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miércoles, 17 de abril de 2024

Terapia cinematográfica (5). Prescribir películas para entender las enfermedades oncológicas


El cáncer sigue siendo, pese a los espectaculares avances en el campo de la prevención, diagnóstico y tratamiento de estas entidades, una de las principales causas de mortalidad en el mundo. Aunque hay muchos motivos para la esperanza, el diagnóstico de “cáncer” sigue provocando una de las reacciones psicológicas más duras entre personas afectadas y sus familiares. 

El cáncer es un filón para el cine, en películas de muy distinto calado: algunas películas dignas y respetuosas, llenas de valores; otras melodramáticas en busca de la lágrima fácil; algunas obras de arte y otras fácilmente olvidables. Y es así que la mirada del cine al cáncer nos devuelve arte (no siempre, pues algunas películas son de escasa calidad cinematográfica, más en la línea del sentimentalismo fácil que del sentimiento profundo), ciencia (no siempre, pues en la mayoría hay más espectáculo que rigor, donde la presencia del cáncer puede ser una mera anécdota en el guión) y, sobre todo, conciencia. 

Por tanto, el cine es una oportunidad para hablar con arte, ciencia y conciencia de la enfermedad oncológica y, sobre todo, de los pacientes con cáncer y su entorno. Una oportunidad para mejorar la relación profesional-paciente, para mejorar la humanización y para abrir el debate bioético. Y hoy nos centramos al cine relacionado con el cáncer infantojuvenil, películas que nos impactan, como espectadores, como sanitarios, como familiares o como afectados. Porque si el cáncer en un adulto conmociona, este efecto se multiplica cuando afecta a un hijo o a un nieto. Porque la realidad supera a la ficción y cada día, cientos de profesionales de la sanidad hacen una labor humana y científica sin límites en el cuidado de los niños con cáncer. Una labor que dignifica nuestra profesión y que recupera nuestra estima como pediatras. 

Y en este artículo de la serie “Terapia cinematográfica” proponemos un pequeño viaje a la oncología pediátrica a través de 7 películas argumentales. Estas películas son, por orden cronológico de estreno: 

- Planta 4ª (Antonio Mercero, 2003), para comprender el valor del “mundo amarillo” alrededor del cáncer, es decir, el valor de esas personas que apoyan con amistad y amor. 

- Cartas a Dios (Oscar et la dame rose, Eric-Emmanuel Schmitt, 2009), para interiorizar las diversas maneras de manejar el dolor de la pérdida y desmitificar el tema de la muerte. 


- Cartas al cielo (Letters to God, Patrick Doughtie, 2010), para reflexionar sobre el valor de la fe y esperanza como elementos de superación en la enfermedad. 

- Surviving Amina (Bárbara Celis, 2010), para sobrevivir al viaje en primera persona a las fases de diagnóstico y tratamiento de una enfermedad oncológica en un hijo pequeño. 

- Declaración de guerra (La guerre est déclarée, Valérie Donzelli, 2011), para transitar por el maratón emocional de las fases del duelo ante la lucha contra el cáncer de un hijo. 

- Yo soy uno entre cien mil (Penélope Cruz, 2016), para sensibilizar sobre la importancia de la investigación para luchar contra la leucemia infantil. 

Siete películas argumentales que el cine nos regala con el cáncer infantojuvenil como protagonista y que nos devuelve esas emociones y reflexiones para sobrevivir a lo que es una verdadera declaración de guerra personal, familiar, social y sanitaria.

miércoles, 23 de junio de 2021

Aproximación a la terapia CAR T


1. Definición. 

La terapia CAR T (Chimeric Antigen Receptor T-Cell o receptor de antígeno quimérico de células T) es una nueva aproximación para la cura del cáncer que utiliza el sistema inmunológico del propio paciente. Se basa en el principio de que ciertas células del sistema inmunológico, denominadas células T o linfocitos T, son capaces de identificar células anormales (como las células de cáncer) y destruirlas antes de que se multipliquen y causen la enfermedad. Según ello, la terapia CAR T toma células T de la sangre y les inserta un nuevo gen para facilitarles la tarea de combatir el cáncer: a estas nuevas células se las denomina células CAR T. El procedimiento crea millones de estas células CAR T y las infunde al cuerpo del paciente para combatir el cáncer. 

2. Tipos de terapia CAR T 

Actualmente, cuatro terapias CAR T han sido aprobadas por el FDA (US Food and Drug Administration) para el tratamiento de pacientes que sufren ciertas enfermedades: 
- Kymriah® (tisagenlecleucel) para niños y adultos jóvenes (hasta la edad de 25 años) con leucemia linfoblástica aguda de células B, adultos con linfoma difuso de células B grandes, adultos con linfoma folicular transformado. 
- Yescarta® (axicabtagene ciloleucel) para adultos con linfoma difuso de células B grandes, linfoma primario del mediastino de Células B grandes, linfoma de células B de alto grado, linfoma folicular refractario 
- Tecartus® (brexucabtagene ciloleucel) para adultos con linfoma de células de manto 
- Breyanzi® (lisocabtagene maraleucel ) para adultos adultos con linfoma de células B grandes. 

Aún se encuentra en investigación determinar si la terapia CAR T puede ayudar a pacientes con otros tipos de cáncer, como el mieloma múltiple, otros tipos de leucemia o linfoma, e incluso pacientes con algunos tumores sólidos. 

3. Fases de la terapia CART T 

La terapia CAR T consta de los siguientes ocho pasos: 1) Aféresis: recolectar las células T por leucaféresis; 2) Reprogramación celular: convertir las células T en células CAR T en un laboratorio especializado; 3) Expansión: lograr la reproducción de cientos de millones de células CAR T en el laboratorio; 4) Preparación del paciente: preparación del organismo para recibir las células CAR T, generalmente con quimioterapia; 5) Infusión: infusión de las células T en el organismo; 6) Ataque de las células: las células CART ataca las células cancerosas y empieza la erradicación de las mismas; 7) Monitorización: entre un 30 y un 40% de los pacientes tratados pueden padecer efectos adversos y en algunos casos son graves; 8) Seguimiento y resultados: que comienza después del momento de infusión de las células CAR T. 

La terapia CAR T suele precisar de 4 a 8 semanas desde el momento de la recolección de las células T hasta el seguimiento. En el seguimiento post terapia CAR T cabe advertir que aparecerá cansancio, pérdida de apetito, somnolencia, confusión y problemas temporales de coordinación y memoria. Y cabe tener en cuenta los principales efectos secundarios de la terapia CAR T: el síndrome de liberación de citoquinas y neurotoxicidad. 

4. Objetivos de la terapia CART T 

Aunque nadie pueda predecir con certeza si la terapia CAR T lo curará del cáncer, ciertamente ha ayudado a muchos pacientes. Y por ello, en la terapia CAR T caben distintas posibilidades, de más a menos: puede llevar el cáncer a un estado de remisión total por muchos meses o años, dejarlo en un estado de remisión por un corto período de tiempo antes que la enfermedad regrese, dejarlo en estado de remisión parcial o, también, no lograr para nada un estado de remisión. De hecho, en algunos casos la terapia CAR T puede ser usada como un “puente” hacia otros tratamientos, como un trasplante de células madre, para reducir la cantidad de la enfermedad en su organismo. 

5. Centros que aplican terapia CART T en España 

Según el Ministerio de Sanidad, estos son los centros actuales: Complejo Asistencial de Salamanca, Hospital Clinic de Barcelona, Hospital Clínico Universitario de Valencia, Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, Hospital Universitario Gregorio Marañón, Hospital Universitario i Politècnic La Fe, Hospital Universitario Virgen del Rocío de Sevilla, Hospital Vall d’Hebrón de Barcelona, Hospital del Niño Jesús de Madrid, Hospital Sant Joan de Deu de Barcelona, ICO Hospital Duran i Reynals en Hospitalet de Llobregat, ICO Hospital Germans Trias i Pujol en Badalona, Hospital Universitario La Paz en Madrid. Y con carácter excepcional el Hospital Universitario de Gran Canaria Dr Negrín. 

6. Experiencia terapia CART T en Pediatría en España 

El CAR-T 19 es un tratamiento basado en la utilización de las propias células del paciente para destruir las células leucémicas. Se trata de un nuevo paradigma de terapia que permite la personalización del tratamiento contra la leucemia linfoblástica aguda (LLA), el tipo de cáncer más común entre los niños que afecta a 4 por cada 100.000 en nuestro país. 

La terapia de células CAR-T, tal como hemos descrito previamente, consiste en extraer linfocitos T del paciente mediante aféresis; estos son modificados posteriormente para que reconozcan y ataquen las células tumorales, y se vuelven a transferir al cuerpo del paciente para que, tras ser reprogramados, puedan reconocer, atacar y destruir las células cancerosas. En las leucemias se producen por una alteración o malignización de los linfocitos B, tienen en común que expresan una proteína o antígeno en su superficie llamada CD-19. Cuando se produce un cáncer, los linfocitos no pueden reconocer el antígeno y, por tanto, no pueden atacar ni frenar la replicación de células cancerosas. Gracias a la ingeniería genética es posible reprogramar los linfocitos e introducir información génica para que estas células expresen en su superficie el receptor quimérico o CAR-T que reconocerá al antígeno tumoral (CD19), lo reconocerá y destruirá las células malignas. 

Actualmente esta terapia está indicada para pacientes pediátricos y adultos jóvenes de hasta 25 años con leucemia linfoblástica aguda (LLA) de células B refractaria que tienen mal pronóstico. El tratamiento CAR-T 19 está indicado para los pacientes de leucemia que han sufrido al menos una recaída tras un trasplante o una segunda o tercera recaída con otras terapias. Se trata, generalmente, de pacientes que no responden al tratamiento y que no tienen opciones curativas con los tratamientos convencionales (quimioterapia y trasplante de médula ósea). 

Porque el futuro es ya presente…, aunque reste mucho por avanzar.

sábado, 8 de diciembre de 2018

Cine y Pediatría (465) “El veredicto”, la ley del menor


Ian McEwan es uno de los grandes escritores ingleses actuales. Y sus novelas han alimentado al cine contemporáneo, con muchas películas homónimas a sus novelas. Todo comenzó con “Last Day of Summer” fue el germen de Last Day of Summer (Vlad Yudin, 1984), y a la que siguieron “The Cement Garden” en El jardín de cemento (Andrew Birkin, 1993), “The Comfort of Strangers” en El placer del viajero (Paul Schrader, 1990), “The Innocent” en El inocente (John Schlesinger, 1993), “Solid Geometry” en Solid Geometry (Denis Lawson, 2002), “Enduring Love” en Amor perdurable (Roger Michell, 2004), “Atonement” en Expiación (Joe Wright, 2007) y “On Chesil Beach” transformada En la playa de Chesil (Dominic Cooke, 2017). Y la última ha sido su novela “The Children Act”, publicada en el año 2014 y que acaba de estrenarse bajo el título de El veredicto (La ley del menor), dirigida en el año 2017 por Richard Eyre. 

Es Richard Eyre un director británico todoterreno, que ha dirigido no solo en el cine, sino también en televisión, teatro y ópera. Y que sabe sacar a sus actores y actrices, principalmente a éstas, lo mejor de sí: ya lo hizo con Kate Winslet y Judi Dench en Iris (2001) y con Judi Dench y Cate Blanchett en Diario de un escándalo (2006). Y ahora lo vuelve a hacer con Emma Thompson con El veredicto, en un papel memorable, de esos que huelen a Oscar. Y es que hablar de Emma Thompson es hablar de una de las mejores actrices británicas, multigalardonada en los premios Emmy, Globo de Oro, BAFTA y Óscar (ganadora a la Mejor actriz en 1992 por Regreso a Howards Ends de James Ivory y en 1995 por Sentido y sensibilidad de Ang Lee, y finalista en 1993 tanto como Mejor actriz por Lo que queda del día de James Ivory como a Mejor actriz de reparto por En el nombre del padre de Jim Sheridan). Pero también queremos destacar en ella una película filmada para la televisión, en la que realizó un papel soberbio, pero en la que se implicó también escribiendo el guión mano a mano con su director, Mike Nichols: hablamos de una película del año 2001 muy de Cine y Pediatría titulada Amar la vida (Wit en su versión original), y con grandes enseñanzas para el mundo de medicina. 

Pues bien, de la combinación de un escritor como Ian McEwan (que tirando de galones también firma en solitario el guión), un director como Richard Eyre y una actriz estratosférica como Emma Thompson nace El veredicto, una obra entre el cine, la televisión, el teatro y la ópera, esa especial relación entre una jueza y un adolescente, con esta sinopsis (y con un tratamiento muy británico). Fiona Maye (Emma Thompson) es una prestigiosa jueza del Tribunal Superior de Londres especializada en derechos familiares que atraviesa por una grave crisis con su marido Jack (Stanley Tucci) ya en la década de sus sesenta años. Cuando llega a sus manos el caso de Adan (Fionn Whitehead), un adolescente con leucemia que se niega a hacerse una transfusión al ser Testigo de Jehová, Fiona descubrirá sentimientos ocultos que desconocía y luchará para que Adan entre en razón y sobreviva. 

Recordemos que la película procede de la novela “The Children Act”. Y recordamos que The Children Act (La Ley de menores) fue enunciada en el Reino Unido en 1989 para asignar deberes a las autoridades locales, los tribunales, los padres y otras agencias en el país, para garantizar que los niños estén protegidos y se promueva su bienestar: “Cuando un tribunal determina cualquier cuestión con respecto a… la educación de un niño… el bienestar del niño será la consideración primordial del tribunal”

Fiona Maye (a la que todos llaman Su Señoría) vive una vida acomodada gozando de un buen estatus social en Londres, prestigiosa jueza en las más altas instancias, amante de la buena música (incluso se atreve con el piano y con el canto) y de las obras de arte, ha conseguido llegar allí con un doble sacrificio: por un lado, el coste maternal (ha sacrificado la oportunidad de ser madre en favor de su carrera) y, por otro, el coste afectivo (ha descuidado su relación matrimonial). Y ella, que es capaz de dar lo mejor de sí en su profesión (la película arranca con el caso de unos siameses toracópagos y ella acaba diciendo: “El tribunal es de justicia, no de moral”), no es capaz de salvar su matrimonio a la deriva. Y por ello nos dice: “Tengo miedo, tengo miedo de mí”, ahogada entre el trabajo y el fracaso familiar. Y ante ello, aún busca más la estabilidad en el refugio de su estrado. Mujer brillante, tiene que decidir sobre cuestiones éticas y morales que implican algo más que la aplicación de la ley. Y ahí es donde aparece un nuevo caso… el del joven Adam.

Porque por razones religiosas los padres de Adam (que es menor de 18 años) niegan la transfusión que precisa su hijo, poniendo en grave peligro la vida del joven: la hemoglobina ha descendido de 12,5 g/dl a 4,5 g/dl, con síntomas de debilidad y disnea. Es más, si no recibe esa transfusión morirá. Pero en esos padres pesan más las palabras del predicador del Salón del Reino: “El alma, la vida están en la sangre. Y no es nuestra, es de Dios”. Y para los padres es una prueba de fe, para ellos mezclar la sangre es polución o contaminación, según lo han interpretado del Génesis y del Levítico, aunque se les recuerda que esa decisión adoptada por los Testigos de Jehová procede de 1945, no de la época de las Sagradas Escrituras.

En esta tesitura, Fiona tiene el poder de decidir sobre la vida de Adam y, ante tal disyuntiva, opta por tomar una decisión nada habitual y poco ortodoxa: decide trasladarse al hospital para charlar con el joven y ver si es consciente de la situación en la que se encuentra. Allí lo que se encuentra es a un joven apolíneo muy maduro para su edad. Pero está confundido y tras la charla con Fiona, todavía más empecinado en la idea: “Yo soy yo, no soy mis padres… Estoy listo para morir”. Pero al final le convence a que acepte recibir la transfusión, y es entonces cuando Adam queda extrañamente anclado a Fiona: “La religión de mis padres era un veneno y usted fue el antídoto”.

El encuentro de Fiona y Adam en el hospital (y los siguientes) es el encuentro entre el amor y la creencia, es un encuentro que otro juez define así: “Pobre chico, ha perdido a Jehová y se obsesionado contigo”. Porque es como si la transfusión de sangre que necesita el joven Adam se convirtiera en otra metáfora: es la sangre que le da la vida, pero lo que realmente se la da es el amor. Y cuándo Fiona le pregunta, ante esa persecución, qué es lo que quiere, el joven le contesta: “Darle las gracias por salvarme la vida y salvarme de mi religión… Me gustaría vivir con usted”.

Y por ello El veredicto es una película muy seductora, porque nos hace lidiar con la ética, la moral y el amor, un amor imposible. Y es entonces cuando Adam recae de su enfermedad, pero ahora ya ha cumplido 18 años, ya no se aplica la ley del menor, y es cuando decide dejarse morir. Y Fiona le recuerda al final entre sollozos: “Era solo un chico, un chico encantador”.

Y es así como El veredicto se convierte en una buena película para recordar que en nuestra profesión médica es relativamente frecuente, y por muy diversos motivos, tener que recurrir a la justicia. Y que no siempre es fácil discernir en la toma de decisiones bioéticas cuando nos enfrentamos a la mayoría de edad, a la mayoría de edad sanitaria y al menor maduro.

 

sábado, 26 de mayo de 2018

Cine y Pediatría (437). “Soy Unoentrecienmil” y reclamo investigación frente a la leucemia infantil


Penélope Cruz se ha asomado en dos ocasiones ya a Cine y Pediatría, con las películas Volver a nacer (Sergio Castellito, 2012) y con ma ma (Julio Medem, 2016) En ambas con dos interpretaciones principales muy duras, con dos guerras de trasfondo: en la primera, la Guerra de los Balcanes, y en la segunda la guerra frente al cáncer de mama. Y hoy vuelve Penélope Cruz pero como directora, con lo que es su estreno en este rol, y lo hace con una película del año 2016, Soy Unoentrecienmil, un documental de tan solo 41 minutos y cuyos beneficios serán para la Fundación Unoentrecienmil para colaborar en la lucha contra la leucemia infantil. Una película que queda en familia, porque Penélope Cruz también es la guionista y su hermano Eduardo Cruz el responsable de la música. 

Y en la web de la Fundación Unoentrecienmil se explica qué es la leucemia, el tipo más común de cáncer en niños, un cáncer donde la médula ósea produce glóbulos blancos anormales. Y estas células reemplazan a las células sanguíneas sanas y dificultan que la sangre cumpla su función. Porque el cáncer infantil es considerado, en general, una enfermedad rara: entre el 1% y el 3% de todos los casos de cáncer afectan a los niños. En España, alrededor de 1.200 niños son diagnosticados de cáncer cada año y aproximadamente la mitad de estos sufren una leucemia o un linfoma. De estos casos, aproximadamente el 80% se cura (dependiendo del tipo de leucemia), lo que también quiere decir (y eso es lo duro de la estadística) que aproximadamente el 20% no sale adelante. 

Continúa la explicación de la Fundación exponiendo que, a pesar del progreso, todavía muchos niños con cáncer mueren y la innovación en nuevas terapias seguras y efectivas es insuficiente. Además, existe inequidad en el acceso a estos nuevos tratamientos entre los diferentes países. Y por eso en la Fundación Unoentrecienmil se dedica todo el esfuerzo a la investigación, siendo la única fundación en España que dedica el 100% de sus beneficios a proyectos que investiguen la leucemia infantil. Porque investigar, es avanzar. 

Son varias las películas ya expuestas en Cine y Pediatría que tienen la leucemia infantil como protagonista, como Cartas a Dios (Éric-Emmanuel Schmitt, 2009), La decisión de Anne (Nick Cassavetes, 2009), Surviving Amina (Bárbara Celis, 2010), Vivir para siempre (Gustavo Ron, 2010), Maktub (Paco Arango, 2011), Alabama Monroe (Felix Van Groeningen, 2012), Magical Girl (Carlos Vermut, 2014) o Yo, él y Raquel (Alfonso Gómez-Rejón, 2015).

Y ahora Penélope Cruz, junto a la Fundación Unoentrecienmil y Viceroy, nos ofrecen una fotografía de la realidad de esta enfermedad, cómo afecta a las vidas de los niños que la padecen, sus hermanos, su familia, su entorno. La directora nos propone este viaje alrededor de una mesa, una comida donde padres de niños que han padecido esta enfermedad comparten sus vivencias. Y durante los pocos minutos de metraje van surgiendo las historias de niños y niñas con leucemias, y por la pantalla vemos a Alba, Álvaro, Ángel, Eva, Guzmán, Hugo, Isabel, Lucas, Mateo, Miguel, Oscar, Quique y Sergio. Y en las conversaciones se cruzan los temas esenciales en este periplo de vida, de enfermedad y, a veces, de muerte: el dolor del diagnóstico, la soledad del aislamiento, la falta de investigación (con el valor de la ayuda con fondos económicos), la posibilidad del trasplante de médula ósea (con la búsqueda de donantes y la concienciación social), la importancia de atender a los hermanos (con el síndrome del hermano abandonado), la recaída (esa terrible palabra que nunca se quiere oír por nadie) y la muerte (no frecuente, pero no excepcional en esta enfermedad).

Opiniones sinceras de los niños y adolescentes protagonistas, opiniones a flor de piel de sus padres. Cuando estos pequeños pacientes se convierte en maestros de sus padres y familias (“Es que he aprendido a notar el viento… Mi mejor mayor maestro ha sido mi hijo”), verdaderos héroes, ejemplos de vida. Y los pacientes con leucemia reflexionan tan pronto sobre la vida (“De mayor quiero ser policía, bombero… y curar a la gente”) y la enfermedad (“Muchas veces me acostaba diciendo, ¿qué va a pasar?... Tenía miedo a morir porque solo tenía 4 años y no sé por qué me pasa esto a mí”). Y los padres abren su dolorido corazón (“No tengo fuerza. Estoy herida de muerte para toda la vida”) y buscan aliento para seguir adelante (“Una de mis frases favoritas, es muy profunda, no es de un filósofo, es de Kunfu Panda, de la película de Disney, que le dice el maestro tortuga: El pasado es historia, el futuro es una incógnita y hoy es un regalo y por eso se le llama presente”).

Porque Soy Unoentrecienmil tiene como objetivo principal, al igual que la Fundación con el mismo nombre, la sensibilización sobre la importancia de la investigación para acabar con la enfermedad. Niños y adolescentes con leucemia, familiares, sanitarios e investigadores (enfermeras y oncólogos de tres hospitales de Madrid: Hospital Infantil La Paz, Hospital Niño Jesús y Hospital Sanitas La Moraleja) nos demuestran que con muy poco de muchos podría cambiarse el mundo.

Y en los créditos finales: “Gracias a Viceroy por hacer posible este documental y por apoyar la fundación estos últimos años con su pulsera solidaria “unoentrecienmil”. Y de ahí el mensaje final: “La leucemia infantil es un enemigo demasiado fuerte para uno, pero no para cien mil”.

 

sábado, 14 de abril de 2018

Cine y Pediatría (431). El "Mundo pequeño" puede ser muy grande


"Bueno, soy Albert Casals. Tengo 20 años. Viajo por todo el mundo desde los 15. Francia, Inglaterra, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Italia, Grecia, Bosnia, Serbia, Croacia, Rumanía, Hungría, Dinamarca, Emiratos Árabes, Tailandia, Malasia, Singapur, Japón, Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Bolivia, Argentina, Panamá, Estados Unidos, Marruecos, Mauritania, Senegal, Gambia, Guinea-Bissau... Creo que me he dejado alguno, pero básicamente... ¡ Ya tenemos unos cuantos !" 

Con esta presentación en voz en off comienza una película muy especial sobre un chico viajero, pero que viaja en silla de ruedas, sin dinero, sin equipaje, sin acompañantes. Y que en esta película documental se enfrenta a un nuevo reto: ir a las antípodas de Barcelona, su ciudad natal, y esta vez junto a su novia Anna, con quien emprenderá una odisea hasta llegar a Nueva Zelanda, al faro de East Cape, el lugar más recóndito de la Tierra. La película lleva por título Mundo pequeño (Marcel Barrena, 2012) y durante 83 minutos viviremos esta alucinante aventura de superación, optimismo, resiliencia, valentía y visión positiva de la vida. Una película que es producto de un complicado montaje en el que alternan las pocas grabaciones del equipo técnico con las grabaciones de los dos chicos durante su viaje con su Handycam HD, desde los vídeos caseros de su infancia y el proceso de su enfermedad a las entrevistas a personas allegadas a su entorno familiar y social (sus padres y abuela, los padres y amigas de Anna, su fisioterapeuta,... quienes nos relatan su compleja vida). Pero también imágenes de dibujos animados para ir explicando el viaje por los distintos países y diferentes destinos. 

Albert está parapléjico y a lo largo de la historia descubrimos la causa. A los 5 años enferma y lo que comenzó siendo una mononucleosis, finalizó con el diagnóstico de leucemia. Pero la quimioterapia aplicada para combatir esta enfermedad linfoproliferativa le provocó efectos secundarios, concretamente la vincristina le desencadeno una complicación excepcional: un síndrome de Guillain-Barré que al afectar la inervación de las piernas le dejó parapléjico de forma progresiva, hasta acabar en silla de ruedas. Ante esta adversidad sus padres le educaron para salir adelante por sí solo e incluso le enseñaron a viajar. Algo que al ver la película entendemos que fue una enseñanza que aprendió muy bien. 

Un viaje alucinante en silla de ruedas, sin dinero, contando con la buena voluntad de las personas. Un arriesgado film que sigue el rastro, a modo de crónica, de este joven y su chica en su odisea particular, recogiendo sus propias reflexiones, su propia filosofía de vida (una filosofía optimista, viviendo cada momento según lema: "Debemos hacer solo lo que nos haga felices") y su valiente forma de encarar los problemas que la existencia le pone en su camino. Una película que ha logrado cautivar a la crítica internacional con su mensaje netamente positivo de cómo superar la adversidad, de cómo tragarse el dolor y seguir adelante, de cómo vencer las adversidades (incluida una complicación asmática con insuficiencia respiratoria que casi le cuesta la vida a Albert, pero de la que logró recuperarse y decidió continuar el viaje). Un chico que ha acabado grabando en su piel cuatro tatuajes: "Son los que quería. Felicidad, libertad, amor y buena suerte"

Porque nada fue fácil en esta aventura, como podemos imaginar. Y a mitad de viaje Anna no lo soporta y regresa a Barcelona. Pero al cabo de unas semanas vuelve para reencontrarse con Albert y llegar al final juntos. Y lo consiguen, pudiendo contar su aventura a la persona que encuentran en el punto más lejano de su casa: "Hola Soy Albert y ella es Anna, y somos de España, de Barcelona. Hemos hecho todo el viaje por carretera, sin dinero desde España a Nueva Zelanda. Haciendo autostop. Y este es el lugar que está más lejos de nuestra casa. Tu casa está justo al otro lado del mundo. Hemos pasado por muchos países: Francia, Italia, Eslovenia, Bulgaria, Rumanía, Turquía, Georgia, Azerbaiyán, Kazakstan, China, Laos, Tailandia, Malasia, Indonesia, Australia... y ahora aquí".

Y al final, el último posit de la película, el que nos dibuja la dimensión de su aventura: "East Cape Ligthouse. Día 200, Km: 30.000". Y tras todo ese tiempo y esa distancia, tras atravesar 17 países sin más recursos que su silla de ruedas llega un final tan espectacular como su aventura, con los dos chicos de espalda sentados en el faro, en el punto más alejado de su casa, esperando el amanecer. Y las palabras siempre positivas de Albert: "Somos las primeras personas del mundo en ver salir el sol hoy". Y la pregunta de Anna: ¿"Y ahora donde vamos?". 

Albert Casals es especialmente conocido a Cataluña a raíz de la publicación de dos libros de viajes: "El món sobre rodes" (2009) y "Sense Fronteres" (2011). En estos libros y en la película Mundo pequeño (Món Petit en su título original en catalán) nos propone mirar al mundo con los ojos de un niño que estuvo a punto de morir y ahora celebra la vida a cada respiración, viviéndola como una aventura infinita sin obstáculos posibles. 

Porque Mundo pequeño nos muestra lo grande de una aventura al exterior viajando al interior de unos personajes únicos. Porque único es Albert y su novia Anna, pero no se quedan a la zaga sus padres y abuela, verdaderos ejemplo de ese dicho del periodista Hodding Carter: "Sólo dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas". Y la narrativa de la película intenta encontrar el equilibro entre la aventura del reto y la profundización en el protagonista. De forma que, en paralelo al seguimiento del viaje imposible de Albert y su novia Anna, el espectador fuese conociendo qué había detrás del personaje: la enfermedad sufrida, la educación recibida, una infancia compleja y una filosofía propia. Porque en este mundo tan pequeños, existen personas muy grandes. 

Y como Albert nos dice: "Se trata de pensar lo que quieres hacer realmente, y hacerlo. Si es viajar, viaja. Y si no, pues no viajes. La vida en verdad es simple". Una aventura física con 4 ruedas, 20 euros, 200 días y 30.000 kilómetros. Una aventura emocional aún mayor. Y por eso el mundo pequeño puede ser muy grande.

sábado, 21 de enero de 2017

Cine y Pediatría (367). "Alabama Monroe", cuando el círculo del amor se rompe y nos tatúa el corazón


"Es una de las películas que más me ha impresionado en los últimos años. Por su trama, sus personajes, su fotografía, su música...".  Con estas palabras me aconsejó una película Álvaro, un joven residente de Pediatría. Y certifico todas y cada una de sus palabras en esta película que es la epopeya de un triángulo familiar y un círculo de amor que se rompe. Y todo ello bajo los acordes de banjos, guitarras, mandolinas, contrabajos y violines para llenar de buena música de bluegrass una película especial. Solo cuerdas... y voz, totalmente acústico. Solo emoción que nos tatúa el corazón, sentimiento a flor de piel. Algo así siento que es esta imprescindible película belga, Alabama Monroe (Felix Van Groeningen, 2012) y cuyo subtítulo nos marca el camino a seguir: The Broken Circle Breakdown

Todo comienza con una canción country y esta letra: "¿Volverá a cerrarse el círculo tarde o temprano, Señor, tarde o temprano? ¿Nos espera un hogar mejor en el cielo, Señor, en el cielo? En el cielo, Señor, en el cielo". Y tras finalizar la canción, unos padres se enfrentan al diagnóstico no esperado (nunca es esperado) de un cáncer de su única hija. Y luego la historia retrocede 7 años... Y a partir de ahí continuas idas hacia el pasado y regresos al presente, desde el encuentro y noviazgo de los padres hasta su vivencia actual como padres. Una historia basada en la obra teatral “The Broken Circle Breakdown Featuring, the Cover Ups of Alabama” escrita por Mieke Dobbels y Johan Heldenbergh, este último protagonista de la película y también partícipe en la música, con una banda sonora magistral gracias al genio de Bjorn Eriksson, verdadero homenaje al bluegrass, estilo musical incluido en el country durante la primera mitad del siglo XX, y que tiene sus raíces últimas en la música tradicional de Inglaterra, Irlanda y Escocia, llevada por los inmigrantes de las Islas Británicas a la región de los Apalaches (llamada "Bluegrass region", que incluye el norte del estado de Kentucky y sur del estado de Ohio), aunque sufrió también influencias de estilos musicales afroamericanos, principalmente el jazz y el blues. 

Un triángulo familiar formado por sus tres miembros. Didier, el padre (Johan Heldenbergh), un músico dedicado al country, un vaquero belga amante de los Estados Unidos, es ateo y un ingenuo romántico y soñador. Elise, la madre (Veerle Baetens), regenta una tienda de tatuajes y todo lo importante de su vida, incluida sus parejas, tienen cabida en los tatuajes de su piel, es sensual y tiene los pies en la tierra. Maybelle, la hija (Nell Cattrysse), una preciosa niña que llega para dar más luz a una vida familiar en el campo, pero que a los 6 años se le diagnostica leucemia. Porque todo era perfecto entre Elise y Didier, compartían el amor y el trabajo, ambos miembros de la banda de bluegrass, pero todo cambia con el diagnóstico de la enfermedad neoplásica en la pequeña. Y la vida se convierte en canción, así como esta historia se mezcla con las diferentes canciones country llenas de sentido y sensibilidad. 

Una rápida e inteligente secuencia de imágenes nos pasea en un par de minutos por las fases del tratamiento de un cáncer infantil. La lucha continua para llegar a esa frase del oncólogo pediatra que no queremos oír: "La quimio no funciona. La médula ósea no responde. Vuelve a producir glóbulos blancos anormales. No es una buena noticia. Pero ya lo dijimos, no nos rendiremos. Pasaremos a la siguiente fase del tratamiento, un trasplante de células madre. Primero destruiremos su propia médula ósea con más quimioterapia y radioterapia. Luego la sustituiremos con células madre de un donante, un pariente cercano a Maybelle. Pero los padres no sirven como donantes"

Y en zigzag recomponemos la tragedia, con una historia que es un verdadero rompecabezas, con flasbacks y flashforwards. Desde que la niña presenta los primeros síntomas (dice que está cansada y los padres piensan que quizás duerme poco; aprecian sangrado en las encías, aunque es posible que se cepille muy fuerte los dientes; aprecian morados en los brazos) hasta su fallecimiento. Y a partir de ahí la autodestrucción de los padres, la búsqueda del culpable, sin pudor, sin perdón, sin compasión... Intentan borrar las huellas de la niña, pero no es suficiente con tirar los muebles de su habitación y sus juguetes, o con quitar los dibujos de las paredes. 

Finalmente llega la separación. "Ya no me llamo Elise. He cambiado de nombre. Me llamo Alabama... Sí, me he cambiado el nombre. Los indios lo hacen cuando sienten que empieza una nueva fase en su vida". Y a él le pone el nombre de Monroe, guiño inequívoco a Bill Monroe, considerado el padre del bluegrass, esa música que forma parte íntegra de la historia y es la unión intrínseca entre todos los temas a los que nos enfrenta la película: el amor, el nacimiento, la vida, la enfermedad, la muerte, la maternidad, la paternidad, la búsqueda del consuelo y del perdón. La música también es lo que une a la pareja y la que les separa. Y la escena y canción "I need you" es emblemática cuando su letra nos dice: "Si tú me necesitases acudiría a ti. Cruzaría el mar a nado para aliviar tu dolor...". Y tras la emotividad de esta música, una de las escenas más fuertes de dolor, de dolor y renegar de todo, donde la fe no es consuelo y se busca al Dios como culpable. Y la declaración ya en el camerino de Elisa/Alabama a Didier/Monroe: "Si me apetece creer que Maybelle es una estrella en el cielo, lo haré. Si me apetece creer que es un pájaro en el alfeizar, una mariposa en mi hombro o una maldita rana, lo haré". 

Y el cénit del dolor lleva a Elise/Alabama al suicido. Y la desconexión final en el hospital, bajo el sonido de toda banda... y su música country, con Didier/Monroe cantando bajo la pérdida primero de su hija y luego de su mujer. Y en la hilaridad de la música apreciamos que en el monitor se apaga su frecuencia cardíaca, hasta llegar a la última imagen: la de su último tatuaje. Y con un nombre: Alabama Monroe. 

Porque el amor puede con el destino, pero a veces no. Porque el camino para superar el dolor e intentar recomenzar cual ave Fénix no siempre se consigue. De ello nos habla y nos canta Alabama Monroe, un regalo para amantes del cine y de la música, una película que se nos queda tatuada también en la piel. Una película imprescindible si te gusta el arte y la historias de vida a flor de piel. No aconsejable si solo buscas entretenimiento. Pura fusión de cine y música, película prototipo de armonía de lo sonoro y lo visual.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Cine y Pediatría (307). “Yo, él y Raquel”, con el mejor sabor “indie”


Festivales de cine los hay en casi todos los países que se precien... y varios. En el mundo brilla el Festival de Cine de Hollywood y los Premios de la Academia (más conocidos como Premios Oscar). La Federación Internacional de Asociaciones de Productores de Cine (FIAPF) regula los festivales, y a los de máxima categoría los denomina como de Clase A. Festivales de Clase A en el mundo son los siguientes (que, además, se deben organizar en fechas diferentes): en febrero el Festival de Berlín, en mayo el Festival de Cannes, en junio el Festival de Shangai, en junio el Festival de Moscú, en agosto el Festival de Locarno, en agosto-septiembre el Festival de Montreal, en agosto-septiembre el Festival de Venecia, en septiembre el Festival de San Sebastián, en noviembre el Festival de Mar del Plata, y alguno más (Festival de Karlovy Vary, de Varsovia, de Tokio, de Goa y de El Cairo). 

Un lugar importante lo ocupa, desde hace años, el llamado cine independiente (o "indie"). Las películas del cine independiente no están producidas por las grandes industrias cinematográficas y generalmente cuentan con un bajo presupuesto para su realización. También se diferencia del cine más comercial en que los temas que abordan suelen ser más sociales, como la manipulación política, la decadencia de la sociedad, la soledad, la drogadicción, la homosexualidad, la prostitución o la frustración, entre otros. Muchos directores actuales de renombre comenzaron dentro del cine independiente, y sirva de ejemplo Quentin Tarantino, Christopher Nolan, Clint Eastwood, Martin Scorsese, Woody Allen, Terry Gilliam, Kevin Smith, Takeshi Kitano o los hermanos Coen. Aunque el festival de cine independiente más conocido en el mundo es Sundance, asociado a la ciudad de Salt Lake City y a la figura de Robert Redford, Europa es el continente que más involucrado está en este tipo de cine y es por eso que cuenta con un gran número de festivales bajo esta tipología, aunque solo citemos los diez con mayor renombre: RIFF Festival en Italia, Aarhus Independent Pixels en Dinamarca, Independent Days Filmfestival en Alemania, Festival Internacional de Cine Policiaco de Beaune en Francia, International Short Film Festival Nijmegen en Países Bajos, London LGBT Film Festival en Reino Unido, Docville en Bélgica, Independent Film Competition OKFA en Polonia, Dingle International Film Festival en Irlanda y Festival Internacional de Cine de Gijón en España. 

En España, y dependiendo de los años, se han llegado a contabilizar entre 40 y 80 festivales de cine. Pero solo una ciudad brilla con luz propia avalando el cine independiente: Gijón, capital de la Costa Verde. Los orígenes del Festival de Cine de Gijón se remontan a 1963, y nació como un Certamen de Cine–TV infantil. Por aquel entonces, ya existían en España otros festivales dedicados al cine como el Festival de Cine de San Sebastián. Y no fue hasta 1986 cuando pasó a llamarse oficialmente como en la actualidad lo conocemos. El festival está dividido en varias secciones que, con el paso de los años, se han ido ampliando. Y así es como hoy, sábado 28 de noviembre, se clausura el 53 Festival Internacional de Cine de Gijón (FICX) y, cosas del destino, allí estuvo presente como invitado de honor Cine y Pediatría, recordando con ello los orígenes de este prestigioso y decano encuentro de los amantes del séptimo arte. 

Y en homenaje a esta semana mágica, gracias a la invitación de su director (Nacho Carballo), de nuestra hada madrina (Aída Gaitero), de nuestro amigo cicerone (Fernando Comas, quien en nombre de la Asociación Nacional de Informadores de la Salud ha hecho posible que "las metas sean sueños con fecha de entrega"), de nuestro amigo filósofo (Pablo Huerga) y de nuestro amigo pediatra (Venancio Martínez), y tantos otros, en homenaje a ellos hoy compartimos una reciente película de cine independiente, una delicia con sabor a buen gusto, a buen cine "indie" (para algunos "indiewood", por encontrarse a medio camino con el mainstream), y que en algunos medios alguien ha bautizado como el nuevo “Love Story de la generación hipster”. 

Hoy hablamos de Yo, él y Raquel (en inglés , "Me and Earl and the Dying Girl", un título más descriptivo), película del año 2015 dirigida por Alfonso Gómez-Rejón y que ganó el Premio del Público en Sundance, un director mexicano afincado en Texas a tener en cuenta (quien ha trabajado como ayudante de dirección de Alejandro González Iñárritu o de Martin Scorsese). Una película que siendo diferente, puede ser una mezcla amable e inteligente de tres películas bien conocidas como Restless (Gus van Sant, 2011), Las ventajas de ser un marginado (Stephen Chbosky, 2012) y Bajo la misma estrella (Josh Boone, 2014). 

Greg Gaines (Thomas Mann) es un estudiante algo torpe que lo único que quiere es pasar desapercibido a toda costa en su último año de instituto. Evita las relaciones sociales como la peste y prefiero pasar el tiempo rehaciendo versiones extravagantes de películas clásicas con su único amigo, Earl (Ronald J. Cyler), con guiños a La naranja mecánica de Kubrick o a Cowboy de medianoche de John Schlesinger. Su madre, con toda la buena intención del mundo, interviene y obliga a Greg a que se haga amigo de Rachel (Olivia Cook), una compañera de clase a la que le han diagnosticado leucemia. Y lo que en principio es una desagradable imposición, se torna casi sin querer en una nueva forma de vida, y es así como Rachel otorga sentido a la monótona existencia de Greg, parcialmente redimida solo por sus aficiones cinéfilas y su friqui amigo. Greg, Earl y Rachel acaban por hacerse inseparables, pero cuando la enfermedad de Rachel se complica, el mundo que había construido Greg se tambalea y nada vuelve a ser como antes. 

El buen sabor de boca de Yo, él y Rachel no es por lo que cuenta (sobre el cáncer en la infancia y adolescencia ya hemos realizado un monográfico en Cine y Pediatría), sino por cómo lo cuenta, como consigue encontrar su identidad propia para convertirse en una obra encantadora, divertida y emocionante, para transformarse en una pequeña gran película. Varios son los factores: el guión de Jesse Andrews, quien adapta su propia novela para la ocasión, el trabajo del trío actoral, la puesta en escena experimental al estilo del mejor Wes Anderson (recordar, por ejemplo, su Moonrise Kingdom) o la excelente utilización que hace de varias canciones de diferentes etapas de Brian Eno (el que fuera miembro del mítico grupo Roxy Music y quien, sirva de anécdota, incluso pusiera música de entrada a la versión Wimdows 95 de Microsoft), de la más pop a la más ambient, que funcionan de manera ejemplar en las escenas en las que son empleadas.

"Tenéis que entender lo que pasa cuando alguien te toca tanto. Te deja noqueado..." Eso dice nuestro Greg de su Rachel. Y eso digo hoy yo del FICX. Gracias por esta experiencia.

 

sábado, 21 de febrero de 2015

Cine y Pediatría (267). “Magical Girl”, amor paterno-filial más allá del manga


Se conoce como “magical girl” a un estilo de animación japonés (también como anime o manga) que tiene como tema principal niñas o chicas que tienen algún objeto mágico o algún poder especial, niña mágicas que tienen la obligación de salvar el mundo y combatir frente a criaturas malignas (generalmente venidas de otro mundo o universo), al mismo tiempo que viven los problemas propios de su edad tales como la escuela o los chicos. Generalmente están acompañadas por pequeñas mascotas parlantes y visten elaborados trajes que suelen llevar cuando utilizan sus poderes mágicos.

Pues basándose en este concepto nace el título de la segunda película de Carlos Vermut, una película muy especial y que viene avalada ya por distintos premios en el Festival de San Sebastián (Concha de Oro a Mejor película y Concha de Plata a Mejor director), en los recientes Premios Feroz (Mejor actor, actriz y guión) y en los decanos Premios Goya (5 nominaciones y conseguido el Premio de Mejor actriz para Bárbara Lennie). Sorprendente drama que mezcla manga, copla y cine neo noir, donde convergen los más misteriosos rincones de la vida y del alma, en esta enigmática película, Magical Girl (2014), una película solemnemente rodada, portentosamente narrada y sólidamente interpretada. Ahora sí, tampoco nadie dijo que fuera fácil de ver ni de entender. 

Porque Carlos Vermut (madrileño nacido como Carlos López del Rey) comenzó su carrera en el mundo de la ilustración, publicando cómics como "El banyan rojo" o "Plutón BRB Nero", basado en la serie de televisión de Alex de la Iglesia. Su primer corto, Maquetas (2009), fue galardonado en la VII edición del Notodofilmfest y su primer largo Diamond Flash (2011) ya hacía presagiar con esa superheroica aventura desconcertante lo que ahora nos presenta, y que parece su consagración como director. No en vano, para algunos críticos, se nos presenta como una de las películas más impactantes que ha dado el cine español de los últimos años

Normalmente Carlos Vermut defiende que cada una de sus películas (en el corto o en el largo) nace de un dibujo, si bien en Magical Girl parece que es más importante la parte de atrás de la cuartilla, porque no es tanto lo que se ve como lo que se esconde. Y ya lo advierten: en esta película el espectador se juega los ojos… y su mente. No es fácil encuadrar a Vermut como cineasta. Autor poseedor de un mundo propio tan hermético como absorbente, se puede jugar a intentar mezclar la perversión de Luis Buñuel, la inquietante infancia de Juanma Bajo Ulloa, el costumbrismo vintage de Pedro Almodóvar, o la violencia soterrada del primer Carlos Saura, pero todo parece indicar que esta película es algo diferente. 

Un comienzo con un tour de forcé entre un profesor y una alumna. Un fundido en negro y una niña bailando frente al espejo del armario de su habitación una canción japonesa claramente al más puro estilo manga…; entonces la niña se desvanece. 
Y desde ese momento comienza el puzle que debemos construir, dividido en tres partes: Mundo, Demonio y Carne. 

En Mundo la protagonista principal es Alicia (Lucía Pollán) y su padre Luis (Luis Bermejo). Porque Alicia es esa adolescente de 12 años que se desvanece,  quien vive sola con su padre, profesor en paro. Ingresa en el hospital e intuimos lo peor por la información lejana que la doctora confiesa al padre. Al regresar a casa la niña y el padre tienen una conversación épica en la comida y ella le dice: “¿Puedo fumarme un cigarro?, … ¿Puedo pedirte otra cosa?: me gustaría tomarme un ging tonic”. Poco después, el padre abre “El libro de los deseos” de Alicia y lee: Deseo 1, convertirme en quien yo quiera. Deseo 2, el vestido de Magical Girl Yukiko. Deseo 3, cumplir 13 años. 
La leucemia de Alicia le deja pocas esperanzas de vida y su padre comienza una aventura desesperada por conseguir ese vestido de Magical Girl de su hija. El padre sale a la aventura, mientras en la radio se oye la dedicatoria que le dedica Alicia: “Hoy en la sección de cartas de los oyentes tenemos una carta muy especial. Y digo que es una carta muy especial porque la escribe una niña de 12 años, porque se la dedica a su padre y porque es una niña enferma de leucemia. Ella se llama Alicia y su carta dice así. Te escribo esta carta desde la habitación del hospital. Me gusta mucho venir aquí. Al principio me daba miedo y lo odiaba, pero ahora me encanta. Sé que es raro. A nadie le gustan los hospitales. Me gusta el olor de los pasillos, me gusta la comida, me gustan las vendas y me gustan las agujas. ¿Sabes por qué? Porque sé que siempre que me despierte aquí vas a estar a mi lado…” 

En Demonio la protagonista principal es Bárbara (Bárbara Lennie). Bárbara es una joven bella y misteriosa que arrastra una enfermedad mental (quizás encuadrable como trastorno bipolar) y tendencias sadomasoquistas: “Es que no puedo dejar de pensar la cara que pondríais si lanzase al bebé por la ventana”. Su marido es psiquiatra, la cuida, pero también la abandona. Su padre Damián no le coge el teléfono… Su cara cortada contra un espejo, ya un símbolo del cine y para el cine. 
Y su encuentro con Luis y esa frase genial (como todas las frases de la película): “Oye, ¿me puedes dar un abrazo?”. Y su declaración: “Sabes por qué veo esos programas de la tele?... Porque me gusta ver gente más desgraciada que yo”

En Carne el protagonista principal es Damián (José Sacristán). El es un profesor de matemáticas con un oscuro pasado, un viejo pederasta que trata de integrarse en la sociedad tras salir de prisión. Un profesor retirado de todo menos de su tormentoso pasado y el reencuentro con Bárbara. 
Y es aquí donde confluyen las vías argumentales y donde los cuatro personajes-enigma (Alicia, Luis, Bárbara y Damián), dos parejas de padre e hija fluyen en dos laberintos vitales destinados a encontrarse en una tormenta perfecta de terrores psicológicos y pesadillas incurables

Porque Carlos Vermut planea sobre el horror cotidiano sublimando con un cruce eléctrico entre cómic y cine, entre los historietistas Daniel Clowes de "Ghost World" (llevada al cine por Terry Zwigoff en 2001) y los cómics de terror de Charles Burns, con tintes del mejor cine del estadounidense David Lynch (recordar El hombre elefante), del austríaco Michael Haneke (recordar La cinta blanca) o del griego Yorgos Lanthimos (recordar Canino). 

Y todo ello para conseguir salir de la película tan asombrado como desencajado, con esa sensación de las obras maestras no comprendidas (el caso de El árbol de la vida de Terrence Malick es paradigmático). Es lo que tienen las películas que son diferentes y aspiran a cambiar nuestro mundo o, al menos, la comodidad del cine comercial. Y a fe cierta que Magical Girl lo es, incluso cuando suena la música de Manolo Caracol (y su “Niña de fuego”). 

Pero por encima de la crítica cinematográfica, lo que queda en Magical Girl es la experiencia vivida (y sufrida) del amor incondicional de un padre hacia una hija… y en dos versiones: la versión de Bárbara, la joven con enfermedad bipolar, y su padre Damián (una relación en el lado oscuro que intenta buscar el perdón) ; y la versión de Alicia, la preadolescente con leucemia, y su padre Luis (una relación en el lado luminoso, que se oscurece). Lo que sigue es un laberinto de miradas, instintos no satisfechos y pasiones por resolver que coloca la labor del cineasta muy cerca de la de inventor de universos. Y una realidad universal: no hay amor (ni hay dolor) tan grande como el de un padre hacia su hija. 

Magical Girl es amor paterno-filial más allá del manga, que nos deja una cicatriz tan grande como la de la frente de Bárbara. Y con cuatro actores en estado de gracia para una película que tiene tintes de pasar a ser de culto: Bárbara Lennie (justa premiada en los Goya, y su posible consagración de gran actriz), pero también Lucía Pollán (y su mirada desafiante de actriz debutante), Luis Bermejo (y su increíble papel, símbolo de la mediocridad) y el gran José Sacristán (la voz del cine  español). Ese magnífico rompecabeza de la vida... en el que siempre parece faltar una pieza.

miércoles, 9 de enero de 2013

La mirada del cine al cáncer: ¿te atreves a prescribir películas...?


En la presentación que realizamos del proyecto Cine y Pediatría en el mes de noviembre durante el XVI Congreso Latinoamericano de Pediatría en Cartagena de Indias, pudimos compartir que el cine es una oportunidad para la docencia y la humanización en nuestra práctica clínica. Planteamos tres objetivos específicos: 
1) Analizar el cine como prototipo de OBSERVACIÓN NARRATIVA. 
2) Conocer el libro y el proyecto “CINE Y PEDIATRÍA”.
3) Implementar la idea de que es bueno PRESCRIBIR PELÍCULAS. 
Esta última parte la enfocamos a través de la mirada que el cine ha realizado al cáncer. Hoy compartimos los dos artículos que recientemente hemos publicado en la revista de Pediatría de Atención Primaria, bajo el título de "La mirada del cine al cáncer".

La mirada del cine al cáncer (I): arte, ciencia y conciencia. 
Se revisan 41 películas significativas alrededor del cáncer en adultos, con distinta representatividad de la enfermedad oncológica: películas "puntuales" (8 títulos), "argumentales" (22) o "relevantes” (11 películas). 
En ellas, el cine puede ayudar a los profesionales de la salud que trabajan alrededor del cáncer, a los pacientes, a la familia y a la sociedad. Porque el cine es una oportunidad para hablar con arte, ciencia y conciencia de la enfermedad oncológica y, sobre todo, de los pacientes con cáncer y su entorno. Una oportunidad para mejorar la relación profesional-paciente, para mejorar la humanización y para abrir el debate bioético.
El cáncer infantil llevado a la gran pantalla se puede clasificar en dos grandes grupos: 1) la leucemia es, con gran diferencia, el principal protagonista entre las enfermedades oncológicas en el cine; 2) el otro grupo es un cajón de sastre en el que podemos incluir el resto de enfermedades oncológicas de la infancia y adolescencia. 
De la recopilación realizada, destacamos 10 títulos, por ser películas que atesoran valores y que pueden ayudar a mejorar la relación médico-paciente: y de ellas, hemos considerado cinco títulos como imprescindibles (Camino, Cartas a Dios, Cartas al Cielo, Declaración de guerra y Surviving Amina) y cinco títulos como adecuados (El llanto de la mariposa, La decisión de Anne, Maktub, Planta 4ª y Vivir para siempre). En una patología tan sensible para pacientes, familiares y profesionales sanitarios como es el cáncer en la infancia y adolescencia, no solo hay que prescribir sofisticadas pruebas diagnósticas y modernos tratamientos, sino también películas (antiguas y modernas), que ayudan a comprender la enfermedad, a mejorar el duelo, a humanizar la atención y a mejorar la relación entre profesionales sanitarios y pacientes. 

Abajo os dejamos el PDF de ambos artículos. Y os proponemos el reto de "prescribir" películas.

 

viernes, 15 de junio de 2012

TAC y cáncer: cuidado con las radiaciones innecesarias...


Los niños son especialmente sensibles a las radiaciones ionizantes. Sus organismos están e crecimiento y, debido a su corta edad, disponen de muchos años por delante para desarrollar tumores, más aún cuando son expuestos a edades precoces a la radiación procedente de las pruebas radiológicas.

Hemos posido leer en la prensa generalista la siguiente alarmante noticia: "El TAC triplica el riesgo de cáncer en niños". La noticia se basa en un reciente estudio de cohortes históricas publicado en Lancet. Las neoplasias más frecuentemente asociadas a esta exposición al TAC serían los tumores cerebrales y las leucemias.

Sin duda, el titular de la prensa asusta y, aunque el riesgo basal de estas neoplasias en niños es bajo, la multiplicación por 3 de ese riesgo debe ser tenido en cuenta.

No debe abusarse de esta prueba complementaria y sus indicaciones deben estar siempre bien definidas. ¿Se abusa del TAC? La muy extendida medicina defensiva, basada en el erróneo principio de "hacer muchas cosas  - pruebas complementarias, análisis, tratamientos... - para cubrirse las espaldas" de cara a una posible denuncia es, quizá, la mayor responsable del abuso del TAC y de otras pruebas complementarias.Y de tantos tratamientos no necesarios.

Reordamos aquí entradas previas de este blog que abordaban una temática similar. No hace falta irse hasta el TAC: se ha asociado recientemente a la ortopantomografía dental con una mayor incidencia de meningioma (¿Cuantos niños se hacen esta prueba? Muchísimos. ¿Siempre justificada?).

Se hace necesaria una racionalización del uso de todas las pruebas radiológicas en la infancia y adolescencia. E incluso la creación de un "carnet radiológico" donde queden anotadas las radiografías que un niño recibe a lo largo de su vida.

¿Cuánto radia un TAC en comparación con una radiografía de tórax (RxT)? Os adjuntamos de nuevo esta tabla de equivalencias, que habla por sí sola: un TAC de cabeza equivale a 115 RxT, un TAC de tórax equivale a 400 RxT y uno de abdomen a 500 RxT. Poco más que añadir.

sábado, 19 de mayo de 2012

Cine y Pediatría (123). “Cartas a Dios” y “Cartas al cielo”, cartas para el cáncer infantil


Las dos películas de hoy son un ejemplo de las peculiaridades que, a veces, conllevan las traducciones de la versión original. La película de coproducción entre Francia, Bélgica y Canadá, Oscar et la dame rose (Éric-Emmanuel Schmitt, 2009) ha sido traducida como Cartas a Dios, mientras que la película estadounidense Letters to God (Patrick Doughtie y David Nixon, 2010) se ha traducido como Cartas al cielo. La coincidencia de títulos (y su posible confusión) es mayor si se tiene presente que ambas películas tienen como protagonista a un niño con cáncer terminal que mantienen una relación epistolar con Dios y que ambas películas son tremendamente sensibles y recomendables. 
Por ello, abordamos el comentario de ambas en esta entrada de hoy, con la emoción a flor de piel. Porque la historia de un niño con cáncer terminal entraña un alto riesgo para una película, pues fácilmente puede derivar hacia el exceso melodramático y sentimentalismo, lo que puede llegar a resultar una afrenta para algunos espectadores. Si no traspasa esa barrera, la trama puede ser un magnífico momento para la reflexión como sanitarios y como personas. 

- Cartas a Dios (Éric-Emmanuel Schmitt, 2009) se basa en la adaptación del best-seller "Oscar et la dame rose", escrita por el mismo director en 2002 y que recibió el Hamburger Prize de la Academia de Medicina en Francia; y se constituye en un libro de obligada lectura para aquellos profesionales que deban tratar con pacientes. De la pluma de este autor han salido obras como “Monsieur Ibrahim et les fleurs du Coran” (llevada cine en 2003 por François Dupeyron como El señor Ibrahim y las flores del Corán) y de la dirección de este autor conocemos la obra Odette: una comedia sobre la felicidad (2006). 

Cartas a Dios cuenta la historia de Óscar (el espectacular debut y frescura en la gran pantalla de Amir), un niño de 10 años afecto de leucemia que permanece ingresado en un peculiar hospital infantil, capitaneado por el Dr. Düsseldorf (siempre brillante Max Von Sydow, visto este año también en Tan fuerte, tan cerca de Stephen Daldry). En este hospital conviven niños con distintas dolencias: aparte de niños con cáncer, también con síndrome de Down (esa cariñosa niña que siempre solicita un beso), con macrocefalia por hidrocefalia (Eisntein, un amante del ajedrez), con obesidad mórbida (Palomitas, a quien se le describe como "98 kilos, 9 años, 1 metro 10 de alto por 1 metro 10 de ancho"), con enfermedad de Fallot (la niña Peggy, su novia, de quien dice Oscar que tiene "la enfermedad azul y espera una operación del corazón que la vuelva rosa"), y otros más. 

A Oscar, en su enfermedad, le duele más la falta de valentía y sinceridad de sus padres que su cáncer terminal, pues no son capaces de tratarle con normalidad y decirle la verdad: el gran dilema de la ocultación de la información a un menor. Casualmente se cruza en su vida Rose (magnética Michelle Laroque, en uno de los personajes más sorprendentes que se hayan visto en mucho tiempo), una brusca y antipática repartidora de pizzas, cuya pequeña empresa se llama Pinky Pizzas y va vestida con un llamativo traje rosa. Tras ese encuentro, Oscar pide que la "señora de rosa" venga a verle; aunque ella no quiere y lo hace por el negocio, finalmente entre ellos se establece una relación magnética, entre fantástica y espiritual. Rose propone a Oscar que viva los próximos 12 días (del 20 de diciembre al final de año) como si cada uno contase 10 años: será la manera de aprovechar intensamente una vida que se marchita, de enamorarse y de comprometerse, de revivir la inocencia de la niñez y las tribulaciones de la adolescencia, la brillantez de la década de los veinte o los crisis de los cuarenta, hasta llegar a los achaques de la ancianidad. Todo ello con simpáticos diálogos que surgen entre ese niño adulto y esa madre-amiga adoptada, intercalando sorprendentes escenas oníricas en el ring de luchadoras de pressing catch, así como los diálogos vibrantes entre Oscar y Rose (algunos diálogos de alto valor religioso…, con profundidad, con amor): 
- "Por qué no me dicen que me moriré?", dice Oscar. Y Rose le contesta:"Y para que lo quieres, si ya lo sabes". 
- Cuando cuenta los aspectos de cada día como si fuera un década diferente de la vida y llega a comentar: "Tengo 33 años, un cáncer, una mujer en el quirófano. Así que sé lo que es la vida. Tengo miedo"; o "Querido Dios, como mola la vida en pareja, sobre todo cuando te acercas a los 50 y has pasado mogollón de pruebas". 
- Las palabras de Rose son bruscas al inicio de la película, pero profundas hacia el final del metraje: "Usted no es Dios, su trabajo es reparar, es un hombre, sólo un hombre. Así que afloje un poco Dr Düsseldorf, relaje esa tensión y no se dé tanta importancia. Si no, no podrá ser médico mucho más tiempo"; o su epílogo: "Querido Dios. Gracias por conocer a Oscar, Me ha llenado de amor para todos los años que me queden por vivir". 

Rose será quien le sugiera a Oscar que le escriba cartas a Dios pidiéndole un favor cada día, pero favores de tipo espiritual (no materiales). Con esta trama, Éric-Emmanuel Schmitt trata de esquivar el sentimentalismo instalándose en el realismo mágico, y tratar el dolor por la pérdida inevitable de la vida de un niño con una dosis de fantasía e imaginación. Cartas a Dios se convierte en melodrama filosófico-existencial, un canto a la esperanza para los que sufren, desmitificando el tema de la muerte, dándole una perspectiva más espiritual y menos materialista. El esquema adoptado por Cartas a Dios es similar al de Vivir para siempre (Gustavo Ron, 2010), añadiendo una fotografía de colores luminosos y una banda musical (de Michel Legrand, con más de 200 composiciones musicales de películas en su haber) que trasmiten liviandad y ensoñación, con escapadas de la imaginación para ver plantear con otros ojos la emoción sobre el cáncer infantil. 

- Cartas al cielo (Patrick Doughtie y David Nixon, 2010) está basad en hechos reales. Los hechos que acompañan a Tyler Doherty (Tanner Maguire), un niño de 8 años enfermo terminal por un cáncer del sistema nervioso central (meduloblastoma), lo que conmueve a su familia, amigos y a su comunidad; e inspira esperanza a todo aquel con el que tiene relación. 
Especial interés tiene el ver cómo repercute su enfermedad y su actitud sobre cada uno de los miembros de la familia de Tyler (su hermosa madre, viuda demasiado joven; su hermano mayor de 16 años y su abuela), así como su relación con el cartero sustituto, Brady McDaniels (Jeffrey Johnson), un joven con problemas de alcoholismo que se siente involucrado con el niño y su familia cuando lee las cartas. Esto le inspira a buscar una vida mejor para él y para el hijo que perdió por su dependencia del alcohol. 

La película comienza con un típico barrio residencial made in USA y un feliz cartero repartiendo y recogiendo la correspondencia de los vecinos, a los que conoce bien. Muy a menudo recoge cartas de un niño con esta dirección: "To God, From Tyre". La primera vez que vemos a nuestro protagonista reconocemos todo lo que va a ocurrir, aunque sólo le vemos por detrás: una cicatriz en zona occipital que desciende a la columna vertebral, una cabeza con alopecia universal, señales inequívocas de una neoplasia; una madre enfermera que, antes de irse a trabajar, le pregunta cómo se encuentra; una abuela que se queda a su cuidado y manipula el Porth-a-cath para aplicarle el tratamiento quimioterápico en domicilio y Tyer que le dice: "Con cuidado, abuela. No deben entrar burbujas de aire en el corazón".

Al igual que en la película previa, conmovedora voz en off del protagonista: "Hoy he aprendido una palabra nueva: meduloblastoma", "Me alegro mucho de haber vuelto a casa desde el hospital. Pero sobre todo me gustaría que mi madre volviese a reír. Es lo que más echo de menos". Momentos para recordar, como la vuelta a clase (explicando a sus compañeros cómo es la quimio y la radioterapia) y sus efectos secundarios y la duda de algún compañero sobre si el cáncer es contagioso. O los momentos con su amiga San, una chicarrona con gorro, simpática y vivaracha. O las reflexiones que le proporciona el gruñón abuelo de Sam... 
Quizás todo algo previsible, pero emotivo. Como el emotivo epilogo, con el antes y el feliz después de historia reales de cáncer: leucemia linfoblástica aguda, linfoma de Hodgkin, tumor cerebral, sarcoma de Ewing, cáncer de ovario, cáncer de mama, cáncer de próstata, etc. "Si el cáncer ha tocado tu vida de algún modo y necesitas apoyo o ayuda visita www.lettertogodthemovie.com".

Oscar y Tyler, dos niños que escriben cartas a Dios. Oscar y Tyler, dos niños con cáncer (leucemia y meduloblastoma) que no logran superar su enfermedad, pero que si curan a cuantos tienen a su alrededor.  Oscar y Tyler, sólo dos ejemplos de una realidad común en Pediatría.

 

sábado, 7 de enero de 2012

Cine y Pediatría (104). “Maktub”, lo que está escrito


Maktub es una película española concebida como un cuento de Navidad, una tragicomedia familiar sin pretensiones que gira alrededor de un hombre maduro en plena crisis existencial y su encuentro casual con un adolescente con cáncer. Una introducción así roza la posibilidad de no ir a verla, máxime si conocemos que es la ópera prima de Paco Arango, quien fue en sus inicios cantante (con un total de cinco discos) y, posteriormente, productor de series de televisión (Ala Dina en el 2000, con Paz Padilla; y El inquilino en el 2004, con Jorge Sanz) de dudoso éxito. Sin embargo, las perspectivas de esta película cambian al conocer que Paco Arango lleva trabajando muy de cerca con niños con cáncer desde hace ya 11 años y que creó en 2005 la Fundación Aladina con el objetivo de ayudar a los niños que padecen cáncer y a sus familias atendiendo sus necesidades materiales y psicológica en distintos hospitales de España. El propio Paco Arango lo explica en la web de esta fundación, que tomó el nombre de su primera serie televisiva. Además, los recursos económicos que genere Maktub serán destinados a sufragar la construcción en España de un centro de trasplantes de médula ósea para niños.

La palabra “Maktub” procede del árabe y significa “lo que está escrito” y hace referencia a esas extrañas casualidades que nos suceden a veces y que parecen inevitables, como si fueran producto del destino. El del guión de esta película, también del propio director, está inspirado en un chico canario con leucemia (Antonio González Valerón) con el que estableció una buena amistad durante la estancia hospitalaria en Oncología Infantil del Hospital Niño Jesús de Madrid. Antonio falleció en 2009, a los 16 años, a causa de una infección tras un trasplante de médula; en este recorrido Antonio fue para todos un ejemplo de ilusión, sabiduría y ganas de vivir.

En Maktub conoceremos a Manolo (soberbio Diego Peretti), un hombre que se encuentra en plena crisis: la rutina de su trabajo le resulta asfixiante, su matrimonio con Beatriz (Aitana Sánchez-Gijón) está al borde del caos y no logra entender a sus dos hijos. El azar hace que se cruce con Antonio (primer papel de Andoni Hernández San José, solventado con desparpajo), un chico canario de 15 años que padece cáncer, y su madre soltera (Goya Toledo). Ese encuentro cambiará la vida de Manolo, de su familia y del entorno que le rodea (con un acertado elenco de secundarios).
Una película con un niño enfermo de cáncer se presta al melodrama y a la lágrima fácil, de ahí lo arriesgado de la apuesta. Pero la película avanza en ese difícil territorio de las series de televisión de ver y tirar y camina en los sentimientos mejor de lo esperable, consiguiendo algunas escenas conmovedoras y personajes que acaban resultando entrañables. La película comienza y termina con un cielo estrellado y otros guiños a la película navideña por antonomasia (Qué bello es vivir, de Frank Capra, 1946).

No es una gran película, pero es una película honesta, con el cáncer y la muerte de trasfondo, pero relatada con ganas de vivir. Un cuento navideño lleno de poesía, con referencias explícitas a “El alquimista” de Paulo Coelho, las aventuras de ese héroe que busca su tesoro lejos de su hogar, para regresar a él y hallarlo, sufriendo durante todo el viaje una transformación en lo que a su visión del mundo y la realidad se refiere.

Maktub es una magnífica oportunidad para ver el cáncer infantil con otra perspectiva. También para conocer la Fundación Aladina y sus distintos programas de apoyo y su equipo de voluntarios dentro del hospital, en el que se da especial importancia a todo tipo de actividades lúdicas mediante las cuales los niños y adolescentes aprenden a adaptarse a su situación y a su enfermedad, sin perder la alegría y manteniendo vivo el deseo de curarse. La atención a los niños se desarrolla mediante el uso de terapias de juego, éstas les ayudan a que entiendan y puedan sobrellevar la enfermedad, la cirugía, la hospitalización y los tratamientos, intentando que la estancia en el hospital sea lo más agradable posible. El principal propósito es mantener viva su voluntad de curarse y atenuar el impacto de la enfermedad.
Es de destacar que, gracias a la importante colaboración de la Fundación Aladina con la Asociación Hole in the Wall Camps, cada año cientos de niños españoles pueden disfrutar de la asistencia a Barretstown (un campamento fundado en 1994 por Paul Newman). Este campamento está situado en un mágico castillo a los pies de las montañas de Wicklow en Irlanda, al que acuden chicos con cáncer y otras enfermedades de más de 22 países diferentes, para divertirse "en serio" de forma totalmente gratuita.

El rap de la Fundación Aladina, "Sonrisas que hacen magia", con música de Paco Arango y cantado por el propio Antonio González Valerón, es parte de su legado. Un gran recuerdo, especialmente para los compañeros del Hospital Infantil Niño Jesús, que vivieron la historia de Antonio y la filmación de Maktub. Lo que está escrito…

sábado, 25 de junio de 2011

Cine y Pediatría (76). “Surviving Amina”, crónica familiar de una leucemia infantil anunciada


El cáncer infantil es la segunda causa más frecuente de mortalidad infantil en niños con edades comprendidas entre 1 y 14 años. Las frías estadísticas muestran que cada año más de 160.000 niños son diagnosticados con cáncer en el mundo, el 80% de los cuales viven en países en vías de desarrollo. Según la Unión Internacional Contra el Cáncer (UICC), en los países desarrollados, tres de cada cuatro niños con cáncer sobreviven al menos cinco años después de ser diagnosticados, gracias a los progresos en el diagnóstico y tratamiento de esta enfermedad; en los países en vías de desarrollo, más de la mitad de los niños diagnosticados con cáncer tiene probabilidades de morir. La Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) pone a disposición de los jóvenes una página informativa sobre esta enfermedad que quiebra la salud de los niños y rompe el equilibrio de las familias.
Dos grandes grupos cáncer predominan en la infancia: los tumores sólidos y enfermedades hematológicas (en donde encontramos a la leucemia, causa de casi uno de cada tres tipos de cáncer diagnosticados a esta edad).

El cáncer es un tema sensible en el cine. Y, en concreto, la leucemia en la infancia ha sido la protagonista de algunas películas: la italiana La última nieve de primavera (Raimondo del Balzo, 1973), la canadiense La mariposa azul. En busca de un sueño (Léa Pool, 2004), las estadounidense Un paseo para recordar (Adam Shankman, 2002) y La decisión de Anne (Nick Cassavettes, 2009), las españolas Alerta en el cielo (Luis César Amadori, 1961) y Vivir para siempre (Gustavo Ron, 2010), etc. Películas que oscilan entre la sensibilidad y la sensiblería. Difícil equilibrio para trasladar la ética narrativa de un tema tan delicado a la pantalla. Hoy hablamos de una película documental de gran interés, que creemos logra superar ese difícil equilibrio: Surviving Amina (Bárbara Celis, 2010).

Barbara Celis es una periodista madrileña (y neoyorquina de adopción), colaboradora de El País y otros medios nacionales e internacionales, que se encontró con este drama por azares de la vida. Lo que en principio apuntaba a ser una pequeña grabación para celebrar el nacimiento de la segunda hija de unos amigos europeos, una pareja de artistas afincados en Nueva York (la suiza Anne y el italiano Tommaso), se convirtió en su primer largometraje y en testimonio de un conmovedor relato de una historia de amor enfrentada a la enfermedad, la muerte y una posterior redención.

La historia comienza cuando Barbara Celis pide a su amiga Anne permiso para filmar su parto y el nacimiento de Amina, sin saber que 4 meses después, cuando la niña fue diagnosticada con leucemia, la propia madre le pediría seguir filmando: la idea en el origen de la película era que la niña iba a sobrevivir. Se inicia así un peregrinaje durante 3 años en el que el espectador es testigo de las distintas fases de la enfermedad (diagnóstico y tratamiento de la leucemia, ingresos hospitalarios y altas, recaídas y complicaciones) y de las distintas fases del duelo: al comienzo aparece el optimismo y la voluntad de luchar contra la adversidad, pero, a medida que avanza el proceso, las dificultades aumentan, los ánimos se debilitan y brotan los conflictos de pareja. Lo que iba a ser un documental familiar sobre la curación, se convierte en algo diferente.
El valor del documental es abrir las puertas a los sentimientos, pues lo que se nos relata no es nada nuevo, pero si es cierto que la mayoría de la gente vive en solitario, en silencio y sin testigos, y no con la cámara como caja de pandora en los momentos más catárticos de la familia de Amina. Survivig Amina refleja la realidad de un hospital infantil de Oncología, con sus dibujos en las paredes, pero también con sus monitores, sus bolsas de quimioterapia y sus vías centrales, en donde los padres conviven entre las atenciones de oncólogos y enfermeras, se adentran en grupos sociales de apoyo (como la Leukemia & Lymphoma Society Walk y su “Light the night”) y las cifras de leucocitos, hematíes y plaquetas. De pronto, los padres se vuelven especialistas de algo que nunca hubieran imaginado. Más detalles se pueden descubrir en su página web.

La realidad supera a la ficción a la hora de que emanen las emociones y a la hora de responder a la pregunta clave de la película sobre ¿si hay vida más allá de la muerte de un hijo?. La madre se aferra al recuerdo y a los vídeos que comparte con la familia; el padre no supera esa fase. Ante un hecho de esta magnitud hay que saber mantener el equilibrio de pareja. En muchas ocasiones une a los padres; en otras no. De hecho, tras el desenlace fatal de Amina, Anne y Tommaso toman caminos separados, lejos de Nueva York, lejos del recuerdo: la madre regresa a Suiza y el padre a Italia, pero eso no la convierte en una película oscura, sino todo lo contrario.

“Aceptarlo no significa superarlo” nos dice Tommaso. El cineasta ruso Sokurov recomendaba a quien quisiera oírle que ‘lo que se ama o lo que se odia no debería ser filmado’. Sin embargo Bárabara Celis incumplió los dos mandatos y nos ofrece esta obra para la reflexión, de forma que su cámara se convierte en observador, oyente e instrumento para las catarsis y la intimidad de unos padres en busca de una fórmula que alivie el dolor ante la muerte de su hija pequeña. Y aún así, en medio de tanta oscuridad, Bárbara Celis consigue dejar al espectador un rayo de luz.