en la pequeña madre del título para acompañar a su progenitora en el dolor y, de alguna manera, para transitar su propio duelo. Jugando en el bosque se encuentra con su madre a su misma edad y traza con ella una fuerte amistad que la ayuda a comprenderla emocionalmente. Por ello Petite maman es una fábula fantástica que apela al duelo con sencillez, con poesía, con pequeños gestos y cierto misticismo. Una peculiar dimensión en la que aparecen y desaparecen personajes y cambian los tiempos y espacios. 

El gran descubrimiento es el de las dos niñas hermanas en la vida real como Joséphine y Gabrielle Sanz que interpretan a Nelly y Marion respectivamente, que se mueven con una gran naturalidad en ese bosque perteneciente al parque natural Regional del Vexin, cercano a París. La dirección de jóvenes actrices es un don que ya ha demostrado Céline Sciamma en sus tres primeras películas. 

No es Petite maman una película al uso, ni ordinaria. Más bien nos rompe los esquemas y por ello se convierte en extraordinaria al mezclar realidad y ficción para procesar el misterio de la vida a través del misterio del cine. Una poética visión con formato de fábula realista que reflexiona sobre las relaciones madre-hija y del duelo a través de la grandeza de la infancia. Una de esas películas que dan sentido a la expresión menos es más.

lunes, 23 de mayo de 2022

Apoyo al duelo perinatal

 

La muerte de un hijo durante el embarazo, durante el parto, al poco tiempo de nacer o por interrumpir un embarazo por incompatibilidades con la vida es una de las experiencias más duras y menos esperadas que tienen que vivir unos padres. Es un tema delicado condicionado por numerosos factores. Todos los planes que tenías para el futuro con tu bebé desaparecen en un instante y lo que queda es un vacío que parece que jamás se llenará. Nadie puede vivir por ti este momento tan doloroso que te ha tocado, pero hay grupos que han nacido para que estos padres se sientan entendidos, apoyados y reconocidos. Un ejemplo es Umamanita, y también la Red el hueco de mi vientre o Amanecer

Esta pérdida puede desencadenar reacciones de duelo en los progenitores y situaciones de difícil manejo para los profesionales sanitarios. Son duelos que reciben escasa consideración y que pueden complicarse dando lugar a trastornos psiquiátricos. Por ello, es necesario conocer el significado de la pérdida perinatal desde la perspectiva de los progenitores para no caer en posturas paternalistas o en protocolos dogmáticos que consideran iguales a todos los progenitores ante pérdidas a las que ellos atribuyen significados diferentes. Las actitudes hacia la pérdida perinatal varían según las expectativas de los progenitores, la prosperidad de la sociedad en que viven, y la cultura a que pertenezcan. Además, la mayoría de religiones conceden escasa atención a las pérdidas perinatales, y no hay rituales concretos, sea catolicismo, islamismo, judaísmo, hinduismo o budismo. 

Conocidos son las múltiples manifestaciones del duelo (físicas, emocionales, conductuales, psicológicas y/o espirituales), así las complicaciones posibles ante un mal duelo (complicaciones físicas, psicológicas y/o psiquiátricas). Cada persona es diferente, como lo es su apego con el recién nacido o el no nacido, y también lo es su manera de afrontar la pérdida. Por lo tanto, el aprendizaje de los profesionales para desenvolverse en estas situaciones tiene que ver con saber estar, escuchar y comprender la pena ajena. Sin embargo, hay que ser conscientes de que la intervención hospitalaria es muy recortada, y que en la mayoría de los casos solo da tiempo a prestar unos "primeros auxilios psicológicos", que no eliminan el dolor de la pérdida pero sí facilitan el comienzo del proceso de duelo. Como nos recuerda López García de Madinabeitia, el equipo hospitalario deberá gestionar que tras el alta los progenitores tengan unos cuidados físicos y emocionales que den continuidad a los iniciados durante el ingreso para poder asimilar progresivamente lo vivido y seguir adelante con su vida. Los profesionales deben saber que "los padres nunca olvidan la comprensión, el respeto y el calor genuino que recibieron de los cuidadores, que llega a ser tan duradero e importante como los recuerdos materiales del embarazo perdido y de la corta vida de su bebé". 

Es por ello que desde las Unidades Neonatales se debe trabajar el apoyo al duelo perinatal. Y así se viene realizando desde hace años por el equipo de profesionales sanitarios de nuestra UCI Neonatal del Hospital General Universitario Dr. Balmis de Alicante, que con sus acciones acompañan a los padres y familiares en este camino. Y se trabaja con la presencia, la información, la caja de recuerdos, la ceremonia de despedida, la vuelta a casa y las revisiones tras el alta.

Y como nos recuerda Colin Murray Parkes, psiquiatra británico y autor de numerosos libros y publicaciones sobre el duelo: "El dolor del duelo es tan parte de la vid como lo es la alegría del amor; es, quizás, el precio que pagamos por el amor, el coste del compromiso".

sábado, 21 de mayo de 2022

Cine y Pediatría (645). “Desaparecida”, el dolor suspendido

 

El duelo es inevitable y necesario cuando perdemos a un familiar o ser querido. Y conocemos las fases de este duelo cuando la pérdida deviene de la muerte de un familiar o amigo. Pero bien distinto es cuando la pérdida proviene de una persona desaparecida, porque aunque no haya rastro de esta persona (y no se sabe si está viva o no), la elaboración del duelo es más complicada. Y donde una de las preguntas más frecuentes en un duelo por personas desaparecidas es la de ¿cómo aceptar la pérdida de mi ser querido si no tengo la certeza de que no está? 

Es así que el duelo por personas desaparecidas es un dolor suspendido porque se trata de un sufrimiento al que le ponemos pausa cada vez que recobramos la esperanza de encontrar a ese ser querido. Pero este dolor suspendido (pausado o intermitente) es quizás aún más complejo, porque esa carga y descarga origina un profundo estrés y una complicada angustia, entre la espera y la lucha. Y alrededor de estas personas desaparecidas han aparecidos películas que abordan el tema desde distintas perspectivas, desde diferentes géneros y formatos, y de distintas geografías. 

Uno de los ejemplos más paradigmáticos y de calidad es la película Desaparecido (Costa-Gravas, 1982), donde Jack Lemmon y Sissy Spacek buscan desesperadamente a su hijo en Chile durante el golpe de estado del presidente Salvador Allende. Pero hoy cambiamos de género, y trataremos aquellas películas en el que es una mujer (generalmente una hija) la desaparecida. Y con ese título en español, Desaparecida, se constatan varias películas en la gran pantalla y televisión. Realizamos una breve reseña de ellas (en las que incluiremos el título original, pues la concordancia de títulos es uno de los problemas de la traducción de las películas).

Y vale la pena comenzar con la última: Desaparecida (Angel of Mine, Kim Farrant, 2019), película australiana que tiene de protagonista a Noomi Rapace (conocida por interpretar a Lisbeth Salander de la trilogía Millennium) en el papel de Lizzie, esa madre obsesionada por la muerte de su hija tras dar a luz y coincidir en ese momento un incendio en la Maternidad. 

Lizzie no ha conseguido superar el duelo por la pérdida traumática de esa hija, y ahora se encuentra como una mujer frágil y divorciada. Su problema se acucia cuando un día ve a Lola, una niña de 7 años en la que cree ver cierto parecido físico y acaba por convencerse de que es su hija. Conforme su obsesión va creciendo (“¿No crees que nos parecemos?”, le llega a decir a la niña) llega a acosar a esa familia, lo que le crea problemas y la catalogan como demente. Y, entre lágrimas, Lizzie confiesa a la madre de Lola: “Tendrás que matarme porque no pienso parar… Yo sé lo que sé. No tienes ni idea lo que es perder un hijo. Pasas cada día sintiendo que te falta una parte de ti misma. Vives con un dolor que tú crees se parece. Perdí a mi niña, perdí a mi marido, mi matrimonio. Quieren quitarme a mi hijo. Perdí mi trabajo. Ni siquiera puedo tener una cita. No puedo sentir, no puedo dormir, no puedo comer. Antes era divertida. Desde hace siete años todos dicen que estoy loca, pero yo sé lo que es mío…”. Y es así como se constituye en un thriller psicológico con un final inesperado que cabe no descubrir.

Desaparecida (The Factory, Morgan O´Neil, 2011), película made in USA sobre asesinos en serie, inspirada en hechos reales y donde el detective Mike Fletcher (John Cusack) investiga la desaparición de ocho prostitutas callejeras adolescentes en Búfalo, que paradójicamente es conocida como “la ciudad más amistosa del país”. Y donde también secuestran a su hija Abby, de 17 años, al ser confundida con una prostituta más. Una película tan gélida y escalofriante como ese Búfalo nevado alrededor del Día de Acción de Gracias. Un asesino en serie que robaba FSH, heparina y suplementos vitamínicos para formar una “familia” con las prostitutas secuestradas y con sorpresas incluidas en este thriller sórdido que también mejora con la música de Mark Isham. 

Desaparecida (Elsewhere, Nathan Hope, 2009), película estadounidense de bajo perfil, cuyo principal baza es la actuación de Anna Kendrick en el papel de Jillian, esa adolescente que ha estado conociendo hombres a través de internet y que desea salir de la pequeña ciudad en la que vive, un lugar donde han desaparecido ya varias jóvenes. Un día desaparece y su búsqueda parte de las únicas pistas de su diario y un mensaje encriptado enviado desde su móvil. 

Desaparecida (Spoorloos, George Sluizer, 1998), película holandesa basada en la novela “Het gouden ei” del afamado periodista Tim Krabbé. Un film bastante desconocido y con una estructura narrativa particular, donde el misterio no está en descubrir quién es el asesino o secuestrador, sino en descubrir qué le pasó a la víctima. Allí donde Saskia, la novia de Rex, desaparece sin dejar rastro en una gasolinera, y tres años después deviene una particular relación con Raymond, el escalofriante secuestrador. Un nuevo thriller psicológico, claustrofóbico y próximo al terror, precisamente porque le podría ocurrir a cualquiera. Y por ello se ha convertido en una película de culto. 

Curiosamente, el propio director George Sluizer realizó años después un remake estadounidense bajo el título de Secuestrada (The Vanishing, 1993) y, aunque contó con un gran elenco actoral (Jeff Bridges, Sandra Bullock y Kiefer Sutherland), la copia estuvo por debajo del original, lo cual no es algo inhabitual. 

A estos títulos habría que añadirle alguna más, con pequeñas variantes, como Plan de vuelo: desaparecida (Fligthplan, Robert Schwentke, 2005), donde una desesperada madre (Jodie Foster) intenta encontrar a su hijo en medio del vuelo que las llevaba de Berlín a Nueva York. 

Y aparte de estos largometrajes, cabe indicar un buen número de series televisivas con un motivo y título similar: las estadounidenses Desaparecida a los 17 (Missing at 17, Doug Campbell, 2013), Desaparecida en el paraíso (Gone Missing, Tara Miele, 2013), Desaparecida (Vanished, Josh Berman, 2006) y Desaparecida en la noche (Gone in the Night, Bill L. Norton, 1996); las francesas Desaparecida (Monsieur Max et la Rumeur, Jacques Malaterre, 2014) y Desaparecida en Pyla (La disparue du Pyla, Didier Albert, 2014); la alemana Lena Lorenz: desaparecida sin dejar rastro (Spurlos verschwunden, Thomas Jauch, 2016); la austriaca Desaparecida (Vermisst-Alexandra Walch, 17, Andreas Prochaska, 2011); la española Desaparecida (Manuel Palacios y otros, 2007); la canadiense Adolescente y desaparecida (Seventeen & Missing, Paul Schneider, 2006); la británica Principal sospechoso: la niña perdida (Prime Suspect: The Lost Child, John Madden, 1995); entre otras. 

Porque el duelo por una persona desaparecida no es un asunto simple. Todo lo contrario. Se trata de un dolor que es difícil describir con palabras. Y donde tampoco parece fácil describir con imágenes e historias, o al menos es lo que se confirma al revisar las películas que han tratado este tema. Un asunto que se ha enfocado principalmente desde la perspectiva de thriller con connotaciones psicológicas.

     


sábado, 10 de julio de 2021

Cine y Pediatría (600). “Más allá de las palabras” están los hechos

 

“Supongo que mi función en la familia es la de pegamento. Siempre intento que todos se mantengan unidos”. Con esta reflexión se nos presenta María Fareri (Olivia Steele-Falconer), una adolescente de 13 años, hija menor del matrimonio Fareri, un familia estadounidense bien posicionada y donde sus hermanos trillizos pronto irán a la Universidad de Boston. Reconocemos que John, el padre (David Duchovny), es constructor y se casó de segundas nupcias con Brenda, quien aportaba hijos trillizos. Y María es la hija menor malcriada en el buen sentido, que se nos presenta repleta de felicidad y responsabilidad. 

Así comienza la película Más allá de las palabras (Anthony Fabian, 2013), basada en hechos reales y que nos narra la emotiva e inspiradora historia de John y Brenda Fareri, unos padres que tratan de recomponer su descompuesta familia después de la inesperada muerte de su hija pequeña en el año 1995. Todo empezó con un dolor en el hombro izquierdo de María, que desemboca en una consulta urgente por deterioro neurológico, que empeora rápido con convulsiones y necesidad de ventilación mecánica. Se sospecha una encefalitis por picadura de garrapatas, si bien se confirma rabia por mordedura de un murciélago canoso. A partir de ahí las dudas y la espera en pasillos inhóspitos de hospital, hasta que se detecta un electroencefalograma plano que conlleva la difícil decisión de retirar la respiración asistida, con una dolorosa despedida sin lugar para llorar. Incluso cuando la madre abraza a su hija en los últimos momentos de su vida, una enfermera le increpa: “No puede estar en la cama. Va en contra de las normas”

Porque lo cierto es que estos padres, a pesar de haber recibido un trato privilegiado en el hospital Westchester Medical Center en el que estuvo ingresada la pequeña María, se ven sorprendidos por el ambiente deshumanizado del lugar y el sentir que no se consideraba a los familiares como parte importante del tratamiento. El padre, ya de por sí poco hablador, se aísla en su tristeza y hace más patente su habitual mutismo: “Papá está como un zombi”. Porque la muerte de María destroza a la familia, con unos padres perdidos y cada vez más alejados, allí donde Brenda le confiesa: “No puedo más… No puedo seguir siendo fuerte por ti”; y donde los abatidos hermanos buscan su camino en la vida abandonando los estudios universitarios. Pero un día John lee en el diario de María: “Algún día quiero descubrir mi propia manera de hacer feliz a la gente. Pero ese no es el deseo sobre el que he querido escribir. Aunque tengo un millón de deseos para mí, como ser una estrella o una científica muy famosa, yo he deseado salud y bienestar para todos los niños del mundo”. Y es entonces cuando John decide construir un hospital pediátrico que llevará el nombre de María Fareri, un hospital que no solo mantenga vivo el legado de su hija, sino que tenga en cuenta las particularidades arquitectónicas y funcionales propias de la infancia y adolescencia en el momento del ingreso, así como la atención a aquellos aspectos relacionados con la humanización que no sintieron en algún momento en su experiencia. 

Pero ante esta aventura que se avecinaba, el padre no sintió al principio el apoyo ni en la familia ni en la comunidad. Un hijo le recuerda: “La fantasía del hospital para borrar el recuerdo de lo que le pasó a María en el pasado y olvidarse de la familia que le queda”. Mientras los directivos del hospital le dicen: “Aunque a todos nos gustan los niños y son el futuro y todo eso, la Pediatría está en el fondo de la cadena alimentaria. Los neurocirujanos y los de trasplantes son los peces gordos aquí porque atraen todo el dinero. Pues no les gusta tu idea porque dicen «Queremos un juguete nuevo. Queremos un bisturí gamma. No queremos un hospital infantil». Así que ya han ido a quejarse a sus amigos del condado que, por desgracia, son nuestros jefes. Y a ellos tampoco les gusta tu idea, no quieren meterse en proyectos de gran capital durante unas elecciones. Son ellos los que controlan el Departamento de Sanidad del Estado. Los mayores contribuyentes no quieren perder su negocio, no les interesa que les arrebates su negocio y deberían participar en la construcción del nuevo hospital infantil”. 

Así es como no encuentra los apoyos necesarios, pero en sus reflexiones ya María pensaba esto de su padre: “Puede que a veces mi padre no hable porque las acciones hablan más alto que las palabras”. Y busca la ayuda de la comunidad, intentando recibir fondos. Y para ello toda estrategia es válida entre sus colaboradores, como la de comparar la habitación de un hospital con la celda de una cárcel: “Lo que me fascina es lo semejante que son las dos habitaciones. Cogen a una persona, le quitan la ropa, le asignan un número, le ponen en una habitación con un extraño, le dan alimentación institucional. Es lo más deshumanizante que le pueden hacer a alguien. Y lo hacemos en el peor momento de su vida. Lo hacemos cuando están enfermos o muriéndose”. Creo que es una descripción que todos reconocemos de alguna manera u otra. Y es así como los padres de María, junto con toda su familia y otros miles de miembros de la comunidad, lograron la creación del Maria Fareri Children’s Hospital en el Westchester Medical Center en Valhalla, NY., inaugurado en el año 2004 como un hospital “centrado en la familia” y con una arquitectura más humanizada, por lo que se convertiría en un referente para todos los centros pediátricos construidos a partir de ese momento. 

Así nos lo recuerda en la película su madre Brenda: “María se preocupaba mucho de la gente. Y quería dejar huella”. Y vaya que sí lo hizo. Y la escultura de María con su perro a la entrada del hospital, así lo recuerda. Y la película termina con una reflexión en off de María: “A veces parece que todo está perdido. Pero de pronto sale el sol. Ya mi nombre está en un edificio, pero también he dejado otras cosas que significan mucho para mí. Una familia en la que hablan entre ellos, en la que se quieren. Puede que hayan perdido el pegamento, pero no se han deshecho. Ya os dije que no era una historia triste”. 

Y el colofón final de la película, acompañado de dibujos e imágenes reales del proyecto del hospital nos recuerda que el Maria Fareri Children´s Hospital es el único hospital en los Estados Unidos que lleva el nombre de una niña y que actualmente, con más de 20 especialidades pediátricas, ofrece atención a unos 20.000 pacientes pediátricos cada año, en una instalación acogedora tanto para los niños como para los padres y familias, tal como se puede consultar en su web.  

Por cierto, con los problemas que origina la traducción de los títulos originales, conviene no confundir nuestra película estadounidense de hoy, por título original “Louder Than Words”, de la película neerlandesa homónima pero de título original “Beyon Words” (Urszula Antoniak, 2017), una película rodada en blanco y negro que es una apasionante reflexión sobre la migración, la integración y los vínculos paternos. 

Y finalizo con una reflexión personal. Porque quizás Más allá de las palabras no sea una gran película desde el punto de vista cinematográfico, pero su historia basada en un hecho real le da un valor añadido, especialmente para los pediatras que conocemos la importancia de la humanización en nuestra profesión, humanización que tiene que estar en las personas y también en la arquitectura. Y por ello he querido elegir esta película para conmemorar un hito más en Cine y Pediatría, y es que hemos llegado a la sexta centena de entradas en el blog. Porque al igual que en nuestra película de hoy, también en Cine y Pediatría, más allá de las palabras… están los hechos.

 

sábado, 23 de enero de 2021

Cine y Pediatría (576). “Fragmentos de una mujer”… tras la pérdida inesperada de su recién nacido

 

El director húngaro Kornél Mundruczó y su pareja, la actriz húngara (devenida en guionista) Kata Wéber, suman fuerzas en el séptimo arte para regalarnos una película fundamentada en su experiencia al perder un hijo durante el embarazo. Trasladan su historia a una joven pareja de Boston, Martha (increíble - y premiada - Vanessa Kirby) y Sean (irreconocible Shia LaBeouf), quienes espera su primera hija y cuya vida cambia radicalmente tras morir la recién nacido durante un parto en casa y por la supuesta negligencia cometida por una matrona, a la que posteriormente denuncian ante los tribunales. Una película del año 2020 que lleva por título Fragmentos de una mujer, narrada en ocho fragmentos (ocho fechas en el calendario) durante medio año, ese camino del calvario que es la superación del dolor de unos padres por la pérdida inesperada de un hijo, cuando el sueño se trunca y viene la pesadilla. Y donde Martha tiene que recomponer su relación con su pareja, con su familia, su entorno laboral y consigo misma. 

Estos son los ocho fragmentos de una mujer llamada Martha. El fiel relato de las fracturas que puede dejar la pérdida de un hijo, que algunas veces une, pero otras tantas, separa. Y donde la solución a esa profunda herida emocional no llega hasta que no perdonamos y nos perdonamos, hasta que nos reconciliamos con la vida. Y cada fecha comienza con la imagen cambiante del Charles River en las sucesivas estaciones en el estado de Massachusetts. 

17 de septiembre. 
El parto en casa. Treinta minutos de una escena casi a tiempo real pocas veces vista. La matrona está en otro parto y no puede acudir. Llega la rotura de aguas y los primeros intensos dolores de parto. La pareja intenta relajarse mientras llega otra matrona, que se presenta y se pone a su disposición. Martha tiene mucha incomodidad y náuseas y repite varias veces: “Esto es horrible…¿Por qué no sale?” Ya ha dilatado 6 cm y el latido fetal es correcto: “Va muy bien. Qué rapidez”, expresa la matrona. Gritos de dolor, la pareja se abraza. “¿Quieres un baño?...Todo va a salir bien”. La dilatación ya se ha completado, pero algo empeora y la matrona se lo expresa a los padres: “El latido no sube como es debido…Si sigue así, tocará pedir ayuda y trasladarla”. La madre no quiere ir al hospital y sigue empujando, aunque se le explica que eso no sería un fracaso: “Necesito una ambulancia. Es un parto en casa”. En el intervalo nace la niña, llora y tiene buen color. Pero a los pocos minutos se pone morada y la matrona le asiste con emergencia mediante una bolsa auto inflable de reanimación (conocido como Ambú). En ese momento se oye la sirena de la ambulancia en la puerta. Fundido en negro. Y aparece el título de la película: Fragmentos de una mujer. 

9 de octubre. 
Martha regresa al trabajo y sus compañeros la miran con extrañeza: “Ya no estoy de baja”, afirma. Todos conocen lo ocurrido y callan, por respeto. Menos una amiga de la madre a la que encuentra en una tienda, quien la abraza y le espeta: “¿Cómo estáis? Tu madre me lo cuenta todo. Lo sé todo. Madre mía, qué horror. La culpa la tiene la timadora esa. Se pudrirá en la cárcel, te lo aseguro. Habrá consecuencias”
Llega el dictamen de la autopsia, y el doctor les dice: “No hay hipótesis sobre la causa de la muerte. En la autopsia forense hicimos análisis histológicos, toxicológicos y microbiológicos para ver si había infecciones previas, anomalías cromosómicas o irregularidades en la placenta. Solo hemos determinado que a la niña le faltó oxígeno. En dos tercios de estos casos no hallamos explicaciones satisfactorias… Ya se ha imputado a la matrona y pronto habrá un dictamen médico”

7 de noviembre. 
Llegan los primeros conflictos familiares por la muerte de Yvette - que es el nombre de la hija perdida -, principalmente con la madre de Martha, una mujer dominante (Ellen Burstyn). Conflictos por el entierro (ellos quieren enterrarla, pero ella quiere donar el cuerpo de su hija a la Universidad) y por los inicios de la demanda a la matrona. 

21 de diciembre. 
El comienzo de la rotura de la pareja, cuya distancia se agranda y enfría día a día. “¿Por qué quieres hacer desaparecer a mi hija?” le dice Sean a Martha cuando ésta desmantela la habitación del bebé. Sea comienza a fumar y beber de nuevo y le dice: “Te echo de menos”…, pero todo se convierte en impostado, difícil y frío. 

13 de enero. 
Continúa la autodestrucción de cada miembro de la familia. Martha busca una salida, pero no hay salida. Sean tiene una relación con la prima de Martha, quien es la abogada que lleva el caso. La madre de Martha siente la frialdad de su hija. La pareja se pierde el respeto, que es esa línea sin retorno: “Eres una mentirosa de mierda. Zorra de mierda”

5 de febrero. 
La reunión familiar alrededor de la madre de Martha, donde una tensa y profunda conversación madre-hija acaba tan mal como empezó: “Martha, si lo hubieras hecho a mi manera, ahora tendrías a tu pequeña en brazos”. Progresa entre la pareja los silencios y la incomunicación, también la falta de respeto y las afrentas. Hasta que llega la separación.

22 de marzo. 
Comienza el juicio contra la matrona, cuya cara es un poema de dolor durante todo el proceso. Un desagradable juicio donde una matrona es juzgada por una decisión de los padres a quienes se les fue comunicado la posibilidad de acudir al hospital si algo iba mal… pero la madre prefirió que no. 
Es cuando Matha revela las fotos con su hija en brazos en esos minutos que la tuvo al nacer, y eso se convierte en lo que le permite declarar algo así: “Esa mujer no quiso hacerle ningún daño a mi hija. Aquella noche solo quería traer un bebé sano al mundo. Y no creo que tú tengas la culpa. No creo que tenga la culpa. Y te doy las gracias. Lo que pasó quizás tenga una causa, pero no lo averiguaremos en esta sala. Y pedir que se me compense, o pedir dinero, es como decir que se me puede compensar, y no es así. No puedo recuperarla. No hay dinero, veredicto ni sentencia que me devuelva lo que… ¿Cómo voy a pasarle este dolor a otra persona? Hay alguien que ya ha sufrido. Sé que no es lo que ella quería. Mi hija no vino a este mundo, aunque fuera por tan poco, para eso. Y eso es todo. Gracias”

3 de abril. 
La reconciliación de Martha con ella misma, con su familia y con el mundo… mientras vierte las cenizas de su hija sobre el Charles River, el icónico río de la ciudad de Boston. 

Y con un lapso de tiempo vemos a una niña de 6 años que sube a un manzano y muerde una manzana (como hemos visto morder a nuestra protagonista varias veces en algunos fragmentos previos). Y es Martha quien la viene a buscar para cenar… Y se nos da a entender que la vida floreció de nuevo y dio sus frutos, como ese manzano que nos acompaña durante todos los minutos de los créditos finales.

Porque la manzana simboliza la belleza femenina, la inmortalidad, la sabiduría, la discordia, el renacimiento y la paz. Y de todo ello reflexiona esta película, por fragmentos y de forma global. Pero también es una película para profundizar sobre otros aspectos, pero dos parecen evidentes: el duelo por la pérdida inesperada de un hijo (en este caso, un recién nacido) y el dilema de cuál es el mejor lugar para nacer, el domicilio o un hospital. Y este último aspecto, tan poco habitual que se refleje en el séptimo arte, merece una reflexión, muy tratada en nuestro blog Pediatría basada en pruebas, y donde la seguridad del binomio madre-hijo debe prevalecer (evidentemente con altos estándares de humanización en el parto en todo momento y en todo lugar). 

Cabe decir que el parto domiciliario, en nuestro entorno, como poco, implica: 1) selección de casos basada en una ausencia de criterios de riesgo durante el embarazo (hipertensión, placenta previa, fetos con crecimiento intrauterino retrasado, patologías médicas como diabetes, cardiopatía, etc.); 2) una concienciación muy seria y personal de los futuros padres, debidamente informados, de lo que supone el embarazo primero y un parto en domicilio después; 3) la disponibilidad, con seguridad, de unos medios domésticos aceptables (alimentación, habitaciones, duchas, limpieza,..) además de un apoyo por parte del entorno familiar más cercano (pareja, padres, etc.); 4) la existencia de una red asistencial de profesionales altamente cualificados apoyados por otra capaz de acudir en cuanto surge un problema. Y todos ellos se dieron en esta primera escena de Fragmentos de una mujer, pero es preciso ser sinceros y reconocer que, incluso en nuestras mismas ciudades del mundo desarrollado, hay un alto porcentaje de mujeres y casos donde estas exigencias no se dan. 

Por tanto, la mujer (y el núcleo familiar), debidamente informada, elegirá su forma de parto y seguramente lo hará buscando la mayor de las garantías en seguridad para ella y su neonato. Pero aún así, la posibilidad de un accidente obstétrico (cuyo nombre de “accidente” marca lo brusco e inesperado de la situación en muchas ocasiones) hace que puedan ocurrir situaciones cuya solución es más complicada en un hogar que en un centro sanitario. Eso debió pensar Martha aquel 22 de marzo, cuando reflexionó en el juicio sobre lo que pasó. 

Y por ello Fragmentos de una mujer da mucho de sí, no solo en lo cinematográfico, sino en las reflexiones que nos traslada: ¿te atreves a dar un mordisco a esta manzana…? Cine con mayúsculas, experiencias en  mayúsculas.