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lunes, 28 de julio de 2025

Terapia cinematográfica (15). Prescribir películas para entender el tabú del incesto en menores

 

El término incesto proviene del latín incestus, que significa “no casto”, y define a esas relaciones o encuentros sexuales entre individuos cuya línea de consanguineidad es muy cercana dentro de los grados en que está prohibido el matrimonio, tal como las relaciones entre madres o padres con sus hijos, encuentros íntimos entre hermanos, y otras. 

El incesto es considerado un tabú casi universal en las sociedades humanas, aunque la definición de "pariente cercano" varía culturalmente. A lo largo de la historia, encontramos referencias al incesto en muchas mitologías del mundo, incluida la mitología griega, egipcia, mesopotámica e incluso en ciertas tradiciones indígenas y orientales. Otro lugar común del incesto es dentro de las familias reales, donde se practicaba para mantener la pureza del linaje o el poder concentrado. 

El incesto con menores de edad es un delito grave en la mayoría de los países, ya que implica una combinación de dos factores criminales: relaciones sexuales entre familiares cercanos y abuso sexual infantil. Y es que las consecuencias del incesto son devastadoras y de largo alcance, afectando profundamente a todos los miembros de la familia: principalmente a las víctimas (a los menores), pero también a otros miembros de la familia y a los mismos perpetradores. La intervención temprana, el apoyo psicológico especializado y la aplicación de la ley son fundamentales para proteger a las víctimas y abordar las complejas dinámicas familiares involucradas. Cabe recordar que ya tratamos previamente el tema del abuso sexual infantil en esta serie de Terapia cinematográfica y enumeramos el incesto entre los tipos de abuso, pero dado el profundo impacto de esta situación es por el que hacemos un análisis individualizado. Porque ningún tema escapa de las pantallas del cine, y el incesto tampoco lo ha sido. Y desde esta sección de Terapia cinematográfica hoy recogemos 7 películas argumentales alrededor del incesto con víctimas menores de edad en la familia. Estas películas son, por orden cronológico de estreno: 

- Lolita (Stanley Kubrick, 1962), para debatir sobre la moralidad que arrastra desear a tu hijastra adolescente. 

- El soplo al corazón (Le soufflé au coeur, Louis Malle, 1971), para adentrarnos en la relación incestuosa aceptada entre una madre y su hijo adolescente. 

- La luna (Bernardo Bertolucci, 1979), para confrontar la compleja relación de amor y autodestrucción alrededor del complejo de Edipo. 

- The War Zone (La zona oscura) (The War Zone, Tim Roth, 1999), para reconocer que el tabú del incesto es una zona oscura que cabe iluminar con la denuncia. 

- Precious (Lee Daniels, 2009), para sumergirnos en la grave problemática familiar y social que acompaña con frecuencia al incesto. 

- Reina de corazones (Dronningen, May el-Toukhy, 2019), para sentir que las relaciones incestuosas no son ninguna aventura de Alicia en el País de las Maravillas. 

- Dalva (Emmanuelle Nicot, 2022), para lograr vencer el síndrome de Estocolmo del incesto en menores de edad. 

Siete películas argumentales para sentir las aristas de un tema tan complicado y espinoso sobre el que no podemos, ni debemos, volver la vista a otro lado. Aquí no es un tema de dioses ni de reyes, sino de niños, niñas y adolescentes que transitan en sus familias en zonas oscuras para la mente, el alma y el corazón. 

Se puede revisar el artículo completo en este enlace o en este otro.

sábado, 19 de octubre de 2024

Cine y Pediatría (771) La complejidad alrededor del “Instinto maternal”


Se define instinto como un complejo de reacciones exteriores, determinadas, hereditarias, colectivas, comunes a todos los individuos de la misma especie y adaptadas a un fin, en la que el sujeto que obra generalmente no tiene conciencia. No se basa en una experiencia previa (es decir, en ausencia de aprendizaje) y, por tanto, es una expresión de factores biológicos innatos. Y entre los distintos instintos humanos uno es el conocido como instinto maternal, que es cuando una madre desarrolla una relación con un hijo para procurar su bienestar, y donde la oxitocina materna es la principal hormona responsable de predisponer a las mujeres a mostrar conductas de vinculación y apego. El instinto maternal no es exclusivo del ser humano y es ese conjunto de pautas de reacción que contribuyen a la conservación de la vida del individuo y de la especie. 

La relación de una madre con su hijo o hija tiene muchas aristas y así ya lo hemos abordado en algunas películas en Cine y Pediatría, y sirvan de ejemplo títulos como la canadiense Mommy (Xavier Dolan, 2014), la mexicana Las hijas de Abril (Michel Franco, 2017), la israelí Asia (Ruthy Pribar, 2020), la británica Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay, 2011), la francesa Petite maman (Céline Sciamma, 2021), la española Cinco lobitos (Alauda Ruiz de Azúa, 2022), o las estadounidenses La flor del mal (Peter Kosminsky, 2002), Tallulah (Siân Heder, 2016) y Mamá te quiere (Aneesh Chaganty, 2020), por citar algunas.          

Y hoy comentamos otras tres más, desde otras nacionalidades y con otras aristas. Lo que habla de la complejidad alrededor de este término… Y comenzamos con una película belga que lleva ese título en España, Instinto maternal 

- Instinto maternal (Olivier Masset-Depasse, 2019) Bélgica 

Es un exuberante thriller psicológico al más puro estilo Hitchcock donde la verdad y la mentira intercambian sus máscaras. Una historia de amistad en la década de los 60 en Bruselas entre dos vecinas, Alice (Veerle Baetens, vista en la contundente película Alabama Monroe) y Céline (Anne Coesens), cuyos maridos e hijos únicos hacen una piña, y viven tan cerca que solo un seto separa sus viviendas, y hasta el propio seto tiene un agujero por el que se cuelan los pequeños de unos 9 años, que se han criado casi como hermanos. Pero todo se vuelve del revés por un inesperado hecho cuando Maxime, el hijo de Céline, se precipita por una ventana, lo que afecta a todos, también a Theo, el hijo de Alice. 

Porque a partir de ahí se ciñe entre ambas madres un extraño ambiente al conservar Alice a su hijo y no Céline, con dudas, sospechas y hasta ideas paranoicas cuando Theo sufre una reacción anafiláctica por comer una galletas con cacahuetes en casa de Céline. Y logran llegar a reconciliarse y se dicen: “Hemos reaccionado como hemos podido”. Pero nada es como parece y a partir de ahí se suceden unos hechos que mezclan el instinto maternal y el duelo (de hecho, el título original de la película es Duelles). Y en la escena final Céline le dice a Theo en la playa, tras un proceso de adopción muy particular que no cabe descubrir: “Sé cómo te sientes. Siente un gran vacío en tu interior. No puedo reemplazar a tu madre. Al igual que tú no puedes reemplazar a Maxime. Pero tenemos que estar unidos. Tenemos que querernos el uno al otro. Y, quizás algún día, ese vacío desaparecerá”

Muy contundente, de forma que esta historia ha visto su remake americano en la película Vidas perfectas (Benoit Delhomme, 2024), y por título original Mothers' Instinct, donde el papel de Alice es para Jessica Chastain y Céline lo interpreta Anne Hathaway, dos rutilantes estrellas de Hollywood para repetir esa combinación de culpa, sospecha y paranoia que destruye el vínculo entre esas vecinas y amigas dando lugar a una dura batalla psicológica cuando los instintos maternales de ambas revelen su lado oscuro para defender a los suyos.  

Pero con el mismo título en español de Instinto maternal podemos enunciar otras tres películas estadounidenses, bajo diferentes títulos originales. Instinto maternal / Losing Isaiah (Stephen Gyllenhaal, 1995), la más conocida por su elenco actoral, drama alrededor de la adopción con la lucha de la madre adoptiva (Jessica Lange) frente a la madre biológica (Halle Berry) que reaparece tiempo después con la ayuda de un combativo abogado (Samuel L. Jackson). Las otras dos de baja calidad: Instinto maternal / Breaking at the Edge (Predrag Antonijevic, 2013), thriller en el que una entidad sobrenatural hostiga a una mujer embarazada, que teme por la vida del hijo que lleva en su vientre; e Instinto maternal / Born and Missing (Michael Feifer, 2017), telefilm que narra el transcurrir del embarazo de dos amigas, uno real y el otro ficticio (tras la experiencia previa de haber perdido un hijo en el parto). ´

- En la sombra (Fatih Akin, 2017) Alemania 

Contundente drama judicial alrededor del terrorismo nazi en la Alemania del siglo XXI, contado con un epílogo (la boda en la cárcel de nuestros protagonistas, Katja y Nuri) y tres partes muy definidas: el atentado y el dolor de la pérdida, el juicio y la venganza (aunque en la película define dos partes muy asiméticas: I. La familia y II. El mar), Y con una actuación espectacular de Diane Kruger, premiada como mejor actriz en Cannes, en esta película que también fue ganadora del Globo de Oro a la mejor película extranjera. Posiblemente su mejor y más contundente interpretación, mucho más que una cara bonita como la vimos en Troya (Wolfgang Petersen, 2004), La búsqueda (Jon Turteltaub, 2004), Malditos bastardos (Quentin Tarantino, 2009), Sin identidad (Jaume Collet-Serra, 2011) o Adiós a la reina (Benoît Jacquot, 2012). 

La vida de Katja (Diane Kruger) se derrumba cuando su marido Nuri, de origen kurdo, y su hijo Rocco, de 6 años, mueren en un atentado con una bomba casera. La policía detiene enseguida a dos jóvenes relacionados con el movimiento neonazi y Katja se ve inmersa en un complicado proceso judicial. Intenta mitigar el dolor por la pérdida y algunas escenas hablan de su labor interpretativa como las escenas en el hogar o el desgarro interior al oír a la forense relatar las lesiones de la explosión de su hijo y su marido, y su pregunta:“¿Crees que sufrieron?”

Un juicio brutal que finaliza con la decisión del tribunal de que los acusados queden libres, no porque el tribunal crea que sean inocentes, sino porque las pruebas no demuestran definitivamente su culpabilidad y basado en el principio de “in dubio pro reo”. Y aparece el instinto de Katja, el instinto de justicia como esposa y madre. Y que nos lleva a un final más aterrador de lo esperado. Y con este mensaje final: “Entre 2000 y 2007 en Alemania el Movimiento Clandestino Nacionalista (NSU) mató a ocho inmigrantes y a una policía y cometió numerosos atentados con bomba dirigidos a personas cuyo origen no fuera alemán”

- El último verano (Catherine Breillat, 2023) Francia 

Remake de la película danesa Reina de corazones (May el-Toukhy, 2019), que no llega a la calidad del original. Dirigida por la siempre provocativa Catherine Breillat, quien destaca por una filmografía amparada por la polémica en la que explora la sexualidad y los problemas de género, y que pone su toque en esta compleja y autodestructiva pasión de un menor de edad y su madrastra, aquí con un instinto maternal complicado por el incesto

Anne (Léa Ducker, vista en la compleja película Custodia compartida) es una brillante abogada que vive con su marido Pierre y sus dos pequeñas hijas adoptadas de origen oriental, cuya vida da un giro radical cuando Theo, el adolescente y problemático hijo de un matrimonio anterior de Pierre, se traslada a vivir con ellos. Y en este contexto se configura un incómodo drama psicológico donde resuenan las palabras de Anne a Theo, ocultando la verdad incómoda a cualquier precio: “Es tu palabra contra la mía y te aseguro que no te lo pondré fácil. No tienes pruebas… Nadie te hará caso. Alguien como tú no tiene credibilidad. Sería más fácil que le dijeras a tu padre que te lo has inventado”. Y con un final lleno de incógnitas bajo la canción “Vingt ans” de Léo Ferré.  

Tres ejemplos más de la complejidad del instinto maternal, también con sus sombras, sea en el último verano o en cualquier estación. Hemos hablado de una película belga que dio lugar a un remake estadounidense, de una película francesa que es remake de una película danesa, y también de una contundente película alemana. Y donde Alice, Céline, Katja y Anne sacan a relucir su instinto maternal en distintas circunstancias para defender o vengar a su fratria y a ellas mismas. Porque no hay un amor como el de una madre…

 

sábado, 19 de agosto de 2023

Cine y Pediatría (710) “Dalva” tiene que vencer el síndrome de Estocolmo del incesto

 

Una violenta escena abre este drama belga, ópera prima de su directora. Dalva y Jacques se llaman y piden a la policía, que ha entrado en casa, que les suelten. Dalva es tan solo una preadolescente de 12 años que se nos presenta vestida, peinada y pintada como una mujer. Vemos que comienza una investigación…y un examen médico de la menor. En medio de la noche la trasladan al Refugio Givet, donde permanecerá al cargo de educadores y trabajadores sociales por orden judicial: “Tranquila. Aquí estás segura”. Pero intenta huir. Bastan 5 minutos para intuir a qué nos enfrentamos. Todo ha ocurrido de noche… y se nos muestra oscuro. Pero al amanecer del día siguiente iremos juntando las piezas que ya imaginamos, cuando los educadores dicen a Dalva: “La abogada piensa que es mejor que permanezcas aquí. Puede que estés en peligro con tu padre”. Quien se adentre a esta película, se enfrentará a una historia oscura realizada con luminosa maestría para invitarnos a la reflexión (y que es puro compromiso con las víctimas de incesto) y que nos revela el talento prometedor de su directora: Dalva (Emmanuelle Nicot, 2022). Una vez más, el cine en francés a gran altura en las películas seleccionadas en Cine y Pediatría. 

Y los chicos y chicas internos del Refugio Givet preguntan a Dalva (Zelda Samson, extraordinario debut, creíble de principio a fin) por qué esta allí, y ella responde que no lo sabe, pues no es consciente de que alguien le haya hecho daño, aunque se le confirma que a su padre, Jacques, se le acusa de secuestro e incesto. Pero ella no lo asume: “Por qué un padre y una hija no pueden quererse”, le demanda a la psicóloga, quien le intenta hacer comprender la diferencia entre amar y hacer el amor, que a la menor su padre le hizo creer que no existía. “No soy una niña, soy una mujer”, insiste Dalva, quien más bien se ha convertido en una muñeca maquillada, peinada y disfrazada por su padre, que ha hecho de ella su pequeña esposa. Una muñeca dócil en busca de amor. Y ahora aún se cree (y comporta) como una mujer no como una niña de 12 años, y eso es lo que provoca desconcierto entre los internos y en el nuevo colegio. Y es lo que intentan cambiar. 

Dos personas serán clave en la difícil readaptación de Dalma, en ese camino para entender lo anormal de lo que vivió y poder recuperar su infancia y adolescencia liberándose de aquel encierro físico y mental: una es Jayden (Alexis Manenti), el trabajador social encargado de ella, y otra es su compañera de habitación, Samia (Fanta Guirassi), la rebelde adolescente de color negra que está allí porque su madre se dedica a la prostitución. Los principios con ambos no son fáciles, pues Dalva solo insiste en volver a ver a su padre. Y la menarquía le sorprende en el primer día del nuevo colegio, y es entonces cuando Samia le devuelve este contundente comentario “Se cree una mujer y es una bebé”. 

Dalma vive su separación como una injusticia. Al quitarle a su padre, le quitan el único amor que la soportaba, o eso le hicieron creer. Finalmente se realiza un encuentro en la cárcel entre Dalma y su padre, en una escena de un dramatismo de muchos quilates. Allí el padre reconoce lo que la hija no desea creer, que es un pedófilo y que lo que han hecho de su relación no es el amor paternofilial que se espera. Porque cuando su madre se separó de su padre, este huyó de casa con la hija; Dalva tenía 5 años y cambiaron continuamente de domicilio para no ser localizables. Y cuando reencuentra a la madre en el centro de menores, esta le confiesa: “Nunca he dejado de pensar en ti. Pensé que me volvía loca”. Y Dalma le confiea a Jayden: “Tengo miedo de estar sola. De no volver a ser importante para nadie”. 

Y es así como harán falta las miradas de los demás y, luego su propia mirada, para que desaparezca el condicionamiento del que ha sido objeto y poder recuperar lo que le fue confiscado, su infancia y adolescencia. Su padre le compraba la ropa, la peinaba y le compraba el maquillaje. La cosificó a su imagen y semejanza. Y ella tiene que liberarse de ello y los pequeños detalles se hacen patentes progresivamente: dejar de pintarse los labios, desprenderse de los pendientes, dejar que aparezca el color natural de su pelo, o ponerse ropa propia de su edad (incluido el chándal que le regala Samia). 

Aunque la película Dalva empieza como un drama en la oscuridad (y vaya que si lo es por el tema que denuncia), la historia camina hacia la luz de la reconstrucción personal de nuestra protagonista, un personaje, una actriz y una historia que será difícil de olvidar. Y con un final a la altura de la película: el padre se atreve a mirar a Dalva avergonzado desde la tribuna del juzgado y ella aprieta con fuerza la mano a su madre, que está a su lado. Todo dicho sin una escena desagradable sobre esa lacra social que es la pederastia y el incesto, y sobre cómo vencer el síndrome de Estocolmo que a veces padecen las víctimas. 

Y es así como este conmovedor debut de la directora Emmanuelle Nicot, que ha arrasado en diversos festivales de cine europeo, nos permite realizar un buen debate y reflexión sobre cómo vencer el síndrome de Estocolmo de las víctimas de incesto, algo que viviremos con Dalva. Cabe recordar que el síndrome de Estocolmo es una reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro o retención en contra de su voluntad desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo con su secuestrador o retenedor. Principalmente se debe a que malinterpretan la ausencia de violencia como un acto de humanidad por parte del agresor. El síndrome de Estocolmo es más común en personas que han sido víctimas de algún tipo de abuso, tal es el caso de rehenes, prisioneros de guerra y de campos de concentración, miembros de una secta, víctimas de violencia en la pareja o intrafamiliar y víctimas de abuso sexual reiterado. Si ese abuso sexual reiterado ocurre entre un padre y una hija se suma incesto, y las consecuencias a corto, medio y largo plazo son bien reconocidas desde el campo de la Psiquiatría y Medicina Legal. 

Cine belga social de calidad que bebe de las mejores fuentes, comenzando con los hermanos Dardenne (recientemente hemos hablado de su última película, del año 2022, Tori y Lokita),  pero que en Cine y Pediatría ya hemos visto en un buen número de películas, como Corazones enfrentados (Jeroen Krabbé, 1998), Ben X (Nic Balthazar, 2007),  Alabama Monroe (Felix Van Groeningen, 2012),  Melody (Bernard Bellefroid, 2014),  Aves de paso (Olivier Ringer, 2015), 9 meses (Guillaume Senez, 2015),  Girl (Lukas Dhont, 2018), Lola (Laurent Micheli, 2019)  o Un pequeño mundo (Laura Wandel, 2021), por citar algunas. Cine de calidad en francés desde Bélgica. Y Dalma es una muestra más. 

 

sábado, 18 de marzo de 2023

Cine y Pediatría (688) “El soplo al corazón”, de la fiebre reumática a la fiebre del incesto


El término incesto proviene del latín incestus, que significa “no casto”, y consiste en las relaciones o encuentros sexuales entre individuos cuya línea de consanguineidad es muy cercana, tal como las relaciones entre madres o padres con sus hijos, encuentros íntimos entre hermanos, y otras. Por lo general, la mayoría de los grupos sociales, a nivel histórico y cultural, han prohibido las relaciones incestuosas y han incentivado a las personas a formar relaciones con otras personas que no pertenezcan al mismo núcleo familiar. Sin embargo, ningún tema escapa de las pantallas del cine, y este tema tampoco lo ha sido, y recordamos algunas películas que ya hemos tratado en Cine y Pediatría: Lolita (Stanley Kubrick, 1962), La luna (Bernardo Bertolucci, 1979), La zona oscura (Tim Roth, 1999), Inocencia interrumpida (James Mangold, 1999), Soñadores (Bernardo Bertolucci, 2003), Precious (Lee Daniels, 2009), Canino (Yorgos Lanthimos, 2009), No tengas miedo (Montxo Armendáriz, 2011) o Reina de corazones (May el-Toukhy, 2019). Y dado que la semana pasada hablamos de Louis Malle, hoy regresamos con una obra emblemática suya y parcialmente autobiográfica: El soplo al corazón (1971), una concesión a sus recuerdos de adolescencia, donde una parte de la trama nos aboca a una relación incestuosa, consciente y aceptada de madre e hijo, pero en una película que es mucho más (aunque este fuera el punto más controvertido en aquel tiempo para esta obra).

El título de la película se entiende a mitad de metraje, cuando un doctor amigo de la familia realiza el siguiente diagnóstico al adolescente Laurent (Benoît Ferreux), de 14 años: “Solo puedo confirmar su diagnóstico: insuficiencia aórtica reumática provocada por un comienzo de escarlatina, con hipertrofia y dilatación del ventrículo izquierdo. Es lo que vulgarmente se conoce como un soplo al corazón”. Y es lo que científicamente definimos como fiebre reumática, diagnóstico tan habitual a mitad del siglo XX, cuando ocurre la historia y también aquel tratamiento encomendado a base de reposo, bolsas de hielo en el corazón y salicilatos. Y a partir de ahí, Laurent vive como un rey en su cama, agasajado por todos, pero especialmente con su madre, con quien acaba pasando un tiempo en un balneario para acelerar su mejoría. 

Pero antes de ese diagnóstico, hay un interesante prolegómeno que nos permite situar la historia en la primavera de 1954, en la ciudad francesa de Dijon. En esa primera mitad de metraje se nos adentra en la familia de Laurent (un padre ginecólogo distante, dos hermanos mayores y Clara – Lea Massari -, esa madre joven y bella de origen italiano, amorosa con todos, pero especialmente con el benjamín de la familia, al que llaman Renzino, y bien rodeados de personal de servicio), en su colegio (un colegio de bien regentado por una orden religiosa, donde se atisba el difícil equilibrio entre la educación, la religión y algún conato de pederastia que tanta huella deja) y en sus amigos y aficiones de adolescente (los primeros escarceos con el tabaco, el alcohol o el sexo). Y aunque el padre dice de Laurent aquello de “Este niño es tonto. No sé a quién habrá salido”, lo cierto es que es un chico con inquietudes, desde el hacer de monaguillo en el colegio, a sus lecturas (“Le Mythe de Sisyphe” de Albert Camus, “El principito” de Antoine de Saint-Exupéry, “J'irai cracher sur vos tombes” de Boris Vian, pero también obras de Marcel Proust o cuentos de Tintín) o inquietudes musicales (especialmente su amor por el jazz, con Charlie Parker y Dizzie Gillespie a la cabeza, siendo su música parte esencial de la B.S.O.de la película, como ya utilizara la música Miles Davis en su ópera prima del año 1957, Ascensor para el cadalso). 

Una historia donde aquel año de 1954 queda perfectamente contextualizado en detalles, como el conflicto de la Guerra de Indochina (ese año daba comienzo el proceso de independencia de los países de esa región, Camboya, Laos y Vietnam) que supuso una herida para la moral francesa, el estreno de La condesa descalza (Joseph L. Mankiewicz, 1954) con el brillo de Ava Gardner, la publicación por Pauline Réage (seudónimo de Dominique Aury) de la controvertida obra “Histoire d´O” o el primer Premio de la montaña para Federico Martin Bahamontes en el Tour de Francia. 

Y con esta profunda contextualización del hijo/Laurent y su madre/Clara, se nos traslada a la segunda parte de la historia, aquella que transcurre en el balneario, donde su vida cambia de lugar y contexto, donde tienen todo el tiempo para ellos, y donde Clara sigue cuidando y queriendo a Laurent. Y donde aquella noche de la fiesta nacional francesa, un 14 de julio, ocurre algo (tratado con pudor de cámara) que será el secreto de ambos. Una relación ambigua, pero no enfermiza, sino dotada de indudable ternura: ese adolescente está enamorado de su madre - Edipo a la carga -, de la primera mujer que lo vio y lo consintió. Y resuenan las palabras de Clara: “No lo repetiremos nunca más, pero no te avergüences de ello cuando lo recuerdes. Recuérdalo con ternura”

Porque como nos confiesa el propio director, El soplo al corazón fue escrito como en trance en una semana. Como le pasara en su película Adiós, muchachos (1987), aquí también el material toma prestado parte de su vida – la mencionada dolencia cardíaca y su recuperación en unas termales, su pasión por el jazz, su afición por el Tour de Francia, la situación económica privilegiada, la fascinación con el suicidio como tema de estudio, la tendencia alcohólica de su hermano mayor, la broma familiar con un cuadro falso de Corot, la iniciación sexual promovida por sus hermanos –, pero obviamente en el aspecto más polémico de este filme, el de la situación incestuosa, Malle tomó las licencias artísticas que quiso para describir y extremar la relación materno-filial. Por supuesto que El soplo al corazón despertó gran curiosidad y polémica tanto en Europa como en América. Hubo voces en contra suya (en España fue prohibida), pero buena parte de las opiniones estuvieron a favor de la mirada, desprovista de morbo y patología, de Malle. Fue incluso nominada al premio Óscar a mejor guion original. 

Porque, aunque lo de Laurent al fin de cuentas fueron unas extrasístoles de adolescente que amaba el jazz, nada más, pero en la historia del cine ha quedado como un viaje de la fiebre reumática a la fiebre del incesto. 

 

sábado, 24 de septiembre de 2022

Cine y Pediatría (663). “Reina de corazones” da una vuelta de tuerca al incesto en el cine

 


Las historias del cine que hablan sobre el incesto suelen ser polémicas y perturbadoras, complicadas de ver y sentir, y no dejan a nadie indiferente. La industria cinematográfica ha planteado la relación amorosa entre familiares desde diferentes puntos de vista, algunas como resultado de la imaginación de los guionistas, otras basadas en hechos reales (lo cual nos perturba más). He aquí algunos títulos que tratan el tema de forma directa. 

Los chicos terribles (Les enfants terribles) (Jean-Pierre Melville, Jean Cocteau, 1950), película francesa abrumadora en la que dos hermanos adolescentes, que alimentan una insana obsesión el uno por el otro, crean un mundo privado en la desordenada habitación que comparten. La intrusión del mundo exterior los llevará a una dramática situación. 

Lolita (Stanley Kubrick, 1962), icónica película basada en la novela de Vladimir Nabokov, donde Humbert Humbert (James Mason), un profesor cuarentón, llega New Hampshire y alquila una habitación en casa de la viuda Charlotte Haze (Shelley Winters), con quien se casa, pero no por amor a su esposa, sino por el objetivo de poder concretar su fantasía con Lolita (Sue Lyon). A esta clásica película en blanco y negro le llegó un remake en color dirigido por Adrian Lyne en 1997, y cuyos personajes principales fueron interpretados por Jeremy Irons, Melanie Griffith y Dominique Swain.  

El soplo al corazón (Louis Malle, 1971), uno de las películas clave en la filmografía de este director francés, donde el adolescente Laurent (Benoît Ferreux) llega a presentar una relación cada vez más íntima con su madre, Clara (Lea Massari), cuando ambos acuden a unas termas de descanso cuando a a éste se le diagnostica una fibrilación cardíaca. 

La luna (Bernardo Bertolucci, 1979), que funciona como una reinvención del complejo de Edipo, ese complejo conjunto de emociones y sentimientos infantiles caracterizados por la presencia simultánea y ambivalente de deseos amorosos y hostiles hacia los progenitores. Donde la famosa cantante de ópera Catherina Silveri (Jill Clayburgh), ahora viuda, tiene que dar un concierto en Italia y toma la decisión de llevarse consigo a su hijo Joe (Matthew Barry), decisión que le cambiará la vida por completo.

Tú me hiciste mujer (Beau-pére) (Bertrand Blier, 1981), polémica película del cine francés, basada en la novela homónima, sobre las relaciones de una joven "lolita" de 14 años (Ariel Besse) y su padrastro (Patrick Dewaere), tras la muerte accidental de la madre. 

Fuego en las alturas (Fredi M. Murer, 1985), alrededor de una familia que vive en una solitaria granja en medio de los Alpes suizos, y la particular relación entre Belly, una adolescente que quiere ser maestra y que enseña a su hermano Franzi, un chico sordo y algo retrasado en plena pubertad. 

Contra el viento (Francisco Periñán, 1990), narra la incestuosa relación de dos hermanos, Juan (Antonio Banderas) y Ana (Emma Suárez); y aunque el primero huye de esta relación a una desértica zona de Andalucía, Ana va tiempo después en su búsqueda para luchar por el que ha sido el único amor de su vida. 

Con mis ojos cerrados (Stephen Poliakoff, 1991), película británica en donde el natural afecto de una mujer por su hermano conduce a una relación incestuosa que amenaza con destruir su matrimonio. Una relación que transcurre en un mundo donde los valores morales parecen resquebrajados, y donde la aparición del sida pone al descubierto su fragilidad. 

La hermanita (Robert Jan Westdijk, 1995), film de los Países Bajos sobre el reencuentro de los hermanos Martijn y Daantje, quienes rememoran algo que les pasó cuando eran pequeños y que hace que su relación esté a punto de cambiar para siempre. 

Ma mère (Mi madre) (Christophe Honoré, 2004), drama psicológico francés donde Hélène (Isabelle Huppert), madre y femme fatale, no considera que desear a su propio hijo Pierre, de 17 años, sea un tabú, y ni tan siquiera ella lo llamaría incesto. Y donde Pierre descubre el sentido de las palabras éxtasis, vergüenza y respeto. 

La balada de Jack y Rose (Rebecca Miller, 2005), es la historia de los dos únicos supervivientes de una comuna situada en una isla, Jack (Daniel Day Lewis) y Rose (Camilla Belle), su hija de 17 años. Jack ha procurado proteger a su hija de las influencias del mundo exterior, pero el conflicto entre ambos comienza cuando Jack contrae una grave enfermedad y, al mismo tiempo, se produce el despertar sexual de Rose, quien también se enfrenta a la novia de su padre. 

Géminis (Albertina Carri, 2005), película argentina que versa sobre un caso de incesto entre dos jóvenes hermanos de clase alta burguesa, quienes viven en un entorno familiar disfuncional con un padre casi ausente y una madre tan posesiva como dominadora. La confusión general se incrementa cuando llega al hogar Ezequiel, el hijo mayor residente en Barcelona, para contraer matrimonio. En medio del estrés y del vértigo de los festejos, va creciendo la pasión incontrolable entre los dos hermanos menores. 

Savage Grace (Tom Kalin, 2007), basada en hechos reales alrededor de una de las dinastías norteamericanas más famosas de la historia reciente, y que centra la relación entre un joven homosexual con problemas mentales (Eddie Redmayne) y una madre que toma medidas desesperadas (Julianne Moore). 

Canino  (Yorgos Lanthimos, 2009), película griega distópica con una historia escalofriante sobre un matrimonio que mantiene encerrados durante toda su vida a sus dos hijas y su hijo, a los que no les permiten conocer la vida exterior y son engañados con ideas retorcidas, abusos y relaciones no decentes. Una dentellada alegórica sobre familias y totalitarismos.  

Daniel & Ana (Michel Franco, 2009), una dolorosa historia real mexicana en las que Daniel y Ana Torres, dos hermanos de 16 y 23 años que tienen una excelente relación, son víctimas de un secuestro en el que serán obligados a tener relaciones sexuales mientras los graban en vídeo. A partir de ese momento sus vidas cambian por completo. 

Vergüenza, ninguna (Filip Marczewski, 2012), drama de cine polaco que se desarrolla cuando Tadzik de 18 años, se va a la casa de su media hermana mayor Ankas, y salen a relucir sentimientos que van más allá de las normas aceptadas, así como la lucha por demostrarle su amor prohibido. 

That Lovely Girl (Keren Yedaya, 2014), drama israelí sobre la pareja formada por Moshe, de 50 años, y Tami, de 20, que mantienen una relación cruel y violenta de la que Tami no puede liberarse. Porque Tami y Moshe son padre e hija. 

Marguerite et Julien (Valérie Donzelli, 2015), basado en un hecho histórico real en el siglo XVII, donde Marguerite y Julien de Ravalet, hijos del señor de Tourlaville, fueron ejecutados en París por delitos de incesto y adulterio. La historia procede de la novela de Jean Gruault adaptada a los tiempos contemporáneos y en el que la directora logra una película intensa y emocionante. 

Homesick (Anne Sewitsky, 2015), drama psicológico noruego en el que Charlotte, de 27 años, se encuentra con su hermano Henrik, de 35 años, por primera vez, dos personas que no saben lo que es una familia normal y que comienzan un encuentro sin límites. 

Illegitimate (Adrian Sitaru, 2016), película rumana que versa sobre la relación sexual entre dos hermanos mellizos, Sasha y Romeo, hijos de un ginecólogo que delataba a las mujeres que abortaban durante la época comunista. Cuando Sasha se queda embarazada, todo se complica. 

Y algunas otras películas donde el tema del incesto aparece en algún momento de la trama argumental, como Las manos en los bolsillos (Marco Bellocchio, 1965), El lago azul (Randal Kleiser, 1980), La marca de la mariposa (Matt Cimber, 1982), El beso de la pantera (Paul Schrader, 1982), Carne de tu carne (Carlos Mayolo, 1983), Charlotte for Ever (Serge Gainsbourg, 1986), Flores en el ático (Jeffrey Bloom, 1987), Mi querida hermana (Nancy Meckler, 1994), Soñadores (Bernardo Bertolucci, 2003), El silencio (Jamie Babbit, 2006), Precious (Lee Daniels, 2009), Beautiful Kate (Rachel Ward, 2009), Womb (Benedek Fliegauf, 2010), Agosto (John Wells, 2013), La cumbre escarlata (Guillermo del Toro, 2015), entre otros.  

Y a este repaso, a buen seguro incompleto, sobre películas en relación al incesto, hoy se suma una reciente obra danesa del año 2019, Reina de corazones, dirigida por la directora May el-Toukhy (con raíces egipcias) de forma exquisita y narrada con hipnótica precisión, por lo que atrapa al espectador por mantener ese pulso entre lo incómodo, lo prohibido y lo atractivo. La película nos presenta a una familia modelo de clase alta, compuesta por Peter, un médico de alto prestigio, y Anne (destacada Trine Dyrholm, habitual en los mejores títulos de este país escandinavo), una abogada especializada en la defensa de menores, que tienen dos hijas gemelas preadolescentes (a las que leen al dormir “Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas”) y una vida perfecta. Pero un día, el padre se ve en la tesitura de recibir acoger en su casa al problemático hijo que tuvo de su anterior relación, el adolescente Gustav (Gustav Lindh), y que va a poner patas arriba a esa familia. Lo que nos cuenta quizás no es nuevo, pero la forma de presentar la historia y la tensión de las pulsiones quizás sí es lo que podemos destacar, y quizás fue uno de los méritos para alzarse con el Premio de Público en el Festival de Sundance de aquel año, y donde destacan dos mujeres: su directora y su actriz principal

Reina de corazones nos enfrenta al trágico mundo del incesto, aunque también encierra otros temas, abierta al debate y que permite al espectador hablar sobre ella. Porque no es baladí que Anne tenga un trabajo dirigido a la comunidad, concretamente defendiendo a menores que han sido abusados, algo que en realidad es sumamente retorcido con el transcurrir posterior de la historia. Es evidente que todo esto está realizado con unas intenciones críticas por su directora, pues nos habla de las relaciones de poder y cómo la influencia negativa que utiliza la madrastra puede extrapolarse a la propia sociedad danesa. Porque, al final, los poderosos utilizan sus herramientas para acabar con los más débiles, una vez ya han obtenido todo lo que querían de ellos. 

Reina de corazones está dividida en dos mitades que resultan totalmente antitéticas entre sí. La primera de ellas es un drama burgués, en el que se introduce el personaje de Gustav como un elemento disrruptor de la normalidad a la que la familia estaba acostumbrada; es la parte convencional y ya vista en otras ocasiones. En la segunda mitad, la directora va destapando sus cartas y desmontando la retorcida relación que en realidad mantienen los dos personajes, y la película ya se mueve entre el thriller y el suspense, donde la historia ya sí nos atrapa. Y los diálogos no dejan indiferente: "Tú sabes que lo que pasó es ilegal, tú precisamente", le dice el hijastro a Anne; y como ésta intenta ocultar la verdad al decirle: "Tu padre no puede más contigo. Ocupas demasiado espacio". Y es que ya en las primeras escenas del film la directora avisa al espectador (mediante ese flashforward) que todo lo que aparece tan perfecto es en realidad una mentira, mediante este plano en el que la cámara va dándose la vuelta a sí misma, mostrando una realidad que aparece distorsionada y que no es como aparenta. 

Es Reina de corazones una buena película alrededor del incesto (y otros temas), incómoda y atractiva a partes iguales, una cinta llena de detalles, tanto técnicos como temáticos, que merece un visionado para todo aquel que se autodenomine cinéfilo, donde hay sombras de aquel cine melodramático de Douglas Sirk y de algo del suspense de Alfred Hitchcock. Y es que el cine danés no es la primera vez que no nos deja indiferentes (y sorprendidos) y baste recordar algunas películas ya tratadas en Cine y Pediatría, como Pelle el consquistador (Bille August, 1987), Princess (Anders Morgenthaler, 2006), En un mundo mejor (Susanne Bier, 2010) y, sobre todo, La caza (Thomas Winterberg, 2012), con quien llega a tener un pulso narrativo con cierto parecido.    

Y cabe no olvidar que la Reina de Corazones es un personaje ficticio del libro de Lewis Carrol, “Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas” (el libro que Anne lee a sus gemelas), esa monarca infantil y de mal genio que se apresura a condenar a muerte ante la menor ofensa.

 

sábado, 27 de febrero de 2021

Cine y Pediatría (581). Bernardo Bertolucci y su provocadora adolescencia

 

El cocktail biográfico de Bernardo Bertolucci fue esencial en toda su obra, un par de decenas de películas, entre producciones colosales y minúsculas, obras tradicionales y otras más experimentales. Porque además de director, el considerado último maestro del cine italiano, también fue guionista, productor, poeta y polemista. Hijo de un gran poeta y una comprometida profesora, fue defensor a ultranza del Partido Comunista y ávido lector de los fundamentos del marxismo y el psicoanálisis. Y esto le llevó a retratar con nitidez extraordinaria a los desheredados de este mundo, a seres en descomposición y a un cierto tipo de burguesía en pleno descubrimiento del fuego

El pasaporte al cielo lo expidió con El último tango en París (1972), su sexta película. La más cruda y polémica, aquella que aún recordamos los de nuestra generación cuando oíamos en nuestra adolescencia que los adultos viajaban fuera de España a visionarla, pues no se pudo estrenar en nuestro país hasta seis años después por las escenas de sexo. Esta película le sirvió todo crédito para rodar Novecento (1976), un viaje a su tierra natal para narrar la lucha de clase con esta descomunal crónica de las primeras cinco décadas de la Italia del siglo XX. Pero el reconocimiento en Hollywood llegó con El último emperador (1987), la trágica y novelesca historia de Pu Yi , a la que siguieron El cielo protector (1989), El pequeño Buda (1993) y Belleza robada (1997). 

Pero hay en su filmografía dos películas en las que el sexo, la adolescencia y cierto grado de polémica se dan la mano y que hoy nos convocan. Porque Bertolucci supo impregnar su cine del aroma de las innovaciones de la Nouvelle Vague francesa, pues vio de cerca el mayo del 68, que vivió también intensamente en Italia y retrató en Soñadores (2003). Y previamente nos turbó con un título para mi difícil de olvidar (aún hoy revisada), La luna (1979). 

- La Luna (1979) funciona como una reinvención del complejo de Edipo, ese complejo conjunto de emociones y sentimientos infantiles caracterizados por la presencia simultánea y ambivalente de deseos amorosos y hostiles hacia los progenitores. Se trata de un concepto central de la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud, como el deseo inconsciente de mantener una relación sexual (incestuosa) con el progenitor del sexo opuesto y de eliminar al padre del mismo sexo (parricidio). 

En esta película todo comienza con un bella madre y su angelical hijo de poco más de un año, un matrimonio feliz junto al mar donde huele a verano y felicidad. Suena un twist y aparecen los títulos de crédito, la noche y la luna. Y a continuación el niño ya es adolescente, Joe (Matthew Barry), hijo único adicto a la heroína, cuyo padre muere repentinamente, y entonces huye de Brooklyn a Roma con su madre, la cantante de ópera Catherina Silveri (Jill Clayburgh). Y a partir de aquí aparece un tour de forcé entre madre e hijo, una complicada relación de amor y autodestrucción: “¿Sabes por qué tomo drogas’ Porque todo me importa una mierda” le confiesa a su madre, y esta responde, “No puedo presenciar que te estés matando”. Y esas palabras de una amiga de Joe sobre el sentimiento de éste a su madre: “Es feliz y te avergüenzas de ello”. 

Y duele ver las imágenes de las agujas de heroína o las dosis de incesto, con los recurrentes ataques de locura o pánico ante sus vidas, nada desgraciadas, aunque las vieran así. Y la búsqueda de Joe de su verdadero padre, un maestro que, al igual que él, estaba enamorado de su madre. Y ese final en la Termas de Caracalla, allí donde ocurre la reconciliación mientras se realizan los ensayos de la ópera “Un ballo in maschera” de Giuseppe Verdi. Y la luna aparece sobre la noche de Caracalla. Ópera, cine y un pasado edípico por resolver. 

- Soñadores (2003), sobre la especial relación de tres jóvenes veinteañeros en el París del mayo del 68: Isabelle (Eva Green) y su hermano mellizo Theo (Louis Garrel), solos en la ciudad mientras sus padres están de viaje, invitan a su apartamento a Matthew (Michael Pitt, a quien recordamos como el inquieto joven de la versión americana de Funny Games), un joven estudiante americano, al que han conocido en un cine. 

Y el propio cine es uno de los protagonistas de su argumento, pues nos hace partícipe de cuando el Ministro de Cultura francés en aquellos momentos, André Malraux, trató a arrebatar a Henri Langlois la dirección de la Cinemateca Francesa, que intentan cerrar. Y ello da a nuestros protagonistas la oportunidad para realizar un repaso de la Nouvelle Vague, de Jean-Luc Godard a François Truffaut, pasando por Éric Rhomer. “Yo llegué a este mundo en los Campos Elíseos de 1959. En las aceras de los Campos Elíseos. ¿Sabes cuáles fueron mis primeras palabras? ¡New York Herald Tribune!” dice Isabelle a un tribulado Matthew, en un claro homenaje a Jean Seberg en Al final de la escapada (Jean-Luc Godard, 1960). Homenajes que se suceden, como cuando Isabelle baila imitando a Marlene Dietrich en La venus rubia (Josef von Sternberg, 1932) o cuando nuestros tres amigos corren por el Louvre a toda velocidad rememorando la escena de los tres amigos de Banda aparte (Jean-Luc Godard, 1964). Y también cuando estos particulares hermanos que se consideran como gemelos siameses (por lo que duermen y se bañan juntos) le dicen a Mattew: “Le aceptamos. Es uno de los nuestros”, un guiño a Freaks: La parada de los monstruos (Tod Browning, 1932).  

Y a lo largo de Soñadores se repiten los homenajes al cine en blanco y negro, como a Paul Muni en Scarface, el terror del Hampa (Howard Hawks, 1932), a Greta Garbo en La reina Cristina de Suecia (Rouben Mamoulian, 1933), a Fred Astaire y Giner Rogers en Sombrero de copa (Mark Sandrich, 1935), jugando entre ellos a las prendas en busca del título de las películas que imitan. Y esas discusiones que tienen sobre quién es mejor, si Buster Keaton o Charles Chaplin. Discusiones que se extienden a la música, sobre si prefieren a Eric Clapton o a Jimi Hendrix. Porque junto al cine, la música es otra gran protagonista de esta película, repleta de guiños a Janis Joplin, Bob Dylan, con algunas canciones simbólicas como “La mer” de Charles Trenet, el “Hey Joe” de Jimi Hendrix o el “Ay Carmela”, icónica canción republicana de nuestra Guerra Civil. 

Tres jóvenes confinados en el piso de los padres de Isabelle y Theo, mientras aquellos están de viaje, allí donde establecen unas reglas para conocerse mutuamente, explorando emociones y erotismo a través de una serie de juegos extremadamente arriesgados. Juegos donde el cine, la música y también la literatura (con ese homenaje al libro “Death Kit” de Susan Sontag) son el sustento cultural de estos jóvenes de aquella revolución cultural, política y social del mayo del 68 y la convulsa década de los sesenta, allí donde se suceden las reflexiones de sus protagonistas entre sus devaneos de libertad sexual. 

Reflexiones de Matthew: “De repente te das cuenta de que hay una especie de armonía cósmica de formas y tamaños. Me preguntaba por qué. No sé por qué es. Pero sé que es así”, “No quiero que me quieran mucho. Quiero que me quieran”, “Un cineasta es como un voyeur… lo leí en Cahiers du Cinemá”. Reflexiones de Isabelle: “Los padres de los demás siempre son mejores que los propios. Y, sin embargo, nuestros abuelos siempre serán mejores que los de los demás”, “Cuando se desea tanto, el amor no existe. Solo las pruebas de amor. ¿Estás dispuesto a darnos una prueba de tu amor?”. O las reflexiones de los padres a sus hijos: “Escuchadme: antes de cambiar el mundo, debéis comprender que formáis parte de él. No podéis observarlo desde fuera”. Y mientras nuestros jóvenes intentan cambiar su mundo en el interior del apartamento, el mundo cambia fuera en París: y lo que comenzó como una manifestación de la juventud contra el cierre de la Cinemateca Francesa se ha transformado a un movimiento global. 

Y la escena de los tres amigos en la bañera, con la belleza de Isabelle cual Venus de Milo, forma parte de ese triángulo amoroso y de la polémica que acompaña a Bertolucci, como le acompañó en sus inicios en El último tango en París, y como lo haría luego también en La luna. Y ese trágico final recordando a la película Mouchette (Robert Bresson, 1967) que se ve alterado por los altercados callejeros. Y el final, de nuevo con el protagonismo musical de canciones como “Non, je ne regrette rien” de Édith Piaf y “Third Stone From the Sun” de Jimi Hendrix.  

Porque en La luna y en Soñadores nos ofreció Bertolucci su provocadora visión de la adolescencia y juventud. Esa luna y sueños que ahora iluminan la noche de este director que no pasó desapercibido, el último maestro italiano.

 

sábado, 5 de noviembre de 2016

Cine y Pediatría (356). “El niño pez”, leyenda para mitigar la realidad


Dos mujeres argentinas nos muestran en dos películas la hoja de ruta de su mapa de cine: la directora y guionista Lucía Puenzo y la actriz Inés Efrón. Porque hablamos de ellas en los comienzos de Cine y Pediatría, en una película emblemática y sorprendente del año 2007, XXY, la que denominamos como algo más que el síndrome de Klinefelter. Y se vuelven a unir dos años después, ahora con esta obra del año 2009, El niño pez

Y con estas películas, su ópera prima y su segunda película, Lucía Puenzo se reivindica como una nueva voz del cine latinoamericano. Porque sus historias hablan de jóvenes que están en edad de descubrir el mundo y sus zonas oscuras, y el mayor conflicto al que se enfrentan es el de la propia sexualidad. Y la identidad sexual es el motor narrativo: mientras que en XXY la búsqueda y los interrogantes del personaje de Inés Efrón sobre su propio cuerpo eran el centro de la película, en El niño pez lo que hay es más un recorrido emocional entre angustia y confusión, entre secretos y revelaciones ocultas, entre elipsis y claroscuros, y que intenta sorprendernos con una puesta en escena desigual, pero que es difícil que interesen al espectador corriente pese a sus toques de realismo mágico. Y otros temas comunes de estas dos historias de la realizadora son el distanciamiento entre padres e hijos, la aparición repentina del mal y las transformaciones. Una realizadora que no nos muestra un cine fácil, ni del beneplácito de todos. 

Lala (Inés Efrón), una adolescente que vive en el barrio más exclusivo de la Argentina, está enamorada de Ailín, la Guayi (Mariela Vitale), la mucama paraguaya de 16 años que trabaja en su casa y a la que le gusta cantar en guaraní. Las dos sueñan con vivir juntas en Paraguay, en el lago Ypacaraí. Para eso juntan dinero robado y cuando todo parecía más fácil,  estalla el deseo, los celos y la ira que hace que Lala mate a su padre. Pero esto es sólo el punto de partida que precipita la huída en la ruta que une el norte del Gran Buenos Aires con Paraguay, en una road movie de pasión y pasiones. Mientras Lala espera a su amante en Paraguay, reconstruyendo su pasado (el misterio de su embarazo y la leyenda de un niño pez que guía a los ahogados hasta el fondo del lago), la Guayi es detenida en un Instituto de menores en las afueras de Buenos Aires. Ella también esconde un crimen en su pasado, un crimen que no puede olvidar ni perdonarse. La venganza, el riesgo, el sexo semiviolento, la sangre, van tejiendo una trama que apuesta por encontrar una salida de la incertidumbre con la que muchos jóvenes viven en el mismo mundo que condenan. 
Una historia no fácil contada en dos tiempos, algo no evidente al inicio, lo que provoca cierta confusión al film que Lucía Puenzo concibe a partir de su propia novela. Porque a Lucía Puenzo le gustan las historias truculentas, algo que ya probó en su anterior film XXY, pero en El niño pez se supera, pues logra conjugar en poco menos de hora y media lesbianismo, incesto, pederastia, trata de blancas, corrupción policial y asesinato, con una adolescente como protagonista

La leyenda del niño pez, simbolizada en una figurita de lo que se diría un niño Jesús asexuado, intenta dar a la película una difícil atmósfera mágica, cuando lo que domina es un aire malsano no fácil de respirar. Y en el propio relato del niño pez, con la voz en off de Ailín, descubrimos la complejidad de la película: "Pero de noche, cuando oscurece, el agua del lago empieza a subir, y a subir. Despacito. Hasta que todos se ahogan... El mundo entero está en el fondo del lago. El cielo en la superficie. No se puede sacar la cabeza para respirar. Cuando no queda nadie, él viene a buscarme. Abren las rejas de la ventana como si fueran algas. Entra nadando. Me agarra de la mano y me lleva con él. .." Porque esa leyenda del niño pez esconde la muerte de un recién nacido, el hijo de Ailín nacido del incesto al que le sometió su propio padre y que ella arrojó a su bebé moribundo a las aguas para que lo protegiera la deidad del lago. Y este es el motivo por el que huyó de Paraguay a Argentina y, desde entonces, intenta encontrar su lugar en el mundo y perdonarse. Y su mundo y su perdón lo encuentra en Lala. 

Y aquí es el amor entre las dos chicas su condena y su salvación, un amor naciente que la familia de Lala ignora por estar muy ocupados en sus quehaceres y obsesiones: una madre entre retiros de meditación y medicinas alternativas, un padre entre su intelectualidad y sus escritos, un hermano entre su huerta y su droga, y es como si solo el fiel perro Serafín fuera consciente.   

Porque El niño pez vuelve a tocar la temática de la sexualidad en adolescentes, pero quizás con demasiados duros mensajes para digerir (como el que la pérdida de un hijo no se olvida nunca), y es entonces cuando recordamos el minimalismo con el que se construyó ese mismo año la también película argentina El último Verano de la Boyita (Julia Solomonoff, 2009), y que apostó por la simpleza para desvelar el drama sexual del pre-adolescente en medio de un entorno opresivo. No es el caso de El niño pez ni de Lucía Puenzo. Porque aquí la leyenda del niño pez intenta mitigar la cruda realidad de un hecho y que duele desde la infancia a su protagonista. Un dolor que solo puede ser salvado con el amor, y hablando de amor salvador es válida cualquier identidad de género.

 

sábado, 2 de febrero de 2013

Cine y Pediatría (160). “La zona oscura” debiera llenarse de luz en la infancia


El novelista y guionista Alexander Stuart escribió su obra más controvertida en 1989 bajo el título de “The War Zone”, la historia de un incesto que se produce en el seno de una familia que se ha trasladado de Londres a una casa de Devon, en plena costa inglesa. Pero fue Tim Roth, actor inglés fetiche en las principales obras de Quetin Tarantino (Reservoir Dogs, 1992; Pulp Fiction, 1994) quien adaptó la novela a la gran pantalla en 1999, lo que constituyó su ópera prima como director bajo el título homónimo de La zona oscura, película que cosechó polémica, muy buenas críticas y diversos galardones cinematográficos, como la Espiga de Plata en el Festival de Valladolid o el premio al descubrimiento del año de la Academia de Cine Europeo. La polémica ya surgió cuando la novela consiguió el prestigioso premio Whitbread, que le fue retirado poco antes de la ceremonia de entrega por las presiones de uno de los miembros del jurado que se sitió ofendido por su contenido. 

El debut de Tim Roth detrás de la cámara lo ejecuta con una historia terrible y contada de forma deliberadamente cruda. Y lo hace con esta opresiva película sobre secretos familiares, que contaba a su favor con un excelente guión del propio Alexander Stuart. Una familia de clase media compuesta por el matrimonio (un cínico Ray Winstone y una siempre inquietante Tilda Swinton) y tres hijos: Jessie, de 18 años (una atemorizada Lara Belmont), Tom, de 15 años (un perplejo Freddie Cunliffe), y un bebé. Una familia aparentemente feliz, hasta que el tímido Tom descubre el terrible secreto que comparten su padre y su hermana; entonces, aislado y confuso por su rabia de adolescente, Tom está decidido a descubrir toda la verdad, una verdad dolorosa que su hermana mantiene en secreto por miedo. La frialdad con que está tratada la película está incentivada por dos recursos paisajísticos: unos cielos siempre grises, lluviosos y melancólicos; y un mar siempre turbulento. Recursos que acompañan al espectador a adentrarse dentro de los problemas de esa familia. El ambiente oscuro y lluvioso de la película (¿por qué el ambiente de las películas británicas me producen una tristeza muy superior a la media?) favorece ese entorno de desconfianza y distanciamiento entre los personajes, donde nuestro adolescente protagonista es el inocente espectador del morboso secreto que rodea a la familia. El tratamiento del tema, que afortunadamente no cae en los convencionalismos del cine de concienciación social, es sobrio y se desarrolla conforme a las expectativas. Lo más interesante del trabajo de Roth hay que buscarlo en la fuerza de las sutiles escenas que van surgiendo esporádicamente a lo largo de la narración. Son sugerentes apuntes que se esbozan de la manera más simple y que conforman un conjunto sombrío y fascinante, hasta alcanzar el tremendo clímax final. Gran final: los dos hermanos abatidos en el búnquer; y la frase de Tom: “Qué vamos a hacer?”. Él se levanta y cierra la puerta; entonces, se aleja la cámara mostrando poco a poco la escarpada costa sobre la que está asentado el búnquer abandonado en la Segunda Guerra Mundial (que vuelve a ser testigo, al igual que lo fue durante la contienda bélica, de un terrible acontecimiento), sobre un mal bravío y un tiempo gris. Un alejamiento con el fondo musical de Simon Boswell, que nos deja pensando en la zona más oscura del ser humano… Algunos momentos de la película no dejarán indiferente al espectador sensible, pues son psicológicamente muy duras. Porque el incesto entre un padre y su hija es un tabú y una losa que introduce en zona de guerra a la familia y en zona oscura a la sociedad. 

Desde siempre, algunos actores deciden pasarse al otro lado de la cámara y dirigir sus propias películas. Para mí el caso paradigmático (y casi increíble) fue el de Clint Eastwood, a quien hemos dedicado un par de entradas por su visión de la infancia en su cine (ver Cine y Pediatría 95 y 96). Otros actores que han seguido ese camino, con mayor o menor éxito, son Kevin Costner, John Malkovich, Mel Gibson, Quentin Tarantino, Johnny Depp, Gary Oldman, Sean Penn, Antonio Banderas…; y que me dicen de Ben Affleck y su actual película Argo, premiada con el Globo de Oro a la Mejor película dramática. Con La zona oscura, el actor Tim Roth se une a este grupo con un nivel que nada tiene que desdeñar al de su labor como intérprete. 

El abuso sexual infantil es una forma desdeñable de malos tratos. Si ese abuso sexual ocurre en el mismo territorio de la familia el horror se vuelve exponencial. El abuso sexual infantil supone una interferencia en el desarrollo evolutivo del niño y adolescente; y tiene unas lacras perennes, incluso en la edad adulta. Uno de los mayores problemas de esta lacra es poder sacarla a la luz y que las situaciones se denuncien a tiempo. Películas como La zona oscura nos sitúan, al igual que otras ya comentadas (Precious de Lee Daniels, 2009; Inocencia interrumpida de James Mangold, 1999; No tengas miedo, de Montxo Armendáriz 2011), ante el horror, para recordarnos que la infancia hay que protegerla con luz de cualquier zona oscura.

 

sábado, 21 de mayo de 2011

Cine y Pediatría (71). “No tengas miedo” y denuncia el abuso sexual infantil


Se considera abuso sexual infantil (o pederastia) a toda conducta en la que un menor es utilizado como objeto sexual por parte de otra persona con la que mantiene una relación de desigualdad, ya sea en cuanto a la edad, la madurez o el poder. Se trata de un fenómeno complejo y un grave problema, pues constituye una experiencia traumática. Experiencia que es vivida por la víctima como un atentado contra su integridad física y psicológica, por lo que constituye una forma más de victimización en la infancia, con secuelas similares (o mayores) a las generadas en casos de maltrato físico. El abuso sexual infantil supone una interferencia en el desarrollo evolutivo del niño y puede dejar unas secuelas que no siempre remiten con el paso del tiempo. Si la víctima no recibe un tratamiento psicológico adecuado, el malestar puede continuar incluso en la edad adulta.
En su mayoría, los abusadores son varones heterosexuales que utilizan la confianza y familiaridad, y el engaño y la sorpresa, como estrategias más frecuentes para someter a la víctima. La media de edad de la víctima ronda entre los 8 y 12 años y el número de niñas que sufren abusos es entre 1,5 y 3 veces mayor que el de niños.

Uno de los mayores problemas de esta lacra es poder sacarla a la luz y que las situaciones se denuncien a tiempo. Varios son los problemas por los que la denuncia se produce en general pocas veces y/o tarde: 1) la relativa imprecisión del concepto de “abuso sexual” y su consideración como un tabú, lo que favorece su ocultamiento y silenciamiento; 2) la ausencia de testigos en la mayoría de las ocasiones, por lo que la única vía para su revelación sea el testimonio de la víctima; 3) la condición de “menor” de la víctima no favorece la denuncia, bien sea por su incapacidad para comunicarlos o por el miedo que sienten; 4) dado que la mayoría de estos abusos se cometen en el interior de las familias o de círculos muy próximos al menor, es frecuente que se creen estrategias de ocultamiento extraordinariamente eficaces.

Estos elementos son los que se ha atrevido a plasmar en pantalla Montxo Armendáriz con su última obra, No tengas miedo (2011), en formato de película-documental y en clave de drama de denuncia social. Tras seis años de silencio (su último estreno fue con Obaba, 2005), Armendariz retoma el pulso al cine, con un tema (el de la infancia y juventud) que no le es ajena en su no muy pródiga (pero interesante) trayectoria como director: en concreto, se hacía eco de los problemas de la juventud en Historias del Kronen (1994) y de los secretos de los adultos vistos a través de los ojos de un niño en Secretos del corazón (1997).
En No tengas miedo, Silvia (Michelle Jenner) es una joven de 25 años que ha tenido una infancia y adolescencia llena de sombras, en las que un terrible secreto le supuso vivir una pesadilla real de la que intenta escapar con grandes esfuerzos de superación personal. Silvia es la única hija de un matrimonio de clase media-alta de Pamplona que viven aparentemente feliz (tal como se insinúa en su escena inicial), con un padre cariñoso y muy atento al cuidado de su hija (Lluis Homar) y una madre también aparentemente normal, si bien no excesivamente proactiva ante algunas señales de alarma que aprecia en su hija, por lo que prefiere mirar a otro lado (Belén Rueda). No tengas miedo no es original por el qué se cuenta (muchas películas lo han abordado ya, como veremos), sino por el cómo. Un guión inteligente (y una cámara que evita la sordidez) convierte un retrato desgarrador del abuso sexual en la familia y del miedo en los seres más vulnerables e indefensos, en una experiencia fílmica aceptable. Tema difícil, con buen resultado y en el que sus tres protagonistas ponen señales de credibilidad en sus personajes. La originalidad de la película también procede del carácter seudo-documental de algunas partes, sobre todo de los testimonios (algunos reales, otros interpretados por actores) sobre personas que han sufrido abusos y que se exponen sucesivamente a través de una sesión de terapia colectiva.

El peligro del cine, en general (y del cine español en particular), es la tendencia al discurso de brocha gorda cuando se profundiza en cuestiones candentes de temática social. No es este el caso. Aunque el tema es escabroso, la forma de abordarlo se soporta como espectador, pues no hay demasiados subrayados ni parches melodramáticos. Y el dolor y la tragedia la imaginamos como espectadores en el relato fuera de campo o en los fundidos. Porque, como ya nos tiene acostumbrado el cine que se deja en buenas manos, lo que sugieren las imágenes es peor que lo que se hubiera mostrado. Tampoco hay estereotipos (ya conocidos y que hubieran desgastado la película antes de tiempo): no se nos presenta al padre como un depravado, ni a la madre como una protectora, ni al entorno familiar como una calamidad,… Todo (o casi todo) aparenta normalidad, una normalidad escalofriante que conlleva a que Silvia, al final de la película le diga a su psicoterapeuta: “Cómo es posible que la persona que más me quiere me haya destrozado la vida”.

Tratamos de soslayo (y bajo otra perspectiva) la pederastia en Precious, en Inocencia interrumpida y, principalmente, en Hard Candy.En esta última ya enumeramos algunas películas más sobre el tema. Aquí os dejamos otras en las que el abuso sexual infantil (la pederastia o el incesto en el contexto de la familia) forma parte principal o secundaria del guión, pero en todas las cuales deja una profunda huella en los protagonistas:

-La luna (Bernardo Bertolucci, 1979): tortuosa trama que narra la relación entre una cantante de ópera recientemente viuda y su hijo adolescente enganchado a la droga, con el incesto como escabroso tema de fondo con matices freudianos.

-El Príncipe de las Mareas (Barbra Streisand, 1991): Tom (Nick Nolte) tiene que revivir una infancia traumática de manos de una psiquiatra (Barbra Streisand), de la que se está enamorando. Parte de estos recuerdos incluyen la humillante declaración de abusos sexuales en su infancia.

-Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994): en el banco de un parque somos partícipes de la increíble historia de amor entre Forrest Gump (Tom Hanks) y su muy amiga Jenny (Robin Wright Penn), una historia llena de poesía, sabiduría y corazón, y que sólo queda empañada porque intuimos los abusos sexuales a los que Jenny es sometida por parte su padre alcohólico.

-Sleepers (Barry Levison, 1996): narra la historia de cuatro amigos (Brad Pitt, Kevin Bacon, Jason Patric y Billy Crudup) en el complicado barrio neoyorkino de Hell´s Kitchen, y entre cuyas vivencias en la infancia se incluye la entrada en una prisión para menores por un homicidio por imprudencia, en donde son víctimas de abusos sexuales por parte de varios guardias.

-Happiness (Todd Solondz, 1998): película controvertida de un controvertido director, sobre todo por algunas subtramas fuertemente sexuales, especialmente en el personaje de Bill (Dylan Baker), padre de familia con afición por la pederastia y obsesionado por un niño de 11 años, compañero de uno de sus tres hijos.

-Mystic River (Clint Eastwood, 2003): narra la historia de tres amigos (Sean Penn, Tim Robbins y Kevin Bacon) en un peligroso distrito de Boston, y en los que aparecen los demonios del pasado y de la infancia, incluyendo el profundo trastorno psicológico que le ocasionó a uno de ellos el cautiverio de 4 días y los abusos a los que le sometieron dos adultos.

-En nuestra filmografía también podemos encontrar algunos ejemplos sobre este tema. Luis Buñuel lo trató en dos ocasiones, con relaciones incestuosas entre sobrina y tío, una entre Don Jaime (Francisco Rabal) y su sobrina novicia (Silvia Pinal) en Viridiana (1961) y otra entre Don Lope (Fernando Rey) y su hermosa y huérfana sobrina (Catherine Deneuve) en Tristana (1970). Pero el abordaje más director viene desde De Nens (Joaquim Jorda, 2004), película documental que narra la red de pederastia descubierta en el año 1997 en el barrio barcelonés del Raval, que afectaba a personas relacionadas con asociaciones culturales del barrio que trabajan primordialmente con niños.

Pero es Montxo Armendáriz quien ha roto el silencio con No tengas miedo. Y nos relata esta historia que habla de secretos del corazón y de mucho más: nos habla de ese dolor inquebrantable que provoca en la infancia (también en la vida de las personas y en la sociedad) el abuso sexual, máxime si se da en el contexto familiar. Tema complicado, pero que conviene mirar a la cara y denunciar con nombres y apellidos.