Blog personal, no ligado a ninguna Sociedad científica profesional. Los contenidos de este blog están especialmente destinados a profesionales sanitarios interesados en la salud infantojuvenil
El embarazo en adolescentes se define como un embarazo precoz en la etapa de la adolescencia (que la OMS establece entre los 10 y los 19 años), normalmente en mujeres que no han alcanzado la mayoría de edad jurídica (variable según los distintos países del mundo), así como a las mujeres adolescentes embarazadas que están en situación de dependencia de la familia de origen.
Las adolescentes embarazadas, además de enfrentarse a la misma situación que cualquier otra mujer embarazada, deben enfrentarse a una mayor desprotección, con mayores preocupaciones sobre su salud y su situación socioeconómica (de manera especial las menores de 15 años y las adolescentes de países con escasa atención médica y nula protección social). Este embarazo suele implicar un riesgo en la trayectoria vital de las jóvenes adolescentes y un serio y prevalente problema médico-social.Es por ello que el embarazo en adolescentes es un problema de salud pública mundial con consecuencias significativas para la salud, la educación y el desarrollo social de las jóvenes y sus hijos.
Las situaciones personales, familiares, sociales, médicas y psicológicas que rodean al embarazo de una adolescente son un filón para el cine. Distintos temas afloran y uno de los más importantes vienen relacionados con el contexto familiar y los sentimientos que provocan una noticia así sobre una hija adolescente (dolor, decepción, amargura, soberbia o amor, en distintas dosis), una hija no emocionalmente preparada para un compromiso vital tan importante como es la maternidad a tan temprana edad. Y desde esta sección de Terapia cinematográfica hoy proponemos un recorrido por 7 películas argumentales sobre el embarazo en adolescentes, aunque veremos que son numerosas las historias al respecto en el séptimo arte, tanto en largometrajes como en telefilmes. Estas películas son, por orden cronológico de estreno:
- Quinceañera (Richard Glaztzer, Wash Westmoreland, 2006), para recordar que esa edad no siempre es una fiesta.
- Juno (Jason Reitman, 2007), para debatir sobre el embarazo no deseado en una adolescente.
- 9 meses (Keeper, Guillaume Senez, 2015), para viajar dentro de las dificultades que implica aceptar ser madre o padre adolescente.
- La inocencia (Lucía Alemany, 2018), para entender que una prueba de embarazo lo puede cambiar todo.
- Nunca, casi nunca, a veces, siempre (Never Rarely Sometimes Always, Eliza Hittman, 2020), para interiorizar las claves de las buenas decisiones en el embarazo de una adolescente.
- El acontecimiento (L´évenement, Audrey Diwan, 2021), para reconocer que el embarazo de una adolescente no siempre es un feliz acontecimiento, ni antes ni ahora.
- La maternal (Pilar Palomero, 2022), para compartir el día a día de un centro para madres menores de edad.
Siete películas argumentales para viajar a las vivencias de estas adolescentes durante una inesperada gestación a su edad, con el horizonte del parto, puerperio y maternidad.
Se puede revisar el artículo completo en este enlace o en este otro.
El embarazo y el parto son procesos profundamente humanos y universales que, aunque son compartidos por mujeres de todas las culturas y regiones, están moldeados por las realidades sociales, económicas, políticas y culturales de cada contexto. En la mayoría de los lugares del planeta Tierra el embarazo no es una elección, sino una obligación. Y, desafortunadamente, la muerte materna se percibe como un hecho natural. Porque cada día nacen en el mundo más de 350.000 niños y niñas al día. Y cada año se producen cerca de 300.000 muertes maternas en todo el mundo en relación con el embarazo y parto-
El embarazo y el parto, como experiencias universales y profundamente transformadoras, han sido desde tiempos inmemoriales una fuente inagotable de inspiración para artistas y cineastas. Estas etapas de la vida, cargadas de simbolismo, emociones y cambios físicos, han sido representadas de diversas maneras a lo largo de la historia del arte (principalmente en la pintura y escultura), ofreciendo una mirada rica y compleja sobre la condición humana y que reflejan las creencias y valores de cada época. Y dentro de las artes, también el séptimo arte ha ofrecido una amplia variedad de representaciones del embarazo y el parto. Desde dramas conmovedores hasta comedias ligeras, pasando por películas documentales, las diferentes historias han explorado tanto los aspectos físicos como emocionales de estas experiencias, donde algunos temas han sido recurrentes: el embarazo y parto como un viaje hacia la maternidad lleno de cambios físicos, psicológicos y emocionales; el cuerpo femenino gestante como un símbolo de fertilidad y creación; el parto como una experiencia dolorosa y transformadora que marca un antes y un después en la vida de una mujer; el vínculo entre la pareja y entre la madre y su hijo; entre otros.
Y es así que, desde esta sección de Terapia cinematográfica, hoy proponemos un recorrido por 7 películas argumentales sobre distintos enfoques del embarazo y parto en el mundo. Porque también hay películas en que este tema no se trata para entretener, sino para concienciar, y estas son las películas argumentales seleccionadas. Estas películas son, por orden cronológico de estreno:
- El primer grito(Le premier cri, Gilles de Maistre, 2007), para tener una visión global de la preparación del nacimiento en diferentes culturas del mundo.
- No llores, mujer (No Woman, No Cry, Christy Turlington, 2010), para acercarnos al problema del embarazo en el mundo.
- Un feliz acontecimiento (Un heureux événement, Rémi Bezançon, 2011), para aproximarse a la maternidad como experiencia transformadora de la mujer y la familia.
- Néixer (Nacer) (Néixer, Ana Victoria Pérez, 2012), para concienciarnos del valor del parto respetado, principalmente patente en el primer mundo.
- Madre (Mabel Lozano, 2013), para reivindicar el hecho diferencial de la maternidad.
- Fragmentos de una mujer (Pieces of a Woman, Kornél Mundruczó, 2020) , para sufrir la experiencia de la pérdida inesperada de un recién nacido en el parto.
- Mamífera (Liliana Torres, 2024) , para conocer el sentimiento de una mujer que no desea la maternidad.
Siete películas argumentales para disponer de una visión poliédrica del embarazo y parto en el mundo a través de diferentes géneros (del documental a la ficción) y desde distintas filmografías.
Se puede revisar el artículo completo en este enlace o en este otro.
En su nota informativa del año 2018, la AEMPS (Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios) se hacía eco de las recomendaciones del Comité para la Evaluación de Riesgos en Farmacovigilancia Europeo (PRAC), implementando medidas para evitar la exposición a valproato (ácido valproico) durante la gestación.
- En niñas y en mujeres con capacidad de gestación, no se debe utilizar ácido valproico, excepto que no se pueda utilizar otra alternativa terapéutica y se cumplan las condiciones del plan de prevención de embarazos.
- En mujeres embarazadas no se debe utilizar ácido valproico en el trastorno bipolar. En caso de epilepsia solamente se podrá utilizar si no es posible otra alternativa terapéutica.
- El plan de prevención de embarazos incluye la evaluación de la posibilidad de embarazo en todas las mujeres, y el entendimiento y aceptación por parte de la paciente de las condiciones del tratamiento (que incluyen el uso de métodos anticonceptivos, pruebas de embarazo regulares y consulta con el médico en el caso de planificar un embarazo o existencia del mismo). El tratamiento deberá revisarse al menos anualmente.
Y en el presente año 2024, en su nota informativa MUH (Medicamentos de uso humano) de la AEMPS se emitió recomendaciones sobre el uso de valproato en varones para evitar el posible riesgo de trastornos del neurodesarrollo en sus hijos tras la exposición paterna a este principio activo:
- Los resultados de un estudio observacional retrospectivo realizado en varios registros de los países escandinavos, sugieren un aumento del riesgo de trastornos del neurodesarrollo en niños y niñas cuyos padres habían recibido valproato en los tres meses previos a la concepción, comparado con niños y niñas cuyos padres habían recibido lamotrigina o levetiracetam en monoterapia.
- Se establecen nuevas recomendaciones sobre el uso de valproato en varones para prevenir este riesgo potencial en sus hijos
Y por ello en la web de la AEMP se ha actualizado los materiales relativos al programa de prevención de embarazos en pacientes en tratamiento con este principio activo, y nos sumamos a esta difusión. Se recomienda a los profesionales sanitarios leer detenidamente la guía antes de prescribir valproato a mujeres (de cualquier edad) con capacidad para concebir y a pacientes varones.
El embarazo es una etapa especial, alrededor de la cual concurren importantes oportunidades para la prevención de las enfermedades evitables mediante la vacunación, que es posible abordar en función de tres períodos claramente diferenciados: a) antes de que el embarazo se produzca; b) en el período de la gestación, y c) en el posparto y la lactancia. Las vacunas aportan protección a la madre y al producto de la gestación actual o de futuras gestaciones. La experiencia inmunológica de la madre, adquirida mediante su contacto con la enfermedad natural o la inmunización, es transmitida al feto y al recién nacido (RN), confiriéndole importantes ventajas durante los primeros meses de vida.
Por tanto, las vacunas que se ponen durante el embarazo no solo protegen a la embarazada, sino que también proporcionan al recién nacido una protección temprana. Ponerse las vacunas contra la gripe, el tétanos, la difteria y la tosferina, el virus repiratorio sincitial y el SARS-CoV-2 durante el embarazo ayuda a producir anticuerpos protectores y una buena parte de esos anticuerpos pasarán al bebé, con la capacidad de proteger frente a estas enfermedades durante los primeros meses de vida.
Una explicación más detallada de la vacunación alrededor del embarazo se puede revisar en la web del Center for Disease Conctrol and Prevention (CDC) o en web del Comité Asesor de Vacunas (CAV).
Como resumen de esta información, vale la pena revisar esta infografía.
Hay personas cuyo paso por la vida no deja indiferente, para bien o para mal. Y esto es más evidente si se embarcan en un compromiso que de antemano se conoce su dilema y su polémica. Entonces, para algunos sus actos serán tachados de valentía (los que la apoyan) y para otros de osadía (los que la critican). Una de estas personas es la joven estadounidense Abby Johnson, quien escribió en 2010 el libro testimonial “Unplanned: The Dramatic True Story of a Former Planned Parenthood Leader´s Eye-Opening Journey Across the Life Line”, ese particular viaje de ser una directora de la empresa de planificación familiar con mayor número de abortos de Estados Unidos a convertirse una de las más firmes líderes antiabortistas del país, un trayecto desde la posición “pro aborto” a la posición “pro vida”, que no ha dejado indiferente en calificativos y descalificativos hacia la historia y la persona. Como era fácil de intuir, este libro tuvo su parangón cinematográfico recientemente: Unplanned (Chuck Konzelman, Cary Solomon, 2019).
Lo que nos cuenta se puede resumir así. Abby Johnson es una joven americana de raíces cristianas que, después de someterse a dos abortos en su juventud (el primero por un embarazo adolescente no deseado, el segundo por un hijo tampoco deseado de un matrimonio fracasado), comenzó a trabajar en una clínica de planificación familiar (donde el aborto era el producto estrella y el que mantenía la economía de la empresa) para llegar a ser luego una de las directoras más jóvenes de la poderosa organización Planned Parenthood. Johnson decidió abandonar su trabajo después de asistir a la visión ecográfica de una interrupción del embarazo por succión. A partir de ese momento, esta joven decidió dedicar una gran parte de su vida a mostrar lo que ella experimentó en primera persona y su transformación.
Y comienza así Unplanned, con la voz en off de Abby Johnson (interpretada por Ashley Bratcher): "Desgraciadamente esta es mi historia”. Y la historia regresa 8 años atrás cuando, como estudiante de psicología, se apunta como voluntaria a Planned Parenthood para ofrecer consejos, anticonceptivos y abortos, y ya en esos momentos tiene sus primeros enfrentamientos con los antiabortistas de “40 Days for Life” que se posicionan casi cada día en la verja de la institución. Esos flashback también nos remite a sus dos abortos, incluido el segundo realizado en su propio domicilio con una pastilla abortiva y que le implicó “12 hs de agonía en casa, 8 semanas de coágulos menstruales y contracciones y un rechazo personal”.
Y de su trauma hizo su trabajo, ya casada en un segundo matrimonio con Doug, a quien sí quería. Si bien éste no compartía el que ella fuera terapeuta en Planned Parenthood para preparar a las mujeres que allí acudían, y que luego se encargara del aula P.O.C. (Piece of Children, la sala de ensamblaje de restos del bebé para evitar que ningún resto quede dentro de la mujer) y que luego la ascendieran a directora. Y con ello nos enfrentamos a una película cruda, donde no se ahorran imágenes que describen de manera explícita los diferentes métodos para detener el embarazo. Y estamos ante una película a la que se puede acusar de tomar partido (cómo no, si es un testimonio), al construir algunos personajes antagonistas, como el de su jefa anterior, quien con frialdad extrema le pone a Abby en la tesitura de plantearse volver a abortar y así poder seguir adelante con su escalada profesional, lo cual reúsa. Y surge esta reflexión de nuestra protagonista: “Esa tarde, después de interrumpir 38 embarazos en poco más de cuatro horas, celebramos mi embarazo en la clínica”.
Y tal es su implicación con el proyecto Planned Parenthood que es elegida trabajadora del año en la firma por su productividad. Es en ese homenaje y encuentro donde conoce el proyecto de la empresa de crear un gran hospital e incrementar la edad de aborto hasta las 24 semanas de gestación, ante lo que se opone y es amonestada con estas palabras: “Los abortos son los que te pagan el sueldo…Somos proveedores de abortos. Es nuestro modelo de negocio”. Mientras tanto, los grupos antiabortistas, ante la visión de los toneles con los restos de cientos de bebés abortados que salen de la clínica, no apagan su voz: “Señor, rezamos porque acabe el drama del aborto”. Y, cuando tiene aquella visión inicial en la película de la imagen ecográfica del bebé de 13 semanas abortado por succión, es cuando decide presentar su dimisión y sus lágrimas – por haber ayudado a decirse a abortar a más de 22.000 chicas – acompañan a sus palabras: “Lo siento mucho. Esas mujeres vinieron a mí buscando ayuda y yo las traicioné. Las traicioné porque les dije que lo mejor era matar a su bebé”.
Y es entonces cuando ella decide ponerse al otro lado de la valla, junto con los activistas de “40 Days for Life” y ahora sus palabras son otras a esas mujeres que acuden a la clínica: “Porque se deshacen de tu bebé. Pero nunca lograrán que te deshagas del recuerdo de tu bebé”. Era evidente que la empresa la denuncia por tomar ese camino de directora de Planned Parenthood a firme antiabortista.
Y la película deriva en esa escena final de las rosas rojas y blancas en la valla de la clínica Planned Parenthood de la ciudad de Bryan (Texas), que cerró en agosto de 2013. Y el colofón donde se especifica que la película fue rodada sin el permiso de Planned Parenthood (estaba claro que sería así) y donde se nos cuenta que ahora ese local se ha convertido en la sede nacional de “40 Days for Life” y comparte las instalaciones con un centro de recursos para el embarazo. También se nos refiere que la Abby Johnson lidera la organización benéfica “And Then There Were Alone” mientras espera su octavo hijo.
Fuera de la película descubrimos algo más de nuestra protagonista. Y cabe decir que, desde entonces, Abby Johnson ha adoptado una ética de vida consistente, oponiéndose no solo al aborto, sino también a la pena de muerte y la eutanasia. Pero también cabe decir que este posición, tan firme como radicalizada, le ha llevado a ser una voz destacada en el movimiento antivacunación, que afirma erróneamente que en la investigación de las vacunas COVID-19 participaron tejidos fetales abortados. Luces y sombras del camino.
Sea como sea, esta película no se ruboriza al cuestionar el aborto. Y, hoy, cuestionar el aborto es casi un tema tabú, y no es políticamente correcto. Pero resulta que otra cuestión diferente es la moral, y la moral es muy superior a la política. Porque nadie duda que el aborto es un drama personal y social, y que es preciso ofrecer a las mujeres ayudas reales para evitar ese drama. Este tinte de tema-tabú es el que ha dificultado la producción y el que ha reducido el casting, porque son pocas las actrices que se atreven con un film como este y, de hecho, la película está interpretada por Ashley Bratcher, una actriz americana muy comprometida también en la causa pro-vida y que fue, a su vez, una superviviente del aborto (su madre renunció en el último momento).
Si no hay prejuicios previos, revisar esta película es una interesante experiencia, porque quizás nada es blanco ni negro, y seguro que los pro-vida y pro-aborto pueden tener puntos de encuentro cuando lo importante es defender la vida y también a la mujer. Una película para los que no comulgamos con ruedas de molino (ni rojos ni azules, ni morados ni naranjas) y vivimos en una sociedad que ha normalizado muchas cosas y que está haciendo muy poco para evitar el drama del aborto. Baste rememorar la película de la semana pasada, Mi hermano persigue dinosaurios (Stefano Cipani, 2019) y entonces recordar que España es el país del mundo donde nacen menos niños y niñas con síndrome de Down. Pensaba que habíamos superado - y estábamos de acuerdo - lo de que el mundo no va de cromosomas…
Pero claro que esta película ha sido muy denostada. No es para menos, si nuestra David tiene enfrente a un poderoso Goliat como Planned Parenthood, organización estadounidense creada en el año 1916 por Margaret Sanger y que se ha convertido en el mayor proveedor de servicios de salud reproductiva en Estados Unidos (incluido el aborto inducido) y que tiene sucursales en casi 200 países del planeta. Y está claro que la presentación en su página web poco tiene que ver con el libro y la película alrededor de la experiencia de Abby Johnson.
Porque Abby Johnson descubre que las buenas intenciones - desde las suyas hasta las del padre que lleva a abortar a su hija adolescente en la película - no son suficientes cuando hay en juego otras vidas humanas. Y esto sirve para el aborto y para muchas otras realidades, sean fetos, niños, adultos, ancianos o, incluso, para los animales. Porque la polémica es mucho más beneficiosa que el silencio cómplice. Y por ello Unplanned apunta hacia la esperada polémica alrededor del aborto.
El milagro de la vida es maravilloso y el periodo del embarazo resulta un tiempo habitualmente repleto de buenos sentimientos. Por ello, y por contraste, el cine no ha sido ajeno para hacer de ello, en ocasiones, un momento misterioso, cuando no terrorífico. Y baste recordar algunos títulos como las películas estadounidenses Engendro mecánico (Donald Cammell, 1977) y El heredero del diablo (Matt Bettinelli-Olpin, Tyler Gillett, Radio Silence, 2014), las francesas Baby Blood (Alain Robak, 1990) y Al interior (Alexandre Bustillo, Julien Maury, 2007), o la brasileña Los buenos modales (Marco Dutra, Juliana Rojas, 2017). Pero por encima de todas ellas, se encuentra la fiel adaptación de la novela del judío neoyorquino Ira Levin, “Rosemary´s Baby”, un aterrador cuento sobre embarazo y satanismo que la ha convertido en una de las mejores películas de terror de la historia: La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968).
Ira Levin publicó este libro en 1967 y refleja el impacto de la fundación de la primera Iglesia de Satanás en California en 1966 y tras la la primera visita del Papa a Estados Unidos en 1965. Es “Rosemary´s Baby” su novela más conocida, aunque otras posteriores como “The Stepford Wives” y “The Boys from Brazil” también fueron llevadas a la gran pantalla. Y fue La semilla del diablo la a polémica carta de presentación de Roman Polanski en Estados Unidos (como director y guionista, el único guion en solitario de su carrera), un gran éxito comercial y de crítica, película revolucionaría que allanó el camino de lo que más adelante se conocería como el nuevo Hollywood. De hecho, este polémico director franco-polaco de origen judío y nacionalizado estadounidense, dirigió sólo dos películas enteramente norteamericanas, importantes por lo que significaron dentro de los dos géneros que más practicó, ambas sendas obras maestras: en el cine de suspense y terror, nuestra película de hoy, y en el cine negro, Chinatown (1974). Y solo nos resta pensar lo que hubiera sido de su carrera si no se hubiera visto obligado a abandonar Estados Unidos en dos ocasiones: la primera tras el asesinato de su mujer Sharon Tate y su hijo nonato, y la segunda por haber mantenido relaciones con una menor.
La semilla del diablo comienza con una visión a vista de pájaro de Central Park y de los edificios que lo rodean. Y también sobrevuela el tema principal de la película, por título “Rosemary´s Baby”, a cargo del compositor polaco Krzysztof Komeda y acompañando a unos títulos de crédito en rosa propios de las comedias románticas de la época. Un comienzo bien paradójico para adentrarnos en la historia del matrimonio Woodhouse, Guy (John Cassavetes) y Rosemary (Mia Farrow), quienes se mudan al edificio Bramfort (en realidad, el edificio Dakota), sobre el cual, según un amigo, pesa una mala reputación porque a principio de siglo algo ocurrió allí con distintos inquilinos: “Esta casa ha tenido un gran número de sucesos desagradables”. Una vez instalados, se les acercan los Castevet, Minnie (Ruth Gordon) y Roman (Ralph Bellamy), unos vecinos que los colman de atenciones, incluido un colgante con una raíz de tannis de mal olor y que Rosemary no se pone.
Guy es un actor fracasado, con poco más de un par de obras de teatro y anuncios para la televisión, pero al que, por un giro del destino, le ofrecen un papel principal. Ante la perspectiva de un buen futuro, deciden buscar un hijo; y en esa esperada velada reciben un postre de chocolate de sus vecinos, cuya relación se les ha hecho ya algo asfixiante. Pero algo había en el postre que hace que Rosemary se sienta mareada y entonces tiene un extraño sueño: viaja en un yate solo para católicos y en cuyo techo ve los frescos de la Capilla Sixtina, llega un tifón y ella baja desnuda al camarote donde la rodean decenas de personas ancianas también desnudas y siente que es invadida por un ser demoníaco. Y es cuando ella grita: “¡No es un sueño! ¡Está pasando de verdad!”. Y el Papá le pregunta preocupado si le ha mordido un ratón y le da a besar el anillo, que resulta ser el mismo amuleto de tannis que le regalaron los vecinos. Una escena clave y fascinante en extremo, repleta de connotaciones católicas, freudianas y ocultistas.
Y cuando Rosemary se queda embarazada, lo único que recuerda es sentir que ha hecho el amor con una extraña criatura que le ha dejado el cuerpo con algunas marcas, y que Guy justifica por el frenesí de la velada. Cuando le comunican que está embarazada, intenta reorientar su matrimonio, minado por la excesiva obsesión de Guy en su nuevo papel, pero los Castevet lo complican todo. Y hasta consiguen al momento que cambie de ginecólogo, al parecer uno muy famoso y que le da estos consejos: “No lea libros, por favor. Ningún embarazo es exactamente como en los libros. Y tampoco se haga caso de sus amigas. Ningún embarazo es igual a otro. Nada de pastillas. Minnie Castevet tiene un herbolario. Le preparará una infusión diaria con más propiedades y más rica en vitaminas que cualquier píldora. Si tiene alguna duda, llámeme a la hora que sea”. Pero durante el embarazo, y pese al estrecho seguimiento ginecológico, pierde peso y tiene constantes dolores, tanto de abdomen como de articulaciones. A medida que pasan las semanas, empieza a sospechar que su embarazo no es normal. Cuando deja de beber el brebaje que le trae la vecina, cesan sus dolores. Sus amigas le aconsejan que vaya a otro ginecólogo y pida una segunda opinión. Y ella asustada dice: “¡No quiero tener un aborto!”
Y un libro con un anagrama que le deja un amigo en su lecho de muerte le da la pista; su título, “Todos ellos brujos/All of the witches”, donde descubre relaciones con sectas satánicas en la que aprende que para sus aquelarres la sangre más potente es la de un bebé. Y por ello intenta explicar al nuevo ginecólogo: “Puede que todo sea una coincidencia, pero de algo estoy segura: practican la magia negra y quieren a mi bebé”.Un bebé que se llamaría Andy si es niño y Jenny si es niña, pero que finalmente le llamará Adrian. Y así es que, cuando Rosemary ve el interior de la cuna negra, exclama el terrorífico lamento: “¿Qué le habéis hecho? ¿Qué le habéis hecho en los ojos?...¿Qué le habéis hecho, fanáticos?”. Y todos los demás le explican: “Su padre es Satán, no Guy. Salió del infierno y ha engendrado un hijo de una mujer mortal. Satán es su padre y su nombre es Adrian. Derrocará a los poderosos y arrasará los templos… Él te eligió entre todas las mujeres del mundo. Él quiso que fueras la madre de su único hijo…¡Dios ha muerto! ¡Satán vive! ¡Es el año uno!”.
Y con el esbozo de sonrisa de Rosemary cuando mece a su hijo y el mismo tema principal musical que al principio, finaliza esta peculiar película. Una obra que, más de cuatro décadas después, conserva intacta su capacidad de sugerencia, su ambigüedad y su tremendo poder de convicción. Porque Polanski sabía que el horror es mejor que lo añada la mente del espectador y que sus posibilidades más oscuras nazcan de lo cotidiano, no de lo extraordinario. Y no era plato de buen gusto oponer la idea de una Satánica Concepción a la idea tradicional de Inmaculada Concepción, con lo que el Anticristo significa de perturbador para cualquier espectador, principalmente si está educado en una cultura primordialmente católica (como lo está nuestra Rosemary, fiel seguidora de Pablo VI en la película).
A lo largo de la historia del séptimo arte han surgido algunas películas que han sido catalogadas de malditas, y esta definición no se fundamenta solo en el tema (pues muchas de ellas pertenecen al género de terror), sino por lo que rodeó su creación, con grabaciones suspendidas, trágicas muertes o accidentes y sucesos paranormales. Algunos ejemplos sonPsicosis (Aldred Hitchcock, 1960), El exorcista (William Friedkin, 1973), La profecía (Richard Donner, 1976), Holocausto caníbal (Ruggero Deodato, 1979), Poltergeist: fenómenos extraños (Tobe Hooper, 1982), En los límites de la realidad (John Landis, Steven Spielberg, Joe Dante, George Miller, 1983), El cuervo (Alex Proyas, 1994), The Possession/El origen del mal (Ole Bornedal, 2012) o El conjuro (James Wan, 2013), entre otras. Y entre ellas, ocupa un lugar tristemente privilegiado La semilla del diablo, la película maldita de Polanski y su infernal rodaje.
Se dice que el agente de Ira Levin entabló negociaciones con el maestro del suspense Alfred Hitchcock, pero al final el trato se cerró con William Castle, productor y director de películas de terror de serie B, aunque finalmente se le persuadió para que acabara ejerciendo de productor y dejara paso a un prometedor director radicado en Londres, Roman Polanski. Este ya había rodado El cuchillo en el agua (1962), Repulsión (1965), Callejón sin salida (1966) y El baile de los vampiros (1967) y este proyecto sería su primer largometraje en el país de las oportunidades. Polanski se había enamorado de la novela y su intención era escribir él mismo el guion y trasladarlo en imágenes permaneciendo fiel al texto de Levin. Se trasladó a Santa Mónica y trabajó de manera frenética y en tres semanas ya tenía una primera versión. La siguiente misión era encontrar al elenco principal perfecto: tras barajar nombres de estrellas masculinas como Steve Mcqueen, Tony Curtis, Paul Newman o Jack Nicholson, la mejor opción para el papel de Guy Woodhouse era el galán Robert Redford, pero tuvo que conformarse con John Cassavetes, pionero del cine independiente, que aceptó la propuesta para financiar su siguiente película como director; para el personaje de Rosemary Woodhouse se pensó en un principio en Jane Fonda, pero la talentosa hija de Henry ya estaba comprometida con su heroína espacial de Barbarella, y Polanski se decantó por su prometida, la actriz texana Sharon Tate y luego por Tuesday Weld, aunque fue Castle quien insistió en que viera a Mia Farrow, la joven y frágil esposa de Frank Sinatra, y en cuanto comprobó su etérea presencia comprendió que era la protagonista ideal para La semilla del diablo.
La filmación en interiores tuvo lugar en los estudios de la Paramount en Hollywood, mientras que para los planos exteriores se eligió el edificio Dakota de Manhattan, transformado para la ocasión en el edificio Bramford, un inmueble con aspecto de fortaleza gótica en cuyo ático había vivido nada más y nada menos que el “frankenstein” Boris Karloff, y de quien se dice que tras su fallecimiento su espíritu merodeaba el edificio, pero cuyo hecho más significativo es que aquí fue tiroteado John Lennon años después. Y el rodaje resultó tan aterrador casi como lo narrado en la propia película, pues Polanski no tardó en erigirse en el Dios absoluto de la producción, mostrando su desprecio por los actores, a los que trataba como un tirano. Fue Frank Sinatra el primero en protestar y exigir a su mujer que abandonara el proyecto, aduciendo que Polanski era un “polaco inútil”; finalmente, “La Voz” acabó enviando a su abogado al plató para entregarle los papeles del divorcio a Mia Farrow delante de todo el equipo. La intérprete cayó en una profunda depresión, que a la postre resultó beneficiosa para su papel de atormentada Rosemary.
El rodaje se demoró bastante por el estricto perfeccionismo del director y su tendencia obsesiva a repetir una y otra vez las tomas. Y así como Mia Farrow obedecía sumisa, no ocurría lo mismo con John Cassavetes, quien hizo temblar el set en más de una ocasión por sus enfrentamientos con Polanski. Es por ello que Paramount quiso despedir al director, pero cuando vieron el metraje grabado hasta entonces, se percataron de que era demasiado bueno para rescindirle el contrato. La película ganó un único Óscar, para Ruth Gordon como actriz de reparto por su papel de la agobiante y quisquillosa vecina Minnie Castevet, y fue nominado Roman Polanski para Mejor guion adaptado, pero no recibió nominación ni como Mejor director ni tampoco como Mejor actriz principal, pese al gran papel de Mia Farrow.
Lo cierto es que el director pagó un alto precio por el descomunal éxito de la película y, con el paso del tiempo, muchas de las personas que estuvieron involucradas en el rodaje fueron golpeadas por la tragedia, de ahí el término de película maldita. La desgracia más conocida ocurrió al año siguiente de su estreno, cuando su bella mujer Sharon Tate, embarazada de ocho meses y medio, murió brutalmente asesinada junto a otras cuatro personas en su residencia de Cielo Drive a manos de la secta La Familia del psicópata Charles Manson. Algunos llegaron incluso a acusar al propio Polanski de complicidad en la masacre. También el compositor Krzysztof Komeda, colaborador habitual del cineasta y autor de la banda sonora, fue víctima de un trágico accidente al caer de un barranco y cuyas heridas le causaron la muerte meses después, a la edad de 37 años. Por otro lado, William Castle tuvo un fallo renal al finalizar la producción y John Cassavetes, por su parte, contrajo una extraña hepatitis. El productor Robert Evans tocó el cielo con la película, pero posteriormente su carrera entró en declive y su vida personal también: sufrió tres infartos, fue sospechoso de un asesinato e ingresó voluntariamente en un centro psiquiátrico para no acabar suicidándose, y, para colmo de males, su mujer Ali McGraw le dejó por el actor Steve McQueen.
Hechos y anécdotas alrededor de una película de culto y una película maldita. La que nos muestra las grietas de una gestación y la maternidad bajo el prisma del séptimo arte y bajo la ambigüedad de Levin y Polanski.
El director húngaro Kornél Mundruczó y su pareja, la actriz húngara (devenida en guionista) Kata Wéber, suman fuerzas en el séptimo arte para regalarnos una película fundamentada en su experiencia al perder un hijo durante el embarazo. Trasladan su historia a una joven pareja de Boston, Martha (increíble - y premiada - Vanessa Kirby) y Sean (irreconocible Shia LaBeouf), quienes espera su primera hija y cuya vida cambia radicalmente tras morir la recién nacido durante un parto en casa y por la supuesta negligencia cometida por una matrona, a la que posteriormente denuncian ante los tribunales. Una película del año 2020 que lleva por título Fragmentos de una mujer, narrada en ocho fragmentos (ocho fechas en el calendario) durante medio año, ese camino del calvario que es la superación del dolor de unos padres por la pérdida inesperada de un hijo, cuando el sueño se trunca y viene la pesadilla. Y donde Martha tiene que recomponer su relación con su pareja, con su familia, su entorno laboral y consigo misma.
Estos son los ocho fragmentos de una mujer llamada Martha. El fiel relato de las fracturas que puede dejar la pérdida de un hijo, que algunas veces une, pero otras tantas, separa. Y donde la solución a esa profunda herida emocional no llega hasta que no perdonamos y nos perdonamos, hasta que nos reconciliamos con la vida. Y cada fecha comienza con la imagen cambiante del Charles River en las sucesivas estaciones en el estado de Massachusetts.
17 de septiembre.
El parto en casa. Treinta minutos de una escena casi a tiempo real pocas veces vista. La matrona está en otro parto y no puede acudir. Llega la rotura de aguas y los primeros intensos dolores de parto. La pareja intenta relajarse mientras llega otra matrona, que se presenta y se pone a su disposición. Martha tiene mucha incomodidad y náuseas y repite varias veces: “Esto es horrible…¿Por qué no sale?” Ya ha dilatado 6 cm y el latido fetal es correcto: “Va muy bien. Qué rapidez”, expresa la matrona. Gritos de dolor, la pareja se abraza. “¿Quieres un baño?...Todo va a salir bien”. La dilatación ya se ha completado, pero algo empeora y la matrona se lo expresa a los padres: “El latido no sube como es debido…Si sigue así, tocará pedir ayuda y trasladarla”. La madre no quiere ir al hospital y sigue empujando, aunque se le explica que eso no sería un fracaso: “Necesito una ambulancia. Es un parto en casa”. En el intervalo nace la niña, llora y tiene buen color. Pero a los pocos minutos se pone morada y la matrona le asiste con emergencia mediante una bolsa auto inflable de reanimación (conocido como Ambú). En ese momento se oye la sirena de la ambulancia en la puerta. Fundido en negro. Y aparece el título de la película: Fragmentos de una mujer.
9 de octubre.
Martha regresa al trabajo y sus compañeros la miran con extrañeza: “Ya no estoy de baja”, afirma. Todos conocen lo ocurrido y callan, por respeto. Menos una amiga de la madre a la que encuentra en una tienda, quien la abraza y le espeta: “¿Cómo estáis? Tu madre me lo cuenta todo. Lo sé todo. Madre mía, qué horror. La culpa la tiene la timadora esa. Se pudrirá en la cárcel, te lo aseguro. Habrá consecuencias”.
Llega el dictamen de la autopsia, y el doctor les dice: “No hay hipótesis sobre la causa de la muerte. En la autopsia forense hicimos análisis histológicos, toxicológicos y microbiológicos para ver si había infecciones previas, anomalías cromosómicas o irregularidades en la placenta. Solo hemos determinado que a la niña le faltó oxígeno. En dos tercios de estos casos no hallamos explicaciones satisfactorias… Ya se ha imputado a la matrona y pronto habrá un dictamen médico”.
7 de noviembre.
Llegan los primeros conflictos familiares por la muerte de Yvette - que es el nombre de la hija perdida -, principalmente con la madre de Martha, una mujer dominante (Ellen Burstyn). Conflictos por el entierro (ellos quieren enterrarla, pero ella quiere donar el cuerpo de su hija a la Universidad) y por los inicios de la demanda a la matrona.
21 de diciembre.
El comienzo de la rotura de la pareja, cuya distancia se agranda y enfría día a día. “¿Por qué quieres hacer desaparecer a mi hija?” le dice Sean a Martha cuando ésta desmantela la habitación del bebé. Sea comienza a fumar y beber de nuevo y le dice: “Te echo de menos”…, pero todo se convierte en impostado, difícil y frío.
13 de enero.
Continúa la autodestrucción de cada miembro de la familia. Martha busca una salida, pero no hay salida. Sean tiene una relación con la prima de Martha, quien es la abogada que lleva el caso. La madre de Martha siente la frialdad de su hija. La pareja se pierde el respeto, que es esa línea sin retorno: “Eres una mentirosa de mierda. Zorra de mierda”.
5 de febrero.
La reunión familiar alrededor de la madre de Martha, donde una tensa y profunda conversación madre-hija acaba tan mal como empezó: “Martha, si lo hubieras hecho a mi manera, ahora tendrías a tu pequeña en brazos”. Progresa entre la pareja los silencios y la incomunicación, también la falta de respeto y las afrentas. Hasta que llega la separación.
22 de marzo.
Comienza el juicio contra la matrona, cuya cara es un poema de dolor durante todo el proceso. Un desagradable juicio donde una matrona es juzgada por una decisión de los padres a quienes se les fue comunicado la posibilidad de acudir al hospital si algo iba mal… pero la madre prefirió que no.
Es cuando Matha revela las fotos con su hija en brazos en esos minutos que la tuvo al nacer, y eso se convierte en lo que le permite declarar algo así: “Esa mujer no quiso hacerle ningún daño a mi hija. Aquella noche solo quería traer un bebé sano al mundo. Y no creo que tú tengas la culpa. No creo que tenga la culpa. Y te doy las gracias. Lo que pasó quizás tenga una causa, pero no lo averiguaremos en esta sala. Y pedir que se me compense, o pedir dinero, es como decir que se me puede compensar, y no es así. No puedo recuperarla. No hay dinero, veredicto ni sentencia que me devuelva lo que… ¿Cómo voy a pasarle este dolor a otra persona? Hay alguien que ya ha sufrido. Sé que no es lo que ella quería. Mi hija no vino a este mundo, aunque fuera por tan poco, para eso. Y eso es todo. Gracias”.
3 de abril.
La reconciliación de Martha con ella misma, con su familia y con el mundo… mientras vierte las cenizas de su hija sobre el Charles River, el icónico río de la ciudad de Boston.
Y con un lapso de tiempo vemos a una niña de 6 años que sube a un manzano y muerde una manzana (como hemos visto morder a nuestra protagonista varias veces en algunos fragmentos previos). Y es Martha quien la viene a buscar para cenar… Y se nos da a entender que la vida floreció de nuevo y dio sus frutos, como ese manzano que nos acompaña durante todos los minutos de los créditos finales.
Porque la manzana simboliza la belleza femenina, la inmortalidad, la sabiduría, la discordia, el renacimiento y la paz. Y de todo ello reflexiona esta película, por fragmentos y de forma global. Pero también es una película para profundizar sobre otros aspectos, pero dos parecen evidentes: el duelo por la pérdida inesperada de un hijo (en este caso, un recién nacido) y el dilema de cuál es el mejor lugar para nacer, el domicilio o un hospital. Y este último aspecto, tan poco habitual que se refleje en el séptimo arte, merece una reflexión, muy tratada en nuestro blog Pediatría basada en pruebas, y donde la seguridad del binomio madre-hijo debe prevalecer (evidentemente con altos estándares de humanización en el parto en todo momento y en todo lugar).
Cabe decir que el parto domiciliario, en nuestro entorno, como poco, implica: 1) selección de casos basada en una ausencia de criterios de riesgo durante el embarazo (hipertensión, placenta previa, fetos con crecimiento intrauterino retrasado, patologías médicas como diabetes, cardiopatía, etc.); 2) una concienciación muy seria y personal de los futuros padres, debidamente informados, de lo que supone el embarazo primero y un parto en domicilio después; 3) la disponibilidad, con seguridad, de unos medios domésticos aceptables (alimentación, habitaciones, duchas, limpieza,..) además de un apoyo por parte del entorno familiar más cercano (pareja, padres, etc.); 4) la existencia de una red asistencial de profesionales altamente cualificados apoyados por otra capaz de acudir en cuanto surge un problema. Y todos ellos se dieron en esta primera escena de Fragmentos de una mujer, pero es preciso ser sinceros y reconocer que, incluso en nuestras mismas ciudades del mundo desarrollado, hay un alto porcentaje de mujeres y casos donde estas exigencias no se dan.
Por tanto, la mujer (y el núcleo familiar), debidamente informada, elegirá su forma de parto y seguramente lo hará buscando la mayor de las garantías en seguridad para ella y su neonato. Pero aún así, la posibilidad de un accidente obstétrico (cuyo nombre de “accidente” marca lo brusco e inesperado de la situación en muchas ocasiones) hace que puedan ocurrir situaciones cuya solución es más complicada en un hogar que en un centro sanitario. Eso debió pensar Martha aquel 22 de marzo, cuando reflexionó en el juicio sobre lo que pasó.
Y por ello Fragmentos de una mujer da mucho de sí, no solo en lo cinematográfico, sino en las reflexiones que nos traslada: ¿te atreves a dar un mordisco a esta manzana…? Cine con mayúsculas, experiencias en mayúsculas.
La información sobre la enfermedad COVID-19 es continua desde hace meses. Una información sobre la que todos hablan y a veces el ruido de la nube en las redes sociales (donde todos parece que se autoproclaman expertos en el tema) predomina sobre la melodía de la ciencia y el conocimiento. Nada mejor para combatir la "infoxicación" que recurrir a las mejores fuentes de formación e información y, sin duda, estas parten de las diferentes sociedades científicas, avaladas por un equipo multidisciplinar de expertos, donde una buena condición suele ser que tengan más preguntas que respuestas, pues esa es la humildad del científico y sanitario, así como el espíritu de avanzar cada día un poco más hacia la verdad del conocimiento. Pues con ese esfuerzo y esa prudencia avanzan los diferentes documentos (y sus bastantes versiones).
El pasado 19 de abril, e invitado por mi buen amigo y colega, el Dr. Hernando Villamizar, realizamos un Instagran Live para Colombia y especialmente para público en general, titula "NACER EN TIEMPOS DE COVID-19" y cuyo objetivo era responder a una serie de preguntas alrededor de cuatro etapas alrededor del nacimiento de un nuevo hijo: embarazo, parto, recién nacido y lactancia.
En la reunión virtual intentamos responder, en base a las mejores pruebas científicas, a las preguntas planteadas alrededor de la pandemia COVID-19 y de la índole de ¿se conocen efectos adversos del SARS-CoV-2 sobre el feto y recién nacido?, ¿existe mecanismo de transmisión perinatal?, ¿es posible el contacto piel con piel?, ¿es posible la cohabitación del recién nacido y la madre?, ¿se puede mantener la lactancia materna?, etc. En el texto adjunto se resume una parte del contenido de esta reunión.
Es importante tener presente que ninguna de las respuestas son opiniones personales, sino fruto de la mejor evidencia científica disponible hasta ese momento, procedente de las principales organizaciones internacionales (OMS, CDC) y nacionales (Ministerios de Sanidad), así como de las principales sociedades científicas, con especial consideración en este caso a los documentos de la Sociedad Española de Neonatología (SENeo), algunos de cuyos documentos se van actualizando paulatinamente y que os dejamos adjuntos:
Nos enfrentamos a una nueva enfermedad en lo que casi todo está por responder y descubrir en el campo del diagnóstico, tratamiento y prevención. Y en el que tenemos que ir progresivamente rellenando ese hueco, y en el caso que nos ocupa cabe plantearnos la pregunta de si los recién nacido se presentan como fuertes o débiles ante infección SARS-CoV-2.
Después del alcohol y tabaco, el cannabis es la droga más consumida por las parejas embarazadas y madres lactantes en España. Estudios previos, señalan que el 13 % de las mujeres embarazadas en el primer trimestre y el 7 % de las madres lactantes refieren estar expuestas al humo ambiental de cannabis de una forma habitual.
Por lo tanto, el cannabis también es un problema de salud pública. Y ante esto, el Comité de Salud Medioambiental de la Asociación Española de Pediatría (CSM-AEP) publicó hace meses una toma de posición y un tríptico que hoy compartimos, pues es una información de calidad que no puede pasar desapercibida.
Los pediatras diagnosticamos, cada vez, más pacientes con trastornos del aprendizaje, conducta y desarrollo. A diferencia de los adultos, la exposición a sustancias químicas neurotóxicas durante las ventanas de vulnerabilidad en periodos críticos de la organogénesis e histogénesis del sistema nervioso puede hacer que tenga una alteración de la función cerebral de por vida o bien que aparezca durante su etapa adulta. Y una de estas sustancias es el cannabis.
Es por esto que el CSM-AEP ha elaborado un documento de toma de posición, además de un tríptico informativo para profesionales y padres.
En resumen, CSM-AEP considera necesario:
- Alertar a la población sobre los riesgos de la exposición a cannabis durante el embarazo y lactancia.
- Mejorar las competencias de los pediatras y desarrollar módulos de capacitación en pediatría y cannabis (desde el embarazo, lactancia y periodo de crianza hasta el final de la adolescencia).
- Facilitar información útil considerando las exposiciones en embarazo/lactancia.
- Incluir la Hoja verde – cribado ambiental al inicio del embarazo y/o periodo de lactancia – en los programas de Pediatría de Atención Primaria, ya disponible en la CCAA de la Región de Murcia.
- Realiza un llamamiento para colaborar en los programas de detección, prevención e intervención precoz para reducir este daño en el neurodesarrollo.
- Se debe desaconsejar firmemente el consumo de cannabis durante la lactancia. El énfasis debe ponerse en la deshabituación-cesación, no en la retirada de la lactancia. La lactancia incluso podría ser útil para reforzar y afianzar la deshabituación. Se puede dar lactancia materna durante la deshabituación, pero puede requerir una intervención y monitorización del proceso por personal entrenado en el manejo y control de las adicciones en pediatría en las Unidades de Salud Medioambiental Pediátrica de Murcia y Cataluña.
- Atendiendo a las cifras de exposición y banalización del consumo en la sociedad, queremos dejar claro que las embarazadas y niños de España necesitan que se les garantice un aire libre de humo de cannabis y otras drogas. Y apostamos por un marco regulador general de protección del cerebro en desarrollo a estos tóxicos, y las excepciones y particularidades de haberlas en todo caso sean dirigidas a los adultos.
En el tríptico que compartimos debajo se responden a las siguientes preguntas:
- ¿Qué es el cannabis?
- ¿Cuántos niños están expuestos a esta droga en el embarazo o lactancia?
- ¿Cómo afecta el que yo o mi pareja fumemos cannabis si estamos buscando el embarazo?
- ¿El que yo esté expuesta o fume marihuana cómo afecta al desarrollo cerebral de mi bebé?
- ¿Cómo afecta el cannabis a los niños en el hogar?
- ¿Provoca el cannabis malformaciones en el recién nacido?
- ¿La exposición a cannabis durante el embarazo incrementa el riesgo de cáncer?
- ¿Puede dar síndrome de abstinencia si se consume cannabis durante el último trimestre de gestación?
- ¿Qué pasa si fumo cannabis durante la lactancia?
Está claro que combinar cannabis con embarazo y lactancia es una pésima decisión... con graves consecuencias para los padres y, sobre todo, para sus hijos.
Carlos Marques-Marcet es un joven director barcelonés que con sus tres primeras películas establece un círculo alrededor las complejidades en las relaciones de pareja y cómo influye en ellas el deseo de tener un hijo. Todo comenzó en 2014 con la película 10.000 Km, continuó en 2017 con Tierra firme y este año 2019 acaba de estrenar Los días que vendrán. Por la primera recibió la Biznaga de Oro del Festival de Málaga y el Goya al mejor director novel y por la última ha vuelto a recoger dicha Biznaga de Oro a mejor película así como la Biznaga de Plata a mejor actriz. Y con ello firma una trilogía accidental (no planificada) en tres contextos sociales diferentes y donde nos hace partícipe de esa implicación emocional con los personajes que nos demanda entender sus actitudes y decisiones. Y para ello es fiel a sus actores, omnipresente David Verdaguer en las tres películas, Natalia Tena en las dos primeras y María Rodríguez Soto en la última y que hoy nos convoca.
De todas ellas la crítica sitúa a Los días que vendrán como su trabajo más redondo, quizás porque va un paso más allá en cuanto al realismo y la naturalidad de una historia que traspasa la pantalla e impacta en el lado más emocional del espectador. Porque los actores David Verdaguer (en el papel de Lluis) y María Rodríguez Soto (en el papel de Vir) llevan a la gran pantalla una situación real (como es su relación de pareja y el embarazo) para logran dar vida unos pareja de treintañeros y a unas situación ficticias interpretadas con una naturalidad abrumadora. Porque en realidad ellos están viviendo en su vida la situación que se cuenta en la película, y es tan íntimo lo que se cuenta (y se ve) que en diversas escenas nos sentimos incómodos como espectadores, con la sensación de estar invadiendo la intimidad de una pareja.
Porque para dar la mayor naturalidad a la narración, David Verdaguer y María Rodríguez Soto se tuvieron que mudar durante el embarazo de su hija a un piso contiguo, pues el suyo se convirtió en el escenario de una película durante 50 semanas, las que dedicó Carlos Marques-Marcet a grabar y seguir la gestación. Y para mostrarnos las tribulaciones de Lluís y Vir cuando se enfrentan al vértigo de la paternidad y la maternidad, sobre todo en este tiempo de jóvenes millenial, entendiendo como tal a esa generación Y - cohorte demográfica que sigue a la generación X y precede a la generación Z – que nacieron entre la década de 1980 y principios del año 2000, generación que ha estado generalmente marcada por un mayor uso y familiaridad con las comunicaciones, los medios de comunicación y las tecnologías digitales.
Y todo comienza con esta pareja esperando algo y una pregunta: “¿Crees que ya está?”. Risas al mirar el resultado positivo del test, luego un abrazo y caras de preocupación, luego el llanto de ella y la pregunta de él: “¿Qué quieres hacer…?. Y la respuesta: “No lo sé… No podemos tener un hijo ahora”. Y la sentencia: “Pues nada, vamos a una clínica y abortamos”. Algo tan habitual y natural como la vida misma, que puede llegar a parecernos normal…y que esta pareja llega a definir como nosotros estamos bien y el hijo cuando nos vaya bien.
Y es por ello que, a partir de ahí, Marques-Marcet hace uso de su cámara en mano, su imagen granulada, sus primeros planos y sus planos psicológicos para adentrarse en la decisión de seguir adelante con el embarazo y la relación de pareja. Y para contarnos durante esos nueve meses las dudas de una pareja en construcción, sus miedos, sus expectativas, su tránsito hacia algo desconocido que les cambiará la vida. Y un acto tan maravilloso como gestar una nueva vida se convierte en dudas, dudas y más dudas sobre lo bueno y lo malo, y por ello dice Vir: “¿Sabes lo que no es mejor para el niño? Abortar. Es que es muy raro pensar lo que es bueno y no es bueno cuando has decidido abortar”. Y la joven pareja afronta con una mezcla de ilusión, humor, preocupación y miedo, su destino como padres. En ese camino se encuentran diversos obstáculos, reflejando la incertidumbre en la que vivimos actualmente, aunque para los abuelos – otra generación – perciban la noticia como el día más bonito de su vida. Es lo que tiene la generación millennial y esas relaciones más o menos “líquidas” en la que los cambios de pareja son muy habituales en contraste con lo que sucedía en generaciones anteriores y la maternidad tiene otra dimensión. No sé si es mejor o peor, pero sí conocemos que es bastante diferente.
Los días que vendrán es la crónica de un embarazo que lo cambia todo: en el trabajo, en la vida sexual, en la relación de pareja, en la perspectiva de vida. Y Vir piensa: “Es muy fuerte. Te preñas y de pronto eres la heroína nacional”. Y durante el film caminamos por los distintos meses de la gestación y momentos como la búsqueda del nombre a la niña (se lo juegan a los chinos y el nombre elegido es Zoe), la decisión de si casarse o no (“No nos casaremos, pero arreglaremos los papeles”, llena de pragmatismo, pero con un romanticismo que ya no se lleva), la discusión de si el parto ha de ser hospitalario o domiciliario (“Siempre me has recordado que es cosa tuya y que no voy a entenderlo” le replica Lluís), los conflictos de pareja que llevan a plantearse la separación (“Es que yo quiero estar ahí cuando nazca”, reclama el padre). Y es que según el director, el tema central de la trilogía que acaba de completar es "la dificultad de entender al otro". Y en Los días que vendrán, Lluís no entiende cuál es su lugar y Vir se siente incomprendida durante todo el proceso de embarazo, dando lugar a un sutil y jugoso conflicto de género.
Y esta historia atesora un curioso tesoro: una vieja grabación en VHS con escenas del auténtico embarazo de la madre de la protagonista y el parto de Vir. Y es así como nos encontramos no ya con una historia basada en hechos reales, sino que los propios hechos reales son los que van marcando los pasos de la propia historia. Y la historia llega a la rotura de aguas, a las contracturas de parto, al periodo de dilatación, a la monitorización hospitalaria, a la decisión de realizar una cesárea por primípara y no progresión del parto,… La cámara lo filma todo, también la cesárea con anestesia locoregional y los espectadores vemos nacer a Zoe, como los padres, y con ellos lloramos de alegría… Y un mensaje que surge de esa cinta VHS: “Que tu vida sea tan preciosa como fue para nosotros tu primer día de vida”.
Los días que vendrán es una película compleja, pero valiente, no fácil de ver, pero necesaria para sentir los cambios físicos, emocionales y morales de esos días que vendrán con los meses de gestación. También es cierto que no parece la película más adecuada para aquellos que decidan tener un hijo, pues aunque siempre es un periodo clave, por fortuna en la mayoría de las ocasiones se vive con más luminosidad y sencillez que lo hacen nuestros protagonistas. Y por ello nos quedamos con el largo plano secuencia final de Vir y Zoe, madre e hija, fundidas en una sola persona durante el acto de lactancia materna. En esta escena es cuando podemos entender de manera visual el verdadero significado de la maternidad, del amor y de la propia vida.
Y mientras salen los títulos de crédito finales, seguimos viendo a Zoe tomando el pecho y oímos los sonidos de succión y con ello. Y con ello recordamos el famoso pensamiento del escritor cubano, José Martí: “Hay un solo niño bello en el mundo y cada madre lo tiene".
Hace tiempo comentamos en Cine y Pediatría dos entradas sobre pequeños grandes actores en Hollywood o niños prodigio en el séptimo arte, tanto en blanco y negro (Jackie Coogan, Jackie Cooper, Shirley Temple, Freddie Bartholomew, Margaret O´Brien, Mickey Rooney, Johnny Sheffield, Bobby Driscoll, Dean Stockwell, Natalie Wood, Roddy McDowall, Elizabeth Taylor,…) como en color(Ron Howard, Jodie Foster, Tatum O´Neal, Rick Schroeder, Jennyfer Connelly, Christian Bale, Leonardo di Caprio,-Lukas Haas, Elijah Wood, Natalie Portman, Anna Paquin, Kirsten Dunst, Ben Affleck, Michael J. Fox, Ethan Hawke, Shia LaBeouff, Diane Lane, Juliette Lewis, Tobey Macguire, Joaquin Phoenix, Emmy Rossum, Wynona Ryder, Brooke Shields, Scarlett Johanson,…).
Y hoy vamos a hablar de esta última, Scarlett Johanson, una actriz que antes de convertirse en una de las actrices más cotizadas, amén de una sex symbol, en películas como La chica de la perla (Peter Webber, 2003), Match Point (Woody Allen, 2004) o Lucy (Luc Besson, 2014), presentó una infancia y adolescencia como actriz. Debutó con 9 años en Un muchacho llamado Norte (Rob Reiner, 1994), pero fue dando pasos de gigante con El hombre que susurraba a los caballos (Robert Redford, 1998), que la catapultó al éxito, éxito que cimentó en la adolescencia con películas como Ghost World (Terry Zwigoff, 2001) y Lost in translation (Sofia Coppola, 2003).
Pero entre estas obras de infancia hay una que he descubierto por casualidad y en la que Scarlett Johanson realiza a sus 11 años de edad un papel que enamora, tanto por su belleza y candor infantil como por el propio papel que interpreta. Hablamos de la película Manny y Lo (Lisa Krueger, 1996), una obra menor nada despreciable.
Manny es el apodo de Amanda (Scarlett Johansson) y Lo el apodo de Laurel (Aleksa Palladino), dos hermanas de 11 y 16 años, huérfanas de madre, y que huyen de sus respectivas familias adoptivas. De ahí la voz en off de Manny al inicio de la película: “Lo solía decir que hay gente que nace para estar en familia y otra que no. Y no tenías que sentirte mal si eras de las que no…”.
El sueño de Manny es el de tener una familia estable, mientras que el de Lo es el de ser azafata. La aventura en la que se embarcan les obliga a robar alimentos en tiendas, dormir en casas deshabitadas o en el automóvil, y a enfrentarse al inesperado embarazo de Lo, donde Manny le apoya de una manera precozmente razonable. Y así se nos aparecen como una fórmula infanto-juvenil de Thelma y Louise(Ridely Scott, 1991), una road movie con mensaje: “Nos aferrábamos a la regla número 1 de Lo: no te pares y así no te pillan”.
Ante el embarazo que progresa y la próxima llegada del hijo, las dos buscan la manera de salir de esa crisis, así que deciden secuestrar a Elaine (Mary Kay Place), dependienta de una tienda de ropa premamá que asegura saber todo acerca de maternidad. Y las tres conviven en una cabaña que ocupan en medio del bosque, y desde allí comienza una relación triangular muy especial, donde Elaine acaba sintiendo simpatía por sus secuestradoras a las que transmite sus consejos: “La mamá tiene que retener en su vientre al bebé tanto como pueda”, “¿Qué haces fumando si estás embarazada?”, “Nos vamos a quedar y vamos a dar a luz a este bebé”. Un triángulo muy especial entre dos hermanas y una rehén, donde Manny le pregunta “¿No tienes familia, verdad Elaine”. Y ahí reconoce que no puedo consumar la maternidad, lo que nos hace entender algo más el devenir de esa relación. Y al final una nueva reflexión de Manny, nuestra angelical Scarlett Johanson niña: “¿Alguna vez has soñado con alguien antes de conocerlo en la vida real? Esas cosas pasan de verdad, cosas extrañas e increíbles. Te aseguro que ocurren todo el tiempo”.
Una Scarlett Johanson que no es ajena a Cine y Pediatría, pues además de la película que hoy destacamos, ya estuvo presente en Ghost World (Terry Zwigoff, 2001), reflejo de esas dos adolescentes en busca de un lugar en el mundo fantasma de los adultos, La Isla (Michael Bay, 2005) y su debate sobre la clonación, o en Un lugar para soñar(Cameron Crowe, 2011), una historia de superación.
Y hoy apreciamos la luz escarlata que nos deja Scarlett Johanson en un filme atractivo visualmente y verdaderamente comprometido con sus personajes como Manny y Lo, una película inteligente, dulce y divertida, lleno de originalidad y de situaciones imprevisibles. Una película que no juzga, sino que nos lanza a la carretera con ellas y nos hace partícipes de su experiencia sin posicionamientos ni juicios.
“Si lo que escribo sobre la generación de los hombres escandaliza a las personas impuras, que se acusen de su impureza y no de mis palabras” San Agustín
Con esta cita de San Agustín comienza esta película. Y a continuación la canción de Antonio Machín, “Madrecita”, sirve de acompañamiento para los créditos junto a imágenes de recién nacidos llorando y dibujos de cigüeñas, así como otros esquemas sobre la anatomía de la mujer y de la gestación. La película, claro está, es Adiós, cigüeña, adiós, un film iniciático y trasgresor de Manuel Summerspara aquel año 1971 en España, el especial romance de dos adolescentes que tienen que afrontar la llegada de un hijo sin haber sido educados para ello y tienen que experimentar la (auto)educación sexual.
Una película que acumula las señas de identidad de un director tan peculiar como Summers (temas incómodos, humor tierno, crítica social,…), con un guión suyo al alimón con el humorista Antonio de Lara, “Tono”, en lo que fue un éxito inaudito, con un año en cartelera en España y que también triunfó en otros países. Una película que marcó a muchos adolescentes de la época, sobre todo por el hecho de que tocaba temas tabú para la sociedad española del momento.
Estamos en el Madrid de los principios de la década de los setenta, y Madrid aparece retratado como un personaje más, pues allí nos aparece el Museo del Prado, la Cuesta Moyano, el Paseo del Prado, el Retiro y su estanque, la Puerta del Sol, el Rastro, Navacerrada, y hasta los niños jugando al fútbol con las camisetas del Real Madrid y del Atlético de Madrid. Y allí y esa época (“Dos rombos, niños a la cama…” nos decían también los padres) se establece ese noviazgo adolescente de la época entre Arturo (Francisco Villa), de 15 años, y Paloma (María Isabel Álvarez), de 13 años: “Está enamorado de ti como un becerro” le dice una niña pequeña a la angelical Paloma, cuando Arturo le regala una fotografía, en aquellos inicios del flirteo; “Te amo con todas las fuerzas de mi ser, te amo, te quiero” son pensamientos en off de nuestro galán.
Tras salir juntos en varias ocasiones, se comprometen como novios: “Gracias Dios mío, ya somos novios… Padrenuestro que estás en los cielos…”, es lo que piensa Arturo cuando bailan juntos por primera vez y a él le caen lágrimas de la emoción. El adolescente tan ensimismado en su primer amor que escribe el nombre de ella hasta en la sopa de letras. Y en una excursión con el colegio entre la nieve de Navacerrada hacen el amor y, tiempo después, Paloma descubre que está embarazada. Ante el temor de comunicar esta noticia en sus respectivas familias, y dado su escaso conocimiento en educación sexual, la joven Mamen (Beatriz Galbó) y su grupo de amigos integrado por niños y adolescentes, los ayudarán a preparar el parto: “Entre todos cuidaremos a Paloma y el niño será de todos”.
Y el tercio final de la película resulta bien peculiar. Porque puedo asegurar que el control y cuidados que hacen los niños de la gestación de Paloma, sin saber, llega en su inocencia a no ser peor a algunos que yo conozco. Y en la ingenuidad de dos jóvenes puramente enamorados, ella nos dice: “Qué bien se está cuando ya se es mayor…”.
Y así avanzamos hasta el final con el llanto de la nueva vida, todos los niños adorando al bebé de Paloma (y de todos) y el “Aleluya” del Mesías de Haendel llena el espacio y eleva la cámara al cielo. Como no puede ser de otra manera ante una nueva vida….
Y así es como Manuel Summers, que debutó con el gran éxito comercial y cinematográfico que fue Del rosa al amarillo (1963), con la que consiguió la Concha de Plata del Festival de Cine de San Sebastián por esa dos historias paralelas que rebosan amor (la primera protagonizadas por dos niños, la segunda por dos ancianos), prosiguió con una experiencia tan singular como la de Juguetes rotos (1966), sobre la vejez, y se ganó al público con Adiós, cigüeña, adiós, un nuevo buceo en el mundo de la infancia que colisiona con el de la adolescencia, y que descubre el amor y el sexo. Una filmografía ante ese eterno oxímoron de la vida: el deseo de ser mayores cuando somos niños y el deseo de ser niños cuando somos mayores.
El éxito enorme de Adiós, cigüeña, adiós, con ese final lleno de interrogantes, propició una continuación inmediata y con los mismos jóvenes protagonistas: El niño es nuestro (1973), en donde el niño de Paloma es enviado a un orfanato de monjas, dado que ésta no puede mantener a su hijo, pero los chicos se organizan para recuperarlo y criarle juntos. Esta segunda parte no tuvo tanto éxito como la primera, pero con estas tres películas (Del rosa al amarillo, Adios, cigüeña, adiós y El niño es nuestro) Manuel Summers ha sabido como nadie en España dirigir historias de gran sensibilidad contadas por la infancia. Películas con niños para adultos, como nuestra película de hoy (y su continuación) donde nos regala el milagro de la vida contada por la propia infancia.
Y quien se escandalice, que tenga en cuenta las palabras de San Agustín...
La Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) ha publicado recientemente una Nota Informativa para profesionales sanitarios, con unas Recomendaciones del Comité para la Evaluación de Riesgos en Farmacovigilancia Europeo (PRAC), en relación con el ácido valproico, incluyendo nuevas restricciones de uso y la introducción de un plan de prevención de embarazos para mujeres con capacidad de gestación.
En la Nota se menciona un riesgo que ya conocíamos, de trastornos en el neurodesarrollo a largo plazo en niños nacidos de mujeres tratadas con ácido valproico (hasta en el 40% de los casos), así como el riesgo de malformaciones congénitas (en aproximadamente el 10% de los casos).
Por tanto, dado que esta información puede ser de aplicación en vuestra práctica clínica diaria, hace unos días desde el ECEMC nos compartían esta información, que se puede consultar en este enlace adjunto.
Las conclusiones finales del documento son:
• En niñas y en mujeres con capacidad de gestación, no se debe utilizar ácido valproico, excepto que no se pueda utilizar otra
alternativa terapéutica y se cumplan las condiciones del plan de prevención de embarazos.
• En mujeres embarazadas no se debe utilizar ácido valproico en el trastorno bipolar. En caso de epilepsia solamente se podrá utilizar si no es posible otra alternativa terapéutica.
• El plan de prevención de embarazos incluye la evaluación de la posibilidad de embarazo en todas las mujeres, y el entendimientoy aceptación por parte de la paciente de las condiciones del tratamiento (que incluyen el uso de métodos anticonceptivos,pruebas de embarazo regulares y consulta con el médico en el caso de planificar un embarazo o existencia del mismo). El tratamiento deberá revisarse al menos anualmente.
Tras regresar de mi viaje de México, han sido muchas coincidencias alrededor de la Fiesta de 15 años (también conocida como Fiesta de Quinceañera, Fiesta de Quince o simplemente Quince) y que viene a ser una fiesta en la cual se celebra el momento en una chica ha alcanzado la madurez (que no la mayoría de edad) y es presentada a la sociedad. Y la palabra quinceañera hace referencia a la propia niña que cumple 15 años de vida (también se da con los varones, pero es quizás menos significativo).
Pero esta fiesta no solo ocurre en México, sino que es común en América Latina, en países tales como Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay o Venezuela. Y la celebración se hizo popular también en Estados Unidos primero durante la década de 1930 y en ocasiones combinada con la costumbre estadounidense de "sweet sixteen", que celebra el decimosexto aniversario de la muchacha, también con el sentido de presentación en sociedad de la joven.
La celebración de los 15 años de una mujer tiene varios orígenes. La más probable es la costumbre proveniente de las grandes culturas precolombinas de México, aztecas y mayas, que realizaban los ritos de pubertad para indicar la entrada a la vida adulta y la aceptación de responsabilidades de las mujeres. En estas culturas, al llegar a la fecha de 15 años, las jóvenes salían de la familia a la escuela telpochcalli donde aprendían la historia y tradiciones de su cultura y se preparaban para el matrimonio. Luego, regresaban a la comunidad para celebrarles la fiesta de quinceañera. Con la conquista de los españoles se incluyó en la tradición indígena la inserción de la misa, y en el siglo XIX, el emperador de México, Maximiliano, y su esposa Carlota introdujeron el vals y los vestidos.
Actualmente, las fiestas de 15 años constituyen un gran evento religioso y social, y que bien pudiera estar al nivel de otros momentos tradicionales en nuestro país como el bautizo, la comunión o la boda. Y así, en el día grande, la quinceañera luce un vestido muy elegante, generalmente de colores pasteles (rosa, azul claro, blanco), una corona en su peinado elegante y zapatos de tacones. La celebración empieza en la iglesia, continúa a ritmo de vals en una gran fiesta, donde tras bailar con el papá la quinceañera, también baila con los quince muchachos invitados a su cumpleaños (miembros de familia, amigos, compañeros del colegio) y cada uno de ellos le regala una rosa roja. En México el punto culminante de esta celebración es una orquesta de mariachis vestidos en los llamados trajes de charro, y la canción tradicional cantada a la hora del pastel, “Mi niña bonita”. Y es así como cuando una niña llega a los 15 años, los padres le dan nuevos privilegios y responsabilidades tanto en su vida personal como social.
Y con una fiesta así comienza la película Quinceañera, película indie dirigida al alimón por Richard Glatzer y Wash Westmoreland en el año 2006. Toda la trama gira en torno a tres personajes, los adolescentes Magdalena y Carlos, que son primos, y el tío abuelo de ambos, Tomás.
Magdalena (Emily Rios) es la hija de una familia mexicana afincado en Estados Unidos, cuyo padre dirige una iglesia en una zona comercial en el barrio de Echo Park en Los Ángeles. Se acerca su decimoquinto cumpleaños y solo piensa en su novio, su vestido para la fiesta de Quinceañera y la limusina Hummer que su padre alquilará para ese día tan especial. Pero su inesperado embarazo, del que su novio se desentiende, va a suponer un trauma para toda la familia, hasta el punto de que se marcha de casa para vivir con su anciano tío Tomás. Mientras avanza el embarazo ("Ya no quepo en la ropa", nos dice) continúa con sus estudios y en el tiempo libre pasea perros, pero alejada de su familia, pues como le dijo su padre: "Cuando esté lista para confesar su pecado, hablaremos".
Carlos (Jesse García) es un joven problemático y poco expresivo, trabaja en un lavadero de coches (aunque pierde el trabajo), es aficionado a fumar droga y se va reconociendo como homosexual, hasta tener sus primeras experiencias homosexuales con una pareja de gays, vecinos del tío Tomás, con quien también vive. Inicialmente Carlos no ayuda demasiado a Magdalena y sus afirmaciones son hirientes: "Embarazada a los 14. Reconócelo, tu vida está acabada". Pero, poco a poco, Magdalena y Carlos se sienten más unidos, hasta llegar a un final casi inesperado.
Tomás (Chalo González), es el tío abuelo de Magdalena y Carlos, un buen hombre, religioso (con su altar y su Vírgen de Guadalupe), natural de Jalisco y que vive de preparar el champurrado (una comida mexicana) para vender en la calle. Fue el hijo 13, su número de la suerte, de una madre que tuvo 22 hijos, y ahora le toca vivir en una pequeña casa alquilada, pero que le obligan a abandonar.
Esta historia de tres personajes con raíces mexicanas en Los Ángeles que intentan encontrar salida a su vida es hacia donde nos adentra el film de Glatzer y Westmoreland, película que nació de una experiencia personal, cuando recibieron el encargo de un reportaje fotográfico de la fiesta de una quinceañera. Los cineastas, una pareja homosexual que vive en el mismo barrio de Echo Park, quedaron fascinados por la vitalidad de los hispanos y sus fiestas, por su spanglish, esa mezcla espontánea sin normas del español y el inglés, hasta el punto de que hacen aparecer un cartel en la película que pone "Se enseña con acento americano". Y, de hecho, es obvio que la pareja de vecinos homosexuales en la película es un evidente reflejo de los propios directores. Lo cierto es que la película ganó los premios del Público y del Jurado en el prestigioso festival de cine independiente de Sundance, y desde entonces se sigue viendo como agrado, no como la mejor película que trate el embarazo en adolescentes, pero sí como una película para la reflexión.
Cabe no confundir esta película estadounidense, con otra mexicana del año 1960, con el mismo título y dirigida por Alfredo B. Crevenna. Pero nuestra Quinceañera respira México por los cuatro costados. Como esa escena de la celebración del 5 de mayo con fuegos artificiales, y en donde Tomás, Magdalena y Carlos brindan: "5 de mayo y abajo los franceses" (en referencia el triunfo del ejército mexicano sobre el invasor francés tras la Batalla de Puebla un 5 de mayo de 1862).
Finalmente el tío abuelo Tomás fallece y en el entierro Carlos le dedica estas palabras: "Todos le conocían. En la calle se paraba cada momento para saludar. Todos se alegraban de verle. Tenía mucho amor dentro. Le salía por los ojos como una luz dorada. Todos lo veían porque amaba a todo el mundo y no juzgaba a nadie, Al final de mi vida, será un privilegio saber que conocí a un santo. Porque Tomás Álvarez era un santo. No nos dejará. Su espíritu sigue presente. Estará con nosotros hasta el final".
Y el final de esta película termina con una gran sonrisa que se cruza entre padre e hija, señal de perdón. Porque ser quinceañera no siempre es una fiesta, porque el embarazo en una adolescente suele implicar un riesgo en la trayectoria vital de las jóvenes, un serio y prevalente problema médico-social. Según la organización Save the Children, cada año nacen 13 millones de niños de mujeres menores de 20 años de edad en todo el mundo, más del 90% en los países denominados en desarrollo. Muchos de estos embarazos son considerados como no deseados y provocados por la práctica de relaciones sexuales sin métodos anticonceptivos. En los países desarrollados estos embarazos ocurren en población con niveles educativos más bajos, con mayores tasas de pobreza, así como otras situaciones de inestabilidad familiar y social.