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lunes, 22 de julio de 2019

Padres, hijos y nuevas tecnologías: recomendaciones para un uso responsable


Este tema es recurrente, pero siempre bienvenido... por la realidad del tema en las familias. Las nuevas tecnologías, hoy casi omnipresentes, continúan siendo un desafío para muchos padres, inseguros acerca de cómo conciliar la educación integral de sus hijos con el tiempo que estos pasan pegados a una pantalla. Sea como sea, es una realidad que ha llegado para quedarse y entre todos (familias, educadores, pediatras, sociedad) debemos conseguir aprovechar sus oportunidades y fortalezas y limitar sus debilidades y amenazas. Porque no todo es negativo ni todos son riesgos, aunque estos hay que tenerlos muy en cuenta y evitarlos. 

En el Taller "Qué es y qué no es adicción a internet? Detección y prevención" realizado en el último Congreso de Pediatría (Burgos, 2019) aprovechamos la información que nos ofrecieron las Dras. María Salmerón y Lefa S. Eddy, buenas conocedoras del tema. Y ellas nos recordaron que la Asociación Pediátrica Americana ya cambió en 2016 sus recomendaciones, que antes se centraban en limitar el tiempo que los pequeños pasaban frente a una pantalla, para reflejar más fielmente el mayor grado de interactividad que se produce ahora con las casi ubicuas tabletas y los teléfonos inteligentes. 

Para aprovechar todas las ventajas de las nuevas tecnologías (internet y redes sociales) hay que educar en un uso responsable y consciente de las mismas. Para ello valgan estas RECOMENDACIONES PARA PADRES: 

1. Vigile qué tipo de dispositivos y qué herramientas usan sus hijos. 

2. Limite el tiempo de uso de las tecnologías. Teniendo en cuenta que: 
- Se recomienda no dormir con aparatos electrónicos y retirarlos una hora antes de irse a la cama. 
- No se recomienda utilizar medios de comunicación durante las horas dedicadas al estudio. Fije una hora del día a partir de la que se puedan utilizar las pantallas para evitar que hagan los deberes a toda prisa. 
- Recuerde que hay momentos del día para la comunicación en familia (comidas,...) en los que la pantalla no debe estar presentes. 
- Promueva actividades familiares (deporte, excursiones,...). 

3. Tiempo recomendable de uso por edad: 
- Para los niños menores de 18 meses, se debe evitar el consumo mediático a no ser por los videochats. Los padres de niños entre 18 a 24 meses de edad que quieren introducir contenido digital deben elegir programas de alta calidad y verlos en compañía de sus niños para ayudarlos a discernir lo que están viendo. 
- Para los niños entre las edades de 2 a 5 años, se debe limitar el uso a 1 hora al día de programas de alta calidad. Los padres deben ver el contenido mediático junto con sus niños para ayudarlos a entender los que están viendo y aplicarlo al mundo que los rodea. 
- Para los niños de 6 años en adelante, los padres deben establecer límites coherentes sobre el tiempo y el tipo de contenido que usan, y cerciorarse de que su consumo no acapare el tiempo para al sueño adecuado, actividad física y otros comportamientos esenciales para la salud. 

4. Fomente hábitos de vida saludable: es recomendable realizar 1 hora de ejercicio diario y dormir entre 8 y 12 horas al día, en función de la edad del niño. 

5. Utilice conjuntamente con sus hijos los medios de comunicación y aprovéchelos para enseñar comportamientos adecuados. 

6. Eduque en el uso responsable de la tecnología y en los riesgos que entraña. 

7. Eduque a sus hijos en comportamientos cívicos en todos los ámbitos de la vida en contra del cyberbullying. 

8. Enseñe a sus hijos cómo proteger su privacidad y en qué situaciones debe pedir ayuda. 

9. Esté atento a síntomas de abuso de la tecnología (escaso interés por las relaciones offline, dificultades para dejar internet,...) o de que su hijo pudiera estar siendo acosado o chantajeado en internet. 

10. No olvidar hacer todo lo posible - conocer y estar protegido - frente a la "trilogía del lobo feroz" en internet: cyberbullying, sexting y grooming. 

Estas son algunas recomendaciones para un uso responsable de las tecnologías que los padres es bueno que conozcan para la educación de sus hijos. Pero no debemos recordar que la mejor enseñanza que podemos dejar a nuestros hijos es el ejemplo: y somos los adultos los primeros que debemos hacer un uso responsable de la tecnología.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Cine y Pediatría (358 ). "Después de la tormenta" llega la calma...


Ya es Hirozaku Kore-eda por méritos propios uno de los directores actuales japoneses de mayor éxito. Y a este director venido de oriente le pasa como hace una década al coreano Kim Ki-duk: que cada obra que estrena, y lo hace con frecuencia, es un éxito de crítica y público en occidente. Y, además, es ya por frecuencia y temática el director por antonomasia de Cine y Pediatría: cinco películas en su haber para este foro, tres obras ya comentadas, también la de hoy y otra pendiente. 

La primer película de Kore-eda que comentamos fue Kiseki/Milagro (2011), ese milagro del reencuentro familiar de dos hermanos que viven separados, uno con la madre y otro con el padre, y que nos acerca a la indisolubilidad espiritual de la familia. Luego vino De tal padre, tal hijo (2013) y que nos enfrentaba a dos preguntas: ¿quién es nuestro verdadero hijo… alguien con el que pasamos todo nuestro tiempo o alguien con el que compartimos la sangre?, o lo que es lo mismo ¿qué es más importante, la genética o la educación, nature or nurture? Y recientemente comentamos su penúltima obra, bajo el título de Nuestra hermana pequeña (2015), una profunda reflexión sobre cómo madurar sin la figura de los padres, y hacerlo en un hogar que es un espacio de supervivencia libre de resentimientos. 

Como vemos, es Hirozaku Kore-eda un director enamorado de la familia y de su repercusión en los hijos, con la familia y la infancia como campo de exploración y aprendizaje sentimental. Y así lo hace de nuevo con su última película, Después de la tormenta (2016), que hoy nos reúne, y como también lo hizo en una de sus primeras cintas, aquella con la que fue conocido en el séptimo arte y que le dio pasaporte a la fama, Nadie sabe (2004), na película definida como un brutal relato de supervivencia contado a vista de niño, y sobre la que profundizaremos en breve para cerrar esta pentalogía tan especial. 

Y aquí llega el mejor Hirozaku Kore-eda en Después de la tormenta con la responsabilidad de la paternidad, el valor de la familia, y el peso de los abuelos en la familia y el peso sobre los hijos de la familia, temas gravitatorios para su particular tifón y su posterior calma. La familia, ese infinito y delicado ecosistema producto de relaciones entre abuelos, padres e hijos (y también tíos y primos). Porque en sucesiva entrevistas ya nos deja claro el director que muchos de estos temas proceden de la propia experiencia (su padre pasaba mucho tiempo fuera de casa y no le prestó excesiva atención en la infancia, lo que le ocasionó un acusado miedo al abandono), aunque también recoja el testigo de cineastas de su país que supieron encontrar en la familia el germen de múltiples historias posibles, no por comunes menos conmovedoras, como Cuentos de Tokio (Yasujiro Ozu, 1953) o de entornos cercanos como El camino a casa (Zhan Yimou, 1999). 

La película comienza con el aviso del tifón número 23 del año en la isla. Una abuela y su hija hablan de dos figuras ausentes: el abuelo difunto y el hermano recientemente divorciado, dos figuras de fracaso masculino en sus entornos familiares. Es tal así que la abuela (excepcional Kilin Kiki, en su mejor interpretación tras Una pastelería en Tokio - Naomi Kawase, 2015) reconoce sentirse feliz de haberse quedado viuda y le dice a su hija: "Tener más amigas a mi edad significa ir a más entierros". Y a partir de ese momento la película tiene dos marcadas partes, casi simétricas en duración de casi 2 horas: una de presentación de todos los personajes de la familia y otra (pletórica) centrada en el pequeño apartamento durante una noche en la que transcurre el tifón. Una colisión de dos tormentas, la meteorológica y la familiar, difícil cometido solventado con ingenio a través de un buen guión y una buena dirección de actores. 

En la primera parte la historia se centra en el hijo y hermano, Ryota (Hiroshi Abe, visto en Kiseki/Milagro), un escritor venido a menos (realmente solo escribió una obra, por titula "La silla vacía") que se gana la vida como detective privado algo corrupto para sacar un dinero extra para intentar llegar a final de mes y aún así no lo consigue, pues el juego y las apuestas pueden más que él. Intenta ocultar su fracaso de vida ante su bella ex mujer Kyoko (Yoko Maki, vista en De tal palo, tal hijo), su hijo de 11 años Shingo (al que no le da para pagar la pensión alimenticia), ante su hermana (con la que tiene una relación tórpida y que le echa en cara que no utilice los recuerdos familiares en sus escritos, pues "los recuerdos de nuestra familia son de todos, no te pertenecen") y ante su madre (a la que intenta robarle dinero). Su madre le dice "Mentir se te da fatal. No te pareces a tu padre". Y él se defiende como puede: "Soy de los grandes talentos que tardan en despertarse". Pero él sabe que es un perdedor y llega a escribir en un papel: "Cómo ha podido mi vida llegar a esto?". Para que las cosas vayan peor descubre que su ex mujer tiene ahora un novio y hasta un colega en el trabajo le aconseja aquello de "No estarías mejor sin saber que el otro existe". Ryota se sabe un perdedor, pero intenta recuperar su papel de padre y se comporta como un bala perdida con buenos sentimientos, aunque hasta su jefe le espeta: "Has de dejar de ver a tu hijo. Hace falta mucho valor para saber que no formas parte de su vida"

Y es en la segunda parte, cuando la película crece enteros. La tormenta hace que padre, esposa e hijo se resguarden en el pequeño apartamento de la abuela (esas viviendas mínimas de Japón, esos barrios avisperos), quien aparece como figura salvadora, y quien busca la reconciliación intentando salvar a su hijo Ryota con diversas reflexiones, tanto a su ex nuera ("Es un adulto hecho y derecho, pero sigue necesitando que le cuiden"), a su nieto ("Dices que no quieres ser como tu padre, ¿por qué?") o a sí misma ("¿Por qué los hombres no son capaces de vivir el presente?"). Y en la larga noche se desarrollan las dos tormentas, mientras el viento y la lluvia azota el exterior de la ciudad, los sentimientos y el recuerdo azotan el interior de esta familia que fue y Ryota busca el último hálito para recuperar: "Y yo me pregunto si lo nuestro está realmente acabado", pero Kyoko lo tiene más claro: "Quiero inculcarle a Shingo que debe trabajar y no apostar para ganarse la vida" o "Los adultos no viven solo de amor"

El habitual estilo de Kore-eda en el uso de la cámara y de los diálogos (necesarios, sencillos, íntimos y llenos de empatía) hace que esta nueva reflexión sobre las relaciones familiares se convierta en una tormenta en el espectador y resta esta reflexión del padre a su hijo, mientras están resguardados esa noche de tifón en el tobogán del parque: "Da igual si no eres lo que quieres ser. Lo importante es seguir intentándolo y ser lo que quieres ser"

La familia a través de la sensibilidad, el amor, la empatía, la calma después de la tormenta a través de esta buena película, de la que el propio Kore-eda ha declarado: "Quizás se la película que más lleva de mí. Cuando muera, si debo ir ante Dios o el Juez del Más Allá y me pregunta por lo que hice en la Tierra, creo que lo primero que le enseñaré será Después de la tormenta"

Porque es importante no confundir el momento en que uno visualiza una tormenta, y no debemos confundir Después de la tormenta con Antes de la tormenta (Reza Parsa, 2000), otra sorprendente película ya analizada en Cine y Pediatría, una película sobre el miedo que trastorna las vidas, la de los adultos y la de la infancia. 

Sea como sea, ambas películas condensan uno de los pensamientos de Guillermo Ballenato, un psicólogo especializado en comunicación, también docente y escritor: "Del pasado eliminar la culpabilidad. Del presente eliminar la queja. Del futuro eliminar el miedo". O el sabio pensamiento, uno más, de la abuela de nuestra película de hoy: "No se encuentra la felicidad hasta que se es capaz de desprenderse de ciertas cosas".

 

miércoles, 20 de julio de 2016

Cómo informar de la enfermedad de un familiar a un hijo


Tener una enfermedad en la familia es un aspecto que distorsiona a todos. Y un aspecto que preocupa a los padres es cómo informar a los hijos de ello. No es fácil, pero algunos pasos pueden ser razonables y pueden ayudarnos. Veamos lo que opinan profesionales con cierta experiencia en estos temas, información recabada de casos reales a los que nos enfrentamos los pediatras con relativa frecuencia. Pongámonos en el caso de un reciente diagnóstico de cáncer da mama en una madre de 35 años y a los padres les surge la duda de cómo comunicárselo a sus hijos de 12 y 7 años.

La edad juega un papel importante en la decisión de qué y cuánto se debe informar a un niño sobre una enfermedad de un familiar (y, específicamente, sobre un cáncer). El criterio fundamental consiste en decir la verdad de una forma en la que los niños puedan comprender y prepararse ellos mismos para los cambios que sucederán en la familia. A los niños les sienta bien la rutina, saber lo que les rodea los ayuda a sentirse seguros. 

Los niños pequeños (hasta los 8 años) no necesitan mucha información detallada, mientras que los niños mayores (entre 8 y 12 años) y los adolescentes necesitan saber más. Todos los hijos necesitan la siguiente información básica: 
- El nombre de la enfermedad (también en el caso de un cáncer, como cáncer de mama o de estómago) 
- La parte del cuerpo donde se encuentra la enfermedad. 
- Cómo será el tratamiento. 
- Los cambios que habrá en sus propias vidas. 

Pasos a seguir aconsejables: 
1) Buscar un momento tranquilo en el que no habrá interrupciones.
Desconectar móviles o teléfonos. Y a una hora que no esperéis visitas en casa. Puede que decidáis hablar a solas con cada uno de los hijos, de tal forma que la información podáis adaptarla a sus edades. Esto también puede ser útil para ayudaros a tener una mejor apreciación de la reacción de cada uno de ellos.
Pero podéis hacerlo juntos también. El objetivo es establecer una base para una línea de comunicación abierta con ellos, de forma que sus preocupaciones, necesidades y temores sean menores con la verdad y transparencia. 
2) Valorar la información por edad. 
A los niños pequeños (hasta los 8 años) se les puede decir que el cuerpo está hecho de muchas partes diferentes. Cuando alguien tiene cáncer significa que algo está mal con alguna de esas partes y que ha dejado de hacer lo que se supone que tenía que hacer. Una parte del cuerpo ha dejado de estar como normalmente debería estar. Con el tiempo a algunas personas les crece una masa de células que comienzan a crecer y no deberían estar ahí. Esas células puede propagarse y crecer hacia otras partes del cuerpo, por lo que se necesita tratamiento para evitar que las células malas se propaguen a otros lugares.
Los hijos mayores (de 8 años en adelante) quizá sean capaces de comprender una explicación más compleja. Puede que quieran ver imágenes sobre células cancerosas o leer sobre el tratamiento contra el cáncer. Una vez más, se recomienda que les animéis a que le hagan preguntas según surjan posteriormente. 
3) Tener en cuenta, al menos, tres aspectos. 
3.1. Además de la enfermedad en sí, los hijos suelen preocuparse por otras cosas adicionales. La más común es que algo que ellos hicieron o no hicieron quizá haya causado la enfermedad del padre o la madre. Sabemos que esto no es verdad, pero la mayoría de los niños lo llegan a creer en algún momento durante la experiencia con el cáncer (y otras enfermedades). Conocéis que los niños suelen ser muy imaginativos y también se creen ser el centro de la existencia y que pueden provocar todo tipo de cosas. Por ello, cuando uno de los padres se enferma, los niños por lo general se sienten culpables y piensan que ellos son los responsables. Los niños a menudo no dicen esto; por lo tanto, es una buena idea tranquilizarlos al respecto. Los padres pueden decirles algo como "los médicos nos dijeron que nadie puede hacer que alguien contraiga cáncer, es algo que ninguno de nosotros hizo que pasara". Es mejor no esperar a ver si los niños preguntan esto, porque se podrían estar sintiendo culpables sin expresarlo. 
3.2. Puede que a los hijos, además, les inquiete que la enfermedad (sea cáncer u otra entidad) sea contagiosa y que lo puedan contraer, que todas las personas con cáncer mueren a raíz de la enfermedad, o que ellos o el papá eventualmente lo desarrollarán. Es bueno corregir estas ideas antes de que los niños tengan la oportunidad de preocuparse. Explicarles pronto que la enfermedad (cáncer y otra entidad) es un tipo diferente de enfermedad y que no tienen que preocuparse de que alguien se lo contagió a su mamá o papá, ni que ellos se contagiarán. 
3.3. Muy importante (y también para los padres) es hacer ver la realidad actual de la medicina. Con un mensaje similar a éste: "Hace tiempo la gente muchas veces moría de cáncer por que los doctores no sabían mucho en cómo curarse de la enfermedad. Desde entonces, los doctores han aprendidos bastante sobre esto y ahora hay tratamientos que pueden curar muchos tipos de cáncer. Actualmente, las personas pueden vivir con el cáncer y curarse, y eso es lo que tenemos que hacer ahora”

Seguro que es una información mejorable, pero en algún momento me ha servido en mi experiencia profesional. Y, a partir de aquí, solo cabe hacerlo mejor, pues siempre hay margen de aprendizaje en la comunicación entre sanitarios, pacientes y familiares.

(Nota: aunque se ha utilizado el ejemplo de una enfermedad paradigmática como el cáncer, por lo que supone, esta sistemática es válida para cualquier otra enfermedad. Información extraída de la web de American Cancer Society).

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Nuev@s hij@s, nuevas familias

En la actualidad, frente al modelo tradicional de familia se erigen otros muchos. Ya no hay una familia, sino que existen diversos tipos de convivencias familiares, y así nos lo recordaba hace poco más de un mes un artículo especial en El País

Algunos de estos modelos derivan del patrón de familia convencional, si bien con las modificaciones propias del devenir histórico. De este modo, aparece el divorcio y, como consecuencia, la posibilidad de que las familias se reconstruyan. Pero también ocurre que algunas parejas son estériles y, no obstante, quieren llegar a constituirse en familia para lo que es necesaria la presencia de l@s hij@s, que hay que buscar entonces en la adopción. En otras ocasiones se constituyen otras formas de convivencia basada en la identidad personal y sexual de sus integrantes. Ello nos fuerza a realizar un ejercicio intelectual y ético a fin de plantearnos el bienestar de l@s hij@s y no solamente el deseo de los integrantes de la pareja parental o monoparental. 

Con estas palabras en la contraportada se presenta el libro “Nuevos hij@s y nuevas familias” cuyo autor es José Luis Pedreira Massa, especialista en Psiquiatría y en Pediatría y que, actualmente, trabaja como psiquiatra infanto-juvenil en el Hospital Infantil Niño Jesús de Madrid. José Luis es un buen amigo, hasta el punto que nos regaló un gran prólogo en "Cine y Pediatría 4", y también me regaló este libro hace tres meses con una dedicatoria muy especial. Ha sido con el tiempo libre que nos ofrece las vacaciones cuando he podido dedicarme a su lectura y comprobar la ciencia y la conciencia que atesora, escrito con la personalidad de su autor, con inteligente sentido del humor, riguroso, profundo y con la visión poliédrica que él emana y que invita a algo muy importante en este tema: el respeto y la tolerancia.  

Un libro de 276 páginas de fácil lectura, divulgativo para cualquier lector, pero que rezuma conocimiento y se apoya en bibliografía actualizada y que, tras el prólogo de Javier Urra, nos adentra en estos capítulos, que paso a reseñar: 
- Fundando la familia 
- Parentalidad y filiación: un proceso en cambio 
- La violencia en la familia: el sufrimiento infantil 
- L@as niñ@s del divorcio 
- Venerar lo inexistente: síndrome de alienación parental 
- La adopción hoy 
- No todo es de color de rosa en y desde la adopción 
- Viejos y nuevos orfanatos 
- ¿Cómo se sobrevive en un orfanato? 
- Homoparentalidad 
- De factor de riesgo a factor de protección: la resiliencia. 

Creo que la solo lectura de sus capítulos invita a profundizar en él. Un libro que finaliza con este párrafo del autor, motivo de suficiente reflexión: “Para concluir, un consejo a quienes han optado por una de estas modalidades de familias nuevas: adopten esa identidad sin complejos y con decisión, y si tienen dificultades, busquen ayuda, y a las familias convencionales que se enfrentan o afrontan situaciones relacionadas con la familia de nuevo cuño: sean comprensivos y respetuosos, aunque no sean de su agrado; tengan en cuenta el hecho de que algo no les guste no significa que sea malo”.

sábado, 28 de marzo de 2015

Cine y Pediatría (272). “Mis hijos” y nuestros conflictos


Vivir en Oriente Medio es una cuestión de identidad, es convivir con una larga (recurrente e inacabable) historia a las espaldas de sus habitantes en esa continua lucha por la tierra, tierras con fronteras espirituales y religiosas, miedos, terror, momentos de gracia, esperanza y odio que han dividido a sus gentes, a sus naciones y a las naciones del mundo, ahora y durante mucho tiempo.
Independientemente que te despiertes en Belén, Eilat, Gaza, Haifa, Hebrón, Jericó, Jerusalén, Nazaret, Nablus, Ramallah, Tel Aviv o Tira (la ciudad en la que nace nuestro protagonista de la película que hoy viene a “Cine y Pediatría”), cada día te tienes que enfrentar con quién eres (judío o árabe), con lo que crees y con el lugar en el que quieres verte el día de mañana, preguntas que no son fáciles de responder y aún menos fáciles de vivir con ellas. Porque es una vida entre muros, alambradas, toques de queda y salvoconductos. 

El cine no ha dado la espalda a este conflicto vivo y estas son algunas de las películas emblemáticas, entre la historia, el documental y el cine denuncia: Éxodo (Otto Preminger, 1960), 21 horas en Munich (William A. Graham, 1976), Hanna K. (Constantin Costa-Gravas, 1983), Kippour (Amos Gital, 2000), Intervención divina (Elia Suleiman, 2002), Promise Land (Amos Gital, 2004), Munich (Steven Spielberg, 2005), Paradise Now (Hany Abu-Assad, 2005), Syriana (Stephen Gaghan, 2005), Zona Libre (Amos Gitai, 2006), Los Limoneros (Eran Riklis, 2008), Ajami (Scandar Copti y Yaron Shani, 2009) Una botella en el mar de Gaza (Thierry Binisti, 2011). Omar (Hany Abu-Assad, 2013), y un largo etcétera. 
Algunas de estas películas ya forman parte del mundo de Cine y Pediatría, como Vete y vive (Radu Mihaileanu, 2005), Inch Allah (Anaïs Barbeau-Lavalette, 2012) o El hijo del otro (Lorraine Levy, 2012), una historia con francas similitudes a la que hoy nos visita. 

Porque El hijo del otro era una apuesta por ponerse al lado del enemigo, por aceptar las diferencias y encontrar, más allá de prejuicios culturales o religiosos, puntos en común en tanto seres humanos. Y es así como no se convierte en una película política, sino ideológica y en donde su directora reivindica la consabida ingenuidad para tratar e intentar resolver un conflicto tan marcado entre judíos y árabes. Y algo parecido pretende Mis hijos (Eran Riklis, 2014). 

El director israelí Eran Riklis adapta la novela autobiográfica “Dancing Arabs”, escrita en el año 2002 por el escritor israelí (que publica en hebreo), Sayed Kashua. La historia comienza en la década de los 80 en Tira, donde Eyad, un niño palestino, vive con su familia. Eyad nació y creció en una típica ciudad árabe y su adolescencia la pasa en una escuela judío-israelí de élite en Jerusalén, gracias a una beca. Allí intenta encajar con sus compañeros, intentar mantener el amor de Naomi (Daniel Kitsis), una compañera judía, intenta conservar la amistad de un joven tetrapléjico (posiblemente afecto de una esclerosis lateral amiotrófica), intenta respetar a su familia y ser respetado por su padre, intenta conservar el cariño de la madre de su amigo (Yaël Abecassis). 
Y es así como Eyad (Tawfeek Barhom) está constantemente a la fuga, con un conflicto permanente entre quién es, quién se supone que es, de lo que se espera de él. Pero cansado de no ser aceptado por sus orígenes y cegado por la ambición de ser admitido en sus nuevos círculos, Eyad comprende que tendrá que sacrificar su auténtica identidad para ser aceptado: tendrá que tomar una decisión que puede cambiar su vida para siempre. 

Una historia en la que el deseo por encajar, la solidaridad, la violencia ciega y la posibilidad de convivencia pacífica son los temas principales. Porque Eyad es criado como palestino en el odio a los israelíes, pero la vida le lleva a adoptar la identidad de su amigo israelí fallecido por una enfermedad terminal y decide ser “adoptado” como el nuevo hijo de una madre israelí, que le ama y le respeta. Y es así como nuestro protagonista empieza a sentirse fascinado por quienes debería odiar, hasta el punto de cuestionarse la relevancia de sus orígenes y la educación recibida en esa travesía del desierto emocional e intelectual que es crecer en la adolescencia, antesala de una madurez en la que nada es seguro, salvo la conciencia de haberse reinventado a sí mismo de acuerdo con la desesperación que le ha procurado la experiencia. 

Porque frente al odio religioso queda el amor, frente a los conflictos políticos siempre permanece la familia. Y Mis hijos ahora, como antes lo hiciera El hijo del otro, hacen hincapié en que no hay nada como las relaciones personales para superar odios y prejuicios muy instalados socialmente. Porque el amor, la amistad y la entrega son el mejor arma para combatir nuestros conflictos.

 

sábado, 8 de noviembre de 2014

Cine y Pediatría (252). “Cambiadas al nacer”, entre la ficción y la realidad


Los recién nacidos tienen el derecho de ser debidamente identificados desde el nacimiento. Este derecho está recogido en el artículo 8 de la Convención de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas en 1989 y ratificad en España un año después. La identificación debe garantizar la posibilidad de confirmar la relación de cada recién nacido con su madre biológica durante su estancia en el centro sanitario en que se produzca el nacimiento y la custodia hacer referencia al empleo por parte del hospital de sistemas y protocolos que aseguren el mantenimiento del binomio madre-hijo. 

Los objetivos de los procedimientos para la adecuada identificación y custodia de los recién nacidos son, según recogen los protocolos de la Asociación Española de Pediatría: evitar intercambios de recién nacidos en la Sala de Partos, evitar intercambios de recién nacidos en los nidos o en las salas de hospitalización de Obstetricia, permitir la verificación de forma rápida de la identidad del recién nacido en caso de duda, permitir la comprobación del recién nacido y de su madre en el momento del alta, evitar consecuencias de tipo legal al personal sanitario ante posibles intercambios de recién nacidos. 

Analizando las situaciones que han ocasionado cambios de recién nacidos, la gran mayoría ocurren en la sala de partos, especialmente en centros que tienen partos simultáneos y en los que el personal no ha llevado a cabo las medidas de precaución recomendadas. También se describen estos cambios en las salas de hospitalización de puérperas, coincidiendo con separación física transitoria de la madre y su hijo. 
Este tema de los sistemas de identificación del recién nacido es un tema muy sensible al que algunos profesionales, como el Dr. Antonio Garrido-Lestache, han dedicado buena parte de su labor profesional. Y como él señala en su web, “un niño debidamente identificado es un niño a salvo de muchos peligros”.   Lo cierto es que los sistemas de identificación del recién nacido utilizados en España hacen prácticamente imposible que se produzcan errores y garantizan totalmente que cada bebé abandona el hospital acompañado de su madre biológica. Pero nada es imposible y si ocurre, y se identifica el hecho al cabo de varios años, las consecuencias son muchas e impredecibles. 

Sobre este hecho del intercambio no intencionado de dos hijos en Maternidad, el cine no ha sido ajeno. Y tenemos recientes ejemplos, ya comentados en Cine y Pediatría: 

- La película japonesa De tal padre, tal hijo (Hirokazu Kore-eda, 2013), que debate sobre el problema que supone el intercambio de hijos y el dilema sobre cuál es la verdadera paternidad, esa perfecta combinación de genética y de educación con tiempo de calidad. Y que nos hace una pregunta clara: ¿Quién es nuestro verdadero hijo… “nature or nurture? 
- La película francesa El hijo del otro (Lorraine Levy, 2012), la historia de dos adolescente, Joseph, criado como judío cuando su origen es palestino, y de Yacine, criado como palestino cuando su origen es judío. Una historia de superación que solo será posible a través de la comprensión, la amistad y la reconciliación en una atmósfera dominada (históricamente) por el miedo y el odio, cuando las barreras religiosas y civiles pueden suponer un impedimento en el reencuentro. Cine positivo e imprescindible con un mensaje claro: atender las diferencias del otro y hacerlo con respeto. aceptar las diferencias y encontrar, más allá de prejuicios culturales o religiosos, puntos en común en tanto seres humanos. 

Pero hay muchos otros ejemplos, al ser un tema especialmente sensible para las teleseries. Y este sentido destacamos dos películas y una serie, todas estadounidenses, y todas con el mismo título: Switched at Birth (Cambiadas al nacer en español). 
- Switched at Birth (Waris Hussein, 1991), película de casi tres horas de metraje basada en la historia real de Kimberly Mays y Arlena Twigg, dos niñas que fueron intercambiadas al nacer en el Hospital de Florida en el año 1978. Arlena fallece en la infancia de una cardiopatía congénita y poco después sus padres identifican que no era su hija, y buscan a su hija biológica. Ésta es Kimberly, quien ahora vive con su padre, viudo al fallecer su mujer de una enfermedad tumoral. 
- Switched at Birth (Douglas Barr, 1999), donde dos bebés nacen al mismo tiempo en un hospital y, debido a que la enfermera intercambia las etiquetas, son entregados a la madre equivocada. Al cabo de unos años las madres se dan cuenta del cambio, cuando una de ellas le hace una prueba de ADN a su hijo. 
- Switched at Birth, serie de televisión estadounidense que se estrenó en el año 2011, y que nos cuenta las visicitudes de dos adolescentes que fueron cambiadas al nacer y se han criado en ambientes muy diferentes: Bay Kennish vive en uno de los barrios ricos de Kansas y Daphne Vázquez, sorda como consecuencia de una meningitis a los tres años, vive en un barrio obrero de Misuri. 

Ejemplos para el cine, excepcionales pero no imposibles. Una señal de alerta para reconocer que el intercambio de hijos no solo es ficción, sino también puede ser realidad. Una realidad que debemos evitar, siguiendo los procedimientos para la adecuada identificación y custodia de los recién nacidos.

 

sábado, 1 de noviembre de 2014

Cine y Pediatría (251). “Los secretos del corazón” y la madriguera de un gran dolor


Parece ley natural que los hijos sean quienes deben enterrar a los padres y no al revés. Y por ello quizás, cuando se rompe es supuesta ley de vida, no existe manera alguna de describir la magnitud del dolor que se siente tras la muerte de un hijo. Porque la muerte de un hijo debe ser una de las experiencias más devastadoras que unos padres van a vivir, especialmente la madre, con muy pocas posibilidades de que salir adelante con facilidad. 

El cine también ha abordado este tema, algunas películas ya tratadas en Cine y Pediatría, como Un grito en la noche (Marc Foster, 2000), La habitación del hijo (Nanni Moretti, 2001), El amor y otras cosas imposibles (Don Roos, 2009), El mejor (Shana Feste, 2009), etc. A estas películas se suman la titulada en España como Los secretos del corazón (John Cameron Mitchell, 2010), basada en la obra de teatro del año 2005 “Rabitt Hole” de David Lindsay-Abaire, ganadora del Premio Pulitzer en la categoría de drama. Porque este dolor y duelo por la pérdida de un hijo es como si entre madre e hijo jamás se cortara el cordón umbilical y la conexión fuera permanente: entonces al irse el hijo, la madre siente como si se desmembrara una parte de sí. 

Y es así como esta película es finalmente un proyecto personal de la actriz Nicole Kidman, quien decidió producir el film tras enamorarse del original escénico y en donde la actriz australiana borda uno de sus mejores papeles, a la altura de su papel como Virginia Wolf en Las horas (Stephen Daldry, 2002). Mientras en Las horas consiguió su único Oscar como Mejor Actriz, en Los secretos del corazón su nominación se quedó a las puertas, porque ese año el premio fue para otra interpretación soberbia: para Natalie Portman por su papel en Cisne Negro (Darren Aronofsky, 2010). 

En Los secretos del corazón un matrimonio trata de superar la muerte de su hijo de cuatro años en un accidente automovilístico. Becca (Nicole Kidman) y Howie Corbett (Aaron Eckhart) luchan para volver a la normalidad después de que este terrible giro del destino convierta sus vidas en un caos personal y familiar. Atrapados en un laberinto de culpa, recriminación, sarcasmo y rabia, la pareja se enfrenta a la situación del duelo de formas distintas, haciendo elecciones que amenazan seriamente con distanciarlos. 
Becca intenta borrar todo recuerdo de su hijo y asumir la pérdida enfrentándose al encuentro con Jason (Miles Teller), el adolescente causante del atropello, que a su vez también está sufriendo las consecuencias por el dolor causado. Por contra, Howie sigue aferrado al modo de vida de cuando disfrutaban de su hijo y a los grupos de apoyo y autoayuda, lo que le aleja más todavía de Becca. Y entre ambos una galería de personajes que facilitan el desarrollo psicológico de estos padres malheridos: la madre y hermana de Becca, su amiga Debbie, etc. 

La película nos regala escenas de gran interpretación dramática de su pareja protagonista, pero especialmente de una Kidman creíble de principio a fin: 
- La tensión emocional de un grupo de padres unidos para intentar superar, en las terapias de grupo, ese vacío que deja la pérdida de un hijo.
- Los encuentros de Jason y Becca, sus conversaciones en el banco del parque alrededor del cómic titulado Rabbit Hole (en realidad el título original en inglés de la película), cuyo significado (la madriguera o el “agujero del conejo”) hace alusión a Alicia en el País de las Maravillas y los mundos desconocidos en los que uno al final acaba entrando. Porque en la película se formula una teoría sobre los universos paralelos y la probabilidad que existe de encontrarse con la misma realidad que estamos viviendo, pero en otro lugar; ese sueño adolescente de que las cosas siempre van bien y de que hay versiones más alegres de la vida. 
- La escena del supermercado, con la tensión que Becca provoca ante una madre y su hijo preescolar, consecuencia de un mal duelo y casi la caída al abismo del dolor dirigido. 
- La forma en que el Jason abraza a su perro, mientras llora sin consuelo. 
- La pregunta de Becca, casi al final de la película, mientras lleva al sótano las últimas cajas con los recuerdos del hijo: “¿Desaparece algún día el dolor?”. Y su madre (Dianne Wiest), quien también perdió un hijo, el hermano de Becca, le contesta: “No. Creo que no. Al menos en mi caso, y ya han pasado 11 años. Pero cambia… Creo que pesa menos. Hasta puede ser soportable, puedes aprender a vivir con el dolor y llevarlo contigo como un ladrillo en el bolsillo. Y hasta te olvidas, a veces. Pero siempre vuelve a aparecer por cualquier motivo… Puede ser horrible, pero no siempre. Es lo que te queda en lugar de tu hijo. Por eso va siempre contigo. No desaparece. Y eso está… bien, realidad”
- Y la escena final, con la mirada de ambos padres al vacío y las manos que se buscan para entrelazarse…Porque a medida que se desarrollan los trágicos acontecimientos y sus vidas cobran nuevos significados, deben encontrar un punto en común que les permita seguir juntos. 

Cómo se ha preguntado algún crítico cinematográfico, cabe preguntare: ¿por qué es bueno entrar en la “madriguera” de esta obra? 
- Porque es una lección de interpretación, guión y dirección. No sólo por la interpretación de Nicole Kidman y Aaron Eckhart, sino todo el elenco de actores, una lección de cómo transformar el cine en un teatro (y al revés). Sino también porque el guión corre a cargo del propio autor de la obra teatral, David Linsday-Abaire. Pero también porque su director, John Cameron Mitchell, este director que se ganó un hueco en el cine independiente norteamericano (gracias a Hedwig and The Angry Inch en el año 2001, un musical sobre un transexual cantante de rock, y a la escandalosa Shortbus en el año 2006, una celebración del sexo en casi todas sus tendencias) se convierte en un director clásico en esta obra, aunque dé un paso hacia el lado más comercial del séptimo arte. 
- Porque es bueno ver cómo las personas afrontan el dolor. Unas lo aceptan; otras lo encubren; otras buscan culpables y otras, simplemente, viven en un universo protegido y aséptico. Pero el dolor está ahí y esta película es una lección más de cómo se pueden afrontar las pérdidas, en este caso la pérdida más dolorosa: la de un hijo. Porque nos enseña que negar la realidad no quiere decir que no exista y el duelo siempre es necesario afrontarlo de la mejor forma posible. 
- Porque es necesario mostrar los sentimientos, y nos abre el camino a las emociones y reflexiones como paso previo al difícil camino de la desesperación a la aceptación. Porque nos muestra que en la vida no se tiene que dar respuesta a todo. Porque nos enseña que a veces es mejor guardar silencio y dejar todo en suspenso, fluir en la vida y quizás baste con tomarse de la mano…como nos muestra su “the end”. 

Y así es como Los secretos del corazón, Rabbit Hole en el título original, en la obra de teatro y en el cómic de la cinta, nos devuelve el mito de Orfeo y Euridice. Orfeo, hijo de Apolo y Calíope, poseía el don de la música y de la poesía. Enamorado perdidamente de la ninfa Euridice, la convierte felizmente en su esposa, pero ella muere joven por la picadura de una serpiente venenosa. La pena desconsoló a Orfeo y viajó al Inframundo, en donde con su música y poesía convenció a Hades y Perséfone, dioses regentes de aquel lugar, de que diesen a Euridice la oportunidad de volver al mundo de los vivos. Pero pusieron una condición: Orfeo debía siempre caminar delante de ella y no mirarla hasta que ambos hubieran llegado arriba y los rayos de sol hubieran bañado por entero a Euridice. El camino se hizo terriblemente largo y peligroso, pero Orfeo resistió al ansia de mirar a su amada. Pero justo al llegar a superficie, al borde de la desesperación, giró la cabeza pensando que todo había pasado, pero Euridice aún tenía un pie en la sombra y, en ese momento, se desvaneció en el aire, ya sin posibilidad de volver de nuevo. 

Y quizás es así como ante la madriguera de un gran dolor, la aceptación puede ser un buen camino.

 

sábado, 2 de agosto de 2014

Cine y Pediatría (238). “El hijo del otro”, un alegato a favor de la reconciliación


No hay ningún lugar más cargado de historia y sangre que la Tierra Santa, llamada Israel, Palestina, Canaán, etc.: diferentes pueblos, diferentes dioses y diferentes hombres luchando por dominar una zona que se ha convertido en una encrucijada real y simbólica por milenios. Desde el hombre primitivo y canaanitas hasta los judíos y palestinos, pasando por los egipcios, asirios, israelitas, babilonios, macedonios, griegos, ptolomeos, selúcidas, hebreos, macabeos, romanos, bizantinos, árabes, cruzados, otomanos y británicos. 

El día 29 de Noviembre de 2012 la ONU reconoce a Palestina como “Estado observador no miembro” de la organización, reafirmando de un modo ambiguo el derecho del pueblo palestino a un territorio bajo las fronteras definidas antes de la guerra de 1967. Las relaciones se destensan un poco, aunque Israel se altere, y es un momento propicio para que la directora/guionista francesa de origen judío, Lorraine Levy, saque del armario una historia que le interesa, una parábola bien intencionada y de decidida vocación conciliadora en su película El hijo del otro (2012). Y se fundamenta en un argumento incontestable por su fuerza dramática y que surge cuando dos familias estructuradas de Israel y Palestina viven con perplejidad como su sangre no es compatible con la de uno de sus hijos. Porque el intercambio no intencionado de dos hijos en la maternidad ya ha sido tratado recientemente en la película japonesa, De tal padre, tal hijo (Hirokazu Kore-eda, 2013), pero aquí se añade un condimento más importante: que la historia ocurra en uno de los habituales puntos calientes del globo, y con el eterno problema entre judíos y palestinos de fondo. Dos hijos intercambiados y que, cuando avanzan por su adolescencia casi juvenil se encuentran que su verdadera entidad genética está al otro lado del muro. Ese muro y esa alambrada interminable, como una cicatriz queloide en la mente de los palestinos y los israelíes. 

Joseph (Jules Sitruk) es un joven israelí que está a punto de empezar el servicio militar. Cuando va a entrar en las fuerzas armadas, descubre que fue intercambiado al nacer de forma accidental con otro niño en la maternidad, debido a un bombardeo en Haifa durante la Guerra árabe-israelí y la precipitación al refugiarse en el sótano provoca el error en la asignación de los niños. Y es así como Joseph descubre que no es hijo biológico de sus padres, sino que ese hijo es Yacine (Mehdi Dehbi), el bebé de una familia palestina que vive en los territorios ocupados de Cisjordania. 
El mundo se derrumba alrededor de estas dos familias. El rechazo, la duda, la pérdida de identidad, los prejuicios de raza y religión se erigen como espinosa barrera en sus vidas, una barrera más dura que los muros y las alambradas que les separan desde hace décadas. Y todos (padres e hijos) deberán intentar superar lo que significa ser judío y haber sido criado como palestino, y ser palestino y haber sido educado como judío. Y esa superación solo será posible a través de la comprensión, la amistad y la reconciliación en una atmósfera dominada (históricamente) por el miedo y el odio, cuando las barreras religiosas y civiles pueden suponer un impedimento en el reencuentro. 

En esa reconciliación tienen un papel clave las dos madres, dos mujeres maravillosas que asumen su nueva circunstancia y también ayudan a sus maridos, quienes no pueden entender lo que les está pasando. Porque serán los padres los que tienen más cercana la agresión presente en sus territorios, haciendo responsables a sus dirigentes de una situación difícil de compartir. Sorprende como el rabino le cuenta a Joseph que está circuncidado y que, efectivamente, estudia la Torá, pero a partir de ahí la naturaleza indica que ha nacido de una árabe y, por lo tanto, no puede ser judío en sus derechos y obligaciones que tenía previamente asignados. Y la directora nos presenta al joven palestino (pueblo invadido) como más maduro (estudia Medicina en París), que el joven judío (pueblo invasor) que lo puede presentar como de carácter más débil, un músico y artista en potencia. 
Y la duda de los protagonistas a cada paso. La duda de Joseph: “¿Voy a tener que cambiar mi kipá por un cinturón de explosivos?”. La duda de Yacine: “Soy mi peor enemigo, pero tengo que quererme a pesar de todo”. La reflexión de la madre: “Abre tu corazón hijo mío, sé que es grande…”

Cine positivo e imprescindible con un mensaje claro: atender las diferencias del otro y hacerlo con respeto. Aunque el desarrollo de la historia se acerca más a la fábula que a una realidad, sin duda, más compleja. Porque El hijo del otro apuesta por ponerse al lado del enemigo, por aceptar las diferencias y encontrar, más allá de prejuicios culturales o religiosos, puntos en común en tanto seres humanos. Y es así como no se convierte en una película política, sino ideológica y en donde su directora reivindica la consabida ingenuidad para tratar e intentar resolver un conflicto tan marcado. 
Porque la fábula está configurada como un alegato a favor de la confraternización y la coexistencia pacífica. Y es así como la escena final de los tres “hermanos” en el hospital se convierte en toda una declaración de principios por la paz y el entendimiento: las manos apretadas de los tres es un símbolo de reconciliación por encima de religiones y política. 

Y tras este trasfondo, la inevitable pregunta, ya realizada en la película De tal padre, tal hijo: ¿Quién es nuestro verdadero hijo… alguien con el que pasamos todo nuestro tiempo o alguien con el que compartimos la sangre? o lo que en el mundo anglosajón plantean de forma tan gráfica como “nature or nurture?”. Pero en este caso con un gran trasfondo político y social, arropado por interpretaciones de nivel que aportan credibilidad y borran cualquier sombra de artificio. 

Porque de nuevo queda claro que no es la sangre ni la biología lo más importante, sino la educación y entorno. Y a partir de ahí es donde se empieza a vislumbrar una luz al final del túnel,… una luz necesaria para el túnel eterno del conflicto palestino-israelí. Un túnel muy largo y oscuro y donde El hijo del otro se convierte en un gran alegato frente a la reconciliación,… justo y necesario.

Y como nada es casualidad, el destino hace que esta entrada se haya programado justo ahora mismo que estamos asistiendo en vivo y en directo, a los efectos devastadores sobre la población civil del ataque de Israel sobre Gaza, con decenas de niños muertos, y medio mundo (o el mundo entero) indignado, incluida la reciente carta de la revista The Lancet: "An open letter to the people in Gaza". Porque la unión hace la fuerza y porque si la indiferencia es la norma estamos definitivamente perdidos..., aunque sea el hijo de otro.

sábado, 22 de febrero de 2014

Cine y Pediatría (215). “LOL”, universo de adolescentes y padres…


La directora y guionista francesa Lisa Azuelos (quien en su primera etapa firmaba sus películas como Lisa Alessandrin, su verdadero nombre) es principalmente reconocida por la película LOL y sus dos versiones: la original del año 2008, francesa y ambientada en París, y la versión del año 2012, ambientada en Estados Unidos. 

 LOL cuenta el transcurrir de la vida y acontecimientos durante un curso escolar de la adolescente Lola y su madre Anne, recientemente divorciada y quien se hace cargo de ella y de sus dos hermanos pequeños, mientras se debate, ya en la década de los 40, en las dudas como esposa, como madre y como mujer. Aunque ambas versiones son iguales, el original es muy superior a la copia, no sólo en el tono general de la película, sino sobre todo en el dúo madre e hija (Lola-Anne), que en la película original está interpretado por Christa Theret y Sophie Marceau y en la versión americana por Miley Cyrus y Demi Moore. Aunque el dúo americano contaba con un gran tirón mediático (y casi auguraba la rebeldía posterior de Miley Cyrus, quien ha pasado de ser la dulce Hannah Montana de Disney Channel a toda una provocadora mediática en el mundo de la música), lo cierto es que la sintonía y complicidad de Christa Theret y Sophie Marceau (radiante en su interpretación y una belleza natural que supera los cánones a que ya nos tiene acostumbrado) convierten esta película en toda una delicia. 

Es por ello que vamos a dedicar toda nuestra atención a la versión original francesa. LOL son las siglas de “Laughing Out Loud” (risa ruidosa, carcajada) en la jerga de Internet, ampliamente conocida en chats, foros, juegos en red y programas de mensajería instantánea, pero también ya utilizado como término coloquial. Y también es así como llaman a Lola sus amigos, una adolescente cuya vida se divide entre sus estudios en una prestigiosa escuela secundaria de París, sus amigos, sus romances, sus padres divorciados, las drogas, la sexualidad,… su diario secreto y las muchas dudas. 

La película está dividida en tres partes, que corresponden a los tres trimestres de un curso escolar. Y comienza con Lola (Lol para los amigos) que nos presenta a todos sus amigos y compañeros al inicio del curso escolar en el instituto (adolescentes de unos 15 a 18 años). Y es así como, en un mundo cada vez más hiperconectado por las tecnologías y redes sociales, esos adolescentes reparten sus horas entre compañeros de clase y profesores (prototipos en nuestro recuerdo), y se debaten entre las presiones de la amistad y los romances del instituto mientras lidian con sus padres, muchas veces sobreprotectores y tecnológicamente desorientados. Unos padres que siempre creen (o quieren creer) que es imposible que sus hijos se relacionen con el sexo o las drogas, aunque ellos lo hicieran, aunque aún lo hagan. 
Lola es rebelde, como corresponde a un adolescente, con una relación de amor y tensión con su madre Anne. Pero, pese a su rebeldía, desea seguir siendo una niña a la que le gusta que su madre se acueste con ella y le coja la mano. Y en un tono ágil y agradable, sin estridencias, es como la película nos refleja tópicos de la adolescencia (y que nos dibujan una sonrisa): las alumnas que se enamoran de algún profesor, los profesores inseguros ante una clase de adolescentes desmotivados, el juego de las recién formadas parejas, dejar algún novio y encariñarse con el amigo de éste, la experimentación más allá de los límites que ponen los padres, el viaje de curso (memorables escenas en Londres), etc. 
Y es por ello que la escena que se convierte en clave es cuando Anne encuentra el diario de Lol… y lee todo lo que piensa de la vida o de la familia, así como las experiencias con los amigos y ligues… Y en donde llega a escribir frases tan profundas como: “Es tan estupendo amar a la gente que amas que hasta te hace daño. No sé cómo sobrevivir a eso. De verdad, no lo sé”. Y es que, en el fondo, tanto Lol como su madre han encontrado un nuevo amor y comienzan una nueva forma de ver la vida. Y, tras la lectura de ese diario, Anne (y cada espectador en el papel de madre) puede reflexionar como tuvo que luchar contra sus propios padres y contra su marido para conquistar el derecho de ser libre, de disponer de su vidas, pero hoy le cuesta dar esa libertad a su hija, al ver desde otra barrera los riesgos de acceder demasiado joven al sexo, de jugar peligrosamente con las drogas, y el deseo de protegerla de los peligros y desengaños que acechan… y todo esto sin parecer una anticuada. 

Y, aunque hemos destacado la sintonía actoral entre madre e hija (Sophie Marceau y Christa Theret), lo cierto es que todos los personajes son creíbles y reales como la vida misma (y que incluye a la propia directora, que hace un pequeño y divertido papel como psiquiatra de Anne). Y es por ello que no es extraño que la película finalice con un “basado en hechos reales”, pues sí…, porque, sin duda, es otra película alrededor de la adolescencia real como la vida misma y contada, según la propia directora, en tono de comedia humana. 
Una realidad donde el rock está presente en la historia de los personajes y en la banda sonora adquiere gran presencia grupos como Rolling Stones, Bright Eyes o Elvis Presley. Porque, con rock o sin rock, lo que importa para un adolescente, sobre todo, es la presencia y la disponibilidad de la familia y de los buenos amigos, y el que pueda reconocer que de la “edad del pavo”, en la que uno se cree que lo sabe todo, se sale, pero mejor con buena compañía. 

Porque LOL es una película optimista en cuanto a las posibilidades de diálogo entre el universo de los padres y el de los hijos. Y este optimismo lo tenemos por partida doble, en francés y en inglés. Pero no lo dude: salvo error u omisión, cabe quedarse con el original y no con la versión.

sábado, 4 de enero de 2014

Cine y Pediatría (208): “De tal padre, tal hijo”, ¿genética o educación?


La infancia y la familia suele estar presente en el cine de Hirokazu Kore-eda, cineasta peculiar para la observación del detalle y para extraer grandes interpretaciones verosímiles de los niños de sus películas. Y para ello disfraza la complejidad de sencillez, y se mueve con soltura entre el naturalismo y cierto aliento poético. Y así se nos presenta Kore-eda como el François Truffaut del cine oriental, como ha demostrado en sus obras anteriores (en el año 2004 en la descarnada Nadie sabe, en el año 2008 en la familiar Still walking/Caminando, o en el año 2011 en la fábula ya comentada de Kiseki/Milagro), pero es ahora, en el año 2013 con De tal padre, tal hijo, cuando nos presenta su más emotiva película, con dudas y reflexiones sobre el afecto y la vida familiar en general. 

Porque De tal padre, tal hijo plantea el dilema de si la verdadera paternidad es biológica o de quien la ejerce, dado que el amor verdadero surge de las relaciones diarias. Una nueva lección del cine japonés sobre los valores familiares (que va de Yasujiro Ozu a Yôji Yamada, Yojiro Takita o el propio Hirokazu Kore-eda.), un relato equilibrado que saca a la luz algunas preguntas sobre la verdadera esencia de la paternidad. Con un trasfondo muy personal del propio director (porque el director tiene una hija de 5 años con la que pasa poco tiempo y él mismo se pregunta cuándo se portará como un buen padre), y que se transmite en alguna de las muchas frases que la cinta nos regala: “Para los niños no hay nada más importante que el tiempo…”

La pregunta es clara: ¿Quién es nuestro verdadero hijo… alguien con el que pasamos todo nuestro tiempo o alguien con el que compartimos la sangre? o lo que en el mundo anglosajón plantean de forma tan gráfica como “nature or nurture?”. Ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cannes y el Premio del Público en el Festival de San Sebastián, De tal padre, tal hijo se presenta como un melodrama comedido sobre el desequilibrio de dos familias que conocen a partir de los 6 años que han estado educando al hijo de la otra pareja. 

Ryota Nonomiya (Fukuyama Masaharu) es un exitoso arquitecto que vive obsesionado con su trabajo. Su vida familiar es, por su parte, bastante tranquila: vive felizmente con su mujer Midori (Ono Machiko) y su único hijo Keita, un niño modelo al que están preparando a conciencia para lograr entrar en una escuela privada de élite y así no defraudar a sus padres. Sin embargo, todo va a cambiar de la forma más insospechada cuando recibe una inoportuna e inesperada llamada del hospital donde su mujer dio a luz a su hijo hace ya seis años. La noticia que les dan es que su verdadero hijo fue entregado a otra familia, la familia Yudai, una familia con escaso dinero (viven en una casa destartalada a las afueras de la ciudad), pero mucho tiempo para sus hijos (todo lo contrario a ellos). 
Y es así como los Nonomiya deciden conocer a los Yudai, al padre Saiki (Lily Franky) y su mujer Yukari (Maki Yoko) y al hijo de ambos, el hijo ‘verdadero’ de los Nonomiya, para plantearse una importante y difícil decisión: recuperar a su verdadero hijo, o seguir criando al pequeño con el que llevan seis años. 

Todo un lujo de película con sentido y sensibilidad, con emociones y reflexiones basadas en preciosas imágenes que hablan por sí solas, en una buena selección de la música de piano y de los silencios para acompañarnos al debate interior que todo espectador tendrá cuando vea la película. Un debate sobre el problema que supone el intercambio de hijos y el dilema sobre cuál es la verdadera paternidad, esa perfecta combinación de genética y de educación con tiempo de calidad. 

En una sociedad enfocada al éxito cada vez queda menos tiempo para perder (que es ganar) con nuestros hijos. Y la pregunta queda suspendida en el aire: ¿es importante el éxito social si fracasamos como padres?.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Decálogo para padres en el cuidado de sus hijos


Hace años, la Asociación Americana de Pediatría sugirió una serie de recomendaciones de interés para los padres en la atención y cuidado de sus hijos. Son consejos obvios, pero por obvios son interesantes recordar para todos. Porque lo más obvio en temas de educación, a veces, parece lo más difícil de recordar y de llevar a cabo. 

1.- Lea a sus hijos cada día. 
Puede comenzar tan pronto como a partir de los 6 meses de edad. La lectura de los padres muestra a los niños la importancia de la comunicación y le motiva para la lectura más adelante. También proporciona un contexto para comentar diversos aspectos y para que usted pueda descubrir mejor lo que se va creando en la mente de sus hijos. 

2.- Intente que su casa sea adecuada para los niños. 
Evite y elimine lugares peligrosos: piense en los productos de limpieza, medicamentos, muebles con bordes puntiagudos, escaleras, ventanas, etc. El lugar de mayor interés para estas precauciones es la cocina. Puede prevenir algunos accidentes. 

3.- Consiga que sus hijos disfruten de un medio ambiente libre de tabaco. 
La contaminación de tabaco dentro de casa aumenta la frecuencia de infecciones respiratorias, de oídos, etc. en sus hijos. Y recuerde que el factor más importante para predecir que los hijos serán fumadores en la edad adulta, es que los padres fumen. Considere la opción de abandonar el tabaco y hace de su casa una zona libre de humos. 

4.- Practique la seguridad sobre ruedas.  
En el coche asegúrese de que todos se coloquen el cinturón de seguridad (incluso para distancias cortas), teniendo muy presente que los niños tienen sus propios y específicos sistemas de seguridad. Con bicis, patines o monopatines también deberán llevar casco.

5.- Prevenga las conductas violentas con un buen ejemplo. 
Las formas no físicas de disciplina dan mejores resultados a largo plazo. Dando nalgadas o bofetadas a sus hijos pueden aprender que es correcto golpear a otras personas para resolver problemas. Utilice las palabras para corregir y tenga en cuenta también que se debe cuidar el lenguaje, pues las palabras también pueden hacer daño innecesario. 

6.- Asegúrese de que las vacunaciones de sus hijos estén al día. 
Tome decisiones fundamentadas en argumentos científicos de profesionales sanitarios sobre las vacunas que debe o desea aplicar a sus hijos. Guarde la cartilla de vacunación correspondiente en un lugar donde sea fácil localizar y difícil de extraviar. 

 7.- Esté atento a los medios de comunicación que emplean sus hijos.  
Los niños son muy sensibles a todo lo que ven y experimentan con la tele, el cine, los videojuegos, etc. Si cree que un programa, película o juego no es el adecuado para su hijo, deberán orientarles hacia otros más recomendables. Y hable con sus hijos acerca del contenido de estos programas, que siempre es mejor ver en familia. 

 8.- Comprométase más en el colegio y en la educación de sus hijos.  
No deje únicamente la educación a los maestros. Visite el colegio de sus hijos, participe en proyectos escolares. Si es preciso, intente estar disponible para ayudar en los deberes. 

9.- Preste atención a la alimentación. 
La buena nutrición se basa en el equilibrio entre los alimentos. Prefiera alimentos tradicionales, sanos y naturales; y evite los alimentos refinados y muy procesados. 

10.- Haga que sus hijos se sientan queridos e importantes. 
Los niños desarrollan su sentido de la autoestima ya de muy pequeños y lo consiguen a partir de sus padres. Escuche lo que sus hijos quieran decirles y haga que sus hijos se sientan queridos y seguros. Reconozca su carácter y su valor como individuos y dígales lo que admira en ellos y les hace especiales para usted. Abrace y acaricie a sus hijos cada día. 

Sirva como recordatorio. Parecen obviedades, pero seguro que todos tenemos puntos en los que podemos mejorar como padres. Seguro que se nos ocurre alguna consigna más, llena de pura lógica. Pero al menos estos 10 puntos son un buen punto de partida...

sábado, 3 de agosto de 2013

Cine y Pediatría (186). “Libero”, los padres no siempre aciertan


Kim Rossi Stuart no es François Truffaut, Nani Moretti ni Gianni Amelio. Kim Rossi Stuart es un joven y atractivo actor italiano que copia de los tres anteriores para atreverse con una arriesgada ópera prima: Líbero (2006). Con ello se suma al grupo de actores que dan el salto a la dirección, y de los que lo hacen con una obra sobre la iniciación en la adolescencia a partir de algunos apuntes autobiográficos. 
Porque Líbero recuerda en el tema, salvando las distancias, al Truffaut de Los cuatrocientos golpes (1959), al hacer girar la historia en torno a un niño que sufre la falta de afecto paterno y el desconcierto ante un mundo lleno de incoherencias. Y recuerda en la ambientación y el tono realista a otros cineastas italianos del momento, como al Moretti de La habitación del hijo (2001) o al Amelio de Las llaves de la casa (2004), películas donde también se indagaba en las relaciones entre padres e hijos y en la necesidad de superar los escollos de la vida. Las tres películas ya han formado parte de Cine y Pediatría y, curiosamente, en Las llaves de casa también es el actor principal el propio Rossi Stuart, y de nuevo en el papel de padre. 

Líbero narra la historia de una extraña familia, y lo hace a través de los ojos omnipresentes (y el sentimiento) de Tommy (Alessandro Morace), un niño de 11 años, quien vive con su hermana Viola (Marta Nobili), de 15 años, y su padre Renato (Kim Rossi Stuart). Forman una extraña y luchadora familia de clase media italiana, después de ser abandonados por la mujer más importante de sus vidas, su madre y esposa Stefania (Barbora Bobulova). Así, se nos presenta a un Renato irascible y con grandes cambios de humor, cansado de los repetidos abandonos de su mujer, del fracaso en su trabajo y del esfuerzo por sacar adelante a sus dos hijos, la niña en plena pubertad y el niño dando los primeros pasos de una vida que se le presenta como incomprensible. Un nuevo relato de crecimiento y madurez hacia la adolescencia, que acumula todos los tópicos y vivencias de un hijo que no ha tenido el afecto materno, que sufre la inestabilidad familiar y que comienza a juzgar la realidad que le rodea sin entender del todo el comportamiento de los mayores. 

Líbero es un drama familiar a la italiana bajo la mirada de un niño, con un mensaje evidente: cuando los padres se equivocan, los hijos lo pagan… y sufren, con su mirada inocente y su soledad, las equivocaciones de los adultos. El prolífico actor italiano Kim Rossi Stuart debutó como director y guionista con este drama intimista que también acabó protagonizando porque el actor que iba a interpretar al padre rechazó el papel dos semanas antes del inicio del rodaje. La película hizo las delicias de la crítica, convirtiéndose en una de las revelaciones de la Quincena de Realizadores de Cannes (atesorando varios premios) y ganando el David di Donatello al mejor realizador novel. Mención especial merecen los niños que aparecen en la película, especialmente el pequeño Alessandro Morace, quien literalmente se apodera de la película y de los sentimientos volcados a través de su mirada. La dirección de Alessandro Morace se convierte en clave del éxito, porque el director logra que el espectador mire (y sienta) a través de sus ojos siempre que la cámara se posa en el rostro del niño, pero también cuando la acción se desplaza hacia otros personajes o tramas secundarias. Su mirada inocente y cándida, su gesto de inquietud y desconcierto dejan traslucir todo un mundo interior que se desmorona y pierde pie con una madre “que viene y va”, con un padre que estalla en frecuentes arrebatos de cólera (y que está empeñado en hacer de él un gran nadador, cuando lo que le gusta es el fútbol), con una hermana que bromea frívola e infantílmente con el sexo y con un vecino en el que se contempla con envidia al descubrir la familia que él no tiene. Son las primeras experiencias del paso de la infancia a la adolescencia, de la adolescencia a la vida adulta, más difícil cuando faltan referentes paternos. 
Quizá lo mejor de la película esté en esa captación del universo infantil, recogido en ocasiones con el uso del fuera de campo, cuando la cámara se queda con el rostro del niño a la espera de recoger su gesto ante cada una de las novedosas experiencias o se queda con él observando desde el tejado de la casa. En donde Alessandro Morace pone naturalidad y frescura en el papel de hijo, Kim Rossi Stuart pone excesivo histrionismo y teatralidad en el papel de padre. Es por ello que el hijo se convierte en el verdadero protagonista de este drama intimista y humano que prefiere lo sugerido a explícito, lo pudoroso a lo brutal, lo correcto a lo trasgresor. Aún así, hay escenas que reflejan un gran contraste, que oscila entre la tensión cuando el padre expulsa de la casa a la madre que ha vuelto (es de una crudeza que se incrementa ante la mirada y el sufrimiento irreparable de los hijos) y la felicidad, en aquellas escenas en que se aprecia la sintonía familiar con la madre (el día en el parque de atracciones o las conversaciones cómplices de la madres y sus hijos en la cama). 

El título original de la película es Anche Libero Va Bene, título que forma parte de un diálogo final que pronuncia Tommy cuando su padre le pregunta (una vez aceptado que cambiará un deporte individual como la natación por un deporte colectivo como el fútbol) en qué puesto del campo le gustaría jugar y aquél le contesta que en el mediocampo, a lo que el padre comenta que a él le gustaría de líbero. El título traducido en español es Libero, los padres no siempre aciertan, un título que condensa todo el mensaje. Y ése es el gran contraste, y ése es el gran dolor de nuestro pequeño protagonista: ver el contraste entre la familia feliz y cómplice de su vecino y su familia desestructurada, el contraste entre la felicidad de aquél y su sufrimiento. Sufrimiento que se condensan en las lágrimas de nuestro protagonista previo al fundido en negro que precede al final de Líbero... y con ello comienza nuestra reflexión sobre cómo las decisiones de las padres influyen (y de qué manera) sobre sus hijos.

 

sábado, 25 de febrero de 2012

Cine y Pediatría (111). La estética y la ética de los hermanos Dardenne (II): “El niño” y “El niño de la bicicleta”


Cine social, cine comprometido, cine denuncia, cine de valores, cine realista,… son etiquetas frecuentes en la filmografía de algunos directores, que funcionan como agitadores de conciencias. Algunos ejemplos ya se han tratado en Cine y Pediatría, desde distintos puntos de vista y desde distintas latitudes, enarbolando un necesario estandarte a favor de las infancias desfavorecidas o problemáticas: el español Fernando León de Aranoa, el británico Ken Loach, el francés Bertrand Tavernier, el estadounidense Todd Solondz, el sueco Lukas Moodysson, el colombiano Victor Gabiria o toda la familia Makhmalbaf desde Irán. Y muchos más…

Aquí podríamos incluir a Jean-Pierre y Luc Dardenne, pero estos creadores huyen de esta serie de marcas, pues prefieren apelar a la sinceridad desde la neutralidad, mostrando sin juzgar y dejando ventanas y puertas abiertas para que la vida se cuele con toda su complejidad. Porque los hermanos Dardenne nos muestran personajes que en sus pulsiones y pasiones, en sus fortalezas y debilidades, son extremadamente parecidos a nosotros mismos. Personajes que viven con la eterna dicotomía entre el bien y el mal, y esa dicotomía marca su comportamiento en busca de un lugar en el mundo.
Vimos parte de ese mundo de los hermanos Dardenne en la entrada previa con Rosetta y El hijo. Hoy lo veremos con El niño y El niño de la bicicleta.

El niño (2005) es la historia de unos padres adolescentes sin trabajo y aterrados por la responsabilidad de la nueva paternidad. Sonia (Déborah François) tiene 18 años y acaba de dar a luz al hijo de su compañero Bruno (Jérémie Rennier), un joven inmaduro e inconsciente que vive del subsidio de su novia y de los pequeños robos que trama a diario en un mundo de mafias callejeras. Habituado a negociar con lo conseguido, venderá “en adopción” a su hijo recién nacido a un contrabandista por un puñado de billetes. Su arrepentimiento llegará tarde, pero aún así emprende una búsqueda desesperada por recuperar a su hijo.
El abandono de un hijo es algo habitual, pero la venta se ha convertido en algo novedoso. Cruel novedad que la prensa denomina como “venta salvaje”, en la que los bebés se convierten en moneda de cambio en trapicheos de drogas o ajustes entre delincuentes y sobre la que los hermanos Dardenne nos muestran con fría realidad. De nuevo, los Dardenne eligen a adolescentes como protagonistas de sus historias, buscando detectar en ellos el cambio y la evolución ante las dificultades que la vida presenta, estudiar su lucha por abrirse camino en un mundo que vive de espaldas a planteamientos éticos. Son seres sin pasado y sin futuro, que viven en la inmediatez que lleva consigo la falta de trabajo, la soledad y la escasa cultura. La merecida (y nada discutida) segunda Palma de Oro para estos hermanos belgas nos cuenta una historia que habla de amor (un relación entre la pareja de adolescentes que es dura y es tierna) y de paternidad, de dudas y de (falta de) responsabilidad.

El niño de la bicicleta (2011) centra su historial en Cyril (Thomas Doret) un chico de 12 años que es abandonado por su padre (Jérémie Renier), porque se siente incapaz de cargar con esta responsabilidad. Cyril, furioso e incontrolable, logra escapar del centro de acogida e intenta encontrar a su padre; en su desesperada búsqueda se encuentra con Samantha (la nueva musa del cine belga, Cécile De France), una joven peluquera que logra acogerlo en su hogar. La búsqueda de su padre lleva a Cyril a una serie de peripecias de la que saldrá madurado; en el camino, la lucha constante entre el Cyril inquieto y arisco y la Samantha fuerte y cariñosa nos creará tensiones también en nuestras conciencias.
La sencillez de la historia funciona como las tragedias griegas, con personajes arquetipos: el niño es figura de una generación que ha de crecer sin padres; la peluquera es la imagen luminosa de la humanidad generosa; el padre inmaduro representa a los padres ausentes y dimisionarios. Llena de humanismo, es un relato para una época que necesita recuperar la maternidad/paternidad y la filiación. Ser madre y padre no es un asunto biológico, es un asunto de amor que ha de fundarse en él: por eso Samantha es una verdadera madre. En una sociedad más desestructurada de lo que uno quisiera, el mundo necesita a “Samanthas” para que puedan crecer los pequeños “Cyril”.

Vemos que no es el cine de los hermanos Dardenne un espectáculo hecho para todas las retinas y todas las entrañas, pues es un cine visceral y directo no apto para todas las sensibilidades. Con estas cuatro películas que hemos presentado, los Dardenne se han propuesto fundar una “familia” cinematográfica alrededor de adolescentes que se agarran con toda el ansia posible a la vida, con la supervivencia a toda costa, con el triunfo de la vida en cada minuto, con la familia que podía ser (y no es) como telón de fondo. Y para dar forma esta idea elucubrada recurren a un elenco de actores de confianza (con Olivier Gourmet a la cabeza) y con actores adolescentes que debutan para ser personas, no personajes. Para siempre Émile Dequenne, Morgan Marinne, Jérémie Renier, Deborah François y Thomas Doret son niños actores en la memoria de Cine y Pediatría.

Lo más milagroso acerca de la obra de los hermanos Dardenne es cómo consiguen en cada una de sus películas impregnar de poesía y trascendencia unas vidas que por lo demás son patéticas y miserables. Y todo ello por la estética y la ética de su obra: la estética de un panorama de angustia vital y desolación social y la ética del dilema moral y la supervivencia. La ética descansa en la estética, porque la cámara de los Dardenne son los ojos de nuestra conciencia.