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sábado, 22 de marzo de 2025

Cine y Pediatría (793) “El tren de los niños”, las madres del sur y las madres del norte

 

La iniciativa “Treni della felicitá” surgió entre 1945 y 1952, una época en la que Italia se recuperaba de toda la destrucción que había dejado la Segunda Guerra Mundial. El sur del país había sido el más golpeado, pues a la pobreza y la falta de empleo se sumaba la escasez de alimentos. Ante esta situación, el Partido Comunista Italiano y la Unión de Mujeres Italianas idearon estos Trenes de la felicidad, cuyo objetivo era trasladar a los menores del sur de Italia al norte, donde serían acogidos por familias que les brindarían educación, alimentación y alojamiento. Toda una experiencia sociológica en Italia que llegó a afectar a unos 70.000 menores que fueron trasladados en estos trenes. Y esta historia tan particular fue reflejada en el libro de Viola Ardone, “Il treno dei bambini”, publicado en 2019 y convertido en un superventas, por lo que la todopoderosa Netflix no ha desaprovechado la oportunidad en convertirlo en película: El tren de los niños (Cristina Comencini, 2024). 

Y es que las guerra y postguerras son siempre un filón para el séptimo arte, y ello es especialmente marcado alrededor de la Segunda Guerra Mundial y su relación con la infancia, tal como ya hemos visto en Cine y Pediatría con películas de diversas nacionalidades: Alemania, año cero (Roberto Rossellini, 1948), Juego prohibidos (René Clément, 1952), El diario de Anna Frank (George Stevens, 1959), La infancia de Iván (Andrei Tarkovsky, 1962), El niño y el muro (Ismael Rodríguez, 1965), El tambor de hojalata (Volker Schöndorff, 1979), Masacre, ven y mira (Elem Klimov, 1985), La vida es bella (Roberto Benigni, 1997), La tumba de las luciérnagas (Isao Takahata, 1998), Hijos de un mismo Dios (Yurek Bogayevicz, 2001), Napola, escuela de élite nazi (Dennis Gansel, 2004), El niño con el pijama de rayas (Mark Herman, 2008), La cinta blanca (Michael Haneke, 2009), La llave de Sarah (Gilles Paquet-Brenner, 2010), Lore (Cate Shortland, 2012), La ladrona de libros (Brian Percival, 2013), La profesora de Historia (Marie-Castille Mention-Schaar, 2014), El viaje de Fanny (Lola Doillon, 2015), La infancia de un líder (Brady Corbet, 2015), Una bolsa de canicas (Christian Duguay, 2017), Sestrenka (mi hermana pequeña) (Aleksandr Galibin, 2019), Jojo Rabbit (Taika Waititi, 2019) o Los niños de Windermere (Michael Samuels, 2020).                      

Y hoy, con El tren de los niños, la película nos muestra el sacrificio que hicieron miles de madres y padres, quienes tuvieron que dejar ir a sus hijos porque apenas podían criarles en un contexto lleno de miseria, así como la solidaridad de las familias que los recibían. Y la historia comienza presentándonos a Amerigo Benvenutti, un solista de violín preparado para un concierto en el año 1994. Una llamada de teléfono le comunica que ha muerto su madre y durante el concierto regresan sus recuerdos al Nápoles de 1946, una ciudad tras los estragos de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Ahora conocemos a Amerigo Speranza, de 8 años (Christian Cervone), quien acude con su madre Antonietta (Serena Rossi) a la sede del Partido Comunista, donde explica que está sola porque su marido marchó a trabajar a América, que el hermano menor de 3 años falleció de asma y que es el único hijo que le queda. Allí le dan información para enviarlo en ese tren con otros centenares de menores… y, a partir de ahí, esa madre recibe presiones a favor y en contra de todo el vecindario, también de las monjas: “Los niños no son ni de sus madres ni de sus padres. Son hijos de Dios”. Pero la vida que le espera a Amerigo, en las aventuras con sus amigos Tomassino y Mariuccia, se rodea de pobreza, hambre, suciedad, estraperlo y buscarse la vida entre la miseria. 

Finalmente decide enviarle en ese tren que viaja al norte. Los niños van numerados e identificados, y en la estación del tren algunos vecinos expresan el temor por su futuro (incluso temen que les vayan a meter en hornos crematorios, recordando el holocausto previo), pero también a favor: “¡Los van a alimentar y a cuidar! ¿A cuántos niños se han llevado ya el tracoma, el reumatismo o el cólera? Pensad en ellos. En su futuro. No les robéis esta oportunidad a vuestros hijos. Esta es otra batalla contra el hambre. Si no pensamos nosotras en nuestros hijos, no lo hará nadie”. Y en el tren lleva escrito este mensaje: “Los niños de Nápoles dan las gracias a las mamás de Módena”. Y al llegar a la estación de destino les reciben con todos los honores y banda de música y mensajes esperanzadores: “Ni norte ni sur. Solo existe una Italia”. Allí llegan los padres adoptivos del norte, y al último que eligen es a Amerigo, quien se va con una ex partisana que vive sola, Derna (Barbara Ronchi), quien no se muestra muy entusiasmada, pues ella sabe de política y sindicatos, pero no de niños. Una bella mujer que viste de negro por haber fallecido su amor revolucionario asesinado por los fascistas. Y Amerigo sigue guardando la manzana que su madre le dio al partir, aunque ella le decía que él era un castigo de Dios. 

Las cosas no son fáciles inicialmente para Amerigo, al que, por ser de Nápoles, le dicen en el colegio que huele a pescado. Pero el tiempo juega a su favor, la relación con Derna se hace con el tiempo más maternal y también acaba integrándose en la familia de Derna, donde el hermano de ésta le introduce en la música del violín, instrumento que le regalan con su nombre el día de su cumpleaños. Y es su valor más preciado que lleva de regreso a Nápoles, pasado unos meses, donde su madre le dice que debe empezar a trabajar de ayudante en una zapatería y una vecina le recuerda: “Niño, a tu madre nunca le han dado cariño. Por eso no sabe darlo. Pero ella te ha cuidado siempre. Pues ahora que eres mayor, debes cuidarla tú”. 

Amerigo añora su vida en Módena y la música, pero su madre ha empeñado su violín para conseguir comida. Porque su madre biológica tiene celos de la madre del norte y le oculta que aquella le ha enviado cartas y comida. Y cuando descubre esto, nuestro protagonista regresar a Módena  en busca de su madre del norte (porque para él la madre del sur ha muerto ya). Y su madre verdadera decidió no ir en su busca, pues pensó que era lo mejor para él… y Amerigo cambió su apellido de Speranza a Benvenutti. 

Y cuando Amérigo regresa de adulto a Nápoles al entierro de su madre, allí debajo de la cama encuentra su violín, que la madre desempeñó de nuevo. Un final algo inconcluso que cabe cerrar, con esa dedicatoria final: “A los niños y a las madres de todas las guerras”. Porque ese regreso de Amerigo adulto a su ciudad y su casa simula el de otra película italiana emblemática, cuando el Totó adulto regresa a su pueblo y su cine en Cinema Paradiso. Dos adultos de éxito que recuerdan con añoranza su infancia y lo que les hizo llegar a lo que son. 

La directora italiana Cristina Comencini nos brinda una hermosa película sobre el amor de madre enmarcada en una historia que marco cientos de infancias en plena Segunda Guerra Mundial. Una historia con tres protagonistas, Amerigo (de niño apellidado Speranza, de adulto apellidado Benvenutti), su madre biológica del sur, Antonietta, y su madre adoptiva del norte, Derna, con ese viaje de ida y vuelta, y ese violín que fue la afición y el oficio de nuestro protagonista. Una Italia de posguerra donde prima la pobreza y desigualdad, pero donde la iniciativa de los Trenes de la Felicidad son un ejemplo de solidaridad y empatía entre regiones italianas. Y esta historia nos adentra en el desarraigo de estos niños y niñas al separarse de su entorno familiar, la lucha por adaptarse a una nueva realidad y construir su propia identidad, bien mezclado con la inocencia infantil y el amor maternal, tanto el de las madres del sur como el de la madres del norte.

 

sábado, 15 de abril de 2023

Cine y Pediatría (692) La tetralogía neorrealista de Vittorio de Sica y la pobreza de postguerra

 

El Neorrealismo italiano es un movimiento fílmico que convulsionó el séptimo arte en la segunda mitad del siglo XX, como secuela a esa cruda Segunda Guerra Mundial. Un buen número de directores nos dejaron un abanico de películas que son un auténtico documento histórico sobre la Italia triste y hambrienta de la postguerra, cine denuncia de las condiciones de vida miserables y en el que desaparecen los finales felices. Una figura esencial fue Vittorio de Sica y hoy recordamos esa tetralogía neorrealista que nos dejó junto con el guionista Cesare Savatini: El limpiabotas (1946), Ladrón de bicicletas (1948), Milagro en Milán (1951) y Umberto D (1952). En las tres primeras con un especial protagonismo de la infancia, en la última con un protagonista en su senectud. En estas cuatro películas sus personajes son ingenuos e inocentes; y sufren por las injusticias de una sociedad vil, marcada por el hambre, el egoísmo y la guerra. 

Ya hemos dedicado una entrada especial a una de las mejores obras y más paradigmática de Vittorio de Sica, en ese dueto inolvidable de un padre (Lamberto Maggiorani) y un hijo (Enzo Staiola), y con una bicicleta robada como verdadero elemento nuclear para adentrarnos en esta familia y en esta sociedad de postguerra en Roma. Hablamos de Ladrón de bicicletas (1948), una película dura, donde el paro y la pobreza se constituye en un mal modelo educativo ante su hijo y un verdadero ladrón de infancias.  Y es así que hoy revisaremos las otras tres películas de la tetralogía. La primera y la última tienen lugar también en Roma, y una de ellas en Milán, como reza su título. 

- El limpiabotas (1946). 

En la Roma de la posguerra, dominada por la miseria y el desempleo, dos jóvenes limpiabotas, Giuseppe (Rinaldo Smordoni) y Pasquale (Franco Interlenghi), sueñan con comprarse un caballo. La única forma de conseguir el dinero necesario es trapichear en el mercado negro. Tras vender unas mantas americanas son detenidos y enviados a una cárcel de menores, donde el consejo que reciben del resto de internos es claro: “Tranquilo.. Aquí has de callar y aguantar”. Y uno de los funcionarios de esta peculiar cárcel, expresa desalentado: “Por desgracia en estos tiempos, la miseria convierte a todos en criminales”

Y estos dos amigos pierden la amistad en este centro y acaban delatándose entre sí. Pasquale no tiene ninguna familia y el director de la cárcel escribe de él: “Propenso a la violencia, peligroso para sí mismo y los demás. Recomendamos aislamiento”. Giuseppe recibe la ayuda de un abogado contratado por su familia, de código tan mísero como el entorno: “Deja la verdad al confesor. En el juicio dirás lo que yo diga”. Todo lo que viven (y apreciamos como espectadores) es bastante miserable y aboca a un final tan negro como el de esa noche en el que el caballo de estos dos limpiabotas se escapa. 

Una película realizada con adolescentes y preadolescentes que se interpretan a sí mismos, niños de la calle y la miseria, abandonados en muchos casos por la familia y casi siempre penalizados por la sociedad. Cabe recordar que esta película, una de las piezas cumbres del Neorrealismo, se graba un año después de terminar la Segunda Guerra Mundial y no es hasta el año 1948 cuando empieza la primera fase de recuperación del continente, puesto que los primeros años de posguerra fueron de absoluta penuria económica y productiva en la mayoría de los países. 

 - Milagro en Milán (1951).

Película basada en la novela “Totò il buono”, un libro infantil que Cesare Zavattini escribió para sus hijos, con la idea de ganarlos como lectores. Y la película comienza con el “Érase una vez…” y nos adentra en una fábula de realismo mágico y optimista, el que nos regala su protagonista, Totó (Francesco Golisano). 

Todo comienza con un recién nacido abandonado en un campo de coliflores. Una abuela lo encuentra, y le cuida y la mima de una manera sorprendente, incluso para el propio niño. Cuando ésta fallece, Totó es ingresado a los 7 años en un orfanato. Y de ahí sale un chico jovial y de buena voluntad, quien enseguida sufre el robo de su bolsa en la Escala de Milán, y persigue al ladrón por las Galerías Vittorio Emanuele II, para finalmente hacerse amigo de él. Acaba viviendo en un mísero barrio de chabolas en las afueras de Milán, allí donde todos los mendigos agradecen los rayos de sol en el crudo invierno. Y Totó trae alegría e ilusión a la comunidad y deciden construir casas de madera que sustituyan a las chabolas de latón que se las lleva el viento. Erigen una estatua de una mujer en la plaza y ponen nombres a las calles, a las que Totó añade la tabla de multiplicar que le enseñaba la buena anciana (“Strada Maggiori. 5 x 5= 25”). Acogen a más familias y a solteros, y todos cantan alegres: “Todos necesitamos una cabaña para vivir y dormir. Todos necesitamos un poco de tierra, donde vivir y morir. Todos necesitamos un par de zapatos, algo de leche y un poco de pan. Esto se necesita para creer en mañana…” 

Pero llegan los especuladores, con el Sr. Mobbi (Guglielmo Barnabò) a la cabeza, y ponen a la subasta los terrenos, donde resuena su oratoria barata: “Aquí estamos todos reunidos. Yo tengo frío, como ustedes. ¿Y por qué? Porque somos todos iguales. Mi nariz será más grande o más pequeña que la de ustedes, pero siempre será una nariz. Esta es la verdad amigos, una nariz es una nariz…” Y es que el agua que brotaba en estos terrenos ya no es agua, sino petróleo y sale por todas partes del poblado. Totó y una delegación de mendigos intentan mediar, pero son engañados de nuevo. Y aparece la madre-abuela desde el cielo con una paloma milagrosa que consigue deshacerse de los policías que querían desalojarles. Y es en ese momento cuando cada uno le pide un deseo: un abrigo, un armario, una maleta… o ser más alto o volverse blanco; aunque luego se ponen a pedir dinero sin ton ni son. Pero cuando se llevan la paloma, regresa la realidad. 

Una película que es un puro neorrealismo mágico, con ese final donde todos los habitantes de ese lugar vuelan sobre el Duomo de Milán con las escobas de barrendero, mientras cantan la canción que ya hemos referido. Y esa frase tan significativa: “¡Había un reino donde buenos días… quiere decir verdaderamente buenos días!”. 

- Umberto D (1952). 

Es la obra con la que cierra esta tetralogía neorrealista, un film dedicado al padre de Vittorio de Sica. Comienza con una manifestación de ancianos que es dispersada, y donde conocemos a nuestro protagonista, Umberto Dominico Ferran (Carlo Battisti, que no era actor, sino un profesor de filosofía) y a su perro Flike, un anciano jubilado bien vestido quien fuera un empleado de ministerio y que ahora acude al comedor social. 

Descubrimos que Umberto vive en una casa de huéspedes en Roma (que también es una casa de citas), pero va a tener que irse por impago. No tiene hijos ni familia, y su mayor alianza es la criada María (Maria-Pia Casilio), ahora embarazada y que nos sorprende con su costumbre de quemar las hormigas que están por toda la casa. Umberto intenta conseguir el dinero del alquiler vendiendo sus libros, su reloj y sus pocas pertenencias, pero la patrona, la Sra. Belloni (Lina Gennari), no tiene compasión de él. Y piensa nuestro anciano: “Para saldar todas mis deudas, tendré que estar un mes sin comer”. Por lo que busca ser internado en un hospital por una faringoamigdalitis febril, con la idea de poder tener un lugar donde estar y comer, pero pronto le dan el alta. Y entonces se da cuenta que han enviado a Flike a una perrera, e intenta recuperarlo para evitar que lo maten. Porque cuando Umberto abandona la pensión, intenta infructuosamente que alguien se quede con su perro. Y esa imagen final de nuestro protagonista con su perro en los brazos junto a la vía del tren es puro reflejo de su desesperación, con esas palabras finales: “Corre, Flike”. 

Y con ese triángulo que conforma Umberto, Maria y Flike, De Sica nos plantea el tema de la crisis que afecta a una sociedad que no es capaz de ayudar ni mostrar el más mínimo interés en un anciano que no tiene casi para vivir, y donde la insolidaridad y la deshumanización son temas claves en la obra. Un curioso triángulo para mostrar una Roma de postguerra donde campea la pobreza de una sociedad maltrecha. Y es Umberto D un melodrama lírico con la sencillez de las grandes obras, una de las mejores, más profundas y conmovedoras películas jamás rodadas sobre la vejez, junto a Vivir (Akira Kurosawa, 1952), Cuentos de Tokio (Yasujirō Ozu, 1953) y Fresas salvajes (Ingmar Bergman, 1957). Una película que no habla de la infancia (como sus tres predecesoras), sino de ancianidad, y que cierra el círculo, como quizás ya lo hemos visto en alguna otra obra, y creo que Del rosa al amarillo (Manuel Summers, 1963) es un buen ejemplo patrio.  

Es así como el Neorrealismo pintó, con una inmejorable paleta de blancos y negros, la depresión social que invadió todos los ámbitos en los años de la posguerra. Es un cine triste, melancólico, que reseña la terrible depresión económica al cabo de una guerra feroz, que dejó a todo un pueblo sumergido en la pobreza y la desesperanza. Y esta tetralogía de Vittorio de Sica es un ejemplo paradigmático. 

 

sábado, 12 de febrero de 2022

Cine y Pediatría (631) El olor inolvidable en el recuerdo de “Las 13 rosas”

 

La Guerra Civil española (1936-1939) enfrentó a los habitantes de España y a varias potencias extranjeras, que combatieron en suelo español para apoyar a uno de los dos bandos: republicanos o nacionales. Al finalizar, Francisco Franco se convirtió en el caudillo del país e impuso una dictadura autoritaria, conocida como Franquismo. Madrid fue la última ciudad en ser conquistada. Tras el fin de la guerra, el 1 de abril de 1939, las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), organización juvenil de izquierdas contraria a Franco, quisieron organizarse clandestinamente para rechazar la ocupación de la ciudad. Sin embargo, sus líderes fueron descubiertos y aprisionados, y se buscó a aquellas personas que tenían contacto con la organización para reprimirles. 

Los hechos se precipitaron tras el asesinato del comandante Isaac Gabaldón, su hija de 16 años y el conductor del vehículo. Aunque no se sabía con claridad quién era el culpable del ataque, el régimen lo consideró un desafío y que debía castigar a los verdaderos culpables, o a aquellos de los que se sospechase, de forma ejemplar. El Régimen lo atribuyó a una supuesta red comunista de grandes dimensiones y muchos fueron detenidos y torturados. Así es como el 3 de agosto de 1939, el fiscal del Consejo Permanente de Guerra concluía y sentenciaba a muerte a 56 personas, y las culpabilizaba como “responsables de un delito de adhesión a la rebelión”. Entre ellos había 43 hombres (conocidos como “Los 43 Claveles”) y nuestras 13 mujeres (elegidas al azar de entre las reclusas que se encontraban en ese momento en la cárcel de Las Ventas de Madrid). 

Estas jóvenes pasarían a la historia como “Las Trece Rosas”: tenían entre 18 y 29 años y, dado que en aquel tiempo la mayoría de edad para las mujeres estaba fijada a los 23 años (21 en el caso de los varones), cabe decir que nueve de las 13 eran menores, pero fueron juzgadas a través de la Ley de Responsabilidades Políticas, en la que se rebajaba la edad a los 14 años. La madrugada del 5 de agosto de 1939, fueron fusiladas en el cementerio de la Almudena de Madrid en uno de los hechos históricos más tristes de la Postguerra Civil Española, con gran repercusión tanto en nuestro país como en el extranjero. 

Esta historia conmovedora ha sido motivo de inspiración para escritores y cineastas. Destacan libros como “Las Trece Rosas” de Jesús Ferrero o “Trece Rosas Rojas” de Carlos Fonseca. También su historia ha sido adaptada a otros formatos, como el espectáculo de danza Las 13 Rosas. O el documental Que mi nombre no se borre de la historia (Verónica Vigil y José María Almela, 2004), que buscó reflejar en el título la frase que dejó escrita una de las mujeres antes de morir. Y, finalmente, la película que nos convoca hoy: Las 13 rosas (Emilio Martínez-Lázaro, 2007), también busca rendir homenaje a las mujeres fusiladas. 

Las 13 rosas narra con emoción, sentimiento y rigor histórico uno de los episodios más terribles de la última postguerra española: el fusilamiento de las 13 mujeres inocentes, aunque se centre especialmente en cinco de ellas. La película cuenta con varios aciertos, como son la dirección de Emilio Martínez-Lázaro, la fotografía de José Luis Alcaine, la música de Roque Baños (acompañado por la Orquesta Sinfónica de Praga) y el vestuario diseñado por Lena Mossum, así como un elenco coral de actrices (y actores). La película fue ganadora de cuatro Goyas (mejor fotografía, diseño de vestuario, música original y actor de reparto a José Luis Cerviño), pero fue nominada a otros diez premios más, entre ellos mejor película y director (que fue a parar a La soledad de Jaime Rosales) y mejor guion original (que lo consiguiera El orfanato de Juan Antonio Bayona). 

La película, tras una títulos de crédito iniciales acompañados de fotos en blanco y negro de aquella España gris y complicada por la situación política y social que se vivía, nos presenta a dos de nuestras protagonistas, Virtudes y Carmen, aleccionando a sus conciudadanos: “De qué sirve la paz, sino tenemos libertad. De qué sirve la paz, sino tenemos dignidad”. Y a continuación se nos presenta a nuestras cinco protagonistas principales (y las actrices que les dan vida): Virtudes González García (Marta Etura), Carmen Barrero Aguado (Nadia de Santiago), Blanca Brisac Vázquez (Pilar López de Ayala), Julia Conesa Conesa (Verónica Sánchez), Adelina García Casillas (Gabriela Pession). Y en el último cuarto de le película, cuando ya se encuentran encerradas en la Cárcel de las Ventas, las otras ocho rosas: Martina Barroso García (Celia Pastor), Pilar Bueno Ibáñez (Sara Martín), Elena Gil Olaya (María Cotiello), Ana López Gallego (Alba Alonso), Joaquina López Laffite (Miren Ibarguren), Dionisia Manzanero Salas (Bárbara Lennie), Victoria Muñoz García (Teresa Hurtado de Orv) y Luisa Rodríguez de la Fuente (Carmen Cabrera). Trece mujeres con trece historias y trece familias; muchas de estas mujeres desempeñaban varios oficios (una pianista, una secretaria, una sastre y varias modistas). A ellas se le sumó Antonia Torre Yela (que no aparece en la película) y a la que se conocería como la Rosa número 14: fue condenada el mismo día que el resto, pero no fue fusilada hasta el 19 de febrero de 1940 a causa de un error de registro. 

A día de hoy y desde 1988, la Fundación Trece Rosas sigue conmemorando cada aniversario y velando por la memoria histórica de estas 13 mujeres que murieron fusiladas bajo el régimen franquista. Y esta película es un sentido homenaje. Y por la película somos testigos de la preparación de aquel Desfile de la Victoria, del miedo de las familias republicanas a la represalia, del NODO y de El cara al sol, del Auxilio Social y el exilio, del terror de la guerra y su postguerra. Una película especialmente dura tras la detección de nuestras protagonistas. Y cómo, tras ser condenadas en un juicio lleno de irregularidades, nunca les llegó el indulto, pese a cada una de las cartas de clemencia escritas al Caudillo. Y especial valor tiene las cartas finales de despedida escritas antes de su fusilamiento, que como se nos recuerda en el colofón de la película son cartas históricamente contrastadas: 

“Conserva, padre, la serenidad y la firmeza hasta el último momento. Que te ahoguen las lágrimas. A mí no me tiembla la mano al escribir…”. Adelina. 

“Muy querido hijo del alma. En estos últimos momentos tu madre piensa en ti. Voy a morir con la cabeza muy alta, solo por ser buena…Hijo, hasta la eternidad”. Blanca. 

“No me matan por criminal, me matan por una idea que creo justa y por ella muero. Me despido de vosotros con el deseo de que me recordéis siempre. Vuestra hija que os adora”. Virtudes. 

“Muero como debe morir una inocente. Adiós mamá, adiós para siempre. Tu hija ya jamás te podrá besar y abrazar… Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia”. Julia. 

Es Las 13 rosas una película que emociona y conmociona, de la que no es fácil reponerse. Pero es una película muy necesaria, especialmente para las nuevas generaciones. Para que el aroma de estas rosas no desaparezca del recuerdo y evitemos que se pueda volver a repetir algo así. 

En ese casi subgénero del cine español que es la Guerra y Postguerra Civil Española, y que tiene ya su hueco en Cine y Pediatría, esta película adquiere un lugar privilegiado y por méritos propios. Porque, como recordaba su eslogan, Las 13 rosas es una de las películas que hacen historia. 

 

sábado, 20 de julio de 2019

Cine y Pediatría (497). "Ladrón de bicicletas", ladrón de infancias


Durante la posguerra italiana, un hombre que ha conseguido con dificultad un trabajo ve cómo, al serle robada su bicicleta, su futuro y el de su familia está en peligro. ¿Cómo es posible con este sencillo argumento crear una obra de arte? Preguntemos al Neorrealismo italiano

El Neorrealismo italiano apareció a mitad del siglo XX como consecuencia de la postguerra y de la necesidad: al estar los estudios Cinecittà destruidos por los bombardeos, los directores de cine sacaron las cámaras a las calles destruidas rodando lo que veían y utilizando frecuentemente actores no profesionales, con lo que cambió radicalmente la forma de hacer cine. Se inició en 1945 con Roma, ciudad abierta, una obra maestra de Roberto Rosellini y cuenta con otras grande películas como El limpiabotas (Vittorio de Sica, 1946), La terra trema (Luchino Visconti, 1948), Juventud perdida (Pietro Germi, 1948), Vivir en paz (Luigi Zampa, 1948), Arroz amargo (Giuseppe de Santis, 1949), La Strada (Federico Felini, 1954) o El empleo (Ermanno Olmi, 1961). En estas películas quedó reflejado, como un auténtico documento histórico, la Italia triste y hambrienta de la postguerra, cine denuncia de las condiciones de vida miserables y en el que desaparecen los finales felices.

Ya en Cine y Pediatría hemos compartido una película de este movimiento, Alemania, año cero (Roberto Rosellini, 1948), película que subtitulamos como el deterioro moral de la infancia.  Pues del mismo año, y quizás con un subtítulo que podría ser similar, aparece otra joya de este movimiento, la película que hoy nos convoca: Ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948), película que supuso el lanzamiento al estrellato de su apenas conocido director, Vittorio De Sica y, más importante aún, la definitiva consagración del Neorrealismo italiano en el contexto cinematográfico internacional. Y una joya testimonial, cuya narración es perfectamente clásica y cíclica: nuestro protagonista sale de la multitud anónima en la primera secuencia y vuelve a ella al final, todo ello fotografiado en un crudo blanco y negro - como la realidad que describe -, casi en tono documental, en un escenario de la posguerra lleno de personajes que, perdidos en su anonimato, impregnan sus carencias por las pobladas y vívidas calles romanas. Película escrita por Cesare Zavattini y De Sica, con un grupo de colaboradores, se basa en la novela de 1946, “Ladri di biciclette” de Luigi Bartolini. Junto con “El limpiabotas” (1946), “Milagro en Milán” (1950) y Humberto D” (1952), el film compone la tetralogía que De Sica y Zavattini dedican a la realidad italiana (por extensión europea) de la posguerra.

La acción tiene lugar en Roma en 1948, a lo largo de unos pocos días, si bien hay escenas que transcurren casi en tiempo real. Antonio Ricci (Lamberto Maggiorani), en paro desde hace más de dos años, consigue a través de la oficina de empleo de su barriada, Città Valmelaina, un empleo municipal de fijador de carteles. Pero para ello se le exige que debe disponer de bicicleta, la cual había empeñado hace poco para poder dar de comer a su familia. Antonio vive con su mujer María (Lianella Carell) y con su hijo de 6 años, Bruno (Enzo Staiola). Y a partir de ahí la bicicleta se convierte en santo y seña de la historia, verdadero elemento nuclear para adentrarnos en esta familia y en esta sociedad de postguerra italiana.

En la primera jornada de trabajo padre e hijo se levantan de madrugada y salen juntos de casa. El padre a su labor, pero el hijo también acude a trabajar como recadero a una estación de gasolina. Poco después de iniciar su primera jornada laboral, roban al descuido la bicicleta de Antonio. Y a partir de ahí la película se convierte en una desesperada búsqueda de padre e hijo por la Roma de postguerra, de Piazza Vittorio a Porta Portese, de centros de acogida a casas de videntes, entre prostíbulos y barrios del hampa, porque esa bicicleta es mucho más que un medio de locomoción, es el medio que les permite mantener un trabajo y salir adelante como familia: “Era una Fides. Modelo ligero 1935”, dice Bruno. Y el amigo que les ayuda en la búsqueda por el mercado les dice: “Mejor, así dividimos el trabajo, porque aquí se desmonta todo… Vosotros dos ocupaos de las ruedas. Tú, de los cuadros, y el chaval de los bombines y de los timbres… Buscaremos pieza por pieza, y después las juntaremos todas”. Y en su angustiosa búsqueda compartimos su angustia. Y en su recorrido, ellos viven (y nosotros somos espectadores) de una cruda realidad social…

Una cruda realidad social en la que los niños trabajaban, sin acudir a la escuela. En la que los padres levantaban la mano a sus hijos: “¿Por qué me has pegado?”, dice Bruno. “Porque te lo merecías”, contesta el padre. Una visión de malos tratos sistemáticos contra la infancia, que incluye los castigos y las amenazas, en un contexto de unión de padre e hijo, como la que tienen Antonio y Bruno: “No pareces un padre… Se lo diré a mamá en casa”, a lo que el progenitor contesta, “En casa haremos las cuentas”. Y que incluye ejemplos no propios de su edad, producto de una filosofía de la vida muy diferente a la actual: “Estamos martirizándonos cuando vamos a morir de cualquier forma”, dice el padre cuando invita a su hambriento hijo a una pizza. “Vamos a olvidarlo todo. Vamos a emborracharnos… Todo tiene remedio, menos la muerte”, le dice sin conciencia, espero, en esa escena del restaurante, donde Bruno no sabe utilizar el cuchillo y tenedor y se fija en el niño de buena clase de al lado, y es cuando Antonio le explica: “Para comer como aquellos de allí, tendríamos que ganar al menos un millón al mes… Come, come, no lo pienses”.

Porque, utilizando como excusa una sencilla historia, la película nos presenta un detallado retrato de la Roma de 1948, cuando habían transcurridos tres años desde la finalización de la II Guerra Mundial. Y vamos transitando por esos barrios derruidos entre las colas del paro y la desesperanza de los parados, entre la presencia en las calles de mendigos y descuideros, entre vendedores furtivos y casas de empeños, entre las colas para tomar el trolebús y las colas de los comedores de caridad, entre prostitutas de verdad y videntes de medio pelo, entre carteles del Giro de Italia y espectadores de fútbol, etc. La narración está hecha con ánimo más documental y testimonial que reivindicativo, pero las imágenes, directas y sinceras, dan testimonio de un país arruinado por la guerra, azotado por la miseria y paralizado por la incapacidad de las instituciones públicas. Y dan testimonio de los hijos de la guerra. Las malditas guerras y su pobreza…, ladrones de infancias.

La autenticidad y realismo que animan esta película son posiblemente las causas por las que éste conserva su frescura y su fuerza, más de 70 años después de su estreno. Una historia es sencilla, simple, casi minimalista, pero directa, conmovedora e intensa; intérpretes no profesionales y creíbles; la fotografía en crudo blanco y negro de Carlo Montuori; una melancólica banda sonora de Alessandro Cicognini, a través de la cuerda y viento, con melodía a cargo del clarinete. Y la dirección de actores de Vittorio de Sica, con ese dueto inolvidable, Lamberto Maggiorani y Enzo Staiola, padre e hijo. 

Y este padre e hijo nos regalan escenas épicas en su búsqueda, como las carreras entre la lluvia y los mercados, la consulta a la vidente, la persecución del ladronzuelo afecto de epilepsia tipo gran mal,… pero sobre todo las escenas finales. Ese padre e hijo sentados en la acera, abatidos y con la reconocible divagación del padre cuando no hay salida. Y todo se precipita ante los ojos atónitos y doloridos de su hijo: esos hijos que sufren todo el mal de los adultos y de la sociedad que les toca vivir… y su grito “¡Papá!, ¡papá!” resuena en nuestro corazón… “Menudo ejemplo para tu hijo, ¡qué vergüenza!”, oyen entre el tumulto que se abalanza. Y ese increíble final con lágrimas en los ojos y las manos de padre e hijo, juntas. Algo así como la simplicidad de las obras de arte. Tan amarga como hermosa. Porque la pobreza es un gran ladrón de infancias.

Ladrón de bicicletas es un hito del cine mundial, uno de los máximos exponentes del denominado neorrealismo italiano y una joya testimonial. El Neorrealismo italiano es importante para el nuevo curso del cine europeo, que a partir de esos momentos volverá su mirada hacia la realidad con nuevos ojos. Las influencias no se hacen esperar en este continente ni en otros directores, pues su sombra e influencia es muy alargada; así, películas como El camino a casa (Zhang Yimou, 1999) y Niños del cielo (Majid Majidi, 1998) se convierten en pequeñas obras maestras con tendencias neorrealistas, donde historias minimalistas sirven para describir la realidad de un contexto. Historias simples, relatos muy humanos donde el tema del amor se hace balsa de salvación ante la adversidad para la infancia.

sábado, 3 de junio de 2017

Cine y Pediatría (386). “Alemania, año cero”, el deterioro moral de la infancia


Hoy regresa una nueva película en blanco y negro a Cine y Pediatría. No son muchas, pero todas son excepcionales, pues llevan la garantía de haber pervivido en la categoría de mitos del séptimo arte. Valga citar algunos ejemplos: El chico (Charles Chaplin, 1921), Freaks (Tod Browning, 1932) La noche del cazador (Charles Laughton, 1955), El cebo (Ladislao Vajda, 1958), Los 400 golpes (François Truffaut, 1959), Los golfos (Carlos Saura, 1959), Los chicos (Marco Ferreri, 1960), Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan,1962) o Del rosa al amarillo (Manuel Summers, 1963). 

Y hoy llega una más, de la mano del movimiento cinematográfico conocido como Neorrealismo italiano y que apareció a mitad del siglo XX como consecuencia de la postguerra, de manera que, al estar los estudios destruidos por los bombardeos, los directores de cine sacaron las cámaras a las calles rodando lo que veían y utilizando frecuentemente actores no profesionales, con lo que cambió radicalmente la forma de hacer cine. Se inició en 1945 con Roma, ciudad abierta, una obra maestra de Roberto Rosellini y cuenta con otras grande películas como El limpiabotas (Vittorio de Sica, 1946), La terra trema (Luchino Visconti, 1948), Juventud perdida (Pietro Germi, 1948), Vivir en paz (Luigi Zampa, 1948), Ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948), Arroz amargo (Giuseppe de Santis, 1949), La Strada (Federico Felini, 1954) o El empleo (Ermanno Olmi, 1961). En estas películas quedó reflejado, como un auténtico documento histórico, la Italia triste y hambrienta de la postguerra, cine denuncia de las condiciones de vida miserables y en el que desaparecen los finales felices.  Y es en este contexto donde aparece nuestra película de hoy: Alemania, año cero, una película dirigida en el año 1948 por Roberto Rosellini y con la que completa su magnífica trilogía sobre la Segunda Guerra Mundial, precedida por Roma, ciudad abierta y Paisà (1946).

Comienza Alemania, año cero con unos créditos iniciales que pasean la cámara por un desolador Berlín destruido por las bombas, con una dedicatoria del director a la memoria de su hijo Romano Rosselini. Y un texto manuscrito: "Cuando las ideologías se alejan de las leyes eternas, de la moral y de la piedad cristiana que son la base de la vida de los hombres, se convierten en una locura criminal. Incluso la bondad de la infancia resulta contaminada y arrastrada por un horrendo delito hacia otro menos grave en el cual, con la ingenuidad de la inconsciencia cree encontrar una liberación del alma". Y una voz en off que nos dice: "Esta película, rodada en Berlín durante el verano de 1947, no pretende ser más que un relato objetivo y fiel de esta inmensa ciudad semidestruida donde tres millones y medio de personas arrastran una existencia espantosa, desesperada, casi sin rendirse cuentas. Viven en la tragedia como si fuese su elemento natural. Pero no por exceso de ánimo o por fe, sino por cansancio. No se trata de un acusación contra el pueblo germano, ni tampoco de una defensa. Más bien es una constatación de los hechos"

El maestro Rosellini crea una película terrible, virulenta y amarga y a la par bellísima, una reflexión de inaudita dureza sobre los horrores de la guerra. Y donde nos pasea continuamente por la herida que el nazismo dejó en Alemania, en sus ciudades destruidas y en sus gentes abatidas. Una guerra que afectó profundamente a la generación del protagonista, un niño de 12 años por nombre Edmund (Edmund Moeschke, proverbial, elegido por el propio director y quien nunca más tendría relaciones con el cine). Nuestro personaje es nuestra conciencia, mientras vaga continuamente entre las calles destruidas sin rumbo fijo y entre su familia destruida, hacia un destino y un final aciago. Todo ello bajo la perfecta fotografía de Robert Juillard y una música psicológicamente estridente que nos pone al límite del expresionismo. Y en ese vagabundeo para buscarse la vida encuentra personajes de todo tipo, algunos tan tétricos como su antiguo profesor, quien justifica el nazismo diciéndole: “Los débiles deben sucumbir y dejar paso a los fuertes”. Y esta funesta frase lleva al niño a tomar una drástica determinación que nos conduce a uno de los finales más tristes y desesperanzados de la historia del cine. 

Final que viene precedido por esta larga perorata del padre en su lecho de enfermedad a sus tres hijos: "Si al menos estuviera viva vuestra madre, pero me ha sido arrebatada. Todo me ha sido arrebatado. Mi dinero por la inflación y mis hijos por Hitler. Debería haberme revelado, pero era demasiado débil. Como tantos otros de mi generación. Hemos presenciado cómo se acercaba la desgracia y no la hemos detenido. Y ahora sufrimos las consecuencias. Hoy estamos pagando por nuestros errores. Todo. Yo igual que tú. Debemos ser conscientes de nuestra culpa. Porque con lamentos no se soluciona nada... Tengo los días contados, pero tú aún eres joven. Todavía puedes hacer muchas cosas buenas. Demuestra que eres un hombre. Ten valor para presentarte. Veras como todo es más fácil para ti y tu familia. Eva y Edmund lo agradecerán. Y yo estaré orgulloso de ti. Tendrás fuerza para vivir. Encontrarás trabajo. Podrás tener la cartilla nº 2. No te rindas más. Termina con esta vida de animal acosado. Debes volver a vivir entre las gentes, tienes que volver al mundo. No es una vergüenza fabricar tu propio destino. Yo también fui soldado en la Primera Guerra Mundial. Según tú, aquello fue un juego de niños. Pero para mí no fue así. Partimos con las fronteras en alto, ocupamos media Europa y avanzamos hacia el centro de Rusia. Parecía que ninguna fuerza del mundo podría detenernos. Pero de repente todo cambió. Primero la derrota y luego la Revolución. Incluso lloré cuando me arrancaron los galones. No se me puede acusar de no haber sido un buen alemán. A pesar de ello, durante estos años tan difíciles, ahora puedo confesarlo, no he esperado otra cosa que la caída del Tercer Reich y su destrucción. No quiero pensar cuál hubiera sido la suerte del mundo si las cosas hubieran sido de otro modo...",  Y todo esto mientras Edmund gesta una tragedia, si bien la tragedia nos la presenta en cada escena Rosellini al mostrarnos nítidamente la realidad de la postguerra alemana: destrucción, hambre y muerte. Y hace hincapié en la miseria de un pueblo que no supo enfrentarse a la dictadura nazi. 

Porque tras la Segunda Guerra Mundial y durante varios años, Berlín fue el centro de las tensiones entre dos bloques antagónicos, con tanques apuntándose a ambos lados del Checkpoint Charlie y el mundo conteniendo el aliento. Al final, la construcción del muro fue un terrible drama para los berlineses, pero un "mal menor" para el resto del planeta como llegó a decir Kennedy. Pero de nada de esto es consciente el joven Edmund, que vaga por las ruinas berlinesas buscando cigarrillos, carbón y algo de comer para su familia, hacinada en los bloques de viviendas que todavía se mantienen habitables, conviviendo con el estraperlo, el sentimiento de culpa y la confusión de los ex soldados alemanes, los últimos estertores del nazismo y el embrutecimiento de la adolescencia. 

Toda guerra desbasta material y moralmente a un país. En el caso del nacionalismo impuesto por el Tercer Reich es paradigmático y en nuestras dos últimas entradas nos lo recuerdan con dos películas épicas: la semana pasada con el antes a través de El tambor de hojalata (Volker Schlöndorff, 1979) y esta semana con el después de Alemania, año cero, fiel reflejo del deterioro moral de la infancia.

 

sábado, 8 de abril de 2017

Cine y Pediatría (378). "Pan negro", más negro que el alma


Hace dos semanas hablamos en Cine y Pediatría de una película de culto del cine español: Mater amatísima (José Antonio Salgot, 1980). Y hoy nos convoca un director español de culto: Augustí Villaronga. Un director con un trabajo inconstante largamente dilatado en el tiempo (9 obras en un período de 25 años), lo convierte en una rara avis dentro del panorama español. Quizás por eso mismo nos parece que está injustamente poco reconocido, frente otras voces singulares. Ya es hora de remarcar que atesora en su trayectoria algunas de las películas más arriesgadas y perturbadoras que existen en el cine contemporáneo escrito con ñ y con una característica en su particular visión de la infancia: para Villaronga la infancia siempre es violada, literal o metafóricamente. La pérdida de la inocencia, motor común de muchos de su películas, siempre es una acción agresiva y desgarradora, a lo que se suman los traumas, habitualmente asociados a una homosexualidad patológica y fruto de la no asunción de la identidad sexual, y que derivan hacia una deformación demente que convierte casi en enfermos a aquellos personajes que sufren su diferencia con fulgurante desgarro. Valgan como ejemplos, la pederastia en Tras el cristal (1985) o el sufrimiento como martirio religioso en El mar (2000). Pero hoy nos convoca otra de sus películas que también nos habla de la pérdida de le inocencia, pero cuando los niños son las víctimas involuntarias que desatan las bajezas morales de una sociedad civil todavía impregnada de la brutalidad y la sinrazón de la guerra: hablamos de Pan negro (2010). 

Una película en la que Agustí Villaronga adapta dos novelas de Emili Teixidor, una del año 1988, "Retrat d´un assassí d´ocells, y otra del año 2003, "‘Pa negre". Y que nos transporta hasta la mitad de los años cuarenta para mostrarnos los últimos años de la infancia de Andréu, un hijo de payeses cuyos padres hacen un enorme esfuerzo para que pueda continuar sus estudios en unos años de mucha pobreza y convulsión política. Una película que sigue indagando en la podredumbre moral, cuando la guerra y la postguerra hacen que el alma humana supure y emane un sopor putrefacto que pervierte el ambiente, un ambiente que ahoga a quienes lo sufren y que afecta - y de qué manera - a la infancia a la que roza. 

Pan negro es una de las películas más premiadas del siglo XXI en España: gran triunfadora de los Goya de su año (con 14 nominaciones, de las que logró 9, entre ellas Mejor película y Mejor director) y gran triunfadora de los Premios Gaudí (con 15 nominaciones, de los que logró 13 premios). Y todo ello para una película ambientada en los años de la postguerra y con algunos toques de cine fantástico, para hablarnos de las consecuencias de la guerra sobre la población civil y todo ello a través de los ojos de un niño de 11 años, Andreu quien intentará no repetir ese tipo de vida que le parece un desastre. 

Pan negro es fiel a las constantes del director en la creación de ambientes sofocantes y opresivos, con imágenes y escenas de una contundencia abrasadora, llevando al espectador a los límites de lo soportable. Y baste como ejemplo la muy impactante secuencia con la que empieza la película. Un principio que duele por lo que se ve, pero también un final que duele por lo que se intuye. Pero también duele toda la película, pues hay muchas escenas crudas en el fondo y en la forma: y pensamos en esa escena en la que Andreu se venga de su padre al matar los pájaros que él tanto cuidaba. 

Pan negro nos muestra los últimos años de la infancia de Andreu (Francesc Colomer), un niño que vive en el bando de los perdedores los duros años de la postguerra en la Cataluña rural y cuya trama se teje tras encontrar en el bosque los cadáveres de un hombre y su hijo. Alrededor de su vida nos encontramos a una sacrificada madre (Nora Navas), a un padre inculpado (Roger Casamajor), a un maestro facha (Eduard Fernández), a un alcalde falangista (Sergi López, en un papel versión soft de su personaje en El laberinto del fauno) y a su prima Núria (Marina Comas), una chica de su edad mutilada de una mano mientras jugaba con una granada. Aunque con algunos estereotipos, la película es narrada con sobriedad a través de excelentes interpretaciones, y en la que un asesinato y los secretos, no del corazón sino de la sinrazón, vienen a desatar los rencores entre los proclives al bando republicano o al franquista. Y el odio de los adultos incluso se traslada al odio que se demuestran los niños con sus insultos. 

Entre Andreu y Núria se establece una peculiar amistad en la que surgen una serie de confesiones, y ella le dice cosas así de trascendentes: "Vuelas demasiado bajo Andreu. Vuelas tan bajo que parece que solo camines. Vuela alto y no te dejes atrapar por nadie" o "Los mayores lo esconden todo con mentiras". Aunque no siempre la relación se mantiene por los mejores cauces, como cuando Andreu le grita: "Tú eres una marrana, lisiada, mano podrida...".  A la muerte de su padre le dicen aquello de "Tendrás que llevar luto un año. Tu madre durante toda la vida". Y al final, tras tantas mentiras de los adultos, Andreu lo tiene claro: "No quiero ser como vosotros"

Y ese rencor que Andreu crea a la mentira de los adultos nos lleva a un final tan doloroso como la misma película. La madre le va a visitar al internado donde está estudiando y le dice "Yo ya he perdonado a mi padre. Quizás tú también le debieras perdonar". Y mientras se aleja la madre, borrada detrás del cristal con el aliento del niño, un compañero le pregunta quién era esa mujer y el hijo dice "Nadie, una mujer del pueblo que me ha traído un paquete". Un portazo a la entrada de la clase y el fundido en negro final, más negro que el pan del título... El aliento y el portazo hacen desaparecer los recuerdos de la madre y con ello borrar el pasado. Lo dicho: un principio y un final que duelen, que duelen en la memoria (la histórica y la presente). 

Porque la infancia es la época del descubrimiento, de albergar todavía la posibilidad de creer. Y cuando aparece la guerra, antes, durante y después, todo cambia. Y de ello trata Pan negro, un difícil cruce entre El viaje de Carol (Inmanol Uribe, 2002), La cinta blanca (Michael Haneke, 2009) y Secretos del corazón (Montxo Armendáriz, 1997). Pero allí donde Montxo Armendáriz puso poesía para desvelar esos secretos, aquí es donde Agustí Villaronga pone la prosa. Porque nos acerca a la miseria moral, sin distinciones de bando y como complejo tratado sobre la formación de monstruos. Los monstruos que una guerra crea en la infancia. 

Terminamos con una buena anécdota que ya comentamos en su día en Cine y Pediatría: porque Francesc Colomer y Marina Comas fueron los últimos niños en recibir un Premio Goya, algo que aplaudimos en su momento. Porque la Junta Directiva de la Academia de Cine adoptó en el año 2011 por unanimidad la medida de excluir a los menores de 16 años de la carrera por los premios Goya, tal como comunicó su presidente, Enrique González Macho: "Se ha hecho algo que es esencial, que es proteger al menor. Cuando un niño gana un Goya le puede afectar profundamente en su desarrollo posterior". También recordó el "poder mediático" que tienen los galardones y las "presiones y obligaciones" que ganarlos supone para los menores. En cuanto a las carreras de actores infantiles, el presidente de la Academia considera que todas las decisiones deben ser tomadas por los padres o por los propios menores, llegada la edad en que tengan capacidad de juicio. Y estoy de acuerdo...

 

sábado, 2 de julio de 2016

Cine y Pediatría (338). "Volver a nacer"... las veces que haga falta


La llamada Guerra de los Balcanes duró tres años, tiempo suficiente para convertirse en el conflicto más sangrientos en suelo europeo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, con resultado de unas 200.000 muertes y millones de personas que perdieron sus hogares. Veinte años después del final de la guerra, persisten ecos bélicos y de desconfianza del sangriento conflicto de nacionalismos que nos han dejado como secuela el término "balcanización" al que recurrentemente el hombre sigue queriendo caer varias veces en la misma piedra. 

Con este trasfondo de aquella guerra y postguerra de los Balcanes, recordamos hace un tiempo la única película de los países de la ex-Yugoslavia que por el momento se encuentra en Cine y Pediatría: Klip (Maja Milos, 2012), una cinta serbia que se constituye en una de las historias más duras de los últimos años, una película polémica por necesidad y de un realismo que hiere los ojos. Una película que mezcla la pérdida de rumbo de adolescentes en un país que acaba siendo víctima y verdugo de su propia desgracia, de la incomunicación entre padres e hijos, de ambientes sin valores, donde campa a sus anchas la violencia, el sexo, el machismo, las drogas y el rencor a la belleza de la vida. 

Y hoy traemos otra película con ese trasfondo, aunque desde Italia y en forma de historia de amor y de maternidad. Una película del actor y realizador Sergio Castellito, quien repite con dos mujeres: adapta de nuevo un novela escrita por su propia esposa, Margaret Manzzantini, que se convirtió en un auténtico fenómeno editorial en Italia y que se tradujo como "La palabra más hermosa" y vuelve a contar con Penélope Cruz. Lo hizo en el año 2004 con la película No te muevas; y en el 2012 repite fórmula con nuestra película de hoy, Volver a nacer

Volver a nacer está contada en dos tiempos, que se van entremezclando durante todo el metraje, el pasado y el presente. La película comienza en el presente, con una llamada inesperada que recibe en Italia Gemma (Penélope Cruz) de su viejo amigo Goiko, quien la invita a volver a Sarajevo, ya que se inaugura una exposición de fotografías de la terrible Guerra que ella vivió allí, y entre ellas alguna del gran amor de su vida, Diego (Emile Hirsch). Es así como  Gemma regresa 16 años después acompañada de Pietro, su hijo adolescente (Pietro Castellito, hijo del director), al país donde vivió sus mejores alegrías y sus peores pesadillas, para mostrarle a éste un poco más acerca de su padre, un padre que por desgracia no llegó a conocer nunca. 

A continuación, la película nos traslada al pasado, para mostrarnos la mágica historia de amor entre Gemma y Diego, entre una estudiante italiana y un fotógrafo americano hiperbólico con la vida ("Todos los días serán una fiesta conmigo, amor. Te lo prometo... No soporto estar triste"), que sufren el flechazo al ser presentados por Goiko en lo que parece una comuna. Con muchos avatares por medio, acaban unidos por el sueño de tener un hijo juntos: "Las historias de amor raras son las mejores", frase que demuestra el carácter bohemio del fotógrafo. 

Pero el sueño que se ve parcialmente truncado por la esterilidad de Gemma; a partir de ahí, comienza la lucha y los pensamientos. "Son óvulos ciegos. El cuerpo se libera de ellos de forma natural" le dice el ginecólogo, quien asevera: "Su factor de esterilidad es del 97%. Consideramos eso esterilidad total.. También se puede vivir sin hijos, Gema". Pero su marido le anima: "Los niños que tengan que llegar, llegarán" o "Tenemos que aprender a vivir sin hijos". Intentan la adopción, pero es desestimado por el antecedente de drogadicción del propio Diego: "La adopción es un proceso largo... Como psicóloga mi consejo es desaconsejarlo". 

Las dudas aparecen en Gemma: "He venido porque tengo miedo de perder al hombre que amo... Quiero atarlo con este hijo", le confiesa al ginecólogo; "Encontrarás a alguien con buenos ovarios. Que te dé hijos...", le dice a Diego. Poco después aparece Aska, una esbelta mujer que necesita dinero para poder viajar y lograr su meta, que es vivir de la música. Ella se ofrece como vientre de alquiler, y tras ser reticentes en un primer momento, Gemma y Diego acaban aceptando. Y esa guerra interior coincide con el estallido de la guerra en Sarajevo, porque con esta decisión Gemma se traga sus celos y Diego se traga su alma. Y lo que ocurrió aquella noche cambió la vida de los tres protagonistas de esta especial busca de la maternidad. 

Dudas y secretos no desvelados que acaban con Gemma huyendo a Italia con el hijo que ha comprado a Aska, mientras Diego permanece en Sarajevo con la vida truncada entre su gran amor, su alma llena de culpa y su terrible secreto. Finalmente Gemma conocerá a un nuevo hombre y tiempo después recibe la noticia que la destroza del todo, pues Diego es encontrado muerto, no por la guerra, sino por suicidio. 

De vuelta al presente, con su amigo Goiko y su hijo Pietro, Gemma tendrá que afrontar de lleno el pasado, un pasado que ni ella misma conoce. Y aquí todo se precipita: Goiko le revela que se ha casado, que tiene una hija, y que ahora regenta un restaurante; pero al llegar allí Gemma descubre que es Aska la esposa de Goiko, y se adentra así en la oscura historia que nunca llegó a conocer. Porque en realidad, el día que Diego debía acostarse con Aska no lo hizo, ya que en ese instante aparecieron los guerrilleros, violaron a Aska y se la llevaron, Diego logró esconderse, pero lo vio todo sin poder hacer nada y, sobre todo, sin poder proteger a Aska. Un tiempo más tarde logra rescatarla del lugar donde la tenían retenida, y logra también convencerla de seguir adelante con su embarazo para que Gemma sea feliz y consiga por fin ser madre. Así es como Gemma se da cuenta que en realidad Diego seguía enamorado de ella, que jamás le falló, pero que nunca fue capaz de superar la culpa, una culpa que le llevó al infierno sin que nadie pudiese evitarlo. 

Aska finalmente conoce a su hijo, aún sin que él sepa que es su madre. Pietro conoce a su hermana sin conocer que lo es, aunque comparten los mismos ojos de la madre. Finalmente Pietro, el hijo de Gemma y Diego, es hijo de una madre que no es su madre biológica y un padre que no es su padre biológico. Cruel situación que no llega a conocer, y en la que permanecen las crueles imágenes de Sarajevo y las palabras del médico que atendió a Aska cuando parió aquella criatura: "Me avergüenzo de pertenecer a la raza humana. Dios no nos perdonará. Ni siquiera los niños"

La película Volver a nacer ha recibido todo tipo de críticas, algunas no benévolas, por considerar que su director se ha embarcado en una materia complicada para su experiencia frente a la cámara. Pero todos coinciden en que la actuación de Penélope Cruz es una de las joyas de la producción. Nuestra actriz más internacional, musa por méritos propios en nuestro país de Bigas Luna (Jamón, jamón, 1982; Volavérunt, 1999), Fernando Trueba (Belle Époque, 1982; La niña de tus ojos, 1998; La reina de España, 2016) o Pedro Almodóvar (Carne Trémula, 1997; Todo sobre mi madre, 1999; Volver, 2006; Los abrazos rotos, 2009 ), y fuera de nuestro país de Woody Allen (Vicky Cristina Barcelona, 2008; A Roma con amor, 2012) o del propio Sergio Castellito, así como de tantos otros para un total de 62 películas en su haber. 
Y es que los dos protagonistas de esta especial de historia de amor y de maternidad han sido protagonistas destacados ya en dos películas de Cine y Pediatría: Penélope Cruz en ma ma (Julio Medem, 2016), donde nos regala a Magda y su lucha frente al cáncer de mama, y Emile Hirsch en Hacia rutas salvajes (Sean Penn, 2007), la historia real del joven Cristopher McCandless y su búsqueda de identidad. 

Volver a nacer no es una película excepcional, pero si es una película bellísima y durísima a la vez, una historia impregnada de dulzura y pasión, de esencias de la bella Italia pero también la cruda Sarajevo, una oportunidad para vivir en el presente y para no olvidar el pasado, para no confundir nacionalismo con patriotismo, para revivir el amor (y distintos tipos de amores) y la maternidad (y distintos tipos de maternidad). Una reflexión para no olvidar que ser feliz no es para siempre, y que la historia del mundo nos puede despedazar, que es momento de seguir defendiendo la libertad individual por encima del pensamiento único colectivo. Porque esta película nos recuerda que habrá que nacer tantas veces como sea necesario en la vida.

 

sábado, 19 de diciembre de 2015

Cine y Pediatría (310). “Klip”, adolescencias más duras que la guerra


Esta misma semana celebrábamos la triste efeméride del fin de la llamada Guerra de los Balcanes, que finalizó oficialmente tras la firma de los Acuerdos de Dayton por Bosnia-Herzegovina, Croacia y Yugoslavia, el 14 de diciembre de 1995. Un conjunto de guerras que se caracterizaron por los conflictos étnicos entre los pueblos de la ex Yugoslavia, principalmente entre los serbios por un lado y los croatas, bosnios y albaneses por el otro, un conflicto de causas múltiples (como casi siempre, una mezcla de motivos políticos, económicos y culturales, pero también de tensión religiosa y étnica). Estas guerras, que duraron tres años, fueron los conflictos más sangrientos en suelo europeo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, con resultado de unas 200 000 muertes y millones de personas que perdieron sus hogares. 

Veinte años después del final de la guerra, distintas expresiones artísticas en estos territorios (Serbia, Bosnia, etc.) siguen plagados de ecos bélicos y de desconfianza, de restos del sangriento conflicto que parecen un destino no interrumpido por signos de puntuación, expresiones artísticas que surgen como homenaje o redención a este doloroso recuerdo. Porque no debiéramos olvidar lo que significa el término que de allí surgió, "balcanización" ni, quizás tampoco, las palabras de Mahatma Gandhi: "Si vamos a enseñar la verdadera paz en este mundo, y si vamos a llevar a cabo una verdadera guerra contra la guerra, vamos a tener que empezar con los niños"

Y de esa combinación hoy traemos, como triste recuerdo de aquella guerra y postguerra de los Balcanes, la única película de los países de la ex-Yugoslavia que por el momento se encuentra en Cine y Pediatría: Klip (Maja Milos, 2012), una cinta serbia que se constituye en una de las historias más duras de los últimos años, una película polémica por necesidad y de un realismo que hiere los ojos. Una película que mezcla la pérdida de rumbo de adolescentes en un país que acaba siendo víctima y verdugo de su propia desgracia, de la incomunicación entre padres e hijos, de ambientes sin valores, donde campa a sus anchas la violencia, el sexo, el machismo, las drogas y el rencor a la belleza de la vida

Esta provocadora y controvertida película está escrita y dirigida por Maja Milos, una joven cineasta de Belgrado que plantea, en esta su opera prima, un grito cinematográfico sobre los problemas de los adolescentes serbios, una película premiada con el Tigger Award en el Festival de Cine de Rotterdam y prohibida en Rusia por sus demasiado explícitas imágenes sobre el sexo. Y es que Maja Milos se convierte en la suma de un Larry Clark, un Lukas Moodysson y un Abdallatif Kechiche sin compasión, de forma que esta directora serbia deja en entredicho la supuesta provocación de Kids (1995), de Fucking Amal (1998) o de La vida de Adèle (2013).  

Klip tiene un inicio realmente incómodo... que nos hace dudar sobre si seguir viendo la película: una hermosa adolescente buscando sexo en una fiesta, en un entorno algo sórdido e incómodo. Y luego la chica llega a su hogar, quizás en un ambiente más duro si cabe... Ella es Jasna (una Isidora Simijonovic que no es actriz, sino el personaje mismo), una quinceañera desencantada de la vida y que vive la dura vida de la generación de la postguerra en Serbia y que, como muchos allí, asimila el cambio de país y de nombre. Una adolescente que sobrevive entre un hogar que roza la pobreza en los suburbios de Belgrado, con un padre enfermo de un cáncer en fase casi terminal y una madre en estado de ansiedad permanente, entre un instituto con sistema educativo impersonal y caduco, y entre una pandilla de amigos y colegas que flirtean, sin medida ni control, con el sexo, el alcohol, las drogas y todo aquello prohibido que está a su alcance girando imparable en una espiral de descontrol. Una vida en continua huida en que la madre de Jasna le dice "No has hablado con tu padre desde que sabes que se está muriendo. No, solo piensas en ti... ¡Estás destruyendo esta familia, es lo que estás haciendo!". 

Porque Klip se transforma es el incendiario y febril retrato de una generación de adolescentes serbias sin código ético alguno, cuyo principal pasatiempo es embarcarse en la aventura del sexo sin ningún respeto por sí mismas, sintiendo constantemente la necesidad de grabar todo con su teléfono móvil, como si la vida real no existiera, sino es a través de la pantalla de un smartphone. Y ello a través de la sencilla (y cruel) historia de Jasna, enfadada con todo y con todos, incluyendo con ella misma. Una adolescente de una belleza extrema que se rodea de suciedad, incluyendo su enamoramiento enfermizo de Djole (Vukasin Jasnic), un compañero de instituto que le ocasiona mayor opresión, una relación de amor virulento e imposible en el que ella actúa como concubina sumisa y mero objeto sexual, sin importarle la violencia y el machismo, hasta desembocar en la autodestrucción emocional. 

Y nuestra Jana, por desgracia, se constituye en prototipo de muchos adolescentes que sabemos que están igual de perdidos, pero que preferimos no sentirlo. Como preferimos no ver esta película, por brutalmente honesta y deshonesta, por su estética estridente (desde la fotografía a la música), por sus imágenes y diálogos que taladran por su realismo y que duelen por su verdad. Porque Klip nos expone a los cambios que han sufrido los adolescentes en su modo de expresarse y de relacionarse, con el aplastante culto a la imagen y el auge de la tecnología que han alterado conceptos tan básicos como la educación, el derecho a la intimidad y los códigos de la fidelidad y la legalidad, a la vez que han destruido la inocencia propia de la infancia y la adolescencia. 

Puede resultar un tópico, pero esta vez se cumple con Klip: es un film que o se ama o se odia, pura violencia física y emocional, una bofetada a nuestra conciencia. Klip, ópera prima de la joven directora Maja Milos, revela una situación cotidiana que vive su propia generación, como en 1995 lo hiciera Larry Clark, con su película Kids. Ambos filmes muestran adolescentes que, por su juventud, inexperiencia y potencial desperdiciado, rompe e incomoda a la sociedad por su brutalidad y realismo. Diálogos marcados por la tristeza, el miedo, el deseo, el enojo y un sexo explícito vacío, frío como la postguerra y, quien sabe, si Maja Milos se nutre del sinsabor de una película previa de otro realizador serbio: A Serbian Film (Srdjan Spasojevic, 2010). 

Klip es cine despojado e hiperrealista, una especie de descenso a los infiernos de una adolescente Jasna que pasea su belleza con actitud indefinible entre la desvergüenza, el desinterés y la ilusión. Y si desconcertante es el principio de la película, desconcertante es el final... Como desconcertante es la vida de algunos adolescentes con vidas más duras que la guerra en sociedades y familias desestructuradas.

 

martes, 1 de diciembre de 2015

El niño y los pediatras en la Guerra Civil Española


La Guerra Civil dejó una gran cicatriz en España. La guerra tuvo múltiples facetas, pues incluyó lucha de clases, guerra de religión, enfrentamiento de nacionalismos opuestos, lucha entre dictadura militar y democracia republicana, entre revolución y contrarrevolución, entre fascismo y comunismo. Y también dejó una profunda cicatriz en la infancia, como todas las guerras. 

El Comité de Historia de la Asociación Española de Pediatría nos ofrece un nuevo cuaderno, el número 10 de su serie, bajo el título "Los niños y los pediatras en la Guerra Civil Española" y con este índice:

- Prólogo. Benito Madariaga de la Campa 

- Enrique Jaso y su epopeya en el traslado de los niños de la Inclusa de Madrid. Miguel Zafra, José Ignacio de Arana 

- Las enfermedades carenciales en Madrid durante la guerra y la posguerra. La pelagra. Los calambres y el retraso de crecimiento de los niños de Vallecas. José Manuel Fernández Menéndez, Víctor García Nieto 

- Algunos aspectos neonatológicos estudiados por Francisco Grande Covián. Pedro Gorrotxategi Gorrotxategi 

- La Guerra Civil y la tragedia del profesor Enrique Suñer (1878-1941). Juan José Fernández Teijeiro, Fernando Ponte Hernando.

 En este enlace podéis revisar el documento completo. 

Nuestro agradecimiento al Comité de Historia, pues, como nos recordaba Cicerón, "no saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños".

sábado, 4 de abril de 2015

Cine y Pediatría (273). “Insensibles”, el dolor como metáfora


La Insensibilidad congénita al dolor con anhidrosis o CIPA (del inglés: Congenital Insensitivity to Pain with Anhidrosis) o Neuropatía Hereditaria Sensitivoautonómica de tipo IV (HSAN, del inglés: Hereditary Sensory and Autonomic Neuropathy) es una enfermedad muy rara (1 caso por cada 125 millones de recién nacidos, principalmente descrito en Japón y de ahí la denominación también como síndrome de Nishida), de herencia autosómica recesiva provocada por daños en las vías nerviosas aferentes (que transmiten la información de entrada al sistema nervioso central) encargadas de transmitir la información sensorial correspondiente al dolor y a la temperatura. CIPA está causada por mutaciones en diversos genes, principalmente en el gen NTRK1 (del inglés: Neurotrophic Tyrosine Receptor Kinase). 

Una persona con CIPA es incapaz de sentir dolor y de detectar temperaturas extremas, tanto frío como calor. Por tanto, un paciente con CIPA presenta varios de los siguientes síntomas: episodios repetidos de fiebre, falta de sudoración, imposibilidad de detección de dolor y temperaturas extremas, heridas en la cavidad bucal, propensión a tener infecciones en los huesos, lesiones en las extremidades por automutilación y también pueden asociar retraso mental. La mayoría de estos pacientes no suelen alcanzar la edad de 10 años. 

Estaba claro que una enfermedad de estas características era una enfermedad propicia a su reflejo en la pantalla. Series televisivas de gran éxito internacional como Anatomía de Grey o House han tratado en alguno de sus episodios el tema de la insensibilidad al dolor, y para ello nos ha mostrado historias que dejan ver la dificultad que supone hacer frente a esta enfermedad. Y en la gran pantalla también cabría mencionar como la famosa trilogía "Millenium" de Stieg Larsson también contaba, en su segunda novela y película, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Daniel Alfredson, 2009), con el personaje de “el gigante rubio” que tenía rasgos de esta enfermedad, aunque con otras características fantasiosas. O la aparición de Renard, el malo de James Bond en El mundo nunca es suficiente (Michael Apted, 1999), aunque en este caso, la analgesia era atribuida a una bala alojada en el cerebro. 

Pero si alguien ha dado valor argumental al CIP, con las licencias creativas propias del cine, pero con bastante aproximación, ha sido la película española Insensibles (Juan Carlos Medina, 2013). Un thriller de misterio y personajes que guardan oscuros secretos del pasado, en una historia de terror y dobles lecturas sobre los oscuros secretos del pasado que a su vez guarda la sociedad española desde la Guerra Civil. Un sólido debut de Juan Carlos Medina, aunque aquejado de algunos excesos de guión, no infranqueables. 

David (Àlex Brendemühl) es un reputado neurocirujano al que descubren que padece un mieloma múltiple por una serie de análisis efectuados tras un accidente de tráfico. Necesita un trasplante de médula para sobrevivir y, en la búsqueda de donantes compatibles, intenta encontrar a sus padres biológicos. En ese camino va a tener que enfrentarse a una serie de informaciones sobre su propia vida que jamás habría sido capaz de imaginar y que se desencadenan porque se ocultan tras un velo de silencio y misterio. En esa búsqueda descubrirá que en los Pirineos, durante la Guerra Civil Española, un grupo de niños sufría un extraño y por entonces desconocido mal: eran niños insensibles al dolor físico y tenían las características propias de CIPA. 
Película con presente y pasado. El pasado nos traslada a un pequeño pueblo pirenaico donde muchos niños son insensibles al dolor, a cualquier tipo de dolor (el prólogo de la película ya impacta y pone la materia temática al descubierto). Niños que van a ser encerrados en un hospital psiquiátrico (porque se les considera un peligro para los demás y para ellos mismos) localizado próximo a Canfranc, y cuyas historias del pasado se cruzan con la historia del presente de David. 

Y todo ello con una puesta en escena que combina elementos de dos películas españolas de Agustí Villaronga: Tras el cristal (1987), por su ambiente siniestro y perturbador, y Pan negro (2010), por su perfume de posguerra rural. Y de nuevo la Guerra (y postguerra) Civil Española como ámbito propicio para el relato fantástico o el cuento gótico de terror: dos soberbias fantasías de Guillermo del Toro (El espinazo del diablo -2001- y El laberinto del fauno -2006-), la reciente El bosque (Óscar Aibar, 2012) o una obra de arte como El espíritu de la colmena (Victor Erice, 1973) dan buena fe de ello.

Pero es Insensibles una película que, apoyada en una enfermedad (aquí la definida como CIPA), fundamenta su argumento en el valor de la paternidad. Es la relación padre-hijo la que verdaderamente hace girar la rueda argumental y en los flashbacks que van desarrollando la historia de los niños parece plantearnos preguntas del tipo: ¿puede enseñarse qué es el dolor aunque no pueda sentirse?, ¿es el sufrimiento lo que nos permite desarrollar empatía hacia los demás? Y algunas de estas preguntas se pueden centrar en uno de esos niños, Benigno, quien llega a convertirse en Berkano, un personaje monstruoso.
Quizás Insensibles se comporta como una metáfora y como un símil a la memoria histórica de cómo la insensibilidad física o moral puede conducir a la creación de monstruos. Y la sentencia: "No remuevas el pasado. El pasado no existe"

 

sábado, 5 de mayo de 2012

Cine y Pediatría (121). La mirada inocente de la infancia ante la Guerra Civil Española y su postguerra


En nuestra entrada previa hablamos de la mirada inocente de la infancia a una sinrazón de la historia: el holocausto nazi. Hoy esta mirada se vuelve hacia otra efeméride que sigue grabada en la conciencia de España: la Guerra Civil Española y su postguerra. En nuestra cinematografía patria este tema constituye casi un subgénero, tratado bajo múltiples aristas (como las aristas que tiene la historia): películas propagandísticas en sus inicios, películas denuncia posteriores, películas desde un bando u otro (donde no hay vencedores ni vencidos, pues en una guerra todos pierden), películas bélicas o sociales, etc. En este enlace podemos encontrar un recopilatorio de películas, subdivididas en décadas. 

Exploraremos aquellas películas sobre la Guerra y Postguerra Civil Española en las que la infancia y adolescencia tienen un papel protagonista; y lo haremos en un orden cronológico descendente. Son obras que entrañan casi siempre dos películas: la del mundo de los adultos (con sus pasados, sus desencuentros y rencores, que se presenta en segundo término, apenas sugerida en muchos casos) y la del mundo de los niños (donde apreciamos el velado misterio del mundo de los adultos en la guerra o en la postguerra a través del cristal que da la mirada de los más pequeños). 

- Pan negro (Agustí Villaronga, 2010), basada en dos novelas de Emili Teixidor (“Pa negre” y “Retrat d´un assassí d´ocells”). Nos muestra los últimos años de la infancia de Andreu (Francesc Colomer), un niño de 11 años que vive en el bando de los perdedores los duros años de la postguerra en la Cataluña rural y cuya trama se teje tras encontrar en el bosque los cadáveres de un hombre y su hijo. Alrededor de su vida nos encontramos a una sacrificada madre (Nora Navas), a un padre inculpado (Roger Casamajor), a un maestro facha (Eduard Fernández), a un alcalde falangista (Sergi López) y a su prima Núria (Marina Comas), una chica de su edad mutilada de una mano mientras jugaba con una granada. Aunque con algunos estereotipos, la película es narrada con sobriedad a través de excelentes interpretaciones, méritos que le valieron ser la ganadora de los Goya en su año, con 9 premios (entre ellos mejor película y mejor director). También recibieron el Goya a mejor actor y actriz revelación los dos adolescentes protagonistas, si bien cabe decir que serán los últimos menores de edad en recibir este galardón, tras que la Junta Directiva de la Academia de Cine adoptara en junio de 2011 la medida de no premiar más a menores de 16 años de edad. 

- Las 13 rosas (Emilio Martínez-Lázaro, 2007), basada en el libro de Carlos Fonseca (“Trece rosas rojas”), una historia real sobre 13 militantes (entre 18 y 29 años) de las Juventudes Socialistas Unificadas que fueron detenidas y ejecutadas (injustamente) en Madrid, un mes después de terminar la Guerra Civil Española. Los personajes de Pilar López de Ayala, Verónica Sánchez, Marta Etura, Nadia de Santiago o Bárbara Lennie (cinco de las 13 rosas) nos muestran la vivencia de quien dice que la posguerra es aún peor que la guerra, pues el hambre y la pérdida de libertad, la denuncia y la represalia, la venganza y el rencor pueden llegar a ser realidades tan dolorosas o más que las balas y las bombas. La película apuesta sin pudor por el sentimiento y la emoción, en donde la banda sonora resulta decisiva en una trama donde lo humano le gana la partida a lo político-ideológico. 

- El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006) cuenta la historia de Ofelia (Ivana Baquero), una niña de 13 años muy aficionada a los libros de fantasía, quien junto a su madre (Ariadna Gil) se traslada hasta un pequeño pueblo del Pirineo aragonés en el que se encuentra destacado su actual padrastro (Sergi López), un cruel capitán franquista. Una noche, Ofelia descubre las ruinas de un laberinto donde se encuentra con un fauno (Doug Jones), quien le hace una revelación: Ofelia es en realidad una princesa llamada Moanna y, para poder regresar a su pueblo, deberá superar tres pruebas antes de que llegue la luna llena. En el transcurso de su misión, la fantasía y la brutal realidad se entremezclan, dando lugar a una historia donde la magia que rodea a Ofelia le sirve para evadirse de la cruel realidad en la que se encuentra inmersa. Fue también la ganadora de los Goya en su año, con 7 premios (entre ellos mejor actriz revelación para Ivana Vaquero). 

- El viaje de Carol (Inmanol Uribe, 2002) basada en la novela de Ángel García Roldán ("A boca de noche"), funciona como un fábula sobre infancia situada en plena Guerra Civil, si bien ésta sólo se insinúa como telón de fondo. Carol (la debutante Clara Lago) es una niña de 11 años que llega desde Nueva York al pueblo cántabro natal de su madre (María Barranco), con la transición de pasar de una urbe de libertades a un pueblo de la España del año 1938, en plena guerra; un pueblo en donde vive su abuelo (Álvaro de Luna), su tio (Carmelo Gómez) y una maestra republicana (Rosa María Sardá). Las aventuras de Carol con Tomiche, el pillo (Juan José Ballesta), con Cagurrio, el rechoncho (Andrés de la Cruz) y con Culovaso, el gafotas (Daneil Retuerto), nos dibujan un cuento para niños y adultos que harán reflexionar sobre el dolor de las infancias perdidas. 

- El espinazo del diablo (Guillermo del Toro, 2001), un cuento de terror gótico ambientado en las postrimerías de la Guerra Civil Española y en el entorno de un orfanato, en donde conviven huérfanos de militares, políticos republicanos y otros niños sin hogar víctimas de la guerra. Carlos (el debutante Fernando Tielve), un niño de 10 años que acaba de recaer en este colegio, realiza un viaje iniciático al descubrir la identidad del asesino de otro niño (cuyo espectro vaga por el colegio pidiéndole ayuda) y lo hace conviviendo con la dura directora (Marisa Paredes), el revolucionario profesor (Federico Luppi), la ingenua maestra (Irene Visedo), el agrio portero (Eduardo Noriega) o el líder de los niños del orfanato (Íñigo Garcés). Un historia de venganzas consumadas y amores nonatos alrededor de una bomba que cayó en medio del patio sin causar explosión; y, ante todo, una historia de gran hondura lírica bajo la batuta de un los autores consagrados del fantástico contemporáneo en versión latina, cuya obra entronca con sus obras previas, Cronos (1992) y Mimic (1997). 

- Los niños de Rusia (Jaime Camino, 2001), es un documental sobre los millares de niños españoles que fueron evacuados a distintos países (la Unión Soviética recogió casi 3.000 niños) para alejarlos del conflicto de la Guerra Civil. Lo que en principio era una evacuación temporal se convirtió para algunos en un largo viaje, del que muchos no pudieron regresar hasta 20 años después: el documental entrevista a muchos de estos “niños”, hoy septuagenarios, en una dramática narración de los hechos. 

- La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999), basada en tres cuentos de Manuel Rivas, se fundamenta en el magnífico guión de Rafael Azcona y en la gran dirección de actores. Moncho (Manuel Lozano) es un niño de 8 años que tiene miedo de incorporarse a la escuela, pues ha oído decir que los maestros pegan. Pero su opinión cambia cuando conoce a Don Gregorio (Fernando Fernán Gómez), el maestro republicano: Entre ellos se entabla una gran amistad alrededor de los últimos meses anteriores a la Guerra Civil, un tiempo detenido en el que la libertad da sus últimas bocanadas sin ser conscientes del período que se avecinaba. La dirección de Cuerda encuentra un tono acertado que oscila entre la mirada objetiva, la crudeza del contenido, la belleza del continente y la ternura de la expresión. 

 - Tranvía a la Malvarrosa (José Luis García Sánchez, 1997), fundamentada en la obra del mismo título de Manuel Vicent, obra con datos biográficos. Cuenta la adolescencia del joven Manuel (Liberto Rabal) en la Valencia de la postguerra de los años cincuenta, con la represión psicológica y policial de fondo. 

- Los jinetes del Alba (Vicente Aranda, 1990), adaptación para televisión de la obra homónima de Jesús Fernández Santos. Narra la vida en el balneario de Las Caldas, en un pueblo asturiano, y transcurre desde octubre de 1934 (levantamiento del proletariado asturiano) hasta abril de 1936 (fin de la Guerra Civil Española) a través de la relación de los jóvenes Marian (Victoria Abril) y Martín (Jorge Sanz). 

 - Las bicicletas son para el verano (Jaime Chávarri, 1984), adaptación de la obra de teatro con el mismo nombre de Fernando Fernán Gómez. La historia se inicia en el verano madrileño de 1936 y dibuja la historia de un familia y su adaptación al miedo, al hambre, al cambio de vida y de costumbres que entraña un conflicto bélico. El hijo, Luisito (Gabino Diego), a pesar de haber sido suspendido el curso, quiere que su padre le compre una bicicleta. Pero la situación va a obligar a postergar la compra; y el retraso, como la propia guerra, durará mucho más de lo esperado.  

- El espíritu de la colmena (Victor Erice, 1973), en donde un guerrillero herido se convierte ante los ojos de unas niñas (Ana Torrent e Isabel Tellería) en el monstruo de Frankestein. Todo esto bajo el imaginario y la luz de Victor Erice, en una de las obras cumbre de nuestra filmografía. Y, aunque no es una película sobre la guerra, si refleja el impacto psicológico que causó en la sociedad española, incluyendo las dificultades para establecer relaciones afectivas. 

- El otro árbol de Guernica (Pedro Lazaga, 1968), fundamentada en la obra homónima y autobiográfica de Luis de Castresana. Durante la Guerra Civil, un grupo de niños vascos fueron evacuados a países extranjeros para ponerlos a salvo de los horrores de la guerra. Lejos de su hogar (y con el deseo de regresar), se nos cuenta las dificultades de los hermanos Santiago (José Manuel Barrio) y Begoña (Inma de Santi), por adaptarse a su nuevo país (Bélgica) y a sus nuevas familias. Película sencilla y con un final feliz, aunque hoy pudiera resultar algo pasada de tiempo: ante los insultos y menosprecios de una parte de la sociedad belga, los niños llegados de todas partes de España forman una piña que defiende su patria con orgullo. Por cierto, dos de las niñas protagonistas (Inma de Santis y Sandra Mozarowsky) fallecieron a muy temprana edad en diversos accidentes. 

- Murió hace quince años (Rafael Gil, 1954), adaptación de una obra de teatro de José Antonio Giménez Arnau, esta película tiene un claro tinte anticomunista que bien se puede calificar de panfleto. Durante la Guerra Civil, un niño de 10 años es separado de su familia y enviado a Rusia junto con otros niños, con la finalidad de evitarles el sufrimiento de la contienda. Allí reciben un duro adiestramiento y enseñanzas comunistas, que hacen que pierdan los recuerdos del pasado. Son instruidos para desarrollar actividades a favor de la causa comunista y, en una de ellas, una misión es colaborar en el asesinato de un miembro del Gobierno español, quien resulta ser su propio padre. 

En fin, muchas películas (y para todos los gustos y colores) con la infancia alrededor de la Guerra y Postguerra Civil Española. En general, muchas de ellas funcionan como una fábula sobre el descubrimiento del amor y la amistad entre los escombros del horror y el dolor de un conflicto bélico; y hablan de la necesidad del afecto y de la angustia de la ausencia en donde crecen los más jóvenes y se preparan para ser adultos.
Y esto nos lo dicen algunos de los muchos niños que hoy son adultos y que nos hablan y mirán a través de la pantalla: Andreu y Núria, Ofelia, Carol y Tomiche, Carlos, Moncho, Manuel, Marian y Martín, Luisito, Ana e Isabel, Santiago y Begoña,... y un largo etcétera.