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miércoles, 4 de septiembre de 2024

Las 72 leyes universales de los soñadores… también en Medicina

  


“Todo el mundo sueña. Soñar nace del corazón, nos salva y nos transforma. Y todos y cada uno de nosotros tenemos sueños que, en lo más profundo de nuestro ser, queremos cumplir. Pero convertir en realidad un sueño no siempre es fácil porque hay obstáculos (externos e internos) nos impiden hacerlo. La buena noticia es que podemos conseguirlo si sabemos cómo. ¿Por que algunos sueños se cumplen y otros no? Porque algunos sueños se alinean con las leyes universales de los soñadores…”. Con esta palabras nos presenta su libro “Las 72 leyes universales de los soñadores”, con el subtítulo de “El arte de cumplir nuestros sueños”, la periodista Mayte Ariza, devenida en coaching o entrenadora personal desde hace años con su Dreamer´s Factory, y donde nos desvela los secretos y las sencillas fórmulas que debemos seguir para ver nuestros deseos convertidos en éxitos. 

Un libro de 290 páginas en el que expone y argumenta estas 72 leyes, dividas en tres grupos (leyes físicas, leyes mentales y leyes espirituales) y que forman parte de los diferentes capítulos del índice. Y estos son para su reflexión inicial. 

a) Leyes físicas: 

1. Ley de la claridad 
2. Ley de la simetría 
3. Ley de la proximidad 
4. Ley de la integración 
5. Ley infinita 
6. Ley de la arquitectura 
7. Ley del ambiente 
8. Ley de la belleza 
9. Ley del brillo 
10. Ley del magnetismo 
11. Ley de la estructura 
12. Ley del impacto 
13. Ley del equilibrio 
14. Ley de la sincronía 
15. Ley de la causa 
16. Ley de la estrategia 
17. Ley del desapego 
18. Ley de la equivalencia 
19. Ley de la semejanza 
20. Ley de la afirmación 
21. Ley de la reverberación 
22. Ley de la unión 
23. Ley biunívoca 
24. Ley de la emoción 

b) Leyes mentales: 

25. Ley del poder 
26. Ley sin límites 
27. Ley del tiempo 
28. Ley de la determinación 
29. Ley del lenguaje 
30. Ley de la coherencia 
31. Ley del juego 
32. Ley del caos 
33. Ley de la aceptación 
34. Ley de la visión 
35. Ley del cambio 
36. Ley del futuro 
37. Ley de la intención 
38. Ley secreta 
39. Ley de la ambición 
40. Ley de la responsabilidad 
41. Ley del compromiso 
42. Ley de la prioridad 
43. Ley de la efectividad 
44. Ley de las probabilidades 
45. Ley de la adversidad 
46. Ley de la compensación 
47. Ley del talento 
54bis. Ley del permiso 

c) Leyes espirituales: 

48. Ley de la calidad 
49. Ley de la pureza 
50. Ley de la unicidad 
51. Ley de la misión 
52. Ley de la proyección 
53. Ley de la gratitud 
54. Ley del merecimiento 
55. Ley del perdón 
56. Ley de la profundidad 
57. Ley del respeto 
58. Ley de la conexión 
59. Ley de la humildad 
60. Ley de la revelación 
61. Ley del silencio 
62. Ley del aprendizaje 
63. Ley del crecimiento 
64. Ley de la inspiración 
65. Ley de la autoestima 
66. Ley de la evolución 
67. Ley de la armonía 
68. Ley de la consciencia 
69. Ley de la trascendencia 
70. Ley de la observación 
71. Ley de intuición 
72. Ley de la energía 

Un total de 72 leyes de valores (diría que universales) recopilados para soñar a lo grande... como personas y como profesionales. Y válido también en Medicina, donde, tal como están los temas de nuestra profesión, nos puede ayudar en nuestro día a día. Porque soñar a lo grande salva de la mediocridad. Y nuestros pacientes lo agradecerán… 

Tuve la oportunidad de conocerla hace medio año en la presentación de su libro en Alicante, y en ese momento surgió su compromiso de ser una de las prologuistas del próximo número de Cine y Pediatría 14 (donde también apostamos por soñar a lo grande).

sábado, 19 de agosto de 2023

Cine y Pediatría (710) “Dalva” tiene que vencer el síndrome de Estocolmo del incesto

 

Una violenta escena abre este drama belga, ópera prima de su directora. Dalva y Jacques se llaman y piden a la policía, que ha entrado en casa, que les suelten. Dalva es tan solo una preadolescente de 12 años que se nos presenta vestida, peinada y pintada como una mujer. Vemos que comienza una investigación…y un examen médico de la menor. En medio de la noche la trasladan al Refugio Givet, donde permanecerá al cargo de educadores y trabajadores sociales por orden judicial: “Tranquila. Aquí estás segura”. Pero intenta huir. Bastan 5 minutos para intuir a qué nos enfrentamos. Todo ha ocurrido de noche… y se nos muestra oscuro. Pero al amanecer del día siguiente iremos juntando las piezas que ya imaginamos, cuando los educadores dicen a Dalva: “La abogada piensa que es mejor que permanezcas aquí. Puede que estés en peligro con tu padre”. Quien se adentre a esta película, se enfrentará a una historia oscura realizada con luminosa maestría para invitarnos a la reflexión (y que es puro compromiso con las víctimas de incesto) y que nos revela el talento prometedor de su directora: Dalva (Emmanuelle Nicot, 2022). Una vez más, el cine en francés a gran altura en las películas seleccionadas en Cine y Pediatría. 

Y los chicos y chicas internos del Refugio Givet preguntan a Dalva (Zelda Samson, extraordinario debut, creíble de principio a fin) por qué esta allí, y ella responde que no lo sabe, pues no es consciente de que alguien le haya hecho daño, aunque se le confirma que a su padre, Jacques, se le acusa de secuestro e incesto. Pero ella no lo asume: “Por qué un padre y una hija no pueden quererse”, le demanda a la psicóloga, quien le intenta hacer comprender la diferencia entre amar y hacer el amor, que a la menor su padre le hizo creer que no existía. “No soy una niña, soy una mujer”, insiste Dalva, quien más bien se ha convertido en una muñeca maquillada, peinada y disfrazada por su padre, que ha hecho de ella su pequeña esposa. Una muñeca dócil en busca de amor. Y ahora aún se cree (y comporta) como una mujer no como una niña de 12 años, y eso es lo que provoca desconcierto entre los internos y en el nuevo colegio. Y es lo que intentan cambiar. 

Dos personas serán clave en la difícil readaptación de Dalma, en ese camino para entender lo anormal de lo que vivió y poder recuperar su infancia y adolescencia liberándose de aquel encierro físico y mental: una es Jayden (Alexis Manenti), el trabajador social encargado de ella, y otra es su compañera de habitación, Samia (Fanta Guirassi), la rebelde adolescente de color negra que está allí porque su madre se dedica a la prostitución. Los principios con ambos no son fáciles, pues Dalva solo insiste en volver a ver a su padre. Y la menarquía le sorprende en el primer día del nuevo colegio, y es entonces cuando Samia le devuelve este contundente comentario “Se cree una mujer y es una bebé”. 

Dalma vive su separación como una injusticia. Al quitarle a su padre, le quitan el único amor que la soportaba, o eso le hicieron creer. Finalmente se realiza un encuentro en la cárcel entre Dalma y su padre, en una escena de un dramatismo de muchos quilates. Allí el padre reconoce lo que la hija no desea creer, que es un pedófilo y que lo que han hecho de su relación no es el amor paternofilial que se espera. Porque cuando su madre se separó de su padre, este huyó de casa con la hija; Dalva tenía 5 años y cambiaron continuamente de domicilio para no ser localizables. Y cuando reencuentra a la madre en el centro de menores, esta le confiesa: “Nunca he dejado de pensar en ti. Pensé que me volvía loca”. Y Dalma le confiea a Jayden: “Tengo miedo de estar sola. De no volver a ser importante para nadie”. 

Y es así como harán falta las miradas de los demás y, luego su propia mirada, para que desaparezca el condicionamiento del que ha sido objeto y poder recuperar lo que le fue confiscado, su infancia y adolescencia. Su padre le compraba la ropa, la peinaba y le compraba el maquillaje. La cosificó a su imagen y semejanza. Y ella tiene que liberarse de ello y los pequeños detalles se hacen patentes progresivamente: dejar de pintarse los labios, desprenderse de los pendientes, dejar que aparezca el color natural de su pelo, o ponerse ropa propia de su edad (incluido el chándal que le regala Samia). 

Aunque la película Dalva empieza como un drama en la oscuridad (y vaya que si lo es por el tema que denuncia), la historia camina hacia la luz de la reconstrucción personal de nuestra protagonista, un personaje, una actriz y una historia que será difícil de olvidar. Y con un final a la altura de la película: el padre se atreve a mirar a Dalva avergonzado desde la tribuna del juzgado y ella aprieta con fuerza la mano a su madre, que está a su lado. Todo dicho sin una escena desagradable sobre esa lacra social que es la pederastia y el incesto, y sobre cómo vencer el síndrome de Estocolmo que a veces padecen las víctimas. 

Y es así como este conmovedor debut de la directora Emmanuelle Nicot, que ha arrasado en diversos festivales de cine europeo, nos permite realizar un buen debate y reflexión sobre cómo vencer el síndrome de Estocolmo de las víctimas de incesto, algo que viviremos con Dalva. Cabe recordar que el síndrome de Estocolmo es una reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro o retención en contra de su voluntad desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo con su secuestrador o retenedor. Principalmente se debe a que malinterpretan la ausencia de violencia como un acto de humanidad por parte del agresor. El síndrome de Estocolmo es más común en personas que han sido víctimas de algún tipo de abuso, tal es el caso de rehenes, prisioneros de guerra y de campos de concentración, miembros de una secta, víctimas de violencia en la pareja o intrafamiliar y víctimas de abuso sexual reiterado. Si ese abuso sexual reiterado ocurre entre un padre y una hija se suma incesto, y las consecuencias a corto, medio y largo plazo son bien reconocidas desde el campo de la Psiquiatría y Medicina Legal. 

Cine belga social de calidad que bebe de las mejores fuentes, comenzando con los hermanos Dardenne (recientemente hemos hablado de su última película, del año 2022, Tori y Lokita),  pero que en Cine y Pediatría ya hemos visto en un buen número de películas, como Corazones enfrentados (Jeroen Krabbé, 1998), Ben X (Nic Balthazar, 2007),  Alabama Monroe (Felix Van Groeningen, 2012),  Melody (Bernard Bellefroid, 2014),  Aves de paso (Olivier Ringer, 2015), 9 meses (Guillaume Senez, 2015),  Girl (Lukas Dhont, 2018), Lola (Laurent Micheli, 2019)  o Un pequeño mundo (Laura Wandel, 2021), por citar algunas. Cine de calidad en francés desde Bélgica. Y Dalma es una muestra más. 

 

sábado, 29 de julio de 2023

Cine y Pediatría (707) La trilogía Madre e hijo de J.A. Bayona

 

El número tres parece ser bastante común entre directoras y directores de cine para contar una historia o desarrollar una temática. El séptimo arte está lleno de míticas trilogías como El Padrino de Francis Ford Coppola o El Señor de los Anillos de Peter Jackson, fundamentadas en conocidas novelas. Y con decenas de trilogías relacionadas con una temática particular, como La trilogía de El secreto de vivir de Frank Capra, la trilogía de La guerra de Roberto Rossellini, la trilogía de Nokiro de Yasujiro Ozu, la trilogía de La condición humana de Masaki Kobayashi, la trilogía de La incomunicación de Michelangelo Antonioni, la trilogía del Silencio de Dios de Ingmar Bergman, la trilogía sobre La búsqueda de la verdad de Luis Buñuel, la trilogía Qatsi de Godfrey Reggio, la trilogía de Koker de Abbas Kiarostami, la trilogía de Las fronteras de Theo Angelopoulos, la trilogía de Los tres colores de Krzysztof Kieslowski, la trilogía de La psicosis de David Lynch, la trilogía Before de Richard Linklater, la trilogía de La depresión de Lars Von Trier, la trilogía sobre El poder de Aleksadr Sokurov, la trilogía de La existencia de Roy Andersson o la trilogía de La venganza de Park Chan-wood, entre otros. 

Y a esta apasionante lista de trilogías de cine desde muy distintas filmografías, llega desde España la trilogía Madre e hijo de Juan Antonio Bayona. Una trilogía con historias - como le ocurre a muchas otras trilogías - que no se relacionan entre sí, pero que comparten el mismo tema, en este caso la relaciones madre e hijo. Todo comenzó, apadrinado por Guillermo del Toro (y tras un encuentro en el Festival de Sitges), con su ópera prima, El orfanato (2007), y le siguieron Lo imposible (2012) y Un monstruo viene a verme (2016). Tres películas de diferentes géneros, pero todas ellas con éxito de crítica y público, multipremiadas y con rasgos muy característicos de este gran director barcelonés que comenzó su carrera dirigiendo comerciales y vídeos musicales. Tal fue el éxito de esta circunstancial trilogía que, a continuación, dio el gran salto a Hollywood, pues Universal Studios le ofreció la dirección de Jurassic World: El reino caído (2018), la segunda película de la saga. 

- El orfanato (2007) 

Película de terror fantástico, incluida en el subgénero de casas encantadas. Los protagonistas principales son Laura (Belén Rueda) y su hijo Simón (Roger Princep). Laura fue una niña adoptada, y ahora, ya adulta, regresa con su familia a ese orfanato abandonado en el que creció en su infancia, y con el propósito de abrir una residencia para niños discapacitados. Entre las paredes del viejo caserón (en realidad una villa colonial en el pueblo de Llanes), comienza a vivir con su marido y su hijo. Y en este ambiente Simón comienza a describir unos amigos imaginarios, seis en concreto, pero con el protagonismo de Tomás (quien lleva siempre un saco en la cabeza para tapar su malformación craneal), y se deja arrastrar por la imaginación, la fantasía y el temor (“Yo no voy a ser mayor, yo no voy a crecer, como mis nuevos amigos” o “¿Con cuántos años te vas a morir?”, le pregunta a su madre), y que alimenta también con la lectura de Peter Pan, todo un guiño al final de la película. El niño acabará descubriendo que también es adoptado y descubriremos que es portador del virus de la inmunodeficiencia humana. 

Tras la desaparición de Simón, se recurre a todos los medios de búsqueda, también al espiritismo, y así le dice la médium: “Usted oye, pero no escucha. No se trata de ver para creer, sino de creer para ver. Crea. Entonces verá”. Y con el juego “Un, dos, tres, toca la pared”, llegamos a un final en que nos nuestra como esta madre e hijo se asemejan a Wendy y Peter Pan, y terminan junto a los niños perdidos. 

El orfanato fue un deslumbrante debut, gran triunfador en su año de los Goya con 14 nominaciones y 7 premios (incluyendo mejor director novel y mejor guion). 

- Lo imposible (2012) 

Drama basado en hechos reales (que rememora el tsunami que tuvo lugar a finales del año 2004 y que sacudió gran parte de la costa del sudeste asiático) y que es la historia de supervivencia que tuvo que vivir la familia española formada por María, Quique, Lucas, Tomás y Simón. 

Aquella mañana del fatídico 26 de diciembre, mientras toda la familia se encuentra en la piscina del complejo a orillas del mar, un tremendo tsunami cambia la vida de esta familia y la vida de millones de personas. Aquí los protagonistas principales son María (Naomi Watts) y su hijo Lucas (Tom Holland), quienes son arrastrados por el agua y luchan por sobrevivir y reencontrarse con el resto de la familia. 

La producción es excelente y los efectos especiales impresionantes (las escenas principales del tsunami fueron grabados en los extintos estudios Ciudad de la Luz de Alicante), y fue la gran triunfadora de los Goya con 14 nominaciones y 5 premios (incluyendo mejor director), y también le valió a Naomi Watts una nominación al Óscar a mejor actriz. 


Película fantástica, basado en la novela de Patrick Ness, y que cierra esta trilogía fusionando sus dos únicas (y exitosas) películas previas, aunado el misterio de El orfanato y los efectos especiales de Lo imposible.Los protagonistas principales son Mum (Felicity Jones) y su hijo Connor (Lewis MacDougall). 

Tras la separación de sus padres, Connor, un chico de 12 años, tendrá que ocuparse de llevar las riendas de la casa, pues su madre está enferma de cáncer. Así las cosas, el niño intentará superar sus miedos y fobias con la ayuda de un monstruo (que es un anciano tejo durante el día). “Lo sé todo sobre ti, Connor. Esa verdad que escondes, la que sueñas”, le dice el monstruo, quien llega siempre a las 12,07 hs de la noche y le cuenta tres historias, no fáciles de entender (historias contadas con dibujos animados), a cambio de que Connor le cuente al final la suya. Un filme con gran profundidad psicológica, donde se traslucen temas con los que todos nos enfrentamos en la vida: las relaciones humanas, la culpa, las emociones, la aceptación y el duelo. Y con ese diario con sus dibujos de la infancia que la madre deja a su hijo, todo cobra sentido. 

Y con esta trilogía Bayona apela a la emoción, a los temores, a la superación y a la fantasía, materias de la que está hecho el propio cine. Y lo que tienen en común, estas sus tres primeras películas, es el ideal de la madre y el instinto maternal, especialmente en la ausencia (momentánea o permanente) del padre, dejando que la responsabilidad por el hijo recaiga en ella (y a veces al contrario). La madre en esta trilogía se sacrifica y sufre por sus hijos, y en tres figuras diferentes: la madre sin hijos (o el hijo adoptado que desaparece) de El orfanato, la madre presente que guía a su hijo bajo el instinto de supervivencia en Lo imposible, y la madre ausente (o el hijo sin madre), esa madre enferma que lo prepara para su ausencia en Un monstruo viene a verme.  Porque la relación madre e hijo en cada una de estas películas gira alrededor de la separación o la posibilidad de esta. Y estas separaciones también se han llegado a definir en tres figuras: la separación del pasado en El orfanato, la separación del presente que se teme en Lo imposible, y la separación del futuro por la enfermedad en Un monstruo viene a verme

Y finalizamos esta revisión a la trilogía Madre e hijo de J.A. Bayona refiriendo algunos otros datos comunes entre ellas. Porque en las tres películas contó con sus colaboradores habituales en la música (Fernando Velázquez), en la fotografía (Óscar Faura) y en la escritura del guion (Sergio G. Sánchez, si bien en la tercera el mismo novelista, Patrick Ness, actuó de guionista). Y curiosamente en las tres películas la actriz Geraldine Chaplin protagoniza tres pequeños papeles: de médium en El orfanato, de anciana en Lo imposible y de directora del colegio en un Monstruo viene a verme (por cierto, también apareció luego en Jurassic World: El reino caído). 

Y finalizo con una nota al cortometraje de 38 minutos que este director dirigió en el año 2015, bajo el título 9 días en Haití, muy apropiada también en Cine y Pediatría, pues es un documental sobre la cooperación y el derecho a tener una oportunidad, y todo ello a través de la mirada de la infancia.

 

sábado, 1 de enero de 2022

Cine y Pediatría (625) La alegre diversidad en “Mi hermano persigue dinosaurios”



Cada vez es más frecuente ver en pantalla personajes con capacidades especiales encarnados por actores y actrices de capacidades especiales, películas que intentan educarnos y concienciarnos sobre el valor de la vida y de las diferentes vidas. Y una de esas capacidades especiales va asociada a la trisomía más conocida y reconocida: la trisomía 21, conocida por todos como síndrome de Down

Y son estas personas ya personajes inolvidables de películas inolvidables en Cine y Pediatría, como El octavo día (Jaco Van Dormael, 1996),  León y Olvido (Xavier Bermúdez, 2004) o La historia de Jan (Bernardo Moll Otto, 2016),  por solo citar algunas muy representativas. Pues a estas películas, en el inicio del año 2022 que comienza, os invito a conocer una película muy especial sobre este tema, con un título tan original como Mi hermano persigue dinosaurios (2019), la opera prima del director Stefano Cipani. 

Esta película italiana es la adaptación de la novela juvenil “Mio fratello rincorre i dinosauri. Storia mia e di Giovanni che ha un cromosoma in più” de Giacomo Mazzariol, publicada en el año 2016 y que ha sido todo un éxito en su país y fuera de este, todo un best seller realizado a sus 19 años de edad. Es una autobiografía ficcionada en la que su joven autor transmuta con palabras su paso de la infancia a la adolescencia y su especial relación con su hermano pequeño con síndrome de Down. Una película que ha sido tildada en ocasiones como la versión italiana de Wonder (Stephen Chbosky, 2017).

Giacomo/Jack es nuestro niño protagonista y tiene cuatro años cuando comienza la historia y conocemos a su familia: sus padres (Alessandro Gassman e Isabella Ragonese), sus dos hermanas mayores, una abuela y una tía peluquera muy enrollada (Rossy de Palma). Una familia que siempre acude al aparcamiento de un gran centro comercial cuando hay algo importante que comunicar. Y así comienza la película, cuando los padres comunican a sus tres hijos que van a tener un hermano. 

Y la película, como reflejo de la novela, utiliza de forma continua la voz en off de su pequeño protagonista, con dos momentos clave: la infancia, marcada por el nacimiento de Giovanni (al que llamarán Gio) y primeros años, y la adolescencia. Y todo comienza así: “Recuerdo el día que nació Jo…”. Y enseguida los padres se enfrentan a la información de la doctora: “Su hijo tiene síndrome de Down… Entiendo que ustedes no se hicieron ningún tipo de pruebas. Lo habrían sabido hace meses. Hubieran podido abortar. La mayoría es lo que hacen”. Y luego la matemática explicación a la pregunta de los padres de lo que puede implicar tener un hijo con síndrome de Down, un claro ejemplo de lo que no se debe hacer: “Es una información que les habría dado hace meses… Retraso mental en el 100% de los casos, anomalías cardíacas en un 45%, defectos refractivos 50%, cataratas 15%, celiaquía 5%, disfunción tiroidea 20%, epilepsia 10%, apnea del sueño 50%, problemas gastrointestinales 15%, problemas auditivos 80%,…”. Cifras que se quedaron grabadas mucho tiempo en el recuerdo de los padres. Y, mientras suena de fondo la canción “Love & Hate” de Michael Kwanuka, los padres miran juntos la incubadora de su hijo. 

Es entonces cuando los padres intentan transmitir la información a sus hijos, con una felicidad impostada, haciendo de tripas, corazón: “Es normalísimo, perfecto y muy guapo. Es que es tan guapo que tiene un cromosoma de más…”. Y su llegada a casa con la descripción de sus hermanos: “Es raro, porque tiene los ojos como los hombres del restaurante chino. Y la nuca plana. ¿Por qué está sacando la lengua? Tiene los dedos del pie pegados como los patos. Es de otro planeta, ¿verdad?”. Y a partir de ahí la cámara enfoca la cara de los padres y sus tres hermanos desde la cuna y comienza toda una sucesión de explicaciones sobre las peculiaridades especialidades que tendrá Gio. Y es entonces cuando Jack comenzó a entender enseguida que su hermano era especial, con superpoderes, un “superDown”: “Gio nos está haciendo señales. Lo hace a través de Dino el Sauro… Y ese era su superpoder, dar vida a las cosas”. 

Y mientras conocidos y vecinos dan a los padres sus condolencias “por tener un hijo enfermo y retrasado”, estos se comportan muy al estilo de La vida es bella (Roberto Benigni, 1997), cargados de encanto, sufriendo en silencio y con alegría, y sembrando desde el comienzo una familia que se mueve en esas mismas dinámicas dejando atrás cualquier atisbo de lástima por la discapacidad de su hijo. 

Y a la vez que Gio crece, Jack descubre la realidad sobre su hermano, lejana a los superpoderes, y entonces comienza a hacerse preguntas: “¿Gio tendrá amigos o una novia? Si no trabaja, ¿de qué vivirá? ¿Y si se muere?”. Y, de aquí, un salto a la adolescencia, donde su percepción cambia radicalmente: “No entendía a Gio, no le soportaba. Para mí era un motivo de vergüenza, algo para lo que siempre estaba buscando una justificación”. 

Y en esta segunda parte de la película, la relación de Jack y Gio se mezcla con la relación de Jack con su amigo Vito y con Arianna, la chica de la que se enamora, y a la que esconde que tiene un hermano con síndrome de Down. Y, de tanto mentir, acabó viviendo una relación clandestina con su hermano. Y en el transcurrir de esta historia, la familia vuelve dos veces más a ese aparcamiento del centro comercial (que descubrimos que es el lugar donde se conocieron los padres por primera vez): a mitad de metraje, cuando Jack descubre que su hermano no tiene superpoderes, y al final cuando los padres piden explicaciones a Jack por su comportamiento. Una segunda parte bastante previsible, donde llega la reconciliación con sus sentimientos y con su hermano, momento en el que se abren un canal de Youtube con el nombre de Dino el Saurio. 

Y finaliza esta película luminosa con las imágenes de nuestro protagonista en la realidad, y con los simpáticos títulos de crédito finales, mientras suena la canción “El cuidado” de Franco Battiato. Una película llena de esperanza, positiva y divertida, que se puede disfrutar a cualquier edad y que debe es útil para recordarnos que la vida no va de cromosomas… Y ese mismo año también se puede recordar la película estadounidense La familia que tú eliges (Tyler Nilson, Michael Schwartz, 2019) donde Zack (Zack Gottsagen) es un joven con síndrome de Down que se escapa de su residencia para perseguir su sueño de convertirse en un luchador profesional, y realiza un particular viaje junto a un delincuente (Shia LaBeouf) y una enfermera (Dakota Johnson). 

Es Mi hermano persigue dinosaurios la historia de una relación especial de dos hermanos, y que transita de la admiración en la infancia de Jack (Francesco Gheghi) por Gio (Lorenzo Sisto), hasta esos sentimientos contradictorios cuando la adolescencia llama a su puerta, junto a la tormenta de cambios que se le vienen encima. Y mucho amor para transformar la vida en una experiencia única. Porque en un año 2021 donde hemos perseguido virus y sombras, a la mejor es hora de comenzar a perseguir dinosaurios en este año 2022…

 

sábado, 25 de diciembre de 2021

Cine y Pediatría (624) Lo que realmente importa en “Mi vida con Amanda”

 

Hoy hablamos de una película modesta, sin reparto rutilante, con un director no especialmente conocido y un tema más o menos reconocible. A priori, una película no muy apetecible, lo que cambia cuando descubrimos que es una película francesa (ya conocéis el idilio de Cine y Pediatría con el cine en francés). Y al visionarla nos sorprenden varios aspectos: la facilidad con la que los hechos dramáticos están contados, su desnudez narrativa y la capacidad que tiene para otorgar emoción a una historia sencilla. Es una película pequeña, pero que se agranda en la forma de contar la compleja relación entres los personajes, un elogio a la sencillez. Su título es Mi vida con Amanda (Mikhaël Hers, 2018). 

Una emotiva película que pone en evidencia la necesidad de lo que realmente importa. En el primer tercio de metraje se nos presenta a los personajes y, a partir de ese momento, algo cambia los hechos en la ciudad de París. David (Vincent Lacoste) es un joven de 24 años que vive de multitareas, desde podador de árboles a gestionar alquileres de apartamentos en una empresa. Ayuda a su hermana soltera Sandrine, profesora de inglés, en el cuidado de su sobrina Amanda (Isaure Multrier), de 7 años. Y en un escena, la vivaz Amanda baila con su madre al son de Elvis Presley y pregunta por la famosa frase "Elvis has left the building!", frase que a menudo era usada por los locutores después de los conciertos del cantante, con el fin de disuadir a la gente que esperaba poder llegar a tener algún tipo de encuentro con él. 

Mientras ese suave y dulce devenir fluye con el majestuoso fondo de la ciudad de París, entre paseos en bicicleta por calles, plazas y parques, un atentado terrorista - que nos recuerda el de Bataclán del año 2015 - perturba la paz de la ciudad. Y una de las víctimas de la masacre es precisamente Sandrine, y ahora la pequeña Amanda solo tiene a su tío para salir adelante. Todo narrado de forma contenida, hasta las lágrimas y el devenir de los hechos. Y así intenta David explicarle a su sobrina: “Anoche pasó algo muy grave donde estaba mamá y nuestros amigos. Llegaron unos hombres que llevaban armas y dispararon a mucha gente, y a mamá también… No podemos volver a verla, está muerta”. 

A partir de ahí las dudas y llanto de David ante su responsabilidad con Amanda, sin madurarlo, sin quererlo, y donde le deviene hasta la idea de dejarla en un centro infantil. El llanto y la tristeza de Amanda al tener que comprender la muerte y el abandono, y su pregunta: “Ya estoy harta, ¿con quién voy a vivir?”. Porque solo tres personas pueden cuidar de Amanda: David, una tía abuela y su abuela, a la que no conoce y que se fue a Londres hace dos décadas, rompiendo cualquier relación con Sandrine y David. El mayor apoyo que recibe David es con la joven Lena (Stacy Martin, alejadísima ya de la polémica Nymphomaniac de Lars Von Trier), a la que conoció al alquilarle un apartamento, pero ella también se ve afectada por el atentado terrorista y decide volver con su familia fuera de París. 

Y la relación entre tío y sobrina se va consolidando día a día. “Amanda te necesita” le dicen a David; y él contesta: “A veces soy yo el que piensa que la necesita a ella”. Porque nada en Mi vida con Amanda está exagerado y, sobre todo, nada sobra, cada escena es importante. “¿Hasta cuándo estarás conmigo”, le pregunta Amanda. “Hasta los 18 años”, le responde David. “Todos los días”, dice ella, y su respuesta “Sí, ¿tú crees que nos soportaremos?" Finalmente, en un viaje a Londres para ver el torneo de Wimbledon, se encuentra con su abuela, y esta es la fría presentación de David: “Es Allyson, la madre que te comenté. La madre de tu mamá”; pero la pregunta de la inteligente Amanda no se hace esperar: “Si Allyson es la mama de mamá, ¿también es tu mamá, o tienes otra?”. Todo muy educado, sin aspavientos, ni para el amor ni para el dolor ni para el rencor. Una tragedia sin tragedia

Y mientras ve un partido de tenis, repite Amanda entre lágrimas lo que su madre le enseñó: "Elvis has left the building!", pero en la remontada del jugador recupera la sonrisa entre lágrimas. Un final tan amable como toda la película… Queda todo por cerrar en la vida de Amanda y David, pero ese primer plano de la niña, entre sonrisa y lágrimas, nos da la respuesta. Porque la respuesta ante la vida es nuestra. 

Y es así, como en esta entrañable época de Navidad en que nos encontramos, películas como Mi vida con Amanda son todo un homenaje al hecho de vivir, de salir adelante y al amor y compromiso como únicos garantes de un mundo mejor. Y para ello, la película se recrea en su propia sencillez y naturalidad y su poder de convicción descansa en las magníficas interpretaciones de sus dos personajes principales, a cargo de Vincent Lacoste y de Isaure Multrier. La niña se estrena en la gran pantalla, y llena de luz y ternura intrínseca su interpretación; pero a Vicent Lacoste ya le conocemos en Cine y Pediatría, pues es uno de los actores galos más prometedores y ha sido un actor fetiche del director Thomas Lilti, este peculiar cineasta francés que se ha propuesto acercar su vocación sanitaria al cine y que le ha convertido en personaje principal de sus películas Hipócrates (2014), sobre las vicisitudes de un residente médico en formación, y Mentes brillantes (2018), una crítica al sistema educativo excesivamente competitivo en las Facultades de medicina.  

Mi vida con Amanda es una película que busca mostrar los sentimientos tan difíciles en las personas cercanas a víctimas del terrorismo. Y que nos brinda respuestas sencillas a ese sinsentido del terrorismo y lo hace a través de la belleza cotidiana, los gestos de humanidad, el descubrimiento de que siempre se puede seguir adelante e incluso remontar (como en el deporte, como en ese partido de tenis en Wimbledon). Se ha escrito, y estoy de acuerdo, que es un film conmovedor, lleno de calidez, mesura, respeto y admiración por el ser humano. Ideal como antídoto de las malas noticias que a menudo nos abruman y del pesimismo sobre nuestra especie… Y de todo esto, este pandémico año 2021 que termina ha tenido para dar y tomar. Así que bienvenido sea el buen cine, el que nos recuerda lo que de realmente importa.

 

sábado, 18 de septiembre de 2021

Cine y Pediatría (610) “Ser padre”, una dramedia sobre la paternidad a solas

 

En el año 2014 un director tan especial como el estadounidense Richard Linklater nos regaló la película Boyhood, un canto al poder de la infancia y al poder de lo cotidiano, y que fue todo un experimento cinematográfico grabado durante 12 años (la producción más larga en la historia del cine).  Ese mismo año 2014 una directora tan especial como la francesa Céline Sciamma nos regaló Girlhood, la obra que cierra la trilogía de películas que hablan de la identidad sexual, de la importancia del género en la construcción de uno mismo, de los sentimientos de ambigüedad entre adolescentes y del trastorno que conlleva el hecho de sentirse diferente. Y este 2021, siguiendo la estela de estos títulos, con el apoyo y sello de Netflix (con lo bueno y menos bueno que eso entraña), llega Fatherhood, que en nuestro país se ha traducido como Ser padre. En este caso bajo la dirección de Paul Weitz, un director más particular que especial, y que comenzó su trayectoria como director y guionista junto con su hermano Chris Weitz, con películas como American Pie (1999), De vuelta a la Tierra (2001) o Un niño grande (2002). Precisamente en esta última ya trata el tema de la paternidad, como nuestra película de hoy. 

Ser padre se basa en el libro “Two Kisses for Maddy: A Memoir of Loss and Love”, escrito en el año 2011 por Matthew Logelin, y que cuenta su propia historia de criar solo a su hija Maddy tras la muerte su esposa Liz, fallecida al día siguiente de la realización de la cesárea como consecuencia de un tromboembolismo pulmonar, una de las complicaciones más graves asociadas con el embarazo y el parto, y una de las principales causas de muerte materna en los países desarrollados. Esta devastadora tragedia de la vida real es la trama de la nueva película de Paul Weitz, que se implica como director, guionista y productor. 

La película sigue a Matthew (Kevin Hart, un actor negro más vinculado con la comedia que con el drama, pero que se vinculó también como productor), quien lidia con el dolor mientras intenta criar a su hija recién nacida y honrar el legado de la mujer que perdió demasiado pronto. Aunque es un padre viudo, se da cuenta de que tiene una comunidad de amigos y familiares para ayudar a moldear la vida de su hija Maddy, y debe aprender a apoyarse en ellos, especialmente a medida que ella crece. Ser padre describe el viaje de Matt como padre joven en términos conmovedores y desgarradores. Porque su historia real se capturó por primera vez en su blog, donde compartió actualizaciones sobre cómo navegar por la pérdida de su esposa en medio del caos de cuidar a un recién nacido. Un blog que se convirtió en un salvavidas para muchos padres que experimentaban luchas similares, y de ahí surgió la novela. 

La película comienza mezclando escenas de un entierro y los preparativos, días antes, de la cesárea para el nacimiento del primer hijo de la pareja. Y los momentos de felicidad por la buena nueva se truncan a las 24 hs, con una repentina disnea y posterior pérdida de conocimiento al intentar Liz levantarse de la cama. Y las palabras de dolor de Matt al equipo médico: “No me digan que mi mujer ha muerto”. Y la salida del hospital con su hija en brazos y con el dolor de hacerlo sin su esposa, como un viudo que tiene que enfrentarse a la crianza. 

Una crianza en la que ni él ni los que le rodean confían en que sea posible, por los comentarios que surgen en los familiares: “No sé cómo se las va a apañar”, “La crianza es un no parar. Todo el día y toda la noche”. Pero no acepta la alternativa de que Maddy sea cuidada por las abuelas y que eso suponga trasladarse a otra ciudad a vivir. Por lo que Matt da el paso de salir adelante solo, mientras escucha palabras de apoyo llenas de buena intención, pero claramente equivocadas e innecesarias. Y se enfrenta a la pregunta más habitual: “¿Y la madre?”

Un argumento así, otras veces visto, corre el riego de enfrentarse a tópicos, pero son los tópicos de toda crianza. Como el acudir a un grupo de apoyos de madre (aunque él es un padre) donde le orientan sobre el significado del cólico del lactante y el valor de aplicar para ello el “ruido blanco” (que le funciona) y el piel con piel. Como la visita a la pediatra y esas positivas palabras de ánimo que recibe. Como el apoyo de canguros. Como su bautizo, su entrada al colegio, sus primeros accidentes. Porque Maddy va creciendo y Matt mantiene vivo el recuerdo de su madre con esa frase tan habitual en sus vidas: “Dos besos. Uno por mamá y otro por mi”

Matt finalmente tendrá que ir tomando decisiones por el bien de su hija, dejando el lastre de culpa y responsabilidad por la muerte de su esposa. E, incluso, superar que su posible nueva pareja se llame Liz también. Porque es la propia Maddy la que cuestiona a su padre: "¿Por qué cuando pasa algo bueno nos lo quitan?”. Y esta tragedia real (como la vida misma) finaliza de forma simpática y esperanzadora. Por ello la tragedia se transforma en dramedia. Y se agradece. 

Por ello, Ser padre es una dramedia sobre la paternidad a solas, una historia de amor y superación. Y que se suma a otras películas que nos han aproximado al reto de la crianza de los hijos por parte de un padre solo, separado o viudo. Ya lo vimos en la mítica Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962) y la especial figura de Atticus Finch, un honesto abogado viudo con dos hijos pequeños (Scout y Jem) que vive en una pequeña ciudad del estado de Alabama en la década de 1930 en una película llena de valores. Y a partir de ahí se han ido sumando películas, todas ellas ya presentes en Cine y Pediatría, y desde distintas nacionalidades: desde Estados Unidos, Yo soy Sam (Jessie Nelson, 2001),  En busca de la felicidad (Gabriele Muccino, 2006), o  El niño de Marte (Menno Meyjes, 2007);  desde Italia, Líbero (Kim Rossi Stuart, 2006);  desde Australia, Rómulo, mi padre (Richard Roxburgh, 2007);  desde España, Ismael (Marcelo Pyñeiro, 2013);  desde Francia, Mañana empieza todo (Hugo Célin, 2016);  o desde Turquía, Milagro en la celda 7 (Mehmet Ada Öztekin, 2019). Todas ellas nos recuerdan que una madre es muy importante para los hijos en su crianza. Pero esa importancia es especialmente patente cuando el padre tiene que conseguir solo esa función.

 

sábado, 10 de julio de 2021

Cine y Pediatría (600). “Más allá de las palabras” están los hechos

 

“Supongo que mi función en la familia es la de pegamento. Siempre intento que todos se mantengan unidos”. Con esta reflexión se nos presenta María Fareri (Olivia Steele-Falconer), una adolescente de 13 años, hija menor del matrimonio Fareri, un familia estadounidense bien posicionada y donde sus hermanos trillizos pronto irán a la Universidad de Boston. Reconocemos que John, el padre (David Duchovny), es constructor y se casó de segundas nupcias con Brenda, quien aportaba hijos trillizos. Y María es la hija menor malcriada en el buen sentido, que se nos presenta repleta de felicidad y responsabilidad. 

Así comienza la película Más allá de las palabras (Anthony Fabian, 2013), basada en hechos reales y que nos narra la emotiva e inspiradora historia de John y Brenda Fareri, unos padres que tratan de recomponer su descompuesta familia después de la inesperada muerte de su hija pequeña en el año 1995. Todo empezó con un dolor en el hombro izquierdo de María, que desemboca en una consulta urgente por deterioro neurológico, que empeora rápido con convulsiones y necesidad de ventilación mecánica. Se sospecha una encefalitis por picadura de garrapatas, si bien se confirma rabia por mordedura de un murciélago canoso. A partir de ahí las dudas y la espera en pasillos inhóspitos de hospital, hasta que se detecta un electroencefalograma plano que conlleva la difícil decisión de retirar la respiración asistida, con una dolorosa despedida sin lugar para llorar. Incluso cuando la madre abraza a su hija en los últimos momentos de su vida, una enfermera le increpa: “No puede estar en la cama. Va en contra de las normas”

Porque lo cierto es que estos padres, a pesar de haber recibido un trato privilegiado en el hospital Westchester Medical Center en el que estuvo ingresada la pequeña María, se ven sorprendidos por el ambiente deshumanizado del lugar y el sentir que no se consideraba a los familiares como parte importante del tratamiento. El padre, ya de por sí poco hablador, se aísla en su tristeza y hace más patente su habitual mutismo: “Papá está como un zombi”. Porque la muerte de María destroza a la familia, con unos padres perdidos y cada vez más alejados, allí donde Brenda le confiesa: “No puedo más… No puedo seguir siendo fuerte por ti”; y donde los abatidos hermanos buscan su camino en la vida abandonando los estudios universitarios. Pero un día John lee en el diario de María: “Algún día quiero descubrir mi propia manera de hacer feliz a la gente. Pero ese no es el deseo sobre el que he querido escribir. Aunque tengo un millón de deseos para mí, como ser una estrella o una científica muy famosa, yo he deseado salud y bienestar para todos los niños del mundo”. Y es entonces cuando John decide construir un hospital pediátrico que llevará el nombre de María Fareri, un hospital que no solo mantenga vivo el legado de su hija, sino que tenga en cuenta las particularidades arquitectónicas y funcionales propias de la infancia y adolescencia en el momento del ingreso, así como la atención a aquellos aspectos relacionados con la humanización que no sintieron en algún momento en su experiencia. 

Pero ante esta aventura que se avecinaba, el padre no sintió al principio el apoyo ni en la familia ni en la comunidad. Un hijo le recuerda: “La fantasía del hospital para borrar el recuerdo de lo que le pasó a María en el pasado y olvidarse de la familia que le queda”. Mientras los directivos del hospital le dicen: “Aunque a todos nos gustan los niños y son el futuro y todo eso, la Pediatría está en el fondo de la cadena alimentaria. Los neurocirujanos y los de trasplantes son los peces gordos aquí porque atraen todo el dinero. Pues no les gusta tu idea porque dicen «Queremos un juguete nuevo. Queremos un bisturí gamma. No queremos un hospital infantil». Así que ya han ido a quejarse a sus amigos del condado que, por desgracia, son nuestros jefes. Y a ellos tampoco les gusta tu idea, no quieren meterse en proyectos de gran capital durante unas elecciones. Son ellos los que controlan el Departamento de Sanidad del Estado. Los mayores contribuyentes no quieren perder su negocio, no les interesa que les arrebates su negocio y deberían participar en la construcción del nuevo hospital infantil”. 

Así es como no encuentra los apoyos necesarios, pero en sus reflexiones ya María pensaba esto de su padre: “Puede que a veces mi padre no hable porque las acciones hablan más alto que las palabras”. Y busca la ayuda de la comunidad, intentando recibir fondos. Y para ello toda estrategia es válida entre sus colaboradores, como la de comparar la habitación de un hospital con la celda de una cárcel: “Lo que me fascina es lo semejante que son las dos habitaciones. Cogen a una persona, le quitan la ropa, le asignan un número, le ponen en una habitación con un extraño, le dan alimentación institucional. Es lo más deshumanizante que le pueden hacer a alguien. Y lo hacemos en el peor momento de su vida. Lo hacemos cuando están enfermos o muriéndose”. Creo que es una descripción que todos reconocemos de alguna manera u otra. Y es así como los padres de María, junto con toda su familia y otros miles de miembros de la comunidad, lograron la creación del Maria Fareri Children’s Hospital en el Westchester Medical Center en Valhalla, NY., inaugurado en el año 2004 como un hospital “centrado en la familia” y con una arquitectura más humanizada, por lo que se convertiría en un referente para todos los centros pediátricos construidos a partir de ese momento. 

Así nos lo recuerda en la película su madre Brenda: “María se preocupaba mucho de la gente. Y quería dejar huella”. Y vaya que sí lo hizo. Y la escultura de María con su perro a la entrada del hospital, así lo recuerda. Y la película termina con una reflexión en off de María: “A veces parece que todo está perdido. Pero de pronto sale el sol. Ya mi nombre está en un edificio, pero también he dejado otras cosas que significan mucho para mí. Una familia en la que hablan entre ellos, en la que se quieren. Puede que hayan perdido el pegamento, pero no se han deshecho. Ya os dije que no era una historia triste”. 

Y el colofón final de la película, acompañado de dibujos e imágenes reales del proyecto del hospital nos recuerda que el Maria Fareri Children´s Hospital es el único hospital en los Estados Unidos que lleva el nombre de una niña y que actualmente, con más de 20 especialidades pediátricas, ofrece atención a unos 20.000 pacientes pediátricos cada año, en una instalación acogedora tanto para los niños como para los padres y familias, tal como se puede consultar en su web.  

Por cierto, con los problemas que origina la traducción de los títulos originales, conviene no confundir nuestra película estadounidense de hoy, por título original “Louder Than Words”, de la película neerlandesa homónima pero de título original “Beyon Words” (Urszula Antoniak, 2017), una película rodada en blanco y negro que es una apasionante reflexión sobre la migración, la integración y los vínculos paternos. 

Y finalizo con una reflexión personal. Porque quizás Más allá de las palabras no sea una gran película desde el punto de vista cinematográfico, pero su historia basada en un hecho real le da un valor añadido, especialmente para los pediatras que conocemos la importancia de la humanización en nuestra profesión, humanización que tiene que estar en las personas y también en la arquitectura. Y por ello he querido elegir esta película para conmemorar un hito más en Cine y Pediatría, y es que hemos llegado a la sexta centena de entradas en el blog. Porque al igual que en nuestra película de hoy, también en Cine y Pediatría, más allá de las palabras… están los hechos.

 

sábado, 24 de octubre de 2020

Cine y Pediatría (563). “El niño que domó el viento”, una gota en el mar de las hambrunas


Un adolescente de 14 años de Malaui, por nombre William Kamkwamba, logró salvar a su pueblo en el año 2001 de una de las recurrentes hambrunas en ese país. Inspirado en un libro titulado “Using Energy”, este joven inventó un sistema de captación de energía eólica, lo que posibilitó bombear agua para el cultivo de alimentos en la sequía. Lo hizo construyendo un molino de viento sirviéndose de una simple bicicleta, de las partes oxidadas de un viejo tractor y de los manuales básicos de ingeniería que encontró en la biblioteca de su escuela, de la que sería expulsado cuando su familia de agricultores dejó de poder pagarla. Y esta historia real se hizo conocida mundialmente por su invención entre la precariedad, especialmente a través de una conferencia TED. Y en el año 2007, ya a los 19 años, logró volver a estudiar y se doctoró en Dartmouth, una de las universidades de la exclusiva Ivy League (una de las ocho universidades de élite estadounidenses con connotaciones de excelencia académica, selectividad en las admisiones y elitismo social, donde también se encuentran las universidades Brown, Columbia, Cornell, Harvard, Pensilvania, Princeton y Yale). Y Kamkwamba decidió recoger esta increíble historia en un libro autobiógrafico en el año 2009, “The Boy who Harnessed the Wind”, coescrito con el periodista Bryan Mealer, y que se constituye en una inspiradora historia sobre el poder de la imaginación y la fuerza de la determinación. Y fue una década después cuando se estrenó la película El niño que domó el viento (Chiwetel Ejiofor, 2019), distribuida por la todopoderosa Netflix. 

Y es este actor inglés, Chiwetel Ejiofor, un ejemplo más de actor devenido en director, y que conocemos especialmente por su nominación al Oscar por 12 años de esclavitud (Steve McQueen, 2013) y que debutara por otra interpretación relacionada con la esclavitud en Amistad (Steve Spielberg, 1997), quien se atreve a plasmar esta historia y libro en la gran pantalla. Y en El niño que domó el viento no solo se encarga de la dirección, sino también del guión y de interpretar al padre de nuestro protagonista. Los hechos nos trasladan a la hambruna de Malaui del año 2002, una de las peores hambrunas como consecuencia de la peor cosecha de maíz desde 1949, y que es conocida como la hambruna de Bakili Muluzi, por ser este el nombre del presidente del país en aquel momento y su mala gestión. Pues la política y los políticos son uno de los grandes males que asola África, verdadera plaga de dictaduras y corrupciones, sin atisbos de conseguir una democracia real y madura. 

La película es narrada en cuatro partes, cuyo nombre se expresa en español, en chichewa (idioma oficial de Malaui) y en inglés: Siembra (Kufesa/Sowing), Cosecha (Kukolola/Harvest), Hambruna (Njala/Hunger) y Viento (Mphepo/Wind). Y es que esta película es un ejemplo más de por qué toda película debe visionarse en su versión original subtitulada, pues en ella se mezcla sin solución de continuidad el chichewa y el inglés. 

William Kamkwamba (Maxwell Simba) vive con sus padres Agnes y Tryndell y dos hermanos (una hermana mayor, Annie, y un lactante), en un poblado agrícola con pocos medios, pero donde la enseñanza se nos muestra como importante. Una escuela de la que es expulsado, pese a su interés por acudir y su pasión por aprender, pues sus padres no pueden pagarla. Y la preocupación del Prof. Kachigunda, prometido de su hermana, es clara: “Muchos alumnos se van por culpa de la cosecha. Podrían cerrar la escuela. Aquí no nos queda nada”. Y donde la hambruna se suma a una tierra ya maltratada por la explotación de la industria tabaquera, con tala sistemática de árboles y la posterior desertización y facilidad para inundaciones. 

Y llega la hambruna y sus consecuencias para la población, donde se pelean entre ellos por conseguir grano o la poca comida que reparte el gobierno. Y las conversaciones en la familia rondan sobre esta grave situación. Y el padre les dice: “Podemos comer una vez al día. Habrá que decir cuándo”. Y la madre comenta sobre el padre: “Se está matando de hambre. Se está matando de hambre por no privar a los niños de comida”. Y en la necesidad surge el intelecto, y en principio nadie cree en la idea de William: “En Estados Unidos hacen electricidad con el viento. Y con ella haremos agua. Haremos un molino de viento. Primero uno pequeño para ver si funciona…”. Pero al final el padre confía en él y también sus amigos, y le ayudan a conseguir el milagro de obtener el agua del viento.

Emocionante el proceso. Emocionante la película. Y que termina con el personaje real de William Kamkwamba: “A William se le concedieron becas para que terminara la escuela en Malaui y para que estudiara en la African Leadership Academy de Sudáfrica. Después se licenció en Estudios Medioambientales en Darmouth College, USA. Agnes y Tryndell siguen viviendo en Wimbe. El primer y posteriores molinos que William construyó garantizan electricidad y cosecha a lo largo de todo el año. Annie nunca pudo ir a la universidad. Sigue casada con Mike Kachigunda. Tienen cuatro hijos y visitan Wimbe a menudo”. Y el dicho malaui: “Ngati Mphero Yofika Korse / Dios es como el viento, lo toca todo”

Y es que para entender la magnitud de la proeza de William Kamkwamba, hemos de ponernos en situación: una infancia en Malaui, un país africano dominado por la superstición, donde todos temen el poder del hechicero; una subsistencia sometida a las inclemencias meteorológicas y a las corrupciones habituales de la mayoría de los gobiernos, que echan al traste la cosecha del año y condenan a la familia, y al pueblo entero, a la hambruna; una educación inaccesible para la mayoría de los niños, que no pueden pagar las tasas; una existencia sin electricidad, que les obliga a depender de las lámparas de queroseno, que los asfixian, y de la madera, a kilómetros de distancia y cada vez más escasa… Y en medio de tanta penuria, un niño capaz de cambiar el destino de su familia y de su país gracias a su curiosidad e ingenio. Y con esta pequeña gran historia, la revista Time incluyó a Kamkwamba entre las “30 personas menores de 30 años que cambiaron el mundo”. 

Porque El niño que domó el viento es una bellísima película, real y extraordinaria como la vida misma. Y una oportunidad para conocer de primera mano lo que son las hambrunas, algo que en este primer mundo de sobrepeso nos suena a ciencia ficción. La ONU define la hambruna cuando al menos el 20% de los hogares de una zona se enfrentan a una grave falta de alimentos, las tasas de malnutrición superan el 30% o mueren al día por hambre dos o más personas por cada 10.000. Y para conocer su importancia basta recordar las mayores hambrunas del último siglo: Unión Soviética 1930-5 (hasta 8 millones de personas murieron como resultado del programa de industrialización masiva de Josef Stalin), China 1958-61 (entre 10 y 20 millones de personas murieron como resultado del Gran Salto Adelante de Mao Zedong, con una política errónea), Camboya 1970-9 (una década de conflictos y hambre con un saldo de 2 millones de muertes), Etiopía 1984-5 (1 millón de fallecidos y esta fue la hambruna que originó el famoso concierto Live Aid promovido por Bob Geldof), Corea del Norte, 1995-9 (más de 3 millones de fallecidos por una combinación de inundaciones y políticas gubernamentales erróneas), Somalia, 2011-12 (que mató a 260.000 personas). 

Y por ello El niño que domó el viento no solo nos recuerda una bella historia de superación e ingenio, sino que se convierte en un toque de atención para no olvidar que las hambrunas pueden matar más que una pandemia vírica. Y aunque esta historia solo es una gota en el mar de las hambrunas, bien vale la pena  recordarla.


miércoles, 8 de julio de 2020

Aprendiendo de las crisis, con corona o sin corona



Estamos viviendo una pandemia que ha parado el mundo y cuyas consecuencias sanitarias en afectados y muertes está siendo catastrófica, pero cuyas oleadas posteriores y resacas, pueden tener un efecto aún más grave. Y la crisis del coronavirus y la crisis del postcoronavirus debe sacar de nosotros la mejor de las resiliencias para conseguir doblarnos, adaptarnos y no rompernos.

Pero no nos enfrentamos a nada nuevo, si quizás diferente. Porque la historia de la humanidad está repleta de crisis en todas las épocas y de todo tipo, ya sean nucleares (Chernobyl, 1986), militares (Ruanda, 1994), terroristas (World Trade Center, 2001) o financieras (Lehman Brothers, 2008), así como desastres naturales como tsunamis (Sudeste asiático, 2004),  terremotos (Haití, 2010) o epidemias (Ébola, 2014), y así podríamos continuar por las diferentes épocas del pasado.

El problema, como nos recuerda Francisco Alcaide - conferenciante, formador, escritor y coach en liderazgo y motivación -, es que tenemos muy poca memoria histórica. Como se suele decir, «la historia no sirve para nada, pero el que no sabe de historia no sabe de nada». Y Francisco Alcaide, cuyo best seller "Aprendiendo de los mejores", le ha encabezado a ser el único autor español entre los 25 autores más leídos en el mundo en desarrollo personal. Abajo os dejamos el vídeo de presentación a este recomendable libro, porque "las personas verdaderamente inteligentes aprenden de la experiencia de los demás" y cabe trabajar bien nuestros cinco ámbitos: desarrollo personal, espiritualidad, libertad financiera, emprendimiento y liderazgo.

Francisco Alcaide nos regala algunas enseñanzas de esta crisis que bien se podrían aplicar a otras épocas de la historia. Y que me atrevo a compartir por sus potenciales beneficios.

1. CREATIVIDAD. Lo importante no es tener respuestas, sino la capacidad de inventarlas.
Donde hay un problema, hay una solución. No queda otra. La creatividad está incrustada en la naturaleza humana y es infinita. La creatividad se alimenta de curiosidad. En realidad, eso es lo único que hace falta, porque la curiosidad lleva a preguntar, observar, investigar y trastear hasta dar con la tecla. Ya lo decía Albert Einstein: «No tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente curioso». Quien busca, siempre encuentra, sólo es cuestión de tiempo hallar una solución.

2. CAMBIO. Si no cambias, es probable que termines allí donde te diriges.
La frustración procede de no aceptar la realidad. Pero si la realidad cambia, uno está obligado a cambiar con ella o se queda atrás. El precio de hacer lo mismo siempre es mayor que el precio del cambio, aunque a corto plazo sea más placentero porque el cambio asusta, duele y lleva tiempo. Lo que evitas se pospone, y habitualmente, con mayor dolor. El éxito consiste en admitir la responsabilidad y luego responsabilizarse. Todo lo demás es una forma segura de seguir con un problema. Todos nos sentimos inclinados a la negación cuando la verdad es demasiado incómoda. La aceptación siempre es una liberación, porque sólo lo que aceptamos lo podemos transformar.

3. REINVENCIÓN. Reinventarse no es cambiar de profesión como quien cambia cromos.
Reinventarse, como todo, es posible, pero no es automático. Reinventarse es un proceso, y como todo proceso, exige constancia y tiempo. Reinventarse exige aprender nuevas competencias, habilidades y actitudes. Reinventarse, como todo lo que merece la pena, lleva esfuerzo, resiliencia y paciencia.

4. ADVERSIDAD. En la vida todos nos movemos por dos fuerzas: inspiración o desesperación.
Es posible que en más del 90% de los casos nos movamos por 'desesperación'. En el ser humano hay una tendencia grande a la inercia, la rutina y lo cómodo. Siempre es más fácil ser cobarde que ser valiente. Por eso, muchas veces la mejor alternativa es no tener alternativas, porque entonces ya sólo queda tirar para delante. Por ello, jamas debemos desaprovechar una buena crisis.

5. PROBLEMAS. La riqueza se logra resolviendo problemas.
Quienes aspiran a conquistar cotas altas no pueden esperar a que la vida sea fácil. Nunca lo es. Problemas, problemas y más problemas. Y curiosamente lo que la mayor parte de la gente no quiere son problemas. Para ello es esencial aprender a mirar la realidad cara a cara. Sólo desde esa postura se puede encontrar una solución. Negar la realidad u ocultar los problemas no los resuelve. Y en todo el proceso es clave mantener la calma y la serenidad para poder pensar con claridad y actuar con eficacia.

6. ACTITUD. La actitud que tomes con la vida es la que la vida tomará contigo.
Las personas de éxito no son infalibles pero sí saben interpretar todo lo que les ocurre de manera positiva. Cómo interpretas, afrontas y reaccionas a todo lo que te sucede, especialmente los momentos difíciles (fracaso, derrota, error, adversidad...), es un buen indicador de tu potencial y va a determinar en buena medida la altura de tu éxito. Porque la vida no es de color de rosa, pero puedes convertir cualquier circunstancia en una fuente de aprendizaje si tienes la actitud correcta. Nuestra actitud es una de las pocas cosas sobre las que tenemos control, así que merece la pena que sea la adecuada. Una actitud es una respuesta, se elige.

7. PENSAR. Pensar es el trabajo más difícil que existe.
Quizás por sea esa la razón por la que hay tan pocas personas que lo practiquen. Las personas que más valor aportan dedican tiempo en sus agendas a pensar y así poder re-ajustar, re-diseñar, re-enfocar, re-estructurar y re-orientar con sentido. Dedicar tiempo a pensar te hace ganar claridad, y con esa claridad es más fácil hacer mejor las cosas. Y el tiempo de confinamiento ha sido un buen momento para ello.

8. GRATITUD. El único estado mental que te permite atraer mejores cosas es la gratitud.
En la vida no siempre todo marcha como a uno le gustaría (y la pandemia ha vuelto el mundo del revés), y ahí es dónde sale a la luz la auténtica naturaleza humana. La gestión de la adversidad y los momentos difíciles, con serenidad o desconcierto e ingratitud, desvelan quiénes somos. Porque una cosa es que algo no sea de nuestro agrado, y otra olvidar todo lo que tenemos a nuestro alcance, que es mucho.
Vivir en España es de auténticos privilegiados. Ningún país es perfecto (como ningún trabajo, pareja, ni nada...) pero basta conocer ciertas realidades internacionales para saber que en España es uno de los países con mejor calidad de vida: infraestructuras, sistema sanitario, comida, playas, temperaturas, carácter y otras muchas cosas más. Con frecuencia somos adictos a la queja. Todos nos podemos quejar de algo. No hay que negar los problemas pero es importante no negar lo bueno que hay en nuestra vida. Cuando alimentas la gratitud, desactivas la negatividad de tu vida. La gratitud es en sí misma una forma de abundancia.

9. AHORRO E INGRESOS PASIVOS. Riqueza no es lo que ganas; riqueza es lo que conservas.
Si ingresas mucho, pero gastas igual (o más endeudándote) tu riqueza es cero (o negativa). El ahorro cumple su función y 'nos salva' cuando aparecen momentos difíciles, y existe precisamente para eso, para solventar esos periodos con soltura. El ahorro es necesario, porque siempre aparecen imprevistos: enfermedades, accidentes, dificultades, falta de cobros, o lo que sea. Como señala Warren Buffett: «No ahorres lo que te queda después de gastar; gasta lo que te quede después de ahorrar». Además, no sólo hay que tener ahorros (que se pueden agotar si hay que tirar de ellos) sino que más inteligente es tener activos que generen ingresos pasivos (que no dependan del trabajo y la presencia física).

Nueve palabras y acciones clave para superar cualquier crisis, con corona(virus) o sin corona: creatividad, cambio, reinvención, adversidad, problemas, actitud, pensamiento, gratitud y ahorro. Porque la solución global a esta crisis merece mucho consenso, pero la solución individual depende de nosotros mismos. Y no habrá una solución global sino ponemos cada uno nuestro grano de arena.


sábado, 4 de julio de 2020

Cine y Pediatría (547). “El indomable Will Hunting”, redimido por el perdón y el amor




Cuatro nombres habituales en Cine y Pediatría se reunieron en el año 1997 para regalarnos una película icónica: el director Gus Van Sant y los actores Robin Williams, Matt Damon y Ben Affleck. Hablamos de una de esas películas que te enseñan a vivir y en las que permanecen sus diálogos y enseñanzas: El indomable Will Hunting

Gus Van Sant es uno de esos “enfants malades” del séptimo arte estadounidense, al que ya dedicamos hace mucho tiempo una entrada por su especial dedicación a la adolescencia en su cine:  desde Mi Idaho privado (1991), esa peculiar road movie en busca de la identidad (personal, sexual y familiar) de dos adolescentes hasta Paranoid Park (2007), pasando por El indomable Will Hunting (1997) y Descubriendo a Forrester (2000), con una hechura similar ambas, y la rompedora Elephant (2003), sobre la tragedia del instituto Columbine. Robin Williams ya es un habitual en Cine y Pediatría con icónicos personajes como el profesor John Keating en El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989), el crecidito Peter Pan de Hook (Steven Spielbert, 1991),  el famoso Dr. Hunter “Patch” Adams, promotor de la risoterapia, en Patch Adams (Tom Shadyac, 1998), o  el dickesiano Wizard de El triunfo de un sueño (Kirsten Sheridan, 2007).  Y también será en nuestra película de hoy Sean McGuire, ese profesor que le hizo cambiar la vida a nuestro protagonista de hoy (y posiblemente también a los espectadores). Y luego tenemos a la pareja de amigos conformada por Matt Damon y Ben Aflleck, quienes además de actores de esta película, son coguionistas (junto a William Goldman): Matt Damon ya fue el emprendedor Benjamin Mee de Un lugar para soñar (Cameron Crowe, 2011)  y Ben Affleck nos regaló su ópera prima en la dirección en el año 2007 con Adiós pequeña, adiós.  

En su momento, El increíble Will Hunting, obtuvo numerosos premios, entre ellos el Globo de Oro al mejor guión original, dos Oscar (guión original y actor secundario a Robin Williams) y Oso de Plata en el Festival de Berlín por la interpretación de Matt Damon. Y todo ello por una sencilla historia llena de sentido y sensibilidad, cuyos mensajes permanecen un cuarto de siglo después. Y varios son los motivos para revisar de nuevo esta película: 
- Por una historia que llega al alma desde el principio hasta el final, donde acompañaremos al joven Will Hunting (Matt Damon), de 20 años, durante una etapa de cambios en su vida, en la que tiene que luchar entre su rebeldía natural y su gran intelecto. 
- Por la relación entre sus personajes, todos aquellos con los que Will se encuentran en su camino, como su amigo Chukie (Ben Affleck), su novia Skylar (Minnie Driver), el profesor Gerard Lambeau (Stellan Skarsgard) y, especialmente, con el profesor Sean McGuire (Robin Williams). 
- Por las actuaciones totalmente creíbles, la de todos, pero especialmente el dúo Will/Matt Damon y Sean/Robin Williams, sendos ganadores de premios. 
- Por los profundos diálogos, de esos que te atrapan y que no puedes olvidar fácilmente, frases que se quedan en nuestra memoria y que nos llegan a algún lugar entre el cerebro y el corazón. 

Y destaco dos diálogos, tan largos como profundas. Frases inolvidables… 
- La conversación de Sean y Will en el parque: “Si te preguntara sobre arte, me darías una lista de libros. Miguel Angel, sabes mucho sobre él. Su trabajo, sus aspiraciones políticas, él y el Papa, sus preferencias sexuales, todo. Pero no puedes decirme a qué huele la Capilla Sixtina, nunca has estado ahí ni has visto ese hermoso techo, no lo has visto. Si te preguntara sobre mujeres me darías un compendio de tus favoritas. Quizá hasta te hayas acostado algunas veces, pero no puedes decirme lo que es despertar con una mujer y ser realmente feliz. Eres un chico rudo. Si preguntara sobre la guerra, me hablarías de Shakespeare "Una vez más a la brecha, queridos amigos..." Pero nunca has estado cerca de una, nunca has tenido la cabeza de tu mejor amigo en tu regazo agonizando y pidiéndote ayuda. Si te preguntara sobre el amor, citarías un soneto, pero nunca miraste a una mujer y te sentiste vulnerable. Ni has conocido a alguien que te absorbiera con los ojos. Como si Dios hubiera bajado un ángel sólo para ti, que pudiera rescatarte del infierno. Ni sabes qué se siente ser un ángel para ella. Tener ese amor por ella para siempre pasando por todo, pasando por el cáncer. No sabes qué es dormir en un hospital por dos meses sosteniendo su mano, y que los doctores sepan que no respetarás las horas de visita. No sabes lo que es una pérdida. Eso sólo pasa cuando amas algo más que a ti mismo. Dudo que hayas osado amar tanto a alguien. Te veo y no veo a un hombre inteligente y confiado. Veo a un chico arrogante y muerto de miedo. Pero eres un genio, Will; es indudable. Nadie podría entender tu complejidad. Pero crees saber todo sobre mí por ver mi pintura. Hiciste pedazos mi puta vida. Eres huérfano, ¿verdad? ¿Crees que sé lo dura que ha sido tu vida, cómo te sientes y quién eres, porque leí "Oliver Twist"? ¿Eso te define? Personalmente no, me importa una mierda, porque no hay nada que no pueda saber sobre ti que no pueda leer en un puto libro. A menos que quieras hablar sobre ti mismo sobre quién eres. Entonces estaré fascinado, lo aceptaré. Pero no quieres hacer eso, ¿verdad? Te aterra lo que puedas decir. Te toca, jefe”. 

- O la conversación de Will al rechazar el trabajo en la Agencia de Seguridad Nacional: "¿Por qué no debería trabajar para ustedes? Pregunta difícil, pero intentaré responderla... Imaginemos que empiezo a trabajar y me ponen un código sobre la mesa, uno con el que nadie puede. Yo intento descifrarlo y lo consigo, y me siento satisfecho porque he hecho bien mi trabajo, pero a lo mejor ese código era la situación de un ejército rebelde en el Norte de África y en cuanto han localizado su escondite bombardean el pueblo donde se esconden los rebeldes; mueren 500 personas a las que no conocía y con las que no tenía ningún problema. Luego los políticos dicen: "enviemos a los marines para asegurar el área", aunque les importa una mierda, no serán sus hijos los que vayan a morir, los suyos tienen recomendación y se pegan la vida padre en la Guardia Nacional. Será un chico de Southie al que le llenaran el culo de metralla, y cuando vuelva descubrirá que la planta en la que trabajaba ha sido trasladada al país del que acaba de volver, y el tipo que le llenó el culo de metralla le ha quitado el trabajo porque lo hará por 15 centavos al día y sin pausas para mear. Luego el chico comprende que el único motivo por el que le enviaron allí fue para instaurar un gobierno que nos vendería el petróleo a buen precio. Y las compañías petrolíferas han aprovechado el conflicto para disparar los precios de la gasolina, lo que supone un hermoso beneficio para ellas, de modo que a mi colega no le ha servido de nada, así que se toman su tiempo para traer el petróleo nuevo y se toman la libertad de contratar a un capitán mercante borracho al que les gusta darle al Martini y hacer eslalon entre icebergs. A medio camino choca con uno, derrama el petróleo y se carga la fauna del Atlántico Norte. Mi colega está en el paro, no puede pagar la gasolina, va andando a buscar empleo y eso le putea, porque la metralla del culo le ha provocado hemorroides y está muerto de hambre, porque cuando va a comer el único plato del día que sirven es pescado del Atlántico Norte al aceite de motor. ¿Que qué me parece? Creo que puedo montármelo mejor. Pienso, ¡qué coño!, ya puestos, ¿por qué no me cargo a mi colega? Le quito su trabajo, se lo doy a su enemigo, subo la gasolina, bombardeo un pueblo, mato a una foca a golpes, fumo maría y me apunto a la Guardia Nacional. Podría llegar a presidente...". 

Está claro que si has visto la película, recordarás estos momentos. Y está claro que si no la has visto, harás lo posible por buscarla y disfrutar de ella y sus enseñanzas. Porque esta es la historia de Will, un chico superdotado desadaptado a la sociedad. Un mago de las matemáticas, que conoce casi todos los datos de la historia, el derecho y el arte, pero que tiene la arrogancia indomable de quien comienza a vivir. Y se encuentra con otro genio, Sean, quien ya lo ha vivido (y sufrido) casi todo. Y este tour de forcé interpretativo de dos personajes inolvidables en el cine es lo que hace de El indomable Will Hunting una película para prescribir en la educación en valores a nuestro hijos, nuestros alumnos, nuestros pacientes. 

Porque Will, cuando descubren su talento por parte de los académicos, tendrá la aparente obligación de elegir entre seguir con su vida de siempre - un trabajo fácil, buenos amigos, muchas cervezas y alguna bronca - o aprovechar sus grandes cualidades intelectuales en alguna universidad de prestigio (Harvard, MIT). Y solo los consejos de un solitario y bohemio profesor lw ayudarán a decidirse, a superar su pasado (un chico huérfano que pasó por diversas casas de acogida y que fue maltratado por algún padre adoptivo) y que estudia (y sabe de todo) por diversión, sin fin para mejorar su status. Indomable y autodestructivo por su aparente libertad, quien le llega a confesar a Skylar: “No sé cómo te funciona la mente”

Indomable frente a su mentor, el profesor Gerald Lambeau, frente a su consejero, el profesor Sean McGuire,  su amiga y novia Skylar, y frente a su panda de amigos. Es su mecanismo de defensa contra todo y contra todos. Hasta que Sean le repite varias veces: “No es culpa tuya” y entonces Will logra llorar y abrazarle: “¡Dios mío, lo siento mucho! ¡Dios mío!”, francamente emotivo y sanador. Y la despedida de Sean: “Buena suerte, hijo”

Y ese final con Will en coche rumbo a esa carretera con rumbo a su corazón, al que ha logrado domar y con ello redirigir su vida a través de su perdón y el amor.