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sábado, 20 de agosto de 2022

Cine y Pediatría (658) “Cerca de ti” en el aire, en el sol, en la lluvia

 

El reto de la crianza de los hijos por parte de un padre solo, separado o viudo, ya ha sido tratado en Cine y Pediatría desde diversas ópticas. Todos recordamos ese padre (y ciudadano) modelo que fue Atticus Finch (para mayor gloria interpretativa de Gregory Peck) en Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962). Y desde Cine y Pediatría hemos ido desgranando otros padres coraje en películas de distintas nacionalidades: desde Estados Unidos, Yo soy Sam (Jessie Nelson, 2001) con Sean Penn y su hija Dakota Fanning, En busca de la felicidad (Gabriele Muccino, 2006) con Will Smith y su hijo (también en la vida real) Jaden Smith, El niño de Marte (Menno Meyjes, 2007) con John Cusack, y su especial hijo adoptado, Bobby Coleman, Ser padre (Paul Weitz, 2021) con Kevin Hart y su hija Melody Hurt; desde Italia, Líbero (Kim Rossi Stuart, 2006) con Kim Rossi Stuart y sus hijos Alessandro Morace y Marta Nobili; desde Australia, Rómulo, mi padre (Richard Roxburgh, 2007) con Eric Banna y su hijo Kodi Smit-McPhee; desde España, Ismael (Marcelo Pyñeiro, 2013) con Mario Casas y su hijo Larsson do Amaral; desde Francia, Mañana empieza todo (Hugo Célin, 2016) con Omar Sy y su hija Gloria Coslton; o desde Turquía, Milagro en la celda 7 (Mehmet Ada Öztekin, 2019) con Aras Bulut Iynemli y su hija Nisa Sofiya Aksongur. Todas ellas nos recuerdan que una madre es muy importante para los hijos en su crianza. Pero esa importancia es especialmente patente cuando el padre tiene que conseguir solo esa función.         

Y hoy llega una película del Reino Unido dirigida por un italiano y que transcurre en Irlanda del Norte: Cerca de ti (Uberto Pasolini, 2020). Y nos narra una historia que es una lección de vida que debe prescribirse para extasiarnos con la trascendencia del amor y con el valor de ese cine que nos embriaga en su simplicidad. Una película que se alzó con el Premio del Público en la Semana Internacional de Cine de Valladolid (SEMINCI) y que ahonda, de forma sencilla y emotiva, en la relación entre un padre y un hijo. Uberto Pasolini se inspiró en una historia real en la que un padre se pasó los últimos meses de su vida buscando una familia para su hijo pequeño. Y con esta mimbres, ese director ocasional, que de joven fue banquero, pero que pronto se pasó a la producción cinematográfica con un taquillazo como Full Monty (Peter Cattaneo (1997), nos sorprende con una pequeña gran película, en la que delicadeza y mesura se fusionan con un argumento emotivo. Ya en su anterior película, Nunca es demasiado tarde (2013), marcó el camino a estas premisas de su cine. Comentar que el apellido de este director no tiene vinculación familiar con el de Pier Paolo Pasolini, pero sí es sobrino de Luchino Visconti.

Cerca de ti nos habla sobre la sencilla vida de John (James Norton), un joven de 34 años que se gana la vida como limpiador de cristales en Belfast, y su hijo de 4 años, Michael (Daniel Lamont). Una relación paterno-filial basada en un amor puro e incondicional dentro de la dificultad, con una complicidad que apreciamos en cada momento de esos rituales del día: en el desayuno, al acompañarle al colegio, paseando y comiendo helados, de compra en el supermercado, en la ducha cuando le quita los piojos, cuando leen un libro, cuando rezan al acostarse,…o cuando ponen las velas en la tarta de cumpleaños (y el detalle de esa vela de más que le entrega el hijo a su padre). Vamos descubriendo que viven solos porque la madre les abandonó al nacer Michael y también que una enfermedad (no definida) del John le pone una meta de unos pocos meses de vida por delante. Dos hechos esenciales que son dibujados tenuemente, para centrarse en los esfuerzos de este padre por encontrar a una familia capaz de criar, educar y amar a Michael como él hace, antes de que sea demasiado tarde. 

Entonces recurre a una agencia de adopción y, desde allí, una angelical Shanon (Eileen O´Higgins), acompaña a John y Michael a conocer a posibles familias candidatas para esa complicada misión. Familias muy diversas, familias sin hijos, con hijos de acogida, con hijos naturales y adoptados, algunas familias normales y otras extrañas. John les explica: “Es un niño muy callado, pero hace caso siempre y se porta muy bien. Es muy popular en la escuela. Siempre me dicen que es un niño fantástico. Es cariñoso, bueno… Es un niño muy feliz. Yo solo quiero que tenga una familia normal, dos padres, una bonita casa familiar, todo lo que yo no tuve siendo niño. Solo quiero que pueda hacer lo que yo no pude, que nunca pude imaginar”. Porque también descubrimos sin subrayados que la infancia del padre no fue fácil. 

Es una película que logra tratar con sutileza la crudeza del argumento. Y ello con diálogos muy interesantes, pero con silencios que la hacen aún más potente. Una de las familias le llega a preguntar a John: “¿Qué quiere que sepa su hijo?, ¿cómo le gustaría que le recordara?”. Pero especialmente emotivas son las palabras de Shanon: “Hay que decidirse. Ya no nos queda tiempo”. Y todo ello alrededor de escenas simples del día a día que resultan conmovedoras en su simplicidad. 

Ante tantas visitas a familias, el pequeño Michael llega a pregunta al padre: “¿Qué es adoptar?” Y tras la explicación, su respuesta es clara: “Yo no quiero “adoptar” ”. Es así como John se va preparando para lo inevitable a medida que nota su deterioro. Esta es la parte más dominada por los sentimientos, pues es difícil no ponerse en su lugar. Y esa lectura con su hijo del libro “Cuando mueren los dinosaurios. Guía para comprender la muerte”; y la explicación del padre: “Como el escarabajo que dejó su cuerpo y ahora vuela en el bosque, un día, pronto, papá dejará su cuerpo. Pero siempre estaré cerca de ti, en el en aire… No me verás, pero podrás hablar conmigo y yo te escucharé. Siempre estaré contigo en el aire que te rodea, y en el sol que te da calor, y en la lluvia que te moja”

Y prepara la caja de recuerdos con mimo, con distintas cartas en sobres para abrir en distintos momentos de la futura vida de Michael. Porque aquí resuenan los consejos previos de Shanon: “Llegará un momento en que piense en ti todos los días. Necesitará algo con lo que empezar, algo físico y real en lo que aferrarse e ir construyendo”. Y nos desemboca a un final arrollador y necesario. Una película para ver y sentir, que nos puede dejar huella. La misma que ya nos ha dejado esa relación tan especial de padre e hijo, de John y Michael, un dúo protagonista que emociona con esa espectacular interpretación de James Norton y, sobre todo, del pequeño Daniel Lamont. Capaces de expresar tanto con tan poco. La mirada final del niño ya es inolvidable… y está cerca de nuestro corazón.

 

sábado, 22 de junio de 2019

Cine y Pediatría (493). “Familia al instante”, bienvenidos a la adopción en tono “feel good movie”


Se conoce con el anglicismo de “feel good movies” (o películas con sentimiento o buen rollo) a un estilo de películas para ver con toda la familia, películas que excluyen todo tipo de violencia, sangre y escenas de contenido sexual explicito, e incluso que añaden ser películas con valores o enseñanzas. Son películas pensadas para hacer sentir bien al espectador, pero se han convertido en una especie en extinción. Pues al atesorar tanta bondad no suelen tener muy buena prensa (y más si llevan niños incorporados entre los protagonistas), aún cuando por lo general, consiguen llevar a su terreno a numerosos espectadores. Se les critica su tendencia calculado manejo de emociones, algo que ya un grande como Frank Capra dominaba a la perfección. 

Son de ese tipo de películas con las que el espectador sale del cine con una sensación agradable. Y con ello no queremos decir que tenga que ser una comedia, sino más bien una película que transmite y deja buena sensación. Y al exponer algunos ejemplos ya tratados en Cine y Pediatría, seguro que la definición queda clara: ¡Qué bello es vivir! (Frank Capra, 1946), Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988), Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994), Mejor… imposible (James L. Brooks, 1997), Patch Adams (Tom Shadyac, 1998), Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000), Los chicos del coro (Christophe Barratier, 2004), En busca de la felicidad (Gabriele Muccino, 2006), Juno (Jason Reitman, 2007), El triunfo de un sueño (Kirsten Sheridan, 2007), The Blind Side (Un sueño posible) (John Lee Hancock, 2009), Un lugar para soñar (Cameron Crowe, 2011), Las ventajas de ser un marginado (Stephen Chbosky, 2012), El camino de vuelta (Nat Faxon, Jim Rash, 2013), St Vincent (Theodore Melfi, 2014), La familia Bélier (Eric Lartigau, 2014), Nuestro último verano en Escocia (Andy Hamilton, Guy Jenkin, 2014), Del revés (Pete Docter, Ronaldo Del Carmen, 2015), Yo, él y Raquel (Alfonso Gomez-Rejon, 2015), La vida de Calabacín (Claude Barras, 2016), Sing Street (John Carney, 2016), Wonder (Stephen Chbosky, 2017), El buen maestro (Olivier Ayache-Vidal, 2017),... 

Son muchas más, pero os dejamos estos ejemplos previos. Ejemplos al que se suma la película de hoy, Familia al instante (Sean Anders, 2018), una auténtica “feel good movie” en relación con la paternidad y la adopción, obra del incorregible director que nos tenía acostumbrado a comedias del tipo Desmadre de padre (2012), Padres por desigual (2015) o Dos padres por desigual (2107). Así pues, un director al que la palabra padre no es ajena – también en sus películas – y en esta ocasión tiñe esta paternidad de tintes autobiográficos, pues en realidad la historia contada no es muy diferente al que él y su familia vivieron. Y de hecho el padre de la película es su alter ego, interpretado por un actor habitual en sus películas como es Mark Wahlberg. 

Y sí, Familia al instante es una curiosa película que mezcla sentimientos, con una historia que para muchos no será ajena, como es mostrarnos las dudas de una pareja a la hora de adoptar hijos y las situaciones que a partir de ese momento comienzan. Y sin embargo, el guión, interpretaciones y escenas nos generan una extraña felicidad. Porque Pete (Mark Walger) y Ellie (Rose Byrne) son una pareja que vive en la aparente comodidad que proporciona el no tener hijos, pero todo cambia cuando por distintos motivos la madre piensa en la posibilidad de adoptar. Y como ya no son jóvenes incluso se plantean comenzar acogiendo a un niño de cierta edad y para ello viajan de las páginas web a asociaciones, e incluso visitan lo que se conoce como feria de adopción (que es algo que realmente pasa) allí donde los adolescentes, como en esta película, están segregados a un lado porque todo el mundo tiene miedo de ellos. Y cuando les sugieren que pudieran intentar acoger un adolescente, Ellie comenta sobre ellos, poco convencida: “Usan drogas, ven gente jugar videojuegos en YouTube…”

Finalmente conocen a la adolescente Lizzie (Isabela Moner), tan encantadora como inconformista, pero ella convive en el centro de acogida con sus dos hermanos pequeños: Juan (Gustavo Quiroz), el buen niño gafe que siempre pide perdón, y Lita (Julianna Gamiz), la pequeña rebelde. Y a para estos pequeños, Lizzie es más que una hermana, pues asume el papel de madre que no tienen a su lado, pues la madre real sale y entra de la cárcel y de su adicción a las drogas. Y aunque para Pete y Ellie tres hijos no estaba en su supuesto, la asistente social logra convencerles. 

Y llega el momento de que los cinco convivan en una misma casa. Y aunque sin dramatizar, sentimos las dificultades propias de un proceso de adopción, también las alegrías, y las dudas y los temores. El desaliento, incluso. Porque quizás, cada adopción, empieza con algún nivel de tragedia, pues cada niño – sobre todo a mayor edad – viene con su mochila, con un pasado no fácil, con un presente confuso y con una interrogación en el futuro. Por ello, la asistente social Karen (Octavia Spencer), les avisa: “Tengan en cuenta que esto no va a ser fácil”

Pero el tiempo y el amor puesto en el empeño vencen cualquier duda o dificultad. Y la acogida y adopción, tantas veces descrita como un drama – recordamos La pequeña Lola (Bertrand Tavernier, 2004), Vete y vive (Radu Mihaileanu, 2005) o La adopción (Daniela Fejerman, 2015) - es relajante verla reflejada con películas con este “feel good movie”, entre risas y lágrimas. Y sí, vuelve a marcarnos el camino el personaje de Karen: “Con un poco de estructura y amor, estos niños podrían florecer”.

 

sábado, 1 de junio de 2019

Cine y Pediatría (490). La adopción siempre debe estar en “En buenas manos”


Tres escenas dan comienzo a esta película, tres historias que se cruzan para comenzar a mostrarnos la frágil cadena que permite la adopción de un niño. Primera escena: Théo, un lactante de dos meses y medio abandonado, es ofrecido en adopción a Alice (Élodie Bouchez), un mujer de 41 años que lleva casi una década queriendo ser madre. Segunda escena: dos hermanos adoptados se agreden, y el de 11 años casi ahoga a su hermana de 9, lo que hace perder la paciencia de Jean (Gilles Lellouche), un hombre que actúa como padre de acogida en el periodo que transcurre del abandono hasta la adopción, un hombre casado y con una hija adolescente que tiene este trabajo y que lo hace con amor. Tercera escena: Clara (Leila Muse) es una universitaria de 21 años que acude a un hospital a parir y dice a las matronas encantadoras: “Yo voy a dar a luz. Yo no lo quiero”. Estamos en el Hospital Maternal de Brest, ciudad portuaria de la Bretaña francesa. 

La película se titula En buenas manos, una película del año 2018 con el guión y la dirección de Jeanne Herry, una clara reivindicación del sistema de adopción francés, que favorece el anonimato de las madres y en el que parece que todo funciona en esta red para proteger a los menores dados en adopción, donde lo principal es su bienestar y no el deseo de los adultos de convertirse en padres: y se nos presentan matronas afectivas, trabajadores sociales humanos, padres de acogida implicados, educadoras sociales y psicólogos profesionales,… 

Clara decide no ver ni tocar a su hijo recién nacido a quien quiere dejar en adopción, pues es producto de un embarazo no deseado. La trabajadora social le explica el programa de acompañamiento de mujeres que desean dar a sus hijos en adopción, y le comunica cómo puede dejarle, si quiere, un sobre cerrado con sus datos personales y un regalo, por si algún día decide buscarla; y, asimismo, le comenta que se deja un plazo de 2 meses antes de ser registrado como huérfano y poder ser adoptado. Todo un proceso verbal en el que la trabajadora social pregunta a Clara: “¿Qué objetivo tiene para su bebé?, ¿qué contempla?, ¿qué le desea?”

Y finalmente Clara abandona a Théo, aunque llega a despedirse de él y le deja una carta. Y en ese momento aparece Jean como padre de acogida, y lo hace junto a Karine (Sandrine Kiberlain), una educadora del centro implicada en el bienestar de los menores y que lo explica bien: “El hijo que adoptan no es lo mismo que un hijo biológico. Es más complejo”. Y es curioso como cuando Karine le habla a Théo, explicándole lo que le va a pasar, apreciamos cómo se le acelera su ritmo cardíaco, como el bebé entendiera la importancia del momento. Y todo transcurre como un proceso nada dramático, donde todos los protagonistas vienen repletos de valores… pero el drama es subyacente. Porque el Consejo de Familia (formado por psicólogos, trabajadores sociales, asistentes sociales y educadores) intentan buscar la mejor familia a los niños en adopción, y así lo expresan: “Mi trabajo no es encontrar un niño para padres que estén sufriendo, sino encontrar a los mejores padres para niños que están en riesgo”. 

Y a partir de aquí tres flahsbacks a partir de la media hora de metraje, retrocediendo en la historia 8, 5 y 2 años. Y 8 años atrás se nos presenta a Alice con su marido iniciando el proceso de adopción, pues no ha sido posible conseguir la maternidad tras 4 años intentándolo, también por técnicas de reproducción asistida. “Todos pasamos por campos de minas y de flores” le dice la asistente social, y luego les pregunta: “¿Serán capaces de amar a un hijo que no ha sido suyo?”. 

Y 5 años atrás volvemos a encontrarnos con Alice, ya sin pareja (se ha divorciado) y en este momento aceptaría un niño con necesidades especiales, pero precisa comenzar de nuevo. Y 2 años atrás, ya nos encontramos a nuestra Alice, quien trabaja como audio descriptora para ciegos de obras teatrales, y ya entonces recibe a Théo de las manos de Jean y Karine, quienes le comentan interesantes reflexiones sobre el vínculo afectivo: “No has vivido un parto, sino un injerto. Pero lo que vas a vivir con él es extraordinario…”. Y así es, pues el bebé comienza a demostrar inicialmente escasa reactividad, falta de comunicación, hipotonía y todo un camino de pruebas complementarias alrededor del consejo del pediatra. 

Una vez más el cine francés tiene un punto y seguido en el proyecto Cine y Pediatría, con ese plus de calidad para contar sus historias. Y En buenas manos pertenece a ese tipo de cine comprometido, emotivo y sin aspavientos, en tanto que reivindica, por un lado, la bondad individual (todos los protagonistas son bondadosos en su tarea encomendada) y, por otro, el buen funcionamiento del sistema – en este caso el francés, y qué diferente a otros que pudimos revisar, como el frío proceso que nos muestra La adopción, basado en la tormentosa experiencia de la argentina Daniela Fejerman -, un sistema que protege con honestidad a los más débiles gracias a un Estado de bienestar que debemos cuidar como un tesoro.

Y para ello la película cuenta con un elenco de actores habituales en el actual cine francés, y algunos de los cuales ya han visitado nuestro proyecto, de la mano de un afortunado director francés de mujeres, André Téchiné: en 1994 dirigió a Élodie Bouchez en Los juncos salvajes y en 2016 lo hizo con Sandrine Kiberlain en Cuando tienes 17 años. Y ahora es nuestra directora Jeanne Herry quien las elige para tratar con esmero y delicadeza este tema de la adopción infantil, en el que podrá haber fallos y errores, pero ninguno será fruto de la mala fe o de la imprudencia. Y el mensaje que nos deja es claro: la adopción siempre debe estar “En buenas manos”. Y es lo que nos recuerda esta nueva joya del cine francés y del cine social,… sin juicios de valor. Una película en la que muchos pueden verse reflejados.

Pues bien, una película así, avadada por tan buenas críticas y premios (incluyendo sus 7 nominaciones a los Premios César), y con tan buenas enseñanzas, batió un récord en mi historia de ver cine. Pues es la primera película que veo en mi vida solo en una sala…, pero se podía intuir que pudiera ocurrir esto si su única proyección en la única sala en todo Alicante es a las 22,15 hs. Entonces cabe pensar que, quizás, lo que no esté en buenas manos es la cultura de nuestro cine.

 

sábado, 2 de octubre de 2010

Cine y Pediatría (38). “La vergüenza”, entre la acogida y la adopción



Leemos en un reciente artículo de Diario Médico titulado “Niños adoptados, pediatras todo terreno” que España es el segundo país del mundo en adopciones internacionales, sólo superado por Estados Unidos. Niños nacidos mayoritariamente en Rusia, China, Etiopía, Ucrania y Colombia se han ido incorporando a la sociedad española de forma más intensa en los últimos años. Esto ha fomentado la creación en España de algunas unidades de Adopción Internacional y unidades de Pediatría Social orientadas a estos niños y familias. Pero, así como la adopción ha calado fuerte en nuestra sociedad, no se puede decir lo mismo de la acogida. La acogida de menores es una medida de atención a niños desamparados poco extendida en España, a pesar de que hay un gran número de niños y jóvenes susceptibles de ser acogidos.

Sobre el tema de la adopción ya hemos hablado en dos entradas en el blog (en la entrada número 13 y 14), incluyendo una breve reseña a la película que hoy destacamos: La vergüenza (David Planell, 2009). David Planell se inició en el corto, pero cabe destacar su papel como guionista (en series como Hospital Central o El comisario, por ejemplo) y, especialmente, como coguionista de Gracia Querejeta en dos buenas películas: Hector (2004) y Siete mesas de billar francés (2007). Su debut en el largo fue esta película, con la que obtuvo la Biznaga de Oro del Festival de Málaga.

Honesta y valiente ópera prima que trata sobre los problemas de una pareja de unos 40 años sin hijos (Natalia Mateo y un siempre efectivo Alberto San Juan), quienes tienen en acogida desde hace un año a Manu, un niño peruano de 8 años, que previamente ha estado con otras dos familias y que ha sido devuelto en ambos casos a su centro de origen. Tampoco esta joven pareja logra hacerse con el chaval tras más de un año intentándolo —a pesar de haber empleado en la casa a una mujer peruana que le facilitase la integración—, y ahora que deben pasar la prueba definitiva de adopción, crecen las dudas y se plantean devolverle, lo que para ellos se convertirá en una auténtica vergüenza. Una cinta solvente, dura y directa, La vergüenza se comporta como un drama intimista sobre los conflictos que surgen en una pareja por ese tema, contada en tiempo casi real (el periodo de tiempo de una mañana), rodada en interiores (con tono pseudoteatral) y con diálogos importantes y una planificación basada en el plano-contraplano, sin concesiones. Cuando mejor funciona la película es cuando entra en escena la asistenta social, que viene a “examinarles” sobre su idoneidad.

Aunque la película quizás peque de cierto desequilibrio narrativo y la pretensión de tocar demasiados temas a la vez: inmigración y racismo, adopción y maternidad, problemas de pareja y comunicación, inmadurez persona. Aún así, el problema que nos plantea no nos es ajeno: la disyuntiva entre el deseo de acoger y/o adoptar un hijo y la capacidad de hacerlo realidad. El problema de enfrentarse a un hijo “real” en acogida o adoptado que no es el hijo “idílico” pensado. Manu presenta un trastorno del comportamiento y en la película se establecen acertados comentarios sobre el trastorno de hiperactividad y déficit de atención.

¿Cuál es la diferencia entre adopción y acogida?. La principal diferencia entre adopción y acogida radica en que la adopción es una medida permanente, mientras que la acogida es temporal, es decir, que la familia acogedora deberá facilitar al niño el retorno a su núcleo familiar de origen. Se trata de ofrecer atención y cuidado en un entorno familiar a un menor que temporalmente y por diversas razones no puede contar con el suyo propio. Se pueden acoger menores de 0 a 17 años y el tiempo de acogida puede oscilar entre algunos días y varios años, e incluso no concluir hasta la mayoría de edad del menor. Existe un interés de las Administraciones Públicas por plantearse más seriamente ayudar y facilitar la acogida a todos los niveles posibles: informando a la sociedad en general, formando a los futuros acogedores y a los profesionales que tratan con ellos, ayudando laboral y/o económicamente a las familias acogedoras y realizando procesos de seguimiento y apoyo a estas familias en todos sus ámbitos de actuación.

La acogida de niños debe ser un orgullo,… nunca una vergüenza.